TRÉBOLES
ENGAÑO
—¡Mira! Por ahí vienen —exclamó Hinata saludándolos con la mano.
El carro de Iruka ascendía la colina con su bulliciosa familia casi al completo, a falta de Konohamaru, que cumpliendo con su obligación se había quedado a cargo del rancho. Los animales no entendían de días festivos y, pese a ser domingo, había tareas imposibles de eludir.
Iruka redujo la marcha a las puertas de la casa e hizo un giro para colocarlo junto al granero. Los muchachos bajaron en tropel y se acercaron corriendo hasta donde se encontraban sus tíos. Tras ellos, venía Shizune con el bebé apoyado en la cadera y una cesta en la mano. Iruka desenganchó los caballos y los hizo entrar en el establo. Salió y cargó un par de cubos de agua para dar de beber a las caballerías.
—Tío Naruto, ¿asistirá mucha gente a la inauguración? Seguro que habrá música —preguntó Azami entusiasmada con el viaje.
Sus hermanos continuaron preguntando a un tiempo, interrumpiéndose unos a otros sin dejar de discutir por ser el primero en saber qué iban a ver. Ninguno de ellos había estado antes en una celebración de ese tipo y durante un buen rato abrumaron a Naruto.
—No pensé que vendrías con nosotros —comentó Hinata a Iwabee.
El chico ya era demasiado mayor para excursiones con sus hermanos, y Hinata creyó que preferiría pasar el día en su rancho o en compañía de Wasabi antes que ir con ellos.
—Es preferible estar un día al cuidado de mis hermanos que recibiendo órdenes de Konohamaru. Cuando mi padre no está, se cree que es mi capataz y me trata como un tirano. Y Wasabi está insoportable —comentó con cara de enfado—. Desde que su padre ha comprado el almacén general, no piensa en otra cosa que en jugar a las tiendas.
Hinata sonrió compadeciéndose del muchacho, que parecía muy ofendido por haber pasado a un segundo plano en el interés de la chica. En realidad, algo había de cierto. La última vez que fue a la tienda, comprendió que Wasabi por fin había encontrado su vocación: tras el mostrador se la veía exultante, con una determinación y un don de gentes que sorprendía a todo el mundo.
Su padre podía estar muy contento porque atendía a la clientela de una manera tan solícita y aduladora que a buen seguro el negocio sería el más próspero de todo Colorado.
—Toma un momento. Como no eche a andar pronto, va a acabar conmigo —se quejó Shizune.
Le entregó el niño a Hinata y dejó la cesta en el suelo. Hasta el pequeño Eren estaba alegre ante la novedad de un viaje. Shizune indicó a Iwabee que fuera enganchando los caballos de su tío al carro nuevo e invitó a sus hermanas a ayudarle.
Naruto se acercó al establo con ellos y paró a hablar con Iruka, que ya salía sacudiéndose las manos en el pantalón. Desde allí, vieron a Shizune y Hinata cuchichear entre risas. Iruka enarcó las cejas al ver que su mujer, de espaldas a ellos, se levantaba la falda y las enaguas con disimulo, gesto que las hizo reír a carcajadas.
—No sé qué traman, pero empiezo a inquietarme —comentó Iruka—. Me siento como un conejo observado por un puma.
—¿Iruka Umino asustado? No me lo creo. Te estás haciendo viejo —añadió Naruto sonriendo con el ceño fruncido.
No dejaban de observarlas, intrigados por saber qué se traían entre manos.
—Si hay una persona en este mundo capaz de meterme el miedo en el cuerpo, esa es tu hermana —aseguró palmeando el hombro de Naruto—. Bueno, te dejo que Shizune me reclama. No te he dado las gracias, pero me haces un gran favor llevándotelos a todos; ya no recuerdo lo que es un día entero de tranquilidad.
Naruto restó importancia al hecho, añadiendo que los chicos se merecían salir de Konohan Creek de vez en cuando y que tanto Hinata como él disfrutaban de su compañía.
Hinata llegó hasta donde estaba su marido con Eren en los brazos y le entregó al niño para tomar la cesta con las provisiones para el viaje y poder cerrar la puerta de la casa.
Al llegar al carro, oyó discutir a sus sobrinos mientras se acomodaban en la parte de atrás. Cuando estaban juntos parecían olvidar su edad porque, con su comportamiento inquieto y sus peleas, se asemejaban a niños pequeños. Sin hacerles mucho caso, se sentó en el pescante.
—Aún no hemos salido y ya me estoy arrepintiendo —comentó Naruto entre dientes mientras le tendía al pequeño.
Eren se negaba a permanecer sentado y jugueteaba de pie en las rodillas de Hinata.
—Vamos, cariño. Seguro que lo pasaremos muy bien. Míralo de este modo, esta excursión te servirá de experiencia para el día que tengas que viajar con tus propios hijos —añadió Hinata palmeándole el dorso de la mano.
Por toda respuesta él dio un vistazo de soslayo a la concurrida parte trasera del carro, replanteándose durante una décima de segundo la idea de la paternidad. Con un suspiro de resignación, tiró de las riendas y emprendió la marcha.
—¿Has visto lo guapo que es? —comentó Hinata contemplando embobada al pequeño.
—Es una versión diminuta de su padre —concluyó Naruto mirándolo de reojo.
—Es que su padre es un hombre muy apuesto.
—¿Más que yo? —preguntó sin mirarla.
—Tú tampoco estás mal.
—No sabes cómo me tranquilizas —replicó con sorna, estudiando su sonrisa maliciosa.
Por fin Hinata consiguió sentar al pequeño Eren en su regazo. El niño, muy entretenido con el encaje del escote de su tía, decidió averiguar qué se escondía detrás de las puntillas. Naruto observó con los ojos muy abiertos la audaz incursión del angelito en territorio prohibido.
—No. ¡No! —le reprendió ella en tono suave pero firme a la vez que le apartaba la manita.
—Tú eres una mezcla explosiva de Umino y Namikaze —aseguró Naruto muy serio, dándole unos toquecitos con el índice en la frente—. Cuando crezcas serás un peligro.
El niño lo escuchaba con semblante cándido, sin entender ni una palabra, mientras Hinata trataba de contener la risa mirando hacia otro lado.
Al final, el carro parecía una fiesta y el trayecto se les hizo más corto que de costumbre.
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—¡Oh, Dios mío! —exclamó Azami.
Los chicos contemplaron boquiabiertos la llegada del tren, hecho que sin duda supuso el acontecimiento más extraordinario de sus cortas vidas. Engalanado con banderas y escarapelas tricolores, hizo su entrada triunfal en la nueva estación.
Del primer vagón empezaron a descender autoridades y asociados de la Union Pacific que, desde Kansas, se habían desplazado para la inauguración del nuevo edificio. Pero lo que arrancó aplausos fue la irrupción de la banda de música, todos ataviados con uniformes claros rayados y canotiers de paja a la moda de París.
Con pulcritud marcial, se agruparon atentos a las instrucciones del director que pronto dio la señal. Y la alegría que trajo la música hizo más llevadera una celebración con exceso de discursos.
Transcurrida una hora, que a Naruto se le hizo demasiado larga bajo el sol, decidió buscar el sitio adecuado para comer. Junto a la estación divisó un grupo de robles y apremió a Hinata para agrupar a la familia. Al llegar, comprobaron con satisfacción que se trataba de un parque.
—Allí mismo —acordó Naruto señalando una zona sombreada de césped.
Los chicos corrieron con la cesta en la mano para coger sitio, ya que bastantes familias habían tenido la misma idea.
Hinata dejó a Eren en el suelo y extendió una manta fina a modo de mantel.
—Por fin —suspiró sentándose con la espalda en un árbol—. ¿Tenéis hambre ya? ¡Qué pregunta!
Sus caras hambrientas se lo dijeron todo. Con un gesto indicó a Azami que hiciese los honores y la chica comenzó a sacar de la cesta huevos cocidos, pollo, emparedados, queso, manzanas y un plato con dulces. Amontonó las servilletas y todos esperaron a que Naruto diese la señal. En cuanto su tío tomó el primer emparedado, los chicos se dedicaron a devorar con apetito voraz.
—Dejadme alguno, que este era para vuestra tía —protestó.
—¡Eh! Al menos que quede uno para vuestro hermano, que con tan pocos dientes no puede comer otra cosa —advirtió Hinata.
Por suerte habían previsto comida de sobra. Azami le tendió un emparedado y Hinata se dedicó a cortar pellizquitos que iba metiendo en la boca de Eren.
—Es como alimentar a un gorrión —comentó a Naruto.
Él la veía tan encantada con el pequeño que la rodeó por los hombros y la besó en el pelo. Pero mientras se ocupaba del niño, no comía; así que le ofreció su emparedado y ella mordió con ganas. Se miraron sin pestañear, pero ocho ojos curiosos los obligaron a desestimar los impulsos románticos.
Cuando estuvieron satisfechos, Iwabee y Mika se tumbaron en el césped.
—Me comería otra manzana —comentó Naruto—. Bien, ¿Qué os ha parecido la fiesta?
Azami le lanzó una manzana y él la atrapó al vuelo.
—Ha sido fantástico. Hinata, ¿te has fijado en los vestidos? No había visto nunca tantos sombreros juntos —comentó la chica encantada.
—El tren es tan rápido... ¡Parece que puede volar! —comentó Mika entusiasmada.
—Pero si iba muy lento, tonta. ¿No ves que estaba frenando para entrar en la estación? —aclaró Iwabee burlón.
—No le hagas caso —dijo Naruto—. ¿Qué sabrá tu hermano? El tren viaja muy rápido, dicen que se puede ir de Nueva York hasta San Francisco en menos de siete días.
—Tío Naruto, ¿algún día viajaremos en tren? —preguntó la niña emocionada.
—Algún día. Estoy pensando —comentó mirando a Hinata— que más adelante podríamos tomar el tren aquí en Kiowa y viajar hasta Denver.
Hinata le sonrió al ver en qué fangal se acababa de meter él solo, porque los chicos comenzaron a aplaudir y a hacer planes sobre el futuro viaje, como si fuese una realidad a la vuelta de la esquina.
—¿Con los cuatro? —le susurró al oído.
—No era esa la idea —reconoció por lo bajo—. Ya veremos. De momento, aún queda muy lejos.
Eren empezó a corretear a gatas, pero las niñas protestaron cuando vieron que tenían que salir tras él en su afán exploratorio.
—Naruto, ¿tardaremos mucho en volver a casa? —preguntó Hinata.
—En cuanto descanse. El carro no es un tren —bromeó—, nos quedan un par de horas de camino.
—Mientras tanto voy a dar una vuelta con el niño, a ver si consigo distraerlo.
—Voy contigo —se ofreció Iwabee.
Hinata entretuvo al pequeño con una galleta de soda y, con él en brazos, atravesaron el parque en dirección a la ciudad. Iwabee comentaba con admiración la elegancia de las pequeñas mansiones que se alineaban en la calle más cercana.
Continuaron calle arriba y Hinata apreció una ciudad desconocida. En aquel momento, fue consciente de que durante su vida en Kiowa se limitó a pisar apenas medio acre de terreno. Pronto llegaron a una zona bastante concurrida, pues los comercios permanecían abiertos a fin de aprovechar la afluencia de visitantes. Iwabee curioseaba a través del escaparate de un restaurante cuando una exclamación los sorprendió a ambos.
—¡Hanna!
Hinata giró la cabeza y se quedó impresionada al ver que la desconocida que salía del restaurante se refería a ella. Hizo ademán de continuar con el paseo, pero la mujer la retuvo del brazo.
—¡Oh, Señor! ¡No puede ser!
—Disculpe —sonrió incómoda—, me confunde con otra persona.
—Es usted quien debe disculparme. Por un momento he creído... Kizashi...
La mujer, de cierta edad, se dirigió con la cara demudada hacia su marido que, desde la puerta, contemplaba la escena quieto como una estatua de sal. El hombre reaccionó. La cara de Hinata reflejaba que la situación le resultaba muy embarazosa.
—Señorita, le ruego que nos disculpe.
—Señora —aclaró.
El hombre pensó que era una obviedad, a la vista del bebé que portaba al brazo.
—Claro, ¡qué torpeza! Por un momento a mi esposa y a mí nos ha recordado a mi difunta cuñada. El parecido es asombroso y... permita que me presente, soy Kizashi Hyūga y esta es mi esposa Mebuki.
»—Hemos venido desde Denver a la inauguración, invitados por la compañía —comentó tratando de evitar que se alejase—. Precisamente, mi hermano trabajó como ingeniero antes de..., en fin, antes de morir. Y, por ese motivo, me invitaron a mí. ¿No le dice nada el apellido Hyūga?
—Lo cierto es que no —se disculpó sin entender—. No he conocido a nadie con ese apellido.
—Verá, llevamos años buscando a la hija de mi hermano, mi sobrina. Desapareció siendo una niña y... ¡se parece usted tanto a su madre! Al verla, hemos pensado que tal vez pudiera tratarse de usted.
Iwabee decidió intervenir, la mujer no quitaba ojo de la mano izquierda de Hinata, oculta en ese momento porque con ese brazo sostenía a Eren. El chico advirtió que ella también había reparado en el escrutinio de la mujer, porque hacía lo posible por no mostrar la palma de la mano.
—¿Vamos, tía Hinata? —apremió tomándola del brazo.
—Tendrán que disculparme —balbució—, pero llevamos bastante prisa. Tenemos que regresar a casa y se nos hace tarde.
—Le ruego...
—Estoy segura de que se confunden de persona —concluyó nerviosa.
Hinata necesitaba alejarse de aquel matrimonio cuanto antes. Por alguna extraña razón, se le había formado un nudo en el estómago. ¿A qué venía aquel encuentro? Y el descaro con que aquella mujer le miraba la mano. No, otra vez no. Nada iba a cambiar ahora.
Sonrió a Iwabee, que caminaba a su lado sin atreverse a pronunciar palabra. Aquel incidente no había sido más que una tonta confusión.
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El paseo dominical por el City Park se había convertido en una costumbre sagrada. De regreso, Sasuke acompañó a Sakura a casa.
—¿No quieres pasar? —preguntó abriendo la cancela.
—No sé si debo, en ausencia de tus padres.
—Está la señora Mimm, y no creo que mis padres tarden en regresar de Kiowa Crossing.
Sasuke aceptó de buena gana al ver cómo le rogaba con los ojos. También él necesitaba estar junto a Sakura cada minuto del día.
Al primer golpe de aldaba, los recibió la señora Mimm.
—¿Tan pronto en casa?
—Estaba cansada de caminar y estos zapatos me molestan —se excusó.
—Anda, sube a cambiarte mientras preparo un poco de té para el señor Uchiha.
—Preferiría café, si no es molestia.
—Claro que no es una molestia, pase al salón. No tardaré nada.
Sakura lo acompañó hasta la puerta del saloncito y se excusó para cambiarse de calzado.
Sasuke se acomodó en el sofá y, mientras esperaba, ojeó los retratos familiares.
—Tengo una familia muy pequeña —explicó Sakura sentándose a su lado—. Mi madre es hija única, como yo. Y el único hermano de mi padre murió..., ya conoces la historia.
La señora Mimm apareció con una bandeja provista de dos servicios de café, que dejó sobre una mesilla.
—Gracias, señora Mimm.
—Sakura, hoy estoy muy ocupada. He aprovechado que no está tu madre para hacer inventario de la despensa, así que si necesitas algo, allí me encontrarás —informó con una mirada cómplice—. Pero me temo que tendrás que entrar a avisarme, porque ya sabes que desde allí no se oye nada.
A Sasuke le entraron ganas de estamparle un beso en cada mejilla. Esa mujer era una joya. Y Sakura le agradeció con los ojos el detalle, tenía un gran valor dada la escasez de sus momentos de intimidad.
Cuando se encontraron a solas, Sasuke retomó la conversación.
—Supongo que algún día te gustaría tener una gran familia.
—Así es —sonrió mientras servía el café.
Bajó la vista porque empezó a ruborizarse, temía que se le notase en la cara que soñaba con esa familia. Y, en ese sueño, siempre aparecía él.
—A mí me pasa lo mismo.
Sasuke no dejaba de mirarla, mientras ella se concentraba en no derramar ni una gota. Le tomó la taza de las manos al ver que le temblaban y la devolvió a la bandeja.
—¿Estás nerviosa? —preguntó acariciándole la sien con la nariz.
Sakura negó y lo miró a los ojos. La atrajo hacia él y la besó despacio. Pero cuando ella se abrazó a su cuello, profundizó el beso con la intensidad que ambos deseaban.
—Sasuke, no dejes de besarme —jadeó.
—Sakura —comentó desde el vestíbulo la señora Mimm en voz muy alta—, parece que tus padres ya llegan. Desde la cocina los he visto abrir la cancela. A ver qué nos cuentan sobre la inauguración.
El comentario pretendidamente desenfadado de la señora Mimm provocó que Sasuke se separar de Sakura como un resorte. Ella se llevó la mano al pecho: el corazón le latía como si acabase de correr diez millas. Miró a Sasuke, él se peinaba con las manos y a toda velocidad se enderezaba la corbata y estiraba la chaqueta. Ella, con cara de susto, se alisó el vuelo de la falda con cuatro manotazos y se recolocó los bucles.
Se sentaron como dos autómatas, pero se incorporaron de un salto al oír que se abría la puerta de la calle. Sakura carraspeó y se dirigió al vestíbulo para recibir a sus padres con su mejor sonrisa.
—¿Cómo lo han pasado? —preguntó besando a uno y a otro.
—Ah, Uchiha, está usted aquí —lo saludó Kizashi tendiéndole la mano.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó besando la mano de Mebuki—. Sakura ha tenido la amabilidad de invitarme a café.
—Me molestaban los zapatos —explicó apresurada—. Hemos vuelto muy pronto del paseo. Y, en la fiesta, ¿había mucha gente?
—Muchísima —comentó su padre—. Aún estamos medio aturdidos, porque hemos visto a una mujer...
—En fin, yo ya me marchaba —interrumpió Sasuke—. Mañana debo presentar unos presupuestos... Celebro que se hayan divertido. Sakura —le besó la mano a toda prisa y salió por la puerta.
Sakura lo miró marchar con ojos anhelantes, no podían despedirse sin una palabra. Cuando la puerta se cerró, su mirada se cruzó con la de su madre y bajó la vista.
—Durante la cena tenéis que contármelo todo. Ahora tengo que ayudar a la señora Mimm, he prometido que le echaría una mano con el inventario.
Su padre ni reparó en su rubor ni en la prisa que se dio en escabullirse hacia la cocina. Pero Mebuki, al entrar en el salón, sonrió al ver intactas las dos tazas de café.
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En cuanto llegaron a tierras de los Namikaze, los muchachos empezaron a impacientarse, ansiosos por contar a sus padres todo lo que habían visto. Subiendo la colina, ya vieron que Iruka y Shizune los esperaban.
Una vez frenó el carro, los chicos bajaron en tropel e Iruka, antes de hacer otra cosa, se dirigió al asiento de Hinata.
—Buena chica —dijo en tono agradecido pellizcándole la mejilla.
De inmediato se giró y, abriendo los brazos, se dispuso a recibir a sus dos hijas que corrían dispuestas a colgarse de su cuello. Shizune besaba a Iwabee a la vez que le revolvía el pelo y tomaba de sus brazos al pequeñín, que se lanzó hacia ella como si no viera a su madre desde hacía un mes.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Naruto que había presenciado en silencio el recibimiento de Iruka.
—Les hice un regalo.
—¿Qué tipo de regalo?
—No te gustará saberlo —concluyó Hinata dando por zanjado el tema.
Naruto se fijó en Iruka. Luego en Shizune. Ambos tenían el pelo húmedo. Sospechó la naturaleza lujuriosa del regalo y con un estremecimiento hizo un gesto con ambas manos para que Hinata no continuara.
—Iwabee, ve a por los caballos —le indicó su padre.
Naruto dirigió el carro al establo. Desenganchó los animales y esperó a un lado a que Iwabee sacase los suyos.
Estaba apilando heno en una de las cuadras, cuando el chico entró. Se quedó contemplándolo en silencio con un pie apoyado en el esparcidor de estiércol.
—Tu padre debe de estar esperándote —comentó Naruto a la vez que amontonaba heno en el pesebre.
—Quería comentarte algo —se encogió de hombros—, aunque puede que sea una tontería.
—¿Quieres que hable con tus padres de tu interés por la Medicina?
—No se trata de eso. Es algo que ha pasado hoy, en Kiowa.
—Suéltalo.
El chico le contó con todo detalle el encuentro con aquel matrimonio. Naruto lo escuchaba muy serio, no entendía por qué Hinata no le había mencionado nada sobre el incidente.
—He pensado que era mi obligación decírtelo —dijo incómodo—. No creo que tenga ninguna importancia, pero no imaginas cómo se puso Hinata. No quería ni oír hablar del asunto, insistió mucho en que me olvidara de ello.
—No te preocupes. ¿Hyūga has dicho que se llamaban?
—Sí, Kizashi y Mebuki Hyūga.
—Fuera te esperan hace rato —concluyó revolviéndole el pelo—. E, Iwabee..., de esto, ni una palabra a nadie.
—Descuida —aseguró el muchacho saliendo por la puerta.
Durante el resto de la tarde, Naruto estuvo inquieto. No hacía más que pensar en las palabras de Iwabee. Si el parecido era tal que incluso pensaron que podía ser sobrina suya, puede que hubiese alguna relación de parentesco.
Podía darse esa coincidencia, ya que Hinata desconocía su verdadero origen. Y estaba el reloj; tal vez las iniciales... No, de ningún modo podía olvidar el asunto como si nada hubiese sucedido. Hinata era muy intuitiva, si el encuentro con aquellas personas la había inquietado era por algún motivo. Tenía que hacer algo al respecto. Una buena ocasión sería aprovechar el viaje a Kiowa para la venta de reses.
Horas después, en la cama, continuaba absorto ideando la manera de averiguar más cosas sobre el matrimonio Hyūga de Denver.
Hinata, abrazada a él, guardaba silencio. Trató de apartar de su mente el encuentro con aquella pareja. Era feliz al lado de Naruto y no iba a permitir que nada interfiriese en su vida.
—¿En qué piensas? —preguntó acariciándole el pecho.
—Pensaba que la felicidad consiste en estar tumbado boca arriba, con los brazos bajo la cabeza —aseguró en voz baja—, y tenerte enroscada a mí como una serpiente.
Hinata emitió una risa dulce y se aferró aún más a él.
Naruto la besó en la cabeza y cerró los ojos. De todos modos, no había de qué preocuparse. Quizá no fuese más que una simple coincidencia.
Hinata se levantó a apagar el farol y volvió a la cama. Naruto la atrajo con fuerza. No había tardado ni medio minuto y ya echaba de menos sentirla pegada a él. Por nada del mundo pensaba renunciar a la felicidad que la vida le había regalado, porque su felicidad era Hinata.
Esa noche, a los dos les costó conciliar el sueño.
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—Hemos repasado lo que tienes que decir cientos de veces —advirtió Deidara—. ¿Seguro que lo recuerdas todo?
—Palabra por palabra —afirmó Shion muy seria.
Al cerrar la mano, tuvo que disimular una mueca de dolor. La quemadura era superficial y casi estaba curada. Aun así, no olvidaría nunca el trato que le estaba deparando Deidara. Sus caricias no compensaban el daño que era capaz de causarle.
Él le tomó la barbilla y, ante su resistencia, la sujetó con fuerza.
—Ya ni se nota —confirmó observando su pómulo—. Tienes que perdonarme, preciosa, pero el golpe fue inevitable. Gritabas mucho.
Cuando doblaron la esquina de la calle Quince, aminoraron el paso antes de llegar a la mansión de los Hyūga.
—Ese hombre está deseando abrazarte. Cuando me presenté en su despacho el otro día, faltó muy poco para que se echase a llorar como una damisela —rio con sorna.
—¿Te habló del dinero?
—Al saber que estabas sola en el mundo, aseguró que no tenías de qué preocuparte porque hace años que custodia un dinero que es tuyo. Debemos seguir la historia de Mitarashi tal como él me la contó. No olvides que pueden indagar en tu pasado.
—Mitarashi está muerto y la hermana también.
—Pueden hacer averiguaciones. Si nos ceñimos a la vida de esa Hinata, no habrá problemas. Si preguntan, la gente les hablará de la hija adoptiva. Y esa, ahora eres tú.
A las puertas de la casa, Deidara empujó la cancela.
—Recuerda todo lo que hemos hablado. Yo desaparezco, pero no olvides que te estaré vigilando, ¿está claro?
—En cuanto me haga con el dinero, volveré a buscarte al hotel —repasó el plan.
—Nos casaremos en cuanto salgamos de aquí —murmuró con deseo.
—Ya podríamos estar casados —argumentó suspicaz.
—Cariño —sonrió acariciándole la garganta con el pulgar—, muéstrate feliz. Tu familia te espera.
Deidara respiró hondo antes de golpear la puerta. Si mantenían la calma, todo iría bien.
La familia Hyūga los recibió con sincera alegría. El señor Hyūga las había puesto al corriente de la visita del señor Deidara, y los tres esperaban impacientes el momento desde hacía una semana.
El más emocionado era sin duda Kizashi, que se abrazó a Shion en cuanto la vio. Mebuki y Sakura se mostraron encantadas de tenerla con ellos. La señora Mimm, por su parte, se secaba el rabillo del ojo al verlos tan emocionados.
Durante más de una hora, conversaron sobre todas las etapas de su vida. Kizashi y Mebuki preguntaban preocupados por saber si había llevado una vida dichosa. Y Sakura se conmovió al conocer los tumbos que había dado, de una tribu sioux hasta que fue acogida por aquella viuda caritativa. Por fin ya no estaba sola, al menos los tenía a ellos. Shion incluso derramó unas lágrimas sin soltar la mano de su supuesto prometido, que presenciaba admirado su excelente actuación.
—Es terrible, querida. Permite que te llame Himawari, no me acostumbro a tu nuevo nombre —confesó Mebuki tomándole la mano entre las suyas.
—Ese nombre me lo puso mi querida madre adoptiva, ¡fue un ángel conmigo! Ella se encargó de hacerme olvidar las costumbres de aquellos salvajes. Pero es hora de que asuma mi verdadera identidad ahora que por fin sé que soy Himawari Hyūga.
—Gracias al Cielo que llegó a mis manos aquel anuncio —aseguró muy serio Deidara.
Shion dejó escapar una lágrima con la mirada perdida. Los Hyūga no se atrevieron a romper el silencio en un momento tan conmovedor.
—Y ¿esas heridas? Precisamente en la mano izquierda —preguntó Kizashi preocupado.
—Sufrió un percance muy aparatoso —se apresuró a responder Deidara—. Sin duda culpa mía, debí suponer que no montabas a caballo.
La miró con pesar y Shion le sonrió con ternura.
—Resbalé de la silla y me golpeé en la cara. En la mano no sufrí más que una escoriación que reabrió la cicatriz —explicó—. No es nada grave. En Colorado Springs me atendió un doctor. Pronto podré quitarme el vendaje.
Shion exhibió la palma de la mano dejando a la vista parte de la quemadura enrojecida que sobresalía del vendaje.
—En la cara apenas se aprecia el golpe, pero quiero que te vean esa mano en el hospital —insistió Kizashi solícito.
—En mi equipaje llevo un antiséptico. Eres muy amable por preocuparte, tío Kizashi, pero no será necesario. Y ahora —lo miró con un suspiro, a fin de desviar la conversación—, háblame de mis padres.
Kizashi le contó con lágrimas en los ojos la violenta muerte de su madre y el tesón con que la buscó su padre durante el resto de su vida. Shion escuchó la historia entre sollozos abrazada a Mebuki. Cuando Sakura le mostró el daguerrotipo en el que aparecía con sus padres, cerró los ojos y lo apretó contra su pecho con ambas manos.
—¿Qué harás ahora, querida? Ha sido todo tan repentino —dijo Kizashi—. ¿Piensas instalarte definitivamente en Colorado Springs?
—La decisión la tiene mi futuro esposo —confesó bajando la vista.
Deidara tuvo que morderse la lengua para no reír a carcajadas ante tal demostración de candor.
—¿Hace mucho que estáis prometidos?
—Tres meses —confesó feliz—. Tras el entierro, tío Hidan se instaló conmigo. Yo no podía vivir con un hombre sin estar casada. Por tanto, le cedí la casa a mi tío. Acepté la invitación de unas primas lejanas de mi madre y me mudé con ellas a Colorado Springs.
—En realidad, yo estaba de paso en esa ciudad, camino de San Francisco. Aún no he decidido dónde invertir mi fortuna —intervino Deidara, dirigiéndose al señor Hyūga.
Para tranquilidad de la familia, explicó que era veterano de guerra y que, al morir su madre, había decidido vender la casa familiar y trasladarse desde Maryland a Colorado. Sus argumentos resultaron tan convincentes que incluso el señor Hyūga se ofreció como consejero, si decidía invertir en minas.
—California es un territorio rico en oro. Aunque no descarto invertir en minas de plata —aclaró demostrando estar al corriente en asuntos financieros—, y la plata ya se sabe que está en estas montañas.
—Ya hablaremos con más calma —concluyó Kizashi Hyūga.
—Fue una suerte que me acogiesen las primas O'Gradie —comentó Shion—. De no ser por ellas, no te habría conocido.
—El destino, amor mío —aseguró besándole los nudillos.
Una semana después de su llegada, Shion Mōryō ejercía su reinado en casa de los Hyūga. Aún se sorprendía al comprobar cómo aquel trío de incautos se desvivía en atenciones hacia su recién recobrada «sobrina».
No había vuelto a ver a Deidara desde que se esfumó con la excusa de no dejar ningún asunto pendiente en Colorado Springs. Lo imaginó nervioso al ver que los días pasaban, pero no convenía mostrar excesivo interés a fin de no levantar sospechas.
Abrió el armario del dormitorio de invitados y suspiró gozosa. Aquello sí era el vestuario de una dama. «Tía Mebuki» se había empeñado en costearle todos aquellos vestidos y sombreros. Vivir en Denver era una delicia. Tal vez pudieran quedarse allí, porque la posibilidad de que se descubriese el engaño resultaba remota, por no decir imposible.
Abrió el cajón del comodín y acarició encantada su nueva ropa interior. Lástima que el señor Uchiha se mostrara tan frío. Rio con malicia imaginando la cara de la «primita» si al final Sasuke entrase por la puerta convertido en sobrino político. No le duraría mucho el disgusto. A fin de cuentas, no era más que una chiquilla y por suerte hombres había en abundancia en la ciudad.
Miró hacia la calle apartando los visillos y se preguntó dónde estaría Deidara en ese momento. Seguro que conocía cada uno de sus movimientos. Lo más sensato era obedecer sus instrucciones, pero en lo tocante a la boda, lo pensaría con más calma.
A cuatro calles de allí, Mebuki Hyūga salía de la sombrerería acompañada de Sakura.
—Hija, ¿piensas contarme qué te preocupa? —preguntó tomándola del brazo—. Estabas tan distraída que no has prestado atención ni a la mitad de los modelos que nos han enseñado.
—Ayer me disgusté con papá, eso es todo. Cree que estoy celosa de Himawari y no es cierto.
Mebuki recordó que Kizashi le había comentado algo de pasada.
—Sabes que no vamos a dejar de quererte.
—¡Mamá! —protestó—, ¿tú también vas a empezar con eso? Es solo que no me gusta la actitud de Himawari. Si le pregunto algo, se muestra esquiva; y solo piensa en compras y más compras.
—Tenemos que ser pacientes, seguro que actúa así a causa de la vida que ha llevado.
—¿Y qué hay de la señora Mimm? Se pasa el día dándole órdenes como si fuera su doncella.
—De eso me he dado cuenta y no me gusta nada. Hablaré con ella.
—Creo que papá se precipitó al meterla en casa.
—Cariño, cuando tu padre recibió la visita del señor Deidara hace un par de semanas, le encargó a Tom Coleman que hiciese algunas averiguaciones.
—¿El nuevo empleado de su despacho?
—Sí, ese joven. Y en Kiowa Crossing confirmaron palabra por palabra todo lo que nos contó tu prima. Cierto es que algunas personas le comentaron que la creían casada, pero su partida fue tan repentina que no se atrevieron a asegurarlo.
Mebuki decidió callar sus propias dudas. Aquella recién llegada a la que Kizashi adoraba, no hacía más que levantar sospechas. Era imposible que una quemadura mostrase ese aspecto después de dieciocho años. En cuanto a su carácter, ya empezaba a estar un poco harta de tanto capricho, por no hablar de su actitud con Sasuke Uchiha.
—Hay algo más —comentó Sakura con visible enojo.
—Haremos una cosa. Ya casi hemos llegado a la calle Lawrence. Nos detendremos un rato en el restaurante Cook's a tomar una crema helada de esas que tanto te gustan.
—No me estás escuchando.
Su madre solo quería distraerla porque sospechaba el verdadero motivo de preocupación de Sakura.
—Dime, te escucho —dijo apretándole el brazo.
—No me gusta cómo se comporta con Sasuke.
—No estarás celosa...
—¿Es que no se puede hablar con ustedes? —se quejó exasperada—. Cada vez que abro la boca me echan en cara que todos mis problemas son celos infundados.
—¿Te ha dado algún motivo para que te preocupes?
—¡Claro que me ha dado motivos!
—¿Y él?
—¡Por supuesto que no! Sasuke es todo un caballero. Parece mentira que me preguntes eso —dijo al borde de las lágrimas.
—Lo sé, cariño —aseguró con intención de arreglarlo—. No debería ni haberlo sugerido. Anda, no te enfades conmigo y cuéntamelo todo.
—Anteayer, Sasuke nos llevó a presenciar el espectáculo de Mademoiselle Carolista.
—Ah, ya sé, esa acróbata que anda sobre la cuerda floja. Tu padre me comentó que la exhibición tuvo lugar cerca de su oficina.
—Himawari aprovechaba cualquier excusa para colgarse del brazo de Sasuke. Hasta a él se le veía incómodo por su proximidad. Estoy harta de tener que llevarla conmigo a todas partes.
Su madre la entendió. Para la pareja resultaba un fastidio tener que soportar una compañía impuesta.
—Y en cuanto Sasuke entra en casa —continuó—, no hace más que acribillarlo con miraditas y mohines provocativos.
—Lo siento por tu padre, pero no pienso callar más —se dijo a sí misma en voz alta—. Sakura, tengo que darte la razón. Yo también he notado el descaro con que se muestra ante el señor Uchiha y no me gusta nada.
—Me alegro de que reconozcas que no son imaginaciones mías —confesó aliviada.
—No quería decirte nada para no preocuparte. Solo espero que su prometido vuelva pronto a por ella. No me gusta su actitud, ni cómo trata a la señora Mimm, ni cómo derrocha nuestro dinero, ni sus continuas quejas, ni cómo con cuatro arrumacos es capaz de hacer lo que quiere con tu padre. Ya está dicho —concluyó respirando hondo—. Y ahora, vamos a por esa crema helada.
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Naruto, aún medio despierto, se frotó los ojos con la mano derecha porque el brazo izquierdo lo tenía atrapado debajo de Hinata. Miró hacia ese lado y la vio dormida, tan serena que infundía paz. Con la cabeza apoyada en su hombro, el cabello se le desparramaba por la espalda y una de sus hermosas piernas descansaba sobre la suya.
La primera luz del día se filtraba entre los encajes, iluminando su cuerpo con arabescos de luces y sombras que resaltaban la belleza de su piel. Naruto recorrió la longitud del brazo de Hinata con la mirada.
Al comprobar qué parte de su anatomía agarraba con tanta firmeza la mano de ella, entendió a qué se debía esa conocida sensación que empezaba a subirle hasta la boca del estómago. Rio entre dientes ante tan primaria muestra de posesión; la fiera marcaba su territorio.
La visión de su cuerpo desnudo con los pechos presionando su costado y la firme opresión de su mano en lo más íntimo, le excitaron de inmediato. Le apartó la mano, con cuidado de no despertarla, y ella se removió sobre las sábanas elevando los brazos por encima de la cabeza.
Naruto se mordió el labio de satisfacción al ver cómo se erguían sus pechos con ese movimiento. Se inclinó y con la boca recorrió delicadamente su pubis, su estómago, sus senos. Con la lengua jugó a rodear su ombligo y, cuando internó apenas las yemas de los dedos en ella, se excitó aún más al comprobar que estaba preparada para acogerlo.
El deseo pudo con él y se colocó entre sus muslos. Apoyado en los antebrazos la miró y ella, aún medio dormida, esbozó una sonrisa mimosa. Resultaba tan seductora que cerró los ojos y respiró hondo.
Entró en ella con cuidado. Hinata entreabrió los ojos y los labios al tiempo que se colgaba de su cuello y sus piernas lo rodeaban en una silenciosa aceptación. No hubo palabras, solo miles de besos. Y los jadeos de ambos con cada lenta y profunda embestida acompañaron el balanceo acompasado de las caderas de ella. Juntos se adueñaron del placer entre gemidos, y sus cuerpos exhaustos quedaron laxos sobre las sábanas.
Pasados unos deliciosos minutos, Naruto se incorporó todavía dentro de ella. Odiaba tener que abandonar tan cálido refugio.
—Buenos días —susurró besándola con dulzura.
—Buenos días —sonrió—. ¿Qué ha pasado...?
—¿Qué parte de lo que acaba de pasar es la que no has entendido? Lo digo porque... ¡Ay!
El pellizco que recibió de Hinata en la nalga le recordó que las bromas de buena mañana no siempre son bien recibidas. Ella intentó adoptar una actitud de seriedad con escaso resultado.
—Debemos levantarnos —dijo con un beso rápido, al tiempo que lo apartaba.
Naruto se tumbó boca arriba con los brazos bajo la cabeza para observar cómo se colocaba el camisón y se anudaba la bata mientras hablaba sobre el desayuno y las provisiones para el viaje. Sonrió sorprendido al comprobar que, con un gesto tan cotidiano, la dulce y sensual Hinata se acababa de convertir en la práctica y activa señora Namikaze.
Mientras se vestía, oyó las voces de Biwako y Hiruzen en la cocina. No había acabado de asearse cuando fueron llegando los cinco peones, preparados para el transporte del ganado hasta Kiowa Crossing.
Tras el desayuno, Hinata no dejó ni un momento los preparativos del viaje. Seria y enfrascada en el trabajo, no paraba de moverse por la cocina. Naruto la notó demasiado silenciosa. Se puso frente a ella y con un dedo le alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos.
—Me gustaría tanto acompañarte —encogió los hombros—. Cabalgar junto a ti, dormir a tu lado bajo las estrellas, solos los dos en la misma manta.
—Solos los dos —señaló hacia la puerta con media sonrisa—, y todos los peones.
—Tardarás mucho —protestó con ojos tristes.
—Tardaré lo justo. Las largas travesías pasaron a la historia, Hinata. Ahora tenemos el ferrocarril en Kiowa. —Impidió que lo interrumpiera con un gesto de la mano—. Sé que te parecen muchos días, pero las reses no pueden avanzar más de diez millas diarias.
—No veo por qué.
—Porque pierden peso —explicó con paciencia apoyando la frente en la suya—. No pienso hacerles recorrer más de seis millas al día. Cuanto más robustas las venda, más me pagarán por ellas, ¿lo entiendes?
—Eso supone menos de cuatro días —añadió muy seria—. Sí, lo sé. Tienes asuntos que resolver en Denver y ahora soy la esposa de un ranchero.
—No. Ahora eres una ranchera —la corrigió con una mirada cariñosa—. Tienes que cuidar de todo, incluso me temo que tendrás que salir con Hiruzen a vigilar el ganado que queda. Lo dejo todo en tus manos.
Hinata se abrazó a él con fuerza. Con semblante animoso lo miró a los ojos, dispuesta a asumir su responsabilidad. Naruto sonrió, al verla tan en su papel de ganadera y le dio un beso largo y apasionado. ¡Dios, cómo iba a echarla de menos!
—Vamos, vamos —interrumpió Hiruzen con una carcajada—. Que no se va a la guerra.
Hinata escondió la cara en el pecho de Naruto, él la estrechó entre sus brazos y miró a Hiruzen alzando los hombros con impotencia. Este bufó y les dio la espalda. «Recién casados», pensó encogiéndose de hombros.
Pronto la cocina se convirtió en un revuelo de gente que entraba y salía; de alforjas cargadas, de voces y protestas de Biwako ante las chanzas de los peones, y de carcajadas y chillidos de estos al esquivar sus manotazos. Cuando al fin todo estuvo a punto, Hiruzen, Biwako y Hinata salieron al patio a despedir a los vaqueros.
Hinata, a los pies del appaloosa, se resistía a soltar la mano de Naruto.
—Súbeme —rogó alzando los brazos.
—No, cariño —musitó inclinándose hacia ella—. Si te subo, no te voy a dejar bajar.
—Pues baja tú —exigió de brazos cruzados—. Tengo que contarte algo importante antes de que te vayas.
Naruto suspiró con impotencia y accedió a sus deseos bajando de un salto.
—¿Qué es eso tan importante? —preguntó rodeándola por la cintura.
—Anoche soñé que teníamos una niña.
—¿Una niña? —preguntó con extrañeza—. No había pensado en esa posibilidad.
—Pues es una posibilidad muy real —replicó—. ¿O crees que vas a poder elegir?
Naruto alzó las cejas y Hinata negó con la cabeza.
—De momento no, todavía no puedo saberlo. —Él chasqueó la lengua y Hinata rio por lo bajo—. Soñé que teníamos una niñita de siete años que leía sentada a la sombra de un roble. La vi con sus bucles oscuros, tenía los mismos ojos que tú y usaba unos pequeños lentes.
—Hinata, no lo estropees —protestó frunciendo el ceño.
—No lo entiendes. La vi levantar la vista ante un desconocido y con la barbilla muy alta le explicó que solo necesitaba los lentes para leer. —Sonrió soñadora—. Si la hubieses visto, tan pequeña y tan arrogante. Era igualita a ti.
—De todos modos, no es más que un sueño —arguyó.
La idea de ver a su niña con lentes no le seducía en absoluto. Hinata se colgó de su cuello y a Naruto se le erizó el vello al oírla reír muy bajo.
—Sé que te morirías en cuanto esa niña te echase los brazos al cuello —susurró besándole el lóbulo de la oreja—. Naruto, nuestra hijita llevaba un pequeño cuchillo en la bota.
Naruto se estremeció al pensar en aquella niña valiente y decidida, mitad él y mitad Hinata. La apretó con fuerza y le dio un beso rápido. Montó de nuevo y la acarició con la mirada desde lo alto del caballo.
Miró hacia su derecha, los peones ya se mostraban impacientes.
—Hiruzen —ordenó con tono bajo y autoritario—, cuida de ella.
Giró grupa y los peones al verlo iniciaron el trote camino de los pastos del Oeste. En el último momento, Naruto se giró hacia Hinata.
—Una pequeña Namikaze, ¿eh? —preguntó con ojos entornados—. Me gusta la idea.
Ambos sonrieron y Hinata le lanzó un beso en el aire antes de que emprendiera el trote. Ella lo contempló mientras se alejaba. Casi se sobresaltó cuando Hiruzen le pasó un brazo por los hombros.
—Los días pasan rápido, hija.
—Es la primera vez —argumentó—. Supongo que acabaré acostumbrándome.
—Eso seguro —añadió Biwako acercándose a ellos—. Y llegará el día en que te alegres de perderlo de vista por unos días.
—Alégrate, mujer, porque vas a perderme de vista durante un buen rato —le espetó él con insolencia a la vez que le daba una palmada en el trasero—. Vamos, Hinata, te contaré cómo celebrábamos cada San Patricio mientras vivió el viejo patrón. ¡Esas sí que eran fiestas!
Con ella del brazo, caminó hacia la casa sin hacer ningún caso de las protestas de Biwako.
Continua.
