Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
Capítulo 60: Cambios en Hogwarts.
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La Orden del Fénix, retornó a la Casa Black. —Y aquí estoy yo, haciendo tu trabajo, Dumbledore —gruñó Céline, todos escucharon un ruido metálico a sus pies y encontraron dos objetos de metal quemado.
Los ojos de Albus Dumbledore, se abrieron como platos. —Esos... estos son...
—Dos de los Horrocruxes de Tom, así es. —dijo Céline agresivamente —El Guardapelo de Salazar Slytherin, ha estado aquí, desde hace ya muchos años. Y la piedra negra de los Gaunt, que estuvo en la choza de esa familia, bajo una gran cantidad de... barreras mágicas. Junto con el Diario que destruí en mi segundo año, la diadema en tercer año y la serpiente en el cementerio.
—Ya... ya veo... —fue todo lo que pudo decir Dumbledore, mientras que las lágrimas de frustración, bañaban su rostro y se sentía casi diez años más viejo. Nada estaba saliendo bien y él podía culparse a sí mismo, por su deseo de que Céline Potter, creciera lejos de su familia, rompiendo el muro entre las dimensiones, criándose en un ambiente completamente distinto y obteniendo cientos de miles de conocimientos, absolutamente desconocidos para él. Dumbledore suspiró y miró desconsolado a los miembros de la Orden, antes de mirar fijamente a Molly, quien sufrió un escalofrío —Molly —pronunció, como si le costara hacerlo — ¿Podrías por favor, prepararnos algo de comer, a todos? —la mujer asintió, viendo con algo de temor, al anciano, quien se fue a sentar pesadamente, mientras cubría sus ojos, con sus largos dedos —Gracias, querida.
—Me imagino, que todo salió bien el Glasgow, ¿verdad? —Preguntó Céline.
Dumbledore sufrió un escalofrío. —No necesitas preguntarlo, cuando ya lo sabes, Céline —Pronunció el anciano, suavemente.
Ella se encogió de hombros. —La distracción de los Mortífagos, me permitió deshacerme del fragmento de alma, dentro del Guardapelo e ir a buscar el Anillo. Al menos, los Mortífagos sirvieron como carne de cañón, para Tom. Espero que él, esté complacido.
—Con tantos Mortífagos muertos, esto podría empujarlo a ir hacía Azkaban y soltar a sus otros Mortífagos, tenemos que impedirlo —dijo Dumbledore, Céline asintió y eso le dijo saber al director, que ella lo dejaría hacerse cargo. Pero él, no podía permitirlo, Céline estaba arrebatando vidas de tantas personas, que podrían, tener una segunda oportunidad... si tan solo lo escucharan, entonces todos ellos, podrían ver que aquello que la luz ofrecía, era mejor que el ofrecimiento de la oscuridad. Podrían ser bienvenidos al redil, con Dumbledore como su pastor. Él sabía lo que era mejor y sería más fácil, más rápido y menos sangriento, si se sentaran y lo escucharan en verdad.
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— ¿La guardia? —se extrañó Céline aquella mañana—. ¿Necesitamos una guardia para ir a King's Cross?
—Tú necesitas una guardia para ir a King's Cross —lo corrigió Hermione. —Eres la Niña que Vivió, etc., etc.
— ¿Por qué? —preguntó Céline con fastidio—. Tenía entendido que Tom intentaba pasar desapercibido, así que no irás a decirme que piensa saltar desde detrás de un cubo de basura para matarme, ¿verdad?
—No lo sé, eso es lo que ha dicho Ojoloco —replicó Hermione distraídamente, mirando su reloj—, pero si no nos vamos pronto, perderemos el tren, eso seguro…
Tardaron veinte minutos en llegar a King's Cross a pie, y en ese rato no ocurrió nada digno de mención, salvo que Sirius asustó a un par de gatos para distraer a Céline y a Alex. Una vez dentro de la estación, se quedaron con disimulo junto a la barrera que había entre el andén número nueve y el número diez hasta que no hubo Moros en la costa; entonces, uno a uno, se apoyaron en ella y la atravesaron fácilmente, apareciendo en el andén nueve y tres cuartos, donde el expreso de Hogwarts escupía vapor y hollín junto a un montón de alumnos que aguardaban con sus familias la hora de partir. Alex aspiró aquel familiar aroma y notó que le subía la moral… Iba a regresar a Hogwarts, por fin… —Espero que los demás lleguen a tiempo —comentó la señora Weasley, nerviosa, y giró la cabeza hacia el arco de hierro forjado que había en el andén, por donde entraban los que iban llegando.
En el tren, Céline fue con Daphne y Tracy, saludándolas con un beso y conversándoles, sobre lo ocurrido en la guarida de la Orden del Fénix.
Conversaron sobre ropa, moda, bandas de chicos y sobre chicas...
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Y más rápido que tarde, estaban en Hogwarts. Escucharon al Sombrero Seleccionador, hablar sobre mantenerse juntos y luego, Dumbledore comenzó un extenso discurso. El director siguió diciendo: — (...) Y finalmente: Las pruebas para los equipos de Quidditch de cada casa tendrán lugar en…
—Ejem, ejem —Y los alumnos se dieron cuenta de que se había levantado y de que pretendía pronunciar un discurso. Dumbledore sólo vaciló unos segundos; luego se sentó con elegancia y miró con interés a la profesora Umbridge, como si lo que más deseara fuera oírla hablar. Otros miembros del profesorado no fueron tan hábiles disimulando su sorpresa. Las cejas de la profesora Sprout habían subido hasta la raíz de su airosa melena, y la profesora McGonagall tenía la boca más delgada que nunca. Era la primera vez que un profesor nuevo interrumpía a Dumbledore. Muchos alumnos sonrieron; era evidente que aquella mujer no tenía ni idea de cómo funcionaban las cosas en Hogwarts. —Gracias, señor director —empezó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta —, por esas amables palabras de bienvenida. —La profesora Umbridge volvió a carraspear («Ejem, ejem») y continuó su discurso. —¡Bueno, en primer lugar, quiero decir que me alegro de haber vuelto a Hogwarts! —Sonrió, enseñando unos dientes muy puntiagudos—. ¡Y de ver tantas caritas felices que me miran! —Céline echó un vistazo a su alrededor. Ninguna de las caras que vio, tenía el aspecto de sentirse feliz. Más bien al contrario, todas parecían muy sorprendidas de que se dirigieran a ellas como si tuvieran cinco años. — ¡Estoy impaciente por conocerlos a todos y estoy segura de que seremos muy buenos amigos!
— "Estoy dispuesta a ser amiga suya, mientras no tenga que ponerme nunca esa chaqueta" —le susurró Parvati a Lavender, y ambas rieron por lo bajo.
—El Ministerio de Magia siempre ha considerado de vital importancia la educación de los jóvenes magos y de las jóvenes brujas. Los excepcionales dones con los que nacieron podrían quedar reducidos a nada si no se cultivaran y desarrollaran mediante una cuidadosa instrucción. Las ancestrales habilidades de la comunidad mágica deben ser transmitidas de generación en generación para que no se pierdan para siempre. El tesoro escondido del saber mágico acumulado por nuestros antepasados debe ser conservado, reabastecido y pulido por aquellos que han sido llamados a la noble profesión de la docencia. Cada nuevo director o directora de Hogwarts ha aportado algo a la gran tarea de gobernar este histórico colegio, y así es como debe ser, pues si no hubiera progreso se llegaría al estancamiento y a la desintegración. Sin embargo, hay que poner freno al progreso por el progreso, pues muchas veces nuestras probadas tradiciones no aceptan retoques. Un equilibrio, por lo tanto, entre lo viejo y lo nuevo, entre la permanencia y el cambio, entre la tradición y la innovación…
Varios dejaron de mirarla y de prestar atención.
Y tras pronunciar alguna última frase, que muy pocos escucharon y no les interesó en lo más mínimo, la mujer se sentó. Dumbledore aplaudió y los profesores lo imitaron, aunque Alex se fijó en que varios de ellos sólo juntaban las manos una o dos veces y luego paraban. Unos cuantos alumnos aplaudieron también, pero el final del discurso, del que en realidad sólo habían escuchado unas palabras, tomó desprevenidos a casi todos, y antes de que pudieran empezar a aplaudir como es debido, Dumbledore ya había dejado de hacerlo. —Muchas gracias, profesora Umbridge, ha sido un discurso sumamente esclarecedor —dijo con una inclinación de cabeza—. Y ahora, como iba diciendo, las pruebas de Quidditch se celebrarán…
Céline, escuchó a Hermione, hablando con Weasley y su hermano, con tono amenazador—. Significa que el Ministerio está inmiscuyéndose en Hogwarts.
Todos comenzaron a comer despacio, dirigiéndole a Umbridge, miradas de curiosidad.
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A la mañana siguiente, pudieron poner a prueba, que tal era ella, como maestra.
Los alumnos guardaron silencio en cuanto entraron en el aula; la profesora Umbridge todavía era un elemento desconocido y nadie sabía lo estricta que podía ser a la hora de imponer disciplina. — ¡Buenas tardes a todos! —saludó a los alumnos cuando por fin éstos se sentaron. Unos cuantos respondieron con un tímido «Buenos días»—. ¡Ay, ay, ay! —exclamó—. ¿Así saludan a sus profesores? Me gustaría oíros decir: «Buenos días, profesora Umbridge.» Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenos días a todos!
—Buenas tardes, profesora Umbridge —gritó la clase.
—Eso está mucho mejor —los felicitó con dulzura—. ¿A que no ha sido tan difícil? Guarden las varitas y saquen las plumas, por favor. —Algunos alumnos intercambiaron miradas lúgubres; hasta entonces la orden de guardar las varitas nunca había sido el preámbulo de una clase que hubieran considerado interesante. Céline metió su varita en la mochila y sacó la pluma, la tinta y el pergamino. La profesora Umbridge abrió su bolso, sacó su varita, que era inusitadamente corta, y dio unos golpecitos en la pizarra con ella; de inmediato, aparecieron las siguientes palabras:
Defensa Contra las Artes Oscuras: Regreso a los principios básicos
Cuando los alumnos copiaron los tres objetivos del curso de la profesora Umbridge, ésta preguntó: — ¿Tienen todos ustedes, un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard? —Un sordo murmullo de asentimiento recorrió la clase—. Creo que tendremos que volver a intentarlo —dijo la profesora Umbridge—. Cuando yo les haga una pregunta, me gustaría que contesten «Sí, profesora Umbridge», o «No, profesora Umbridge». Veamos: ¿Todos tienen un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard?
—Sí, profesora Umbridge —contestaron los alumnos al unísono.
—Estupendo. Ahora: Abrirán el libro por la página cinco y lean el capítulo uno, que se titula «Conceptos elementales para principiantes». En silencio, por favor.
Céline suspiró y apoyó su puño, en una de sus mejillas.
Era extremadamente aburrido, casi tanto como escuchar al profesor Binns. La muchacha, notó que le fallaba la concentración, pues al poco rato se dio cuenta de que había leído la misma línea, media docena de veces sin entender nada más que las primeras palabras. Pasaron unos silenciosos minutos. A su lado, Alex, distraído, giraba la pluma una y otra vez entre los dedos con los ojos clavados en un punto de la página. Céline miró hacia su derecha y se llevó una sorpresa que lo sacó de su letargo. Hermione ni siquiera había abierto su ejemplar de Teoría de defensa mágica y estaba mirando fijamente a la profesora Umbridge con una mano levantada.
Pero pasados unos minutos más, Céline dejó de ser la única que observaba a Hermione. El capítulo que les habían ordenado leer era tan tedioso que muchos alumnos optaban por contemplar el mudo intento de Hermione de captar la atención de la profesora Umbridge, en lugar de seguir adelante con la lectura de los «Conceptos elementales para principiantes». Cuando más de la mitad de la clase miraba a Hermione en vez de leer el libro, la profesora Umbridge decidió que ya no podía continuar ignorando aquella situación. — ¿Querías hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —le dijo a Hermione como si recién ahora, se hubiera dado cuenta de su existencia
—No, no es sobre el capítulo.
—Pues, como te darás cuenta, querida, ahora estamos leyendo —repuso la profesora Umbridge mostrando sus pequeños y puntiagudos dientes—. Si tiene usted alguna duda podemos solucionarla al final de la clase.
—Tengo una duda sobre los objetivos del curso —aclaró Hermione.
La profesora arqueó las cejas. — ¿Cómo se llama, por favor?
—Hermione Granger.
—Mire, señorita Granger, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —dijo la profesora Umbridge con decisión y un deje de dulzura.
—Ahí no dice nada sobre la práctica de los hechizos defensivos.
Se produjo un breve silencio durante el cual muchos miembros de la clase giraron la cabeza y se quedaron mirando con el entrecejo fruncido los objetivos del curso, que seguían escritos en la pizarra.
— ¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge con una risita—. Verá, señorita Granger, no me imagino que en mi aula pueda surgir ninguna situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?
— ¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron en voz alta, asombrado y volvió a leer.
—Por favor, levante la mano si quiere hacer algún comentario durante mi clase, señor…
—Weasley —dijo Ron, y levantó una mano.
— ¿Sí, señorita Granger? ¿Quiere preguntar algo más? —Preguntó la mujer, cada vez más cansada, de la Sangre Sucia.
—Sí —contestó ella—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?
— ¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, señorita Granger? —le preguntó la profesora Umbridge con aquella voz falsamente dulce.
—No, pero…
—Pues entonces me temo que no está cualificada para decidir cuál es el «único propósito» de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos…
Viendo que su hermana, no dejaba de fruncirle el ceño, Alex suspiró y levantó la mano. Solo para que Céline lo cazara y lo mirara con enfado. Ron se quedó mirando a Alex y luego a Céline, con el ceño fruncido. — ¿De qué va a servirnos eso? —inquirió Alex en voz alta—. Si nos atacan, no va a haber forma…
— ¿Espera usted ser atacado durante mis clases?
—No en las clases, profesora. —dijo Céline sonriente, mientras se retiraba el parche y enseñaba su ojo reptiliano, que hizo a la mujer aspirar ruidosamente y lanzar un chillido, antes de que ella, fuera encerrada en una ilusión (lanzada por Céline, no por el ojo). Umbridge vio a los supuestos Mortífagos, hablando entre ellos, sobre atacar Hogwarts, el año que venía —Pero no es imposible, sufrir algún tipo de daño, dentro de los muros de Hogwarts.
Ya era hora del cambio de clases.
Nadie dijo nada.
Umbridge, solo se mostró temerosa de ser herida, por sus compañeros Mortífagos, si es que atacaban el castillo.
