Cajita feliz.
La puerta se abrió con lentitud, un evento extraño a compararse con la manera jubilosa a la que acostumbraba llegar su marido a casa.
Por no mencionar que llegaba dos horas más tarde de lo habitual, sin ningún previo aviso.
Tras ella apareció el rostro pálido de James, con pasos lentos y solemnes, y un gesto indescifrable cerrando la puerta tras de sí.
Sus hijos, tras unos segundos, advirtieron su llegada y comenzaron a brincar y gritar alegremente a su alrededor.
Su gesto apenas cambió, ofreciendo una casi inadvertida sonrisa cortés, mientras saludaba a sus pequeños.
Charlotte supo de inmediato que algo estaba mal
—Hola cariño…— Musitó dubitativamente. —¿Cómo te fue hoy en la fábrica?
—¿Preparaste la cena?— Preguntó a modo de respuesta, de manera apresurada mientras los niños volvían a sus juegos.
—S-sí.— Respondió ella intentando entender por qué algo se sentía mal con su esposo.
—¿Qué preparaste?— Preguntó con prisa mientras se acercaba a ella.
—Filete Salisbury y puré de papa con arvejas.— Respondió su esposa con extrañeza.
—Tíralo.— Ordenó sin un atisbo de duda.
—¿Qué? ¿Por qué?— Respondió Charlotte con molestia y contrariedad. —Es de tus favoritos, Jimmy, ni siquiera lo has probado, nunca te habías quejado de mi comida.
—Tíralo Charlie.— Declaró de nuevo mientras se giraba a sus hijos jugando en la alfombra de la sala. —¡Niños, vamos arriba, arréglense rápido, vamos a salir a cenar!
—¡James! —Reclamó Charlotte con enojo. —¡Pasé horas en la cocina, si querías salir a cenar podías haberme llamado!
—No estaba planeado cariño, vamos, te ayudaré a tirar la cena y luego subimos a cambiarnos también.
Pero Charlotte se interpuso en su camino con enojo mientras los niños apuraban a gritos de júbilo sus pasos a las escaleras.
—¡No tenemos por qué tirarla, podemos comerlo mañana! ¡Sabes que odio desperdiciar la comida!
—Sí, si tenemos.— Musitó nerviosamente James mientras apartaba a su esposa de su camino para entrar a la cocina.
Sin dudar un segundo, James vio el gran sartén con el filete en salsa burbujeando sobre la estufa, la apagó, llevó sus manos a las agarraderas, y sin mayor cuidado lo levanto y lo botó sobre el fregadero limpio, para después activar el triturador de basura.
James se quedó impasible mientras el ruidoso electrodoméstico devoraba los falsos filetes de carne molida.
Luego se dirigió al congelador, tomando cada bolsa con carne molida que había en él, botándolas también en el triturador de basura, que se quejó ruidosamente ante la dureza del alimento congelado.
—¡¿Qué estás haciendo?!— Reclamó su mujer con enojo al verlo sacar sobras y cualquier rastro de carne molida del refrigerador. —¡James! ¡¿Qué haces?! ¡Es la comida de un mes!
—Esta carne está mala cielo, no podemos comerla.— Respondió el agitado hombre mientras empujaba con asco los restos de carne para que bajaran por el triturador, luego manipuló la regadera de agua y limpió cada rincón del fregadero. —Mañana voy a traer más.
—¿Mala? ¿Cómo que está mala? ¡La trajiste hace dos días!
—Ya sé.— Respondió su marido en una exhalación. —Sé que es raro amor, pero te explico todo en el restaurante.
El hombre apuró el paso contra su esposa, tomándola del brazo con cuidado y llevándola consigo escaleras arriba.
Charlotte Lemore conocía a su esposo desde la preparatoria, un hombre dulce y simpático que tenía la mala costumbre de guardarse los problemas para si mismo, así que cuando llegaron a su habitación y lo vio entrar a bañarse por segunda vez en el día, supo que no obtendría más respuestas hasta que él mismo decidiera dárselas.
Sin embargo, la incertidumbre la angustiaba, su marido, alegre y juguetón no acostumbraba este tipo de conductas, se le notaba agitado, mortificado…
Asustado.
Y eso era raro.
Eligió ropas bonitas, un vestido blanco casual para el calor del verano y un par de sandalias a juego.
Se estaba maquillando cuando James salió del baño, con el cabello seco, peinado, y pasos apresurados, lo vio sacar un traje gris de su closet.
—¿Vas a usar traje?— Preguntó con extrañeza.
—Sí…— Respondió apurado mientras abrochaba sus pantalones. —Ese vestido está bien.
Luego le sonrió fugazmente.
—Te ves hermosa, cariño.
El halago logró darle a Charlotte la suficiente calma para terminar con su maquillaje mientras James terminaba de vestirse.
Bajaron juntos, a paso rápido, puesto que James parecía tener prisa, encontrando a sus hijos en la sala, jugando mientras vestían ropas más bonitas que de costumbre.
—Vamos niños.— Anunció con prisa mientras abría la puerta para que sus dos pequeños corrieran a través de ella, seguidos por una ansiosa Charlotte, y su propio padre cerrando la puerta tras de sí.
Subieron al auto familiar, y no bien estuvo encendido cuando su hija menor exclamó:
—¡Vamos a WcWonalds!
—¡No, es mi turno!— Reclamó su hijo mayor. —¡Yo quiero burguer prince!
James exhaló con angustia.
—Hoy no niños. —Respondió mientras rodaban por la carretera. —Hoy escoge papá, iremos a Le Chateau.
Charlotte jadeó con sorpresa mientras sus hijos vitoreaban en la parte de atrás.
Un martes al atardecer significaba un menor tráfico al habitual, por lo que no tardaron mucho en llegar.
El restaurante francés Le chateu, pertenecía al hotel de lujo Moon palace, un establecimiento elegante, exquisito y costoso, que contaba con la ventaja de un servicio de guardería en el parque de juegos que estaba en los jardines.
Un lugar que la familia Lemore reservaba para momentos especiales, como aniversarios o San Valentín, debido a su alto costo.
Y el evento no hacía sino alborotar la angustia de Charlotte.
Para su fortuna, debido al día elegido, el restaurante no estaba lleno y pudieron conseguir una mesa sin reservación, después de registrar a los niños al servicio de guardería, fueron guiados a su mesa mientras sus pequeños salían a jugar.
Apenas sentarse, James ordenó cuatro platos de sopa de cebolla y dos platos de pollo provenzal, también un whisky para beber, un clericot para su esposa y dos limonadas para sus pequeños.
Apenas el mesero de cabello rizado y negro se retiró, Charlotte rompió el silencio.
—Jimmy.— Musitó con angustia. —¿Qué está pasando? ¿Pasó algo malo en la fábrica? ¿Te… Despidieron?
—¡No!— Se apresuró a responder James. —No, no cielo, no es nada de eso… Es… Es muy complicado de explicar.
Charlotte observó en silencio la faz indescifrable de su marido, y llevo sus manos a las suyas, donde se apoyaban contra sus sienes.
—Amor.— Dijo con una suavidad que no reflejaba la ansiedad que sentía. —Tranquilo, sabes que puedes contarme lo que sea, somos un equipo, no me dejes en las sombras cuando estás tan preocupado.
James guardó el aliento por unos instantes, luego suspiró largamente y besó las manos de su esposa.
El mesero volvió con el whisky y el clericot, colocándolos sobre la mesa.
James apresuró el vaso a sus labios, bebiendo su amargo contenido de un trago para después hacer una mueca.
El mesero apenas y alzó las cejas mientras Charlotte lo miraba con incredulidad.
El joven se retiró con el vaso y con la comanda de traer uno más.
—Cielo…— Comenzó al fin James después de unos instantes. —¿Recuerdas a Ronnie?
Ronnie.
Charlotte pensó por unos momentos.
—Sí…— Respondió al fin.—¿El cargador que no quiere retirarse, verdad?
—Ese mismo.
Ronald Mackensie Donalds.
Roonie, si no querías que se molestara.
Era un hombre de sesenta y dos años que había servido como cargador por más de treinta años en la fábrica procesadora de carnes donde James fungía como inspector de calidad.
Ronnie había estado ahí muchos años antes de que Lemore fuera contratado.
Un hombre gigante y fornido que no aparentaba su edad, y que rehusaba su jubilación a la fábrica.
—Descansaré cuando esté muerto.— Era lo que decía mientras cargaba grandes cajas de carne y cartílago, con la que la fábrica procesaba cientos de toneladas de carne molida a base de los sobrantes que enviaban los mataderos tras limpiarlos de cortes finos.
Era una forma de aprovechar carne que seguía siendo de buena calidad, pero más difícil de vender.
El trabajo de Ronnie era simple, como el de todos los cargadores.
Llevar las cajas llenas de carne del congelador hasta la picadora industrial, y vaciarlas en ella.
Charlotte lo conocía de las fiestas de la empresa, era un viejo agradable y risueño que se llevaba bien con prácticamente todos los empleados de la fábrica.
James tomó de nuevo las manos de su esposa, temblando levemente.
—Hoy… Arrestaron a Roonie, me van a llamar a declarar a su juicio, tuve que estar presente mientras lo interrogaban en la fábrica.
Charlotte jadeó con sorpresa.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? ¡¿Te hizo daño?! ¿Le hizo daño a alguien?
James respiraba agitadamente.
—Sí… No a mí, no directamente… Pero le hizo daño todos.
Charlotte frunció el ceño con extrañeza.
—¿Qué pasó? No entiendo.
—Cielo…— Musitó James en un suspiro apretando las manos de su esposa. —Alguien vio a Roonie tirar una pierna en la picadora industrial.
Los ojos de Charlotte se ensancharon en su ceño aún fruncido.
—¿Una pierna-
—Humana cielo, la pierna de un hombre.
El oxígeno abandonó el restaurante por un segundo.
Charlotte soltó a su esposo y llevó las manos a cubrir sus labios.
El mesero trajo el vaso de whisky, y de nuevo, se retiro con la comanda de repetir.
James dio un trago al vaso y continuó sin poder parar.
—Fue todo un escándalo dentro de la fábrica, tres hombres tuvieron que detenerlo mientras la policía llegaba, el señor Rogers convenció a la policía de llevar la investigación dentro de la fábrica, y me llamaron a mí, Charlie.
Los ojos de James comenzaban a lagrimear.
—¡Ni siquiera lo negó! —Exclamó en voz baja. —¡Sabía que estaba atrapado, se estaba riendo! ¡Ay Dios! ¡Charlie!
James apuró el vaso de Whisky mientras su mano buscó el comfort del de su esposa cuando las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
—Mi amor.— Exhaló. —Lleva años haciéndolo, casi desde que entró a trabajar.
La mirada atónita de Charlotte se desvió apenas dos instantes, para apurar la mitad de su copa.
—La policía registró su casa, encontraron un cuarto lleno de ropa doblada y manchada de sangre.— Continuó el hombre sin poder evitar sollozar. — Tenía una caja de madera llena de identificaciones.
Sorbió sus lágrimas con dificultad.
—¡Mas de doscientas! — Sollozó. — También un congelador con restos humanos…
La conversación se interrumpió cuando el mesero de grandes anteojos trajo un nuevo whisky, disculpándose por la tardanza de los platos.
Sus clientes le quitaron importancia, y lo retiraron con la comanda de dos whiskys más y una curiosidad que no podría saciar.
—Se los llevaba a la fábrica por pedazos Charlie, siempre el primero en llegar, siempre el primero en cargar.
La mano de James se azotó sobre la mesa llamando la atención de los comensales por un instante.
—¡Un par de kilos de carne humana entre toneladas de res!— Susurró entre llanto. — ¡Todos los días Charlie! ¡Todos los días! ¡Los protocolos de calidad están hechos para saber si la carne es apta para consumo, no para saber si hay restos de carne humana! ¡Lo hizo todo delante de mis narices y nunca me di cuenta!
James sollozaba como un niño, víctima de una culpabilidad ajena.
—Amor… —Murmuró Charlotte con la voz rota. —Baja la voz.
James inspiró profundamente.
—Todos hemos comido esa carne Charlie, todos en la fábrica, y nuestras familias también.
Fue hasta entonces que Charlotte comprendió por qué James había desechado toda la carne del refrigerador.
Desde luego, como empleado de la fábrica, la carne que comía su familia procedía de ese lugar a un precio especial.
Eso sin mencionar todos los restaurantes de comida rápida y supermercados de los que la fábrica era proveedora.
James suspiró largamente.
—Se burló de nosotros, dijo que llevaba pedazos más grandes cada día, quería saber cuanto tiempo tardaríamos en notarlo. —El hombre tomó una servilleta para secar sus lágrimas y limpiar su nariz. —La fábrica no va a operar hasta nuevo aviso, también van a retirar la carne de las bodegas de todos nuestros clientes, Rogers está haciendo lo posible por qué esto no se haga público, no teníamos manera de saberlo, está luchando porque la fábrica no enfrente cargos. ¡Ninguna fábrica tiene protocolos para eso!
Suspiró de nuevo.
—Ahora tenemos que hacerlos.
Charlotte llevó la mano de su amado a sus labios, dándole un dulce beso que buscaba reconfortarlo.
—Amor, no fue tu culpa, lo hacía incluso antes que trabajaras ahí, es horrible, pero no fue tu culpa.
Las caricias en sus manos trataban de apaciguarlo.
El mesero curioso volvió de nuevo, con sendos vasos de whisky, y al fin, la cena de la familia.
—Lamento la tardanza, nuestro chef es nuevo, sus hijos han sido llamados a la mesa. —Les dijo mientras servía los platos en la mesa.
No bien terminó de servir, los dos energéticos y hambrientos pequeños llegaron a la mesa.
Y de nuevo, el mesero se retiró con una reverencia y una duda sin resolver.
—¿Papi que tienes?— Preguntó su hija más pequeña al sentarse a su lado. —¿Estabas llorando?
—Hoy despidieron a un amigo de papá cariño.— Se apresuró a responder Charlotte antes que James se quebrase de nuevo. —Está un poco triste.
—¿Quién?— Preguntó su hijo mayor mientras bebía su limonada fría.
No pudiendo nombrar a los compañeros de su marido, que seguirían trabajando ahí, Charlotte no tuvo más opción que decir…
—Roonie.
—¡Oh! ¡Que triste! — Musitó la pequeña apurando un abrazo a su papá. —El señor Roonie me caía bien.
James apretó el vaso de Whisky entre sus manos al recordar como el viejo siempre organizaba juegos para los hijos de los empleados en las fiestas, al no tener hijos, decía que le divertía cuidar de ellos mientras los adultos descansaban por unas horas de su paternidad.
Con un nudo en el estómago y un secreto que pocos sabían, James y Charlotte comieron forzosamente, levemente reconfortados por la sopa vegetariana y el plato con carne de ave.
Los cuatro comensales habían sido por años cómplices de un crimen al que no sabían que debían negarse a participar.
Maxine, su mesero, los observaba con ojos curiosos desde la puerta de la cocina.
—¿Qué tanto miras? —Preguntó la nueva chef a cargo, Ivanna.
—Ese señor estaba llorando mucho hace rato, se quedaban callados cuando llegaba yo, quien sabe que se traen.
—¿Sabes que no es requisito ser chismoso para ser mesero?
—¡Soy curioso!
—Pues la curiosidad mató al gato, no seas metiche, igual ya casi es hora de cerrar.
—¿Quieres ir a WcWonalds al salir?— Preguntó el mesero alegremente, buscando molestar a la chef.
La cocinera meditó unos instantes.
—Si. ¿Por qué no? No me caería mal algo simple.
FIN
