Querid s lector s:
Como algun s ya habréis notado, la página de Fanfiction no está funcionando bien. Por eso os pido, si os parece bien, que me dejéis algún review sólo para saber que los capítulos se están publicando bien y que es posible para el público leeros. Os lo agradeceré mucho ya que, ahora mismo, no tengo modo de saberlo.
Muchas gracias y saludos,
VASLAV
CAPÍTULO 7: Benedict Cumberbatch
En la puerta de la tienda, rodeado por un resplandor dorado y con un triángulo ambarino enmarcándole la cabeza, estaba Benedict Cumberbatch.
Lucía una larga cabellera rubia que caía a lo largo de su espalda como una cascada de rizos. Llevaba una americana blanca sin camisa, lo que dejaba parcialmente a la vista un torso masculino atlético y lampiño. Completaba su atuendo una larga falda de satén blanco con corte lateral, que dejaba al descubierto unas piernas largas y estupendísimas que ya hubiera querido para sí Marlene Dietrich, calzadas con unas sandalias de tacón con pedrería. Cuatro querubines barrigudos, sonrosados y de alas pequeñitas, revoloteaban a su alrededor lanzando al aire pétalos de rosa.
- ¡Su…! ¡Su Gran Omnipotencia! - Exclamó el Metatrón, con los ojos desorbitados y cara de haber visto un fantasma.
Los arcángeles de la Corte Celestial se deshicieron en reverencias y alabanzas. Azirafel y Crowley se miraron el uno al otro con terror, especialmente Crowley por razones obvias. Los querubines continuaban aleteando y esparciendo flores que iban formando un manto rosado en el suelo. Su Gran Omnipotencia, por su parte, puso los ojos en blanco en un gesto de impaciencia. El Metatrón intentó dirigirse a su Única Superior.
- Altísima, Creadora de Todo, ¿por qué habéis descendido hasta esta miserable roca perdida en medio del Universo? Nosotros estábamos a punto…
- Cállate un rato, Metatrón, que estoy un poco harta de oírte. - Dijo Ella, con voz de barítono - ¿Acaso no te has dado cuenta de que he venido a hablar Yo?
No había enfado su voz, sinó la seguridad y la calma de quien sabe que ostenta el Poder Absoluto. El Metatrón, muerto de vergüenza, se tapó la boca con ambas manos como un niño al que han pillado diciendo mentiras.
Además, ¿quién eres tú para llamar "miserable roca" a Mi…? ¡Niños, ya está bien! - Esta vez sí que había sonado un poco impaciente - Podéis iros a casa.
La Altísima agitó la mano como si intentara ahuyentar a unas moscas molestas. Los querubines, obedientes, dieron una vuelta más alrededor de su cabeza, salieron de la tienda y emprendieron el vuelo hacia las alturas. Suspirando con alivio, Yahvé reemprendió su regañina.
- Vosotros dos, ¿es que no me habéis oído?
Miguel y Azirafel, que aún sostenían las espadas de fuego, se dieron cuenta de que aquello iba por ellos. Amedrentados, las hicieron desaparecer de inmediato. Azirafel volvió al lado de Crowley y se agarró a su brazo. Ambos se miraban con preocupación, y no les faltaban razones. La Todopoderosa entró en la tienda taconeando con garbo.
- Bueno, bueno, bueno… Parece que esta situación se os ha ido un poco a todos de las manos, ¿no?
Era altísima, sobrepasaba los dos metros. Mientras avanzaba, miraba a su alrededor con interés, como sopesando la calidad del rinconcito que Azirafel se había construido en la Tierra, y parecía complacida.
Los arcángeles empezaron a hablar todos a la vez, exponiendo atropelladas excusas y justificaciones sobre el giro que habían tomado los acontecimientos.
- Silencio.
Con serenidad, Yahvé alzó el índice y a los arcángeles se les borraron las bocas. Se miraron unos a otros con ojos de terror, emitiendo quedos gemidos que apenas traspasaban sus labios inexistentes.
Ignorándolos, la Creadora hizo otro gesto con la mano y unos de los sillones se desplazó hasta donde Ella estaba. Se sentó tranquilamente cruzando sus bellas piernas, apoyó los codos en los brazos del sillón y cruzó los dedos.
- Demonio Crowley…
Azirafel, temeroso, estrechó con más fuerza el brazo de su amigo, como si así fuera a evitar que le apartasen de su lado. Crowley, por su parte, intentaba aguantar el tipo con dignidad, pero la verdad era que estaba bastante intimidado. No había acabado precisamente en buenos términos con la Todopoderosa y saber que podía hacerle desaparecer con sólo un pensamiento no le ayudaba a mantener la compostura.
- Eres un ser francamente molesto, pero… He de reconocer que, desde que Mis hijos desobedientes te enviaron a la Tierra, la evolución de tu conducta ha sido muy interesante.
- Eeeeeer… - Crowley alzó los hombros como queriendo excusarse y trató de decir algo pero, por una vez en su vida, no sabía qué responder.
No hace falta que digas nada. Sólo estoy exponiendo los hechos. - Con la mano derecha, se retiró del hombro sus rizos dorados - Por cierto, Belcebú y Gabriel me han dado recuerdos para ti. Parece ser que les caes medio bien. En cuanto a ti, Azirafel…
Cohibido, el ángel soltó por fin el brazo de Crowley. Titubeante, dio un pequeño paso al frente e hizo una tímida reverencia. Nunca antes había estado ante su Gran Omnipotencia en persona y, pese a lo peliagudo de la situación, su presencia le resultaba deslumbrante.
- Eres, con toda tu simplicidad, una de Mis criaturas más curiosas. Dime: Te gusta la Tierra, ¿no es así, Azirafel?
- Sí… Sí, Su Gran Omnipotencia. Es… Es mi hogar, Señora. Aquí soy plenamente yo mismo. Es el lugar que más amo de toda la Creación.
- ¿Más que el Cielo?
El ángel dudó e instintivamente, miró a Crowley, pero éste no pudo hacer nada más que negar quedamente con la cabeza y encogerse de hombros. Él tampoco sabía si era una pregunta trampa.
Decir que la Tierra le gustaba más que el Cielo podría ser considerado una grosería imperdonable pero, si decía lo contrario, la Altísima sabría que estaba mintiendo y eso sería aún peor. En realidad, tampoco había tantas opciones… Bajó la cabeza humildemente y respondió.
- Sí, Señora. Más que el Cielo.
- Entiendo… - Yahvé jugueteaba con uno de sus tirabuzones entre los dedos - ¿Y qué es lo que te gusta tanto de la Tierra, Arcángel Supremo?
- Pues… ¡Muchísimas cosas! - El entusiasmo volvió al rostro de Azirafel, olvidándose por un momento de la gravedad del momento al recordar todos aquellos motivos que, durante milenios, habían hecho que se enamorara de aquel planeta - La verdad es que… Lo que más me gusta son las cosas pequeñas. El sabor de una tarta, el atardecer sobre Londres, una noche en la ópera, beber de una copa bonita… Mis libros. Ya sé… - Alzó las manos en señal de excusa - Ya sé que, en cierto modo, se podría considerar pecado de avaricia acumularlos así, pero… ¡Me chiflan, Señora! Me hacen muy feliz. Yo los cuido y ellos me acompañan, son mis amigos. Y… Hablando de amigos… Me encantan las personas. Los humanos son increíbles, ¡lo mejor de la Creación! Bueno, en mi humilde opinión, claro está… Me encantan las cosas maravillosas que son capaces de crear. Digo… de "fabricar". Me encanta verles pasear en pareja cogidos de la mano, cómo se vuelven capaces de hacer cosas que nunca hubieran creído por el bien de sus hijos, como hablan con sus mascotas… Algunos hacen cosas horribles, es verdad, pero… Vos les disteis el derecho a elegir y… bueno, eso es lo que hacen.
- A ti también se te dio el derecho a elegir en cierto momento.
- Sí, Señora. - El ángel bajó la cabeza, otra vez apesadumbrado - Pero… Me temo que no lo he hecho demasiado bien.
- Bueno, eso es relativo. Al fin y al cabo… - Su Gran Omnipotencia clavó sus ojos en Crowley, sonriendo con picardía - No todo es blanco o negro. También hay una gran escala de grises.
La Todopoderosa volvió a ponerse en pie, cubriéndolos a todos con su imponente presencia. Miró un momento a los arcángeles, que continuaban mudos y le miraban con ojos suplicantes. Después se volvió hacia aquellas dos criaturas Suyas que habían tomado la costumbre de hacer las cosas por su cuenta.
- Demonio Crowley y Arcángel Supremo Azirafel - Proclamó - Está claro que, en vuestro estado actual, ocasionáis demasiados problemas, tanto para vosotros mismos como para Mí. Por eso, y en vista del sincero amor que sentís por este pedazo de la Creación y sus habitantes, os condeno a…
… CONVERTIROS EN HUMANOS.
Durante un segundo, el silencio absoluto se apoderó de la librería.
- ¡¿Quéééééé?! - Exclamaron al unísono el ángel y el demonio sin poder ocultar su sorpresa.
Lo dicho, seréis humanos. Se os retirarán vuestros atributos divinos y demoníacos. Se acabaron los milagros, peeeero… Viviréis aquí, en la Tierra, la vida que siempre habéis querido. Conviviréis con los humanos durante el resto de vuestra existencia y, como humanos, envejeceréis y moriréis.
Crowley parpadeaba sin ser capaz de reaccionar, bloqueado por la impresión. ¿Un humano? ¿Un humano de verdad? ¿De esos que están tan indefensos ante los designios divinos? ¿De esos que se rompen y se mueren? "¿Seré capaz yo de vivir así?" La verdad era que la perspectiva le causaba vértigo y sintió que se mareaba ligeramente.
- ¡Crowley!
La voz de Azirafel le sacó del torbellino de sus pensamientos. Se giró hacia él y vio que el ángel le miraba con los ojos brillantes y aquella sonrisa suya que era serotonina pura. Parecía no caber en sí de gozo, gesticulaba descontroladamente y daba saltitos de pura emoción.
- ¿Te das cuenta? Viviremos aquí, ¡juntos! Seremos humanos. Podremos sentir todo lo que ellos sienten. Envejeceremos al mismo tiempo que nuestros amigos y ya no tendremos que dejar atrás a nuestros seres queridos. Todo será más de verdad. Y se acabaron los deberes para con el Cielo o el Infierno. Seremos sólo tú y yo. Tú y yo, ¡contra el mundo!
Azirafel terminó su exaltado discurso lanzándose sobre Crowley con un grito de alegría y rodeándole el cuello con sus brazos. El demonio, pillado por sorpresa, tuvo que dar un paso hacia atrás para no perder el equilibrio ante aquella explosión de efusividad. Así, envuelto en aquel abrazo y escuchando la risa de felicidad de Azirafel, consiguió recuperar la calma.
Vale, era verdad que no sería fácil y que tendría que renunciar a muchas cosas pero… Lo que de verdad deseaba tener, lo conservaría.
- Sí, tú y yo… ¡Contra el mundo! - Exclamó por fin, triunfante, alzando el puño en señal de desafío.
- ¡Hn! ¡HN! ¡Hn! ¡Hnnnnn!
Los arcángeles, visiblemente consternados, intentaban protestar a través de sus labios sellados. Hacían gestos de desconcierto y protesta, señalaban a los dos seres que habían estado a punto de eliminar y miraban a Su Gran Omnipotencia con ojos como platos, cargados de asombro y perplejidad.
- Bien, parece ser que la Corte Celestial tiene algo que decir. Oigámoslo.
Yahvé alzó el índice y sus subalternos volvieron a estar provistos de bocas. Tras unas bocanadas de sorpresa inicial, la primera en reaccionar fue, por supuesto, Miguel.
- Pero, su Gran Omnipotencia, ¡eso ni siquiera es un castigo! Son unos traidores, ¡los dos! Lo único que se merecen es desaparecer de la faz de…
- Vaya, Miguel… Que suerte tengo de que estés tú aquí para informarme - La Todopoderosa cruzó los brazos sobre el pecho y miró a Miguel con petulancia - ¿Se te ha olvidado que Yo lo veo todo y lo sé todo?
Desarmada ante aquel argumento incontestable, Miguel se quedó con la boca abierta sin saber qué responder. El Metatrón dio un paso al frente en un gesto impostadamente tímido.
- Debo reconocer, Señora, que estoy algo confundido. Las faltas de los dos proscritos son graves e innegables. ¿Qué han hecho para merecer semejante misericordia?
- Pues algo que Mis arcángeles tienen bastante olvidado: un Acto de Amor.
