Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

25: De mandrágoras y maestros inútiles.

Céline y Alex se miraron sonrientes, pero nerviosos. La advertencia de Dobby, respecto a posibles peligros presentes en este año, seguía estando en las mentes de ambos Potter. Así que se dirigieron a atravesar el Andén 9¾, llenos de ansiedad, por no saber lo que les depararía este año.

Pero gracias a su ojo draconiano, Céline logró verlo y su otro ojo se abrió. La rubia alargó el brazo y como Alex jamás se lo esperó, recibió un golpe en el pecho, causando que el pelirrojo, mirara a su hermana con incredulidad. — ¡¿Qué demonios fue eso, Céline?!

—Céline, ¿Qué ocurre? —Preguntó Lily, sorprendida por las acciones de su hija.

—La barrera está bloqueada por una magia muy poderosa —intervino la rubia, mirando el muro de los andenes 9 y 10 con el ceño fruncido.

—Vengan —dijo Lily, ya teniendo un plan. —A los Sangre Pura más radicales...

—Alias (y solo en algunos casos): Mortífagos —aclaro James sonriente, solo para recibir una mirada de Lily.

Lily suspiró y se pasó una mano por la cara, con exasperación. — (...) A ellos no les gusta mezclarse con los Hijos de Muggles, así que mandaron a construir chimeneas de ambos lados, conectadas a la Red Flu y son invisibles para los Muggles.

—Como el Caldero Chorreante —explicó James, haciendo sonreír a sus hijos, mientras caminaban hacía la chimenea y les entregaba polvos Flú.

—Se van a aparecer del otro lado de la barrera del andén, tomarán el Expreso a Hogwarts, —especificó Lily y ambos asintieron —no directamente en el castillo. —Sus hijos asintieron e ingresaron uno a la vez, en la chimenea, diciendo su lugar de destino y soltando el polvo Flú, el fuego verde nació en sus pies y los consumió; solo para hacerlos reaparecer en el otro extremo de la barrera, caminando tan campantes hacía el Expreso de Hogwarts y abordándolo, como si nada hubiera pasado. Se separaron, para buscar a sus amigos. Alex a Ron y Hermione; Céline a Daphne y Tracy.

Al pisar el Expreso y lograr hacer subir sus pesados baúles, el Expreso arrancó, casi tumbándolos al suelo, haciéndolos ver cuanta suerte tuvieron de que su padre hubiera pensando rápido y recordara la existencia de esas chimeneas.

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Horas después, los alumnos llegaron a la Estación de Hogsmeade, donde los alumnos de primer año, fueron conducidos por el sendero, hasta los botes de Hagrid. Los de segundo año, fueron conducidos por otro sendero, hasta las carrozas, tiradas (aparentemente) por magia, hasta entrar en el castillo.

Minutos después, entraron los nuevos alumnos de primer año, entre esos, la última hija Weasley y la única hija de Xenofilius Lovegood, dueño del periódico El Quisquilloso.

La niña Weasley (llamada Ginny), terminó en Gryffindor y Luna Lovegood en Ravenclaw.

Bajo el techo encantado, que aquella noche estaba de un triste color gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de comida al por mayor.

Por supuesto, Céline y Alex, contaron a sus amigos y al resto de sus respectivas casas, sobre el no poder atravesar la barrera y usar las chimeneas, cosa que más de un Hijo de Muggles o Mestizo, encontraron interesante.

Todos fueron guiados a sus propias Salas Comunes, algunos se quedaron charlando sobre sus vacaciones, en el área de encuentro común y otros, se irían a dormir, para tener las fuerzas suficientes a la mañana siguiente.

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Al día siguiente, las cosas no fueron tan mal en el desayuno en el Gran Salón. Bajo el techo encantado, que aquel día estaba de un triste color gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones de tostadas y platos con huevos y beicon.

Unos cuantos minutos de reposo y de agarrar sus libros, después, los alumnos de Gryffindor y Slytherin se dirigieron a los invernaderos, vieron al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout. Céline, Daphne y Tracy acababan de llegar cuando la vieron acercarse con paso decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart.

La profesora Sprout era una bruja pequeña y rechoncha que llevaba un sombrero remendado sobre la cabellera suelta. Generalmente, sus ropas siempre estaban manchadas de tierra.

Gilderoy Lockhart, sin embargo, iba inmaculado con su túnica amplia turquesa y su pelo dorado que brillaba bajo un sombrero igualmente turquesa con ribetes de oro, perfectamente colocado. — ¡Hola, ¿qué hay?! —saludó Lockhart, sonriendo al grupo de estudiantes —Estaba explicando a la profesora Sprout la manera en que hay que curar a un sauce boxeador. ¡Pero no quiero que piensen que sé más que ella de botánica! Lo que pasa es que en mis viajes me he encontrado varias de estas especies exóticas y...

— ¡Hoy iremos al Invernadero 3, muchachos! —dijo la profesora Sprout, que parecía claramente disgustada, lo cual no concordaba en absoluto con el buen humor habitual en ella. Se oyeron murmullos de interés. Hasta entonces, sólo habían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había plantas mucho más interesantes y peligrosas. La profesora Sprout cogió una llave grande que llevaba en el cinto y abrió con ella la puerta. A Céline le llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que colgaban del techo.

Se disponía a entrar detrás de Daphne y Tracy cuando Lockhart lo detuvo sacando la mano rapidísimamente. — ¡Céline! Quería hablar contigo... Profesora Sprout, no le importa si retengo a Céline un par de minutos, ¿verdad? —A juzgar por la cara que puso la profesora Sprout, sí le importaba, pero Lockhart añadió: —Sólo un momento —y le cerró la puerta del invernadero en las narices. —Céline —dijo Lockhart. Sus grandes dientes blancos brillaban al sol cuando movía la cabeza—. Céline, Céline, Céline. —Céline no dijo nada. Estaba completamente perpleja. Era increíble cómo se las arreglaba para enseñar todos los dientes incluso cuando no estaba hablando. —Te metí el gusanillo de la publicidad, ¿eh? —dijo Lockhart— Le has encontrado el gusto. Te viste compartiendo conmigo la primera página del periódico y no pudiste resistir salir de nuevo, usando la Red Flú para atravesar el andén.

—No, profesor, verá...

—Céline, Céline, Céline —dijo Lockhart, cogiéndole por el hombro —Lo comprendo. Es natural querer probar un poco más una vez que uno le ha cogido el gusto. Y me avergüenzo de mí mismo por habértelo hecho probar porque es lógico que se te subiera a la cabeza. Pero mira, muchacho, no puedes ir volando en coche para convertirte en noticia. Tienes que tomártelo con calma, ¿de acuerdo? Ya tendrás tiempo para estas cosas cuando seas mayor. Sí, sí, ya sé lo que estás pensando: «¡Es muy fácil para él, siendo ya un mago de fama internacional!» Pero cuando yo tenía doce años, era tan poco importante como tú ahora. ¡De hecho, creo que era menos importante! Quiero decir que hay gente que ha oído hablar de ti, ¿no?, por todo ese asunto con El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. —Contempló la cicatriz en forma de rayo que Céline tenía en la frente—. Lo sé, lo sé, no es tanto como ganar cinco veces seguidas el Premio a la Sonrisa más Encantadora, concedido por la revista Corazón de bruja, como he hecho yo, pero por algo hay que empezar. —Le guiñó un ojo a Céline y se alejó con paso seguro. La joven princesa pirata, se quedó atónita durante unos instantes, y luego, recordando que tenía que estar ya en el invernadero, abrió la puerta y entró.

La profesora Sprout estaba en el centro del invernadero, detrás de una mesa montada sobre caballetes. Sobre la mesa había unas veinte orejeras. Cuando Céline ocupó su sitio entre Tracy y Daphne, la profesora dijo: —Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras. Veamos, ¿Quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?

Sin que nadie se sorprendiera, Hermione y Céline alzaron la mano al mismo tiempo y la profesora Sprout, le dio la palabra a Céline. —La mandrágora, también llamada mandrágula, en la Europa Oriental, es un reconstituyente muy eficaz. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada. —mientras que recibía diez puntos, ignoró la mirada de odio que le dio Hermione.

—Excelente, diez puntos para Slytherin —dijo la profesora Sprout. —La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?

Al levantar de nuevo velozmente la mano, con tal de poder responder ella y vencer a Céline, Hermione casi se lleva por delante las gafas de Alex, sonrojándose y disculpándose. —El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.

—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Sprout — Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes. Y en lugar de matarnos, solo nos harán desmayarnos. —Mientras hablaba, señalaba una fila de bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. —Ahora, pónganse unas orejeras cada uno —dijo la profesora Sprout. Hubo un forcejeo porque todos querían coger las únicas que no eran ni de peluche ni de color rosa. —Cuando les diga que se las pongan, asegúrense de que sus oídos queden completamente tapados. —dijo la profesora Sprout—. Levantaré el pulgar, cuando se las puedan quitar. De acuerdo, pueden ponerse las orejeras.

Céline se las puso rápidamente. Insonorizaban completamente los oídos. La profesora Sprout se puso unas de color rosa, les hizo señas, diciéndoles que nadie tocara las Mandrágoras Por ahora. La vieron remangarse, cogió firmemente una de las plantas y tiró de ella con fuerza. Todos dejaron escapar un grito de sorpresa que nadie pudo oír. En lugar de raíces, surgió de la tierra un niño recién nacido, pequeño, lleno de barro y extremadamente feo. Las hojas le salían directamente de la cabeza. Tenía la piel de un color verde claro con manchas, y se veía que estaba llorando con toda la fuerza de sus pulmones.

La profesora Sprout cogió una maceta grande de debajo de la mesa, metió dentro la mandrágora y la cubrió con una tierra abonada, negra y húmeda, hasta que sólo quedaron visibles las hojas. La profesora se sacudió las manos, levantó el pulgar y se quitó ella también las orejeras. —Como nuestras mandrágoras son sólo plantones pequeños, sus llantos todavía no son mortales —dijo ella con toda tranquilidad, como si lo que acababa de hacer no fuera más impresionante que regar una begonia—. Sin embargo, los dejarían inconscientes durante varias horas, y como estoy segura de que ninguno de ustedes quiere perderse su primer día de clase, asegúrense de que se pondrán adecuadamente las orejeras para hacer el trabajo. Ya les avisaré cuando sea hora de recoger. Cuatro por bandeja. Hay suficientes macetas aquí. La tierra abonada está en aquellos sacos de allí. Y recuerden tener mucho cuidado con las Tentácula Venenosa, porque les están saliendo los dientes. —Mientras hablaba, dio un fuerte manotazo a una planta roja con espinas, haciéndole que retirara los largos tentáculos que se habían acercado a su hombro muy disimulada y lentamente.

Céline, Daphne y Tracy se hicieron juntas.

Alex, Ron y Hermione se juntaron.

Se volvieron a poner las orejeras y tenían que concentrarse en las mandrágoras. Para la profesora Sprout había resultado muy fácil, pero en realidad no lo era. A las mandrágoras no les gustaba salir de la tierra, pero tampoco parecía que quisieran volver a ella. Se retorcían, pataleaban, sacudían sus pequeños puños y rechinaban los dientes.

Céline se pasó diez minutos largos intentando meter una algo más grande en la maceta. Lanzó un corte de viento al tallo de la Mandrágora, enseñándole quien era la jefa, la traslado a otra maceta, quedándose absolutamente quieta, con miedo a morir, fue curada por magia de viento y la tierra la cubrió.

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Al final de la clase, todos los demás, estaba empapado en sudor, le dolían varias partes del cuerpo y estaba lleno de tierra. Volvieron al castillo para lavarse un poco, los de Gryffindor marcharon corriendo a la clase de Transformaciones y los de Slytherin fueron a Encantamientos.

Céline, Daphne y Tracy, estuvieron en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Antes de entrar al salón, un chico llamado Colin, le pidió a Céline tomarse una foto y firmarla, el niño la consideraba, alguna clase de heroína y eso no estaba mal, el problema llegó cuando...

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Recuerdo

¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica color turquesa se le arremolinaba por detrás — ¿Quién firma fotos? — Céline quería hablar, pero Lockhart lo interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono jovial: — ¡No sé por qué lo he preguntado! ¡Volvemos a las andadas, Céline! —Sujeto por Lockhart y muerto de vergüenza, Céline vio que Malfoy se mezclaba sonriente con la multitud. —Vamos, señor Creevey —dijo Lockhart, sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos los dos. —Colin buscó la cámara a tientas y sacó la foto al mismo tiempo que la campana señalaba el inicio de las clases de la tarde. — ¡Adentro todos, venga, por ahí! —gritó Lockhart a los alumnos, y se dirigió al castillo llevando de los hombros a Céline, que hubiera deseado disponer de un buen conjuro para desaparecer. —Quisiera darte un consejo, Céline —le dijo Lockhart paternalmente al entrar por una puerta lateral—. Te he ayudado a pasar desapercibido con el joven Creevey, porque si me fotografiaba también a mí, tus compañeros no pensarían que te querías dar tanta importancia. Sin hacer caso a las protestas de Céline, Lockhart la llevó por un pasillo lleno de estudiantes que los miraban, y luego subieron por una escalera.

Entonces Céline vio a Draco sonriéndole burlonamente. Y ya que adoraba molestar al pomposo mocoso Malfoy, se acercó a Colin y le susurró algo en el oído, mientras resistía la sonrisa, que amenazaba con formarse en sus labios. Se acercó a Draco y lo tomó tan fuerte por el brazo, que lo hizo quejarse. — "Si no me dejas en paz, inútil, dolerá el doble" —gruñó ella por lo bajo, mientras lo obligaba a mirar hacia el frente y les tomaban la foto. Colin se la entregó y ella se la firmó, —aquí tienes Malfoy, a ver si dejas de rogar por atención. —Draco la miró con ira y se marchó. Céline sonrió y destruyó la foto con un hechizo de viento.

Fin del Recuerdo

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Cuando todos estuvieron sentados, Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a Neville Longbottom, cogió el ejemplar deRecorridos con los Trollsy lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un ojo. —Yo —dijo audiblemente —, soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro honorario de la Liga para la Defensa Contra Las Artes Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del premio a la sonrisa más encantadora —Céline, Daphne, Tracy y Alex bufaron molestos. —, de la revista Corazón de Bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa que me libere de la Banshee que predecía mi muerte! —Espero que se rieran todos, pero solo hubo una sonrisa y nada más. —Veo que todos compraron mis obras completas, bien. Creo que deberíamos empezar con un pequeño test, ¿Qué les parece?, no se preocupen estoy seguro de que todos leyeron mis libros, solo es para ver que tanto saben y si asimilaron toda la información… —comenzó a entregar a todas las hojas con las preguntas y cuando volvió a la parte delantera del salón dijo —. Tienen treinta minutos para terminar… ¡Comiencen!

Céline miró el papel y leyó. Quedó perpleja ante lo que ponía y decidió comunicarlo al profesor Snape y a sus padres ¿Cómo se suponía que aprendieran algo?: 1. ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?

2. ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?

3. ¿Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?

Así seguía y seguía, a lo largo de tres páginas, hasta: 54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal?

Céline miró esto con absoluta incredulidad, no comprendía nada, nadie parecía poder entender, si esto iba en serio o era una broma de Lockhart. Suspirando, decidida porque este sería un día muy largo, Céline contestó las respuestas: mitad seria y mitad broma.

Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la clase. —Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila. Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden! — Volvió a guiñarles un ojo pícaramente. Ron miraba a Lockhart con una expresión de incredulidad en el rostro; Seamus Finnigan y Dean Thomas, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa silenciosa. Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada atención y dio un respingo cuando éste mencionó su nombre. —... pero la señorita Hermione Granger sí conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello, ¡buena chica! De hecho —dio la vuelta al papel—, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger? Hermione alzó una mano temblorosa. — ¡Excelente! —dijo Lockhart con una sonrisa— ¡excelente! ¡Diez puntos para Gryffindor! Y en cuanto a... —De debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran. —Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sepan que no les ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que les pido es que conserven la calma. —En contra de lo que se había propuesto, Céline asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jaula. Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír. Neville se encogía en su asiento de la primera fila. —Tengo que pediros que no griten... —dijo Lockhart en voz baja —Podrían enfurecerse. Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda. — ¡Sí! —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién cogidos. —Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror. —¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.

—Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.

— ¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador— ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos! —Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca. —Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —Y abrió la jaula. Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire. Algunos Duendecillos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo. —Vamos ya, rodeadlos, rodeadlos, sólo son duendecillos... —gritaba Lockhart. Se remangó, blandió su varita mágica y gritó: — ¡Peskipiski Pestenomi! —No sirvió absolutamente de nada; uno de los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó saliva y se escondió debajo de su mesa, a tiempo de evitar ser aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, al ceder la lámpara.

Furiosa, Céline convocó un tornado que atrajo a los duendecillos y haciendo girar sus manos, hizo que cada duendecillo de forma independiente, girara en el aire, mareándolos, antes de dejarlos caer al suelo. Fue seguida por sus amigas, hasta la puerta.

La campana sonó, solo un segundo después y todos corrieron hacia la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se irguió, vio a Alex, Ron y Hermione y les dijo: —Bueno, ustedes tres los meterán en la jaula los que quedan. —Salió y cerró la puerta.

— ¿Han visto eso? —bramó Ron, cuando uno de los duendecillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.

—Sólo quiere que adquiramos experiencia práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil hechizo congelador y metiéndolos en la jaula.

— ¿Experiencia práctica? —dijo Alex, intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—. Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.

—Mentira —dijo Hermione—. Ya has leído sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho...

—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.