TRÉBOLES
LA CASCADA
Hinata recordaría el regreso al rancho el resto de su vida. Durante el camino, Naruto no dejó ni un segundo de acariciarla, de imprimirle suaves besos en el pelo, en los labios, en el cuello. La mantuvo aferrada a su cuerpo como si entre sus brazos portara la más preciada de las riquezas. Y Hinata, abrazada a él con los ojos cerrados, se sintió valiosa y adorada.
Pero tal como la depositó en el suelo, cayó de bruces en la realidad. Al entrar en la cocina recordó que no bastaba con el amor para sobrevivir.
—No he preparado nada para comer —comentó preocupada.
—Estará bien cualquier cosa.
—Primero tengo que cambiar las sábanas y hacer la cama —dijo con un hilo de voz.
Naruto la miró extrañado. Al verla tan azorada, comprendió. Le tomó la barbilla y sonrió al ver que se había sonrojado.
—Ocúpate tú de eso —dijo besándola en la mejilla—, yo me encargo de la comida.
Hinata corrió a la habitación, en un visto y no visto sacó las sábanas y las llevó a la parte trasera. Accionó la bomba con energía y llenó un balde a la vez que deshacía un poco de sosa. Esta vez no calentó agua, tan solo se apreciaban un par de diminutas manchitas, pero sabía que la sangre solo desaparecía con agua fría.
En cuanto terminó de hacer la cama con sábanas limpias, volvió a la cocina y terminó de colocar los platos y cubiertos. Naruto se disponía a apagar el fuego y llevaba una sartén humeante a la mesa.
—Huele bien —comentó agradecida.
—Huevos y tocino, se puede decir que no sé hacer otra cosa, pero no hemos desayunado y ahora mismo me comería cualquier amasijo que me pusieran delante.
Se sentó en la cabecera de la mesa y ella tomó asiento a su lado. Con gentileza, Naruto sirvió primero el plato de Hinata. Cuando le indicó que tenía suficiente, él frunció el ceño al ver con qué poco se conformaba y sirvió el resto de la sartén en su propio plato colmándolo hasta los bordes.
—En el pueblo he oído lo de la señora Shimura —comentó Hinata comiendo con apetito.
—Yo también. Por una parte lamento haberme ido del baile tan pronto. Me habría gustado verla, siempre tan seria... —dijo riendo entre dientes.
—¿Cómo puedes ser tan cruel? ¿No la has visto en la iglesia? Tenía una cara de sufrimiento, la pobre. No entiendo qué pudo pasar.
—Alguna chiquillada, supongo —comentó Naruto sin mucho interés.
—De todos modos, puede tener la conciencia tranquila, porque no fue más que la víctima de algún desalmado. Aunque el disgusto que le han hecho pasar no tienen perdón.
Al comprobar que ella ya había acabado su ración, Naruto acercó un poco su plato indicándole que podía seguir comiendo y Hinata se dedicó a picotear con su tenedor algunos trozos que él ya había cortado. Debido a los nervios que pasó el día anterior, apenas había comido nada y también se habían saltado el desayuno, por lo que tenía más hambre que de costumbre.
—¿Cenaste antes del baile? —preguntó a Naruto pesarosa.
—Llegué hambriento y, antes de ir, me comí lo que dejaste en la sartén.
En sus palabras, Hinata intuyó una disculpa.
—No quiero estar preocupada. A partir de ahora, me encargaré de que comas.
Le apretaba la mano como si hablara con un niño desnutrido en lugar de con un hombre cuya espalda era dos veces la suya.
—Podíamos haber ido a comer a casa de Iruka.
—Allí ya son bastantes como para añadir dos personas más —le reprochó ella.
—A Shizune no le importa, yo antes lo hacía cada vez que me venía en gana.
—Antes no estabas casado —concluyó con mucha calma.
Él se la quedó mirando un tanto extrañado por el nuevo rumbo que empezaba a tomar su vida. En efecto, ahora era un hombre casado y había una persona con él que también tenía opinión, eso ya le había quedado claro el día anterior. Le iba a costar, pero no le quedaba más remedio que ir acostumbrándose a que ya no decidiría él solo.
Hinata se afanaba en rebuscar algún pedazo de huevo. Naruto pinchó un trozo con el tenedor y se lo acercó a la boca. Ella sonrió mirando el bocado y aceptó la invitación con delicadeza. Hinata tomó un poco y le acercó el tenedor. Naruto abrió la boca y comió lo que le ofrecía mirándola a los ojos.
—¡Qué situación más tonta! Parecemos dos niños —comentó él sin dejar de mirarla.
—Sí que lo es —sonrió ella encogiéndose de hombros.
—Eres maravillosa.
Durante un lapso irreal solo existieron ellos dos. Hinata se levantó y tomándole el rostro entre las manos lo besó en los labios. Naruto la sentó en su muslo y la miró a los ojos. Su Hinata, tan sencilla y tan guerrera, había logrado traspasar su coraza con la voluntad del amor.
—Mi dulce dama de corazones —murmuró.
—Eso te convierte en mi caballero —dijo en voz baja sin dejar de acariciarle el cabello.
—Seré para ti caballero o vasallo, lo que tú quieras que sea. Hinata lo besó en la mejilla riendo en voz baja.
—¿Vasallo tú? —Sonrió con una mirada traviesa.
Naruto enderezó la espalda y Hinata vio cómo reaparecía ante ella su hombre fuerte y arrogante. Él la besó en el cuello riendo con ganas.
—Por ti, podría intentarlo. —Hinata lo sacudió por los hombros—. No disimules, pequeña hechicera. Sabes muy bien que me tienes a tus pies.
—¿Qué haría yo sin ti? —dijo rodeándolo con fuerza.
—Aburrirte mucho —sentenció con una palmada en el trasero.
Entre los dos recogieron los platos. Cuando Hinata se situó frente al fregadero, él entró en la habitación.
—Ven.
No le dio tiempo ni a accionar la bomba. Hinata entró en el dormitorio y se desesperó al verlo tumbado completamente vestido sobre la cama recién hecha.
—Al menos podías quitarte las botas —se quejó con los brazos en jarras.
—Me las quito si vienes.
—Tengo que lavar los platos.
Naruto se incorporó para descalzarse, se volvió a tumbar y palmeó su lado de la cama para que se diese prisa.
Una vez estuvo en camisa y enagua, se tumbó a su lado cobijándose en su costado. Apoyó la cabeza en su hombro y él la rodeó con el brazo.
—Algún día —comentó Naruto—, cuando venda el ganado, más de un domingo no tendrás que cocinar. Irás al hotel a que te sirvan, no a llevar tartas.
—Lo único que quiero es estar contigo todos los domingos de mi vida. Dónde, no me importa —murmuró besándolo en la mandíbula.
Él la abrazó con más fuerza por toda respuesta y Hinata al momento notó que su brazo aflojaba la presión. Se acababa de quedar dormido como un bebé.
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Shion deambulaba de un lado a otro en el saloncito de su casa ante la severa mirada de su madre.
Acababa de adquirir plena conciencia de su derrota. Naruto Namikaze, ese paleto sin futuro que durante años revoloteó a su alrededor, jamás volvería a poner sus ojos en ella. Y esa certeza convertía su odio hacia su flamante esposa en afán de venganza.
—¿Tú te has propuesto arruinar nuestra reputación?
La viuda Mōryō, sentada en el sillón, intentaba contener su disgusto, pero el temblor de su labio inferior era revelador. Su hija se volvió furiosa hacia ella.
—¡Nuestra reputación! —le gritó—. No he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme.
—No tienes respeto por nada —gimió retorciendo un pañuelito entre las manos—. Nunca en mi vida había visto a alguien comportarse en público de manera tan licenciosa. ¿Dónde se ha visto una mujer soltera sacando a bailar a un hombre? ¡Nada menos que casado! Para encima tener que soportar el bochorno de verte rechazada sin contemplaciones delante de todo el mundo.
—No seas tan remilgada —bufó—. Él se lo pierde.
—¿Remilgada? —La miró con furia—. La gente murmura a mis espaldas porque no he sido capaz de enseñarte lo que es el decoro. Me compadecen por tener que soportar un comportamiento tan vergonzoso de mi propia hija.
Shion hizo un mohín de fastidio y se paró junto a la ventana de brazos cruzados.
—Como si no fuera suficiente con el escándalo que organizaste en el concurso de tartas —continuó.
—¿También vas a creer eso? —replicó entre dientes.
—Me refiero a tu pelea con Wasabi Owen, la gente no habla de otra cosa.
—Eso le pasa por entrometida.
—¿Qué me dices de la señora Shimura? Por tu culpa está padeciendo un bochorno que no se merece. Y ni siquiera has tenido la decencia de pedirle disculpas.
—Deja de decir tonterías, me aburres —dijo mirándola de soslayo.
—No tolero que me hables en ese tono. Vas a cambiar, ¿me oyes? —gritó levantándose furiosa—. No pienso aguantar más murmuraciones. Si tu padre viviese, no permitiría semejante comportamiento.
—Seguro que se fue contento a la tumba con tal de perderte de vista.
La viuda Mōryō se puso frente a su hija y la abofeteó con dureza. Shion no derramó ni una lágrima, miró a su madre de arriba abajo y se dirigió hacia la puerta.
—No sufras —anunció con una sonrisa burlona—. Pronto dejarás de avergonzarte de tener una hija como yo.
Y sin escuchar las réplicas de su madre, le dio la espalda y salió del saloncito dando un sonoro portazo.
Con las mejillas ardiendo, bajó al trote la escalera exterior que discurría por la fachada del callejón y se dirigió al hotel. Si Deidara no estaba en el comedor, seguro que lo encontraría en su habitación.
Pensaba subir a buscarlo, le traían sin cuidado los chismorreos. El plan que Deidara llevaba fraguando durante semanas no resultaba tan descabellado. Y ahora era el momento de llevarlo a cabo. Ya estaba harta de todo, de su madre, de aquel pueblo y de su vida. ¿Para qué esperar más?
Seguro que a él le parecería una idea excelente y Denver no estaba tan lejos. En su mente se forjó la imagen de la ciudad que aún no conocía. La vio inmensa, bulliciosa y elegante, más cerca que nunca.
Al franquear el umbral del hotel sonrió convencida, Denver la estaba esperando con los brazos abiertos.
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A esas horas, en Denver soplaba una agradable brisa veraniega. Sasuke y Sakura cruzaban Capitol Hills después de dejar a los padres de ella. Él había comido con la familia en el hotel Albany y, tras acompañar al matrimonio a casa, se empeñó en enseñar a Sakura una de las obras en las que estaba trabajando.
A Kizashi Hyūga le pareció una hora demasiado temprana para salir, e invitó a Sasuke a tomar un brandy con él. Pero la pareja insistió en ir cuanto antes a ver las obras del futuro hotel Brown.
—¿Qué tal le va a tu padre con la búsqueda de su sobrina? No he querido mencionar el tema durante la comida porque noto que le duele hablar de ello —preguntó cuando llevaban ya un buen trecho recorrido.
—Mal. —Frunció los labios—. Sin noticias. A veces pienso que es una tarea imposible, pero ante él tengo que mostrarme esperanzada.
—Entiendo. No hablemos de cosas tristes. —Le acarició la mejilla.
Cuando llegaron a la altura de la calle Lincoln, Sasuke se detuvo para que Sakura pudiera contemplar el majestuoso edificio en construcción. La estructura se alzaba en la esquina de la Diecisiete con Broadway y solo alcanzaba de momento hasta la cuarta planta. Aun así, permitía adivinar que una vez finalizadas las obras, nada sería comparable en la ciudad al moderno hotel Brown Palace.
—Es imponente —aseguró impresionada.
—No es más que un esqueleto —le quitó importancia—. Pero lo será cuando esté acabado. ¿Quieres saber por qué se levantará este edificio? Al señor Brown no le dejaron entrar en el Windsor por ir vestido como un vaquero, así que decidió construirse su propio hotel. Es admirable, uno de los hombres más ricos de Colorado y tan humilde como cualquier jornalero.
—¿Por qué te lo han encargado a ti?
—Mi hermano y yo ya hemos colaborado otras veces con Frank Edbrooke, el arquitecto. Sabe que trabajamos bien y no nos cuesta entendernos.
Mientras se acercaban a la obra, Sakura lo escuchaba con interés y a Sasuke no le pasó desapercibida la admiración que despertaba en ella.
—¿Te apetece subir? —Le tendió la mano.
Sakura miró a un lado y a otro para asegurarse de no ser vistos. Le sonrió y se aferró a su mano con decisión.
Sasuke la condujo a través de lo que en el futuro sería el inmenso lobby del hotel hasta los pies de una escalera provisional.
—¿Crees que se llenará? Parece que será un edificio inmenso.
—Sí, tendrá ocho pisos.
—¿Ocho? —preguntó con los ojos muy abiertos. Sasuke asintió, encantado de verla tan interesada por la que consideraba su mejor obra.
—Se llenará, seguro. Denver no para de crecer.
—Eso es bueno para tu negocio.
—Muy bueno.
Subían la escalera con cuidado. Sasuke delante y Sakura detrás, sin soltarle la mano. A cada planta que ascendían, ella se pegaba más a la pared. Por fin alcanzaron la cuarta y salieron al exterior. Era una inmensa superficie ocupada por un bosque de recios pilares de ladrillo macizo, preparados para recibir las vigas del piso siguiente.
Sakura dio una vuelta sobre sí misma. La vista sobre la ciudad era un espectáculo asombroso.
—Estarás muy orgulloso.
—Hago mi trabajo, eso es todo —confesó encogiéndose de hombros—. Pero no lo voy a negar, cuando lo vea acabado me sentiré muy satisfecho.
Sakura lo miró embelesada. No le costaba nada entender por qué las hermanas del hospital lo recibían siempre con los brazos abiertos. Cada vez que lo veían llegar, se formaba un revuelo. Todas lo recibían sonrientes, entre maternales y alborozadas. Sin proponérselo, su sencillez unida a su enorme atractivo, hacían de él un auténtico seductor.
Sasuke, sin dejar de mirarla a los ojos, esbozó una sonrisa. La estrechó oprimiéndola contra su cuerpo y sus bocas se fundieron en una.
Ninguno de los dos olvidaría aquella tarde de domingo en la solitaria penumbra de un edificio en obras.
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A finales del mes, Hinata aprovechaba cualquier momento libre antes de que llegara el tiempo de cosecha. Cerró el libro sobre la mesa y se sacó un pañuelito del escote para secarse las lágrimas. Enfrascada en la historia de Jane, había perdido la noción del tiempo.
Ni siquiera se percató de la llegada de Naruto que, al verla con los ojos enrojecidos, corrió a acuclillarse frente a ella.
—Eh, ¿Qué está pasando aquí? —preguntó en voz baja—. ¿Qué te ocurre, cariño?
—No es nada. He estado leyendo —aclaró sorbiendo por la nariz.
—¿Qué?
Naruto parpadeó un par de veces, apretó la mandíbula y se puso en pie de golpe.
—¿Estás llorando por culpa de este libro? —protestó con él en la mano—. Voy a encender una hoguera con él.
Hinata se levantó, e intentó arrebatárselo, pero él se lo impedía sosteniéndolo en alto.
—¿Qué estás diciendo? ¡Devuélvemelo!
—De ninguna manera —aseguró esquivándola—. No vas a leer una historia que te hace sufrir.
—No son lágrimas de tristeza. Es un libro precioso, trata de una huérfana...
—¿Una huérfana? —dijo indignado—. Pero ¿en qué estaba pensando Temari? Me dijo que te encantaría. ¿Es que ha perdido el juicio?
—Y me apasiona —aseguró arrebatándoselo por fin—. No lo entiendes.
—No, no entiendo nada.
Hinata sonrió con el libro contra su pecho.
—A veces se llora de felicidad.
Dejó el libro sobre la mesa y se abrazó a su cintura.
—Como vuelva a ver una lágrima más, lo quemaré —susurró Naruto sobre sus labios.
La besó con cariño, pero se separó tan rápido que a Hinata le supo a poco. Naruto acababa de recordar la sorpresa que tenía para ella.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó con una sonrisa enigmática.
—Sabes de sobra que no lo sé.
—Pues a partir de ahora, tu cumpleaños será hoy. Ven —la apremió tirando de ella.
Lo siguió mientras salían de la casa casi a la carrera y, en cuanto estuvieron a la altura del establo, Naruto la tomó por los hombros y la puso frente al carro.
—¿Un carro nuevo? —Ella se giró sonriendo con los ojos muy abiertos.
—Feliz cumpleaños. Es tuyo.
Hinata se acercó para observarlo con detenimiento y él la siguió disfrutando de verla tan contenta. Se acomodó en el reposabrazos de hierro y esperó a que ella llegase a su altura.
—Naruto, me gusta mucho. ¡Asientos abatibles en la trasera! Te habrá costado una fortuna. —Lo miró preocupada.
—Menos de lo que crees y, además, nos hacía falta. Es un regalo para ti, pero le daremos uso en el rancho.
Hinata dio una vuelta completa. Al llegar junto a él, observó un detalle y se tapó la boca con la mano. Se acercó para poder contemplar mejor aquello, tan conmovida que no podía articular palabra. En el respaldo de madera habían claveteado con tachuelas de latón las iniciales «H. N.».
—¿Te gusta? Lo primero que pensé fue en comprar un espejo, pero esto nos hace más falta. Cuando llegue la cosecha, lo usaremos para acarrear el heno...
—Calla y ven aquí, maldita sea. —Se colgó de su cuello.
Sin darle tiempo a salir de su asombro al comprobar que aquella cautivadora boquita se atrevía a proferir maldiciones, lo atrajo hacia ella y lo besó con vehemencia. Naruto recibió aquella reacción con sorpresa y, a la vez que la estrechaba entre sus brazos, entreabrió los labios ofreciéndose por entero.
Hinata buscó su lengua y él la recibió con ganas de sentirse devorado. Disfrutaba llevando el mando entre las sábanas, pero se estremecía de placer cuando era ella la que tomaba la iniciativa de besarlo. Aquella delicia se prolongó durante largo rato y, cuando por fin se separaron, Naruto apoyó su frente en la de ella. Hinata mantuvo los ojos cerrados con la respiración todavía agitada.
—¿Esto significa gracias? —preguntó Naruto encantado.
—Significa gracias y mucho más —respondió sin separarse de él.
—Ahora tengo que desenganchar los caballos —dijo acariciándole la espalda.
Ella le dio un beso rápido en el pecho y se despidió con una sonrisa. Naruto no dejó de contemplarla mientras se alejaba con paso firme. Le fascinaba verla caminar con la espalda erguida y la gruesa trenza ondeando a un lado y a otro.
Reparó en el rítmico vaivén de sus caderas. Aquel suave contoneo se convirtió en una llamada incitante. Con los ojos entornados, pensó en ceñir aquella cintura estrecha para acercarla a él y decidió que solo faltaba una cosa para recordar aquella tarde como algo memorable. No, una no, dos cosas.
Se rascó la mandíbula. Para ser perfecto antes debería afeitarse, ya que Hinata demostraba especial entusiasmo en prodigarle caricias y mimos cuando estaba recién rasurado.
Saliendo del establo, se topó con Biwako que, cesta en mano, caminaba hacia los vallados.
—Me marcho, Hiruzen me espera ahí abajo —dijo señalando el camino con la barbilla.
—¿Qué llevas ahí? —Naruto curioseó en la cesta, pensando en algún dulce de los suyos.
—Ropa tuya para remendar, no seas fisgón —contestó con una palmada en la mano.
En presencia de los peones, Biwako guardaba las formas, pero cuando estaban a solas lo trataba con la misma familiaridad que cuando tenía ocho años.
—Trabajas demasiado, Biwako. No me gusta que te lleves trabajo a casa. Ya haces bastante por nosotros.
—No digas tonterías, me sirve para entretenerme y Hinata no puede con todo.
Aquellas palabras le provocaron cierto malestar. Aún no contaban con suficiente desahogo económico como para contratar a una persona que ayudase a Hinata. De momento, tendrían que seguir contando con la ayuda desinteresada de Biwako.
La miró de reojo y sintió una punzada en el pecho al ver cómo habían pasado los años para aquella mujer a la que quería como si fuese de su familia. Ya no podía ni montar sin ayuda y aún seguía yendo cada día al rancho, como había hecho toda su vida. Él le acarició la mejilla y ella supo qué significaba, se conocían lo suficiente para no necesitar palabras.
—¿Te gusta? —preguntó señalando el carro.
La madera recién barnizada relucía al sol y los herrajes eran mucho más exquisitos de lo habitual en un carro de transporte.
—Es magnífico, ¿es nuevo? —Él asintió—. Me alegro mucho, Naruto. —Sonrió con sinceridad al ver que le iba cada día mejor.
—Es un regalo para Hinata —confesó orgulloso.
Biwako se alegró tanto que le tomó la cabeza entre las manos y le dio un beso en la frente.
—¡Ahora sí que estoy contenta! Es una buena chica, se lo merece todo.
—La mejor —aseguró—. Pero tú también eres una buena chica.
La alzó en volandas y la besó en la mejilla. Ella lo obligó a parar, escandalizada por hacerla partícipe de aquella clase de juegos a su edad.
—¡Para ahora mismo! ¿Quieres que nos vea Hiruzen y te pegue un tiro? —bromeó.
—Está demasiado lejos para vernos —aseguró con una sonrisa maliciosa.
Hinata, mientras doblaba ropa, sonreía viendo la escena a través de la ventana. Le extrañó que Naruto rodease la casa hacia el lavadero y, cuando entró recién afeitado, ya no supo qué pensar.
Naruto entró en la habitación y cogió un par de toallas, esponja, jabón, peine. Ahora lo tenía todo. Al volver a la cocina, se acercó por detrás a Hinata y la abrazó al tiempo que le mordía el cuello; hinchó el pecho con satisfacción al comprobar cómo conseguía erizarle el vello de los antebrazos.
—¡Naruto! —fingió zafarse.
—El carro no era la única sorpresa. Vamos.
Hinata vio sobre la mesa las toallas y supuso que iban al río.
—A la cascada.
A Hinata le brillaron los ojos y él se felicitó. Cada día estaba más seguro de saber complacer sus deseos.
Ya en el claro, Naruto dejó las toallas en el suelo y la abrazó por la espalda recostando la barbilla en su pelo. Durante un par de minutos, guardó silencio para que su mujer pudiera disfrutar de la contemplación que tan feliz la hacía. Por fin se puso frente a ella y comenzó a desabrocharle la blusa.
—Hay algo que me preocupa desde hace días —confesó Naruto.
—¿Pasa algo? —preguntó Hinata con semblante preocupado.
—No. —Sonrió y ella respiró aliviada—. Me preocupa algo entre nosotros.
Hinata levantó la cabeza con brusquedad. Al notar su desasosiego, Naruto le besó el pelo con una sonrisa. Tantos años reprimiéndose y por fin había logrado liberarse de tanta atadura. La chica gris de hacía semanas era un modelo de contención, pero su mujer era transparente como el agua.
—Quiero que seas feliz a mi lado, pero no un poco feliz, tienes que serlo por entero. No me conformo con menos —le explicó peleándose con un botón.
—Y lo soy, ¿vas a explicarme de una vez qué pasa?
—Hace días me dijiste que echabas de menos algo de tu vida en las praderas. —Ella sonrió—. A mi lado no quiero que eches nada en falta.
Acababa de entender tanto misterio, pero lo empujó con ambas manos por haberla asustado. Él la atrajo de nuevo y con una sonrisa golosa le levantó la falda.
—¿Qué llevas debajo?
Forcejeó con una risita palmeándole las manos.
—¡Para! Lo que más te gusta —dijo con una mirada tan ingenua como sugerente.
A toda prisa, Naruto acabó de desabrocharle la blusa y, mientras ella se la quitaba, se agachó y le bajó la falda y las enaguas hasta los pies. Ella salió del embrollo de ropa y él le quitó las botas. Mientras le bajaba las medias, recorrió sus muslos con pequeños mordiscos que la hicieron reír y gritar.
Una vez estuvo ante él descalza y solo cubierta por el fino conjunto de culote y camisa de seda, le aferró ambas manos y le alzó los brazos para admirarla. La obligó a girar sobre sí misma; su larga trenza la seguía como una estela. Sintió una creciente erección, pero se impuso a su deseo. Aquel deleite tenía que durar.
Hinata se soltó de su mano. Sin mirar atrás, pero consciente de su atenta mirada, se dirigió al remanso. Introdujo los pies y la primera impresión fue que el agua estaba muy fría. En cuanto le llegó hasta la rodilla, se sintió mejor que nunca. Se agachó y con las manos comenzó a mojarse los brazos.
Naruto la miraba con codicia. En aquella postura, la seda permitía una visión de su trasero que le provocó deseos de morder. Le entraron ganas de acompañarla y empezó a quitarse las botas. Se acercó a ella y, de pronto, le entró un arrebato de malicia infantil. Se adentró con sigilo e impulsando un pie le lanzó agua por sorpresa.
Ella reaccionó con un grito por la impresión de notar en su espalda el agua fría y se giró con actitud vengativa. Trató de hacer lo mismo, pero como desconocía el terreno, perdió pie y cayó de espaldas al agua. Naruto al principio se asustó al no verla salir, pero de repente la vio emerger como una carpa.
No había por qué temer: nadaba como un pez. Y pudo comprobar por la expresión de su rostro que estaba mitad furiosa mitad divertida. Lo cierto es que se sintió culpable, pero ¡qué diablos!, habían subido para bañarse.
Él se desnudó ante su atenta mirada luciendo un semblante travieso.
Hinata, con una sonrisita peligrosa, levantó un dedo acusador para señalar su miembro erecto y desafiante.
—No esperes utilizar eso esta noche después de lo que acabas de hacer —sentenció.
Naruto soltó una carcajada. Se lanzó al agua y la atrapó entre sus brazos impidiéndole toda posibilidad de escapatoria.
—Este lugar tiene algo especial, hace que aflore tu faceta más desvergonzada —dijo recorriendo su cuello con pequeños mordiscos—. Prometo portarme bien lo que queda de tarde.
—Más te vale.
—Deshazte la trenza. —Ella lo miró confusa—. Con lo que pesa mojada, como gires la cabeza y me golpees con ella, me vas a dejar inconsciente.
Hinata así lo hizo. Una vez destrenzados los mechones, se sumergió en el agua y desapareció de su vista. Se quedó hechizado al verla volver; buceaba con los ojos perlas muy abiertos y la melena suelta tras ella. Bajo el agua, se desenvolvía con una soltura envidiable. Comprobó que la seda empapada dejaba entrever el color tostado de sus pezones.
Se había prometido contención, pero la atrajo hacia él y la besó con lujuria. Sin dejar su boca, empezó a desnudarla. Le costaba porque la ropa se le pegaba al cuerpo. Al ver que tardaba, Hinata trató de ayudarlo con más entusiasmo que pericia. Naruto perdió la paciencia. Salió de un salto del agua y con decisión tiró de ella.
Cuando estuvieron en tierra firme, ambos se apresuraron a librarla de aquella seda mojada y quedaron desnudos uno frente al otro. Naruto la atrajo entreabriendo los labios, pero Hinata fue más rápida. Se lanzó al remanso y desapareció bajo el agua sin darle tiempo a reaccionar. Él se rascó la nuca, por lo visto también tenía ganas de jugar.
Se lanzó al agua y buceó hasta la otra orilla disfrutando de la sensación de absoluto silencio. Salió a la superficie y se peinó hacia atrás con los dedos mientras trataba de localizarla. De pronto, irrumpió a escasas pulgadas de su torso.
—He visto un mapache —soltó como si hubiese hecho un gran descubrimiento.
—¿Y qué hacía? —preguntó sin ningún interés, con los ojos fijos en sus pechos que apenas cubría el agua.
—Lavar su comida.
—Hace muy bien —respondió sensual—, yo también estoy lavando mi comida.
La tomó por la cintura y la mantuvo en vilo. La acercó a su boca para jugar con su ombligo. Con la lengua recorrió el trayecto entre sus pechos y fue bajándola poco a poco hasta lamerle el cuello.
Hinata entrecerró los ojos porque aquella caricia, junto a la contemplación de su piel brillante y todos los músculos en tensión, la excitaron de una manera poderosa. Se colgó de sus hombros y con los labios recogió todas las gotas de agua que resbalaban por su cuello. Pero estaba disfrutando como nunca y quiso alargar aquel baño todo lo posible.
Se separó de él y salió del remanso en busca del jabón y la esponja. Cuando volvió al agua, se sentó con agilidad en el pequeño escalón de la cascada dispuesta a enjabonarse. Reparó entonces que nunca había hecho tal cosa en presencia de nadie y le entró un ridículo pudor.
—No mires —rogó.
—¿Cómo qué no? —Naruto enarcó las cejas acercándose a ella a la vez que le arrebataba la esponja y el jabón—. Déjame a mí.
Ella se dejó hacer un tanto apurada. Naruto la recorría con tanto interés como si fuese la primera vez que veía cada una de sus curvas, mientras ella se enjabonaba el pelo. Cuando estuvo lista, se sumergió moviendo la cabeza a un lado y a otro. Ya libre de jabón, regresó escurriéndose la melena.
—Mientras acabas, voy a ver si todavía está el mapache —comentó.
Naruto negó con la cabeza y, sonriendo como un felino, le tendió la esponja y el jabón.
—Ahora te toca a ti —afirmó con voz profunda.
Ella le devolvió el detalle y durante largo rato se regodeó en el tacto jabonoso de su cuerpo. Hizo resbalar su pecho contra el suyo y prolongó al máximo la experiencia más lujuriosa de su vida.
—Cuando me bañaba desnuda con los chicos... —musitó en venganza por el chapuzón.
—¿Qué chicos? —preguntó con voz peligrosa levantándole la barbilla.
—Con cinco o seis años —aclaró conteniendo la risa—. A partir de esa edad nos bañábamos las chicas solas. Y nuestras madres se apostaban a vigilar para que nadie nos viese.
Naruto se sumergió irritado consigo mismo, por la facilidad con que se dejaba consumir por los celos desde que llegó a su vida. Antes de conocerla, no recordaba haber padecido esa sensación lacerante y mucho menos la habría dejado entrever a nadie. Pero Hinata conseguía destapar sentimientos que ni él mismo sabía que escondía. Cuando intentó salir del agua, ella se lanzó a su cuello con tanto entusiasmo que le hizo perder pie.
—Eres una bruja. Me pones celoso y ahora intentas ahogarme.
—Me ha encantado la sorpresa —respondió mirándolo con cariño—. Ahora puedes estar seguro de que no echo nada de menos.
—Lo repetiremos más veces antes de que acabe el verano. Muchas —aseguró con media sonrisa.
—No podemos perder el tiempo de esta manera —desaprobó con espíritu práctico.
—Si lo prefieres, nos esperamos al invierno, a que esto esté cubierto por tres dedos de hielo —ironizó.
—Entonces, donde mejor estaremos será en casa, al lado del fuego —insinuó.
—O en la cama —apuntó acercándola más—. Te pegarás a mí para que no pase frío, ¿verdad?
—Para entonces —sonrió con timidez—, a lo mejor estaré tan gorda que no podré ni abrazarte.
—Seguirás durmiendo pegada a mí, yo os abrazaré a los dos —musitó.
Naruto la besó soñando con el momento en que pudiese admirarla albergando a un hijo suyo en su vientre. Era imposible saberlo de momento, pero tal vez tuviera razón y en invierno estuviese en camino ese pequeño tan deseado.
Salió del agua con ella en brazos. Sin parar de besarla buscó una zona de hierba mullida y la depositó con cuidado. Se tumbó junto a ella y comenzó a acariciarle los pezones con la lengua.
—Quiero ser padre antes de los treinta y solo quedan diez meses —murmuró con sensualidad—. Voy a tener que esforzarme mucho.
—Naruto, aquí no podemos. Puede subir alguien.
—No pienso esperar a la noche. ¿Para qué crees que me he afeitado?
Le acarició el cuello con su pulida barbilla y no tardó nada en convencerla.
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—¿No había en Denver un hotel peor? —preguntó Shion a través del espejo.
Deidara era capaz de hipnotizarla con los ojos. Y con la boca, reconoció evitando un suspiro. Por no hablar de sus manos. Él sí era un hombre de verdad, desvergonzado y lascivo. En un par de noches, le había quitado la venda de los ojos enseñándole la osadía de sumergirse en placeres prohibidos.
—Aquí no hacen preguntas. No podemos arriesgarnos a llamar la atención —aclaró desde la cama.
Shion acabó de peinarse dando un vistazo a su nuevo tono de cabello, las lociones que había conseguido Deidara habían hecho su trabajo, ahora, el parecido no cabía a dudas. Miro a su alrededor. Cortinas baratas, empapelado de pésimo gusto y un mobiliario ramplón. No la convencía su argumento, podían haberse alojado en cualquier sitio mejor que aquel hotelucho de la calle Market, el barrio con peor fama de Denver.
—¿No piensas llevarme a conocer la ciudad? —Se giró con los brazos en jarras.
—No, de momento. No conviene que nos vean.
—Si lo llego a saber, no me escapo contigo.
Deidara la agarró por la muñeca y de un tirón la sentó a su lado. El corazón de Shion se aceleró, la mirada de Deidara lucía un brillo peligroso que la hacía temblar.
—Escucha, pequeña, aquí las cosas se harán como yo decida. —Shion intentó zafarse—. Cuando llegue el momento, saldrás de aquí y lo primero que haremos será ir a presentarte a «tu familia». Yo me retiraré de escena y todo quedará en tus manos. Trata de ser convincente, porque tendrás que engatusarlos lo antes posible. Sé muy bien que hay un dinero esperando, así que tendrás que arreglártelas para hacerte con él.
—¿Y cuándo será eso?
—Cuando yo lo diga.
La tomó por la nuca y la besó con vehemencia. Shion gimió al sentir el excitante dolor que le producía al clavarle los dientes.
—¿Y mientras? —gimió.
—Ya pensaremos en algo —jadeó mordiéndole un pecho y luego el otro por encima de la ropa—. Hemos repasado el plan. ¿Lo tienes todo claro?
—Seré tan dulce y amable que los Hyūga se desharán en llanto al recobrar a su sobrina perdida. Cuando me haga con la fortuna de la huerfanita, aprovecharé cualquier ocasión para largarme. Tú me esperarás aquí y, en cuanto llegue, pondremos tierra de por medio.
—Hermosa y condenadamente lista —aseguró cruzando los brazos bajo la cabeza—. No me equivoqué contigo, princesa. Estás hecha a mi medida.
Shion echó la cabeza hacia atrás y se pasó la mano por el cuello hacia el escote. En la habitación hacía un calor infernal. Él la observó relamiéndose los labios, la lenguaraz mujercita de la sombrilla lo había sorprendido con aquella faceta desconocida. Ni ella misma era consciente del poder de seducción que encerraban sus gestos indolentes.
—Apaga la chimenea, por favor. ¡hace un calor del demonio!
Aquello le recordó a Deidara que aún tenían un pequeño inconveniente que solucionar. Se levantó de un salto y, ante la extrañeza de Shion, cerró la puerta con llave. Fue hasta la chimenea y mantuvo en el fuego el atizador. Al escupir sobre él, se escuchó un desagradable siseo y Shion empezó a temblar.
—¿Qué piensas hacer? —balbució tragando saliva.
—Ahora es cuando tienes que demostrarme tu valentía. —Ella se levantó e intentó girar el pomo de la puerta aterrorizada—. Vamos, sabes muy bien que sin quemadura no tenemos ninguna oportunidad.
Ella empezó a chillar con la cara desencajada. Deidara se felicitó por haber elegido aquel tugurio, porque nadie pareció reparar en el escándalo. Pero no tenía ganas de aguantar un numerito de histeria femenina.
La cogió por los hombros y, antes de que Shion pudiese reaccionar, le dio un puñetazo en plena cara. La dejó tan aturdida que tuvo que cogerla en brazos. La depositó de lado en un sillón, con la cabeza colgando de un reposabrazos. Mejor, así no vería nada.
Shion, casi desvanecida, no opuso resistencia cuando le abrió la mano izquierda. Agarró el atizador candente y cumplió con su desagradable obligación.
Un alarido desgarrador resonó en la habitación instantes antes de que Shion perdiese la consciencia.
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Shizune dejó a Eren sobre una manta en el suelo de la cocina y le acercó algunas cucharas. Por fin disfrutaba de un rato de tranquilidad para coser botones. Ya era sábado por la tarde y no deseaba dejar la tarea pendiente para la siguiente semana. Fue a por el costurero después de ver al pequeño muy entretenido examinando sus nuevos juguetes.
En menos de un segundo, volvió a la cocina, consciente del peligro que suponía Eren sin vigilancia. Antes de sentarse, aguzó el oído. Apartó la cortina de la ventana y vio aproximarse un caballo, y sobre él las faldas al viento de una mujer.
Por la trenza negra azulada y su soltura como jinete, supo que se trataba de su cuñada. Sonrió contemplando cómo disminuía el ritmo al aproximarse a la casa. Daba gusto verla, y recordó los tiempos en que ella, con veinte años menos, galopaba con la misma audacia.
Salió a la puerta a recibirla. Hinata ató al caballo en un abrevadero y sacó un paquete de la alforja.
—No te esperaba —comentó tomándola del brazo—. Pero me encanta que hayas venido, hay veces que echo de menos hablar con algún adulto que no se llame Umino.
Hinata rio y se acercó al pequeñín que, ante la novedad, alzó los bracitos reclamando su atención. Shizune evitó que lo cogiese y ella se limitó a acariciarle la cabeza con palabras cariñosas. Eren empezó a lloriquear contrariado y su madre le dio un par de jarras de metal que al instante empezó a golpear con una cuchara, encantado con el sonido que obtenía.
—Si lo coges ahora, no querrá volver a la manta —le explicó Shizune—. Y bien, ¿cómo es que has venido?
—¿Quieres que te ayude? —se ofreció Hinata al ver el costurero y el montón de ropa.
—Claro —exclamó agradecida.
—He venido a contarte una cosa —anunció solemne mientras enhebraba una aguja—. ¡Naruto me ha regalado un carro!
—¡No sabes cuánto me alegro! —dijo entusiasmada—. Eso es que van bien las cosas.
—Cada día mejor —aseguró con orgullo.
La felicidad de Hinata trajo a la mente de Shizune lo sucedido esa misma mañana.
—Hoy he vuelto a la tienda —comentó con cautela—. El caso es que todo el mundo hablaba de ello, y Miroku ha terminado por derrumbarse.
—No sé a qué te refieres —rehuyó incómoda el asunto.
—Hace casi una semana que no se veía a Shion. Al principio, su madre fue contando que estaba de viaje en casa de unos familiares. Pero no ha podido aguantar las murmuraciones y ha acabado confesando que ha escapado de casa. Al parecer, el mismo día que dejó el hotel un tal Deidara con fama de vividor.
—Si ese es su deseo, que les vaya muy bien.
—La verdad es que he sentido una pena inmensa por Miroku, estaba destrozada —aseguró apretando los labios—. A fin de cuentas, es una madre que sufre. Ha puesto en venta el almacén, piensa mudarse a San Luis con su hermana.
—Shizune, lo siento por la madre —mantuvo muy seria—, pero espero no volver a ver a Shion Mōryō en mi vida.
—No hablemos más de ello —resolvió—. ¿Cuándo piensas estrenar el carro? Porque hoy has venido a caballo.
—Así pierdo menos tiempo. —De nuevo afloró la sonrisa a su rostro—. El carro es muy lento para mí. Pero de eso venía a hablarte. Naruto ha decidido estrenar el carro con una excursión a Kiowa Crossing. El próximo domingo inauguran la nueva estación y hemos pensado llevar a los chicos con nosotros.
—¿A los míos? —preguntó ilusionada.
—¿A cuáles si no? —replicó Hinata ante la evidencia del ofrecimiento—. Me gustaría llevármelos a todos, incluso a Eren.
Cuando oyó aquello, Shizune se emocionó ante la perspectiva de un día entero sin sus hijos alrededor. De pronto, se sintió culpable por cargar al joven matrimonio con toda su prole.
—Quizá sean demasiado estorbo, me parece que vosotros solos lo pasaríais mejor —alegó con el ferviente deseo de que su cuñada mantuviera la oferta.
—Tonterías. Lo pasaremos estupendamente y a vosotros os vendrá bien algo de intimidad —comentó mirándola de reojo a la vez que remataba un botón.
—¿El próximo domingo? —Sonrió haciendo planes.
—Sí, dentro de ocho días. ¿Hace mucho que no vas a la cascada de arriba? —preguntó Hinata fingiendo desinterés.
—Ni me acuerdo de la última vez que estuve allí. Me encantaba bañarme en el remanso, ¿sabes?
—Lo imagino —contestó con el mismo tono despreocupado—. Se me ocurre que podrían aprovechar que están solos para acercarse a la cascada Iruka y tú.
—Sí que es buena idea, y podríamos comer allí. —Shizune ya se veía en la cascada.
—Hace calor, podrían bañarse —sugirió sin dejar de coser.
—¿A nuestra edad?
—Lo dices como si fueses una vieja. ¿Qué te pasa? Nadie va a subir a espiar. A lo mejor prefieres dejar la excursión para un día que estén los niños —replicó contrariada ante la indecisión de su cuñada.
La observó de reojo y supo que la imaginación de Shizune giraba a la velocidad de un tornado planificando la jornada dominical. Decidió que ese era el momento de entregarle el regalo.
—No, con los niños otro día. Desde que nació Konohamaru, no he pasado ni un día a solas con mi marido. Y ya va siendo hora —se dijo convencida.
—Te he traído un regalo, espero que te guste —dijo Hinata entregándole el paquete.
—Pero ¿por qué te has molestado? No necesito que me regales nada —comentó incómoda.
—No me supone ninguna molestia y esto no es nada para todo lo que tengo que agradecerte —añadió con cariño—. Porque el regalo no es para ti, es para los dos.
—Pues no pienso esperar a que llegue Iruka —aseguró deshaciendo el envoltorio.
Cuando descubrió el contenido, se quedó sin palabras y abriendo mucho los ojos, extendió las dos prendas sobre la mesa.
—¿Para los dos?
Se giró escandalizada hacia Hinata, que le sostuvo la mirada impasible.
—Si lo prefieres, para ti sola —respondió sin inmutarse.
—Pero esto es... la ropa interior más... impúdica y desvergonzada que he visto en mi vida.
Miró a Hinata con la mano en el pecho y de nuevo volvió los ojos a la ropa que se exhibía sobre la mesa.
—La he cosido yo. La seda la saqué de un camisón del baúl, espero que no te importe.
Shizune negó con la cabeza sin apartar los ojos de aquella ropa. No recordaba haber visto en toda su vida una labor tan delicada y lujosa, con aquella seda casi transparente y encajes finos.
Al instante, recordó el camisón de boda de su madre y mentalmente le pidió perdón por el uso que habían dado a aquella prenda. Tuvo que disimular una sonrisa convencida de que estaba perdonada porque mamá Namikaze, si las estaba viendo desde allá arriba, debía de estar pasándolo en grande.
—¿De dónde has sacado una idea tan... descocada? —preguntó sin salir de su asombro.
—La señora Owen me dio la idea, incluso me dibujó un patrón. Por lo visto, en Europa ya hace tiempo que se usa. Ella conoció estos modelos cuando estuvo en el Este.
—¿Rose? No la Rose Owen que yo conozco desde hace años, es demasiado recatada.
—No veo la falta de recato por ninguna parte —aseguró con convicción—, ¿o es que piensas enseñarla? Lo que va debajo de las enaguas no incumbe a nadie. Además, resulta muy cómoda ahora que hace calor.
—Entonces, ¿tú también...?
—Claro, yo también me hice un juego como este. No pasa nada, no lo ve nadie. —Su cuñada enarcó las cejas—. Bueno, casi nadie.
—No quiero ni pensar la cara que va a poner Iruka cuando vea esto. Aunque, pensándolo bien —sus ojos se tornaron dos rendijas— no se la pienso enseñar. Será una sorpresa para el domingo y me la verá puesta.
—Por fin lo has entendido —respiró Hinata con alivio—. Me tengo que ir.
Shizune tomó al bebé en brazos y la acompañó al patio para despedirla. Con el pie en el estribo, Hinata le recordó que avisase a los chicos de la excursión y acordaron que la familia Umino llegaría temprano al rancho de los Namikaze para salir desde allí. De este modo, ellos estarían a un paso de la cascada.
—Konohamaru tendrá que quedarse a cargo de todo, no contéis con él. E Iwabee supongo que no querrá ir, ya es casi un hombre y no creo que le apetezca.
—Como ellos prefieran. Shizune, te dejo que tengo trabajo en casa —se despidió ya a lomos del caballo.
—Hinata, estoy pensando en lo transparente que puede resultar la seda mojada —comentó recuperando la osadía de siempre.
—Te aseguro que disfrutarías más del baño sin nada de ropa.
—¿Sin nada? ¿Y tú cómo lo sabes? —Shizune no salía de su estupor.
—¡Ay, Shizune! —alegó azorada—. Utiliza tu imaginación.
—Me pregunto qué ha sido de aquella ojiperla mojigata que apareció por aquí hace dos meses —enunció su cuñada divertida.
—Se perdió por el camino —respondió con una amplia sonrisa—. Y, si la ves, dile que no vuelva porque desde que se fue soy inmensamente feliz.
Azuzó al caballo para girar grupa y clavando talones salió al galope rumbo a su casa ante la atónita mirada de Shizune, que con su hijito en brazos todavía dudaba si estaba soñando o despierta.
Continua.
