Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
13: El Profesor de Pociones.
Alex caminaba sonrojado, por los pasillos de Hogwarts, haciendo como que no escuchaba.
—Allí, mira. —decía un niño de su mismo año y también de Gryffindor, llamado... Samuel o algo así.
— ¿Dónde? —preguntó un chico de segundo año de Ravenclaw.
—Al lado del chico alto y pelirrojo. ¡Es el otro pelirrojo!
— ¿El de gafas?
— ¿Has visto su cara?
— ¿Has visto su cicatriz?
Los murmullos siguieron a Alex desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio.
Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Alex deseaba que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase. En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Alex estaba seguro de que las armaduras podían andar. Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ! Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch. Alex y Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana. Filch los encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató. Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos alumnos, descansaba en darle una buena patada a la Señora Norris. Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Alex descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.
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Por fin encontraron el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez. — ¿Qué tenemos hoy? —preguntó Alex a Ron, mientras echaba azúcar en sus cereales.
—Pociones Dobles con los de Slytherin —respondió Ron—. Snape es el Jefe de la Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos... Ahora veremos si es verdad.
—Ojalá McGonagall nos favoreciera a nosotros —dijo Alex. La profesora McGonagall era la jefa de la casa Gryffindor; pero eso no le había impedido darles una gran cantidad de deberes el día anterior. Justo en aquel momento llegó el correo. Alex ya se había acostumbrado, pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y paquetes. Hedwig le había llevado dos paquetes de dulces, enviados por su padre, aquel día y cuando intentó quedarse con ambos, Lily apareció a su lado y le arrebató uno, pues era para Céline.
Si Lily se percató de la cara avinagrada que solía darle Alex, cada que le quitaba sus dos raciones de dulces; entonces ella jamás lo demostró.
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La clase de Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces. Al comenzar el banquete de la primera noche, Alex había pensado que no le caía bien al profesor Snape. Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Alex: lo detestaba. Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin todos aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes. Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo ante el nombre de Alex —Ah, sí —murmuró—. Alex Potter. Nuestra nueva... celebridad. —Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca. Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid, pero no tenían nada de su calidez. Eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles oscuros. —Ustedes están aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. —Aquí se encontrarán con que hay muy poco de los estúpidos movimientos de varita y muchos de ustedes llegarán a dudar seriamente, que esto sea magia. No espero que puedan entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñarles cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si es que demuestran ser algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar. —Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Alex y Ron intercambiaron miradas con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque. — ¡Potter! —dijo de pronto Snape, sobresaltándolos a todos—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Alex miró de reojo a Ron, que parecía tan desconcertado como él. La mano de Hermione se agitaba en el aire. —No lo sé, señor —contestó Alex.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón. —Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo. No hizo caso de la mano de Hermione. —Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del asiento para que la vieran, pero Alex no tenía la menor idea de lo que era un bezoar. Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa. —No lo sé, señor.
—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter? —se burló el hombre. —Granger. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
Una sonrisa se formó en el rostro de Hermione. —Filtro de los Muertos en Vida, Profesor. Una poción para dormir tan poderosa que se cree que, sin la poción adecuada, la persona jamás despertará.
Snape asintió. —Volkova... —no hacía falta preguntarlo.
—En el estómago de una cabra o en el armario de pociones. —dijo la rubia sonriente —Es una piedra mágica, formada en el estómago de la cabra. Puede sanarte de la mayoría de envenenamientos o si te estás ahogando debido a una maldición. —Snape le dio una sonrisa de orgullo y fue elogiarla, pero ella chasqueó los dedos y algo se removió dentro de Severus, al notar la chispa de recuerdo en los ojos verdes de Volkova, misma mirada de Lily. — ¡Es posible encontrarlo, atorado en la garganta de la cabeza de cabra de una Quimera!
—10 puntos para Slytherin, Volkova —dijo Snape sonriendo orgulloso —aunque debo de confesarle: es la primera vez, que escucho sobre esa propiedad en la Quimera. —Snape no lo comentó — ¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y Luparia?
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra. —No lo sé —dijo Alex con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?
Unos pocos rieron. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo. Snape, sin embargo, no estaba complacido. —Puedes sentarte, Granger —gruñó a Hermione—. Para tu información, Potter: En lo que se refiere a acónito y Luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo? —Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo: —Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter. —En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que admirara la perfección con que Volkova y Greengrass habían cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos, Céline se giró en redondo y apuntó al caldero de Seamus y Neville, lanzando un hechizo de aire frio, apagando el caldero, justo cuando una nube de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaban la mazmorra. De alguna forma, Neville casi se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que estuvo a punto de derramarse sobre el suelo, pero fue evitado. —Excelentes reflejos Volkova, 10 puntos para Slytherin. —miró a Alex —Debiste de haberle advertido, Potter.
Aquello era tan injusto que Alex abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero. —No lo provoques —murmuró—. He oído decir que Snape puede ser muy desagradable. Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los suelos. Había perdido dos puntos para Gryffindor en su primera semana... ¿Por qué Snape lo odiaba tanto?
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Unos minutos después, estaban nuevamente, los Slytherin, junto a los Gryffindor, pero en Transformaciones. Clase dictada por la profesora McGonagall: Alex y Céline habían tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase. —Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya están prevenidos. —Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales. Después, los tuvo a lo largo de las primeras dos semanas, transcribiendo en sus pergaminos, una gran cantidad de complicadas anotaciones, que debían de memorizar, siempre y cuando, quisieran hacer bien una transformación.
Eso causó que Alex y Draco, estuvieran de acuerdo en que, si no usaban magia, entonces la clase era una pérdida de tiempo y por hacerlos perder 10 puntos a ambas casas; entonces una vez que estuvieron en la Sala Común de Slytherin, Céline arrojó a Draco contra la pared más alejada de su posición.
—Piensa en ese dolor, la próxima vez, que hagas a Slytherin perder puntos, por tu patético berrinche, Malfoy —gruñó Céline, antes de sentarse con Daphne y Tracy a hacer tareas.
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La asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
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El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Alex, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista. Cuando llegó al nombre de Céline, volvió a perderse de la vista, ante un desmayo.
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Luego de una semana de absurdas anotaciones, la profesora McGonagall, entregó a cada uno un fosforo para que intentaran convertirlo en una aguja. A los veinte segundos de iniciar la clase, sólo Céline Volkova había hecho algún cambio en la cerilla. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y dedicó a la niña una excepcional sonrisa.
— ¿Cómo lo lograste? —preguntó Daphne frenéticamente. Minerva usó todos sus años de madurez, para no demostrar que también estaba ansiosa por saber la respuesta. Nadie jamás, había transformado el fosforo en una aguja, en menos de veinte segundos.
—Usando las tres partes de la magia: Visualización, voluntad y poder. —Explicó ella, como si fuera obvio. —Cierra los ojos —así lo hizo ella. Así lo hicieron varios —Visualiza en tu mente el fosforo: su apariencia, su olor, su tacto si es que lo conoces. Ahora: cambia las ideas, lentamente, en tu imaginación, este debe cambiar a una aguja: apariencia, olor y tacto si los conoces. Ahora: deja que tu magia te guie... Ahora: abre los ojos —muchos tenían ante sí, agujas.
—10 puntos por transformar la aguja y 20 puntos extra, por auxiliar a sus compañeros de clase Srta. Pot... digo: Srta. Volkova. Habiendo terminado su trabajo en clase, le permitiré hacer lo que quiera, siempre y cuando no moleste o distraiga al os demás —varios comenzaron a leer los libros de transformaciones o a susurrar cosas de maquillaje, Quidditch o el deporte Muggle Futbol/Soccer. McGonagall estaba sorprendida: más de la mitad de la clase, había logrado transfigurar la aguja, cuando en el pasado, su mejor resultado, eran dos o tres alumnos. Tendría que hablarlo con Severus, para poder acercarse a la Srta. Volkova. Claramente, era una maestra en transformaciones a su edad —ya desearía yo, haber logrado algo así, a su edad. Digna hija de James Potter.
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Pero Ron Weasley estaba furioso y celoso.
¡¿Cómo era posible que Volkova, Greengrass y Granger, fueran mejores que él, cuando él era un chico y ellas no eran más que niñas llenas de piojos?!
