Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen. Solo hago uso de éstos con el fin de entretener.

Aclaraciones: Esta historia se basa en un Semi Universo donde los sucesos sobre el secuestro de Hinata por el Jefe Ninja de la Nube no fueron tan ligeros cómo se vio en el manga, todo lo contrario, una amenazadora guerra por parte del Raikage es declarada hacia Konoha. La masacre del clan Uchiha no se ha llevado a cabo y Obito sobrevive a la Tercera Guerra Ninja. Naruto y Menma son gemelos así como los dos jinchuriki de Konoha con la mitad del chakra del Kyuubi selladas en sus interiores.

Agradecimiento especial a Tamashitsumo por ayudarme a corregir y betear este capítulo. Igualmente sugerirme consejos sobre la trama. Infinitamente agradecida con esta talentosa Beta.

Advertencias: Invasión de aldea. Y descripción de pelea.

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Capítulo 3

Sin miedo


Odio esto —gruñó Shisui al estornudar por quinta vez.

Itachi le miró con curiosidad por encima del pergamino que leía. Era tan interesante que se le había olvidado la razón por la cual estaban ahí.

—¿Estás bien? —preguntó al ver a su primo mayor sonarse la nariz con la manga de su playera, gesto que le hizo fruncir ligeramente el ceño por el asco que sintió.

—Sí, Tachi, estoy bien. Algo de polvo no me… —otro estornudo, más violento que el anterior— vencerá… ¡Agh, ¿por qué Fugaku-sama nos mandó a limpiar su oficina?! ¡Eso no es un entrenamiento!

Itachi se encogió de hombros con una ligera sonrisa. Estaba seguro de que Shisui preferiría estar practicando su técnica secreta que venía puliendo en lugar de acompañarlo a limpiar la oficina de su padre.

—Dijo que podríamos aprender algo —intentó convencer al mayor, pero éste solamente le miró con ojos entornados sin creerse nada—. La verdad es que mamá se lo pidió —confesó.

Shisui suspiró.

—Eso lo explica todo —se atrevió a soltar una carcajada ligera—. Hasta personas como Fugaku-sama le tienen miedo a algo.

—Mamá no da miedo —Itachi amaba a su madre y buscaba la manera de defenderla—. Simplemente no le gusta el desorden.

—Nah, Tachi. No lo ves porque aún eres pequeño pero las mujeres, a cierta edad, dan mucho, mucho miedo —dijo Shisui al llegar al lado de Itachi en un parpadeo, abrazando al menor por los hombros—. Tía Mikoto no es la excepción. Creo que es de las pocas personas que puede hacer temblar a tu padre. Eso la convierte en alguien sumamente genial pero también en una mujer aterradora…

—Vaya, vaya.

La cara de Shisui se petrificó al escuchar esa dulce pero terrorífica voz.

Como si estuviera en medio del rodaje de una película de horror se giró para ver la figura de la matriarca del clan Uchiha, con un pequeño Sasuke en sus brazos que veía a todos lados, bajo el umbral de la puerta deslizante y sonriente. Pero no eran esas sonrisas dulces que siempre le daba cuando iban a desayunar a la Casa Principal en compañía de Obito cuando no había nada qué comer; todo lo contrario, era una que le congeló la sangre.

—M-Mikoto-sama —de inmediato se puso de pie e hizo una reverencia educada—. N-No la escuché llegar.

—Bueno, solo me aseguraba que todo estuviera bien por aquí. Ya casi es hora de la comida —comentó Mikoto, acomodándose mejor a Sasuke que se removía inquieto cuando notó a su hermano mayor.

—Lo siento, madre, aún no terminamos —se disculpó Itachi al ir hacia ella y extender los brazos para que le pasara a Sasuke que sin problemas se acomodó en el pecho del mayor con una enorme sonrisa.

—Sí, eso puedo verlo —suspiró Mikoto al ver todos los pergaminos regados, más por el lado de Shisui que de Itachi.

Aunque era una obligación que le había pedido solo a Fugaku, ese esposo suyo se las había ingeniado para dejar a dos pequeños hacerse cargo de sus tareas como marido.

—Neh, Mikoto-san, Fugaku-sama guarda mucha basura —comentó Shisui con un tono de lamento—. Ni siquiera sé por qué tiene él algo así en su casa, sobre todo de otro clan.

—¿Otro clan? —preguntó Mikoto sin entender bien las palabras de Shisui.

Éste asintió mientras iba por el dichoso pergamino. Itachi trataba de mantener a Sasuke quieto que parecía muy entretenido en jalar su cabeza y decirle "Nii-san, nii-san".

—Sí, éste. Tiene unas cosas bien raras que no logré entender. Ya estaba abierto. Pensé que no habría problema si echaba una miradita… No es como si Fugaku-sama nos hubiera prohibido leer nada.

Mikoto tomó el pergamino que Shisui le extendió. Comprobó lo dicho por el menor al leer las primeras oraciones. Eso no pertenecía a su clan. Era información que no tenía nada que ver con el Sharingan o los orígenes del clan Uchiha. Todo lo contrario, hablaba sobre las habilidades que el Byakugan poseía.

Frunció el ceño, confundida de por qué Fugaku tenía ese pergamino con información del Byakugan en su hogar. Conocía la enemistad que su esposo mantenía con los Hyuga cuando éstos parecían tener más el favor del Consejo que ellos después de la adaptación que sufrió la aldea después del accidente del Nueve Colas y la notable desconfianza que Danzo en compañía de los demás integrantes de dicho grupo parecían dedicarle a su familia.

—Tienes razón, Shisui-kun —Mikoto volvió a cerrar el pergamino y con una sonrisa dulce se encargó de disipar cualquier sospecha del joven—. Esto no tiene nada qué ver con nosotros. Hablaré con mi esposo sobre esto. Gracias por enseñármelo.

—Uh, sí —Shisui rascó su cabeza. Miró por un segundo a Itachi que también se dio cuenta del cambio repentino en la actitud de su madre—. De nada.

—En fin —Mikoto puso el pergamino debajo de su brazo y juntó sus palmas—. ¿Qué tal si interrumpen un poco con la limpieza para ir a comer? Hice mi platillo especial.

—¿Ramen? —preguntó ilusionado Shisui.

La matriarca rio.

—No, onigiris.

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Hinata despertó de la pequeña siesta. El calor en los brazos de su madre era reconfortante y el perfecto refugio para ahuyentar las pesadillas que la venían acechando últimamente. Aún somnolienta observó el movimiento que se lograba escuchar por los pasillos de la Mansión Hyuga. Eso a Hinata le extraño pues el silencio siempre predominaba en los rincones de su hogar. Natsu-san en compañía de Ko-san siempre le decían que debía movilizarse con sigilo en los alrededores para no importunar la paz ni la meditación de los ancianos.

—¿Mami? —llamó la atención de la mujer que mantenía una mirada perdida en un punto inexistente.

La vocecilla de la niña logró despertar a Hitomi de su ensimismamiento. Puso su mejor sonrisa, la dulce que dedicaba exclusivamente a Hinata.

—Buenos días, mi terrón de azúcar —dulcemente acomodó los mechones rebeldes de Hinata. Había heredado su mismo color, el inusual negro azulado que era una rareza dentro de su clan.

En su juventud muchos de los miembros del clan Hyuga no paraban de repetirle que había sido bendecida por los dioses por brindarle tan bellos atributos que solamente realzaban los dotes inigualables del clan Hyuga.

Hinata sonrió con las mejillas avergonzadas y ella sintió un dolor en su pecho. Sin la estricta presencia de Hideki-sama, su padre político, podía permitirse mimar a Hinata sin ser cuestionada por el modo de crianza que aplicaba en su primogénita. Era demasiado pequeña cómo para lidiar tan pronto con las rigurosas tradiciones del clan. Recordó al pobre de Neji quien hacía poco se le aplicó el sello del Pájaro Enjaulado.

A veces su propio clan le daba miedo.

—Mami.

—¿Sí, tesoro?

—Hambre… —susurró al acomodarse mejor en su regazo, observándola con aquellos enormes ojos perlados que brillaban con inocencia e ingenuidad.

Hitomi le sonrió.

—Por supuesto. Tu hora de comida pasó hace un buen rato. No hay duda de que tu estómago gruña hambriento —para remarcar lo dicho la matriarca hizo cosquillas en el estómago de su pequeña hija que comenzó a reír por las sensaciones.

Sin embargo, las cosquillas se interrumpieron abruptamente cuando a la puerta de la sala de descanso se deslizó para dibujar las figuras de Hizashi y Neji.

—Hitomi-sama ―el mayor hizo una reverencia educada—. Lamento importunarla.

—Descuida, Hizashi-kun —Hitomi colocó a Hinata en el cojín próximo a ella mientras peinaba su cabello en un intento por hacerla lucir presentable—. No molestas en lo absoluto. ¿Ha sucedido algo?

Raramente Hizashi hablaba con ella. Solía pasar más tiempo con Hiashi al ser de confianza y el líder del Bouke.

De niños solían ser muy unidos, casi amigos, contándose secretos con la certeza que ninguno de ellos diría nada. Sin embargo, cuando se anunció que sería la futura esposa de Hiashi su relación se tornó en una fría cordialidad. Además, con la muerte de la esposa de Hizashi podía asegurar que su cercanía con su hermano político se había arruinado.

Observó al hijo de Hizashi, Neji, que se mantenía igual de recto que su progenitor y con una banda cubrir su frente. Le sonrió ligeramente y el pequeño solamente atinó a inclinar la cabeza. Sintió un calor agradable en su interior al observar la tez del pequeño teñida con un adorable sonrojo.

Albergaba la esperanza en su corazón que cuando las cosas mejoraran y no tuvieran la guerra detrás de ellos, tanto Hinata como Neji pudieran terminar con esa historia de odio dentro de la cuna del Byakugan.

—Hai —continuó el hombre de ojos perlados y porte firme—. Hiashi-sama ha solicitado su presencia en el dojo principal. Junto con Hinata-sama.

Hitomi asintió.

—Gracias, Hizashi-kun. Iremos de inmediato.

—En realidad, Hitomi-sama —el Hyuga parecía no terminar por completo el mensaje— estoy aquí para guiarla. Hiashi-sama me ha encomendado hacerme cargo de su seguridad como la de Hinata-sama —volvió a hacer otra reverencia—. Igualmente he traído a Neji para que aprenda su labor como el guardián de Hinata-sama, espero eso no le resulte una inconveniencia.

—Claro que no, Hizashi-kun —rápidamente negó. La idea de que Neji e Hinata convivieran le resultaba maravillosa—. Todo lo contrario. Espero que nuestros hijos puedan crear lazos duraderos «Más duraderos que el nuestro, Hizashi-kun».

—Agradezco su amabilidad, Hitomi-sama. No dude en corregir a Neji si lo ve necesario.

—No creo que eso sea necesario —murmuró.

—Madre —Hinata la interrumpió, tomando de la tela de su precioso kimono para atraer su atención. Acarició la mejilla de su hija y asintió.

—Lo siento, Hinata-chan. Tendremos que ir primero con tu padre. Cuando terminemos prometo hacer tu comida favorita…

—¡Hitomi-sama!

El grito desconcertador de un joven Tomura correr por los pasillos de la casona puso en alerta no solo a Hitomi sino también a Hizashi que observó la figura del joven shinobi que respiraba agitadamente como si hubiera corrido un gran tramo. Al verlo presente éste hizo una rápida reverencia para después arrodillarse frente a la puerta donde se hallaba la matriarca en compañía de su primogénita.

—¿Tomura-kun? —cuestionó sin entender por qué la apariencia tan desalineada de alguien tan dedicado cómo Tomura quien cuidaba de sobremanera sus expresiones. Verlo así de desesperado le era una sorpresa.

—P-Perdone mi intromisión —susurró el jovencito con notable pena, apoyando sus manos sobre sus rodillas—. Pero debo comunicarle lo siguiente.

—¿De qué se trata? —ahora interrogó Hizashi, poniendo a su hijo más cerca de él y activando de inmediato al Byakugan para observar los alrededores.

Tomura frunció el ceño. No se debía a que Hizashi le exigiera saber la razón de su repentina aparición sino a lo que sucedía afuera de los terrenos Hyuga.

—Konoha está siendo atacada —soltó.

La respiración de Hitomi se quedó estancada en sus pulmones. El peor de sus miedos se hizo realidad. Durante esos días, cuando Hiashi confesó los planes futuros sobre el destino del clan, pensó que podría disfrutar algo de paz y mantener la tranquilidad en los demás miembros para que el pánico no hiciera mella en los corazones de su gente mientras su esposo se mantenía ocupado en compañía de los ancianos y de Hideki-sama.

Muchos ANBU visitaban el complejo Hyuga para hacer entrega de documentos y pergaminos información secreta o general sobre el funcionamiento del Byakugan. Ella misma había tenido que ir en compañía de Ko y Natsu a la biblioteca secreta de la familia para deshacerse de todo. Aún no comprendía bien el plan de Hiashi, éste la despertó al día siguiente con una caricia tierna en su frente, algo impropio de él. Por un momento pensó que soñaba y que ese hombre que antes se expresaba con gentileza había regresado, pero bastó parpadear un par de veces para quitar la capa de sueño y darse cuenta de la preocupación en aquellos ojos.

Encontré una manera de salvarnos, Hitomi. El Byakugan no caerá en manos de nadie. No te preocupes. No dejaré que nadie hiera a mi clan.

Hiashi no le había dado muchos detalles salvo la tarea de recibir los ninjas que llegaran a su puerta para entregarle cualquier documento o pergamino, mismos que después eran reunidos en una habitación para después ser quemados y de esta manera no dejar evidencia del conocimiento que ha pasado de generación en generación dentro del clan Hyuga. Pronto tendrían que marcharse de la aldea sin dejar rastros que su gente ocupó un espacio dentro de Konoha para proteger no solo el doujutsu sino también la aldea que no estaba en las mejores condiciones para luchar.

Hitomi apretó los labios sin la necesidad de preguntar quién. Era obvio a esas alturas. Quién estaba detrás de todas las noches de insomnio en toda su gente no era nadie más que el Raikage y su avaricia por conseguir el Byakugan.

Había sido una completa ingenua al pensar que aún tenían tiempo de hacerse cargo de los pendientes sin concluir. Destruir cualquier evidencia de un clan tan antiguo como el Hyuga, desde la época en que la Aldea de la Hoja fue fundada por Hashirama Senju y Madara Uchiha no era tarea fácil. Era tanta información y valiosas enseñanzas de las cuales no dudaba sus antepasados se rasgarían las ropas por observar lo que ellos estaban haciendo.

—¿Cómo ha sido posible que ninjas de la Nube hayan podido…?

—Eso no importa ahora, Hitomi-sama —el joven Tomura interrumpió la cuestión de la matriarca.

A esas alturas eso no importaba ahora. Konoha estaba siendo atacada y la mayoría de los ninjas de la Nube se dirigían a la Mansión Hyuga para hacerse del Byakugan.

Solamente unos cuantos de ellos podían dar lucha. El Bouke era la rama encargada de enviar a sus integrantes a la Academia Ninja para recibir una formación shinobi y proteger al Souke. Pero solamente quedaban Hizashi-san y su hijo Neji.

—Mi prioridad ahora es llevarla a un lugar seguro —observó a la mujer y a la niña—. La seguridad de usted y Hinata-sama es primordial en estos momentos.

Hitomi frunció levemente el ceño.

—Tomura-kun, toma a mi hija y a Neji-kun.

—¿Hitomi-sama?

—Aún hay gente que necesita ser evacuada, Tomura-kun. Además, Hiashi aún no comparte con ninguno de nosotros la dirección del refugio que ha encontrado. Me temo que tendremos que esperar por un rato. Mientras tanto, te pido cuides a mi hija y sobrino.

—Hitomi-sama, entiendo su preocupación, pero mi obligación…

—Tomura Hyuga.

Los ojos del joven shinobi temblaron cuando la voz siempre dulce de la mujer se tornó fría.

—Es una orden —los ojos de Hitomi lucieron serios—. Te agradecería que la siguieras.

—Hai, Hitomi-sama. Perdone mi falta —se disculpó Tomura para después ponerse de pie, listo para llevar a los pequeños niños a un lugar seguro dentro de la mansión.

—¿Mami? —preguntó Hinata sin entender de qué hablaban todos los adultos pero sin poder ignorar toda la tensión que había en la habitación.

—Lo siento, Hinata-chan —Hitomi dio una señal con la cabeza para que Tomura entrara y tomara en sus brazos la figura de su hija—. Por ahora tú y Neji serán puestos en un lugar seguro —sonrió para tratar de tranquilizar el nerviosismo en su pequeña y el propio—. Prometo verlos en cuando nos desocupemos. ¿Verdad, Hizashi-kun?

Hizashi miró a la mujer que se puso de pie para encarar la situación. En aquellos momentos densos y caóticos la presencia de la mujer podía dar cierta tranquilidad a la situación. Miró a su hijo que le miraba igualmente confundido cuando Tomura extendió una mano a su dirección, indeciso de tomarla o no.

Él suspiró y trató de pensar en lo mejor de su hijo en aquellos momentos. Como único miembro del Bouke la prioridad era proteger al Souke, no obstante, no podía ignorar a su hijo, lo último que le quedaba de su difunta esposa.

—Toma la mano de Tomura-kun, Neji —aconsejó Hizashi a su hijo, acariciando sus castaños cabellos que le llegaban por debajo de las orejas. Estaba creciendo tan rápido— y acompáñalo. Recuerda seguir todas sus indicaciones. ¿Entendido?

—Sí, padre —sin dudas el niño asintió.

Tomura inclinó la cabeza antes de marcharse con ambos niños a los interiores de la mansión dejando a los adultos atrás.

—Debemos ir con Hiashi-sama para que nos dé un informe de lo que realmente sucede —sugirió Hizashi con una postura diferente.

La matriarca del clan Hyuga asintió.

—Definitivamente —observó los cielos que comenzaban a nublarse.

Un mal presagio.

Y ella que imaginó que hoy sería un buen día.

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—¡No me importa qué tan bueno te creas, te quedas aquí porque te quedas¡ ¡Punto!

Shisui infló sus mejillas y el ceño se le frunció cuando Obito no le permitió acompañarlo al llamado de emergencia que el Tercero emitió. Todas las unidades de la Policía Militar de Konoha estaban preparándose. El anuncio por parte del clan Yamanaka sobre la invasión de ninjas de la Aldea de la Nube en Konoha se había comunicado a todo shinobi activo y líderes de los clanes.

—¡Puedo pelear…! —se quejó testarudamente, con las armas listas y dispuesto a proteger a la aldea que tanto amaba y por la cual decidió ser ninja.

Sin embargo, eso a Obito no le importaba pues le brindó un golpe en la cabeza que le hizo lloriquear.

—Eres muy joven —gruñó Obito al ver que ese niño era demasiado terco. A veces le gustaría que fuera más dócil como Itachi—. Y prometí a la abuela que no te permitiría participar en una batalla a una corta edad. Aún no es tu momento, enano.

—Obito-nii…

—Ahora quédate con tía Mikoto y haz todo lo que te pida. Nada de ir a escondidas. ¿Entendido?

Él sabía muy bien que no podía quejarse cuando Obito usaba ese tono. Por lo general la actitud de su primo mayor era más fácil de lidiar y era inusual verlo así de enojado. En sus facciones podía apreciar la dureza, una digna característica en el clan Uchiha. Muchos habían dicho que en un principio Obito no se consideraba lo suficientemente bueno como para llamarse Uchiha pero en esos momentos Shisui opinó distinto y respetó más la figura de su primo que no solamente era un genial shinobi sino un héroe de guerra con honores.

—Sí —a Shisui no le quedó de otra que aceptar a regañadientes.

Obito mostró una sonrisa para luego despeinar los cabellos desordenados de quien consideraba su pequeño hermano.

—Eso me gusta. Ahora cuida a tía Mikoto y a nuestros primos en la ausencia de los verdaderos hombres. Fugaku-sama y los demás intentaremos terminar con esto lo más pronto posible —alzó la mirada donde Mikoto Uchiha se hallaba bajo el umbral de la puerta con Fugaku cerca de ella. No quiso indagar sobre lo que hablaban, pero el ceño de la matriarca estaba fruncido, parecía como si estuvieran discutiendo.

Obito bufó. Lo que menos necesitaba en esos momentos es que su líder tuviera problemas maritales antes de salir directo a un enfrentamiento violento.

—¡Fugaku-san! —gritó algo desesperado.

Ya le había dado un par de golpes a Shisui para que no se hiciera el héroe ni el idiota. Reconocía que era alguien fuerte a su corta edad, no dudaba que Itachi y Shisui en su momento llegaran a brillar en el Mundo Shinobi por el innato talento con el cual habían nacido, pero ese no era el momento para darlo a conocer.

Menos en una invasión de la cual debían acudir para apoyar a sus compañeros. Él no iba a esperar a que Fugaku se despidiera de manera sentimental de su familia, cosa que le resultaba irreal pues ese hombre era igualmente expresivo que una piedra.

Bastó que el líder del clan le diera una mirada fulminante que en Obito no tuvo el mismo efecto que en el resto de sus subordinados.

—Apúrese, Fugaku-san. Podrá besar a Mikoto-san todas las veces que quiera cuando regresemos victoriosos…

—Calla —ordenó el hombre desde su lugar para después bufar y observar el rostro aún desconfiado de su mujer—. Hablaremos sobre esto cuando esto termine. Lo prometo.

Mikoto apretó los labios mientras mecía a un Sasuke dormido en sus brazos. Itachi a su lado observaba con suma atención las dos figuras de sus padres, manteniéndose en silencio y prefiriendo no decir nada que pudiera hacerle ganarse una reprimenda.

—Regresa con bien, Fugaku —habló Mikoto después de un rato, alisando la tela de su mandil y observando directamente a los ojos de su esposo—. Aún tienes que limpiar el desorden en tu oficina —sonrió ligeramente para no dejar que la tensión y preocupación por ver cómo su esposo salía a pelear la comiera viva.

Era la esposa de un poderoso shinobi y cabeza del clan Uchiha, no tenía por qué dudar de las palabras de Fugaku, a los menos no las de esos momentos.

Dejaría de pensar en el pergamino que Shisui encontró esa tarde por un momento.

Fugaku sonrió ladinamente, orgulloso.

—Lo sé —se limitó a acariciar la cabeza de su hijo menor e Itachi antes de darse la vuelta vestido con sus ropas de jounin, alcanzando a Obito y mirando a Shisui que se puso recto como un soldado cuando conoce a su superior—. Cuida a mi familia, Shisui.

—¡Sí, señor!

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Rin acudió a las instalaciones del Orfanato del País del Fuego. No había sido una orden directamente del Hokage pero estaba preocupada por Naruto y Menma. Todos estaban evacuando hacia las montañas donde los refugios aguardaban con shinobis indicados para guiar a los aldeanos. Ordenó a sus subordinados a movilizarse y sacar a todos los niños para llevarlos hasta allá. Algunas personas encargadas del orfanato ayudaban, pero no eran suficiente para hacerse cargo de tantos niños.

—Muy bien —llamó la atención de todos los infantes que no paraban de sollozar ni gritar. Les sonrió—. Haremos una fila, ¿de acuerdo? Como una serpiente enorme. Cada uno se pondrá detrás de su amigo o amiga y caminarán por la dirección que les diga. ¿Entendido?

Recibió apoyo por las mujeres encargadas de criar a los niños, dando palabras de consuelo a todos para disminuir el miedo en sus ojos. Rin se dedicaba a alentarlos con una sonrisa y ojos amables a continuar sin detenerse cuando pasaban cerca de ella e incluso tuvo que curar algunas cortadas de parte de los infantes que resultaron heridos cuando los vidrios del lugar explotaron por las bombas que los ninjas de la Nube lanzaron.

Eso la hacía rabiar.

Mientras ayudaba a los niños a salir no pudo evitar buscar desesperadamente a dos niños en particular. Naruto y Menma. No eran difíciles de identificar, a comparación de los niños Inuzuka esos gemelos poseían en sus mejillas los bigotes parecidos a los de un zorro. Decidió adentrarse más al edificio para buscar en las habitaciones con interminables camas y comedores largos con platos aún con comida alguna señal de que los niños estaban ahí.

A cada paso Rin se sentía desesperada por no hallarlos. El corazón le bombeaba con absoluto miedo ante la posibilidad de que los niños hubieran sido raptados por aquellos ninjas.

—¿Naruto-kun? ¿Menma-kun? —gritó observando a todos lados.

Por un momento el suelo retumbó como si el lugar quisiera derrumbarse, haciéndola perder el equilibrio por un instante para después concentrar su chakra sobre las plantas de sus pies y correr con total seguridad por los corredores del orfanato sin el miedo de caerse.

Gritos de infantes la hicieron tomar otra dirección, sacando de su portaherramientas un kunai. Antes de siquiera acercarse a la habitación de dónde venían dichos gritos una serie de agujas hechas de hielo se lanzaron hacia ella.

La figura de la ninja de Konoha desapareció cuando sus agujas impactaron contra su cuerpo. O mejor dicho con lo que era un trozo de tronco. Samui frunció el ceño levemente mientras oprimía más fuerte el cuello de los pequeños que no dejaban de moverse en sus brazos.

El Raikage le había encomendado secuestrar a los jinchuriki del biju más fuerte de todos: el Kyuubi. Si lograban robar el Byakugan y a las vasijas del Nueve Colas podrían declararse como la Nación Ninja más poderosa de todos por tener bajo su poder uno de los doujutsu más deseados por todos y dos bestiales bijus. No habría problemas a la hora de entrenarlos, Killer B se encargaría a la perfección de ello.

—Dejen de patalear o los mato —dijo fríamente a los pequeños que no dejaron de moverse. Uno de ellos hasta le había intentado dar una patada, movimiento que evitó con facilidad por ser aún demasiado pequeño.

Sin embargo, una serie de kunais caer delante de ella obligaron a Samui a retroceder, especialmente cuando notó los sellos bomba. Observó una ventana abierta y se deslizó por ésta, llegando al techo justo en el momento en que la explosión se activó en la habitación que ocupó hasta hace unos segundos.

Los ojos de un azul helado se fijaron en cualquier punto posible de ataque, manteniéndose en alerta. Una medic ninja no sería rival para ella.

—Rin Nohara —murmuró—. Hija de civiles y sin un clan de renombre o herencia genética importante. Formaste parte del Equipo 7 con el hijo del Colmillo Blanco y un Uchiha. Tuviste suerte de quedar entre dos fuertes compañeros que pudieran salvarte más de una vez —expresó al esquivar sin dificultades el puño de Rin que se estrelló contra el material del techo, agrietando el material.

Samui aún desde los cielos soltó a los niños hacia arriba que gritaron por el repentino movimiento para desenfundar su espada y hacer unos sellos con una mano para que el filo del arma destellara con lo que parecía ser electricidad.

Los ojos marrones de Rin se desviaron a las figuras de Naruto y Menma volar por los aires, aun gritando. Apretó los dientes. Esa mujer era sin duda cruel cómo para tratar de esa manera a unos niños.

—Tan fácil de engañar —susurró Samui de manera fría al hallarse a escasos centímetros del cuello de la castaña que por un momento se quedó quieta para después hacer un split y evitar el letal corte de la espada de la kunoichi de Kumogakure debido a su potente dominio del kenjutsu.

En lugar de prestarle atención a las palabras de la rubia Rin salió disparada cuando notó que la gravedad estaba empujando a los gemelos hacia el suelo. Un impacto de ese nivel podría matarlos y eso no se lo permitiría. A su mente llegaron los recuerdos de Kushina-san sonriente y poniendo una de sus manos en su abultado vientre al sentir que sus bebés pateaban.

El dolor en su hombro la detuvo y observó para su sorpresa que era Samui quien le había clavado la punta de la espada en la carne. Rin frunció el ceño y cómo pudo se deshizo para lanzar más kunais en dirección a la kunoichi que con facilidad esquivó dichos ataques desviándolos gracias a la espada.

Ignoró el dolor cuando por el rabillo del ojo distinguió una sombra oscura que rescató a los gemelos de impactar contra el suelo. Samui gruñó de ver que su descuidó resultó ser un mal movimiento dentro de su plan. Dispuesta a remediar tal error, la rubia estuvo a punto de salir detrás de aquel ANBU que se había perdido en los interiores de los pinos adelante, pero la castaña le evitó la huida cuando la tomó de los tobillos para elevarla por encima de su cabeza y estrellarla contra el techo, derrumbando parte de la infraestructura del orfanato.

—No dejaré que tú ni nadie toque a esos niños —declaró Rin con una mirada amenazante, observando la figura de la rubia salir entre los escombros.

Con total seguridad podía pelear con la ninja para mantenerla ocupada y así darle a Kakashi tiempo de alejarse para proteger a los hijos de su sensei.

Nadie iba a tocarlos.

Era una promesa que los tres hicieron aquella fatídica noche de octubre.

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—¿Orochimaru?

Los ANBU en frente suyo asintieron.

Hizuren cerró los ojos por un momento, pensativo. Orochumaru había sido uno de sus alumnos, un genio con el talento para dar solución a muchas problemáticas de la aldea. Sin embargo, desde la última guerra algo en él había cambiado. Tsunade y Jiraiya no lo notaban, pero al haber sido su profesor y observar cómo ese niño visitaba casi diario las tumbas de sus padres, declarando en silencio lo mucho que odiaba los conflictos y la guerra podía ver más allá.

Pensó que lo que tanto Orochimaru buscaba podría conseguirlo a través de los años, quizá la amistad que mantenía con sus compañeros de equipo fuera suficiente para llenar aquel vacío que la guerra le dejó. Sin embargo, con aquel informe que uno de sus espías había recopilado durante esos últimos meses no le daba otra opción que aceptar la realidad.

Solo alguien de la aldea podría vender información verídica sobre las dos ramas dentro del clan Hyuga y cómo el Byakugan funcionaba dependiendo del portador. Quienes nacieron dentro del Bouke perdían sus ojos sin la oportunidad de que estos fueran extraídos, a comparación del Souke que aún después de la muerte mantenían su doujutsu intacto. Tal información no era conocida por muchos, por ello resultaba sospechoso el cómo el Raikage logró enterarse de la trampa que él como el clan Hyuga quisieron ponerle al hacerle pensar que después de matar al poseedor del Byakugan éste se convertía en cenizas.

Todo concordaba. Orochimaru había ayudado en las investigaciones que Konoha desarrollaba. Los doujutsu le fascinaban y tenía un gran interés en el Sharingan. Danzo le había confiado una investigación sobre el doujutsu de los Uchiha con el fin de encontrar una debilidad que pudieran explotar en caso de que estos decidieran irse en contra de Konoha en otro intento de conflicto como el que Madara hace tiempo intentó. El Sannin se encontró más que encantado de llevar dicha investigación, con la condición de que él como Hokage recibiría una copia de dichos avances si quería continuar con el permiso brindado por su mano. Por más que atesorara la amistad que tuvo con Danzo durante su juventud Hizuren no era ciego ante el desprecio que éste sentía hacia los Uchiha y por él. Por ello buscaba siempre un equilibrio entre toda aquella enorme tensión creada por tantos problemas.

Se sentía como en una telaraña.

—Comprendo —bajó el informe con los detalles escritos.

Orochimaru contactando a ninjas misteriosos fuera de la Frontera del País del Fuego. Robando información sobre el Byakugan. Espiando sin permiso el complejo Hyuga. Incluso había llegado a tratar a Hinata Hyuga después del intento de secuestro por el Jefe Ninja de la Nube.

Leer las pruebas definitivas de la traición de Orochimaru dolió, pero no dejó que dicho sentimiento le nublara el juicio.

Orochimaru necesitaba pagar por sus crímenes y la alianza secreta hecha con el Raikage para robar uno de los tesoros más deseados por el resto de las Naciones Ninja.

El Byakugan.

Pensó en Hiashi y la propuesta que éste le vino a confesar. Con esta invasión sorpresiva sin duda Hiashi tendría que acelerar sus planes. Esperaba que así fuera.

—Declaro a Orochimaru, uno de los Tres Sannin e importante figura de Konoha un traidor —habló frente a todos los ANBU—. Ordeno su captura inmediatamente, así como la constante vigilancia al complejo Hyuga. Todo shinobi activo deberá presentarse a sus superiores para seguir los protocolos. Evacuen a los aldeanos y llévenlos a las montañas. Haré conocer la situación al Señor Feudal. De igual forma, resguarden a Naruto y a Menma Uzumaki —los ojos del Tercero se mostraron serios al ponerse de pie y caminar lejos de su escritorio, dejando la pipa a un lado y quitándose el sombrero de Kage para deshacerse de la capa oficial que lo distinguía como líder de Konoha, quedando en ropas de batalla—. Si los ninjas de la Nube saben del Byakugan no dudo que también sepan de los jinchuriki. Nuestro deber, además de proteger a Konoha, es evitar que las armas que mantienen a Konoha como una potente aldea no salgan. ¿Fui claro?

—¡Hai! ―todos los ANBU exclamaron al unísono mientras desaparecían en las sombras creadas por la inesperada tormenta en los cielos.

Hizuren miró a través del enorme ventanal los recientes destrozos a los cuales era sometida, nuevamente, su apreciada aldea. Observó el Monte Hokage con los rostros esculpidos de sus antepasados y ejemplares shinobis. Detuvo su mirar en el del Cuarto. Minato Namikaze.

—No te preocupes, Minato. Los protegeré con mi vida.

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La guerra se ha adelantado —escuchó la voz de Temmu Otsutsuki en su cabeza mientras observaba a todo su clan reunido en el patio trasero de los terrenos Hyuga. A sus alrededores los ANBU encargados de custodiarlos se encontraban inconscientes.

Hiashi tenía que asegurarse que nadie fuera testigo de lo que harían.

«Así es —contestó en su mente—. Los planes han cambiado».

Compartiré el camino contigo. Los preparativos para su llegada a la Luna están hechos. Lo única que resta es que lleguen al portal —anunció el familiar lejano de Hiashi.

El patriarca asintió.

«Guíanos, Temmu-san, a nuestro nuevo hogar».

Hiashi activó el Byakugan cuando sintió aquel familiar chakra concentrarse en el centro de su mente. Al principio dolió, pero pudo tolerar la molestia. Las nubes grisáceas no representaron obstáculo para su Byakugan que logró observar, incluso de día, la figura del hombre en la Luna.

Éste no estaba solo como la última vez que lo vio sino que venía acompañado de una pequeña figura a su lado quien poseía las mismas características del mayor así como sus ojos cerrados.

Temmu asintió y en su mano derecha el chakra de tonalidad verde brilló.

Hiashi, enfoca tu Byakugan a mi mano. De esta manera podrás guiarte al portal. Solamente tú serás capaz de ver el camino. Convence a tu gente que te siga y de esta manera lograrás llegar. En cuanto te encuentres cerca le ordenaré al Portero de la Luna dejarte pasar. Una vez que cruces el estanque y su trampa, mis subordinados te recibirán.

«Comprendo» contestó frunciendo el ceño por la el intenso chakra que se acumulaba en su cabeza que daba la sensación que en cualquier momento su cráneo se partiría a la mitad.

Te estaremos esperando, Hiashi, a ti y a tu familia.

—¿Hiashi-sama?

Uno de los ancianos llamó su atención. Él abrió los ojos sin desactivar el Byakugan. Notó las caras de confusión de todos ellos después de haber dado las órdenes de cerrar los flujos de chakra de los ANBU. Podía sentir el miedo de su gente como propio y era normal. Atacaron a la unidad especial de ninjas que el Tercero había enviado para protegerlos. Eso no le agradaba, pero si querían seguir con el plan de que el clan Hyuga cometería suicidio colectivo nadie debía saber cómo llevaban a cabo dicho fin.

Todos debían creer que los Hyuga tomarían sus propias vidas con el propósito de proteger a la aldea y al Byakugan.

—Hoheto.

—Hai, Hiashi-sama.

—¿Está todo listo?

El hombre asintió.

—Bien —Hiashi caminó con solemnidad hasta el centro del jardín central de la Mansión Hyuga donde de pequeño solía jugar con Hizashi. Cuánto hubiera deseado que aquel lugar perdurara, pero no podía arriesgarse. Con ellos vivos albergaba la esperanza de que aquel conocimiento que habían adquirido por todo ese tiempo volviera a escribirse cuando estuvieran seguros en la Luna.

Dejó su banda de Konoha e igualmente todos repitieron el gesto. La mayoría eran shinobis activos, solamente los ancianos se habían retirado hace tiempo.

—¿Dejaron a los ANBU en un lugar alejado? —cuestionó nuevamente y Ko a su lado asintió.

—Sí, Hiashi-sama. Nos aseguramos de esconderlos bien.

El patriarca cerró por un momento los ojos y luego los abrió. Pronto deberían marchar. No dejó que la nostalgia de los recuerdos y su vida en Konoha le debilitaran. La decisión había sido tomada hacía noches atrás, salvar al Byakugan era razón suficiente para quemar todo.

—Adelante.

Los hombres del clan se colocaron en filas con vista a los cuatro espacios que conformaban toda la Mansión Hyuga. Hicieron sellos con las manos para después llenar sus manos con fuego azulado que de inmediato pegaron a la madera de la casa.

Al ser de madera todo el lugar, conservando aquel toque tradicional que los Hyuga siempre procuraban mantener, no tardó en consumirse en llamas. Igual que todo lo que se hallaba en el interior. Toda información que relataba la historia de su clan, la funcionalidad del Byakugan y lo general que los aldeanos de la aldea sabían debido a la biblioteca general.

Los demás líderes del clan también habían ayudado a recolectar dicha información de sus bibliotecas generales. Hiashi intentó no prestarse a las sospechas de porqué alguien más poseería información sobre su doujutsu y decidió mantenerse en silencio.

Pero ahora no importaba aquello porque todo estaba siendo devorado por el fuego puro de la llama de la voluntad del clan Hyuga por continuar el legado de mantener el Byakugan vivo y puro.

—El fuego consumirá todo —anunció el líder a todos los presentes—. No quedará nada que levante sospechas. A partir de hoy el clan Hyuga se declara muerto y extinto.

Observó a todos. Ninguno se opuso a tal idea, completamente de acuerdo con él. Hiashi miró a su hermano que dejó de observar cómo todo se quemaba para verle. Le sonrió levemente, similar a cuando de niños se metían en problemas y evitaban ser regañados por su padre. Hiashi quiso corresponder el gesto, pero era demasiado pronto para considerarse a salvo. Sin la seguridad de los ANBU estaban vulnerables; no arriesgaría más a su familia ni mucho menos obligaría a Hizashi a pelear.

Esperaba que en su nuevo hogar en la Luna aquel sueño infantil de quebrar con la maldición de odio dentro de su clan se terminara con las nuevas generaciones. Si vivían en lugar donde se les prometía que la guerra no sería capaz de alcanzarlos, se podía permitir tener esperanza.

Como digno líder del clan se encaminó hacia el frente, liderando al clan y tomando la mano de su esposa. Atrás de ellos se encontraban lo que quedaba del clan Hyuga. A su otro costado estaba Hizashi con Neji en sus brazos.

Él miró al cielo y suplicó a las divinidades que no apagaran el fuego todavía. Pedía que la Madre Naturaleza les brindara la mano para poder marcharse sin que nadie fuera detrás de ellos.

Nuevamente activó el Byakugan y la visión en su cabeza del camino que debía tomar se hizo más claro. Era retirado, pero sabía que podrían llegar ahí el menor tiempo posible. Los jóvenes de su clan eran fuertes. Le preocupó un momento su esposa pero bastó verla con esa mirada llena de seguridad para saber que dichos pensamientos deberías ser descartados.

A su lado lo acompañaba una mujer fuerte.

Hiashi se topó con los ojos grandes de su primogénita que veía a todo a su alrededor con cierto temor. Quiso consolarla y decirle que papá se encargaría de todo, pero las palabras simplemente no salieron.

Solo pudo decirle:

—No tengas miedo, Hinata. Un Hyuga no muestra miedo.