Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

38: Garras de Hipogrifo.

—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Alex?

—Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.

George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima. —Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan galli to ayer por la noche, cuando los Dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?

—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con despre cio a Malfoy.

—Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George, frunciendo el ceño—. Son horribles esos Dementores...

—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.

― "Pero ustedes no se desmayaron, ¿a qué no?" —dijo Alex en voz baja.

—No le des más vueltas, Alex —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los Dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.

—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de Quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la tempora da, ¿se acuerdan?

La única ocasión en que Alex y Malfoy se habían enfrentado en un partido de Quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Alex se sirvió salchichas y tomate frito.

Hermione se aprendía su nuevo horario: —Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.

—Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

—Ya me apañaré. Lo he acordado con la profesora McGonagall.

—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?

—No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.

—Bueno, entonces...

—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.

—Pero...

—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione bruscamente, haciendo saltar a Ron, Alex, Neville y a los gemelos Weasley —. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.

En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un hurón muerto, que se balanceaba. — ¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor..., francamente...

―Hey Draco ―dijo Céline en voz alta. Sus interacciones con su hermano, no necesariamente eran de ella castigándolo, por hacer tonterías. Sino humillando al enemigo directo de Alex, por ser "El Niño Dorado de Dumbledore", quien era Draco Malfoy, con los Mortífagos Jr. ― ¿No lleva el profesor Hagrid a un pariente tuyo, en sus manos? ―todo Slytherin lanzó la carcajada y pronto, estaban las otras casas riéndose, al entender que Céline, había llamado indirectamente a Draco "hurón".

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Durante la clase de Transformaciones, solo unos cuantos, ignoraban la tensión en el salón de clases, mientras McGonagall hablaba sobre los Animagos (magos y brujas que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos. — ¿Qué les pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Todos se volvieron hacia Alex, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano. —Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y.… hemos estado leyendo las hojas de té y...

— ¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Díganme, ¿quién de vosotros morirá este año? ―Todos la miraron fijamente.

―Yo —respondió por fin Alex

—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando sus ojos brillantes y redondos como canicas, en el menor de los Potter (incluso si Céline, no se consideraba una)—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney... ―Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.

Hermione se echó a reír. Alex se sintió un poco mejor, sentía que su hermana le sonreía, detrás de él, pero no quería volver la mirada. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té.

Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.

—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall.

Finalmente, Ron asintió. ―Está bien. La profesora McGonagall, no tiene forma de equivocarse. ―Luego del almuerzo, Céline, Daphne, Hermione, entre otros Ravenclaw y Gryffindor, fueron a clase de Aritmancia.

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Después de la clase del almuerzo, en silencio, los alumnos descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Alex creía saber de qué hablaban.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abrigo de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies. — ¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme! ―Durante un desagradable instante, Alex, Hermione, Daphne, Tracy y Céline, temieron que Hagrid los condujera al bosque. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada. — ¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

— ¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

— ¿Qué? —dijo Hagrid.

— ¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. — ¡Auch! —gritó repentinamente, llevando una mano a su cabeza.

—Solo acaricia el lomo, idiota. —gruñó Céline, enseñando su libro abierto y calmado —Eres de los pocos, que todavía no lo ha abierto. ―Draco se sonrojó, pues vio que Crabbe, Goyle, Pansy y él (es decir, la pandilla de Draco) eran los únicos que seguían con el libro cerrado. El deseo de su padre de que metiera en problemas a Hagrid, lo estaba exponiendo a todos en Hogwarts y con Volkova quien no perdía oportunidad para humillarlo, pues...

— ¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado. Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que algunos Hijos de Muggles, habían visto en sus vidas. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.

— ¡Retrocedan, por favor! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca. — ¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos? —Céline, Daphne y Tracy, pudieron comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta.

—Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si quieren acercarse un poco... ―Nadie parecía querer acercarse. Alex, Ron, Hermione, Céline, Daphne y Tracy, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca. Pronto, los demás se acercaron. —Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que harán. ―sacó un hurón y lo lanzó a uno de los Hipogrifos.

―Allí va tu padre, Malfoy ―todos comenzaron a reírse del chiste de Céline, mientras se acercaban y Hagrid lanzaba otro ―tu madre ―y uno más ―y tu tío. Listo: Ahora solo quedas tú.

— (...) Tienen que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿se dan cuenta? Vayan hacia él, inclínense y esperen. Si él responde con una inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que se alejen de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿Quién quiere ser el primero? ―Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Alex, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados. — ¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.

—Yo —se ofrecieron los hermanos Potter/Volkova.

Detrás de ellos se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron: — "¡No, Alex, acuérdate de las hojas de té!"

Alex no hizo caso y saltó la cerca. — ¡Buen chico, Alex! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak. Y Céline, tu... Oh, así que vas con Sumyl ―dijo, viendo a Céline, tomar la iniciativa con un Hipogrifo negro tinta. ― "Tranquilo ahora, —dijo Hagrid en voz baja— primero mírenle a los ojos y procuren no parpadear mucho, pues los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado..." ―A ambos adolescentes, empezaron a irritárseles los ojos, pero no los cerraron. Buckbeak y Sumyl habían vuelto sus cabezas grandes y afiladas, y miraban a los hermanos fijamente con ojos anaranjados. —Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, chicos. Ahora inclinen la cabeza... ―ni a Hagrid, ni mucho menos a Céline les hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak y Sumyl, pero hicieron lo que Hagrid les decía. Se inclinaron brevemente y levantó la mirada. Los dos hipogrifos, seguían mirándolos fijamente y con altivez. No se movieron. —Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, retrocedan hacia atrás, tranquilos, despacio... ―Pero entonces, ante la sorpresa de Alex y Céline, los hipogrifos doblaron las arrugadas rodillas delanteras y se inclinaron profundamente.

Alex y Céline los cabalgaron, volaron sobre ellos y volvieron a tierra firme, con todos los demás alumnos, maravillados.

Envalentonados por el éxito de los hermanos, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado.

Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras que Daphne y Tracy estaban con Sumyl.

Y entonces... Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa. —Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Céline y Alex los oyeran. —Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz... ¿A que no eres peligroso? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?

Céline desenfundó su pistola y apuntó al Hipogrifo. ―Orquesta de Balas: Escudo de Tres Runas ―se escuchó un disparo, pero solo salió un humo azul del arma de Céline. Un segundo después, un escudo de tres círculos rúnicos, apareció entre Draco y el Hipogrifo, salvándole la vida al heredero Malfoy.

Malfoy emitió un grito agudísimo y ahora yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa. — ¡ME MUERO! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡ME MUERO, MIRAD! ¡ME HA MATADO!

Céline se pasó la mano por cara, mientras caminaba a paso calmado hacía Malfoy y Buckbeak miraba confundido, pareció hacer un gesto como el de encogerse de hombros, darse media vuelta y volver a Hagrid, mientras Draco seguía chillando. ― ¿Cómo se puede ser tan inútil? ―gruñó, para luego soltarle una patada en los testículos, haciéndolo chillar de dolor y luego pisó la zona herida. ―Si quieres morir Malfoy, entonces di la palabra y yo me haré cargo ―y colocó aún más peso en ese pie, haciéndolo chillar aún más. ―Yo me encargo de este inútil, Hagrid. Por favor: Continúa la clase.

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Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la maña na del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con un aire abochornado en la mazmorra.

Para cuando cambiaron a clase de Transformaciones, ya se estaba contando por los pasillos del colegio, lo ocurrido en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y para cuando él comenzó a caminar por los pasillos del colegio, cuando los alumnos y retratos veían, se burlaban de él, fingiendo heridas y lloraban como si fueran bebés, cosa que lo hacía enfurecerse.

Pero el más irritado era Snape, quien no le creyó la supuesta herida, le gritó delante de todos, por poner en ridículo a Slytherin, descontándole 10 puntos a Draco y luego le dio 20 puntos a Céline, por mantener el buen nombre de su casa.

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El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. En sus ojos lo vieron: Aquella clase, sería como ninguna otra.