TRÉBOLES
ERROR
Cinco días después de su partida, Naruto se encontraba cómodamente sentado en el salón de los Hyūga. No le costó dar con la familia, eran bien conocidos en los ambientes acomodados de la ciudad. Miró a su alrededor y se sintió como un extraño. Sus ropas polvorientas tras días de viaje desentonaban en aquel entorno.
—Me temo, señor Hyūga, que la mujer que dice ser su sobrina no es más que una impostora —aseguró Naruto tomando un sorbo de café.
—Es absurdo, no pensará usted que no me he tomado la molestia de realizar averiguaciones —cabeceó Kizashi Hyūga.
Naruto lo estudió en silencio. Dejó la taza sobre la mesilla y se acercó hasta la chimenea.
—Estoy absolutamente seguro —afirmó tomando un daguerrotipo—. No sé quién es esta mujer, pero estaría dispuesto a jurar que es mi esposa.
Kizashi Hyūga se removió en el sillón. La situación resultaba delirante: años y años buscando a su sobrina y en menos de dos semanas se encontraba con dos mujeres que afirmaban ser Himawari.
—Lamento desilusionarle —respiró intranquilo—, pero no albergo ninguna duda respecto a mi sobrina Himawari.
Tuvo que sacar un pañuelo del bolsillo para secarse la frente al recordar que esa misma mañana la había acompañado a las oficinas del Banco Nacional de Denver. Consideró que era su obligación poner a nombre de Himawari el dinero en metálico que le legó su difunto padre y ahora se arrepentía de haber actuado con tanta premura. Tal vez fuese más prudente posponer la visita al notario para la entrega de las escrituras sobre sus posesiones en Boston.
—Creo que comete un error —zanjó Naruto—, pero si mis argumentos no le convencen, no tengo nada más que decir.
—Admito que las coincidencias son extraordinarias. Esa misma historia me la ha contado Himawari con todo detalle. Y coincide con lo que averigüé en Kiowa Crossing; pero no demuestra de ningún modo que su esposa sea mi sobrina.
—Fue usted quién la llamó Hanna en Kiowa, no lo olvide —dijo dándole la espalda.
El señor Hyūga creyó estar viviendo una pesadilla. No podía haber cometido el error de abrir sus brazos a una impostora, no ahora que acababa de hacerle entrega de parte de la herencia. De ser así no sabía cómo iba a explicárselo a Mebuki y Sakura. Además, si llegara a saberse, se convertiría en el hazmerreír de todo Denver.
Cuando se estrechaban la mano, se oyó el aldabón de la entrada.
—Debe de ser mi sobrina, ha salido de compras. Ahora tendrá la oportunidad de conocerla —explicó.
Naruto abrió la puerta de la sala y se sorprendió al encontrarse con un hombre tan alto como él.
—Ah, Sasuke —exclamó Kizashi Hyūga a su espalda—. Permita que les presente. Sasuke, el señor Namikaze venía convencido de que su esposa podía ser nuestra Himawari, pero lamentablemente estaba en un error. Sasuke Uchiha, un amigo de la familia —aclaró dirigiéndose a Naruto.
Se estrecharon la mano, a Naruto le sorprendió la mirada de aquel hombre, que lo estudiaba con mucho interés. La fuerza de su mano no era la de un caballero ocioso.
—Señor Namikaze, olvida su sombrero —advirtió Kizashi Hyūga.
Acompañó a Hyūga al salón y vio correr a una joven hacia la casa a través del ventanal. Naruto se irguió de golpe.
—¿Señor Namikaze? —inquirió Hyūga al verlo absorto.
Y entonces se escuchó una risa coqueta en el recibidor. Naruto apretó el sombrero hasta doblar el ala. Aquella voz..., aquella risita falsa era inconfundible. Olvidando todas las normas de cortesía, él mismo abrió de par en par la puerta de la sala.
No podía ser otra. Shion Mōryō, con cabello oscuro, de espaldas a él, desplegaba todos sus encantos ante un cariacontecido Sasuke Uchiha.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó con tono amenazador.
Sasuke se quedó impresionado por la transformación que sufrió el rostro de Shion, pero ella mantuvo la compostura y se giró muy despacio.
—La pregunta es ¿Qué hace usted aquí, señor Namikaze? Recuerdo haberle dejado muy claro que no aceptaba su propuesta matrimonial.
—Déjate de tonterías. Ahora vas a explicar a estos caballeros quién eres en realidad.
—Himawari Hyūga, ya se lo habrán dicho. Por fin he encontrado a mi familia.
—¿Tu familia? Da gracias que no vaya hasta San Luis y traiga aquí a tu madre para que vea en qué te has convertido. —Shion trató de replicar, pero él se lo impidió—. ¿No lo sabías? Ha abandonado Konohan Creek a causa del escándalo. Señor Hyūga —se dirigió al aturdido—, esta mujer es Shion Mōryō, nacida en Konohan Creek, hija de Miroku y Klaus Mōryō. Por cierto, es rubia y tiene veintiocho años, no los veintitrés que tiene su sobrina, es decir mi esposa. Porque es esa la edad que debe tener si desapareció con cinco años en 1866. ¿O me equivoco?
Sasuke Uchiha presenciaba la discusión sin perder detalle. A Shion empezó a temblarle la barbilla y roja de ira se dirigió exaltada hacia su supuesto tío.
—No creas una palabra. Este hombre actúa por despecho porque me negué a casarme con él cuando vino a Kiowa. Y no conozco a esos Mōryō.
—Ahora renuncias a tu sangre alemana. —Cabeceó chasqueando la lengua—. ¿Y esa mano? ¿Has sido capaz de herirte a propósito? —Ella escondió la mano instintivamente—. Imagino que la habrá examinado algún médico. Señor Hyūga, cualquier doctor podrá atestiguar la antigüedad de esa herida.
—Caballeros, tal vez si hablaran con más calma, podría aclararse este malentendido —intervino Sasuke Uchiha.
Shion decidió acabar con la conversación y se lanzó sobre su tío deshecha en llanto.
—No lo permitas, tío Kizashi. No permitas que me insulte —suplicó entre hipidos—. En cuanto venga Deidara a por mí, juro que le dará su merecido.
—¿Deidara? —Naruto miró hacia el techo y apretó los labios—. Entonces eran ciertos todos los rumores. No me extraña que tu madre haya huido muerta de vergüenza.
—¡Basta ya, señor Namikaze! —ordenó Hyūga—. Le abro las puertas de mi casa y tiene la desfachatez de insultar a mi sobrina. No le conozco de nada, ¿Quién dice que no viene usted en busca de dinero? Durante estos años he tenido que aguantar a un centenar de bribones que solo querían enriquecerse a costa mía.
Los sorprendió a los tres la vehemencia con que abrió la puerta, mientras Shion continuaba el berrinche aferrada a los hombros de su tío.
Naruto se giró desde el último escalón.
—Mi esposa fue rescatada por un regimiento que la llevó a Fort Laramie. Si es necesario, iré hasta allí y, no lo dude, volveré —aseguró—. Algún día le enseñaré también el reloj de plata de su hermano.
—¡Usted me lo quito! —gritó Shion sin mirarlo.
—Una mentira más —dijo torciendo el gesto—. Señor Hyūga, pregúntele a su sobrina qué iniciales hay grabadas en ese reloj.
Shion se giró con una mirada de odio.
—«H. H.», maldito embustero —escupió las palabras—. Hiashi Hyūga. ¿Qué pretende?
Naruto no había apartado la mirada de Kizashi Hyūga, que en ese momento palideció como un moribundo. Giró en redondo y cruzó el jardín satisfecho. Shion acababa de cometer su primer error.
Sasuke Uchiha aprovechó para quitarse de en medio.
—Señor Hyūga, tendrá que disculparme. Sakura ya habrá salido del hospital. Iré a ver si la alcanzo de camino.
El hombre asintió todavía impresionado, sin dejar de palmear la espalda de la desconsolada Shion.
—Sasuke, le ruego que no...
—Cuente con mi discreción.
Casi a la carrera salió de la casa, su intuición le decía que aquel hombre era sincero. Lo alcanzó a unas cincuenta yardas.
—¡Señor Namikaze! —Naruto volvió la cabeza con el pie en el estribo—. Suerte que no se ha marchado usted —respiró aliviado.
—Tengo prisa, Uchiha.
—Es necesario que hablemos. —Le tomó del brazo—. Namikaze, no me pregunte por qué, pero le creo. Y sé cómo ayudarle. Desde aquí a Fort Laramie hay más de doscientas millas, tardaría usted una eternidad en ir y volver. Hace un par de años construí una casa para un veterano de ese puesto: el teniente Fetterman, vive a siete millas hacia el forte, en Welby.
—Puede que ese hombre haya oído hablar de mi esposa, o incluso recuerde su paso por el Fuerte.
—No pierde nada intentándolo.
—¿Por qué hace esto, Uchiha?
—Tengo motivos para desconfiar de esa mujer.
Se entendieron con una mirada y entre los dos se estableció una repentina camaradería.
—¿Puedo preguntarle qué relación le une a los Hyūga?
—Sakura y yo nos vamos a casar. —Se rascó la nuca—. En realidad, ella aún no lo sabe...
Naruto sonrió a pesar de todo. Cada vez sentía más simpatía por aquel Uchiha.
—No me cabe duda de que lo conseguirá —dijo mientras montaba—. Tengo que dejarle. Teniente Fetterman, en Welby —recordó.
—Siguiendo la calle Franklin hasta el final verá el camino hacia el forte, no tiene pérdida.
—Gracias, Uchiha —se despidió.
—Suerte.
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Sakura llevaba ya una tormentosa semana sin noticias de Sasuke Uchiha. A primera hora de la tarde, salió por la puerta lateral del hospital y, no había hecho más que acomodarse en su coche de paseo, cuando lo vio aproximarse a grandes zancadas. Azuzó al caballo y con gesto altivo emprendió un rápido trote para desaparecer cuanto antes de allí, pero Sasuke la alcanzó en una carrera y engancho las riendas con una mano.
—¡Para y baja de ahí! Tenemos que hablar —ordenó.
Sakura forcejeó con él para hacerse con el mando, pero sus esfuerzos fueron infructuosos.
—¿Por qué habría de hacerlo? —protestó sin mirarlo, muy furiosa.
—Porque apenas me caben las piernas en ese carrito de juguete que conduces —replicó enfadado ante su obstinación—. ¿No bajas? Como prefieras.
Al ver que ella no pensaba ceder, detuvo aquel pequeño Buggie de los que llamaban «de doctor», y se sentó comprimiendo a Sakura contra el lateral. El vehículo estaba pensado para dos pasajeros a lo sumo, siempre que uno de ellos no tuviese la envergadura de Sasuke Uchiha.
—Usted y yo no tenemos nada de qué hablar, señor Uchiha —afirmó alzando la barbilla.
—¿Ahora ya no soy Sasuke? ¿Vuelvo a ser el señor Uchiha? —preguntó irónico—. Me da igual, vas a escucharme te guste o no.
—No pienso hablar con usted. Su comportamiento me ha demostrado qué clase de hombre es.
Sasuke, con aparente calma, dirigió el coche hacia las afueras de Denver: necesitaba un lugar en el que pudieran hablar tranquilos, sin la presencia de curiosos. Cuando Sakura comprobó que se dirigían hacia el norte por la calle Franklin e iban dejando atrás la zona más poblada, se impacientó al verse sometida a su voluntad.
—Quizá pretende usted llevarme a un sitio aislado para abusar de mí. La culpa fue mía por permitirle excederse de aquella manera y ahora me cree una mujer carente de moral —atacó con ira.
—¡Deja de decir tonterías! ¿Qué clase de hombre crees que soy? Me he propuesto respetarte hasta que nos casemos.
Aquella afirmación encolerizó a Sakura de tal modo que empezó a golpearlo con furia y a propinarle empujones a la vez que intentaba arrebatarle las riendas.
—Maldito presuntuoso, ¡fuera de mi coche ahora mismo! —mascullaba con los dientes apretados.
Sasuke paró en una zona apartada, estupefacto ante la nueva faceta que acababa de descubrir en Sakura.
—Así que sabes maldecir —comentó divertido.
—Diga lo que tenga que decir y rápido —exigió ella con los brazos cruzados y mirando hacia otro lado.
Él le tomó la barbilla y le volvió la cabeza con suavidad. Al principio, Sakura se resistió pero no pudo evitar sucumbir al tacto de su mano. Lo miró con los ojos llenos de ira, aunque su corazón latía por él.
—Cariño, si cuando te muestras angelical me vuelves loco, tengo que reconocer que furiosa aún me gustas más. Sakura... —susurró.
La besó apenas rozándola, pero ella lo separó con cuidado. No pensaba caer rendida en sus brazos sin una explicación.
—Sasuke, te lo ruego. No juegues con mis sentimientos —suplicó más calmada—. Desde que nos conocemos, pasas a verme casi a diario, salvo cuando estás de viaje. Incluso hay días que más de una vez. Y ahora, ¿qué he hecho para no saber nada de ti de pronto?
—Vengo de tu casa.
—¿Después de una semana sin aparecer? Si pretendes que te crea...
—Si me dejas que te explique.
—Eres distinto desde aquella tarde en casa. Se que no me comporté como corresponde a una dama...
—No, cariño. Nada de eso. Tú eres una mujer de verdad —aseguró mirándola con adoración—. Te entregas a mí de una manera tan apasionada que me haces perder el control.
—Por eso desapareciste con tanta prisa en cuanto viste a mis padres, sin una palabra cariñosa hacia mí —le reprochó dolida—. Desde entonces, no has vuelto siquiera a tomarme la mano.
—Qué pronto olvidas —adujo enojado.
—No he olvidado ni una sola de tus caricias —murmuró entrelazando sus dedos con los de él—, pero cada vez que me besas a escondidas, con miedo a que nos descubran, ¿Cómo crees que me siento?
—¿Y qué quieres que haga si siempre que nos vemos estamos rodeados de gente?
—Pensé que te avergonzabas de mi conducta y que por eso te acercabas a mí de manera furtiva.
—No sé cómo has llegado a pensar eso. Aquella tarde tuve que salir de tu casa... no lo entenderías. Mi estado era muy evidente. —No sabía cómo explicárselo—. En fin, tus padres habrían sospechado. Yo solo pretendía defender tu reputación ante ellos, y la mía, claro está. Tú no sabes a qué me refiero.
—Se de qué hablas. Cuando empezaron a venir pretendientes a mi casa —bajó la vista—, mi madre me explicó todo lo que tengo que saber con respecto a los hombres.
Cuando se atrevió a volver a mirarlo, comprobó que él la estudiaba con el ceño fruncido.
—¿Has tenido muchos pretendientes? —preguntó celoso.
—Por supuesto —aseguró.
Sasuke sonrió ante su actitud presumida. Su vida iba a ser muy divertida junto a aquella fierecilla pelirosa.
—Sakura, desde aquella tarde no duermo ni como —confesó en tono íntimo jugando con un rizo junto a su oreja—. Al ver que respondías a mis caricias con tanta pasión, supe que no podré vivir sin ti.
—¿Y por qué hace una semana que no sé nada de ti?
—La última semana sin verte ha sido un infierno y no he podido aguantarlo. Por eso he pasado por tu casa hace un rato. Pero mientras viva allí tu prima, me verás muy poco. Siento que tengas que oír esto —confesó con semblante serio—, pero se me insinúa de un modo tan provocativo que temo causar una idea equivocada en tu familia. La creo muy capaz de urdir alguna mentira para buscarme problemas. Y comprende que no puedo citarme contigo a espaldas de tus padres. De llegar a oídos suyos no me permitirán volver a verte jamás.
—Temí que pensaras que yo era una libertina como ella.
Al ver confirmadas sus sospechas, Sakura detestó mucho más a aquella prima recién encontrada.
—¿Qué nos está pasando? Hace unos años esta ciudad no era más que un poblacho de mineros y ahora nos empeñamos en comportarnos con unos modales tan refinados como si esto fuera Filadelfia. No critico a tus padres —se excusó—, entiendo que hayan querido educarte como a una dama, pero es absurdo tener que guardar las apariencias de un modo tan ridículo. No puedo soportar tomarte a escondidas como si mostrarte mi amor fuese algo sucio. Estoy cansado de paseos castos en los que no puedo ni darte la mano, estoy harto de sesiones de ópera...
—Creí que te gustaba —comentó sorprendida.
—¡La odio! —masculló con gesto vehemente—. Solo asistía para poder disfrutar de tu compañía. Sakura, te quiero desde el día en que te vi por primera vez en el hospital.
—Sasuke... —susurró acariciándole la mejilla. Sasuke, ¡te quiero! —exclamó sonriéndole feliz—. Solo con mirarme a los ojos, haces que me estremezca. Lo único que deseo es estar a tu lado y poder decirte cuánto te amo todos los días de mi vida.
Sakura le dio un beso fugaz en los labios.
—¿Me llevas a casa? —preguntó devorándolo con los ojos.
—Si quieres que continúe siendo un caballero, vas a tener que dejar de mirarme de esa manera —advirtió.
Ella se colgó de su brazo y apoyó la cabeza en él sonriendo. Se sentía dichosa de poder compartir su amor con tan íntima complicidad. De pronto, recordó el motivo del malentendido que los había llevado a aquella situación.
—Estuve hablando con mi madre, ¿sabes? —le explicó—. Por mi prima: no me gusta nada. Y mi madre también está disgustada con su forma de proceder.
—No me extraña —comentó azuzando las riendas.
—Ayer hablé con papá para que le entregue cuanto antes su herencia. Espero que entonces se instale por su cuenta, porque no soporto verla en mi casa.
Sasuke evitó comentar la visita de aquel Namikaze, aunque en secreto aspiraba a que aquel hombre consiguiera regresar con pruebas que demostrasen sus palabras.
—Ese problema se acabará pronto —señaló convencido—. En cuanto disponga de dinero, esa mujer no creo que se quede bajo el control de tu padre. Y además, nos vamos a casar y vendrás a vivir conmigo.
—Sasuke —susurró apretándose contra él—, quiero que sea cuanto antes.
—Me robas el corazón cada vez que te oigo decir mi nombre —confesó rodeándola con un brazo.
—¿Y si digo «te quiero»?
—Me robas entero —murmuró besándola con dulzura.
Respiró con una paz que no había sentido en su vida y la soltó a fin de mantener la compostura.
Acelerando el paso, el Buggie de Sakura se perdió entre la multitud de carros y caballerías que abarrotaban la calle Franklin.
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—Así es, hijo. Ahora, tendrá que armarse de paciencia —comentó el teniente Fetterman alzando una mano temblorosa.
Naruto asintió para indicarle que no tenía prisa. La enfermedad se había cebado con un hombre aún joven. Era el abatimiento lo que le confería el aspecto de un anciano. Verse impedido para empuñar un arma debió de suponerle un golpe brutal. Un fin absurdo para una carrera heroica.
Al menos la suerte se había puesto de su parte tras el desagradable encuentro en casa de los Hyūga. Separado de los peones tras la venta del ganado, no podía demorarse más de una semana, y viajar hasta Fort Laramie le hubiese llevado al menos veinte días. Por fortuna, apareció Sasuke Uchiha con aquella información tan valiosa.
El teniente Fetterman rubricó el escrito. Naruto se abstuvo de intervenir mientras lo doblaba y ensobraba con visible dificultad. Brindarle ayuda habría supuesto una afrenta a su pundonor.
—Nunca le estaré lo bastante agradecido, teniente —afirmó tomando el sobre que le tendía—. Su declaración tiene un enorme valor.
—En ese papel constato todo lo que vi. Ya le he dicho que no participé directamente en el rescate de aquella niña, pero recuerdo muy bien su llegada a la guarnición. Aunque se la llevaron pronto a Colorado. Fue una suerte que aquella viuda se interesara por ella.
—Sin duda —afirmó sin ánimo de entrar en polémicas.
Naruto estrechó su mano. Desde su sillón, el teniente contempló con añoranza el aspecto vigoroso de aquel hombre.
—Señor Namikaze, muchas veces he pensado en ella —confesó con la mirada perdida—. No hay mayor honor para un soldado que morir en el campo de batalla y no postrado en un sillón como una marioneta inútil.
Sus palabras trajeron a la memoria de Naruto la muerte absurda de su hermano Kurama. La vida, en ocasiones, se empeñaba en convertirse en una broma pesada.
—Le queda la vida, teniente.
—¿Qué clase de vida? —Se compadeció—. Hoy más que nunca comprendo el coraje de aquella muchacha. Señor Namikaze, sus ojos reflejaban la valentía y el odio de un joven guerrero dispuesto a morir luchando.
El teniente Fetterman no podía haber descrito mejor a Hinata, pensó de vuelta a Denver. La mujer que junto a él mostraba de nuevo su valentía tantos años oculta.
A las afueras, paró en unos establos a refrescar el caballo. Y tras sacar una camisa limpia de la alforja, preguntó por una barbería cercana para tomar un baño.
Su apariencia era mucho más presentable cuando por segunda vez en el mismo día golpeó la aldaba de los Hyūga. Pero el hombre que lo esperaba en el salón parecía haber envejecido diez años en una hora y media.
—Señor Namikaze, no le esperaba tan pronto —confesó tendiéndole la mano.
—No crea que he venido tan rápido por su dinero —anunció con acidez—. Traigo un documento que demuestra que mi esposa es la persona que busca.
—Tome asiento, por favor.
Naruto negó con la cabeza y le tendió el sobre. No le quitó la vista de encima mientras el hombre descifraba la dificultosa escritura.
—Una quemadura que cubre por completo la palma de la mano hasta la mitad de los dedos. Léalo, lo especifica bien claro —insistió.
Kizashi Hyūga cerró los ojos dejando caer el brazo. Naruto esperó a verlo repuesto y cuando el hombre abrió los ojos de nuevo, le tendió la mano reclamando la carta.
—«H. S. H», esa es la inscripción del reloj —concluyó guardando el documento en un bolsillo.
—Hiashi Sōke Hyūga...
—Puede estar tranquilo, señor Hyūga —anunció—. Soy dueño de un rancho en el que cabría con holgura la ciudad de Denver y aún me sobrarían acres; infórmese, si lo desea. No me interesa su dinero, es más, puede encender esa chimenea con él.
—No sé cómo decirle esto... —confesó poniéndose en pie—. Señor Namikaze, creo que le debo una disculpa, trate de entender...
—El único que pierde es usted, porque morirá sin poder abrazar a su sobrina. Consuélese pensando que sus padres estarían orgullosos de ella porque es una gran mujer. No le molesto más.
—Señor Namikaze —rogó—, sé que le insulté de una manera imperdonable, pero quiero que sepa que no he necesitado leer esta carta para convencerme de que he cometido un grave error.
Naruto hizo una última concesión, empezaba a sentir lástima por aquel hombre, víctima de su propia decisión.
—No soy tan estúpido como imagina —sonrió con tristeza—, aunque mi comportamiento demuestre lo contrario. Mi sobrina... esa mujer... ¡ya ni sé cómo llamarla! Había algo que no encajaba en su relato, y decidí salir de dudas. En cuanto usted salió de aquí, hice venir a un empleado de las minas, un mestizo, buen muchacho —atajó con la mano— y muy trabajador. Su madre es una india sioux...
—No dispongo de tiempo —se impacientó cogiendo el sombrero.
Kizashi Hyūga lo miró de frente con aspecto derrotado.
—La mujer a la que he abierto mi casa y brindado mi cariño no sabe ni una palabra en lengua lakota —confesó.
La puerta del salón se abrió y ambos giraron la cabeza hacia la recién llegada.
—Oh, lo siento, papá. —Hizo ademán de marcharse—. No sabía que tenías visita.
—Pasa, cariño —indicó con la mano—. Señor Namikaze, mi hija Sakura.
—Es un placer, señorita —dijo estrechándole la mano—. Sasuke Uchiha me habló de usted.
—¿Es amigo de Sasuke? —preguntó sonriente.
—Nos conocemos poco, pero sí, lo considero un amigo.
Sakura lo miraba sorprendida, pero recordó de pronto el motivo de su llegada.
—Papá, no encuentro a Himawari. Cuando Sasuke ha vuelto al trabajo, ella ha insistido en que la acompañara a ver unos sombreros y, a la altura de la calle Lawrence, se encontraba tan fatigada que ha decidido regresar a casa por su cuenta. Estoy preocupada por si se ha perdido, tendría que estar aquí hace más de media hora. ¡No he debido dejarla sola!
Los dos hombres intercambiaron una mirada y el señor Hyūga bajó la vista.
—Me temo, señor Hyūga —suspiró Naruto—, que será mejor que la espere sentado.
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Hinata llevaba ya una semana sola en el rancho y parecía que el tiempo trascurría más lento sin Naruto en casa. Biwako se había marchado hacía rato y los peones no tardarían en regresar a sus casas. Así que, para distraerse, decidió hacer una tarta para cuando Naruto estuviese de vuelta.
Ya no hacía falta consultar la libreta de recetas, se la sabía de memoria. Preparó la masa y la volteó varias veces. «Cuanto más se amasa, mejor sale», recordó. Una vez estirada, la dispuso en el molde engrasado y recortó los bordes.
Mientras pelaba una manzana, miró a su alrededor y se sintió orgullosa. La alegría que desprendía aquella cocina se debía a su esfuerzo.
—¿Esta es manera de recibir a un hombre que lleva una semana fuera de su casa? —La voz le hizo saltar de la silla.
Distraída, no había oído el trote del caballo. Se volvió. Apoyado en el quicio de la puerta, de brazos cruzados, Naruto la observaba con una sonrisa radiante. Hinata dejó la manzana y corrió a colgarse de su cuello. Él la recibió entre sus brazos y le dio un largo beso. Una semana sin ella era demasiado tiempo.
—¿Me has echado de menos? —Hinata le esparcía pequeños besos por toda la cara.
—Cada minuto. —Su mirada hablaba por sí sola.
Hinata le cogió de la mano para que se sentase junto a ella.
—Mientras termino, me cuentas cómo te ha ido.
—Mejor de lo que pensaba. Los precios han subido y me han pagado por las reses más de lo convenido. Hinata, esto cada día va mejor. El próximo año podremos aumentar la cabaña en quinientas cabezas más.
Ella asintió orgullosa. Tanto esfuerzo había merecido la pena.
—Estuviste muchos días en Denver... —sugirió con curiosidad.
—Tenía cosas que hacer —se limitó a decir.
Tiempo habría para contarle el motivo de su viaje y cuanto había averiguado. Durante días, se había debatido entre la obligación moral de ayudarla a conocer su origen y el miedo a que se alejase de su lado. No quería pensar en ello, porque la preocupación le producía el dolor más intenso que había sentido en su vida.
Hinata tampoco preguntó, confiaba en él.
—Te he traído una cosa —Naruto cambió de tema—, la compré para ti.
—¿Un regalo?
Él asintió. Hinata parecía una niña el día de Navidad, deseosa por destapar la sorpresa.
—Espera. Antes de dártelo, ve a por una cinta de terciopelo estrecha.
Corrió al dormitorio y rebuscó en el primer cajón de la cómoda. Revolvió en una cajita de cartón y escogió la más estrecha que tenía. Supuso que se trataba de un broche o un colgante. Si no, ¿para qué la cinta?
Regresó ansiosa a la cocina. Naruto palmeó indicándole que se sentara sobre él. Disfrutaba demorando el momento de enseñarle su regalo. Hinata corrió a su regazo con la cinta en la mano, que él miró con aprobación. Del bolsillo del pantalón sacó algo que ocultó con la mano boca abajo. Tomó la de ella y en su palma dejó caer un objeto pequeño.
—Para mí dama de tréboles.
Hinata contempló emocionada un pequeño shamrock de oro. Aquello significaba mucho más que cualquier palabra de amor.
—Pero yo no soy irlandesa.
—Tu apellido es irlandés —concluyó.
Lo tomó con cuidado y lo paso por la cinta azul, alzándolo para contemplar su brillo. Recordó con un nudo en la garganta la partida de poker que unió sus vidas y una lágrima se le escapó mejilla abajo.
—Algún día podré regalarte un collar de perlas para que lo cuelgues de él —le dijo en voz baja, secándole la mejilla.
Hinata hundió la cara en su cuello; no hacía falta, él era todo lo que necesitaba para ser feliz. Lo besó agradecida y se anudó la cinta al cuello. Naruto hizo un gesto de aprobación, le quedaba perfecto.
Se levantó dispuesta a terminar la tarta mientras él le contaba los pormenores del viaje. Cuando limpiaba la mesa de restos de harina, Hinata se quedó muy callada. Naruto supo que alguna idea bullía en su cabeza.
—Naruto, no quiero pensar que esto es porque supones que morirás antes que yo.
—Pero ¿Quién ha hablado de morirse? —protestó, pero su mirada se oscureció de repente—. Recuérdame dentro de un rato que tengo que ir a casa de mi hermana a cortarle la lengua.
Hinata lamentó haber sacado el tema, sabía que estaba molesto porque se había enterado de un detalle tan íntimo por boca de otra persona y para colmo había dejado a Shizune en evidencia.
—De todos modos, no me lo quitaré nunca, lo juro.
Él sonrió conmovido. Nunca le había hablado de la muerte de sus padres, pero comprendió que con aquellas palabras le estaba diciendo que ese colgante se convertiría en su señal en la vida eterna.
Hinata se quitó el delantal y abrió el horno para comprobar el estado de cocción de la tarta, pero seguía pensativa. Tanto silencio escamó a Naruto. Desde luego, era pertinaz. Cuando algo se le metía en la cabeza no paraba hasta quedarse tranquila.
Decidió no pensar en ello. Se reclinó en la silla y cerró los ojos. Tenía los músculos de las piernas agarrotados de cabalgar durante horas. Las últimas veinte millas las había hecho casi volando, ansioso por estar con ella.
Mientras la oía trajinar por la cocina, recordó qué lejano quedaba el tiempo en que no tenía ganas de regresar a su propia casa. Qué diferente era ahora su vida. Hinata lo llenaba todo de felicidad. Por fin estaba en casa con ella y una tarta en el horno impregnaba el ambiente con su aroma. Olor tibio a pastel de manzana... Se sintió feliz: el Paraíso debía de ser algo así.
—Naruto...
—Ven aquí y dame un beso —pidió sin abrir los ojos.
—Pero..., si yo muriese antes que tú...
—¿Otra vez con la muerte? —Dio un salto en la silla.
La idea de la muerte de Hinata le erizó el vello.
—Si. Me preocupa morir y que tú no tengas shamrock.
—Ni pienso tenerlo; no esperes que yo lleve ninguna joya.
—¿Qué pasará entonces? No nos pondrán juntos y tú no podrás encontrarme.
Naruto la miraba ceñudo, harto ya del tema.
—Si eso llega a pasar, no habrá problema porque con lo testaruda que eres seguro que te envían al Cielo de los irlandeses. Si no, ya te buscaré yo. En cuanto llegue allí preguntaré por una morena que lanza cuchillos, no creo que haya tantas.
Ella rio con la idea. Él encontraría la manera de estar juntos toda la eternidad. Y si no, algo se le ocurriría a ella.
Naruto se puso en pie, estirando la espalda y los brazos.
—¿Vas a lavarte un poco?
—Huelo mal, ¿verdad? —Ella sonrió—. Después, porque ahora pensaba ir un rato a los pastos.
—Es tarde, los peones ya se habrán marchado.
—Voy a dar un vistazo rápido —resolvió—, ¿y ese beso?
Hinata le tomó la cara entre las manos y lo besó con dulzura.
—No tardes —susurró.
No pensaba hacerlo, un rato de trabajo y de vuelta a casa. Tenía una idea en mente para más tarde.
Continua.
