Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

28: El Club de Duelo.

Después del desastroso episodio de los duendecillos de Cornualles, el profesor Lockhart no había vuelto a llevar a clase seres vivos.

Por el contrario, se dedicaba a leer a los alumnos pasajes de sus libros, y en ocasiones representaba alguno de los momentos más emocionantes de su biografía.

Habitualmente sacaba a Alex para que lo ayudara en aquellas reconstrucciones; hasta el momento, Alex había tenido que representar los papeles de un ingenuo pueblerino transilvano al que Lockhart había curado de una maldición que le hacía tartamudear, un yeti con resfriado y un vampiro que, cuando Lockhart acabó con él, no pudo volver a comer otra cosa que lechuga.

En la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sacó de nuevo a Alex, esta vez para representar a un hombre lobo. Si no hubiera tenido una razón muy importante para no enfadar a Lockhart (pasarse la noche entera firmando fotos), se habría negado.

—Aúlla fuerte, Alex (eso es...), y en aquel momento, creedme, yo salté (así) tirándolo contra el suelo (así) con una mano, y logré inmovilizarle. Con la otra, le puse la varita en la garganta y, reuniendo las fuerzas que me quedaban, llevé a cabo el dificilísimo hechizo Homorphus; él emitió un gemido lastimero (venga, Alex..., más fuerte..., bien) y la piel desapareció..., los colmillos encogieron y.… se convirtió en hombre. Sencillo y efectivo. Otro pueblo que me recordará siempre como el héroe que les libró de la terrorífica amenaza mensual de los hombres lobo. — Sonó el timbre y Lockhart se puso en pie. —Deberes: componer un poema sobre mi victoria contra el hombre lobo Wagga Wagga. ¡El autor del mejor poema será premiado con un ejemplar firmado de El encantador! — Los alumnos empezaron a salir.

Y la noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería, se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas.

Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Ginny Weasley, que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de Encantamientos, estaba consternada, pero a Harry le parecía que Fred y George se equivocaban en la manera de animarla.

Se turnaban para esconderse detrás de las estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando pasaba. Pero tuvieron que parar cuando Percy se hartó y les dijo que iba a escribir a su madre para contarle que por su culpa Ginny tenía pesadillas.

Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores.

Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque era Sangre Pura y por tanto no era probable que lo atacaran. —Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.

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Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades.

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Una semana más tarde, Alex, Ron y Hermione cruzaban el vestíbulo cuando vieron a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar.

Seamus Finnigan y Dean Thomas les hacían señas, entusiasmados. — ¡Van a abrir un club de duelo! —dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días...

— ¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? —preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.

—Podría ser útil —les dijo a Alex y Hermione cuando se dirigían a cenar—. ¿Vamos?

Alex y Hermione se mostraron completamente a favor, así que aquella noche, a las ocho, se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire.

El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

—Me pregunto quién nos enseñará —dijo Hermione, mientras se internaban en la alborotada multitud—. Escuché de una chica de quinto que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.

—Con tal de que no sea... —Alex empezó una frase que terminó en un gemido: Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.

Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo: — ¡Vengan aquí, acérquense! ¿Me ve todo el mundo? ¿Todos me oyen? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararlos a todos ustedes por si algún día necesitan defenderse tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consulten mis obras). Permítanme que les presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa. —Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que os preocupen los más jóvenes: no se quedarán sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no teman!

— "¿No estaría bien que se mataran el uno al otro?" —susurró Ron a Alex al oído.

En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio. Alex se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si Snape lo hubiera mirado como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en la dirección opuesta.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos como si fueran espadas.

—Como ven, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar. Una..., dos... y tres. —Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó: — ¡Expelliarmus! —Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo. Malfoy y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.

— ¿Creéis que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.

— ¿A quién le preocupa? —dijeron Harry y Ron al mismo tiempo.

Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta. — ¡Bueno, ya lo habéis visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima— Eso ha sido un encantamiento de desarme; como podéis ver, he perdido la varita... ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran... Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo: — ¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme... —Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Alex.

—Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa—. Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter... —Alex se acercó automáticamente a Hermione. —Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. La señorita Granger que se ponga con Bulstrode.

Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo.

Detrás de él iba una chica de Slytherin que le recordó a Alex una foto que había visto en Vacaciones con las brujas. Era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente. Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió.

Céline y Daphne, se colocaron una ante la otra y sonrieron.

— ¡Pónganse frente a vuestros contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima— y haced una inclinación! ¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad vuestros hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y.… tres.

Alex apuntó la varita hacia los hombros de Malfoy, pero éste ya había empezado a la de dos. Su conjuro le hizo el mismo efecto que si le hubieran golpeado en la cabeza con una sartén. Alex se tambaleó, pero aguantó. Y sin perder tiempo, dirigió contra Malfoy su varita, diciendo: — ¡Rictusempra! —Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y el chico se retorció, respirando con dificultad.

— ¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud. Cuando Malfoy cayó de rodillas; Alex lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa. Alex no volvió a atacar, porque le parecía que no era deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos.

Mientras estaba en el suelo, pero fue un error. Tomando aire, Malfoy apuntó la varita a las rodillas de Alex, y dijo con voz ahogada: — ¡Tarantallegra! —Un segundo después, a Alex las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.

— ¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.

¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Alex dejaron de bailar, Malfoy dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista. Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala.

Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando.

Daphne y Céline, usaban hechizos totalmente desconocidos, para los alumnos de segundo año, pero un hechizo blanco enterró a Daphne hasta la cintura y uno amarillo encerró a Céline en una celda de cristal amarillo, antes de venirse abajo.

—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan..., con cuidado, señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida... Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato —. Necesito un par de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal ustedes?

—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.

— ¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Alex —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto… Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo: — ¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa! —Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Malfoy también sonrió. Alex miró asustado a Lockhart y le dijo: —Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?

— ¿Asustado, Potter? —murmuró Malfoy, burlonamente, de forma que Lockhart no pudiera oírle.

—Por supuesto —admitió Alex —a saber, qué clase de enfermedades tienes. —Malfoy enfureció ante esto.

—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó Lockhart.

Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó: — ¡Serpensortia! —Hubo un estallido en el extremo de su varita. Alex vio, aterrorizado, que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar. Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.

—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Alex, que se había quedado inmóvil, mirando a los ojos a la furiosa serpiente, un hechizo violeta apareció en la punta de la varita de Snape—. Me encargaré de ella... —la serpiente pronto fue acorralada por un humo violeta y parecía atacar el humo, como enloquecida.

— ¡Permítanme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido.

Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.

Alex no supo por qué lo hizo, ni siquiera fue consciente de ello. Sólo percibió que las piernas lo impulsaban hacia delante como si fuera sobre ruedas y que gritaba absurdamente a la serpiente: «¡Déjale!» Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Alex. A éste se le pasó el miedo. Sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie, aunque no habría podido explicar por qué lo sabía. Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o agradecido, pero ciertamente no enojado y asustado.

— ¿A qué crees que jugamos? —gritó, y antes de que Alex pudiera contestar, se había dado la vuelta, solo para tropezarse. Justin fue levantado bruscamente por Céline del brazo.

—Y luego le agradeces por salvarte de la serpiente, imbécil —y fue empujado con fuerza, para abandonar el salón. Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro. También Snape miraba a Alex de una manera rara; era una mirada astuta y calculadora que a Alex no le gustó. —Hablaste Parsel, el idioma mágico de las serpientes, hermanito. La voz que aseguras escuchar tras las paredes, pero que nadie más escucha... o es una serpiente recorriendo el castillo o es una serpiente mágica.

Snape palideció y salió corriendo.

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Sala Común de Gryffindor.

— (...) Desde luego que no —dijo Ron pálido —. No es un don muy frecuente. Alex, eso no es bueno.

— ¿Qué no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin... — ¿Eso es lo que le dijiste?

— ¿Qué pasa? Tú estabas allí... Tú me oíste.

—Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.

Alex se quedó con la boca abierta. — ¿Hablé en otro idioma? Pero no comprendo... ¿Cómo puedo hablar en un idioma sin saber que lo conozco? —Ron negó con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía como si acabara de morir alguien. Alex no alcanzaba a comprender qué era tan terrible. — ¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin Cabeza?

—Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.

Alex se quedó boquiabierto.

—Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tátara-tátara-tátara-tátaranieto o algo así.

—Pero no lo soy —dijo Alex, sintiendo un inexplicable terror. —somos Sangre Pura por lo tanto nuestro árbol genealógico es fácil de armar. Además, la línea familiar de Slytherin murió con los Gaunt.

Aquella noche, Alex pasó varias horas despierto. Por una abertura en las colgaduras de su cama, veía que la nieve comenzaba a amontonarse al otro lado de la ventana de la torre, y editaba. ¿Era posible que fuera un descendiente de Salazar Slytherin? En voz baja, trató de decir algo en lengua pársel, pero no encontró las palabras. Parecía que era requisito imprescindible estar delante de una serpiente.

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Entre las largas filas de estantes, Alex podía verlos con las cabezas casi pegadas unos a otros, en lo que parecía una absorbente conversación. No podía distinguir si entre ellos se encontraba Justin. Se les estaba acercando cuando consiguió entender algo de lo que decían, y se detuvo a escuchar, oculto tras la sección de «Invisibilidad». —Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que, si Potter lo ha señalado como su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia Muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?

—No lo somos, Ernie —dijo una voz, asombrando a Hannah y Ernie. Céline apareció en ese momento. —Cuando Aquél-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, nos atacó, su maldición fue interrumpida, por las Runas que nuestra madre, dejó en nuestra habitación y al devolverse a él, le arrancó una parte de sí: Su habilidad del Pársel, ingresó en mi hermano y mi facilidad con los hechizos, como si fuera una estudiante de séptimo, viene de allí —explicó Céline, mientras sacaba su varita mágica. —Yo Céline Potter Evans, heredera de los apellidos Volkova y Laine, juro por mi magia y mi vida, que ni mi hermano ni yo, somos descendientes de Salazar Slytherin.

Y un silencio sepulcral, los envolvió a los cuatro, como una manta. Sin que ninguno dijera nada, sin que ninguno se moviera.

A los tres conspiracionistas, solo les quedó admitir lo innegable.