Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen. Solo hago uso de éstos con el fin de entretener.
Agradecimiento a Tamashitsumo por ayudarme a corregir y betear este capítulo. Igualmente sugerirme consejos sobre la trama. Infinitamente agradecida con esta talentosa Beta.
Advertencias: Invasión de aldea. Menciones de sangre. Extracción de ojos. Serpientes. Muerte de personaje.
Capítulo 4
Sacrificio
Hacía horas que dejaron atrás a Konoha, la aldea que los refugió desde su fundación gracias al acuerdo que se creó con los Senju desde la Guerra de Clanes para mantenerse a salvo. Hitomi tuvo el impulso de mirar hacia atrás, pero no dejó que el sentimiento de arrepentimiento le nublara el juicio. La decisión había sido tomada y no había marcha atrás.
Konoha estaba siendo atacada por ninjas de la Nube quienes buscaban el Byakugan. Ellos sabían lo desastroso que sería si tal poder caía en manos enemigas. Miró a Hinata en los brazos de la joven Natsu. Su hija era demasiado pequeña y débil como para correr por sí sola.
En la retaguardia se encontraban los miembros fuertes del clan, alertas ante cualquier ataque sorpresa. Hiashi lideraba a todo su clan, él era quien sabía el camino. Temmu Otsutsuki le había confiado el mapa hacia la cueva donde se hallaba el estanque que les permitiría cruzar el portal y llegar a la Luna. Estaba consciente que la mayoría de su gente tenía dudas, aun con aquellas expresiones duras él podía leer la incertidumbre por las decisiones tomadas. Podía sentir la mirada de Hizashi sobre sí, pero no aflojó la determinación.
Proteger el Byakugan era más importante, más que seguir siendo leales a Konoha. Y lo que Temmu compartió con él, aunque fuera poco, solo respaldaba lo que creía. Aquella misión que les fue heredada desde que podía recordarlo.
—No bajen el ritmo —ordenó Hiashi a los demás sin quitar la mirada del frente con el Byakugan activado para detectar cualquier enemigo.
—¡Sí! —respondieron al unísono los demás a sus espaldas.
Hiashi se negó a ver a su esposa, tenía la absoluta seguridad que se hallaba bien, así como Hinata. Natsu era joven pero fuerte, protegería sin dudar a Hitomi. Ni siquiera debía preocuparse por Hizashi o Neji, el pequeño era bastante fuerte a pesar de su edad. Pero no negaba que al viajar en grupo serían un blanco llamativo, especialmente si iban en dirección de donde los ninjas de la Nube venían. Aun con el Byakugan no sabían si más adelante los estarían esperando, su capacidad de visión no era tan amplio. Por ello estaba en alerta a cualquier ataque, con los miembros más destacados cubriendo cualquier punto débil.
—Alto —repentinamente el líder del clan pidió a todos detenerse.
Todos acataron la orden y detuvieron sus pasos. Algunos respiraban agitadamente, pues desde que salieron de la aldea nadie había tenido un descanso. Natsu aterrizó sobre la rama de uno de los árboles con la pequeña Hinata en sus brazos, pero la superficie no se sintió sólida como era de costumbre, sino escurridiza.
—¡Natsu!
El grito de la matriarca Hyuga despertó a la joven confundida quien volvió a activar su Byakugan y retrocedió cuando la rama se levantó para atacarla. Retrocedió sin soltar a la heredera, cayendo de pie sobre el suelo. El resto de los Hyuga se dispusieron a ir a socorrer a la joven, pero la tierra removerse sacudió los troncos de los árboles, haciéndoles perder el equilibrio. Abajo Natsu tuvo que esquivar las grietas que iban hacia su dirección. Sintió el cuerpecillo de Hinata afianzarse con más fuerza y sus manitas alrededor de su cuello. Ella, como respuesta, la apretó más contra sí, observando a una gigantesca serpiente terrestre moverse abajo.
—Pase lo que pase, Hinata-sama, no me suelte —le indicó a la pequeña quien asintió con la cabeza escondida en la curva del cuello de la joven.
La cabeza de la serpiente salió de entre la tierra con su siseo amenazador, los ojos enfocados en la figura de Natsu que arrugó el ceño, separándose y marcando una distancia para proteger a Hinata. El reptil se izó y se lanzó directamente. Natsu volvió a esquivar y en el aire intentó retomar el camino para así volver con los demás, pero fue interceptada por otra serpiente. Ésta pasó muy cerca de ella, por lo que tuvo que dar un giro en el aire y esconderse entre los frondosos árboles y así ocultarse.
Todo el movimiento obligó a Hinata a cerrar los parpados con fuerza y miedo. Quería a su madre y tenía muchas ganas de llorar. No entendía qué sucedía. Natsu le pidió guardar silencio, cosa que solo se limitó a seguir al pie de la letra. Incluso se encargó de ser más silenciosa de lo acostumbrado, volver más lenta su respiración e intentar calmar su agitado corazón. Con cada aspirada de aire buscaba disminuir los latidos, sentía que aquellas serpientes serían capaces de escucharlos con facilidad y así dar con ellas.
Sin poder contenerse Hinata abrió los ojos, poco a poco. Aún no podía despertar el Byakugan debido a que su entrenamiento aún no era lo suficientemente fuerte como para brindarle la capacidad de hacerlo. Le costó acostumbrarse a la oscuridad. Parpadeó varias veces, sintiéndose terror del silencio y la oscuridad rodearles.
Sentía como si también fuera observada.
Natsu sintió las manos de la pequeña apretarse con más fuerza sobre la piel. Las uñas se hundieron en la parte descubierta del cuello, soltó un quejido.
—¿Hinata-sama? —el cuerpo de la pequeña temblaba. Con gentileza acarició la espalda en un intento por tranquilizar a la niña—. No se preocupe, Hinata-sama, la protegeré —aseguró.
Pero en lugar de escuchar una respuesta afirmativa por parte de la heredera solo sintió más estremecimiento provenir del cuerpecillo. Natsu se preocupó y giró para descubrir qué mantenía tan callada a Hinata.
Los ojos perlados de Natsu se abrieron enormemente cuando una cabeza de una boa que la superaba en tamaño devoraba el cuerpo de Hinata.
—¡No! —gritó aterrada, preparada a dar un golpe al animal y liberar a la niña, más su palma quedó en el aire cuando sintió una presencia amenazante y escurridiza detrás de ella, congelando su cuerpo.
—No me movería si fuera tú —habló de manera tenebrosa, tan cerca de su oreja que sintió disgusto—. Podrías lastimar a la pequeña.
Natsu arrugó el ceño. Él tenía razón.
—Mi preciosa compañera solo mantendrá protegida a la pequeña heredera. No debes preocuparte, no es mi intención lastimarla —Orochimaru rio de manera siniestra, con los ojos dorados y pupilas alargas brillantes al notar el estremecimiento de la joven Hyuga—. Respecto a ti, no estoy tan seguro. Posees el Byakugan, pero puedo asegurar que no es tan puro como el de la heredera.
—No permitiré que se lleve a Hinata-sama —gruñó Natsu con voz dura—. Primero tendrá que matarme.
—Querida, eso es justo lo que haré.
Hiashi tuvo que sostener a su esposa antes de que ésta se lanzara, llena de desesperación, hacia las fauces abiertas de la serpiente.
—¡Hitomi! —la tuvo que sostener fuertemente de los hombros femeninos, trayéndola hacia él mientras expulsaba chakra a través de sus palmas extendidas para destruir parte de la cabeza del animal y mantener protegida a su mujer—. ¡No puedes ser tan imprudente…!
—¡Hinata está en peligro! —gritó alterada, mirando directamente a los ojos de Hiashi.
Era la primera vez que el rostro precioso de su esposa se retorcía de angustia. Aun con la tensión palpable en Konoha no vio mueca similar en las facciones de Hitomi como en esos momentos.
—Lo sé —respondió, tratando de razonar con ella—. Y prometo traerla de regreso. Pero ahora necesito que te salvaguardes. Eres importante.
Hitomi frunció el ceño por las palabras de su esposo. Hinata era más importante que su propia vida.
—No pienso quedarme con los brazos cruzados cuando mi hija está en peligro.
—Hitomi, esas serpientes pertenecen a Orochimaru. Es obvio que está detrás de nosotros —Hiashi podía afirmarlo con seguridad. La actitud del Sannin siempre había sido sospechosa desde el término de la Tercera Guerra Mundial y esa obsesiva fijación por estudiar los doujutsu de la aldea. Podría ser considerado un héroe por sus acciones durante la guerra, pero eso no evitaba que él y Fugaku tuvieran sospechas respecto al Sannin—. Es demasiado fuerte.
—Hiashi —la mujer se separó del agarre de su marido con una mirada perlada segura y facciones endurecidas. Él no sabía si era debido a sus palabras o el hecho de haberla ofendido. Aun cuando Hitomi hubiera recibido una formación ninja, eso no era suficiente para derrotar a uno de los tres Sannin—. Tú eres el único que sabe qué camino tomar, debes guiar a nuestro clan.
—Y lo haré, después de recuperar a nuestra hija.
—Eso nos hará perder tiempo —declaró la mujer con los puños apretados —. Sé que detectaste ninjas de la Nube desde kilómetros antes.
La facciones siempre endurecidas de Hiashi, serias e inexpresivas parecieron aflojarse, mostrando una breve mueca de sorpresa por lo fácil que su esposa lo descubrió.
—Yo también las sentí. No es coincidencia que Orochimaru haya decidido actuar hasta ahora. Sabía que era el mejor momento y su intención es clara cuando nos separó de Natsu e Hinata.
—Quiere el Byakugan —era una afirmación.
Hitomi asintió.
—Debe estar involucrado en todo esto. Posiblemente haya sido el responsable de darle la información sobre la funcionalidad de las dos ramas del clan al Raikage.
—Maldito traidor —masculló el patriarca con enojo, más el suave tacto de la mujer logró calmarlo.
—Tranquilo —susurró con una sonrisa grácil, casi inocente—. Yo me haré cargo.
—¿Hitomi…?
Un intenso dolor plantarse en el abdomen de Hiashi le hizo ver a la figura de su esposa con ojos abiertos, incrédulo de lo que ella había hecho. El chakra de tonalidad morada desprender de las palmas de Hitomi le confirmaba que ésta usó el Puño Gentil contra su persona.
—Lo siento, querido —la voz de la matriarca reflejaba el dolor que le causaba levantar la mano contra su amado, pero la preocupación por su hija era mayor.
Y el resto del clan necesitaba a Hiashi.
—Lo primordial es salvar el Byakugan —Hitomi activó su Byakugan—, esa es tu responsabilidad, pero la mía es proteger a nuestra hija.
—H-Hitomi.
—Confía en mí —murmuró antes de girar sobre sí misma, con el cabello largo acariciando el aire, saltando directamente hacia el cuerpo de las serpientes bajo ellos.
Hitomi ignoró los gritos de Hiashi clamando su nombre y pidiendo que regresara. Manipuló su chakra sobre la planta de los pies para deslizarse sobre las escamas de los reptiles. Estas sintieras su presencia e intentaron atacarla, más Hitomi esquivó los ataques. Una de ellas se lanzó contra ella, dio un salto y las fauces del animal se impactaron contra el cuerpo de la otra, sacando sangre. Algo de ésta bañó el kimono claro de Hitomi pero no le dio importancia. Observó a todos los alrededores, buscando con el Byakugan el rastro de Natsu e Hinata. No obstante no pudo mantener tanto tiempo la atención fija cuando más serpientes se izaron para atacarla, no quedándole otra opción que esquivar nuevamente.
Se aventuró a usar una técnica del clan para deshacerse de unas cuantas, pero para su desconcierto más de ellas brotaban de la tierra.
Fijó el Byakugan hacia abajo y soltó una exclamación de sorpresa al ver la enredadera subterránea.
«Es un nido» pensó con terror, dándose cuenta del enorme poder del hombre como para manejar esa cantidad de invocaciones aun sin estar presente.
Se obligó a no tener miedo y continuar con su camino. Era demasiado tarde para arrepentirse, además Hinata la necesitaba. Confiaba en Natsu, pero no quería que la joven se pusiera en peligro; aun con sus habilidades, sabía que enfrentarse al Sannin y proteger a su hija al mismo tiempo sería una tarea difícil.
Debía encontrarlas rápido. Orochimaru buscaba aprovecharse de la situación. Eso Hitomi no podía permitírselo.
La Policía de Konoha se encargaba de evacuar a los aldeanos mientras los protegían en el camino. Obito apuraba a las personas a correr rápido, incluso cargó a un par de viejitas que se negaban a abandonar sus hogares sin darles tiempo de quejarse. Se les había informado que Orochimaru los había traicionado. Aquello no le sorprendió pero se dijo que no debía preocuparse por eso en esos momentos.
Mientras se aseguraba que nadie quedara en las casas, Obito se enfrentó con un par de ninjas de la Nube, aniquilándolos de inmediato y continuando con su tarea. Logró divisar cuando salió de una de las moradas a un grupo de ninjas, reconoció de inmediato a un par de sus compañeros y aterrizó cerca de ellos para preguntar sobre la situación. Llevaban en ese caos por horas y no había manera de comunicarse entre todos. Parecía que algunos ninjas de la Nube habían estropeado la línea de comunicación que usaban y la habilidad de los Yamanaka se encontraba más ocupada en mantener informado al Tercero sobre la situación.
Si las demás Naciones Ninjas se enteraban que estaban bajo ataque por la Nube, existía la posibilidad que más aldeas se sumaran, y las cosas se complicarían.
—Hey —llamó la atención de sus compañeros. Estos tenían caras preocupadas—. ¿Buenas noticias?
—No —contestó Asuma con seriedad. El rostro siempre carismático del hombre se había esfumado—. Al contrario.
—¿Qué pasó ahora?
—Se nos informó que los ANBU encargados de custodiar el complejo Hyuga fueron atacados y dejados inconscientes en los alrededores —explicó Kurenai con semblante preocupado.
Obito arrugó el ceño. Eso no se escuchaba bien.
—¿Inconscientes? —eso le pareció extraño. Si estaban enfrentándose dos aldeas podía asegurar que los de la Nube no dejarían a nadie vivo—. Eso es extraño.
—¿Lo crees? —escupió Anko—. Pues se pone peor —la mujer de mirada violeta afiló sus facciones—: Todo el Distrito Hyuga está en llamas.
—¿Qué?
—Ahora mismo se están encargando de apaciguar el fuego —contestó a la pregunta Hayate, igualmente preocupado que el Uchiha—. En cuanto terminen investigarán si hay sobrevivientes…
—Eso será imposible —respondió Anko, sin mostrar optimismo sobre la situación—. Esas llamas, a estas alturas, debieron consumir todo. Dudo que encuentren algún cuerpo intacto. Solo cenizas.
—Alto ahí —detuvo Obito lo que Anko decía—. ¿Qué tratas de decir? ¿Los Hyuga no están en el refugio?
Los compañeros de Obito se miraron entre ellos sin saber qué decirle al Uchiha. Sospechaban de lo sucedido, pero no sabían si era adecuado decirlo sin haberlo confirmado antes.
—Ninguno de ellos se mostró cuando fueron llamados.
—¿Te refieres a Hoheto-san?
—Sí.
—Eso… Eso no suena bien. Los Hyuga son obsesivamente cumplidos cuando se les requiere. Primero se cortan el estómago antes que faltar a su deber.
—Eso dijimos también, idiota —Anko insultó al Uchiha por su poca inteligencia para entender la situación y unir los cabos sueltos. Todo era sospechoso, comenzando con los ANBU inconscientes y vivos—. No es propio de ninguno de ellos faltar. Y aun cuando Hokage-sama les ordenara no participar para proteger el Byakugan, todo esto es sospechoso.
—Hay que informarle al Hokage sobre esto —Asuma interrumpió las sospechas de sus compañeros—. Tengo el presentimiento que algo ha de saber.
—Eso parece una grandiosa idea, pero no cuenten conmigo —dijo Obito al lanzar unos kunais hacia el cielo.
Dos cuerpos pesados cayeron al suelo. Por la bandana en la frente con el símbolo de la Nube pudieron saber que se trataban de enemigos. Asuma soltó un silbido por la aguda percepción del Uchiha. Le costaba creer que aquel niño de googles naranjas se hubiera convertido en ese shinobi capaz de asesinar sin parpadear.
—Debo revisar que nadie siga en sus casas —señaló sin importarle la sangre que comenzaba a escurrir de los cuerpos inertes a pocos metros de él—. Y deshacerme de esos idiotas de la Nube. Órdenes directas del líder de mi clan.
—Entendemos, Obito —respondió Kurenai, comprensiva—. Nosotros nos encargaremos.
—Se los dejo.
Enterado de la nueva situación, Obito saltó hacia los techos, siguiendo derecho.
Él no era bueno con los niños. De hecho, si era sincero, Kakashi podía confirmar que prefería verlos de lejos. Ni siquiera él disfrutó de su niñez por los sucesos trágicos ocurridos en su vida, obligándole a madurar de manera precipitada por desarrollarse en mitad de una guerra y sin la guía de un padre.
Los dos gemelos y jinchuriki de Konoha, Naruto y Menma, le miraban con sospecha. En cuanto los puso en el suelo, el pequeño rubio —quien le recordaba tanto a Minato-sensei—, le pateó para luego irse a esconder entre los arbustos con su gemelo menor corriendo detrás de él. No irían a ningún lado, de eso estaba seguro; eran demasiado pequeños cómo para sobrevivir y eso lo sabían.
Quizá con la máscara ANBU los estaba asustando. Suspiró.
Eso estaba resultando ser molesto, pero no podía darse el lujo de quedarse ahí. Confiaba plenamente que Rin se hiciera cargo de la ninja de la Nube, pero eso no evitaba que se sintiera preocupado sobre el bienestar de la medic ninja. Sin embargo la prioridad en esos momentos era llevar a los gemelos a un lugar seguro.
Tendría que explicarle al Tercero del por qué decidió intervenir sin esperar ordenes, pero eso podía dejarlo para después. El viejo Hizuren era comprensivo, entendería con facilidad que había sido más importante rescatar a los gemelos Uzumaki de ser atrapados por la Nube.
—No es momento para jugar a las Escondidas —Kakashi decidió hablar, ponerse de pie y caminar con dirección a los arbustos de donde los gruñidos infantiles se lograban escuchar.
Los gemelos parecían estarse peleando por estar demasiado cercas del uno con el otro. Kakashi no pudo evitar recordar a Kushina-san. Hasta uno de ellos usaba la misma muletilla que la pelirroja añadía al final de sus oraciones. Por un momento la nostalgia quiso golpearlo, pero el tatuaje en su brazo, aquel que lo identificaba como parte de ANBU, ardió y le recordó su verdadero propósito.
—Debo llevarlos a un lugar seguro.
—¡Mentira!
Naruto asomó la cabeza de entre los arbustos, con sus ojos grandes brillantes y bajo de estos dos pequeñas cejas rubias fruncidas. Intentaba lucir enojado, pero a ojos de Kakashi se le hacía adorable.
—Mentiroso —señaló con el dedo la figura de aquel desconocido que no sabía quién era ni por qué los tomó.
No confiaba en él, de hecho, no podía permitirse confiar en nadie.
Todos los despreciaban, tanto fuera como dentro del orfanato. Él y su hermano tenían que cuidarse entre ellos; eso había aprendido. Ni siquiera se les permitía jugar con el resto de los niños, no entendían por qué todas las cuidadoras les miraban de manera fría y los hacían sentir como si fueran un peligro para los demás.
Naruto era el mayor, y como tal debía cuidar de su hermano gemelo. Aunque Menma siempre era el que daba la cara ante los regaños y se pelearan en cada oportunidad.
—No voy a hacerles daño, se los prometo —aseguró. Kakashi intentaba no ser orillado por las sensaciones en su interior de observar la desconfianza en el rostro del pequeño rubio.
Él había sido testigo, en los últimos meses, de cómo el personal del orfanato se portó negligente hacia los gemelos, dejándolos hacerse cargo de sí mismos cuando apenas eran unos niños.
El pequeño rubio apenas podía hablar bien, lucía tan pequeño y la ropa que portaba estaba llena de agujeros. Le pasó el informe a Hizuren sobre el trato que le daban a los gemelos en el orfanato, el Tercero le prometió que hablaría con las personas para que aquello cambiara, pero él sabía que eso sería una tarea imposible.
Los recuerdos del ataque del zorro vivían en la memoria de todos los aldeanos. Todos sabían quiénes eran los jinchuriki. Y aun cuando se estableció que nadie hablaría de ello para ofrecerle a los gemelos Uzumaki un mejor ambiente de crecimiento, los aldeanos testigos de lo ocurrido no podían olvidar.
Sentimientos agrios como el dolor, frustración y odio quedaron arraigados en las memorias de los aldeanos, así como el recuerdo de las perdidas. Difícilmente los jinchuriki recibían cariño o aceptación, era muy complicado cuando se sabía que en el interior de estos residía un monstruo. La mayoría eran vistos como armas. Pero Kakashi no podía tener el mismo pensamiento que todos.
Ese par de gemelos eran, por encima de todo, el legado que su sensei y esposa dejaron al momento de sacrificarse.
Kakashi no podía aceptar el hecho de que despreciaran de ese modo a esos niños. No eran culpables de nada y eran hijos de héroes. Si Minato-sensei viera cómo sus hijos eran tratados, no dudaba que se sentiría decepcionado de la aldea que protegió.
—¿Eres un ninja?
La atención de Kakashi se desvió al otro niño, el de cabello azabache. Naruto gritó de inmediato, ordenándole a Menma a regresar al refugio de los arbustos, pero el menor ignoró los llamados del rubio. Éste se plantó delante de él, observándole.
Era pequeño, ni siquiera le llegaba a la cintura pero no le tenía miedo.
Él asintió.
—Lo soy.
—¿Y por qué usas máscara? —viendo que no le hacía daño a Menma, Naruto se acercó con una expresión sospechosa y los brazos cruzados. Se puso en frente de Menma—. Los ninja no usan máscara.
—Digamos que soy un ninja especial —contestó y notó como los ojos de ese par brillaron.
Por la manera en que estaban reaccionando, Kakashi sospechaba que nadie les había hablado amistosamente.
—Eso quiere decir que… ¡Eres muy fuerte!
Estuvo tentado a reír por las ocurrencias del rubio. No había dudas, era hijo de Kushina-san, más Kakashi se contuvo porque llevaba puesta la máscara ANBU y no debía prestarse a los sentimentalismos.
—Que no te quede duda —afirmó, apareciendo detrás de los gemelos, sorprendiéndoles al tomarlos de nuevo y colocarlo a los costados con un agarre fuerte—. Pero no tengo tiempo para lidiar con sus preguntas, debo llevarlos a un lugar seguro.
Temmu caminó con paso pesado por los pasillos solitarios del Castillo Otsutsuki con numerosas marionetas siguiéndole de cerca. Por el lazo compartido con Hiashi había presenciado lo ocurrido.
No podía permitir que nadie del clan Hyuga quedara atrás, especialmente la heredera. Esa niña era parte de la profecía de Hamura-sama, lo podía sentir, y la intuición de los Otsutsuki nunca erraba. Sus habilidades presumían de ser capaces de adivinar el futuro.
Pidió perdón a todos sus ancestros por seguir rompiendo los códigos, pero esa era una emergencia. Si no intervenía, el Byakugan sería tomado y eso no podía ser. Tenía una función, un propósito que cumplir. Y era de vital importancia para el despertar del poder máximo que resguardaban.
—Abriré el portal, acudan a ayudar a los Hyuga y sálvenlos. Cualquiera que atienta contra sus vidas, elimínenlo. No podemos permitir que nadie se adueñe del Ojo Blanco o será nuestro fin.
Las marionetas asintieron a los mandados de su señor. Era títeres especializados para el combate. Podían usar técnicas propias y serían eficaces para el enfrentamiento.
—Ahora vayan.
Temmu ordenó abrir las puertas, los centinelas acataron y permitieron que los guerreros salieran corriendo. Él llamó a las aves que surcaron las alturas dentro del Sol Artificial, aterrizando para que fueran montados.
Al otro lado del vidrio, Toneri observaba el partir de las marionetas especiales de su padre. Vio cómo atravesaron la fortaleza de chakra para ir más allá.
Algo había sucedido para solicitar ese escuadrón especial de marionetas, reservadas para emergencias como su padre le señaló una vez. La nana que lo acompañaba, a quien nombró Kaede, se mantuvo a su lado con semblante inexpresivo.
Se le había pedido no salir de la habitación. Toneri se jactaba de ser habilidoso, un genio como su padre gustaba llamarle por su talento innato en cuanto al manejo del chakra y técnicas heredadas desde hace milenios, pero en su estado actual no podría burlar a la marioneta. Ésta solo servía a su padre, y aun cuando fuera igual de importante, Kaede no vacilaría en volver a llevarlo a sus aposentos.
—¿Qué está pasando, Kaede?
—Nada de lo cual deba preocuparse, Toneri-sama —respondió con sencillez la muñeca, mirando el rostro del joven dueño—. Temmu-sama se encargará de todo. Ahora debemos volver a sus lecciones.
Toneri tuvo que mostrarse sumiso por esa ocasión, aun cuando dentro de sí quisiera seguir viendo por la ventana, adivinar qué ocurría.
Al regresar al escritorio y continuar recitando el contenido de los pergaminos sagrados, con Kaede acompañándolo, él no pudo dejar de pensar en el aspecto de la niña que su padre prometió sería la compañera fiel quien le ayudaría cumplir con el legado de Hamura-sama.
Ella no vivía en la Luna, sino en la Tierra. Nunca antes había visto a las marionetas guerreras salir de del Sol Artificial. Ni mucho menos notar el chakra de su padre alterado. Lucía preocupado. Toneri presentía que todo estaba relacionado con los invitados que llegarían pronto al castillo.
Desconocía cómo era la Princesa Byakugan, pero rezó en silencio para que nada malo le pasara.
Tardó en detectar el chakra de Orochimaru, pero al final pudo dar con él. Hitomi era consciente de que el Sannin la superaba por mucho y que sabría cómo funcionaba su doujutsu, era un erudito de las técnicas ninja; no dudaba que aquel conocimiento lo aprovechara para vencerla.
Sabía que las palabras que le dijo a Hiashi las entendería. Ella también hubiera querido evitar a toda costa lo que tenía planeado, pero la prioridad del clan siempre sería el Byakugan. Habían perdido a muchos debido a la causa.
Hiashi estaría bien, era un hombre fuerte y Hizashi estaba a su lado. No se quedaría solo. En esos momentos su gente lo necesitaba. Él ya había cumplido como padre al proteger a Hinata del secuestro, ahora era su turno.
Ya había recorrido una significativa distancia, podría afirmar que al otro lado de la hilera de árboles frondosos se hallaría la frontera. No le extrañó que ninguno de los ninjas de la Guardia Fronteriza se mostrara, seguramente estaban ocupados lidiando con los intrusos y resguardando los puntos de acceso. Debía impedir que Orochimaru se marchara con su hija.
El Byakugan corría más peligro en las manos del Sannin que de la Nube.
Hitomi detectó el nivel bajo de chakra de alguien más adelante. Era Natsu.
—Natsu —llegó a ella, girándola, observando con dolor el rostro mullido de la chica.
La bandana con el símbolo de Konoha no estaba en su frente y toda la piel de la joven mostraba señales de tortura. Los ojos aún los poseía y eso, de cierta manera, le alivió. Natsu no poseía el Sello del Pájaro Enjaulado, hubiera sido sencillo para Orochimaru arrebatarle el Byakugan, pero por alguna razón el Sannin se había frenado. Eso en lugar de tranquilizarla la preocupó.
Especialmente cuando no vio a Hinata con Natsu.
—¿Dónde está Hinata? —preguntó con apuro, tomando la cabeza de la joven y poniéndola sobre sus muslos.
No podía hacer mucho por ella, estaba tan herida, dudaba que siquiera sobreviviera. Con el Byakugan podían darse cuenta de lo débil que era su chakra y como el bombear de su corazón se volvía más lento.
A Natsu no le quedaba mucho tiempo.
Solo le podía ofrecer un último consuelo.
—O-Orochimaru la tiene, H-Hitomi-sama —articuló Natsu, como si hablar le causara demasiado dolor—. Lo siento tanto. F-Fue mi culpa.
—Tranquila, hiciste todo lo que pudiste —consoló a la Hyuga, con una caricia suave en su cabello castaño y corto.
—D-Debe avanzar, H-Hitomi-sama —apresuró en decir Natsu—. N-No se preocupe por mí. H-Hinata-sama debe ser rescatada l-lo más pronto posible. O-Orochimaru planea algo.
—Lo sé —asintió la madre.
—S-Si no se apresura, Hiashi-sama…
—No te preocupes por eso, Natsu. Hiashi sabe lo que tiene que hacer. Ahora escúchame atentamente.
Natsu asintió, confundida, por las palabras de la matriarca.
—Debemos evitar que el Byakugan caiga en manos del enemigo. A toda costa —Hitomi quería sonar segura, sin que le temblara la voz. Le partía en esos momentos decirle aquello a Natsu, pero así eran las cosas y ella no podía cambiarlo. Le hubiera gustado tanto que la situación en la que se hallaban no resultara así, pero era obra del destino y ella no tenía el poder para cambiarlo—. Sabes lo que significa, ¿verdad, Natsu?
Le costó a la Hyuga moribunda entender a Hitomi, pero cuando observó cómo ésta sacaba un kunai de sus ropas, comprendió. Su frente sin ninguna atadura le otorgó años de libertad, aliviada de no haber nacido en la Rama Secundaria del clan Hyuga y tener una mejor oportunidad. Sus padres se mostraron extasiados cuando fue elegida para cuidar de la pequeña heredera, desempeñando su función a la perfección, entrenando día y noche para proteger a Hinata-sama cuando Neji fuera lo suficientemente fuerte para ser llamado su guardián. Tal como Hizashi lo era para Hiashi-sama.
Pero en esos momentos descubrió que el sello no era la única marca que limitaba la libertad, era el haber nacido dentro del clan Hyuga.
Con los ojos cerrados, evitando que las lágrimas se acumularan y demostrara una faceta de debilitad nada propia de ella, Natsu asintió. El Byakugan debía ser protegido a cualquier costo.
Era más importante que la vida misma.
—Hai, Hitomi-sama —declaró con firmeza, respirando hondo, con el calor de esa mujer gentil cobijándola—. N-No se detenga, h-haga lo que deba de hacer.
—Prometo ser rápida —susurró Hitomi—. Por favor, perdóname, Natsu.
—No se disculpe, Hitomi-sama. A-Agradezco que sea usted —Natsu abrió un poco los ojos, decidida a encarar su destino y a la muerte. No era momento para dudar—. Es usted tan amable y gentil. M-Muchas gracias por permitirme servirle.
Acarició la frente de Natsu por última vez, tratando de sumirla en un estado de relajación al masajear los tenketsu. Pareció funcionar pues la tensión en los músculos de la joven se relajó. Quería causarle la menor cantidad de dolor.
Cerró fuertemente los ojos mientras la palma de su mano se cubría con chakra. La elevó y con sus dedos formando una especie de punta, dio directo al pecho de la joven castaña. Instantáneamente el corazón se detuvo y un hilillo de sangre brotó de los labios de Natsu. Había sido rápida y lo más gentil posible.
Nunca le gustó el tono carmesí de la sangre, le causaba nausea y con facilidad perdía el conocimiento. Hizashi en la niñez solía burlarse de ella, para luego acompañarla hasta que se despertara, sin importar las horas para luego relatar con lujo de detalles la expresión que puso en el rostro cuando éste le enseñó las heridas que se ganó en el combate de ese día contra Hiashi en el dojo.
Pero Hitomi no era una niña, era la matriarca del clan Hyuga, esposa de Hiashi Hyuga y madre de Hinata. La debilidad no era aceptable. Podía ser gentil al momento de matar, pero no retrocedería. Rezó en silencio para que el alma de Natsu fuera recibida cómo era debido y pidió que en su próxima vida renaciera como una chica normal, sin ningún doujutsu que la obligara a dar su vida por el bienestar de éste.
Con el kunai preparado en su otra mano, Hitomi no se permitió que el cuerpo de la castaña se enfriara si quiera. Hundió la punta en los globos oculares, ignorando el ruido viscoso llenar sus tímpanos, removiendo las corneas de las cuencas. El Byakugan de Natsu debía ser destruido. Si alguien hallaba el cuerpo, sobre todo ninjas de la Nube, no dudaba que hicieran lo mismo.
Hideki-sama le enseñó a cómo deshacerse del Byakugan en caso de ser necesario. Se debía extraer los ojos, completos, sin daño alguno. Luego tomarlos con las manos y asegurarse que nada quedara en las cuencas, que éstas estuvieran completamente vacías. Después, con el propio chakra, destruirlos. El fuego también servía, de hecho, era la mejor manera. Quemar los cuerpos y volverlos cenizas era cómo cualquier poseedor de técnica ocular se protegería de los asalta tumbas o ladrones de técnicas ninja.
Eso lo sabían bien, al igual que los Uchiha.
Pero Hitomi no sabía ninguna técnica de fuego, por ello debía destruir los ojos de Natsu con su propio chakra. La sensación no era agradable, y no solo era por cómo se sentían, sino también lo que representaban. Con el cuerpo de Natsu cerca de ella, era doloroso. Y pensar que tendría que hacer lo mismo con Hinata, resultaba peor.
Cuando decidió ir detrás de Orochimaru para salvar a su hija la decisión había sido tomada.
Hitomi se sacrificaría por el bien de Hinata y del Byakugan. Hiashi debía guiar al clan al lugar donde podrían comenzar una nueva vida, tal como les prometió. Ese era el deber de un líder.
La pérdida de Hinata sería un golpe duro, pero confiaba que Hiashi se repondría. Había más mujeres dentro del Souke, Hiashi podría elegir a alguien más y comenzar de nuevo. Tarde o temprano Hideki-sama se lo pediría. Solo Hitomi esperaba que él pudiera perdonarla y recordarlas con cariño.
Acomodó las manos de Natsu sobre su pecho y cerró los parpados en señal de respeto. Con los puños a los costados en cuanto se levantó, el chakra brotó de sus tenketsu. Daba la impresión de fuego. Hitomi respiró profundamente, meditando; la cantidad de chakra se amplió. Duró así por un rato hasta que hizo desaparecer cualquier rastro de energía, abriendo los puños y dejando que del interior de estos cayera polvo.
Con el Byakugan activado, Hitomi saltó por los aires para seguir tras el rastro de Orochimaru.
Era de noche cuando dieron con el paradero de Orochimaru. Anko se sumó a la búsqueda al ser ella quién más sabía sobre el Sannin por haber sido su ex alumna. El Hokage personalmente se dirigió al interior de los bosques, cerca de la frontera.
Se le había informado sobre lo sucedido con los Hyuga, pero en lugar de mostrarse alarmado, el anciano pareció aceptar aquel hecho de manera tranquila, aunque para el resto de los shinobis eso representaba una gran pérdida.
Había ninjas revisando el Distrito Hyuga, los medic ninjas daban negativas a las interrogantes sobre sobrevivientes, sumando el lugar en un silencio sepulcral.
Todo había sido convertido en cenizas.
La poderosa familia del Ojo Blanco, la que se presumía fue el último clan en ser dominado por los Uchiha y Senju durante la Guerra de Clanes, había desaparecido. Dentro de los refugios comenzaban a rondar rumores si aquello era una trágica coincidencia o una decisión voluntaria.
El Consejo de Konoha tenía preguntas, pero el Tercero las contestaría después, él se hallaba ocupado protegiendo a su aldea y a su gente de la Nube para contestar a las exigencias de los demás integrantes del consejo.
Se había logrado exterminar a la mayoría de los shinobis de la Nube. Fue cansado y hubo pérdidas. Hizuren se aseguraría de darle los honores necesarios a sus ninjas cuando toda esa situación acabara. Escuchó de parte de Kakashi que los gemelos Uzumaki se hallaban en un lugar protegido y eso le calmó.
Rin informó que logró someter a una kunoichi de la Nube, de apariencia fuerte, la llevarían con Ibiki para que éste la interrogara. Los destrozos en la aldea habían sido mínimos, pero era urgente devolver la tranquilidad a Konoha. La Policía Militar se unió a la búsqueda, ahora con la extinción del clan Hyuga era el doujutsu más poderoso que la Aldea de la Hoja poseía en esos momentos.
Esperaba que la noticia lograra atravesar las fronteras y llegara a oídos del Raikage, quien se había mostrado tan obsesionado por querer el Ojo Blanco. Con la ausencia de éste, era probable que obligara a retroceder a sus ninjas y evitar más conflictos.
Hizuren sabía que el Consejo de Konoha le pediría que tomara accionas contra la Aldea de la Nube, pues aquello no podía quedarse de esa manera. Konoha había perdido el Byakugan y nadie se quedaría con los brazos cruzados, dispuesto a perdonar y olvidar. Pero lo último que Hizuren necesitaba en esos momentos era otra guerra.
Ya se encargaría de esas situaciones para después, lo que ahora le importaba era atrapar a Orochimaru.
Que éste anduviera suelto no le vendría nada bien a Konoha. Él como su ex mentor debía tomar la responsabilidad por los actos de quien consideró un gran alumno. No entendía cómo fue que el camino de Orochimaru se torció tanto, pero no le daría oportunidad de remedirse.
Las acciones de Orochumaru y su traición eran pruebas suficientes para demostrar la lealtad del hombre.
—Víbora, víbora, ¿dónde te escondiste?
Obito gruñó cuando no tuvo suerte. Ese escurridizo sabía esconderse bien. Llevaba horas buscando y todavía no daban con el Sannin.
Fugaku, bajo las órdenes del Tercero, repartió a todos los Uchiha en los alrededores para tener un campo más amplio. Por ahora eran el clan en el cual el Tercero podía confiar debido a su poder ocular.
Él no dudaba que esto seguramente estaba elevando el ego de su líder. Con la confirmación de que el clan Hyuga había sido eliminado, ahora los Uchiha eran considerados la familia más fuerte de toda Konoha.
El título como el clan más poderoso volvía a ellos y el Consejo, así como Danzo, deberían dejar de sospechar sobre sus acciones y lealtad hacia la aldea. Ahora eran la segunda arma más fuerte contra el resto de las Naciones Ninja.
Eso significaba que, a partir de esos momentos, deberían cuidar el trato hacia el clan Uchiha. Eso, sin duda, Fugaku Uchiha, iba aprovecharlo.
Muchas cosas cambiarían.
Y Obito no sabía decir si para bien o para mal.
Una mano fría atrapar su tobillo lo hizo darse cuenta de lo tonto que fue al bajar la guardia de esa manera. Todo por culpa de enfocarse tanto en sus pensamientos. Rápidamente buscó kunais bajo sus mangas y los lanzó sin titubear. Escuchó cómo el aire era cortado por el filo de éstas y la piel ser rasgada. No obstante, el ojo de Obito se agrandó cuando observó la figura moribunda de Hitomi Hyuga arrastrarse.
—¿Hyuga-san? —se agachó hasta ella, viendo con horror que los kunai que él lanzó estaban en los hombros de la mujer. Se sintió estúpido. Desactivó el Sharingan, observando el rostro herido de Hitomi-san.
Pero lo que más le impactó fue la falta de ojos.
—E-Esa voz… —murmuró la fémina—. ¿O-Obito-san?
—¡Hai! —respondió—. P-Perdóneme, Hyuga-san, no sabía… Yo… De verdad lo siento mucho —tenía tantas cosas por preguntar, pero la cabeza no le servía en esos momentos. Lo único que quería era ayudar a la mujer. Si era rápido, podría llevarla a donde estaban los demás, seguramente había un medic ninja o Rin; sí, su compañera y amiga podrían ayudar a la matriarca.
—Obito-san —la voz de la mujer, a pesar del aspecto, era dulce—. Siempre has sido un muchacho amable. Tal cómo Mikoto-san me lo dijo una vez.
—Trate de no hablar tanto, Hyuga-san, tiene que ahorrar energías. La llevaré de inmediato…
Hizo el ademan de cargar a la mujer, pero ésta detuvo su brazo.
—¿Hyuga-san?
—Lo siento, Obito-san, pero no puedo volver a la aldea.
—¿Qué está diciendo, Hyuga-san? ¡Está herida! Debo llevarla pronto para que traten sus heridas…
—No te preocupes por mí, Obito-san. Estaré bien.
—¿Cómo puede decir eso…? ¡Hasta un tonto como yo se da cuenta de lo grave que está! Y si tiene miedo de lo que Fugaku pueda decir, no le de importancia. ¡Yo me encargaré de explicar todo! Hasta asumiré toda la responsabilidad…
Ella rio, escuchando la sinceridad en las palabras del joven Uchiha. Aun sin sus ojos, Hitomi sabía que el azabache debería lucir totalmente avergonzado por lastimarla. Hitomi no le podía culpar, había sido su error por sorprenderlo de esa manera.
—Sin duda eres muy gentil —la expresión de la matriarca se volvió triste—. Lamento causar todo esto.
—El que debería pedir disculpas hasta el final de mis días debo ser yo, Hyuga-san…
—Es tu deber como ninja, Obito-san. No te guardo rencor.
—Usted —Obito frunció el ceño. Esa mujer era demasiado amable. Se sintió mal de haber juzgado a todos los Hyuga como unos cubos de tofu: incoloros y aburridos— es demasiado amable… —pero recordó que estaba herida, sangrando y con dos kunais en sus hombros—. ¡Eso no es importante ahora, debo llevarla...!
—Escucha, Obito-san —la fuerza de la mano de Hitomi apretar su muñeca paró en seco el griterío del Uchiha—. A estas alturas soy consciente que ya te has enterado sobre lo que paso con el clan Hyuga. Debes tener muchas preguntas.
—Las tengo, pero…
—Lo sé, y me disculpo por no poder responderte. Pero es urgente que me escuches.
—H-Hai…
—Mi hija necesita tu ayuda.
—¿S-Su hija?
—Sí. Nos hemos desviado y no podemos volver.
—¿V-Volver? Hyuga-san, ¿de qué está hablando…?
—Por favor, Obito-san —el agarre se volvía más fuerte, con la intensidad suficiente para provocarle dolor y cuestionar cuánta era la fuerza que la mujer poseía, pero Obito estaba más atento a las palabras de la matriarca Hyuga.
Aunque el aspecto fuera incómodo, ver directamente aquel par de cuencas vacías donde antes habían estado unos perlados ojos, Obito no despegó la mirada ni un segundo.
Dentro de su interior algo le susurraba que era sumamente importante escuchar, las que pensaba, eran las últimas palabras de Hitomi Hyuga.
—Salva a mi hija.
