TRÉBOLES


SALE EL SOL


Por fin lucia el sol. Algo bueno, al menos, en aquel día funesto.

Shion agitó las riendas de vuelta a Konohan Creek, harta del traqueteo del carro. Para colmo, el viaje había sido en vano.

Por una vez en la vida, la cicatería de su madre había sido una suerte. Miroku Mōryō aprovechaba cualquier oportunidad para llenar sus arcas y, con la excusa de prestar un atento servicio siempre a disposición de su clientela, abría su negocio incluso los días de asueto.

Para contrariedad de su hija, se negaba a contraer nuevas nupcias, aunque pretendientes no le habían faltado. Con un hombre en casa, dejaría de atosigarla y le evitaría la obligación de ayudarla en la tienda. Pero ninguno le parecía lo bastante bueno y, por supuesto, a ninguno dejaba meter las narices en el negocio. Su madre necesitaba un pelele que se limitara a ejercer de mozo de almacén, y pocos hombres aceptaban verse relegados al papel de segundones.

El sábado hizo un somero inventario y observó consternada que no había sido bastante previsora. Tendría que acercarse ese mismo día a Kiowa Crossing para abastecerse de algunos artículos, porque un cliente insatisfecho suponía una venta perdida. Y Shion encontró la oportunidad propicia para congraciarse con su madre.

Había tenido que salir casi al alba. Su madre se extrañó de verla tan solícita, pero accedió de buena gana; no le apetecía nada viajar a su edad. Shion pensaba aprovechar el viaje para aceptar la propuesta de aquel Mitarashi. Solo por ese motivo aguantaba la tortura de recorrer dieciocho millas, acompañada de un tintineo de cubos que entrechocaban en la trasera a cada bache. Y en un carro de transporte, ¡qué vergüenza!

No fue difícil saber de Mitarashi, era hombre de sobra conocido. En el mismo almacén general de Kiowa se enteró de la noticia, mientras le preparaban el pedido. Todos sus planes se acababan de ir al traste.

Cuando el carro de Shion entraba en Konohan Creek, en la iglesia el reverendo Shimura invitó a los presentes a entonar el último himno. Momento que aprovechó la viuda Mōryō para escabullirse, haciendo caso omiso de la mirada reprobadora del predicador.

Poco a poco, la gente fue saliendo de la iglesia. Hinata lo hizo de las primeras. Había tomado la decisión de asistir al sermón con la cabeza bien alta, aunque fuese sola. No tenía de qué avergonzarse.

Desde el día de la lluvia, Naruto se mostraba aún más taciturno. Parecía querer olvidar los problemas a fuerza de trabajar sin descanso, incluso en domingo. Ese mismo día había salido temprano hacia los pastos sin dar explicaciones. Y Hinata no lo esperó.

A la salida de la iglesia no se entretuvo en saludos, no estaba de humor para conversar. Había atado el caballo en el abrevadero que había ante el almacén general, y hacia allí se dirigió sin despedirse de nadie.

Poco después, salieron los Umino al completo. Iruka y los chicos mayores fueron a buscar el carro y Azami se entretuvo charlando en un corrillo. Shizune vio a Hinata alejarse calle arriba; le había dolido verla tan sola durante el sermón.

Ayame advirtió su cara de preocupación y tomándola del brazo la llevó aparte.

—Shizune, no me gustan las habladurías. Pero, créeme, tu cuñada tiene motivos para estar furiosa.

La mujer le hizo un somero relato del incidente: se encontraba en el vestíbulo del hotel y desde allí lo presenció todo. Shizune respiró aliviada al saber que, por fortuna, fue la única testigo. Contuvo la rabia al escuchar los pormenores sobre la actitud desvergonzada de Shion; y se alegró de que, al menos en esa ocasión, su hermano hubiese mostrado algo de cordura. Lo sintió por Hinata. Ahora entendía por qué parecía tan desdichada.

—Ayame, te ruego que no comentes esto por ahí.

—Puedes estar tranquila, ya te he dicho que no me gustan los chismes, pero he pensado que debías saberlo. Además, aprecio mucho a tu cuñada.

Shizune, en lo referente a la vida de los demás, era respetuosa en modo extremo. Pero cuando se trataba de las personas que consideraba bajo su ala, dejaba a un lado la discreción.

Esa misma tarde mandaría a Azami al rancho Namikaze con cualquier excusa. De ese modo, Wasabi y ella harían un rato de compañía a Hinata y de paso podrían darle un recado para que durante la tarde del lunes se pasara por el rancho Umino. Tenía que ayudar a esa pareja, o al menos intentarlo.

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Naruto tiró con fuerza. La trucha se debatía furiosa amenazando con romper el sedal. Con un movimiento ágil y certero logró sacarla a la orilla. Salió del río sorteando las matas de punta de flecha y se arrodilló para desengancharle el anzuelo mientras todavía daba coletazos.

—Es enorme —comentó Iruka, mirándola de reojo—. Eres un hombre con suerte.

—¿Suerte? —preguntó con una mueca irónica.

Ambos se encontraban casi a la orilla, en la parte menos profunda del río, aun así, el agua cubría buena parte de sus botas.

—Yo creo que sí —dijo sin apartar la vista del sedal—. Tienes suerte de estar rodeado de gente con una inmensa paciencia.

Naruto alzó los ojos del anzuelo que tenía entre manos, sabía que en algún momento Iruka intentaría romper su mutismo. A fin de cuentas, estaba en lo cierto: era afortunado por contar con personas que lo aceptaban pese a su carácter impenetrable. No se sentía orgulloso de su comportamiento durante las últimas semanas.

—No sé qué me pasa —reflexionó molesto en voz alta—. Me merezco más de un puñetazo.

Iruka adivinó detrás de aquellas palabras una disculpa por el enfrentamiento del lunes. Lo observó balancear la caña con furia. Parecía querer descargar toda su frustración con aquel movimiento violento.

—Solo has tardado tres días. —Hizo una pausa mientras afianzaba la postura abriendo las piernas—. De haber tardado un día más, habría ido a por ti para propinarte una buena ración de golpes.

Naruto rio por lo bajo y lo miró a los ojos. Nadie le conocía tan bien como Iruka. Entre ellos no necesitaban muchas palabras. Había intuido sus excusas y le había disculpado con idéntica sutileza. Sintió una paz enorme al haber solucionado los problemas con su cuñado, pero contuvo el impulso de abrazarse a él. Quince años atrás lo habría hecho, pero no era propio de hombres mostrar sus afectos. De modo que le dio un cariñoso golpe en el brazo, que Iruka le retornó con idéntica rudeza.

—¡Cuidado! —advirtió Naruto.

Iruka echó el cuerpo hacia atrás haciendo esfuerzos para no soltar la caña. El pez debía de ser muy grande. Por fin logró ganarle la partida a una hermosa trucha que, aun en tierra, se empeñaba en prolongar una batalla perdida.

—¿Has pensado qué vas a hacer? —preguntó Iruka enganchando un nuevo cebo en el anzuelo—. Así no puedes continuar, lo sabes.

—¿Crees que no me doy cuenta? —Agitó los hombros intentando aliviar la tensión—. Creí que todo sería más sencillo. Cuando decidí casarme, lo hice con intención de empezar de nuevo. Pero, desde entonces, mi vida es lo más parecido al infierno.

—Hinata no es feliz —le espetó.

Naruto contrajo el rostro. Le dolió la sinceridad de Iruka.

—No es culpa mía —se escudó—. Maldita sea, no sé cómo tratarla. Tuve que escoger a la mujer más complicada y enigmática que puebla estas tierras.

Iruka se giró hacia él con semblante serio. No era propio de Naruto eludir su parte de culpa. Pero se relajó al comprobar que su preocupación era sincera.

—¿Qué mujer no lo es? —rio—. Tú tampoco eres muy comunicativo.

Naruto se preparó, el sedal volvía a estar tenso. Tiró con rabia de la caña y la trucha rebotó en el suelo tras él. En un par de zancadas salió a la orilla.

—Me exasperan sus silencios —masculló arrancando el anzuelo con un brusco estirón—. Con todo el mundo se muestra sonriente, para todos tiene una palabra amable. En cambio, a mí me esquiva; no permite que forme parte de su mundo.

Evitó comentar que aún no había consumado su matrimonio. Se trataba de algo demasiado íntimo y personal. Jamás se había sentido tan fracasado como hombre y eso le reconcomía por dentro.

—¿Y qué has hecho tú para merecerla? —inquirió mirándolo a los ojos—. Acéptalo, Hinata es dulce y cariñosa con todo aquel que le muestre tan solo una pizca de afecto. Se nota que no ha tenido una vida fácil; cualquiera es capaz de ver que sufre una enorme falta de cariño.

—Me desprecia —aseguró apretando la mandíbula.

—Y eso es algo que tu orgullo irlandés no puede soportar —añadió con sorna—. Tampoco se ve que tú la aprecies demasiado. Hinata es una mujer encantadora. Si a tu lado se siente desgraciada, déjala marchar.

—Ya lo hice —confesó. Iruka lo miraba incrédulo, nunca lo hubiese esperado de él—. Le ofrecí dinero suficiente para que se marchara. Prefiero no tenerla a verla triste. Pero decidió quedarse —cabeceó con exasperación—, es terca como una mula.

—¿De qué te quejas? Eso significa que aún te queda una pequeña esperanza. Pero ten cuidado —advirtió—. Muchos hombres estarían dispuestos a revolotear a su alrededor y tú no has hecho más que empeorar las cosas. El incidente con la Mōryō...

—¿Qué insinúas? —murmuró con una mirada peligrosa—. Y olvida a esa mujer no me interesa ni ella ni ninguna otra. Hinata es mi esposa.

—¿Por cuánto tiempo? —le instigó—. Vamos, ya sabes lo fácil que es anular un papel en estas tierras. Esto no es el Este, conozco casos de bigamia e incluso de matrimonios no celebrados. ¿A quién importa una simple formalidad?

—Soy un hombre de palabra —advirtió con seriedad— y adquirí un compromiso.

Iruka cabeceó con una sonrisa burlona. De pronto, su sedal se tensó con tanta fuerza que casi consiguió arrastrarlo. Con firmeza, tiró de la caña. Cuando la trucha dejó de dar coletazos, la cogió con la mano y una vez libre del anzuelo la lanzó a la orilla.

—Un compromiso —repitió—. Reconoce que si te dejara, tu amor propio no lo soportaría. —Lo miró de soslayo y decidió provocarlo—. Trata de imaginarla en brazos de otro hombre.

Se volvió hacia Naruto, que en aquel momento lo atravesaba con una mirada escalofriante, y no pudo evitar una carcajada.

—Jamás —sentenció con tono feroz—. La necesito a mi lado.

—Necesitas una mujer —aclaró Iruka—. No te será difícil conseguir otra, eso nunca te ha supuesto un problema. Shion estaría dispuesta.

—No quiero a otra —zanjó enfurecido—. Todavía no entiendo qué pude ver en esa mujer. Al lado de Hinata no es más que una muñeca ridícula y presumida. Shion solo me pareció perfecta para lucirla colgada del brazo. Con Hinata es distinto.

—Hinata te parece perfecta para disfrutarla entre tus brazos —añadió burlón— y que no pueda escapar.

—Algo así —comentó con media sonrisa—. Maldita sea, Iruka. ¡La quiero conmigo!

—Eso ya lo tienes. Ha decidido quedarse, ¿no es así? —Lo miró de reojo—. ¿Qué más quieres?

Naruto no respondió. Callado y pensativo salió del río y se entretuvo en ensartar las truchas en un cordel. Iruka consideró que ya habían pescado lo suficiente, por lo que comenzó a recoger los aparejos.

Durante el camino de vuelta respetó el silencio de Naruto. Estaba satisfecho: su cuñado había dejado atrás años de juventud disipada. Conocía su reticencia a profundizar en sus relaciones con las mujeres y le constaba que pocas veces repetía noche con la misma; incluso en más de una ocasión escapó de las pretensiones de alguna viuda enamoradiza. Siempre huyó de compromisos y formalidades. Hasta que puso sus ojos en Shion y, para su tranquilidad, le acababa de confirmar que ese asunto era también agua pasada.

Casi habían llegado al final del sendero que discurría paralelo a la fronda del bosque, cuando Naruto se giró hacia su cuñado.

—Se lo que quiero —se sinceró—. Quiero poder hablar con ella cada vez que me siento a la mesa, quiero que al entrar en casa se lance a mis brazos, quiero que nos peleemos por cualquier tontería —suspiró y añadió con media sonrisa—, y luego hagamos las paces. Quiero que me vuelva loco con charlas interminables...

—Eso es lo más habitual —comentó con ironía.

—No sé si lo entiendes. —Iruka enarcó las cejas y sonrió—. Me gustaría verla furiosa, y también me gustaría oírla reír. Quiero que a mi lado se sienta viva. Necesito su maravillosa sonrisa cada vez que me mire.

Una vez en el llano se detuvieron antes de tomar caminos distintos. Naruto separó dos truchas y entregó el resto a Iruka.

—Con dos tenemos de sobra —insistió.

—Bien, me voy a que tu hermana me regañe... o me sonría, si hay suerte —comentó en broma recordando las palabras de Naruto.

—Para vosotros ha sido tan fácil —añadió.

—No lo creas —le contradijo Iruka—. Y, ahora que sabes lo que quieres, ve a por ello. Los dos seréis mucho más felices, te lo aseguro.

Naruto no respondió, pero Iruka pudo ver en sus ojos una fuerte determinación. Supo que se había propuesto cambiar las cosas y de sobra sabía que cuando un Namikaze se proponía algo no había nadie capaz de impedírselo. Antes de tomar el camino hacia el rancho Umino, Iruka se giró y lo llamó.

—Naruto. —Este paró y lo miró por encima del hombro—. Pregúntate por qué ella y no otra.

—De eso estoy seguro —aseveró con firmeza—. Porque ella es la única que consigue hacerme estremecer como a un muchacho asustado.

Iruka lo contempló mientras se alejaba con su característico andar erguido y arrogante.

—Lo que te ocurre es algo muy sencillo —comentó cuando Naruto ya no podía oír sus palabras—. Solo te falta adivinar cómo se llama.

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Desde que vivía en Konohan Creek, Hinata había conseguido aficionarse al café. El lunes por la tarde, ante una taza humeante, escuchaba sin perder detalle el relato de su cuñada.

—Él nació cuando mi hermano Kurama ya había muerto. Yo tenía diez años y casi se crio como hijo único. No pienses que fue un niño solitario, había muchos chicos en Konohan Creek y en casa todos estábamos pendientes de él. Tal vez demasiado pendientes —añadió pensativa.—Pero no tuvo hermanos con quien jugar, compartir secretos, pelearse... Esas cosas que hacen los hermanos, supongo. —Ella tampoco los había tenido y entendía ese tipo de soledad.

»—Te aseguro que fue el niño más feliz del mundo. Fue un regalo inesperado. Mis padres eran ya mayores. Imagínate, de repente un bebé en el rancho. Para mi padre fue un soplo de vida. Había perdido a su único hijo varón y el Cielo le enviaba otro. Fue durante años el juguete de la casa.

Hinata pensó en aquel niño que, sin saberlo, había venido para ser la ilusión de sus padres y también para sustituir al hijo perdido.

—¿Se parece a Kurama?

—Mucho. Los hombres Namikaze son muy parecidos.

—¿Y en el carácter?

—No sé qué decirte, yo era una niña y a Kurama lo recuerdo siempre tan sonriente... A veces pienso que el carácter sombrío de mi hermano se fraguó porque siempre se sintió a la sombra de Kurama. Mis padres no paraban de repetir que él sería el dueño del rancho al no estar nuestro hermano. Creo que cargamos demasiadas responsabilidades a sus espaldas.

—Debió de ser duro para él perder a vuestro padre —dijo Hinata con dolor en la voz.

—No te imaginas cuánto. Tenían una relación excepcional. Un día, Naruto llegó de la escuela y lo vio en su mecedora, corrió hacia él creyendo que dormía, pero había muerto. Dijeron que su corazón se había cansado de latir. Naruto tenía entonces quince años.

A Hinata se le hizo un nudo en la garganta. Imaginó a aquel niño al que, como a ella, la vida convirtió en adulto antes de tiempo.

Shizune era consciente de estar pisando un terreno que no le correspondía. Pero deseaba con todas sus fuerzas la felicidad de su hermano. Hinata tenía que saber lo que supuso para él quedarse a cargo de las ilusiones de su padre a una edad tan temprana.

—Cuando llegó el doctor nada se pudo hacer. Mi padre había muerto feliz, contemplando lo que había creado con tanto trabajo. Para nosotros fue un consuelo. Mi madre era mayor y a esa edad se espera la muerte de una manera diferente. Y yo ya estaba casada y con dos niños, tenía mi propia casa. Para Naruto fue mucho más duro.

»—Resultó terrible tener que separarlo del cuerpo de mi padre. Permaneció abrazado a él toda la noche, hablándole, pidiéndole que no se marchara. —Tuvo que detener el relato por un instante porque la emoción le impidió continuar—. Creo que por eso no le quedan lágrimas: aquella noche las derramó todas.

Hinata trató de retener el llanto. Ella también sabía lo que era perder a los seres queridos.

—Cuando se hizo de día, Iruka, con mucho cariño, le anunció que se acercaba el momento de la despedida. Ya hacía rato que había dejado de llorar. Muy serio, salió de la habitación y al instante oímos ruido fuera. Iruka lo encontró tallando un trébol en la tapa del ataúd.

—Un shamrock —recordó Hinata.

—Le explicó que lo hacía para que supiesen que era un irlandés. Así podrían enviarlo junto a sus padres al llegar al Cielo de los irlandeses y siempre estaría con ellos.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Hinata. Shizune también tenía los ojos anegados.

—Nunca he vuelto a ver tanta pena en los ojos de Iruka. Mi hermano no volvió a soltar ni una lágrima. Durante el entierro y a la hora de las condolencias, se comportó como un adulto. De vuelta a casa de mis padres, desapareció. Mi madre no quiso lutos. Era una mujer única, decidida a vivir sin tristeza, como era el deseo de mi padre. Pero estaba preocupada por mi hermano, las dos lo estábamos. Mi esposo dijo que sabía dónde encontrarlo. Un par de horas más tarde, regresaron los dos. Iruka le rodeaba los hombros con el brazo. Fue como si la vida empezase para él de nuevo.

—¿Qué paso en esas dos horas? ¿Dónde estuvo? —preguntó Hinata enjugándose la mejilla.

—No lo sé. Nunca le he preguntado a Iruka, ni él me lo ha contado. Es algo entre ellos.

Hinata admiró a su cuñada. Así eran los Namikaze.

—Tuvo que hacerse cargo del rancho siendo apenas un niño. Mi madre se fue tres años después. También entonces talló un shamrock para que pudiese encontrar a mi padre en el Cielo —dijo secándose una lágrima—. Hace once años que está solo. Es cierto que en el rancho todos lo quieren y respetan, pero hasta ahora lo único que ha tenido es mucho trabajo y una casa vacía.

—Entonces, ¿por qué nunca se casó? —Hinata no entendía que hubiese permanecido soltero hasta esa edad.

Shizune se removió nerviosa. Comprendía la curiosidad de su cuñada, pero era a su esposo a quien debía formular esa pregunta.

—¡Ay, Hinata! —Cabeceó con una sonrisa triste—. Escúchame bien: tienes que prometerme que nunca le dirás a mi hermano que yo te lo he contado.

—Te lo prometo. Se que para ti no es fácil hablarme de él.

—Primero el trabajo le absorbía de tal manera que no pensó en buscar una mujer. Más tarde —respiró hondo— puso sus ojos en Shion, pero sabía que solo lo aceptaría si reunía el dinero suficiente para que ella no tuviese que mover un dedo.

Hinata se tensó de una manera que no pasó desapercibida a su cuñada.

—Luego, no sé si te lo ha contado. —Hinata negó—. Hubo sequías que hicieron que el negocio no fuese todo lo próspero que debía. Naruto esperó durante años a ser lo bastante solvente para poder pedir la mano de Shion. Durante ese tiempo, las pocas mujeres solteras de los alrededores se fueron casando. Y hace seis meses le pidió a Shion matrimonio, pero ella se rio de él. Le dijo que jamás viviría entre vacas pudiendo conseguir cualquier hombre mejor situado que la mantuviese como a una dama.

Hizo una pausa. No sabía si seguir hablando al ver que Hinata se había puesto pálida como la cera.

—Hinata —preguntó preocupada—, ¿estás bien?

—No me pasa nada. Sigue por favor —pidió muy seria.

Acababa de entender la actitud hostil de Naruto hacia ella. Era el rechazo. Ella lo había rechazado otra vez.

—Hinata, no quiero que pienses que soy una entrometida, pero tenía que contarte todo esto. No sé si mi hermano será capaz de sincerarse contigo algún día. Cuando ella lo rechazó, parecía no tener ilusión por nada; descuidó el rancho y se descuidó a sí mismo. Cuando llegó contigo, para nosotros supuso una inmensa alegría. Tú lo harás un hombre feliz, lo sé —dijo tomándole la mano.

Toda la tensión acumulada explotó de golpe en el pecho de Hinata. Su cuñada, alarmada, la tomó entre sus brazos intentando calmarla. Al recibir tal muestra de cariño, Hinata aún lloró más afligida, sacudiendo los hombros con cada sollozo.

—Vamos, vamos, llora todo lo que haga falta —susurró Shizune comprensiva.

Poco a poco pareció calmarse.

—Me parte el corazón saber que lo han despreciado de ese modo. No soporto que nadie le haga daño.

—Nunca te había visto así. Por un momento he creído que estabas embarazada. En mis embarazos siempre me he puesto a llorar sin ton ni son —intentó bromear.

Hinata se echó a llorar de nuevo.

—Pero ¿Qué pasa? ¿Estás embarazada? Tienes miedo, ¿verdad?

Ella negaba con la cabeza sin dejar de llorar. Shizune estaba cada vez más asustada, no sabía qué profunda aflicción podía provocarle aquel llanto. Por fin, Hinata consiguió articular palabra.

—No, no lo estoy. Eso es imposible.

—¿Por qué es imposible? Es cierto que llevan poco tiempo casados, pero no hay nada imposible.

—Sí lo es.

—No digas eso. —Shizune cerró los ojos y los volvió a abrir como platos—. No me estarás diciendo que tú..., que ustedes no...

Hinata asintió sin levantar la vista. Shizune fue hasta la cocina a por un poco de agua. Acababa de quedarse sin habla. De pronto empezó a removerse nerviosa, como si tuviese mucho trabajo atrasado. Aquello explicaba el carácter cada vez más agrio de su hermano, la tristeza en los ojos de Hinata y la relación tormentosa que había entre ellos.

Y maldijo a Shion, que para colmo de males se había interpuesto entre el matrimonio en el peor momento; maldijo de paso a su hermano por caer en la trampa y maldijo a Hinata por no saber defender su matrimonio.

Hinata la miraba de reojo sin comprender. Shizune se sentó junto a ella. Lamentaba no haberse dado cuenta antes de lo sola que se sentía aquella muchacha sin tener a alguien en quien confiar.

—Dime una cosa —dijo tomándole la mano—, ¿serías capaz de confiar en mí?

—Acabo de hacerlo, nadie sabe esto más que tú. —«Y mi marido», pensó.

—Sé que perdiste a tus padres, y luego a tu madre adoptiva. Los echas de menos, ¿verdad? —Hinata asintió mirando hacia otro lado—. No puedo sustituirlos, pero trata de verme como a una hermana mayor.

—De alguna forma ya lo eres —dijo sonriendo con tristeza.

—Se que no debo meterme en los asuntos de un matrimonio, y que Dios me perdone, pero voy a hacerlo. ¿Es Naruto quien no quiere...? —Hinata negó con la cabeza—. Eres tú, entonces. ¿Es por algo...?

—Me pasó una cosa terrible al morir mi madre adoptiva.

—¿Eres capaz de contármelo? —Temía remover antiguas heridas.

—Su hermano intentó forzarme varias veces. —Shizune se llevó la mano a la boca horrorizada—. Pero no lo consiguió, yo me resistí. Desde entonces, tengo terror a... «eso».

—¿Naruto ha sido desagradable contigo?

—La primera vez fue brusco y yo me asusté. Me recordó lo que ese hombre había intentado. Desde entonces, me odia.

—Hinata, eso no es odio. —Shizune sonrió sorprendida por la candidez de su cuñada—. Es que se siente herido en su amor propio.

—Acabo de comprender que mi rechazo le ha dolido más que cualquier cosa —admitió apenada—, pero ya no tiene solución.

—Te voy a hacer una pregunta muy personal —le advirtió Shizune—. ¿Ustedes duermen en la misma cama? —Hinata asintió—. Todas las noches en la misma cama. ¿Y no...?

Shizune abrió mucho los ojos. Aquello era sin duda una tortura para un hombre y un sufrimiento para Hinata. Tomó aire e irguiendo la espalda, se dispuso a acabar con sus problemas de alcoba. No había vuelta atrás.

—Hinata, yo he tenido cinco hijos y sé de qué hablo. Te aseguro que no tienes nada que temer. —Antes de seguir, respiró hondo—. Lo que te voy a decir no volverá a salir de mi boca, así que escúchalo bien: Hinata, ¡tú no sabes lo que te estás perdiendo!

Hinata se quedó mirándola sin pestañear y, tímidamente, en su boca se fue dibujando una sonrisa. En realidad, no lo sabía; no tenía la menor idea de lo que se estaba perdiendo.

—Ya verás como dentro de unos años nos reiremos al recordar todo esto —aseguró Shizune.

—No sé si debo... —dudó Hinata un poco avergonzada—. ¿Te resultó agradable la primera vez?

—¿Agradable? ¡Más que eso! —Shizune desvió la mirada.

—¿Él fue tierno?

—Fue todo —respondió con cara de satisfacción—. ¿Quieres saber algo que no sabe nadie? Nosotros no esperamos al día de la boda. Ocurrió la noche antes de casarnos. Iruka no quería que nuestra primera vez lo hiciésemos en una cama. Deseaba que fuera inolvidable para los dos, y esa noche me escapé por la ventana.

Hinata la escuchaba con auténtica sorpresa. No era esa la imagen que se había forjado de los Umino, a sus ojos modelo de matrimonio y padres perfectos. Shizune la miró y supo que no podía dejar el relato a medias.

—Fue en los pastos del Oeste —continuó en tono de confidencia—, sobre la hierba. Aún me parece que estoy viendo nuestros cuerpos desnudos iluminados por la luz de la luna... Creí que iba a morir de amor. —Su mirada era soñadora—. Al principio, fue todo muy tierno y, luego, se convirtió en algo... salvaje. Aquella noche la recordaré siempre como la más apasionante de mi vida. Al día siguiente, en la boda, todos nos decían que nuestros rostros estaban radiantes de felicidad.

Hinata no salía de su asombro. Durante toda su vida adulta, le habían inculcado que todo lo que no se ajustaba a las normas sociales era algo vergonzoso. La obligaron a ocultar que durante años vivió al margen de la sociedad; incluso en Konohan Creek había tenido que escuchar el temido insulto. Y, por primera vez, escuchaba de boca de su cuñada que algo «salvaje» podía ser bello e inolvidable.

Lamentó haber juzgado erróneamente a Naruto y se reprochó por no haber sido capaz de ganarse su confianza. Ambos eran introvertidos y la culpa era de los dos. Si ella no le abría su corazón, ¿Cómo podía esperar que él le abriese el suyo?

Las cosas tenían que cambiar. Si alguna vez pensó que podía vivir sin amor, estaba equivocada. No, no iba a renunciar a ello. Estaba casada con el hombre que quería y, para conquistar su corazón, haría cuanto estuviese en su mano. Aunque se dejase la piel en el intento, le demostraría a Naruto que el amor era algo real y maravilloso.

Para empezar, conseguiría mostrarse ante él tan seductora y deseable que no sería capaz de reconocerla. Ya estaba bien de ropa discreta. Pensaba volverlo loco de deseo, aunque no sabía muy bien cómo. Miró a Shizune de reojo; si, ella podría ser de gran ayuda.

—Shizune, necesito que me hagas un favor —pidió pensativa—. La próxima vez que vayas a Kiowa, quiero que me compres la tela más bonita que encuentres. Tiene que ser espectacular porque pienso hacer el vestido más elegante que hayan visto nunca en este pueblo.

—Desde luego —aseguró aplaudiendo el cambio de actitud—. Pasado mañana Iruka tiene que ir a vender unas caballerías, iré con él.

—Que sea azul.

Recordó que Konohamaru le debía un favor. Había llegado el momento de cobrárselo.

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Naruto afilaba con esmero la punta del lápiz mientras repasaba mentalmente los apuntes contables que acababa de anotar. Ojeó los pastos a través de la ventana de la cocina. Pronto tendrían encima la cosecha del heno, en tres semanas a lo sumo. Debía pensar cómo distribuir las tareas entre todos los peones, incluso Biwako y Hinata tendrían que arrimar el hombro.

Ahora era el mejor momento para darle el libro que encargó. Más adelante, la cosecha y el ganado los mantendrían tan ocupados que no dispondría de tiempo libre para leer. Aunque en los últimos días, su relación era tan tirante que tal vez acabara lanzándoselo a la cabeza.

Tan absorto se encontraba, que no reparó en que no estaba solo. Limpió con cuidado las rayas de grafito del filo del cuchillo y, al volverse, se la encontró mirándolo con cara de sorpresa.

—Usas lentes —comentó desconcertada.

Naruto maldijo por lo bajo y con una velocidad asombrosa se quitó los lentes y los guardó en el bolsillo de la camisa.

—¿No te han enseñado a llamar a la puerta? —preguntó entre dientes.

—Pero si está abierta —protestó—. Nunca te había visto con ellos.

—Solo los necesito para leer —sentenció muy erguido—. Y ni una palabra más.

—He entrado porque necesito algo de sosa. —Se excusó mientras removía en la alacena.

Pero Naruto no llegó a oírla porque con cuatro vigorosas zancadas había vuelto a sumergirse en sus cuentas.

Hinata regresó deprisa al lavadero y se entretuvo en frotar la ropa empleando mucho más tiempo del acostumbrado. No pensaba entrar en casa hasta que él se hubiera marchado con el ganado. Lo último que quería era comenzar otra jornada con un enfrentamiento.

—Debes tener cuidado con esa mano —oyó la voz de su marido a sus espaldas.

Hinata dio un respingo. Se miró ambas manos y alzó la vista sin entender.

—La cicatriz —aclaró—. No debes exponerla a posibles heridas y no haces más que maltratarla.

—Alguien tiene que ocuparse de la colada.

—Utiliza guantes, en el barracón hay de sobra.

—¡No puedo lavar la ropa con guantes de cuero! —protestó incrédula.

La escrutó en silencio con la cabeza ladeada. Hinata entendió aquella mirada y se abstuvo de hacer ningún comentario con respecto a los lentes.

Naruto le tomó la mano y le acarició la cicatriz con el dedo índice. Ella trató de retirarla, avergonzada por tenerla tan húmeda y enrojecida, pero él se lo impidió.

—Al menos intenta ser cuidadosa. Si te lastimas en el mismo sitio no cicatrizará bien. Podrías perder movilidad en esa mano.

—Trataré de hacerlo —aseguró incómoda.

No entendía tan repentino interés.

—¿Te pagan bien en el hotel? A tus tartas me refiero.

—A treinta centavos cada una.

—Tienes que saber dirigir tu negocio. Hazte de rogar, la has acostumbrado y te necesita —le explicó sin dejar de mirarla—. Si Ayame ve que no las tiene siempre que quiere, aumentará el precio.

—Sabes mucho de negocios.

Naruto, sin soltarle la mano, recorrió con el pulgar el contorno de su boca.

—Todo funciona así —murmuró—. Las cosas, cuanto más difíciles son de conseguir, más se desean.

En ese momento, Hinata solo deseaba que inclinara la cabeza y la besase. Ahora que conocía sus besos, soñaba con ellos. Y hacía mucho que no la besaba. Naruto se llevó su mano a la boca y con los labios le acarició los nudillos. Sin añadir palabra, se alejó en dirección a los establos.

A Hinata aún le latía el corazón demasiado rápido cuando el sonido de cascos alejándose le indicó que se había quedado sola en el rancho.

Cuando acabó de tender la última camisa, alzó el rostro con los ojos cerrados y disfrutó de la caricia del sol. La tormenta había dejado a su paso un verdor renovado en los pastos. Una ráfaga de viento impregnó el aire con el inconfundible y fresco aroma a ropa limpia y la brisa agitó las sábanas. Hinata se estremeció al recibir en la cara y los antebrazos las minúsculas gotitas de agua. ¡Dios! No había sitio mejor en el mundo que los extensos prados de Colorado.

Biwako no tardaría en llegar. Recordó que le había comentado su intención de visitar a Temari a primera hora. También ella pasaría después de comer, le haría compañía y charlarían un rato. La esposa de Shikamaru, con su carácter risueño y vital, siempre conseguía levantarle el ánimo.

Secándose con el delantal, entró en la cocina. Contempló sus manos con fastidio, se veían ajadas y rugosas. Tal vez Temari, o quizá Shizune, supieran de algún remedio casero capaz de devolverles un aspecto algo más presentable.

Fue al levantar la vista cuando reparó en el paquete sobre la mesa. Con curiosidad, deslizó el envoltorio y se quedó anonadada. ¡Un regalo!

¡Cielo Santo! La vida de una mujer despertaba tanto interés como para escribir un libro, comprobó sorprendida al leer el título mientras acariciaba las elegantes tapas de cuero. El mundo estaba cambiando a paso de gigante.

Lo abrió por la primera página con cuidado.

—Aquel día no hubo manera de dar un paseo... —leyó en voz baja.

Estampado en las guardas, observó el sello de una librería de Denver. Su esposo se había tomado la molestia de hacerlo traer para ella.

Al retirar el papel de envolver, sobre la mesa vio una hoja arrancada de su cuaderno de recetas. Extrañada, la leyó. Estrechó la cuartilla contra su pecho, se trataba de una nota de él. Por primera vez, se había tomado la molestia de advertirle que no regresaría a la hora de comer. Con mimo, la dobló y guardó en el bolsillo del delantal.

Y al ver el libro entendió el porqué de sus enfados cada vez que entraba sin avisar en el cuarto de las cuentas. ¡Los lentes! De eso se trataba. Por eso le daba la espalda malhumorado en cuanto la oía acercarse.

—Tonto irlandés —dijo para sí con una sonrisa.

Su corazón rebosaba ternura hacia ese gigante orgulloso. En ocasiones, le entraban ganas de zarandearlo... y luego abrazarlo muy fuerte. ¡Qué pudor tan ridículo! Si él supiera lo bien que le sentaban esos lentes. De haber tenido el valor suficiente, le habría dado cientos de besos cuando lo vio con ellos puestos.

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Al día siguiente, Hinata apuró el café del desayuno, ansiosa por volver al desván. Una vez allí, cerró la puerta, aunque sabía que Naruto andaba por los establos. Lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos para abrirla de par en par. Así podría oírlo y bajar con rapidez.

El vestido que rescató del baúl lucía en el maniquí tal como lo había dejado la noche anterior. Desde luego, no era el más bonito del mundo, pero a ella se lo pareció. Lo desabrochó y se lo colocó por encima. Los retoques habían quedado perfectos, aunque podría añadirle alguna cinta en el escote y un poco de encaje. También embellecería los puños con idénticos detalles.

El color violeta le pareció maravilloso. Admiró el tramado de finísimas rayas más oscuras que en sentido vertical y horizontal recorrían la tela, formando un estampado de grandes cuadros. El escote en pico, sin ser provocativo, era lo bastante sugerente como para atraer las miradas. Ojalá fuese así. Necesitaba sentirse atractiva y bendijo el día en que comprendió que la ropa no solo sirve para resguardarse del frío.

Pronto sería la fiesta. En el baile estrenaría el vestido nuevo de seda azul. Esperaba con inquietud ese día, pensaba darles a todos una sorpresa. Ya no volvería a quedarse sentada en el banco sin bailar. Tomó el vestido como si fuese su pareja de baile y giró con cuidado al ritmo de una música imaginaria.

Naruto, al entrar en casa, oyó pasos en el desván y se preguntó qué estaría haciendo Hinata arriba a esas horas. Subió la escalera y se quedó parado en el quicio de la puerta. Tenía ante sí una escena sublime. Su esposa se movía con soltura en un baile silencioso con la ilusión de una niña ante su primera fiesta.

En un giro, quedaron frente a frente. Ella paró de golpe y escondió el vestido avergonzada; Naruto se acercó despacio, se lo quitó de las manos y lo dejó sobre el baúl.

—Así no —dijo en voz baja.

La ciñó por la cintura y al tomar su mano empezó a girar con ella al ritmo de una lenta melodía que solo sonaba en su cabeza. El corazón de Hinata empezó a latir con violencia. Estaba un poco rígida, era la primera vez que bailaban juntos.

—Solo tienes que dejarte llevar. Yo marcaré el ritmo.

La acercó un poco más a su cuerpo y ella sintió el calor de su aliento en la sien. Se sentía incapaz de articular palabra. Un montón de sensaciones nuevas la asaltaban, una plenitud la invadía y a la vez necesitaba algo más. Lo tenía cerca, ¡tan cerca! Cada vez giraban más despacio. La asía con tanta firmeza que podía notar sus piernas pegadas a las de él. Notó su excitación y, para su sorpresa, se sintió complacida y excitada.

Naruto notó los pechos de ella pegados a su cuerpo mientras le acariciaba la espalda. Sintió su mejilla en el hombro y necesitó respirar profundamente. La separó un poco para contemplar su rostro. La escasa luz que entraba por la ventana resaltaba las tonalidades oscuras en su cabello y acentuaba el brillo de sus ojos. Bajó hasta su boca y ahogo un gemido al verla entreabierta, reclamándolo, deseosa de ser tomada.

La rozó levemente con los labios, con deleite y con maldad. Quería demorar el momento de besarla para que ella ardiese de deseo por él. Le mordisqueo el labio inferior, jugueteó con la punta de la lengua recorriendo sus labios. Notó que ella jadeaba y entreabría la boca esperando más de lo que le daba.

Él la rozaba y se retiraba, le ofrecía un poco y se lo negaba. Cuando sintió que le rodeaba el cuello con los brazos y lo atraía hacia ella, por fin tomó su boca, luchó con su lengua, la saboreó incitándola a saborearlo.

Y ella supo darle lo que él quería. Se deleitó con el tacto de sus labios duros, con su sabor. Atrapó su labio inferior entre los suyos lamiéndolo golosa. Se recreó en el cosquilleo de su piel. Sentía su pecho subir y bajar acelerado, rozando el cuerpo de él.

Naruto odiaba separarse de ella, pero de no hacerlo iba a ser incapaz de parar. Se apartó maldiciendo en silencio con los ojos cerrados y sujetó la cabeza de Hinata contra su hombro en un intento por serenarse y controlar la excitación.

—Tengo que irme —consiguió decir—, solo he subido a avisarte para que no me esperes a comer.

—Te llevaré algo más tarde.

—Ya lo hará Biwako —dijo acariciándole la mejilla.

Con los labios enrojecidos y entreabiertos estaba bellísima.

Hinata no podía creerlo. Por primera vez había ternura entre ellos. Algo mágico estaba pasando y los dos lo sabían.

—No me cuesta nada —insistió.

—Pensándolo mejor —Naruto le apartó un mechón de la frente—, me escaparé un rato. Así no comerás sola.

La tomó de la mano para bajar la escalera. Hinata le apretó con fuerza y entrelazó los dedos con los de él.

Sin girarse a mirarla, Naruto sonrió y a su vez le apretó la mano.

—Dijiste que no sabías bailar —comentó en un tono que no denotaba emoción alguna.

—He estado aprendiendo.

—¿Tú sola? No me creo que ese vestido sepa tanto de baile.

—Konohamaru me dio unas lecciones.

—¿Has estado bailando con Konohamaru? —Giró parando en seco en medio de la cocina—. Mañana tendrá que darme unas cuantas explicaciones.

Hinata se sintió orgullosa y feliz ante aquella reacción de celos.

—No hay nada que explicar, yo se lo pedí. No quería quedarme otra vez sentada viendo bailar a todo el mundo.

—¿Y por qué no me pediste a mí que te enseñara?

—Quería darte una sorpresa.

Se oyeron las risas de Biwako y los vaqueros. Hiruzen entró en la cocina y se quedó un tanto cohibido girando el sombrero entre las manos, convencido de haber llegado en un momento muy poco oportuno.

En los ojos de Naruto resplandecía la satisfacción del amor propio complacido. La atrajo por los hombros y se despidió con un beso rápido.

—Vamos —dijo a Hiruzen mientras tomaba el sombrero—. Tenemos trabajo por delante.

Por la tarde, Hinata no cabía en sí de contenta. Durante la comida había escuchado la conversación entre Naruto y Hiruzen; la deuda del vallado estaba saldada y con la venta del ganado todo serían beneficios. La llenaba de felicidad ver a su esposo tan orgulloso de sí mismo por haber triunfado ante una situación adversa. Así quería verlo siempre, orgulloso y emprendedor.

Con un suspiro se llevó la mano a los labios recordando sus besos en el desván. Abrió el costurero dispuesta a continuar con la entretenida labor de añadir rosetas caladas de encaje a aquella blusa demasiado recatada.

Cuando Naruto volvió del barracón de los arreos, se quedó contemplándola desde la puerta. No había momento en el día en que parase de trabajar y, desde hacía días, no dejaba la aguja ni a la hora de dormir.

—Te vas a lastimar los ojos si sigues con esas labores —comentó.

—Tú también dedicas mucho tiempo a tus vacas —respondió sin mirarlo.

—Mis vacas... No sientes todo esto como algo tuyo —le reprochó con un amargo deje de decepción.

—Si no creyese que este es mi hogar, me habría ido.

Levantó la vista y lo miró de frente.

—Y tienes razón —continuó con un tono suave, pero firme—. A partir de ahora me referiré a todo esto como lo que es, nuestra casa, nuestras tierras..., pero las reses son tuyas. —Él la miraba sin entender—. Porque si fuesen mías, les cogería tanto cariño que no te dejaría vender ni una y pastarían en los prados hasta que murieran de viejas.

Su tono bromista lo desarmó. Aquello era lo último que Naruto esperaba oír.

—Así no funciona este negocio —aclaró con media sonrisa.

—Por eso te lo dejo a ti —sonrió a su vez, bajando la vista a la labor de crochet—. Tú eres el ganadero y nadie mejor que tú para sacar el negocio adelante.

Naruto tomó el sombrero y la miró con curiosidad, encantado con el cambio de actitud. No solo parecía contenta, también demostraba confianza ciega en su capacidad para llevar el rancho. Eso aún le gustó más. Cuando se disponía a marcharse, la voz de Hinata lo detuvo.

—Naruto. —Él se giró hacia ella—. Es la primera vez que te veo sonreír. Me encantaría que lo hicieras más a menudo.

—Es la primera vez en muchas semanas que me llamas por mi nombre —señaló él con una mirada profunda—, y me gusta mucho cómo suena en tu boca.

Hinata exhibió una sonrisa tímida y bajó de nuevo la vista. Su presencia imponente a contraluz le provocaba un cosquilleo en el estómago.

—Otra cosa —añadió, girando talones—. También me gusta verte sonreír, pero aún me gusta más cuando sonríes para mí.

Tras decir aquello salió de la casa. Hinata lo oyó montar y alejarse al galope. Repitió para sí una a una sus últimas palabras y no pudo evitar que un suspiro escapara de sus labios.

Poco después lo oyó galopar de regreso. Cuando alzó la vista, lo encontró recostado en el quicio de la puerta.

—¿Qué te parece si dejas eso y vienes conmigo a ver «mis vacas»? —recalcó las dos últimas palabras con ironía.

—¿Me das un minuto? —preguntó ilusionada mientras corría hacia el dormitorio.

Naruto bajó los escalones del porche de un salto. Creyó que tendría que insistir y, por lo visto, estaba deseosa de acompañarlo. Se había equivocado. Hinata si consideraba aquello como algo suyo.

Ensilló un caballo para ella y con él de las riendas se acercó hasta su appaloosa. Frunció el ceño al verla salir ataviada con falda de montar y un sombrero de hombre. Si en él despertaba aquel deseo fiero, en los peones supuso que causaría el mismo efecto. Solo de pensarlo tuvo que apretar la mandíbula.

—Quedarán pocas reses, con la venta de la otra semana —comentó ella mientras montaba de un salto.

—Solo quedan unas cuantas pastando —montó chasqueando la lengua—, apenas mil.

Hinata lo miró con los ojos muy abiertos y al ver su sonrisa indolente se puso colorada.

—¡No me tomes el pelo! Aún me queda mucho por aprender.

—¿Por qué crees que paso tanto tiempo en los pastos? —le explicó girando grupa—. No son muchas, este rancho podría albergar cómodamente dos mil cabezas.

—Ese día llegará —sentenció convencida—. Y, para entonces, entenderé de vacas casi tanto como tú.

—¿Aunque sean solo «mías»?

Desafiándolo con una sonrisa, clavó talones y lo dejó atrás con un movimiento tan elegante que le aceleró el pulso.

Cuando ya llevaban un rato al galope, Naruto la adelantó para que bajase el ritmo.

—No vayas tan rápido, no tenemos prisa.

—Estoy deseando que me cuentes todo sobre el ganado —aseguró con entusiasmo.

A Naruto, por primera vez lo traicionaba su autocontrol. Al verla tan feliz no podía dejar de sonreír. A lo lejos distinguió a los vaqueros que trasladaban las manadas de un pasto a otro. Alzó el brazo y con un silbido le dio algunas indicaciones a Hiruzen.

—¿Se comunican así? —preguntó admirada al ver cómo se entendían con cuatro gestos.

—A tanta distancia no hay otra manera.

—¿Y por qué no vamos? ¿No tienes que trabajar?

—Están todos los peones y no me echarán de menos para mover el ganado. Esta tarde me dedicaré a enseñártelo todo. —Ella le miró agradecida—. Es la ventaja de ser el dueño.

Rodearon un amplio tramo de vallado. Naruto le fue explicando que las reses debían trasladarse de tanto en tanto para no agotar los pastos. Cuando le contó el enfrentamiento entre ganaderos y granjeros que obligó a vallar los ranchos, comprendió el enorme desembolso que había supuesto alambrar una propiedad tan extensa.

—Pero has salido adelante —afirmó orgullosa.

Naruto la escuchó complacido. Si, lo había conseguido.

Se acercaron a un prado donde pacían unos toros de cornamenta.

—¿Estos no los mueves? Son muy diferentes a los otros. Jamás había visto unos cuernos de este tamaño.

—Son longhorn tejanos. Los que ya conoces son hereford, una raza que crece rápido y nos hace ganar más dinero. En cambio, la calidad de la carne de los longhorn es mejor. Por eso no me deshago de ellos. Hay clientes que los prefieren.

—¿Por qué están separados?

—Vaya pregunta. Porque sería como cruzar un oso con una mofeta.

En la mente de Hinata se dibujó la imagen con tal nitidez que sorprendió a Naruto con una carcajada.

—Bueno —se explicó aguantando la risa—, no es exactamente eso. Ahora están las madres con los terneros y se ponen a la defensiva; no quiero problemas. Cuando están solo las reses grandes, a veces los trasladamos juntos.

—Ya entiendo. Oye, me gustaría ver a los terneros.

—Otro día. —Hinata se giró contrariada—. Y esa falda de montar no te la vuelvas a poner si no es solo para mí y, por supuesto, olvídate de aparecer en el pueblo con ella.

—No veo qué tiene de malo. Es cómoda —replicó alzando la barbilla—. ¿Prefieres que me ponga unos pantalones tuyos?

Naruto acercó el caballo al suyo y se inclinó sobre ella.

—¿Pantalones con ese cuerpo? Por encima de mi cadáver —murmuró en tono amenazador.

—Algunas mujeres...

—La mía no —zanjó sin dar pie a posibles alegaciones—. En cuanto a esa falda, se te ajusta como una segunda piel y la visión de tu magnífico culito botando sobre la silla la quiero en exclusiva.

—¿Por eso no vamos con los vaqueros? —preguntó secretamente halagada.

—Porque los distraerías y se les escaparía el ganado. —La miró de reojo—. Y porque lo mío es mío.

Recorrieron gran parte de los prados y Hinata admiró la enorme extensión de la propiedad. Durante todo el camino no pararon de conversar acerca de las cualidades de los pastos y de las distintas tareas que se llevaban a cabo según la estación. Ella lo avasalló con preguntas que Naruto respondía con agrado, satisfecho de verla tan interesada. Y, para qué negarlo, le encantaba su compañía.

—Montas muy bien. ¿Te enseñó tu padre?

—También he aprendido observándote a ti.

—No creo que te hiciese falta. Te mueves a caballo con mucha experiencia.

—Nunca había montado sobre esta silla, por eso me dediqué a observarte. Verte montar es algo... soberbio.

Naruto acercó de nuevo el caballo, la tomó por la nuca y la besó con firmeza. El contacto de su mano y sus labios despertó en Hinata un deseo que la hizo jadear.

No se reconocía a sí mismo, la mujer que creyó fría y distante despertaba en él una emoción capaz de derribar todas sus defensas. Recorrió su rostro con la mirada y de nuevo se apoderó de sus labios con una necesidad posesiva y urgente.

Alzó la cabeza a regañadientes, aquel no era el momento ni el lugar.

—¿Una carrera hasta casa? —la retó—. Apuesto a que llego antes que tú.

Hinata lo miró de soslayo y salió al galope. Él admiraba encandilado el rítmico sube y baja de sus nalgas; y cuando quiso darse cuenta le había tomado demasiada ventaja.

—Bruja tramposa —masculló riendo entre dientes.

Salió tras ella clavando espuela. De pronto le quemaba la necesidad por darle alcance. Y no solo en aquella carrera.

Continua