A/N: ¡Hola! En principio esta historia iba a ser solamente un capítulo, pero que puedo decir... Llevo tiempo que sin darme cuenta sigo volviendo a pensar en ella una y otra vez. Y cuando eso pasa solo hay una solución: continuar la historia hahah Así que aquí estamos. En fin, ¡espero que os guste!
Los pulmones le ardían y comenzaba a jadear por el esfuerzo, pero Harry seguía corriendo. Tan concentrado estaba en llegar a su destino que al abrir la puerta de la enfermería casi arrolla a Hermione, que había salido a buscarle.
—Harry, Harry, espera…
—¿Dónde está?
—Espera, respira un segundo.
—¿Dónde está, Hermione?
Su amiga le puso las manos sobre los hombros intentando calmarle.
—Está aquí, tranquilo. La señora Pomfrey le está atendiendo.
—¿Dónde?
—En la zona de urgencias—dijo, señalando al fondo de la enfermería—. Pero espera, Harry, no puedes entrar.
Hermione tuvo que acelerar el paso para llegar hasta él.
—La señora Pomfrey nos ha dicho específicamente que nadie la moleste hasta que acabe. Está en estado crítico, ¿vale? Y lo que sea que esté haciendo para salvarle necesita toda su atención. Si la desconcentras podrías matarle.
Aquellas palabras consiguieron detener a Harry, que la miró asustado.
—¿Qué podemos hacer?
—Nada, de momento. Pero ven, Ron está ahí.
Harry la siguió hasta el fondo de la habitación. Dejaron atrás las camillas con los pacientes menos graves y, tras cruzar una puerta, llegaron a la zona de urgencias. En la sala de espera se encontraba Ron, cabizbajo y con marcas de cansancio en el rostro. Levantó la mirada al oírles entrar y fue entonces cuando Harry vio las manchas de sangre en la ropa de su amigo.
—¿Ron, estás bien?
—Sí, solo un poco cansado—dijo él, forzando una sonrisa. Luego siguió la mirada de Harry hasta su propia camisa—. Oh, no me había dado cuenta. No te preocupes, no es mía. Es de Snape.
Al decir aquella última frase, la sonrisa desapareció.
— Vale, ha sonado muy mal. No quería decir eso.
—No te preocupes—le dijo Hermione, sentándose junto a él—. Lo hemos entendido.
Harry siguió su ejemplo y se colocó al otro lado de Ron.
Pasaron unos segundos en silencio, en los que Harry no podía dejar de pensar que en cualquier momento la señora Pomfrey iba a salir por la puerta y a decirles que lo sentía mucho, pero que no había podido hacer nada más. Recordaba haber visto escenas parecidas en las telenovelas de médicos que tanto le gustaban a su tía. Siempre acababan con los familiares del paciente llorando, mientras música triste sonaba de fondo. Harry se preguntaba quién iba a llorar por Snape, si llegaba a darse el caso. La profesora McGonagall, a lo mejor. O tal vez Draco Malfoy. ¿Y el propio Harry? Ni siquiera él lo sabía. Había perdido a tanta gente que ya no estaba seguro de si le quedaban lágrimas por derramar.
—¿Ron? —dijo Harry, rompiendo el silencio.
—¿Mm?
—Cuéntame cómo lo habéis encontrado. ¿Cómo os habéis dado cuenta de que estaba vivo?
Ron y Hermione intercambiaron una mirada. Era obvio que Harry simplemente buscaba una distracción, pero los dos amigos decidieron dársela. Le contaron todo excepto los detalles más sombríos y desagradables, como la cantidad de sangre que había en el suelo, lo débil que sonaba el pulso de Snape o el trayecto interminable desde la Casa de los Gritos hasta Hogwarts.
—… luego la señora Pomfrey nos ha dicho que no la molestásemos bajo ningún concepto y ha sido entonces cuando te ha avisado Hermione. No debe llevar ahí dentro más de veinte minutos.
Harry, que había escuchado atentamente, asintió. El silencio volvió a caer sobre la habitación, pero no duró mucho.
—Harry, escúchame—le dijo Ron muy serio—. Si hay alguien que pueda sobrevivir a esto es Snape. Todos sabemos cómo es, no hay persona en la tierra más testaruda y pesada. Si cree que sobreviviendo puede molestarnos un poco más, lo hará.
—¡Ron!
Hermione le miró escandalizada pero Harry sonrió y, al hacerlo, le costó un poco menos respirar.
—Tienes razón. Sería muy propio de él.
—Exacto. Nosotros solo le hemos de dar tiempo. Ya verás, cuanto menos te lo esperes aparecerá con su capa de murciélago y sus "diez puntos menos para Gryffindor".
La sonrisa de Harry se amplió, imaginándose la escena.
—Gracias, Ron.
Su amigo le dio un apretón en el hombro.
—No te preocupes—continuó—, estará bien. A mi padre también le mordió esa maldita serpiente y se recuperó, ¿te acuerdas?
Harry asintió más calmado, pero un pensamiento le hizo volver a llenarse de ansiedad.
—Pero Ron, a tu padre le empezaron a curar justo después del ataque y aun así estuvo muy grave. ¿Cómo es posible que Snape haya sobrevivido durante casi un día entero?
Ron y Hermione se miraron, sin respuesta.
—Debería haber ido a buscarle antes. Debería haber comprobado si aún estaba vivo antes de dejarle ahí tirado durante horas y horas.
—Harry — esta vez fue Hermione quien intentó calmar a su amigo—. No es tu culpa. Teníamos cosas que hacer. ¡Como derrotar a Voldemort, por ejemplo! Además, ni siquiera sabíamos que estaba de nuestra parte.
—Yo sí. Lo supe después de ver sus memorias. Lo supe y en vez de ir a buscarle o decírselo a alguien fui directo a por Voldemort. Si llego a morir… Si llego a morir nadie hubiera sabido todo lo que hizo. De qué lado estaba realmente.
—¡Tenías otras cosas en la cabeza! Estabas yendo a sacrificarte para darnos una oportunidad. Cualquiera en tu situación se habría olvidado.
—Pero…
—Pero nada—dijo firmemente Hermione—. Si Snape te dio esas memorias fue para que hicieras lo que hiciste. Para que pudieras acabar con Voldemort. Y si al final…—Hermione respiró hondo, pero el aire entró tembloroso en sus pulmones—. Si al final pasa lo peor y Snape no lo consigue… No creo que se arrepienta, Harry.
Los ojos de Hermione estaban rojos, pero su mirada era decidida.
—¿De acuerdo? —preguntó.
—De acuerdo.
—Bien.
A partir de entonces la conversación transcurrió con relativa normalidad, hasta que Hermione les explicó que tenía pensando ir a Australia a buscar a sus padres en cuanto las cosas se calmasen.
—Obviamente les echo de menos, pero prefiero no verlos durante algunos meses más a que vuelvan y estén en peligro. Nos hemos convertido en caras conocidas y aún hay mortifagos sueltos por ahí. No quiero que algún malnacido les utilice para su venganza absurda. Si fueran listos se esconderían y tratarían de no llamar la atención o huirían del país.
—Si fueran listos no serían mortífagos—dijo Ron.
—Cierto.
Harry los oía hablar sin participar realmente en la conversación, excepto por algunos asentimientos de cabeza. No tenía muchas ganas de hablar y, aunque intentase no pensar en ello, su mente iba una y otra vez a la posibilidad de que Snape muriera. Se le hacía extraña aquella incertidumbre. Había perdido a muchas personas a lo largo de su vida, pero siempre de manera rápida y brutal. En un instante estaban ahí y al siguiente se habían ido. Ese estado de espera y no saber era diferente. No sabía cómo afrontarlo.
Había pasado media hora desde que Harry entrase en la enfermería, cuando se abrió la puerta. La señora Pomfrey salió de ella, con sudor en la frente y cansancio en el rostro.
Los tres se pusieron en pie al instante y Harry se preparó para lo peor.
—¿Cómo está? ¿Está…?
—Está estable—dijo la sanadora, esbozando una pequeña sonrisa—. No quiero engañaros, aún hay cierto riesgo. Pero lo peor ha pasado. Y salvo alguna complicación lo más probable es que se recupere.
Harry sintió un alivio tan grande que tuvo que sentarse. Exhaló y al hacerlo dejó ir todo el miedo contenido. Al inhalar de nuevo, el aire se sentía puro y fresco.
Quería levantarse y entrar en la habitación conjunta, comprobar que Snape estaba ahí realmente. Que estaba vivo y respiraba. Pero solo pudo enterrar la cara entre sus manos y cerrar los ojos. ¿Iba a llorar? No estaba seguro. Si alguien le hubiera dicho que lloraría por Snape hacía menos de una semana, no se lo hubiera creído. Después de odiar con todo su ser al asesino de Dumbledore, aquello se le antojaba imposible. Pero aquí estaba. En la Sala de espera de la enfermería, con las manos sobre los ojos y llorando en silencio por el maestro de pociones. Eran lágrimas de alivio y alegría, pero también llevaban tristeza al pensar en todas aquellas personas que no lo habían logrado.
—Harry…—dijo Hermione con suavidad.
Su amiga también lloraba, pero había alegría en su rostro. Y junto a ella estaba Ron, abrazándola con un brazo y en sus labios la primera sonrisa sincera que Harry había visto en mucho tiempo.
Se levantó de su asiento y la señora Pomfrey le ofreció algo al pasar junto a ella.
—Ten—le dijo.
Era un pañuelo.
—Está dormido. Tardará algún tiempo en despertar, pero podéis verle si queréis.
Harry asintió.
—Gracias. Muchas gracias, señora Pomfrey.
—No me las des solo a mí. Él también ha puesto de su parte.
Los tres amigos se la quedaron mirando sin comprender.
—Os lo explicaré. Venid.
Abrió la puerta por la que acababa de salir e hizo un gesto para que entrasen.
La mente de Harry le había preparado para lo peor. Se había imaginado a Snape en un charco de sangre, con una mueca de dolor y un agujero repugnante en el cuello. Pero lo que vio era justamente lo contrario a esa escena y quizás por eso le impactó tanto.
Snape yacía con los ojos cerrados en la cama de la enfermería, con las sabanas subidas hasta el pecho. La señora Pomfrey había cambiado su habitual capa negra por un pijama blanco que se veía extrañamente fuera de lugar. Le había limpiado el rostro de sangre y su cuello estaba vendado. Nada parecía indicar que se encontraba a las puertas de la muerte solo un par de horas antes. Solo la extrema palidez de su rostro delataba la cantidad de sangre que había perdido.
Harry se acercó lentamente, esperando que Snape abriera los ojos de golpe y comenzase a chillarle. Sabía que no le gustaría que nadie le viera en un estado tan vulnerable. Y menos si ese alguien era Harry.
Pero caminó hasta llegar a los pies de la cama y no sucedió nada. Entonces, Harry levantó la vista. Se encontró con la mirada de Ron, que asintió.
—Tiene mucho mejor aspecto que antes—dijo.
—Peor era difícil…—murmuró la señora Pomfrey—. Cualquier persona habría muerto en cuestión de minutos, pero Severus no es alguien corriente. A pesar de sus defectos… Es un hombre brillante, siempre lo ha sido. Y eso es justamente lo que le ha salvado la vida. Debió de tomar algunas pociones que desconozco, antes del ataque. Probablemente invención suya.
Harry pudo ver por el rabillo del ojo como Hermione levantaba las cejas con interés.
—Por los análisis que he realizado y por el simple hecho de que se encuentre con vida ahora, tengo ciertas teorías sobre la clase de pociones que son. Un anti veneno, no hay duda. De lo contrario se habría extendido por todo su cuerpo y solo he encontrado ciertas trazas en la zona del mordisco.
—Debió de empezar a tomarlo al ver como Voldemort usaba a Nagini—dijo Hermione, recordando su encuentro con la serpiente. Si ella hubiese tenido que pasar tiempo al lado de ese bicho como Snape había hecho, probablemente también querría disponer de anti veneno.
La señora Pomfrey asintió.
—Lo que no entiendo es de donde sacó las muestras para poder crear la poción.
—Voldemort le extraía veneno a veces—dijo Harry, recordando—. Le ordenaba a Colagusano a hacerlo. Creo que se lo bebía para estar más fuerte o algo así.
Las muecas de asco en los rostros de los demás no se hicieron esperar.
—Repugnante—murmuró Ron.
—Sí, pero eso explica cómo pudo obtener Snape el veneno—dijo Hermione—. No sería difícil guardar una parte.
—¿Ha dicho que tomó otras pociones, señora Pomfrey? –preguntó Harry, intentando no pensar en la enorme serpiente atacando el cuello del profesor una y otra vez.
—Así es—asintió ella—. Incluso sin el efecto del veneno, la pérdida de sangre causada por las heridas debería haberle matado—Harry se encogió visiblemente al oír aquella frase—. Sospecho que también debió tomarse algo que regenera la sangre a una velocidad mayor de lo normal. Supongo que aún debía estar en fase experimental y por eso nunca lo mencionó. Siempre me traía las nuevas pociones que creaba y que creía que podían ser útiles. Si se tomó ésta sin estar seguro de si funcionaría o no, debía de estar muy desesperado.
La voz de la señora Pomfrey se apagó y sus ojos se posaron en el rostro de Snape. Aunque no lo demostrase, era evidente que ella también estaba preocupada.
—Entonces, ¿está diciendo que Snape sabía que V-Voldemort le iba a atacar? —preguntó Ron.
—No puedo asegurar nada. Pero ¿por qué otro motivo se tomaría esa segunda poción?
—Vaya…—suspiró Ron, admirando a su pesar la valentía del hombre.
Harry se sintió enfermo de pronto. Recordó como Snape le había pedido a Voldemort que le dejase ir a buscarle. "Dejadme ir a por el chico", había dicho. Pero ahora Harry sabía la verdad. Snape había querido encontrarle para poder decirle lo que debía saber. Que era un Horrocrux y que tenía que sacrificarse para acabar con Voldemort. O todo estaría perdido.
Snape había tomado aquellas pociones e ido al encuentro de su amo, aun sabiendo que muy probablemente intentaría matarle. Y todo para no levantar sospechas y evitar que Voldemort desconfiase de él. Y todo para que el plan de Dumbledore siguiera su curso.
Harry había perdonado al director, había entendido el porqué de todo. De todas las manipulaciones, sacrificios y verdades ocultas. Pero al pensar en lo que había dado Snape por la causa sin que nadie lo supiera, el enfado volvió. El profesor de pociones había vivido por y para acabar con Voldemort. El espía eterno, siempre entre dos bandos. Sin poder confiar en nadie. Era injusto, decidió Harry. Snape había cometido muchos errores de joven pero, por lo que a Harry respectaba, los había enmendado con creces.
—Esa es mi teoría, al menos—continuó la señora Pomfrey—. Espero poder preguntárselo cuando despierte.
A Harry le gustó el sonido de ese "cuando".
—En fin, os dejo a solas. He puesto encantamientos que me avisarán en caso de que haya algún cambio, por lo que no hace falta que esté alguien con él todo el rato. Volveré en unas horas para cambiarle el vendaje, pero hay otros pacientes que me necesitan y realmente no hay nada más que yo pueda hacer. Solo toca esperar.
—De acuerdo—dijo Hermione—. Gracias, señora Pomfrey.
Ella asintió y se dirigió hacia la puerta.
—Oh y una última cosa. Creo que sería prudente no proclamar a los cuatro vientos que Severus está vivo y se encuentra aquí. Aún hay gente que querrá asegurarse de que no despierte. En los dos bandos.
Los tres amigos asintieron gravemente y, con eso, la sanadora salió de la habitación.
—Harry…—dijo Hermione al cabo de un rato.
—¿Eh?
—Creo que deberías ir a arreglarte y comer algo. Nosotros podemos quedarnos con Snape mientras tanto.
—Gracias, pero estoy bien.
—No es por llevarte la contraria— intervino Ron—, pero no llevas ni zapatos.
Harry se miró los pies con sorpresa. Se le había olvidado completamente ese detalle.
—Y aunque Snape esté de nuestro lado… Sigue siendo Snape. No creo que le haga mucha ilusión verte en pijama nada más despertarse.
Hermione sonrió, apoyando lo dicho por Ron.
—Lo considerará una falta de respeto o algo parecido—dijo.
Harry observó la planta negra de sus pies descalzos, indeciso.
—Mira, no tienes ni que salir de la enfermería—le explicó Hermione—. Hay duchas por aquí que seguro que la señora Pomfrey te deja utilizar. Y Ron te puede traer ropa de tu dormitorio.
El chico asintió, pero Harry aun no parecía muy convencido.
—No sé, Hermione…
—Vamos a hacer una cosa. Yo iré a por algo de comer y Ron a por tu ropa. Tu quédate aquí mientras tanto. ¿De acuerdo? Y cuando volvamos te vas a duchar y nosotros nos quedamos con él.
—Es un buen plan—la apoyó Ron.
Harry suspiró.
—Está bien.
—Perfecto—sonrió Hermione, poniéndose en pie—. Ya verás cómo después de comer algo y arreglarte te sientes mejor.
Harry dudaba que la sensación de intranquilidad fuera a disminuir, pero no dijo nada. Ron y Hermione avanzaron hacia la puerta y, tras una última mirada en dirección a su amigo, salieron de la habitación.
En cuanto se quedó solo, Harry fue consciente del silencio que reinaba en la sala. Podía oír la respiración lenta de Snape y de pronto se sintió extrañamente fuera de lugar. ¿Qué estaba haciendo ahí? Debería estar con los Weasley, llorando a Fred. O con Andrómeda Tonks, que había venido a Hogwarts para hacer los preparativos del funeral de su hija y Remus. Ellos habían sido sus amigos y habían muerto por él, por derrotar a Voldemort. Harry tendría que estar junto a sus familias, dándoles apoyo. ¿Qué hacía sentado junto a la camilla de Snape, sufriendo por el hombre? Siempre le había tratado con desprecio y odio. No se merecía que Harry llorase por él.
Pero también te salvó la vida muchas veces, le recordó una voz en su cabeza. Se puso en peligro, espió y luchó para Dumbledore. Pero también por ti, para mantenerte a salvo. Aquello era cierto,pero Harry aún no había tenido tiempo de asimilarlo. Y aún quedaba algo más. El hecho de que su propia madre había visto algo en Snape. Algo bueno que le hizo ser su amiga durante cinco años. Todo era extraño y confuso, y Harry no tenía la suficiente energía como para lidiar con ello en aquel momento. Lo único que sabía a ciencia cierta era que no quería que Snape muriese. Con eso debería bastar. Al menos hasta que el profesor despertase.
Fueron pasando los minutos, mientras Harry seguía sentado en silencio y sumido en sus pensamientos. Al cabo de un rato, la puerta se abrió y entró Ron de nuevo.
—Hola—dijo a modo de saludo—. Te he traído tu ropa.
Le puso las prendas sobre el regazo y Harry las observó durante un instante. Era ropa muggle, sencilla y cómoda. Uno de los conjuntos que Hermione había guardado en su bolso de cuentas en caso de emergencia, junto con pijamas para los tres. Al acabar la batalla los había dejado en sus habitaciones de la Sala Común y, al verlos, Harry dio las gracias por el carácter planificador de su amiga. No hubiera sido muy agradable seguir vistiendo la ropa que llevaba, llena de sudor, sangre y tierra. Podía parecer algo insignificante, dadas las circunstancias, pero no lo era.
—Hermione aún no ha llegado, ¿eh? —observó Ron—. Bueno, debe de haber cola. Todo el mundo tiene hambre y los elfos domésticos solo han vuelto hace un rato a las cocinas—explicó—. Supongo que a ellos también se les debe hacer raro regresar a la normalidad después de todo lo que ha pasado— suspiró y su mirada se quedó clavada en el suelo, unos segundos más de lo normal.
Harry se dio cuenta, pero no dijo nada. Quería decirle a Ron lo mucho que lo sentía por la pérdida de Fred, pero no encontraba las palabras.
—Bueno, mientras esperamos puedes ir a ducharte si quieres. No te preocupes, yo vigilo a Snape.
Al ver que Harry no se movía, insistió.
—Lo digo en serio, no me importa. Casi le he cogido cariño al murciélago—bromeó.
Pero Harry seguía sin levantarse, de modo que Ron dijo:
—Harry, escúchame.
Su voz se había tornado más grave de pronto y, al subir la vista, Harry pudo ver cómo le miraba con seriedad.
—Ya has oído a la señora Pomfrey, está estable. Solo hace falta esperar. No es necesario que estés permanentemente junto a él.
—Lo sé…—dijo Harry despacio, ordenando sus ideas—. De verdad que lo sé. Pero… me da miedo dejarle sólo. ¿Y si algo cambia mientras no estoy y … y se muere? —la última palabra la susurró, temeroso de que pudiera cumplirse si lo decía en voz alta.
—No va a pasar, te lo prometo. Y si lo ha de hacer… Sucederá incluso aunque estés aquí.
—No sé por qué de repente me importa tanto lo que le pase—reconoció, avergonzado—. Supongo que… Que no quiero perder a nadie más.
Ante eso, Ron cerró los ojos con fuerza.
—Te entiendo—dijo con la voz cargada de dolor—. Pero eso ya no depende de nosotros.
Se sentó junto a él y le dio un apretón en la rodilla, transmitiéndole su apoyo.
—Y ahora venga, ves a cambiarte. Nosotros estaremos aquí—dijo señalando a Snape y a sí mismo.
Harry bajó la mirada y estuvo callado unos segundos. Cuando volvió a levantarla, parecía convencido. Asintió para sí mismo y esbozó una pequeña sonrisa.
—Gracias, Ron—dijo con calidez en la voz. Recogió su ropa, echó un último vistazo a Snape y se puso en pie.
—De nada—le contestó él, cuando estaba abriendo la puerta para salir—. Y no te preocupes si Hermione llega y aún no estás, prometo no comerme tu comida.
Harry no pudo evitar reír con suavidad.
—Iré rápido—dijo—, no voy a arriesgarme—y cerró la puerta antes de que Ron tuviera tiempo a replicar.
Una vez fuera de la habitación encontró las duchas fácilmente, solo tuvo que seguir los diferentes carteles que indicaban cada una de las zonas de la enfermería. Al coger una de las toallas limpias que había en la entrada, se dio cuenta de que el lugar estaba vacío, algo que Harry agradeció. Después de dejar su ropa en un armario, entró en la primera ducha que encontró. Le había dicho a Ron que iría lo más rápido posible, pero una vez estuvo bajo el agua caliente del surtidor, comenzó a relajarse y cambió de idea. Sus músculos dejaron de estar agarrotados y el calor le hizo sentirse limpio. Fue entonces cuando todo lo vivido los últimos días le arrolló con tanta fuerza que sintió como si le hubiera atropellado el expreso de Hogwarts. En un instante estaba bien, disfrutando de la calidez en su piel, y al siguiente lloraba tanto que no sabía dónde acababan sus lágrimas y dónde empezaba el agua.
No supo cuánto tiempo pasó así, sentado en el suelo, llorando como un bebé mientras el agua le limpiaba, pero llegó un punto en el que todo acabó. Se sintió mejor, como si se hubiera desprendido de lo que antes le oprimía el pecho. Se dio cuenta de que así era. Asombrado por aquella nueva sensación, salió de la ducha y se envolvió en la toalla. Evidentemente, lo sucedido en la batalla de Hogwarts aún dolía. Pero al menos ahora podía mirar a los hechos de frente, afrontarlos. Era liberador en cierta manera.
Después de secarse, comenzó a vestirse. En cuanto llegó a los zapatos sonrió para sí mismo. Ron tenía razón. Si Snape le hubiera visto en pijama y descalzo, nada más despertar, probablemente le hubiera matado. Era agradable saber que algunas cosas no habían cambiado.
Caminó de vuelta a la habitación disfrutando del silencio y se dio cuenta del hambre que tenía. Esperaba que Ron hubiera cumplido con su promesa de guardarle algo de comida.
Por suerte, así fue. Al abrir la puerta fue recibido por Hermione, quien le puso un plato entre las manos. Harry le dio las gracias y se sentó junto a ella.
—Me he encontrado con Ginny cuando estaba en el Comedor—le explicó, mientras Harry masticaba—. Ella también había ido a buscar comida. Me ha dicho que le llevaba su plato a la señora Weasley y ahora venía.
Harry asintió, sin saber muy bien que pensar. Todavía no había hablado realmente con Ginny después de la Batalla. Ella había estado dando apoyo a sus padres después de lo de Fred y ayudando a Neville con los heridos. Harry también había querido echar una mano, pero cada vez que aparecía en público una multitud se le acercaba para darle las gracias. Lo último que necesitaban los heridos era ruido y gente molestando a su alrededor. Y los Weasley tenían que lidiar con su pérdida en familia. Por eso, Harry había preferido retirarse a lugares más discretos. Ya habría tiempo para hablar más adelante.
—Pues si viene, iré yo a hacer compañía a mis padres—dijo Ron, muy serio de pronto—. Tenía pensado ir antes, pero con todo lo que ha pasado…—hizo un gesto vago en dirección a Snape.
—Por supuesto, Ron. No tienes porqué dar explicaciones—le dijo Harry sinceramente—. Tu lugar está con tu familia.
—Lo sé. Por eso he estado aquí todo este tiempo.
Lo dijo con tanta naturalidad que Harry no supo cómo reaccionar. Observó a su mejor amigo, y vio en sus ojos lo mismo que debía haber en los suyos. Tristeza por lo perdido, sí, pero un amor y afecto infinitos por los que seguían allí. Por su familia. Y eso incluía a Harry y también a Hermione. Habían vivido tantas cosas juntos que algo tan insignificante como la sangre no importaba.
—Gracias…—murmuró Harry.
Ron le sonrió, mientras Hermione les observaba con lágrimas no derramadas, emocionada.
—Vale, me estáis poniendo muy difícil no llorar—dijo, con la voz temblorosa pero sonriendo.
Ron abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hacerlo, se abrió la puerta y entró Ginny. Al ver el panorama se quedó quieta y les observó, indecisa.
—Eh… ¿Interrumpo algo? Puedo volver luego si queréis…
—No, no pasa nada—dijo Ron rápidamente—. Ya está. Solo estábamos… eh…
—No te preocupes, Ginny—la tranquilizó Hermione, secándose los ojos con disimulo—. Era una conversación un poco sensiblera, pero ya se estaba acabando.
Ginny se mordió el labio.
—Vaya, lo siento…
—Está bien—le dijo Ron, haciendo un gesto de despreocupación—. De todas maneras, yo ya me iba. Quería ir a ver a papá y a mamá.
—Oh, los he dejado con George en el Gran Comedor. Supongo que seguirán ahí algún rato.
—Vale, pues ahora iré— Ron se levantó de su asiento y miró a su alrededor.
Vio a Ginny observando a Harry con intensidad y se dio cuenta de que éste aún no había dicho nada.
—Eh… ¿Hermione? ¿Quieres venir conmigo? —compartió una mirada con la chica, indicando con la cabeza a los otros dos.
Hermione lo comprendió al instante.
—Oh, sí, claro—asintió—. Me he quedado con algo de hambre. Te acompaño y así cojo más comida.
Se puso en pie y abrió la puerta, con Ron a su lado.
—Nos vemos en un rato, ¿vale?
Harry y Ginny los miraron sorprendidos, pero asintieron. Fue una suerte que Hermione se girase para salir en aquel momento, o hubiesen visto la sonrisa satisfecha que tenía en el rostro.
En cuanto se hubo cerrado la puerta, Ginny se sentó al lado de Harry.
—Siento haber interrumpido el momento—dijo, llenando el silencio.
—Oh, no te preocupes. Es más, te lo agradezco—le contestó Harry.
—¿Por qué?
—Bueno, ya sabes lo mucho que le gusta a Hermione cuando Ron se comporta de forma madura y sensible. Si no llegas a venir, lo más probable es que hubieran empezado a enrollarse.
Hizo una mueca exagerada y consiguió lo que andaba buscando, que Ginny sonriera. Lo cierto era que había estado temiendo estar a solas con ella, que se hiciera raro o incómodo. Pero ahora que se encontraba en la situación, todo era mucho más sencillo. Había olvidado lo fácil que era hablar con ella.
—Tienes razón, sí que le gusta… O sea que están juntos realmente, ¿no? — Ginny suspiró—. Nunca pensé que llegaría a ver el día. Supongo que hacía falta una guerra para que esos dos confesasen sus sentimientos—sacudió la cabeza.
—Nosotros nunca tuvimos ese problema—dijo Harry, con más valentía de la que sentía.
—No, no lo tuvimos… Más bien fue la guerra la que nos separó.
—Ginny, yo… Yo no…—respiró hondo—. Mira, no quiero fastidiarla, ¿vale?
—¿Fastidiarla? ¿De qué estás hablando?
—Hablo de esto, de lo nuestro —se señaló a sí mismo y luego a ella—. Yo… el tiempo que pasamos juntos fui muy feliz. Más de lo que he sido nunca—reconoció—. Pero ahora… Nunca pensé que tendría un futuro. Y ahora está aquí y ¡no sé qué hacer! —se dio cuenta de que había levantado la voz y miró con susto a Snape, acordándose de pronto que estaba ahí.
—No hemos escogido el mejor sitio para hablar de esto, ¿eh? —dijo Ginny con sarcasmo, mientras esperaba que Harry ordenase sus ideas.
—La verdad es que no… —Harry suspiró y luego dijo lo que realmente quería decir—. Escucha, tú… Tú lo has pasado muy mal. Has estado un año entero luchando desde Hogwarts, resistiendo. Has… has perdido a tu hermano y a muchos otros amigos—la voz le tembló tembló y Ginny se encogió ante el recordatorio—. Eso te cambia como persona. Necesitas tiempo para asumir todo lo que ha pasado. Y para decidir si quieres seguir con esto, o no.
—Harry…
—No quiero que sientas una especie de… de obligación a estar conmigo. O que lo hagas simplemente para no pensar en todo lo que ha pasado. No es justo para ti.
—Y tampoco lo sería para ti, Harry—dijo ella, firmemente—. Escúchame, soy consciente de todo esto. Yo también he estado reflexionando sobre nosotros. Todo lo que has dicho sobre mí también se aplica a ti. Tú también has cambiado, también has sufrido. Eso es un hecho. No somos las mismas personas que éramos hace un año. Nunca volveremos a serlas—por un instante, la realidad de aquellas palabras la enmudeció—. Pero a pesar de todo esto, sigo teniendo sentimientos hacia ti. Eres mi amigo, eres mi familia. Y…y probablemente seas algo más. No te estoy diciendo de… "casarnos mañana"—bufó, sacudiendo la cabeza—. Lo único que quiero es ir poco a poco. Volver a conocernos y ver qué es lo que queremos. No hay prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo.
—Volver a conocernos—repitió Harry—. Sí, eso me gustaría. Me gustaría mucho.
Sin pretenderlo, una sonrisa de extendió por su rostro. Observó a Ginny, con los ojos brillantes por el alivio y la esperanza. Ella le devolvió la mirada y Harry se perdió en sus ojos castaños. Los había echado tanto de menos, ¡la había echado tanto de menos! Cuando se dio cuenta de eso, ya no tuvo miedo a decir o hacer algo mal. Ahora sabía lo que quería.
Con naturalidad, encontró la mano derecha de Ginny y la cogió con la suya izquierda. Durante un instante, esperó su reacción, temiendo haber cruzado alguna línea. Fue simplemente lo que duró un latido. Al siguiente, ella pasó su pulgar por el dorso de su mano, donde tenía marcadas las palabras "No debo decir mentiras" y le dio un apretón con fuerza.
—Te he echado de menos—reconoció Ginny.
—Yo también.
Ella llevó sus manos unidas hasta sus labios y depositó un beso en la de Harry, antes de dejarle ir.
— Tengo que confesarte algo—dijo después de hacerlo, provocando que Harry la escuchase con atención.
—Dime.
—Si Snape no estuviera delante, probablemente el beso te lo habría dado en los labios—sus ojos brillaron con humor—. Pero estar en la misma habitación que él me corta el rollo completamente.
Harry no pudo evitar soltar una carcajada.
—Maldito Snape…—dijo, divertido—. Muy propio de él, fastidiarme incluso inconsciente.
La risa de Ginny no se hizo esperar y Harry se empapó en ella. Se dio cuenta de que no le importaría pasar el resto de sus días escuchándola. Siendo el causante de aquel sonido.
—Me alegro de que estemos bien—reconoció.
—Yo también.
Pasaron unos instantes en silencio, hasta que Ginny se puso en pie. Se acercó lentamente a Snape y le observó con curiosidad.
—Hermione me ha explicado todo—dijo—. Como Nagini le atacó y cómo le encontraron ella y Ron. Y también recuerdo lo que dijiste mientras luchabas contra Voldemort. Acerca de sus lealtades. Supongo que tiene que ser verdad o sino no estarías aquí, preocupado por él.
—Así es…
—Al menos ahora tiene sentido todas las cosas que hizo el año pasado…
—¿Qué cosas?
—Enviarnos a Neville y a mí con Hagrid como castigo, por ejemplo. En vez de con los Carrow. No entendía cómo podía ser tan estúpido de pensar que Hagrid nos iba a tratar mal. Resulta que era más listo de lo que pensaba… Era su manera de protegernos—dijo, en voz baja—. Nunca me gustó mucho, pero si despierta querría agradecérselo. No solo eso, sino todas las cosas que debió hacer como espía que ni siquiera nos dimos cuenta. Todas las veces que su información nos mantuvo a salvo.
—Ese es uno de los motivos por los que estoy aquí. Siento que estoy en deuda con él, en cierto modo. Me gustaría… Me gustaría que cuando despierte… Pueda tener una segunda oportunidad. Una vida mejor que la anterior.
—Nos aseguraremos de que la tenga, Harry. Nadie volverá a sufrir por culpa de ese monstruo. Te encargaste de ello.
—No solo yo—le dijo él muy serio—. Todos lo hicimos.
Ginny asintió y luego se quedaron juntos en silencio, disfrutando de la presencia del otro. Pasaron los minutos y el cansancio empezó a hacer mella en Harry. Poco a poco fue cerrando los ojos y, cuando ya iba a quedarse dormido, se abrió la puerta por enésima vez en aquel día.
—¿Aún está aquí, señor Potter? —era la señora Pomfrey—. Le dije que no hacía falta que se quedase. Si hay cualquier cambio los encantamientos que he puesto a su alrededor deberían avisarme.
Harry asintió.
—Sí, lo recuerdo. Pero no quería dejarle solo.
La mirada de la señora Pomfrey se suavizó.
—Está bien. Si quieres quedarte puedes hacerlo, por supuesto. Pero ahora he venido a cambiarle las vendas.
Al ver que ni Harry ni Ginny hacían ademán de moverse, la enfermera se les quedó mirando.
—Las heridas del profesor Snape no son muy agradables de ver—explicó—. Os recomiendo que salgáis fuera de la habitación mientras tanto.
Los dos intercambiaron una mirada. Después de todo lo vivido, Harry dudaba de que algo pudiera impresionarle, pero sabía que a Snape no le gustaría que le vieran en una posición aún más vulnerable. Así que decidió salir.
—De acuerdo—dijo, levantándose. A su lado, Ginny hizo lo mismo—. Estaremos fuera.
—Os avisaré cuando acabe—prometió la señora Pomfrey, aunque su atención estaba completamente centrada en Snape. Les había dado la espalda y hacía complicados movimientos de varita, mientras las vendas limpias flotaban a su alrededor.
Harry se apresuró a salir por la puerta.
—Ha pasado mucho rato desde que Ron y Hermione se fueron—dijo Ginny al salir.
Harry comprobó su reloj de muñeca.
—Es verdad.
—No creo que vuelvan—sonrió ella—, supongo que querían darnos intimidad.
—Oh, totalmente. He visto a Ron haciéndole gestos con la cabeza nada disimulados en nuestra dirección. Le agradezco que lo haya hecho, pero se ha notado bastante.
Ginny rio con suavidad.
—Típico de Ron…
—Típico de Ron—repitió Harry, sonriendo con afecto.
—Por cierto, no sé si te lo habrá comentado. Pero lo más probable es que vayamos a casa durante un par de días.
—Oh… No, no lo sabía.
—Han venido Weasleys de todos lados para el… para el funeral de Fred—Ginny tragó saliva y continuó—. Mamá quiere alojarlos a todos en casa y alimentarlos… Ya sabes cómo es. Y yo quiero estar ahí para ayudarla a ella y a papá. Sé que ellos son los adultos, pero alguien debería cuidarlos también. Asegurarse de que no trabajan hasta la extenuación.
Harry asintió, lentamente.
—Me gustaría poder hacer algo para ayudaros.
—Tu lugar está aquí, de momento. La profesora McGonagall me dijo que aún tienes mucho por hacer. Explicaciones que dar y manos que estrechar.
Harry bufó.
—Con lo mucho que me gusta ser el centro de atención…
Ginny esbozó una pequeña sonrisa y le miró, el cariño evidente en sus ojos.
—Además, Snape está aquí—continuó ella— En algún momento despertará y necesitará que alguien le ponga al día de todo. Y probablemente habrá un juicio. Tendrás que declarar a su favor.
Los ojos de Harry se abrieron con sorpresa.
—No lo había pensado.
—No te preocupes. Eres Harry Potter—dijo Ginny, como si eso lo explicase todo—. Te harán caso.
—Espero…—suspiró Harry—. De todas maneras, no importa las responsabilidades que tenga aquí. Si me necesitáis, dímelo—dijo muy serio.
Ginny levantó una mano y le acarició la mejilla con suavidad.
—Gracias, lo tendré en cuenta.
Harry llevó su mano hasta la suya y la dejó ahí. Pasaron unos segundos así, observándose y dándose cariño el uno al otro.
—Debería ir a comprobar cómo están mis padres—dijo Ginny finalmente, soltando sus manos—. Y George.
—¿Sigue tan callado?
—Sí…—suspiró Ginny, desviando la mirada—. Es como si… Como si le hubieran arrancado una parte de él. No puedo ni imaginar cómo debe estar sintiéndose. Si ya es duro para el resto de nosotros…—respiró temblorosamente, intentando no llorar—. Para él debe de ser horrible.
—Lo siento muchísimo, Ginny.
Harry la abrazó y ella se sintió segura junto a su pecho. Pudo dejarse ir y llorar en silencio. Cuando estuvo un poco más calmada, se apartó y lo miró a los ojos.
—No lo sientas. No es culpa tuya—le dijo.
Se pasó el dorso de la mano por las mejillas, limpiándose las lágrimas.
—Y estaremos bien. Algún día. Solo necesitamos tiempo para aprender a lidiar con ello— carraspeó, intentando recomponer la compostura—. Dime una cosa.
—Lo que quieras.
—¿Aún echas de menos a Sirius?
Harry sintió como se le hacía un nudo en la garganta. Quería ocultar la realidad y decirle que no, que con el tiempo había sido más fácil. Pero era Ginny quien se lo había preguntado y a ella nunca le mentiría.
—Cada día—reconoció—. Le echo de menos cada día.
Ginny clavó la vista en el suelo y al cabo de unos segundos asintió.
—Vaya, genial…—dijo con sarcasmo—. Pero gracias… por decirme la verdad.
—Le sigo echando de menos—volvió a decir Harry—. Pero llega un momento en el que estás en paz con ello. Hay días en los que duele más y otros no tanto—se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir—. Lo siento, no tengo una fórmula para lidiar con esto. Simplemente … lo haces. Porque no queda otra. Y porque la gente que sigue aquí hace que merezca la pena soportarlo.
Los labios de Ginny temblaron, pero asintió con decisión.
—Aunque parezca raro, me reconforta oírlo—dijo—. Me alegra saber que nunca dejaré de extrañarle, porque no quiero hacerlo. No quiero olvidarle. Pero lo otro que has dicho acerca de ser capaz de soportarlo… Me da esperanza, en cierto modo. Saber que entre todos conseguiremos seguir adelante.
—Eso es lo que quería conseguir. Me alegro de haberte animado, aunque solo sea un poco.
Ginny le sonrió, aún con restos de humedad en las mejillas.
—Gracias, Harry.
"Gracias ti", quiso decir Harry, "por tantas cosas". Pero en vez eso permaneció en silencio y simplemente asintió.
—Bueno, siento dejarte con este bajón—dijo ella—. Pero de verdad que tengo que irme.
—No pasa nada, lo entiendo.
—Vendré a despedirme antes de volver a casa, ¿vale? Y nos volveremos a ver en el funeral.
La palabra le seguía sonando extraña a Harry, irreal.
—De acuerdo.
—¿Quieres que avise a Ron y a Hermione? ¿Para que te vengan a hacer compañía?
Harry negó con la cabeza.
—No te preocupes, tengo la moneda del E.D. Ya les avisaré yo.
—Está bien, pues. Nos vemos luego.
Se acercó para despedirse y Harry levantó los brazos, creyendo que iba a abrazarle. Para su sorpresa, Ginny se puso de puntillas y rozó sus labios contra los de él, antes de apartarse.
—Ahora ya no está Snape delante—dijo a modo de explicación.
Harry no pudo evitar sonreír, un poco colorado. Al verlo Ginny le guiñó un ojo y se dio la vuelta para salir de la habitación. Él quiso decir algo pero solo pudo observarla con cara de idiota y los labios ardiendo donde los de Ginny le habían tocado.
Estuvo algunos segundos ahí parado, mirando la puerta que acababa de cerrarse, cuando se dio cuenta de que la señora Pomfrey seguía en la habitación de Snape. Llevaba ya mucho tiempo y Harry temió que algo hubiese salido mal.
Entró sin pensárselo dos veces y vio a la enfermera sentada en una silla, contemplando al profesor de pociones, que seguía dormido en su camilla.
—¿Señora Pomfrey? ¿Va todo bien?
—Oh, sí, no te preocupes. Solo me estaba tomando un pequeño descanso. Han sido unos días agotadores. Además, he supuesto que usted y la señorita Weasley tenían cosas de las que hablar.
Harry podía sentir como sus mejillas ardían.
—Eh… Gracias.
La sonrisa de la señora Pomfrey no se hizo esperar.
—No te avergüences, Potter, ¡eres joven! Es la época adecuada para los dramas del corazón. Y sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias que habéis vivido… —sacudió la cabeza y la sonrisa desapareció—. Pobres críos.
Harry no sabía muy bien que decir, así que guardó silencio.
—En fin…—suspiró la enfermera—. Debería volver al trabajo.
—¿Si hay algo que pueda hacer…?
—Gracias, Potter, pero me temo que no—se puso en pie con esfuerzo y Harry pudo ver el cansancio en sus movimientos—. Solo he de aguantar un par de días más. Kingsley me ha prometido que cuando las cosas estén un poco más tranquilas en el Ministerio enviará personal a Hogwarts. Médico, sobre todo, pero también gente para reconstruir la escuela—Harry recordó los estragos causados por la batalla y asintió—. Además de políticos y jueces, que tendrán que lidiar con los mortífagos que no consiguieron huir. Juzgarles por sus crímenes…
La señora Pomfrey negó con la cabeza y Harry pudo ver la ira en sus facciones, usualmente tranquilas.
—¡Juzgarles! Solo tendrían que pasar cinco minutos en la enfermería para sacar su veredicto. Los horrores cometidos por esa… esa gente. Bestias, más bien. Deberían pasar el resto de sus vidas encerrados. Eso sí que sería justicia. Cualquiera relacionado con V-Voldemort se lo merecería.
Harry no dijo nada, pero pensó en Draco y en Narcissa, incluso en Snape, y se dio cuenta de que las cosas no eran tan sencillas. Él solía creer que el mundo era blanco y negro, pero había aprendido que no era así.
—Vaya… Lo siento, Potter. No debería perder los estribos de esta manera—carraspeó y se alisó la falda blanca del uniforme.
—No pasa nada. Lo entiendo.
Ella asintió.
—En fin, será mejor que regrese al trabajo.
—De acuerdo, señora Pomfrey. Que vaya bien.
—Igualmente—dijo ella. Y sin una palabra más salió de la habitación.
En cuanto se cerró la puerta, Harry respiró profundamente. Le había dicho a Ginny que avisaría a Ron y Hermione, pero realmente le apetecía estar solo. Cogió la moneda del E.D. y, después de juguetear un rato con ella, decidió guardarla en el bolsillo.
Sus dos amigos se merecían pasar un rato juntos, sin que Harry estuviera molestando por ahí. Además, después de todo lo vivido durante aquel día, agradecía disponer de un tiempo para él. Para poder pensar en todo lo que había pasado desde que llegó a la enfermería. Rememoró sus conversaciones con Ron y Hermione, pero también con Ginny y la señora Pomfrey. Mientras lo hacía, podía notar sus parpados volviéndose más pesados y antes de darse cuenta cayó dormido.
Cuando volvió a despertarse, tenía la boca seca y el cuello entumecido por el respaldo de la silla. Tardó un poco en recordar donde se encontraba. Cuando lo hizo, se dio cuenta de dos cosas. Una, Snape seguía dormido. Y dos, no estaban solos en la habitación. Sacó la varita de golpe y la apuntó hacia el intruso, antes de darse cuenta de que era la profesora McGonagall.
—No quería despertarte—dijo a modo de disculpa—. He supuesto que necesitabas dormir.
Harry bajó la varita, todavía un poco dormido.
—¿Profesora?
—Buenos días, Potter—metió la mano en el bolsillo de su túnica y consultó su reloj—. Tardes, mejor dicho.
—¿Qué? ¿Tanto he dormido?
—Sí, pero no te preocupes—dijo al ver la expresión en el rostro del chico—. La señora Pomfrey ya ha informado a tus amigos de que te encontrabas aquí. Ellos también han decidido que sería mejor dejarte descansar.
Harry se pasó una mano por la cara, tratando de ahuyentar el sueño.
—Gracias… La verdad es que sí que estaba cansado.
La profesora McGonagall esbozó una sonrisa, pero luego miró a Snape y ésta desapareció.
—La señora Pomfrey me ha puesto al día… No he podido venir antes, aún hay mucho trabajo por hacer. Pero tenía que verlo por mí misma.
Se acercó hasta el borde de la cama de Snape, dándole la espalda a Harry. Luego llevó una mano hasta la del hombre, y dio un leve apretón. Aunque no podía verle la cara, el temblor de sus hombros indicó a Harry que estaba llorando.
Pasaron unos minutos en silencio. Harry sin saber que decir y la profesora McGonagall de pie junto a Snape, sollozando en silencio. Finalmente, se apartó de la camilla. Harry podía ver los restos de lágrimas en su rostro, pero por lo demás había recobrado casi por completo la compostura.
—Merlín… Lo siento, Harry.
—No se preocupe, profesora. Es normal. Ustedes fueron amigos durante años.
—Amigos…—repitió ella—. Esa es una palabra que Severus nunca utilizaría. Compañeros de trabajo, colegas… Hasta ahí podía llegar uno con Severus Snape. Y ahora entiendo el porqué. No podía permitirse formar lazos con la gente. Su rol como espía era demasiado importante.
Sonrió sin alegría, sentándose en una silla.
—Y aun así… Me gusta creer que tuvimos algo parecido a la amistad. Todos estos años tienen que valer para algo, ¿no?
Harry no sabía si estaba hablando con él o solo en voz alta, aunque no quería interrumpirla. No era propio de la profesora McGonagall abrirse de aquella manera. Pero suponía que lo sucedido los últimos días y ver a Snape vivo de nuevo afectarían a cualquiera.
—Le odié tanto durante este año—continuó diciendo la profesora—. Pensé que no podría soportarlo, que en algún momento explotaría y acabaría con él. El asesino de Dumbledore, el traidor. Que había abusado de nuestra confianza… Pero aguanté. Y luego, saber que estaba de nuestra parte todo este tiempo, solo para descubrir que había muerto… Fue bastante doloroso—su rostro decía claramente que aquella palabra no llegaba a describirlo—. Y ahora, ¿está vivo?
Harry tampoco acababa de creérselo, incluso después de saberlo durante todo el día.
—Sí, esto es muy propio de Severus. Dramatismo hasta el final—la sonrisa sarcástica de la profesora McGonagall estaba llena de afecto, a pesar de todo.
Cayó el silencio en la habitación, después de aquella frase, pero no era incómodo. Harry estaba contento de compartir aquel momento con la profesora McGonagall. Los dos sentados frente a la camilla de Snape, con el hombre respirando lentamente. Le gustaba saber que los sentimientos de McGonagall hacia Snape eran tan complicados como los suyos propios hacia el hombre.
—Despertará, profesora—le dijo finalmente—. Estoy seguro. Ahora lo estoy.
Ella le sonrió. Fue una sonrisa triste, pero Harry pudo ver un brillo de esperanza en sus ojos.
—Espero que tengas razón, Potter.
A/N: Hasta aquí este capítulo. Tengo pensado continuar la historia, aunque no sé cuántas partes más tendrá, depende de a dónde me lleven los personajes.
Bueno, gracias por leer, espero que os haya gustado y que tengáis un buen verano :D
