TRÉBOLES


LA TARTA


Después de cenar, Hinata llevó al porche una bandeja con tres tazas ante la sorprendida mirada de su invitado. Lo habitual en aquellas tierras era acompañar la comida con café, no tomarlo al final.

—Una vieja costumbre que aún conservo del otro lado del mar. Y, antes de que lo preguntes, aunque soy irlandés odio el té —aclaró Naruto encogiendo los hombros.

Hinata volvió provista con una botella de whisky. Hatake ofreció a Naruto, pero este rehusó.

—La última vez que la abrí fue para curar una herida —recordó Hinata.

—Maldita sea, Wicahpi, ¿usas bourbon como desinfectante? —protestó Kakashi incrédulo.

—Mi esposa es imprevisible —contestó Naruto tomándole la mano.

Hinata miró hacia la yegua de su invitado y formuló una pregunta en lengua lakota. Kakashi pudo percibir la incomodidad de Naruto.

—Español —rogó.

—Te pasaste años ordenándome lo contrario.

Hinata recordó tantas lecciones de español a escondidas de su madre.

—No está ensillada —respondió a su pregunta.

—¿A quién le importa eso? —alegó alzando la barbilla.

Kakashi, divertido ante su gesto arrogante, claudicó con un movimiento de cabeza. Hinata apoyó ambas manos en el lomo de la yegua y se aupó de un salto. Apenas rozó los flancos con las rodillas, el animal se puso a trotar. Se asió con fuerza a las crines y se inclinó para cabalgar al galope. El perro, que parecía dormitar en un escalón, alzó las orejas y salió tras ella.

Naruto la contempló embelesado en su veloz descenso de la ladera.

—Su padre insistió en que no olvidase la lengua de los blancos —explicó Kakashi—. Era un hombre muy inteligente, siempre intuyó que el fin de su pueblo estaba próximo y que su pequeña acabaría retornando con los suyos.

Naruto escuchó con atención el relato de todo lo acontecido durante aquellos años. La historia de los últimos hombres que prefirieron morir luchando contra un avance hostil que cercenó su particular modo de vida. E imaginó a Hinata. Mientras la observaba a lomos de la yegua, la vio con dos trenzas oscuras agarrada a la falda de su madre y feliz entre los brazos de un guerrero cariñoso y paciente que le enseñaba a cargar un rifle.

Ambos opinaban que la llegada del ferrocarril supuso el fin de la epopeya romántica de las grandes caravanas hacia la conquista de tierras vírgenes. Cada yarda de raíles del temido «gran caballo de hierro» constreñía el territorio de las tribus. Y no solo los nativos tuvieron que doblegarse a su avance, también fue el fin de las largas travesías de ganado y de las reses pastando en libertad.

Kakashi Hatake le habló de Little Big Horn y de la muerte de todos sus conocidos. Naruto escuchó en silencio el relato de un hombre avergonzado. Un desertor del ejército que se enamoró de la vida en las praderas y, en el peor momento, optó por la huida en lugar de enfrentarse a la muerte con valor.

—Los lakotas me llamaron «araña» por mi andar sigiloso. Y eso he hecho siempre, desaparecer sin hacer ruido —dijo con la mirada perdida.

—No te culpes por ello, solo habrías sido un cadáver más —aseguró Naruto—. Somos un par de supervivientes. El mío es un negocio con un gran futuro, pero ya nadie aspira a vivir una vida como la nuestra. La gente prefiere las ciudades y trabajar en fábricas. Tendremos que aceptarlo, Hatake, el Oeste cada vez se parece más al Este.

—Tengo que irme —anunció.

Se levantó al mismo tiempo que Hinata subía ya los escalones del porche.

—Me he alegrado mucho de verte, Kakashi —aseguró tomándole las manos—. ¿Volverás?

—¿Quién sabe? —dijo acariciándole la barbilla—. Pero para que no me olvides, tengo un regalo para ti.

Naruto y Hinata lo acompañaron hasta el abrevadero y Kakashi señaló la potrilla mustang.

—Es tuya.

—No puedo aceptarla —dijo Hinata con la sorpresa de quien nunca ha tenido una posesión.

—¡Claro que puedes! Se convertirá en una gran yegua, como su madre —dijo rebuscando en el interior de su alforja—. Esto no es un regalo. Lo he mantenido vivo durante todos estos años.

Hinata reconoció la bolsa ritual en forma de tortuga que su padre siempre llevaba al cuello. El otro corazón. Ahora sabía que aquellos latidos correspondían al tic-tac de un reloj.

—Sigue latiendo —exclamó llevándosela al oído—. ¿Él te la dio?

Se hizo un silencio triste, porque los tres sabían que Kakashi la arrancó de su cuello cuando yacía sin vida.

—Este reloj debió de pertenecer a tu padre blanco —explicó Kakashi—. Lo llevabas escondido entre las ropas cuando te encontraron. Cha Aletka nunca olvidó darle cuerda, era lo único que quedaba vivo de tu vida anterior.

—Nunca me dijo que era.

—De haberlo hecho, lo habrías avasallado a preguntas. Tuvo miedo de perderte.

Durante la despedida, y mientras contemplaban la partida de Kakashi Hatake, Naruto entendió a aquel guerrero al que no llegó a conocer. Qué poderoso sentimiento era el cariño, capaz de infundir miedo a un hombre valiente.

Miedo a sentirse odiado por su amada hija, a que se alejase de él. Dar cuerda a un reloj era una extraña manera de paliar el sentimiento de culpa. Un vano intento por mantener vivo el recuerdo de un hombre al que tal vez él mismo arrebató la vida.

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—Naruto, nunca me has dicho qué día naciste —preguntó Hinata ya en la cocina.

—El 10 de octubre.

Los dos se miraron en silencio. La fecha elegida por Naruto para escribir una nueva página en el libro de su vida y que cambió para siempre la de Hinata.

—Debiste habérmelo dicho, no te hice un regalo.

—Créeme, sí me lo hiciste —aseguró en voz baja.

—Quiero que lo tengas tú —dijo sacando el reloj de la bolsa—. Tendrás que darle cuerda todos los días.

Naruto, conmovido, destapó la esfera. «H. S. H.». Las iniciales grabadas en el interior de la tapa podrían significar miles de nombres.

—Nunca dejará de latir, puedes estar segura.

Hinata se colocó el delantal y enjuagó las tazas del café.

—¿Qué significa Wicahpi tu nombre en lakota? —preguntó observándola de brazos cruzados.

—Estrella. —Al ver su interés decidió contárselo—. Conforme fui creciendo, me iba dando cuenta de que yo no era como ellos. Mi padre me explicó que yo era diferente porque tenía la suerte de tener esta estrella en la mano, ¿ves?

Al separar los dedos, la quemadura que se extendía por ellos hasta la mitad se abrió adoptando la apariencia de una estrella mal dibujada. Naruto le tomó la mano y recorrió su contorno con el dedo índice.

—Por eso nunca me he avergonzado de esta mano —continuó—. Él decía que yo era una estrella que había llegado del Cielo para dar luz a sus vidas y por eso mis ojos irradiaban luz como las estrellas. Ellos nunca pudieron tener hijos.

—Y cuando llegaste aquí, hubo alguien que te mostró la cara amarga de tener esta cicatriz. —Recordó la crueldad de Shion—. Piensa que solo ha habido una persona en el mundo capaz de hacerte sentir mal por ello.

—No me sentí mal. Me dolió que dijese que a ti te repugnaba.

—Eso no es cierto, ya te lo dije una vez. A nadie le repugna. ¡Qué tontería! —Le besó la palma de la mano—. Tu padre debió de quererte mucho para explicarte de esa manera el hecho de ser distinta.

Hinata se desató el delantal. A Naruto le inquietó verla tan callada. La visita de Kakashi Hatake, unida al recuerdo de sus padres, la habían sumido en una melancolía que ya creía superada. Y le inquietó pensar que tal vez jamás encontraría una vida plena a su lado.

—¿Echas de menos aquella vida? Ya sabes que no nos sobra el dinero, pero quiero que seas feliz aquí.

—¿Qué tiene que ver el dinero? —espetó dedicándole una mirada furibunda—. No quiero que hables así.

Naruto reconoció que, en ocasiones, más le valía mantener la boca cerrada. Se acercó y la abrazó por detrás, pero ella se mantuvo rígida.

—Y tú me asustas cuando te pones tan seria.

Con la nariz le acarició la suave piel de detrás de la oreja y Hinata se relajó de inmediato recostándose en su pecho. Él la ciñó más fuerte agradeciendo el cambio de actitud.

—Pues yo no muerdo —bromeó.

—Qué lástima —susurró él en un tono cargado de sensualidad.

La sensación de su aliento en el lóbulo de la oreja y la poderosa solidez de su cuerpo ceñido al suyo le imprimieron el valor necesario para confesarle su más oculto deseo.

—Hay algo que echo de menos de mi vida en las praderas. Es algo que me encantaba de niña, no sé si debo decirlo. Olvídalo, no es apropiado.

—De eso nada —rio entre dientes junto a su pelo—, ahora no me vas a dejar con la intriga. ¿No es apropiado decirlo o hacerlo?

—Creo que no es apropiado hablar de ello. Anko diría que es propio de salvajes —sentenció con un tono que denotaba años de censura.

La giró de modo que quedaron cara a cara.

—Olvida a Anko.

Hinata trató de retirarse en un intento de concluir la conversación, pero Naruto la ceñía por la cintura sin intención de dejarla marchar.

—¿Qué es eso que se puede hacer, pero que es inapropiado decir?

—No tiene importancia —alegó con visible incomodidad.

—¿Es algo que harías delante de la gente?

—¡No!

—Entonces lo harías sola...

—Me gustaría hacerlo contigo —insinuó.

—¿Conmigo sería apropiado?

La proximidad de sus cuerpos y el juego de acertijos se habían convertido en un delicioso estímulo.

—No lo sé. Pero no me importaría hacerlo, aunque luego pienses...

—Lo que piense deja que lo decida yo. Veamos, es algo que siendo niña hacías en las praderas, pero que aquí no te permites nunca y te gustaría compartir conmigo. Basta ya de timidez. Quiero saberlo.

—Me gustaría bañarme desnuda —confesó en voz baja, mirándole a los ojos—, en el río.

Hinata advirtió que él se tensaba. Luchando consigo mismo por no cargarla en brazos y llevarla al río en plena noche, se inclinó sobre su boca.

De pronto, los sobresaltaron unos golpes. Naruto maldijo en voz baja y, apartándose sin ganas, se dispuso a abrir la puerta resuelto a estrangular con una sola mano a aquel visitante tan oportuno.

—Se puede saber... —dijo abriendo la puerta de golpe—. ¡Iwabee! ¿Ha pasado algo?

Su expresión cambió al ver a su sobrino estrujando el sombrero con cara de espanto.

—No, en casa nada. Quiero decir, si ha pasado, pero no... Mis padres se han marchado con Eren al pueblo, pero no es eso.

Hinata corrió a la puerta y lo hizo pasar. Naruto, crispado por la preocupación, trató de serenarse para no poner al chico más nervioso.

—Con calma, explícanos qué ha pasado —le pidió Hinata en tono pausado.

—Durante la cena, Eren no paraba de llorar. Tenía un poco de fiebre y mi padre ha decidido que, en lugar de ir a buscar al doctor Aburame, acabaría antes llevándolo a su casa. Mamá insistía en que no era nada, pero mi padre se preocupa enseguida.

—¿Y por eso has venido? ¿Crees que es algo grave? —preguntó Naruto cada vez más preocupado.

—No creo, algo propio de niños será.

—Entonces..., ¿Qué ha pasado para que vengas con esa cara? —inquirió con impaciencia.

Hinata tomó del brazo a su esposo y con una mirada le rogó tranquilidad. De lo contrario, no iban a conseguir que Iwabee terminase de contarles qué lo había llevado hasta allí a una hora tan intempestiva.

—Estábamos las chicas, Konohamaru y yo cuando ha llegado Shikamaru completamente blanco. Temari se ha puesto de parto y están en su casa ellos dos solos. Quería que buscase al doctor o a la señora Bates, la mujer que asiste estos casos, pero está demasiado lejos. Por lo que me ha contado, las cosas van muy deprisa. Hinata —dijo mirándola a los ojos—, tú eres la persona que está más cerca.

—¿Y Konohamaru? —preguntó Naruto.

—Ha salido al galope en busca del doctor, y he decidido venir yo porque no quería que Azami cabalgara sola de noche. Ella se ha quedado en casa con Mika.

—Has hecho bien —resolvió Hinata—. Nos vamos. Naruto, no hay tiempo para ensillar el caballo, me voy con él.

—Tengo que encargarme del que tiene una pata lacerada. En cuanto acabe, me reuniré con vosotros en casa de Shikamaru. No hay de qué preocuparse, en ocasiones las mujeres tardan mucho más de lo que parece. Hinata —preguntó tomándola del brazo—, ¿sabes lo que haces?

—Ayudé a Anko a traer muchos niños al mundo. Esta vez tendré que hacerlo sola. Me temo que no tenemos muchas opciones.

—No perdamos más tiempo —dijo Iwabee sacándola de la casa.

Cuando Naruto entró en casa de los Nara, solo se oían los gritos de Temari. Al ir a entrar en el dormitorio, se paró en seco al comprender que lo último que esta desearía sería ver al patrón de su marido presenciando el parto de su primogénito.

Descubrió a Iwabee ocupado en calentar agua en una cazuela grande. Al instante salió Hinata de la habitación. Llevaba un delantal blanco de Temari y tenía la frente perlada de sudor.

—Iwabee, en ese armario hay jabón. Lávate las manos a conciencia y luego me lo das a mí. Vas a tener que entrar conmigo, porque Shikamaru está tan asustado que creo que va a desmayarse en cuanto vea algo de sangre. Ahí dentro ya tengo toallas y un par de sábanas.

—¡Pero yo no puedo! ¡Oh, por favor, no me hagas esto! ¡Yo no he visto nunca a una mujer en... estas circunstancias! Si entro, no podré mirarla nunca más a la cara —se quejó horrorizado.

Hinata se acercó a él y lo agarró por la pechera de la camisa, dejándolo pasmado con su arranque de carácter.

—Escúchame —masculló entre dientes a una pulgada de su cara—, ¿no quieres ser médico? Pues esta va a ser tu primera práctica. No me vas a dejar sola ahí dentro. Estamos juntos en esto, ¿entendido?

El chico tan solo acertó a murmurar un ininteligible «sí, señora». Con cara de susto tomó el jabón y se frotó las manos con energía.

Naruto, todavía asombrado, decidió averiguar si todo iba bien con el tono más suave que encontró.

—Hinata, ¿hay algún problema?

—No creo, va muy rápido, eso es todo. Y Shikamaru me pone nerviosa porque parece que esté presenciando una agonía. En cuanto entremos Iwabee y yo, le diré que salga aquí contigo. Tú vigila el agua y, de paso, vigílalo a él.

—Pero Iwabee solo tiene diecisiete años —alegó—, y a Temari no creo que le apetezca verlo ahí dentro. ¿No será mejor que te ayude yo?

—De ningún modo —se negó ante semejante idea—. A ojos de Temari, tú eres un hombre y Iwabee, solo un chiquillo.

—Entiendo —cedió—. Pero si el parto se complica, no dudes en llamarme. Me trae sin cuidado el pudor que pueda sentir Temari, lo importante es sacar adelante a ese niño.

—Tranquilo, de momento sigue su curso y el chico no va a ver nada. Se limitará a sentarse a su lado, darle la mano y secarle el sudor. Lo que tendría que estar haciendo su marido. Pero a él no lo quiero en la habitación. No tengo ganas de tener que atenderlo si se desmaya —lo tranquilizó mientras se secaba las manos—. Necesito un cuchillo que corte muy bien, lo desinfectas con lo que encuentres. Ah, y consígueme también un carrete de hilo.

—Temari tiene mucha suerte de que estés aquí —dijo besándola en la mejilla—. Vamos, no la hagas esperar más.

Hinata respiró hondo y entró en el dormitorio seguida de Iwabee, que en su vida había estado más cohibido. Al entrar, cerró la puerta tras ellos. Al momento, salió Shikamaru con cara de funeral y se puso a pasear arriba y abajo. Naruto se acercó a él, le dio un par de palmadas en la espalda y fue a controlar el agua.

Una vez comprobó que hervía, la apartó del fuego. En el silencio, solo se oía un tintineo de espuelas. Buscó un cuchillo en la cocina y lo desinfectó con algo de whisky. Shikamaru le entregó un carrete de hilo que sacó de un costurero. Y sin poder hacer otra cosa, se sentó a esperar en un sillón junto a la chimenea.

—¿Y este sillón? —preguntó tratando de distraer a Shikamaru.

—Era del padre de Temari —contestó lacónico.

De pronto, Iwabee salió pidiendo el cuchillo y el hilo, haciendo que Naruto saltase del asiento.

—¡Pero vuelve rápido! —gritó Hinata desde la habitación, haciendo que el chico se estremeciese encogiendo los hombros.

Como un rayo, tomó ambas cosas y regresó a toda prisa. Dentro se oyó un grito más fuerte que los anteriores junto a las voces de Hinata y Iwabee. De pronto hubo unos segundos de tenso silencio y un llanto inconfundible.

Naruto cerró los ojos. Aquellos lloros sonaban a música celestial. Se incorporó y fue a estrechar la mano al feliz padre, que tenía el aspecto de ir a desplomarse en cualquier momento. Instantes después, salió Iwabee con una sonrisa de oreja a oreja buscando el agua para asear al bebé y a la madre. Mientras templaba el agua hervida con un poco de agua fría, se le veía tan orgulloso como si el mérito fuese todo suyo.

Minutos después salió Hinata con un pequeño bulto en los brazos envuelto en una mantita de franela. Se dirigió hacia Shikamaru y destapó la carita del bebé.

—Es un niño.

Shikamaru le acarició la mejilla sin atreverse a rozarlo apenas.

—Shikadai Nara. —murmuró enternecido.

La tensión de Hinata se evaporó al ver tanta ternura en sus ojos. Se plantó frente a Naruto y con decisión le colocó al niño en los brazos.

—Vamos —rogó—. Tu esposa te espera.

Shikamaru asintió con cara de susto y se apresuró hacia el dormitorio. Hinata entró tras él, lo vio abrazarse a ella y, perpleja, comprobó que era Temari la que lo consolaba a él con dulces palabras.

Naruto se había quedado paralizado en medio de la cocina con aquel diminuto ser en brazos. Había cogido a todos sus sobrinos en numerosas ocasiones, pero era la primera vez en su vida que sostenía a un recién nacido.

Con lentitud, como si temiera que se le fuese a caer al suelo, se dirigió hacia el sillón y se sentó muy despacio. Destapó un poco la manta, el niño estaba arrugado, tenía la cabeza cubierta por una pelusa oscura y abría la boquita como si quisiera bostezar.

Iwabee iba de un lado a otro de la cocina sin parar de hablar de lo emocionante que había sido ver nacer a un ser humano. Pero Naruto no lo escuchaba. Estaba aturdido por una emoción nueva para él; sin saber por qué, tenía un regusto salado en el paladar y un nudo le constreñía la garganta.

Instantes después, salió Hinata con un fardo de ropa blanca, que colocó en un rincón dentro del balde que había utilizado. Se quito el delantal, se secó el sudor de la frente con el antebrazo, y apoyando ambas manos en el fregadero respiró aliviada.

Naruto no podía apartar la vista de ella. Deseó abrazarla y felicitarla por la valentía que había demostrado, pero no le salían las palabras.

Ella llenó un vaso con una jarra de agua y se lo bebió de un trago. Ya repuesta, se acercó a Naruto y sonriente le tomó al niño. Cuando se daba la vuelta para llevar al pequeño junto a su madre, Naruto tiró de su cintura con ambas manos y la sentó en su regazo.

Hinata se quedó mirándolo con el niño en brazos. Los ojos de Naruto brillaban con una intensidad como nunca había visto. La reclinó sobre su hombro y acercó su rostro al de ella.

—Quiero hacerte un bebé como este —susurró.

A Hinata empezó a latirle el corazón más deprisa que nunca y sintió que se sumergía en la profundidad de aquella mirada color azul. Contempló un momento al bebé y de nuevo levantó la vista hacia Naruto.

—Como este no. —Sonrió con aquellos hoyuelos que lo fascinaban—. Lo quiero con el pelo rubio y los ojos como los tuyos.

Naruto creyó que en el pecho le estallaban fuegos artificiales, se acercó a su boca y la besó con ternura. Poco a poco, se separó de ella y Hinata se levantó todavía aturdida con el pulso acelerado en la garganta. Sin mirar atrás, se alejó con paso decidido dispuesta a entregar al pequeño a sus felices padres.

Iwabee había salido de la casa, más por no presenciar el arrebato amoroso de sus tíos que para tomar aire. A lo lejos, vio que se aproximaba un carro. Tal como se fue acercando pudo distinguir a dos hombres: reconoció a su padre, que llevaba las riendas junto al doctor Aburame, que le acompañaba en el pescante. En cuanto frenó, de la parte trasera vio saltar a su madre y correr hacia la casa alzándose las faldas.

—¿Cómo se encuentra Temari? ¿Está Hinata con ella?

—Llegan tarde —afirmó satisfecho—. Tía Hinata y yo hemos hecho todo el trabajo. El niño ya ha nacido y ha sido extraordinario, no lo olvidaré en la vida.

—¿Tú has presenciado el parto? ¿Quién ha tenido semejante ocurrencia? —preguntó escandalizada, dejando paso al doctor que, apresurado, se adentró en la casa.

—No lo vas a creer —afirmó entusiasmado—. Cuando el bebé ha nacido, Hinata me lo ha entregado para que lo sostuviera mientras cortaba el cordón. ¡Ha sido increíble!

—¡Un muchacho haciendo de comadrona! Si me lo cuentan no me lo creo —rezongó.

Cuando entró en la cocina, Hinata le explicó antes de que preguntase.

—Cuando llegamos aquí, la cabeza ya casi asomaba. No nos ha dado tiempo ni a pensar. ¿Cómo está Eren?

—Bien, al final ha resultado que no era nada, le están despuntando los colmillos. Lo he dejado en casa, al cuidado de Konohamaru y las chicas. Solo hemos parado un minuto antes de venir corriendo a echar una mano. Pero ya veo que tú solita te has encargado de todo.

—Ya había asistido a algunos partos, pero esta ha sido su primera vez a solas. Ha demostrado una entereza increíble —añadió Naruto rodeándola por los hombros.

—Ya puedes estar orgulloso de ella.

—Lo estoy —aseguró con sus ojos fijos en los de Hinata. Sus palabras y su mirada fueron para ella el mejor de los cumplidos. Detuvo la vista en sus labios. Si en ese momento hubiesen estado a solas se habría lanzado a su cuello y lo habría besado hasta robarle el aliento.

La voz del doctor Aburame la devolvió a la realidad.

—Yo ya no puedo hacer nada aquí —anunció tomando su maletín—. El niño ha nacido sano y la madre se encuentra en perfecto estado. Hinata, has hecho un excelente trabajo. En fin, los dejo. Voy a ver si Iwabee me acerca a casa.

—Doctor, gracias por todo. Ha sido un detalle que haya venido hasta aquí a estas horas —le agradeció Naruto.

—Al saber que la señora Bates aún tenía que vestirse, he decidido acercarme yo. Y no hay por qué dar las gracias. Pero si insistes —rectificó guiñando un ojo a Hinata—, tu esposa sabe cómo agradecérmelo.

Naruto no entendió a qué clase de agradecimiento se refería.

—Le gustan los dulces —le dijo Hinata al oído.

—Así que tienes un admirador. Muy astuto el doctor Aburame —comentó sonriendo mientras el hombre subía al carro.

—Voy a ver si Temari necesita algo y a conocer a ese bebé —anunció Shizune.

—¡Es tan pequeño! —comentó Naruto.

—¿Qué esperabas? ¿Qué saliera andando de la habitación? —preguntó Iwabee con suficiencia.

El pescozón de su tío le llegó al mismo tiempo que la reprimenda de su madre.

—Sigue por ese camino, aprendiz de matasanos, y tu padre te tendrá limpiando establos tanto tiempo que acabarás adorando el olor a boñiga —advirtió Shizune con media sonrisa amenazante.

—Voy a llevar al doctor —dijo entre dientes frotándose la nuca.

—El chico ha sido de gran ayuda dando ánimos a Temari —aseguró Hinata.

—Sería un médico excelente —comentó Iruka orgulloso.

—Una mujer de parto no es una enferma, no se necesita un médico para eso —atajó su esposa zanjando el asunto de la medicina.

—Nosotros nos vamos a casa —dijo Naruto—, ya hemos tenido bastantes emociones por esta noche.

—Shizune, yo me acercaré mañana por la mañana para ver cómo se encuentra Temari —comentó Hinata.

—No te preocupes, ahora mismo voy a entrar a ver si necesitan algo y, antes de irme, pondré la ropa en remojo.

Naruto tomó a Hinata del brazo. En cuanto se despidieron de Shizune y de Iruka, salió con ella de la casa y se dirigieron a la puerta del establo, donde permanecía atado el caballo. Naruto montó de un salto y ayudó a Hinata a subir.

—Ahora monta de lado y descansa un poco —dijo sentándola sobre sus piernas.

Ella se lo agradeció porque fue entonces cuando empezó a acusar el cansancio. Se acomodó abrazando su cintura y apoyó la cabeza en su hombro.

—¡Qué ganas tengo de llegar a casa para poder descansar! —suspiró cerrando los ojos.

—¿Crees que llegarás despierta? —preguntó girando grupa.

Hinata no contestó, se encontraba tan cómoda que habría podido dormir durante horas en esa postura; pese a todo, se obligó a permanecer despierta durante el breve trayecto.

Naruto no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido durante el día. Estaba orgulloso de ella. Acababa de demostrar un coraje digno de la clase de persona que era: valiente y decidida.

Justo el tipo de mujer que admiraba y que siempre quiso tener a su lado. Y ya no se contentaba con hacerla suya, quería que ella no pudiese vivir sin él, que dependiese de él en cuerpo y alma. Esa noche habían dado el paso más importante en su relación. Los niños que ambos deseaban eran la promesa de un futuro juntos.

Cuando llegaron al rancho la movió con delicadeza.

—¿Te has quedado dormida?

—No, pensaba en todas las cosas que han sucedido hoy.

—Yo también venía pensando en lo mismo —añadió ayudándola a bajar.

Desmontó y tomó las riendas. Hinata lo miraba sin decidirse a entrar en la casa; él giró la cabeza y al ver que no se movía, dejó el caballo y se acercó a ella.

—¿No entras? —preguntó Naruto jugando con un mechón de su pelo.

—Pensaba esperarte —dijo sin dejar de mirarlo.

—Lo de tener un niño lo he dicho muy en serio —le recordó en roscando el mechón en su dedo.

—Yo también.

Naruto la tomó por la cintura consciente de lo que aquello significaba.

—Mañana es el baile —dijo atrayéndola un poco más—. ¿Qué vestido te vas a poner?

—Uno nuevo.

—Quiero verlo ahora. Quiero que en cuanto entremos te lo pongas para mí —sugirió sensual— y luego te lo quites también para mí.

—No puedo, está en casa de Shizune —dijo con un brillo especial en la mirada.

—Si no puedes darme ese gusto, tendrás que pensar en algo para compensarme —le susurró al oído.

La soltó con lentitud y con la cabeza señaló la casa. Hinata le regaló media sonrisa seductora y, tras ascender a toda prisa los escalones del porche, desapareció tras la puerta.

Él se quedó dónde estaba. Le llegó un resplandor a través de la ventana que se hizo más tenue conforme Hinata se adentraba por el corredor.

En cuanto acabó en los establos, ya en el porche empezó a sacar se el cinturón y la camisa. Sin sentarse siquiera, se quitó las botas a trompicones por la cocina. Descalzo y medio desnudo se quedó parado en la puerta del dormitorio.

Hinata dormía acurrucada como un ovillo. Con aquel camisón que mostraba sus brazos desnudos y el pelo suelto sobre la almohada tenía un aspecto angelical. De puro agotamiento, no había resistido despierta.

Naruto terminó de desnudarse y se tumbó junto a ella. Con cuidado de no despertaría, la abrazó por la espalda. Tal como la tenía, dormida en sus brazos y completamente pegada a él, se sintió más dichoso que nunca. La besó en el pelo y con un profundo suspiro se resignó a pasar otra casta noche en la misma cama que su esposa. Pero en esta ocasión, le embargaba una tranquilidad especial porque tuvo la certeza de que iba a ser la última.

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Era la típica mañana, con un cielo azul muy claro en el que apenas se distinguía ni una nube. Hacía bastante calor, pero se agradecía. Los habitantes de Colorado soportaban contentos las altas temperaturas, pues para frío ya tenían suficientes meses de crudo invierno.

Así que, aquel viernes tan caluroso había doble motivo para estar contento, pues al buen tiempo había que sumarle el hecho de que, tras un año de espera, por fin había llegado la fiesta de la Fundación, el gran evento que se celebraba en honor de los primeros colonos que decidieron establecerse antes de adentrarse en la inmensidad de las Rocosas.

Hinata se había esmerado en elaborar una tarta de manzana. Entre otras actividades se iba a celebrar un concurso de postres para que un jurado decidiera cuál merecía ser considerado el ganador.

Después, se subastaban entre la concurrencia, aunque lo habitual era que cada familia pujase por el suyo. Esta vez había puesto un empeño especial. No es que pensara en el premio, pero le encantaba la idea de recibir elogios por su buena mano.

Naruto y ella cabalgaron hasta el pueblo en la misma montura por empeño de este. Al no tener que ocuparse de las riendas, Hinata pudo sujetar con firmeza la cesta. En escasas ocasiones montaba de lado sobre las piernas de su marido y el estrecho contacto de sus cuerpos suponía un enorme placer.

Ataron el caballo en un abrevadero próximo a la herrería. Allí dispondría de agua y sombra, y no necesitarían preocuparse de él durante varias horas.

—Ve tu sola. Enseguida te alcanzo —le indicó Naruto, a la vez que saludaba al sheriff con un movimiento de cabeza.

Mientras él se reunía con este y dos de sus ayudantes, Hinata rodeó la iglesia. Ante la arboleda se celebrarla el concurso de tartas y los juegos posteriores. Por la tarde, como de costumbre, habría música y baile. Observó las largas mesas dispuestas a un lado de la explanada. Habían sacado los bancos de la iglesia y algunas mujeres ya tenían reservado sitio colocando sus cestas de comida.

A la sombra de los álamos se hicieron algunos corrillos, la mayoría de hombres. Las mujeres se reunían en el centro de la explanada. Al contrario que en las ciudades, en el campo eran escasas las oportunidades para presumir y todas, jóvenes y adultas, consideraban que aquella era una de esas fiestas a las que se iba para ver y dejarse ver.

Esta vez Hinata estaba especialmente contenta. El vestido malva a cuadros que se arregló, siendo objetiva, le sentaba muy bien. La forma en que Naruto la miraba desde que salieron de casa, le daba la razón.

En el lado opuesto a las mesas, pudo comprobar que ya se había dispuesto un largo tablero desmontable, cedido por gentileza de los dueños del hotel, que ya empezaba a verse lleno de postres de apariencia deliciosa. Un montón de mujeres iban dejando sus pasteles, mientras otras tantas se dedicaban a espantar a los niños que sentían una atracción inevitable por aquella mesa. Cuando iba a acercarse a dejar la suya, Hinata fue asaltada por Mika.

—¡Tía Hinata! Ven y verás donde nos hemos colocado. Comeréis con nosotros, ¿verdad?

—Claro que sí, ¿dónde iba a comer yo mejor que con la niña más bonita de Konohan Creek?

Se inclinó un poco dejando la cesta en el suelo, la niña se colgó de su cuello y estampó un sonoro beso en su mejilla. No hubo levantado la cabeza cuando vio acercarse a Azami con Eren en brazos y enseguida adivinó sus intenciones.

—Hinata, no sabes cuánto me alegro de verte. ¡Qué vestido tan bonito! Mamá dice que has hecho una de tus tartas, pero eso puede esperar. ¿Te puedes quedar con Eren? —dijo encadenando un tema tras otro.

—Me sienta bien, ¿verdad? Dame, anda, pero no tardes, que tengo que inscribirme en el concurso. ¡Huy, pero si te han cortado el pelo! —exclamó dirigiéndose al pequeño a la vez que le besaba la cabecita. Por alguna extraña razón, sus hermanos mayores no reconocían el mismo encanto en su hermanito que apreciaba Hinata, porque en cuanto la veían venir corrían raudos a cargarla con el pequeño.

Como de costumbre, Azami, una vez se vio libre del niño, salió a toda prisa a reunirse con sus amigas para cuchichear y reír a discreción. Hinata estaba contenta porque su sobrina había reparado en el vestido y además le había gustado. Un detalle importante, porque una alabanza sincera de una chica hacia el atuendo de otra era cosa rarísima de ver.

—Mika, ¿te importa coger mi cesta? Pero con mucho cuidado.

La niña asintió con la cabeza. Poniendo todo su empeño, tomó el bulto encantada con su nueva responsabilidad y siguió a Hinata hasta el sitio que había elegido su madre para comer.

—¡Hinata, querida! Y ya veo que Azami no ha tardado en deshacerse de su hermano —comprobó con resignación—. ¿Dónde has dejado a Naruto?

—Se ha quedado ahí detrás hablando con el sheriff, enseguida vendrá. ¿E Iruka?

—Creo que ha ido al hotel por si necesitaban ayuda para traer las tazas.

—Gracias, Mika —dijo Shizune a su hija ayudándola a colocar la cesta de Hinata sobre la mesa—. Ve a jugar, cariño.

Habitualmente era el marido de Ayame, por disponer de más cantidad, el que cedía todo lo necesario para las fiestas de Konohan Creek, ya fueran platos, mesas, sillas o recipientes para la bebida. Su generosidad era agradecida por todos, pues evitaba que cada familia hubiese de trasladar menaje desde sus casas.

Al momento, vieron a Iruka seguido de otros hombres, todos ellos cargados con cajas llenas de vasos y jarras de metal, que fueron dejando a un lado. En cuanto hubo descargado, se acercó a su mujer y a su cuñada.

—¿Qué tal, encanto? —saludó a Hinata pellizcándole la mejilla.

—Vaya, creía que «encanto» era yo —bromeó Shizune.

Iruka cabeceó por la ocurrencia de su esposa y Hinata no pudo contener la risa.

—¿Shizune, te importa coger a Eren? Tengo que ir a inscribir la tarta.

—De ningún modo, ya terminará Iruka de sacar las cosas. ¡Ven aquí, amor! —exclamó tomando al niño—. Estoy segura de que quedarás entre las mejores.

Hinata sacó su tarta de la cesta y se dirigió a la mesa. Shizune la siguió con la mirada, haciéndose visera con una mano y el niño en el otro brazo.

—Creía que «amor» era yo —contraatacó Iruka.

Shizune se limitó a sonreír sin dejar de observar a su cuñada.

Conforme se fue acercando, Hinata empezó a notar un malestar en el estómago. Sabía que el Comité de Mujeres organizaba el concurso con cuyos fondos se cubrirían los gastos de material de la escuela para el nuevo curso. Pero no pudo evitar aquella desazón en cuanto vio a Shion Mōryō al frente de la mesa.

Tratando de aparentar naturalidad, esperó su turno. Wasabi y su madre la saludaron con la mano desde lejos y ella les devolvió el saludo contenta de verlas.

—Señora Namikaze, me alegro mucho de verla por aquí. —La alegría de la señora Shimura era sincera.

—Yo también me alegro. ¿Le entrego a usted la tarta que he traído?

—Desde luego, enseguida la anotamos. Miroku, querida, apunta en la lista a la señora Namikaze. ¿Qué número?

—Treinta y cinco. ¿Qué tal todo, señora Namikaze? —respondió la viuda Mōryō sin levantar la vista del papel.

Hinata no lo tomó a mal, pues en la tienda acostumbraba a departir con todo el mundo sin alzar la vista de sus cuentas.

De reojo miró a Shion que no pareció reparar en su presencia, entretenida en charlar con un par de mujeres. La mesa estaba abarrotada de postres, podría decirse que no cabía ni uno más, pero la señora Shimura hizo un hueco a la tarta de Hinata en una esquina de la mesa.

Una vez comprobó que ya estaba bien colocada, se dispuso a reunirse con su familia.

—Treinta y cinco, no lo olvidaré —se despidió con una sonrisa de cortesía.

La sobresaltó un estrépito a su espalda. Cuando se giró, no pudo reaccionar: su tarta acababa de estrellarse contra el suelo.

—¡Oh, Señor! ¡Qué lástima! —Se apresuró a intentar arreglar el desastre la señora Shimura.

—Si es que no cabe nada más. ¡Qué pena de tarta! Se habría obtenido una buena suma con ella —lamentó Shion con fingida consternación.

Hinata, con el rostro demudado, contemplaba la tarta destrozada sin moverse del sitio.

Wasabi se acercó corriendo seguida de su madre.

—Shion, no finjas porque te he visto —le reprochó indignada.

—No sé de qué hablas Wasabi Owen —respondió con un aleteo de pestañas.

—Lo he visto todo. Tú has colocado ese plato —dijo señalando uno de los postres— y, al hacerlo, has empujado la tarta de Hinata con el otro plato.

Su madre intentó frenarla del brazo para que no entrara en discusiones, pero Wasabi no estaba dispuesta a dejarlo pasar.

Hinata no se quedó a escuchar la discusión ni las disculpas y lamentaciones de las mujeres que estaban por allí. Se dirigió hacia las mesas de la comida y se sentó en un banco vacío. En ese momento, lo único que necesitaba era estar sola.

Naruto saludó a Iruka con una palmada cariñosa en el hombro y tomó a su sobrino pequeño de los brazos de su hermana.

—¿Pero qué te han hecho? —preguntó horrorizado.

El bebé lo miraba divertido. Le dio un beso en la frente y le acarició los pocos rizos que le quedaban, contemplando el aspecto que tenía. Intercambió una mirada con su cuñado. El silencio de Iruka fue más que elocuente.

—Pasó lo de siempre, que sus hermanos me sacaron de quicio y se me fue la mano con las tijeras —explicó Shizune—. Luego intenté arreglarlo y aún fue peor. Yo lo veo igual de guapo, y ya le crecerá.

Con el niño en los brazos dio un vistazo a su alrededor y su semblante cambió. Se hizo cargo de que algo había pasado. A lo lejos vio a Wasabi y su madre, la chica mantenía una acalorada discusión con Shion.

Tuvo una corazonada y buscó a Hinata con la vista. La localizó tres mesas hacia su derecha, de espaldas a todo el mundo, dolorosamente sola. Antes de ir a hablar con ella, se acercó con el niño en brazos a la mesa de las tartas.

Cuando llegó, la señora Owen intentaba poner paz reteniendo a su hija por el brazo, pero ella continuaba la discusión con terquedad ante la mirada atónita de la señora Shimura y la viuda Mōryō, que intervenían de vez en cuando.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Naruto con aquel tono tan calmado que hacía temblar a los peones.

—¡Ha sido ella! —respondió Wasabi fuera de sí—, yo la he visto: ha hecho caer al suelo la tarta de Hinata. ¡No ha sido un accidente!

Naruto tensó la mandíbula y miró a Shion con ojos acerados. Cualquier otra persona hubiese sentido escalofríos ante aquella mirada, pero ella ni se inmutó.

—Ya te hemos dicho que ha sido un resbalón fortuito. ¿No ves lo llena que está la mesa? —respondió la esposa del predicador.

—No se preocupe, señora Shimura, seguro que tiene usted razón. No tiene importancia, regrese a sus tareas —añadió Naruto sin apartar la vista de Shion.

Su intención era que las mujeres volvieran a lo suyo y dejaran de entrometerse. De ese modo, podría hablar con Wasabi y tratar de averiguar qué había ocurrido.

—Vamos, Wasabi, déjalo ya. Tampoco estás segura de lo que dices —le reprochó su madre intentando zanjar la discusión.

—Por lo menos se ha aprovechado y alguien ha dado buena cuenta de ella —añadió Shion sosteniendo la mirada de Naruto.

Este bajó la vista hacia la esquina de la mesa. Un par de perros devoraba con fruición los restos de la tarta de Hinata, dejando tan solo los trozos del plato hecho añicos.

—Shion, eres la persona más odiosa y detestable de este mundo —le espetó Wasabi furiosa.

—Y tú, Wasabi, la más entrometida. Vete con tu sucia sangre de ramera a ver en qué hombre de Konohan Creek encuentras algún parecido. Cualquiera podría ser tu padre —ordenó con desprecio.

Naruto hizo un verdadero ejercicio de contención. De haberse tratado de un hombre lo hubiese lanzado por los aires a golpes. El pequeño Eren observaba a unos y otros sin entender nada. La señora Owen tenía los ojos llenos de lágrimas y Wasabi miraba a Shion con los puños apretados temblando de rabia.

—No te atrevas a insultar a la mujer que le dio la vida a Wasabi, Shion Mōryō —amenazó la señora Owen con ira contenida—. En el cementerio tengo tres hijos enterrados que no llegaron a cumplir el mes. No me importa lo que hiciera con su vida esa pobre chica, porque gracias a ella tengo a mi hija.

—Eres mala Shion, ¡arderás en el infierno! —exclamó Wasabi con la voz temblorosa de ira.

En una fracción de segundo, Naruto decidió que lo mejor era alejar a Wasabi antes de que saltase sobre Shion. La tarta en ese momento era un mal menor. La tomó del brazo y se la llevó de allí. Su madre la siguió en un acto de cordura, antes de liarse a zarpazos con aquella deslenguada.

Una vez se encontraron fuera de la visión de esta, Naruto acarició a la señora Owen en la mejilla, que le tomó la mano cerrando los ojos en un gesto de agradecimiento. Tras consolar a la madre, tomó a Wasabi por la barbilla obligándola a mirarlo.

—Déjalo, Wasabi, ya no tiene solución. Lo mejor que puedes hacer es alejarte de ella.

—Eso pienso yo —añadió su madre—, aunque... ¡ha sido tan cruel!

—Alguien tenía que ponerla en su sitio —añadió Wasabi sin mencionar la vejación que acababa de sufrir.

—Pero eso no le va a devolver la tarta a Hinata, ¿verdad? —preguntó con cariño.

Wasabi le dedicó una sonrisa triste y tomó a su madre del brazo. Necesitaba alejarse de allí lo antes posible.

Todos en el pueblo conocían la historia de Wasabi. Dieciséis años atrás, una de las chicas del saloon quedó embarazada y casi al mes de dar a luz enfermó de unas fiebres. Tardó en morir una semana. Nadie quería saber nada del bebé de una prostituta y un saloon no era el sitio adecuado para ver crecer a una criatura.

El dueño pensó que lo mejor sería llevar a la niña a un hospicio, pero el matrimonio Owen lo impidió. Algunos no entendieron que el dueño de una pequeña destilería, persona respetable y de situación holgada, asumiera la educación de una hija del pecado.

Pero el matrimonio acogió a aquella niña como una bendición y, desde ese día, fue una hija para ellos. Nadie en Konohan Creek mencionaba el origen de Wasabi por respeto a la familia. Pero, por primera vez, alguien se había atrevido a violar ese silencio.

Por parte de Naruto, el asunto no estaba zanjado. Llamó con la mano a su sobrino Konohamaru, que tonteaba cerca de allí con un par de chicas, y cuando este se acercó le entregó a su hermano sin decir ni una palabra. El chico, un tanto extrañado, regresó con sus amigas y entonces supo lo que era ser invisible, porque toda la atención de las chicas la acaparó el pequeño Eren.

Naruto continuó su camino con la lentitud de un cazador. Cuando estuvo frente a Shion, se apoyó con ambas manos en la mesa y se dirigió a ella con mucha calma.

—Óyeme bien, nunca vuelvas a tratar a Wasabi Owen como lo has hecho porque como yo me entere, y estate segura que me enteraré, será lo último que hagas.

—A mí nadie me da órdenes —replicó en tono burlón.

—No vuelvas a hacerlo. Jamás —dijo recreándose en la pronunciación—. No puedes soportarlo, ¿verdad? Tu querido padre, el perfecto señor Mōryō...

—Cierra la boca, irlandés del demonio —murmuró mirando a un lado y a otro.

—Qué suplicio para ti y para tu madre tener que verla todos los días. —Sonrió con cinismo al ver su palidez—. ¿Crees que la gente no se da cuenta del parecido con tu padre? Ella no tiene ninguna culpa, pero ese pelo la delata. Una pena.

—Las jovencitas son tu debilidad, ¿no? —ironizó intentando sobreponerse.

—Haznos un favor a todos, desaparece de aquí. Vete lejos, muy lejos, y déjanos en paz.

—Algún día, pero mientras viva en este poblado de campesinos haré lo que me venga en gana —añadió con falsa ingenuidad—. Mira todo lo que hay por aquí, porque cuando te canses de degustar día a día el mismo postre, te arrastrarás por probar las tartas de otras casas. A todos nos pasa.

—Eres un escorpión —concluyó con su tono más agresivo.

Sin darle tiempo a replicar, le dio la espalda. Antes de que se alejase, la inoportuna señora Shimura lo agarró del brazo.

—Señor Namikaze, ¿ha visto usted qué maravilla de tartas? Seguro que está interesado en alguna.

—No lo creo —respondió tocándose el sombrero con cortesía—, la única que me interesaba acaba de echarse a perder.

Y se alejó de allí dejando a la mujer con la palabra en la boca. Aquel incidente le acababa de estropear el día. Miró hacia las mesas y allí se encontraba Hinata, tan sola como antes. Daba la impresión de no haber movido ni un músculo.

Se acercó a ella, se sentó a su lado y durante unos minutos permanecieron en silencio.

—Lo que más te apetece en este momento es marcharte de aquí, ¿me equivoco? —Ella no contestó—. No te muevas.

Naruto se dirigió a la mesa elegida por su hermana y se alegró de ver a Iwabee junto a sus padres.

—¿Y el niño? —preguntó Shizune.

—Lo tiene Konohamaru.

—Supongo que pujarás por la tarta de Hinata, no he traído nada dulce precisamente por eso.

—Pues ve pensando en otra cosa, porque te acabas de quedar sin postre. Iwabee, Ve a buscar a Wasabi y habla un rato con ella. Lo que más necesita ahora mismo es un amigo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Shizune preocupada.

—Ahora no —zanjó—. Prepara algo de comida para llevar, si no te importa.

—¿Para uno o para dos? —preguntó Shizune suspicaz.

—Para dos —casi ladró Naruto.

Odiaba las intromisiones de su hermana, que todavía se preocupaba por él como si fuera uno de sus hijos. Mientras llenaba la cesta de Hinata, la vio intercambiar una sonrisa con su esposo y aquello provocó que Naruto fusilase a su cuñado con una mirada de advertencia.

—No he abierto la boca —se escudó Iruka.

Con semblante satisfecho, Shizune acabó de colocar las provisiones. Sonriendo, entregó la cesta a su hermano. Él correspondió con un «gracias» que servía tanto para la comida como para su esforzada prudencia.

Se encaminó con paso decidido al banco donde Hinata permanecía sentada y, una vez allí, se plantó frente a ella enseñándole la cesta. Ella levantó la cabeza y lo miró de frente. Naruto vio una expresión de derrota tan profunda que le obligó a apretar los dientes.

—Vamos —dijo tomándola del brazo.

Hinata se agarró a él con dignidad.

Naruto estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviese en su mano para acabar con aquella mirada triste. Había tomado una decisión inamovible: Si su esposa no era querida en un sitio, él tampoco lo era, por tanto, estaba de más permanecer allí ni un minuto.

Shizune e Iruka los observaron, contentos en el fondo de verlos marchar.

—Cada vez más, me parece estar viendo al viejo Namikaze —comentó Iruka.

—¿Tú crees? —preguntó Shizune sin dejar de mirar a Naruto.

—Yo creo —respondió, tan cadencioso como si acabase de llegar de Texas.

Continua.