A/N: ¡Hola! Sí, sé que he tardado varios meses en volver a actualizar, ¡lo siento! Lo que pasó es que empecé a escribir la siguiente confrontación entre Snape y Harry, pero 1) quería que fuera perfecta así que la escribí y reescribí mil veces y 2) una vez estuve más o menos satisfecha, empecé a escribir la parte anterior y me di cuenta de que se estaba convirtiendo en un capítulo largísimo, así que al final he dividido todo en tres partes. La buena noticia es que los dos siguientes capítulos los tengo casi acabados. Quiero hacer algunos pequeños cambios y añadir cosas que se me han ocurrido mientras escribía éste, pero (en teoría) debería subir los dos siguientes en poco tiempo.

Ah, me olvidaba, otro de los motivos por los que he tardado en actualizar es que me fui de vacaciones y ahora, al volver, he pillado el covid... Otra vez... No estoy muy mal pero estar delante del ordenador hace que me duela la cabeza, así que puede que tarde un pelín más en actualizar, pero será rapido, lo prometo.

Bueno, espero que os guste el capítulo y que la espera haya merecido la pena :)


Cuando llegó a la Madriguera, sus amigos le estaban esperando con preguntas en los ojos. Harry les dijo que él y Snape habían discutido y que el hombre no vendría al funeral al día siguiente, pero no les ofreció muchos más detalles. No quería pensar demasiado en lo que había ocurrido y, por suerte, Ginny, Ron y Hermione lo entendieron al instante. Aparcaron el tema sin que él tuviera que decírselo y se dedicaron a hablar de cosas sin importancia, en vez de atosigarle para conseguir más información. Aquellas conversaciones, mientras jugaban al ajedrez o volaban con sus escobas, le hicieron sentir casi normal, y provocaron que el humor de Harry mejorase considerablemente respecto al momento en el que había salido corriendo de las mazmorras. También le ayudó ver el cambio en los demás Weasley, la nueva energía que habían obtenido al despedirse de Fred. Harry observó a George subido en su escoba, uniéndose a ellos en el cielo de la Madriguera, jugando hasta que el Sol comenzó a ponerse; a los señores Weasley sonriéndose con cariño, abrazados en el sofá mientras escuchaban a Percy hablar sobre sus planes de futuro; a Bill y a Fleur, que había vuelto aquella mañana, cogidos de la mano, paseando por el jardín, sus ojos llenos de afecto por el otro… Y aquellas escenas cotidianas le llenaron de optimismo por los días que estaban por venir.

Esa noche, sin embargo, tumbado en su cama y contemplando el techo en medio de la oscuridad, no pudo evitar sentir la tristeza en lo más profundo de su pecho. Ron roncaba frente a él, pero Harry seguía despierto, con los ojos abiertos y sumido en pensamientos que habría preferido ignorar. Aquella tarde en la Madriguera había sido tranquila y agradable, pero ahora, en medio de la oscuridad, sin ningún tipo de distracción, era imposible escapar de la realidad. Las cosas habían cambiado, y no para mejor. Los dulces días de verano en casa de los Weasley, en los que la única preocupación había sido saber de qué hablaban los adultos y qué cosas nuevas y emocionantes ocurrirían ese año en Hogwarts, habían acabado. No iban a volver. Por mucho que él lo desease. Y a Harry le dolía el corazón.

Las horas pasaron, lentas y silenciosas, mientras el chico permanecía ahí, acompañado por la respiración de Ron y la suya, el crujir de la Madriguera y el canto de las cigarras proveniente del jardín. Tenía el cuerpo adolorido y, aunque había echado de menos aquel familiar quejido de sus músculos, hacía meses que no montaba en escoba y sus piernas se lo estaban recordando. También sentía el agotamiento de su mente y sus emociones, provocado por su discusión con Snape y el esfuerzo que había hecho toda la tarde para apartar de su cabeza las palabras del hombre. Respirando hondo, Harry intentó despejar su mente, obligándose a dormir, sabiendo que necesitaba descansar para afrontar el funeral de Remus y Tonks al día siguiente. Finalmente, sus párpados comenzaron a ceder, pesados a causa del cansancio acumulado. Y aunque al final, exhausto, consiguió que el ansiado sueño se apoderara de él, el rostro lleno de rabia de Snape fue lo último que vio antes de perder el conocimiento.

Cuando despertó, la cama de Ron estaba vacía, la habitación demasiado cálida y la luz que se reflejaba en el suelo, entrando por donde acababan las cortinas, era mucho más brillante de lo que debería ser durante las primeras horas del día. Aturdido, Harry se pasó una mano por el rostro y se inclinó para recoger los calcetines que había dejado en el suelo la noche anterior. Después de ponérselos, salió del cuarto y bajó las escaleras hasta llegar a la cocina. Molly se encontraba ahí y, al verle, le recibió con una sonrisa cariñosa.

"Buenos días, Harry."

"Buenos días, Señora Weasley." Murmuró él, todavía con sueño en la voz. "¿Qué hora es?"

"Son casi las once."

"¿Las once?"

Hacía tiempo que Harry no dormía hasta tan tarde.

"Así es." Le sonrió Molly. "Debías de estar cansado".

El chico recordó la noche anterior y asintió distraídamente.

"Lo estaba." Reconoció. "¿Los demás se han despertado ya?"

La señora Weasley asintió.

"Están en el jardín." Le dijo, inclinando la cabeza hacia la puerta. "Pero no te preocupes, ya iré yo a buscarlos. Tú siéntate y desayuna con calma."

Indicó con la mano la mesa delante suyo y Harry reparó en un plato en el que no se había fijado antes. Estaba lleno de comida y acompañado por un vaso de zumo de naranja.

El chico sintió como le gruñían las tripas.

"Gracias, señora Weasley."

"De nada, cielo." Le dijo ella. "Come tranquilo y, si tienes más hambre, hay más cosas en la nevera."

Harry no creía ser capaz de terminar aquel primer plato, pero asintió de todos modos y se sentó en la silla. Al verle mordisquear un trozo de tostada, Molly sonrió satisfecha. Luego se apartó de la mesa y se acercó a la puerta que llevaba al jardín. Harry la vio salir, mientras recogía con el tenedor un pedazo de huevos revueltos y se los llevaba a la boca.

Estaba acabando el último bocado cuando la puerta volvió a abrirse y Ron, seguido de Ginny y Hermione, entraron por ella.

"¿Te encuentras bien, Harry?" Le preguntó su amigo, después de darle los buenos días. "Has dormido mucho y cuando he entrado a buscar mi ropa ni te has dado cuenta."

"Estoy bien." Le tranquilizó Harry. "Solo estaba cansado. Además… Me costó dormirme. Tenía demasiadas cosas en la cabeza."

"¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó Ginny. 'Lo mismo de siempre' quería decir la Guerra, las personas que habían muerto, el futuro... La mente de los que habían sobrevivido solía estar llena de aquellos pensamientos. Ella lo sabía bien.

"Sí… Lo mismo de siempre." Respondió Harry. "Pero, además de todo eso… También estuve dándole vueltas a lo sucedido con Snape. Sé que no es he contado todo lo ocurrido, pero… Digamos que no fue bonito. Algún día os daré detalles, lo prometo. Por ahora, dejémoslo en que estoy muy decepcionado y enfadado con él. Y no sé si alguna vez podremos solucionarlo. O si quiero que lo hagamos…"

Las miradas de sus amigos estaban en él, escuchándole y entendiéndole, y aquello hizo que Harry se sintiera un poco mejor.

"Pero, dejemos el tema. No quiero hablar de Snape." Dijo, levantándose de la silla y llevando el plato ya vacío hacia el fregadero. "Hoy solo quiero pensar en Remus y en Tonks. Y en el… el funeral."

Al girarse, vio como los rostros de los demás habían ensombrecido ante el recordatorio.

"Está bien, Harry." Le dijo Hermione, mientras Ron y Ginny asentían. "¿Sabes que Kingsley estará ahí? Nos lo ha dicho el señor Weasley esta mañana."

Harry no lo sabía, pero tenía sentido. Kingsley era un miembro de la Orden del Fénix, conocía a Remus desde hacía muchos años y, en el caso de Tonks, también trabajaban en el mismo departamento del Ministerio.

"Probablemente también vengan otros Aurores compañeros de Tonks." Añadió Ron. "Estaría bien hablar con ellos para ver qué tal son. Podrían acabar siendo tus colegas, Harry."

El chico tardó un poco en entender a que se refería. Había olvidado por un momento que quería ser Auror.

"Sí…" Murmuró finalmente.

"Me preguntó si vendrá algún familiar de Remus." Repuso Ginny. "Nunca le oí hablar de sus padres y no sé si tenía hermanos…"

"Probablemente no." Murmuró Harry, pensando en las pocas cosas que sabía del hombre y cuánto deseaba haberle preguntado más sobre él cuando aun estaba vivo. "Hablando con Sirius y con él mismo, siempre me pareció que los Merodeadores habían sido su primera familia. Y la única. Por desgracia, la vida de un hombre lobo parece ser muy solitaria."

Pero no su muerte, pensó Harry, testarudo. Decenas de personas que le querían iban a despedirse de él. Y su mujer, la madre de su hijo, descansaría para siempre junto a él. Remus no iba a estar solo nunca más.

"Tú has estado en casa de los Tonks. ¿verdad Harry?" Recordó de pronto Hermione, cambiando de tema.

La mente del chico le transportó a aquella noche en la que Hedwig y Ojo-loco habían muerto.

"Así es. Aunque solo durante unos minutos."

"¿Es cierto que Andrómeda se parece tanto a Bellatrix?" Preguntó Ginny. "Oí a mamá y a papá hablar sobre ello el otro día."

"La primera vez que la vi, intenté lanzarle una maldición. Por suerte no tenía la varita cerca."

La boca de Ron se abrió con sorpresa.

"¿En serio?"

Harry asintió.

"Se parecen mucho. Pero, cuando habla o sonríe, la diferencia con Bellatrix es clara."

"¿Cómo creéis que estará, después de todo lo que ha pasado?" Dijo Ginny.

Ron suspiró.

"Ha perdido a su marido, a su hija y a su yerno en solo un año. Muy bien no debe estar…"

Aquellas palabras activaron la mente dormida de Harry, la idea que había permanecido en ella desde hacía días. Se mordió el labio y miró a su alrededor. La cocina estaba desierta, salvo por ellos cuatro.

"Hablando del tema…" Empezó, captando la atención de los demás. "Os quería comentar una cosa. He pensado que… Que quiero ofrecerle usar la Piedra también."

Hubo un silencio mientras los tres jóvenes asimilaban sus palabras.

"… Harry." Empezó Hermione, justo como él esperaba que hiciera. "¿Estás seguro?"

El chico asintió, decidido.

"He visto lo útil que puede ser. Lo mucho que os ha ayudado." Dijo, señalando con la cabeza a Ron y a Ginny. "Y Andrómeda ha perdido a toda su familia. Me parece lo más justo que ella pueda despedirse también."

Esta vez fue Ron quien tomó la palabra.

"He vivido en primera persona el poder de esa Piedra. Lo bueno que ofrece, pero también lo malo. Es muy posible que pueda ayudarla, pero me preocupa una cosa, Harry. Para nosotros era solo una persona. Solo Fred. Y ya fue casi imposible dejarle ir. No me quiero imaginar cómo lo sentirá ella. ¿Cómo sabes que no será demasiada tentación?"

Harry respiró hondo.

"He pensado en ello. Pero ella tiene a Teddy, ¿no es cierto? Por mucho que le duela, sé que no abandonará a su nieto. Y, además, Remus y Tonks, incluso Ted… Ellos no le dejarían hacerlo. Y yo tampoco."

Ron se mordió el labio, pensativo.

"Podría funcionar." Dijo finalmente. "Y si no lo hace… Ya sabemos que esperar al respecto y no estaríamos lanzándonos a ciegas como con Fred. Podríamos ayudarla a entrar en razón si fuera necesario. Sobre todo, mamá y papá que la conocen bien. Seguro que ella los escucharía."

Aquellas palabras reafirmaron a Harry en su decisión. Había estado seguro de ella, pero, cuando se trataba de la Piedra las cosas nunca eran simples o sencillas y, con las palabras de Snape todavía resonando en su mente, el chico había empezado a dudar de sí mismo.

"Gracias, Ron." Dijo, y luego se giró hacia sus amigas. "¿Vosotras que pensáis?"

"Cuando lo has dicho he dudado." Reconoció Hermione. "Pero después de escucharos a Ron y a ti… Estoy más tranquila. No conozco a Andrómeda, pero me fio de vosotros y de los demás Weasley. Si hay un problema, si ella necesita ayuda, sé que entre todos conseguiremos solucionarlo."

Harry asintió con decisión.

"Lo haremos." Le prometió. Luego se giró hacia Ginny, expectante.

"Yo estoy de acuerdo con Hermione." Dijo ella, aunque miraba a Harry con intensidad en la mirada. El chico iba a preguntarle que ocurría cuando ella parpadeó y aquella expresión despareció de su rostro tan deprisa que creyó habérsela imaginado.

Después de eso, estando ya claro que usarían la Piedra con Andrómeda, la conversación volvió eventualmente a otros temas menos importantes. Con el paso de los minutos, Harry fue consciente de que ya era casi mediodía y él era el único que todavía llevaba el pijama puesto. Así que se despidió de sus amigos y empezó a subir las escaleras hacia el piso superior, donde le esperaba la ducha, junto con su ropa y las túnicas negras que había llevado durante el funeral de Fred. Estaba a medio camino cuando Ginny le interceptó, llamándole desde el piso de abajo.

"Espera, Harry."

El chico se giró, con confusión en la mirada

"¿Ginny?

"Quería hablar contigo un segundo."

Harry tragó saliva y asintió, bajando un peldaño para acercarse a la chica.

"¿Ha pasado algo?"

"No, no ha pasado nada. Es solo que… Toda esta charla sobre la Piedra… Hay algo que quiero decirte."

Él la miró expectante, pero, durante unos segundos, Ginny no dijo nada. Luego suspiró, exhalando con fuerza, y evitó la mirada de Harry. Aquello le preocupó, la chica solía decir lo que pensaba sin rodeos, y eso era de las cosas que más le gustaban de ella. No entendía que podía ser tan grave como para hacerla reaccionar de ese modo.

"Mira, Harry." Dijo finalmente, con la vista clavada en la barandilla de la escalera. "Estoy agradecida por el regalo que nos diste, por habernos dejado despedir de Fred. Siempre lo estaré. Más de lo que puedo expresar con palabras. Y estoy segura de que Andrómeda también lo estará. Pero…" Ginny respiró hondo y se obligó a mirarle a los ojos. "Entiendo que quieras ayudar a los demás, de verdad. Y lo estás haciendo. Pero, aun así, no puedo evitar preguntarme el efecto que usar la Piedra tiene en ti. Por mucho que ahora te estamos ayudando… Al final del día eres tú quien tiene la última palabra. Y no es justo para ti. Es demasiada responsabilidad."

Harry se había quedado mudo de la sorpresa, así que Ginny continuó hablando.

"Tengo miedo por ti, Harry ¿Entiendes? Te conozco y sé que no vas a querer detenerte en Andrómeda. No cuando tanta gente ha perdido a seres queridos y pueden necesitarte. Y eso me hace preguntarme: ¿Cómo va a terminar esta historia? ¿Cuándo vas a decidir que ya está? ¿Que se acabó? No podrás hacerlo. Lo sé. Porque siempre habrá una persona que ha perdido a alguien y que necesitará despedirse. Y luego otra. Y luego otra. Y eso me asusta. No quiero que tengas que seguir con esto el resto de tu vida."

Las palabras de Ginny flotaron en el aire durante unos segundos, mientras Harry las asimilaba. No se había imaginado tener una conversación así en aquellas circunstancias, todavía en pijama, con legañas en los ojos, de pie en las escaleras de la Madriguera. Desde el fondo de su mente, sonaron las palabras que Snape había pronunciado el día anterior. ¿Es eso lo que estás planteando hacer con tu vida, Potter? ¿Deambular por la Tierra durante los próximos cien años? ¿Usando la Piedra con cada persona que ha perdido a alguien?

Harry tragó saliva.

"Ginny…"

"No lo digo para juzgarte. Lo entiendo. Pero quiero que estés bien. Sé que es egoísta decirlo, pero me dan igual esas personas." Lo dijo con rabia y parte de ella iba dirigida a sí misma. "Lo importante es que tú, Harry Potter, estés bien." Repitió. "Porque no quiero perderte a ti también."

Aquellas palabras estrujaron el corazón de Harry, y el chico sintió la mezcla de emociones en su interior.

"No vas a perderme." Le prometió. "Es solo que… Me siento culpable." Reconoció. "Y usar la Piedra ayuda."

"Lo entiendo." Le dijo ella, acercándose despacio y cogiéndole de la mano. "Pero llevas toda tu vida haciendo cosas por los demás. Todo lo que has hecho ha sido para detener a Voldemort. Y ahora que ya no está… ¿No crees que te mereces ser libre? ¿Ser feliz? No tienes porqué malgastar el resto de tus días."

"No quiero malgastarlos. Pero… Me parece injusto no hacer nada. Puedo ayudar a los demás. ¿Qué clase de persona soy si no lo hago?"

"Una persona magnifica, Harry. Siempre lo has sido. Esto no lo cambia." Ginny buscó su mirada con la suya, con seriedad en sus facciones. "No puedes ayudar a todo el mundo. No solo no es tu responsabilidad, sino que es literalmente imposible."

Harry abrió la boca para replicar, pero Ginny siguió hablando.

"Sabes que tengo razón." Le dijo con firmeza. "No puedes salvar a cada persona del planeta. Del mismo modo que no pudimos salvar a Fred, a Remus o a Tonks. Es difícil de aceptar. Pero es la realidad."

Harry tragó saliva y desvió la mirada, mientras las palabras de la chica comenzaban a hacer mella en él.

"Escúchame, Harry." Continuó Ginny. "Hay una parte de ti que sabe lo que tienes que hacer. Tu instinto, tu corazón… Llámale como quieras. Hay veces que es difícil oírla, cuando tienes tanto ruido dentro tuyo. Pero siempre está ahí. Y sé que tú sientes eso con la Piedra. En su momento sentiste que debías usarla con nosotros. Y ahora que debes usarla con Andrómeda. Y eso está bien. Pero llegará un día en el que tu instinto te dirá que debes parar. Y, aunque te cueste, aunque te de miedo, aunque aún te sientas culpable... Tienes que prometerme que te escucharás a ti mismo. Que serás valiente y que no vas a seguir utilizándola."

Los ojos de Ginny brillaban, oscuros y solemnes, pero también llenos de afecto. Harry los observó durante unos instantes, mientras el corazón le latía con fuerza.

"Está bien." Dijo finalmente, dándole un apretón con la mano, sintiendo la calidez entre sus dedos. "Te lo prometo."

Ginny asintió, el alivio evidente en su rostro.

"Gracias, Harry."

El chico se acercó y, aunque le asustaba afrontar aquella verdad que Ginny le había mostrado, o quizás a causa de ello, la abrazó con fuerza.

"Gracias a ti."

Permanecieron así durante unos minutos, ninguno queriendo separarse del otro, hasta que ruidos provenientes de la cocina les hicieron volver a la realidad. La señora Weasley acababa de entrar y hablaba en voz alta con Ron y Hermione, aunque desde ahí Harry no podía entender lo que les estaba diciendo. Aun así, esa distracción fue suficiente para que el chico diese un pequeño paso atrás, apartándose finalmente y echándola de menos al instante.

"Debería ir a arreglarme." Le dijo.

"Y yo a ver qué está diciendo mi madre." Suspiró Ginny. "Te juro que cómo vuelva a preguntarme si mis túnicas están limpias…"

Harry sonrió al ver la exasperación en su cara. Luego se despidió con un gesto y acabó de subir el último tramo de escaleras, en dirección a la ducha.


Las siguientes horas pasaron demasiado rápido para el gusto del chico. Comieron todos en la cocina de la Madriguera, vestidos cada uno con sus túnicas negras y luego esperaron en una calma tensa a que pasasen los minutos. Finalmente, la hora indicada por Andrómeda llegó y juntos caminaron por el jardín hasta el límite de los hechizos protectores que todavía rodeaban la Madriguera. Harry comprobó que tanto la Piedra como su varita estaban a salvo en el bolsillo de sus pantalones, antes de levantar la vista y ver cómo Bill y Fleur desaparecían frente a él. Unos segundos más tarde, siguió su ejemplo. Cerró los ojos y sintió como el suelo se esfumaba debajo de él. Su cuerpo giró sobre sí mismo y una sensación de desagradable mareo agitó su estómago. De pronto, todo terminó, y la solidez de la tierra firme bajo sus zapatos le ayudó a estabilizarse. Todavía con los ojos entrecerrados, el olor a lavanda, tierra mojada y hierba llenó su nariz y el sonido de conversaciones apagadas llegó a sus orejas.

Harry abrió los ojos, observando a su alrededor. Se encontraba en una terraza de piedra anaranjada, con una gran casa de campo alzándose tras ella. En el borde de la terraza, unos bancos de madera daban a un vasto campo de hierba mecida por el viento, que se extendía cientos de metros hasta el horizonte, hasta llegar a unas pequeñas colinas verdes que ocultaban la casa del resto del mundo. Los Weasley estaban junto a él, a unos pocos metros de distancia. En aquel momento, Molly y Arthur se separaban de una mujer de cabello largo y oscuro, acabando de abrazarla. Al verla, Harry reconoció inmediatamente a Andrómeda Tonks. Su rostro seguía siendo muy parecido al de su hermana Bellatrix, pero las marcadas ojeras y las arrugas que habían aparecido en él durante el último año acentuaban aún más sus diferencias.

"¡Harry!" Le llamó ella al verle, acercándose.

El chico no sabía muy bien cómo reaccionar. Solo la había visto en una ocasión, pero, al mismo tiempo, sentía una especie de conexión con la mujer. Ella también había sufrido mucho, y sentía la pérdida de Remus y Tonks incluso más que el propio Harry. Por no mencionar el hecho de que ahora era la única familia de Teddy, su ahijado. Desechando la idea de saludarla formalmente, con un apretón de manos, Harry se inclinó para abrazarla, satisfecho al ver como ella ya había alzado los brazos incluso antes que él lo hiciera. Aquello le reconfortó y tranquilizó. No habría necesidad de torpezas o falsas cortesías con Andrómeda Tonks.

"Me alegro de volver a verte." Le dijo ella, dándole un apretón en el brazo, separándose un poco. "Aunque me hubiera gustado hacerlo en diferentes circunstancias."

Harry observó el abatimiento de sus hombros con un nudo en la garganta.

"A mí también." Dijo, con tristeza en la voz. "Lo siento mucho. Por Tonks y por Remus. Y también por Ted."

Ella asintió aceptando sus palabras y por un momento pareció que sus ojos se llenaban de lágrimas. Pero luego parpadeó y cuadró los hombros, levantándolos.

"No es culpa tuya. Y los verdaderos culpables pagaron con su propia vida..." Dijo. "Pero cambiemos de tema." Esbozó una pequeña sonrisa. No la mueca que su hermana Bellatrix solía mostrar, sino un gesto que denotaba afecto y ternura. "Quiero presentarte a alguien."

Los ojos de Harry se abrieron con sorpresa.

"¿Teddy?" Murmuró. No se había planteado como sería conocer a su ahijado, al hijo de Remus y Tonks, pero en aquel momento comenzó a sentirse nervioso.

Andrómeda asintió, su sonrisa ampliándose.

"Está dentro, en su cuna. Dame un segundo que saludo a todo el mundo y vamos."

El chico se hizo a un lado para dejarla pasar en dirección a los demás Weasley que se encontraban detrás de él. Mientras oía a Ron presentarse, Harry sintió que le sudaban las palmas de las manos. Quería ser un padrino tan bueno como Sirius lo había sido para él, incluso mejor. Quería que Teddy no se sintiera solo nunca. Que no le faltase nada: ropa, comida, pero tampoco afecto o un hombro en el que llorar. Quería ser valiente, estar siempre ahí para él. Pero, al mismo tiempo, las secuelas de la Guerra seguían presentes y Harry todavía era muy joven. Él también necesitaba una figura adulta, aunque no quisiera reconocerlo, aunque odiase a Snape por haberlo dicho en voz alta… ¿Cómo podría ser el padrino perfecto para Teddy cuando ni siquiera era capaz de cuidarse a sí mismo?

"¿Harry? ¿Vamos?"

Andrómeda estaba de vuelta señalando con la mano extendida en dirección a la casa. El chico asintió, empujando hacia abajo aquellos pensamientos y la siguió hasta la puerta.

Una vez dentro, Harry reconoció la habitación en la que había estado un año atrás, pero no a los dos hombres sentados en el sofá. Vestían atuendos oscuros y elegantes y les saludaron con una inclinación de cabeza al verles, pero rápidamente volvieron a su conversación. A uno de ellos, se fijó Harry, le faltaba una pierna y llevaba una prótesis plateada que parecía ondular, volviéndose más oscura o más clara en diferentes zonas, demostrando la magia encerrada en ella. Deben de ser Aurores, se dio cuenta el muchacho. Debían trabajar con Tonks en el Ministerio. Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo para seguir observándoles, ya que Andrómeda continuó caminando, dejando atrás el salón, con Harry pegado a sus talones. Entraron por un pasillo, hasta dar con una puerta cerrada. Ésta, a diferencia de las demás, no era solo de color blanco, sino que estaba decorada con dibujos de flores, animales y juguetes que se movían y producían diferentes sonidos. Andrómeda la abrió y Harry respiró hondo.

Teddy se encontraba tumbado en su cuna, con los ojos cerrados y las manos aferrándose a su mantita. Su pelo era del mismo color azulado que en la foto que Remus le había enseñado la noche de la Batalla y Harry sintió una punzada de dolor al verlo.

"¿Quieres cogerle?" Le preguntó Andrómeda en voz baja. "No se despertará, duerme muy profundo."

Harry tragó saliva y asintió, nervioso. Nunca había sostenido a un bebé. Ella sonrió y se inclinó para recogerlo con cuidado, levantándolo de la cuna y depositándolo en los brazos del chico. Pesaba más de lo que Harry había imaginado, pero poco a poco se fue acostumbrando a ello. Observó su rostro, intentando encontrar similitudes con los de Remus y Tonks, pero no habría sabido decirlo con certeza. La mayoría de los bebés parecían iguales a los ojos desentrenados del muchacho.

"Se te da bien." Le dijo Andrómeda, acariciando con suavidad el pelo azul de Teddy. "Me alegro de que Remus te nombrase su padrino."

Harry se removió nervioso y aquello despertó al niño. Teddy bostezó y, tras parpadear un par de veces, abrió los ojos, mirándole con curiosidad. Luego soltó un pequeño chillido de excitación y levantó una mano, intentando agarrar uno de los mechones oscuros del pelo de Harry.

"Vaya… Parece que le gustas." Sonrió Andrómeda.

Teddy siguió balbuceando, con los ojos abiertos y una pequeña sonrisa desdentada y Harry no pudo evitar devolvérsela. Quizás, ser padrino no iba a ser tan difícil como creía.

"Ven, deja que te ayude. Empieza a pesar después de un rato." Andrómeda introdujo sus brazos debajo de los de Harry y removió a Teddy de ellos. Luego se giró para depositarlo de nuevo en la cuna, le apartó el cabello de la cara y le acarició una mejilla. Harry no pudo evitar la profunda tristeza que le invadió al verlo. Debería ser Tonks la que acurrucase a su bebé. Ella y Remus. Y, aunque sabía que, al contrario de lo que había sucedido con tía Petunia, Andrómeda cuidaría y amaría a Teddy con todo su ser, era injusto que tuviera que ser así.

"Sabes que puedes venir cuando quieras, ¿eh, Harry?" La voz de la mujer le sacó de sus pensamientos. "Nosotros estaremos aquí."

El chico tragó saliva.

"Sí, lo sé. Y te lo agradezco, de verdad. Me gustaría venir más a menudo. Es solo que…"

Ella levantó una mano, tranquilizándole.

"No tienes que escusarte. Entiendo que no está siendo un periodo fácil para nadie. Solo quiero que sepas que, si quieres venir, puedes." Sonrió. "Nada más."

Harry inclinó la cabeza, abrumado de repente por sus emociones.

"Gracias, de verdad… Yo…" Respiró hondo, sintiendo el peso de la Piedra en su bolsillo, como había ocurrido durante el funeral de Fred. Horas antes, en la Madriguera, con sus amigos habían decidido hablarle de la Reliquia todos juntos, pero algo le decía a Harry que debía hacerlo ahora. Allí, en la habitación de Teddy, reinaba una extraña paz. Ningún invitado indeseado les interrumpiría y la presencia del bebé serviría para recordarle a Andrómeda la necesidad de seguir viviendo en el mundo real.

"¿Harry? ¿Estás bien? Te has puesto un poco pálido."

El chico sacudió la cabeza.

"Estoy bien. Es solo que… Tengo que decirte una cosa."

Ella le observó, con aquellos ojos amables que eran tan parecidos a los de Tonks que Harry se preguntó cómo podía haberla confundido con Bellatrix.

"Lo que voy a decir puede parecer una locura." Empezó el muchacho. "Pero juro que es cierto."

Andrómeda siguió observándole, la preocupación inicial dando paso a la curiosidad.

"Existe un objeto, muy antiguo y poderoso. Se llama la Piedra de la Resurrección." Harry la miró, esperando su reacción a sus siguientes palabras. "Solo que no resucita a los muertos, no realmente. Pero permite crear un reflejo de ellos, de la persona que fueron. Para poder hablarles. Para poder despedirse en condiciones."

Aquellas palabras no parecieron afectar a Andrómeda. La mujer simplemente alzó una ceja y continuó mirándole.

"¿Y tú posees ese objeto?" Preguntó, aunque era evidente que ya se esperaba la respuesta.

"Así es. Y, si quieres, podríamos usarlo para despedirnos de Remus y de Tonks. Incluso de Ted. Lo único que debo advertirte es que no pueden quedarse aquí para siempre. Que, después de hablar con ellos, tendremos que dejarles ir."

"Entiendo…"

"Está bien." Asintió Harry. "Quieres que lo hagamos ahora? ¿O después del funeral?"

"No." Dijo Andrómeda Tonks.

"¿Perdón?"

"No." Repitió. "Te agradezco la propuesta, Harry. Es muy considerado de tu parte preocuparte por mí… Pero estoy bien así."

Andrómeda sonrió al ver la confusión en su rostro.

"No lo entiendo." Dijo él. "¿No quieres tener la oportunidad de despedirte? ¿De verles una vez más? ¿De decir cosas que tendrías que haberles dicho?"

Ella continuó sonriendo, mirándole con aquellas líneas de cansancio y dolor en su rostro, pero había serenidad en sus ojos.

"Estábamos en guerra, Harry. Todas las despedidas ya las hicimos; sabíamos que podríamos morir en cualquier momento. Y en cuanto hablar con ellos de nuevo… ¿Qué les diría? ¿Qué les quiero? Ellos ya lo sabían. Y yo también. No, muchacho. Hay que dejar a los muertos tranquilos. Y a los vivos también. Ellos ya no están aquí y alargar la despedida solo servirá para hacer más daño. Prefiero decirles adiós como lo vamos a hacer hoy. Despedirme de sus cuerpos. Porque sus espíritus, sus almas, permanecerán siempre conmigo."

La boca de Harry se había abierto a causa de la sorpresa. No se había esperado aquella respuesta. El chico se obligó a cerrarla y preguntó:

"¿Estás segura?"

Ella asintió, la tranquilidad evidente en sus ojos.

"Sí. Completamente segura. Pero no puedo decidir por Teddy. Si es posible, ofrécele esto cuando tenga la edad suficiente como para elegir por sí mismo. Cuando sea bastante maduro. Quizás al cumplir la mayoría de edad." Sugirió.

Harry asintió, todavía asimilando las palabras de la mujer.

"Lo haré." Prometió.

"Bien. ¿Hay algo más que tengas que decirme?"

Harry negó con la cabeza.

"Perfecto. Entonces creo que deberíamos reunirnos con los demás. Seguro que han llegado más invitados y se deben de estar preguntando donde estamos."

Todavía algo confundido por la reacción de Andrómeda, Harry se despidió de Teddy y la siguió de vuelta al jardín. Una vez ahí, la mujer se escusó y fue a saludar a un grupo de Aurores que acababa de llegar. Harry, por su parte, buscó con la mirada a sus amigos hasta encontrarlos.

"¡Harry!" Lo llamó Ron al verle acercarse. "¿Dónde te habías metido?"

"Andrómeda quería presentarme a Teddy." Explicó él. Luego se acercó un poco más, de modo que solo ellos pudieran oírle. "Por cierto, ¿lo que hemos hablado esta mañana? ¿Sobre la Piedra? Ha dicho que no quiere hacerlo."

"¿Qué?" Soltó Ron. "¿Estás seguro?"

Hermione frunció el ceño.

"Pero ¿ha entendido lo que le estabas ofreciendo?"

"Sí, Hermione." Contestó Harry, algo irritado. "Se lo he explicado bien.

Ginny le dio un apretón en el brazo.

"Seguro que ha apreciado la oferta. Pero al final del día es su decisión."

Hermione alzó una ceja, todavía sorprendida.

"Vaya…" Murmuró. "Supongo que hay gente que lo necesita, a la que le ayuda. Y gente a la que no…"

Harry asintió, sin saber muy bien qué decir, y luego se dio cuenta de que no veía por ninguna parte al resto de los Weasley.

"Oye, ¿y los demás? ¿A dónde han ido?"

"A la parte trasera de la casa." Respondió Ron. "Es donde han puesto los… los féretros. Querían mostrar sus respetos antes de que se llenase de gente."

Harry asintió, aunque de pronto se le había secado la boca.

"Entiendo. ¿Vosotros habéis ido?"

"No, te estábamos esperando." Le dijo Ginny.

El chico se lo agradeció con una inclinación de cabeza.

"¿Vamos?" Le preguntó Hermione, mostrando su propio nerviosismo.

Harry asintió.

"Sí, vamos."

Los cuatro comenzaron a caminar hacia el jardín trasero cuando, a mitad de camino, se encontraron con los señores Weasley.

"¡Ah! Ahí estáis." Exclamó Molly. "Os estábamos buscando. ¿Vais a ir a ver a Remus y a Tonks?"

Harry pensó en lo extraño que sonaba aquello, como si siguieran con vida. Como si estuvieran yendo a tomar el té con ellos y no a despedirse delante de sus ataúdes.

Ron asintió.

"Bien hecho." Dijo Arthur con pequeña sonrisa triste. "Es importante."

Molly le pasó una mano por los hombros con afecto.

"Sí que lo es. Aprovechad para ir ahora; había poca gente por ahí. Tendréis más intimidad."

Los muchachos asintieron y, con unas últimas palabras cariñosas, los señores Weasley se despidieron, permitiéndoles continuar con su camino.

La escena que les recibió al llegar era extrañamente familiar, similar a la del jardín de los Weasley durante el funeral de Fred. Dos ataúdes idénticos, uno al lado del otro, se encontraban en un extremo, responsando sobre la hierba. Frente a ellos, sillas de madera formaban hileras que se extendían hasta llegar al final del jardín.

Harry respiró hondo y se acercó a los dos féretros, acompañado por sus amigos. Su corazón se aceleró, mientras los rostros de Remus y Tonks aparecían en su mente. Rozó con la punta de los dedos la madera oscura del primer ataúd, acariciándolo con cuidado, como si pudiera sentir el cuerpo que yacía dentro de él. ¿Era Remus o Tonks? Se preguntó una parte de él. Pero en realidad no importaba. Habían muerto juntos. Los enterrarían juntos. Descansarían juntos. Y Harry lloraba por ambos. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos y cayeron silenciosas por sus mejillas, mientras los recuerdos de sus amigos bailaban en sus pupilas. La primera vez que había visto a Remus en el expreso de Hogwarts, aquella clase con el Boggart, las lecciones aprendiendo a conjurar el Patronus, conversaciones sobre sus padres, sobre Sirius, sobre el pasado… Aquella discusión en Grimmauld Place y la alegría al volver a verle meses después, al saber que era el padrino de Teddy… Y, finalmente, el dolor al ver su cuerpo tumbado en el Gran Comedor. Las lágrimas cayeron con más fuerza y el rostro de Remus fue sustituido por el de Tonks. Recordó el día que la había conocido, la conexión inmediata que había sentido hacia ella. Su personalidad burbujeante, su torpeza, sus bromas, su amabilidad, la cantidad de veces que le había animado, que le había hecho reír. Recordó también todos los momentos en los que había arriesgado su vida por él: en el Departamento de Misterios, huyendo de Privet Drive, y, finalmente, en la Batalla de Hogwarts. Nunca podría agradecérselo. Y ella nunca podría disfrutar de su amor por Remus, después de lo mucho que había luchado por él. Nunca podría volver a sostener a su hijo en sus brazos. Ni abrazar a su madre de nuevo. Harry agachó la cabeza y se pasó una mano por las mejillas, secándose las lágrimas.

De pronto, fue consciente de una mano en su hombro. Ginny estaba junto a él. Con los ojos rojos y sorbiendo por la nariz, con el mismo dolor en el rostro. Tenía una caja de pañuelos en su mano izquierda.

"Ten." Le dijo, ofreciéndosela. "Sabía que te olvidarías de traer para ti."

Aquello provocó una pequeña sonrisa en el muchacho.

"Gracias, Ginny."

Ella le sonrió de vuelta, aunque un par de lágrimas cayeron de sus ojos al hacerlo. Harry la vio suspirar, con la vista clavada en los ataúdes, mientras él se sonaba la nariz.

"Les voy a echar mucho de menos." Repuso la chica en voz baja. "Muchísimo."

"Yo también." Dijo Harry. No había nada más que decir, así que permanecieron en silencio.

Ron y Hermione seguían junto a ellos, de pie frente a los féretros, abrazándose.

"¿Estáis bien?" Les preguntó Harry.

"No." Sonrió Ron, entre lágrimas. "Pero es lo que toca."

Hermione asintió, pasándose una mano por los ojos rojos.

"Es lo que toca." Repitió.

Los minutos pasaron hasta que, finalmente, los cuatro se sintieron con fuerza suficiente como para apartarse un poco. Luego, viendo que más invitados se estaban acercando para mostrar sus respetos, decidieron volver hacia la casa. Buscando un sitio en el que sentarse y recomponerse un tanto, vieron una mesa larga de madera que se encontraba vacía. Se acababan de colocar en ella cuando una conversación llegó a los oídos de Harry.

"… Es una vergüenza. Deberían meterle en Azkaban hoy mismo."

"Baja la voz."

"¿Por qué? ¿Es que no tengo razón? ¿De verdad te crees esa patraña de que trabajaba para Dumbledore todo este tiempo? Venga, por favor…"

Harry se giró en dirección a las voces. Una pareja de Aurores, de pie junto a la casa, hablaban en voz alta. Y uno de ellos había alzado la voz lo suficiente como para entender lo que estaban diciendo. Ron, Ginny y Hermione también parecían haberlo captado, porque guardaron silencio e inclinaron sus cabezas hacia ellos, intentando escuchar el máximo posible de la conversación.

"Kingsley ha dicho que es cierto. Y el propio Potter lo gritó a los cuatro vientos en medio de la Batalla."

"Venga, hombre…" Respondió el otro, con obvio escepticismo. "También fue Potter quien dijo que Snape había matado a Dumbledore. ¿Así que cual de las dos es cierta? ¿Trabajaba para él? ¿O lo asesinó? Si me preguntas a mí, seguro que la serpiente esa confundió a Potter. Le hizo creerse esa patraña. Lo único que me sorprende es que Kingsley se haya dejado engañar también."

"Baja la voz." Repitió el otro, y Harry se dio cuenta de que era el Auror que había visto antes, aquel con la prótesis en la pierna. "¿De verdad te crees que Kingsley es tan estúpido como para dejarse engatusar así? Y, Potter… puede ser joven pero no es ningún idiota. Recuerda que derrotó a Voldemort."

"Sí, sí…" Replicó su colega con aburrimiento. "Y por eso tenemos que arrodillarnos ante él y creernos cada historia que nos cuente."

Harry frunció el ceño. Quizás todos los Aurores no eran tan increíbles como los había imaginado en el pasado. Como habían sido Ojo-loco y Tonks. Como era Kingsley.

"¿Cuál es tu problema?" Replicó el hombre, provocando destellos en su prótesis al agitarla con nerviosismo. "Ten un poco de respeto. Si estamos hoy aquí, vivos, y no dentro de una caja de madera, es gracias a ese chico."

El auror frente a él soltó una carcajada sin humor.

"Sí… Qué se lo digan a Tonks… Si se hubiera dado un poco más de prisa en acabar con ese bastardo hoy seguiría viva."

Harry no pudo aguantarlo más. Iba a levantarse de la silla a decirles un par de cosas cuando una voz profunda le sobresaltó.

"Ahí estáis."

Kingsley Shacklebolt, vestido en elegantes túnicas negras, se encontraba a escasos metros de ellos. Por el rabillo del ojo, Harry pudo ver a los dos Aurores removerse incómodos.

"Os he estado buscando." Dijo. "Quería saludaros antes de que empezase la ceremonia."

Kingsley se sentó junto a ellos, el cansancio evidente en su rostro.

"Siento llegar tarde pero el Ministerio es un completo caos estos días. De hecho, me parece que Andrómeda me estaba esperando para comenzar."

No había acabado de decir aquella frase, cuando la propia Andrómeda apareció frente a ellos, señalando a los invitados que la acompañasen.

"Seguidme, por aquí, por favor. Hay sillas para todos. Aunque os agradecería que dejaseis las primeras filas para los familiares y amigos más cercanos."

El corazón de Harry, que se había calmado un tanto con las últimas distracciones, comenzó a latir con fuerza. Kingsley suspiró, levantándose pesadamente y siguió el río de gente que se dirigía hacia la parte trasera de la casa. Harry se unió a él y, finalmente, se sentó en las sillas más cercanas a los ataúdes, junto a los demás Weasley, Hermione y el propio Kingsley. El chico se sorprendió al ver a Teddy en los brazos de Molly, pero supuso que Andrómeda querría que él también pudiera despedirse, aunque no entendiera muy bien lo que estaba ocurriendo.

Una vez se hubieron sentado todos, Harry miró a su alrededor, buscando al mago del Ministerio. Pero de pie, delante de Remus y Tonks, no había nadie más que Andrómeda. La mujer apuntó con la varita a su propio cuello, provocando que el volumen de su voz se incrementase, y comenzó a hablar.

Harry no pudo evitar sentir admiración hacia ella. Hacia su coraje, su temple y su capacidad de mantener la compostura. No estaba seguro de que él hubiera sido capaz de hacerlo.

El funeral fue relativamente corto. Andrómeda les agradeció haber venido, y luego comenzó a hablar de Remus y de Tonks. El cariño en su rostro, así como el dolor, eran evidentes y pronto las lágrimas se extendieron entre los invitados. Harry se limitó a clavar su mirada en los ataúdes, recordando a sus dos amigos, despidiéndose de ellos una vez más. Finalmente, Andrómeda se acercó a la señora Weasley, cogiendo a Teddy de su regazo. El pequeño se relajó en los brazos de su abuela, quien le llevó hasta los féretros, para colocar una manita en uno primero, y luego en el otro. Cuando acabó, Andrómeda se giró para mirarle directamente.

"Harry." Le llamó.

Por un instante el chico no entendió lo que le estaba pidiendo, hasta que Ron le dio un suave empujón. Automáticamente, Harry se levantó de su asiento, haciendo caso omiso de las miradas que sentía en su espalda, y se acercó a la mujer. Ella le sonrió, con lágrimas en las mejillas y luego le colocó a Teddy en sus brazos. Esta vez, Harry se sintió más seguro. El miedo a dejarle caer había disminuido. Conteniendo el aliento, vio como Andrómeda alzaba la varita y, con un gesto preciso, creaba un agujero rectangular en el suelo, suficiente para los dos féretros. Harry observó la carita de Teddy, sus grandes ojos que miraban lo que estaba ocurriendo, y se preguntó si estaría entendiendo algo. Si comprendía que sus padres se encontraban en aquellas cajas de madera y que en breves momentos se los tragaría la tierra y no volvería a verlos más. Era una imagen dura para un niño de menos de un año, pero Harry hubiera dado cualquier cosa por haber podido estar en el funeral de Lily y James. No necesitaba preguntarlo para saber que Petunia no había ido a enterrar a sus padres, y que, por supuesto, no había traído a su sobrino con ella.

Suspiró, acunando a Teddy entre sus brazos, y le prometió a él y a Remus y a Tonks, mientras los ataúdes comenzaban a cubrirse de tierra, que su hijo nunca pasaría por una infancia como la que tuvo que pasar él.

Cuando todo terminó, Andrómeda se acercó a él. Con una sonrisa triste, recogió a Teddy una vez más, agradeciéndole con la mirada por su ayuda. Harry asintió y se giró para volver a sentarse en la silla, mientras decenas de invitados se levantaban y se aproximaban para mostrar sus respetos. De pronto, sintió una mirada que le taladraba, procedente de algún punto del jardín. Sus instintos, que le habían mantenido con vida hasta ahora, llevaron sus ojos hasta las ultimas filas de sillas, todas vacías, excepto por dos personas sentadas en ellas, separadas del resto de invitados. Una figura la reconoció al instante: vestida con túnicas verde oscuro, su pelo recogido en un elegante moño, la Profesora McGonagall se encontró con su mirada y le saludó con una inclinación de cabeza. La otra persona también la hubiera reconocido inmediatamente, de no ser porque era imposible que él estuviera ahí. Ataviado con sus habituales túnicas negras, su cabello lacio ocultando parcialmente su rostro, Severus Snape le miraba desde el otro extremo del jardín, sus ojos negros clavados en él.


A/N: ¿Qué os parece? ¿Os esperabáis ver a Snape en el funeral? ¿Y os ha sorprendido que Andromeda no haya querido usar la Piedra? Contadme vuestra opinión en los comentarios, porfa, me gusta saber que pensáis :) Bueno nos vemos en el siguiente capítulo. ¡Qué tengáis un buen día!