Separadores que encontrarás en esta historia:

FFFFF - Cuando se narra un flashback o algo relacionado con el pasado de un personaje.

PPPPP - Cambio de escena. Ya sea que los mismos personajes estén en un ambiente diferente o que se relate una situación distinta, con otros personajes y en otro lugar.

SSSSS - Un personaje está soñando.


"¿Acaso puedes entender mi agonía?"

"¿Acaso puedes entender mi dolor?"

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Al caer la noche, las ventanas y las puertas; de las casas en la aldea de fuego, se cerraron y se aseguraron, prohibiendo cualquier testigo en la ceremonia que daba comienzo, bajo el oscuro manto del cielo.

Caminando despacio, con getas de grandes plataformas, se hallaba una joven, vestida con elegantes kimonos de color blanco, cuyas mangas, guardaban sus delgados brazos.

Su cara era cubierta con una máscara de oni (ogro), por lo que, bajo la pintura roja, los espeluznantes ojos blancos y los cuernos dorados, nadie podría conocer su identidad.

A sus costados, caminaban cuatro hombres; usando en sus rostros una máscara blanca de un animal diferente y un kimono negro, iluminando su camino con las antorchas en sus manos.

Al estar cerca de cumplir los 19 años, la joven debía realizar un ritual ancestral, que se celebraba en presencia de los cinco señores feudales del país, honrando el tratado de paz escrito hace más de 100 años por sus antepasados.

Todos en su familia, por ser los herederos al liderazgo del clan, lo habían hecho.

Y ahora, era su turno.

Sin embargo, pese a ser una gran responsabilidad, juntándose con el hecho de que ya estaba más cerca de su parada, el templo Nakano, se sentía tranquila.

Y el motivo de ello, era tener en su mente la gran sonrisa que su mejor amiga le pondría, una vez supiera del acto que realizaría esa noche.

Por fin, con su silueta frente a las puertas de madera del recinto sagrado, se le permitió cambiar su calzado, usando unas sandalias de bambú para subir los escalones. Abrir las puertas y cerrarlas a sus espaldas. No sin antes agradecerles a sus acompañantes con una reverencia, devolviéndole el gesto en silencio.

Ya hallándose sola, respiró. Se quitó la máscara y encendió con un fósforo, una vela que encontró en una repisa cercana. Ahora el paso que seguía, era encontrar el tatami correcto. El segundo a la derecha, pegado junto a la pared. De esa manera, bajaría por unos escalones a la parte secreta del templo.

Un lugar al que solo podían acceder los señores feudales y su familia.

Colocando el tatami en su lugar, siguió su camino por un largo túnel, llegando a una pared de piedra, con una cortina roja colgada en la parte superior de esta. Al verla, por algún motivo, tuvo un mal presentimiento. Tragó saliva y, deslizándola despacio, se encontró en otro espacio lleno de oscuridad.

La vela no podía guiarla lo suficiente, chocando sin querer con cosas que yacían guardadas ahí. Por ejemplo, un mueble lleno de máscaras; de criaturas mitológicas y materiales diferentes, o un armario con kimonos de todos colores y patrones. Aquello la confundió, ya que eran objetos que se solían utilizar para obras de teatro.

De pronto, se encendieron cuatro luces que venían del techo, obligándola a cerrar los ojos por unos momentos, hasta que estos se acostumbraron, encontrándose con algo que le congeló la sangre.

Kushina, su mejor amiga, estaba atada de muñecas a un mueble de madera en forma de "X", desnuda. Jadeaba y sudaba en frío. Sus ojerosos ojos oscuros ni siquiera la habían notado, perdiéndose por completo en el brillante piso de madera del gran escenario. Parecía que la hubieran drogado antes de ponerla en esas condiciones.

En eso, un conjunto de aplausos resonaron en el lugar, exaltándola y haciéndola voltear hacia su derecha, donde se ubicaban las sillas para el público. Escondidos en la oscuridad, había cinco siluetas vestidas con ropas negras, resguardando sus rostros con sus lujosos abanicos.

Eran los señores feudales.

Los hombres más importantes del país.

El alma se le bajó a los pies. Y, por unos segundos, olvidó como respirar. Hace años, de manera imprevista, había escuchado rumores de un malévolo teatro donde torturaban personas, con el único fin de entretener a gente poderosa.

Jamás espero que estuviera parada en ese lugar tan macabro.

Mucho menos, que aquella gente tan desquiciada, se tratara de los gobernantes que todos respetaban y admiraban.

-Al fin llegas, Mikoto.

Otra vez, su corazón se estremeció en el interior de su pecho, girando lentamente la cabeza, para ver sobre su hombro derecho, a la persona con la que menos esperaba toparse en ese instante.

-¿P-Padre?

Kagami Uchiha bufó, lanzándole un látigo negro. Sintiendo su grosor y su textura en sus frágiles y blanquecinas manos, tembló.

-¡Qué comience el espectáculo! – anunció el hombre de ojos y cabellos negros, ganándose aplausos del público.

-¿Q-Qué espectáculo? – cuestionó Mikoto, escuchando estremecida las risotadas que provenían de la oscuridad.

Su padre sonrió de lado y señaló más allá de su figura. Era obvio que quería que ella le lanzara varios latigazos a Kushina. Pensar en ello, en lastimarla, en escucharla gritar, la hizo llorar, agachar la cabeza y caer de rodillas.

-¿Por qué?

-Es la tradición. – Kagami respondió con frialdad.

-¡¿PERO POR QUÉ TIENE QUE SER KUSHINA?! – preguntó con rabia, apretando la mandíbula y levantando su mirada; llena de lágrimas, hacia él.

-Porque es una impura. Ha viajado de una aldea tras otra, hipnotizando a los hombres con su cuerpo, para despojarlos de su dinero y ropas.

-Mientes... - murmuró enojada. - ¡MIENTES! ¡KUSHINA NUNCA HARÍA ESO!

Inexpresivo, su padre se retiró las camisas que llevaba encima, mostrándole las marcas de besos que tenía en el pecho. Al verlas, su hija dio un respingo, congelándose de la cabeza a los pies.

-Si esta no es prueba suficiente, puedo mostrarte las que tengo en mis piernas. – agregó, vistiéndose.

-¡MUJERZUELA! – exclamaron los señores feudales, perdidos en su propia locura y emoción. - ¡TORTURENLA HASTA MORIR! ¡MATEN A LA IMPURA! ¡MATEN A LA ZORRA!

-M-Mikoto... - en medio de los revoltosos alaridos de los hombres, Kushina susurró su nombre.

La aludida volteó despacio, mirándola confundida y entristecida.

-...no... hice... eso...

-¡MENTIROSA! – volvieron a bramar los hombres desde los asientos del público. - ¡MATEN A LA IMPURA! ¡MATEN A LA ZORRA!

-P-Por favor... - suplicó la pelirroja, derramando una lágrima de su ojo izquierdo. - ...créeme... - sollozó y frunció los labios.

-¡MATEN A LA IMPURA! ¡MATEN A LA ZORRA!

-El tiempo corre, Mikoto. – dijo su padre, antes de acercarse a su oído derecho y susurrarle: – Si no entretienes a nuestros invitados como es debido, tomaré tu lugar y tú tomarás el de Kushina. – deslizó su nariz sobre su cuello, dándole un escalofrío. – Si no quieres eso, muévete.

Asqueada y furiosa, Mikoto no tuvo más opción que lanzar la punta del látigo en la pálida piel de su mejor amiga, haciéndola gritar desesperada mientras los señores feudales celebraban sus movimientos certeros y veloces.

Entre el mar de sangre que aparecía en el brillante piso de madera, la pelirroja se retorcía en los amarres de sus muñecas, afirmando, en repetidas ocasiones, que Kagami Uchiha mentía.

Él, en cambio, sonreía satisfecho, cruzando los brazos por encima de su pecho, orgulloso por ver como su hija cumplía con la diabólica tradición de la familia real de su clan.

Unos minutos después, en los que la palma de su mano derecha dolía como el infierno; soltando por ello el látigo, Mikoto dejó de moverse. Su respiración se volvía entrecortada y las lágrimas habían parado de salir.

Kushina también estaba quieta. Tanto como una muñeca de trapo, a la que se le salía el algodón de su interior. Con curiosidad, Kagami se paró frente a su hija, sonriendo por otro sharingan que había nacido, tiñéndose en el azaroso sendero del odio.

Fin del capítulo.