Capítulo 3.

Tres años atrás, cuando Hatori Wakabayashi anunció que se iba a casar en segundas nupcias con una joven que era casi treinta años menor que él, el escándalo estalló con la fuerza de una bomba nuclear. Hatori era un exitoso neurocirujano de profesión, tenía su propio hospital y era hermano menor del dueño de las empresas Wakabayashi, una de las más exitosas y antiguas de Japón, lo que en suma lo convertía en un miembro honorable y respetable de la sociedad nipona. Había enviudado unos años antes y su única hija, Eriko, había contraído matrimonio con una estrella deportiva en ascenso, por lo que la mayoría de sus familiares y conocidos daban por hecho que a Hatori le esperaba por delante una tranquila vida de abuelo consentidor. Así pues, la llegada a su vida de una joven extranjera que tenía la edad de su hija, una joven que además pretendía ocupar el lugar de la fallecida Emiko, hizo que todos los que se enteraron del escándalo quisieran dar su opinión, incluidos los que no tenían derecho a darla.

Sin duda que era algo inmoral lo que el hombre quería hacer, a juicio de los que criticaron, pero sobre todo, al parecer de Eriko, a ella no sólo le parecía inmoral la diferencia de edades (haciendo cuentas exactas, Hatori era veintisiete años mayor que su futura esposa), sino que también le causaba repulsión que su madrastra en ciernes fuese una extranjera de bajo nivel. Eriko estaba cien por ciento segura de que esa mujer iba tras el dinero de su padre (su dinero), pues de otra forma no entendía el por qué Lily Del Valle habría puesto sus ojos en él, en un hombre tan viejo, a pesar de que, cuando Hatori y Lily se conocieron, él no era tan anciano como Eriko lo que quería hacer ver. A su vez, Shuzou Wakabayashi, el hermano mayor de Hatori y quien además ostentaba el título de patriarca de la familia, tampoco estuvo de acuerdo con la boda, aunque su problema no era tanto la edad sino el hecho de que Lily fuese una persona sin fortuna y perteneciera a una clase social inferior. Que además fuera extranjera era un detalle que pesaba, pero lo que a Shuzou le parecía imperdonable era que la muchacha no proviniese de una familia de renombre. Él, al igual que Eriko, pensaba que la doctora Del Valle buscaba la fortuna de Hatori, aunque no estaba en posición de impedir la boda como sí hubiera podido hacer si ella hubiese pretendido casarse con alguno de sus hijos.

Hatori, tras haberle pedido matrimonio a Lily, había viajado a Shizuoka para entrevistarse con el hermano, buscando la manera de convencerlo de que aceptara su nueva relación. Hatori intentó hacerle ver a Shuzou que Lily era un soplo de aire fresco en su vida, un motivo para ser verdaderamente feliz y que no quería renunciar a ella. Quiso hacerle comprender también que, desde la muerte de Emiko, no había vuelto a sentirse tan vivo y que estaba convencido de que hay personas que pueden tener dos grandes amores a lo largo de su existencia y que, para él, Lily era su segundo gran amor.

– El destino la puso en mi camino para que yo recordara por qué vale la pena vivir –aseguró Hatori–. Y por eso deseo hacerla mi esposa.

Pero Shuzou no se sintió impresionado por el arranque de cursilería de hombre maduro del que era víctima su hermano y afirmó que ninguna mujer podía llegar al nivel que tuvo su primera esposa y mucho menos una tan joven, alguien que definitivamente estaba destinada a ser una amante.

– El destino la puso en tu camino para que tengas un amorío con el que recuerdes por qué vale la pena vivir –replicó Shuzou, con una alta dosis de cinismo–. Entiendo que quieras estar con una mujer de menor edad para sentirte joven, yo también he experimentado eso e incluso ahora mismo tengo una amante, más o menos de la misma edad que la tuya. Sin embargo, no tengo planes de hacerla mi esposa porque sé que sería ridículo e impropio el que quisiera casarme con alguien que no está a mi nivel.

Hatori se puso de mil colores al escuchar las palabras de su hermano. No sabía qué era lo que le indignaba más, que menospreciara el amor que tenía por Lily o que tan cínicamente Shuzou reconociera que tenía una amante.

– ¿Te parece que es más correcto que engañes a tu esposa y, peor aún, que lo reconozcas abiertamente, a que quiera casarme de nuevo? –cuestionó Hatori, enojado–. Yo al menos soy viudo.

– Por supuesto que sí, porque lo que deseas hacer es vergonzoso –aceptó Shuzou, sin inmutarse–. Si lo que quieres es casarte, búscate alguna viuda de entre las muchas que abundan en nuestro estatus social. Tampoco es que casarse con una viuda esté muy bien visto, pero al menos no será una mujer cualquiera.

– Deja ya de insultarme y de ofender a mi prometida. –Hatori decidió que había aguantado lo suficiente–. Vine a pedirte que me des tu aprobación, no a que menosprecies el amor que le tengo a Lily. Nunca te he pedido nada, siempre he acatado tus disposiciones, ésta es la única vez en la que estoy pidiendo que me apoyes en algo que es importante para mí.

– No estoy menospreciando el amor que le tienes, simplemente te digo que dejes de ser tan ingenuo y que hagas lo que se espera de ti: usa a esa muchacha para satisfacer tus deseos y déjala cuando te canses de ella –replicó Shuzou–. Aunque habrá quién te juzgue por tener de amante a alguien que no es de tu círculo social, será una censura menor a la que recibiremos si te casas con ella. Es todo el apoyo que te puedo ofrecer, no esperes más de mí.

– Ése es el problema, ¿no? –Hatori estaba furioso–. Que tu reputación se ensucie por lo que hace tu hermano.

– No tengo inconveniente en que actúes como imbécil, pero no vas a arrastrarme a tu juego. –La expresión de Shuzou se endureció–. Haz lo que quieras, cásate con una colegiala si es lo que deseas, pero no esperes que te apoye en esta estupidez ni tampoco obligues a tu hija a soportar esta vergüenza. Convenceré a Eriko de que vuelva a París para que no la sometas a la humillación pública de tu matrimonio. ¿Has pensado en qué dirá su esposo cuando se entere de lo que quieres hacer?

– Es curioso que digas eso, considerando que protestaste cuando supiste que ella iba a casarse con un futbolista mediocre sin fortuna propia –replicó Hatori–. ¿Y ahora te preocupa lo que Misaki pueda pensar de mi matrimonio?

– Deberías de pensar más en Eriko y en el hijo que espera –arguyó Shuzou e ignoró el reclamo, muy justificado, que acababa de hacerle Hatori, aunque su ceño fruncido denotaba su enojo–. Esa pobre criatura va a nacer en la ignominia.

Hatori se dio cuenta de que había perdido la batalla; había acudido a su hermano con la esperanza de recibir su autorización para casarse, a pesar de saber que Shuzou el intransigente jamás cambiaba de parecer cuando ya había tomado una decisión. ¿Qué lo hizo conservar una ínfima esperanza? Quizás el hecho de creer que para Shuzou sería más importante la felicidad de su hermano que las reglas de la sociedad, pero Hatori aceptó que había pecado de ingenuo. Shuozu, a su vez, estaba seguro de que su hermano entraría en razón y no se preocupó cuando éste se marchó sin despedirse, sin saber que ésa sólo sería la primera de muchas peleas fuertes que habría entre ellos a causa de la intransigencia del jefe de la familia Wakabayashi.

Aunque las cosas habían ido muy mal con Shuzou, Hatori esperaba que le resultasen mejor con Eriko. Cierto que ella fue la primera en negarse a la posibilidad de que Hatori volviera a casarse, pero él contaba con apelar a la relación de padre e hija, que se había fortalecido tras la muerte de Emiko, para conseguir su aprobación. Hatori estaba casi seguro de que Eriko acabaría aceptando a Lily, pues querría verlo feliz tras tantos años de soledad. No se daba cuenta de que Eriko no le habría aceptado a una madrastra ni aunque fuese de la misma edad que Hatori ni descendiente del mismísimo emperador de Japón, pues lo que ella deseaba era que su padre mantuviera intacto por siempre el recuerdo de su madre y que cerrara su corazón a alguien más. Eriko realmente creía que era una indecencia y una necedad el que Hatori, a su edad, quisiera enamorarse otra vez, como si el amor estuviese reservado a las personas jóvenes. Así pues, cuando Hatori fue a visitar a su hija y a su marido al departamento que alquilaron cuando llegaron a Japón, Eriko lo recibió en la puerta y se negó a dejarlo entrar, a menos que Hatori le prometiera que dejaría atrás su estúpida pretensión de casarse otra vez.

– Si insistes en convertir a esa mujer en mi madrastra, me declararé huérfana de padre y madre –declaró Eriko, sin titubear–. Mi tío Shuzou ha prometido que me apoyará, financiera y moralmente, si decides seguir adelante con esta tontería.

Ni siquiera Taro Misaki fue capaz de convencer a su caprichosa esposa y las peticiones de Hatori de que Eriko fuese razonable cayeron en saco vacío. A ella le desagradaba escuchar las afirmaciones que hacía su padre acerca de que tenía derecho a rehacer su vida con una mujer que lo amara y prácticamente le cerró la puerta en la cara. Molesto y desanimado, con la dignidad herida, Hatori regresó junto a Lily llevando las malas nuevas. Cansada por el drama que estaba suscitándose a raíz de su compromiso con ese hombre que prácticamente le doblaba la edad, Lily tuvo una crisis depresiva que casi la orilla a abandonar su relación con Hatori.

– A pesar de lo que digan las estúpidas canciones de enamorados y las tontas novelas románticas, el amor no debería de ser algo difícil –le dijo Lily a Hatori–. No estamos haciendo algo malo, pero tu familia nos trata como si fuéramos criminales y estoy harta.

– Seguiré intentándolo –resolvió Hatori–, no dejaré de insistir hasta que Shuzou y Eriko cambien de parecer. Y si no lo hacen, pues habrá que dejarlo ser, si me ponen a elegir entre ellos y tú, mi elección será obvia.

– Es que no tendrías por qué elegir entre tu hija y yo –replicó Lily, ofuscada–. No se supone que debas sacrificar algo para que podamos estar juntos, yo jamás te pediría que lo hicieras.

– Y por eso es que te escogería sin dudarlo –afirmó Hatori y la tomó de las manos.

– No, eso no está bien –insistió Lily–. Debe de haber otra solución.

Aunque Hatori le aseguró que lo había intentado todo, Lily decidió jugarse la carta de ir en persona a tratar de arreglar el asunto. Sabía que intentar hablar con Shuzou sería cosa menos que imposible, pues estaba segura de que él se negaría a recibirla, por lo que su jugada fue tratar de hacer las paces con Eriko con la intención de volverla, sino su amiga, al menos su aliada. Eriko, quien no esperaba que Lily se atreviera a hablar con ella en persona, no supo qué hacer pues la doctora la tomó desprevenida, lo que permitió que la mexicana consiguiera entrar al departamento de los Misaki con su actitud enérgica.

– No quiero que Hatori tenga que decidir entre las dos, no tiene por qué llegar el asunto hasta ese extremo –argumentó Lily, sin amedrentarse–. Las dos lo queremos, de distintas maneras pero lo queremos, y buscamos que sea feliz. ¿Para qué pelear, si las dos deseamos lo mismo?

– No te compares conmigo–. Eriko la miró con repulsión–. Si tú quisieras lo mejor para mi padre, no estarías aquí. ¡Qué atrevida eres al llamarlo por su nombre, como si tuvieras derecho a hacerlo!

– Sólo quiero llevar la fiesta en paz. –Lily hizo un esfuerzo para ignorar las provocaciones de Eriko–. Quiero que Hatori sea feliz.

– ¿Crees que voy a creer que mi padre de verdad te interesa como hombre? replicó Eriko, con el ceño fruncido–. Es obvio que sólo quieres nuestro dinero, es imposible que desees otra cosa de él.

– ¿Por qué lo dices con tanta seguridad? –cuestionó Lily, a su vez–. Tú no me conoces, no tienes derecho a decir eso sobre mí.

– No necesito conocerte para saber que no amas a mi papá –respondió Eriko, con desdén–. ¿Sabes por qué? Porque es im-po-si-ble, escúchalo bien, im-po-si-ble que alguien de su edad pueda llamar la atención de otra persona del sexo opuesto, su edad para cortejar a otras mujeres ya pasó.

– ¿Estás diciendo que consideras que tu padre, por ser un hombre mayor, ya no tiene derecho a enamorarse? –Lily estaba perpleja.

– Estoy diciendo que es una indecencia que mi papá pretenda enamorarse otra vez –aseguró Eriko, sin un ápice de duda–. Es un hombre mayor, como bien lo has dicho, que no tiene derecho a nada que no sea querer a sus nietos, el amor está reservado para las personas jóvenes y no para alguien de su edad. Por tanto, no creo que tú lo veas como hombre, evidentemente lo ves como una inversión a largo plazo.

– El amor no tiene edad –contradijo Lily, quien se maldijo interiormente por usar una frase tan trillada y que ella misma odiaba–. Hatori no es un anciano, es un médico magnífico que todavía tiene mucho por ofrecer. Además, ¿has dicho que lo veo como una inversión a largo plazo? ¡Lo que menos me interesa es su dinero!

– Eso te lo creerá otra persona pero no yo –la cortó bruscamente Eriko–. No importa lo mucho que intentes manipularme, sé bien que no eres más que una muerta de hambre que se va a aprovechar de la vejez de mi padre para salir del hoyo inmundo en el que siempre ha estado.

– ¡No me hables de esa manera! –Lily estaba al límite de su paciencia–. ¡No tienes derecho a insultarme!

– ¡Claro que tengo derecho a hacerlo! Eres tú la que se ha atrevido a hacer algo imperdonable –bufó Eriko, mirándola con desprecio–. Se te ve en la cara que eres una muerta de hambre, tu piel morena es la muestra más patente de que perteneces a los indios hambrientos que tanto abundan en tu asqueroso país de pobres.

La bofetada que Lily le dio resonó con tal fuerza que el sonido podría haberse confundido con el de un disparo. Eriko se quedó con la boca abierta, sin atinar a moverse por el dolor y la sorpresa, hasta que Lily la sacó de su estupor con un comentario burlón.

– Te va a costar trabajo taparte con maquillaje la marca que te ha dejado mi mano morena –dijo ella, sarcástica–. Y da gracias de que el resto de mi moreno cuerpo no te da la golpiza que mereces por racista, imbécil y malpensada; ganas no me faltan, pero así como me ves, tengo más clase y educación que tú.

Lily abandonó el departamento hecha una furia, decidida a casarse con Hatori aun así fuera lo último que hiciera en la vida. Sí había considerado terminar su relación con el neurocirujano debido a que no quería que él se viera obligado a elegir un bando, nadie debería de verse envuelto en una situación así, pero con lo que Eriko le había dicho, ese pensamiento se diluyó en su rabia. A Lily no le indignaban tanto los insultos que Eriko le había dado como sí lo hacía el hecho de que ella considerara que su padre era un anciano inmoral que no tenía derecho a enamorarse.

"Ahora me voy a casar con él para demostrarle que Hatori es un hombre que no ha perdido su valor sólo porque es mayor", se dijo Lily, con determinación feroz. "Ya no me va a importar si esa infeliz lo pone a elegir entre ella y yo".

Sin embargo, al reunirse con un ansioso Hatori, a Lily le asaltó el pensamiento de que quizás él no le creería lo que había sucedido con su hija, después de todo ese hombre había criado a Eriko y era casi seguro que se negaría a aceptar que ella fuese tan racista. Sin embargo, cuando Lily acabó de contarle lo ocurrido, Hatori suspiró con tristeza.

– Nunca le puse un alto a sus caprichos y ahora estoy pagando el precio –comentó él, decaído–. Siempre la dejé salirse con la suya y con eso la malcrié, la dejé creer que el mundo era como ella creía que era. Y tampoco le puse un freno a los comentarios discriminativos que Shuzou hacía delante de Eriko, esto también la hizo sentir que pertenece a una raza superior.

– ¿Y tú lo crees también? –preguntó Lily, tan ansiosa como él.

– ¿Tú qué crees? –Hatori la miró con desconsuelo–. ¿De verdad mi amor no ha sido suficiente para demostrarte que eso no me importa?

– Lo siento, no quise dudar de ti. –Lily agachó la cabeza–. Todo esto ha puesto a prueba mi determinación.

– No es culpa tuya, sino mía –aseguró Hatori y le acarició el rostro–. Como te he dicho, he sido yo el que empujó a Eriko a ser como es. Esto me parte el corazón, pero no puedo estar de acuerdo con los comentarios xenofóbicos de mi hija.

– ¿Y qué es lo que deseas hacer? –preguntó ella.

– Lo que he deseado desde hace algunos meses –sonrió Hatori–: Casarme contigo. Si tú todavía quieres, por supuesto.

– Claro que quiero –contestó Lily, sin titubear.

Hatori estaba convencido de que Eriko no le llamaría y él no intentó comunicarse con ella. Estaba dolido por el hecho de que su hija creyera que era un hombre acabado que no podía ofrecer más que ser un abuelo pasivo, así que se sentía con derecho a permanecer en orgulloso silencio. Sin embargo, por sobre todo le asombraba el hecho de que fuesen precisamente las palabras de Eriko las que convencieron a Lily de casarse, el espíritu de rebeldía de la mexicana la orillaba a hacer las cosas por orgullo, por darse el lujo de decir "sí pude, a pesar tuyo", que por otra cosa.

"Me recuerda a Genzo", pensó Hatori unos días después, mientras completaba los expedientes clínicos de sus pacientes en su consultorio. "Ese nivel de rebeldía lo he visto sólo otra vez en mi vida, en ese sobrino que se fue al otro lado del mundo, rechazando las imposiciones sociales, para ir a perseguir su sueño. ¿Y no es más o menos lo mismo que ha hecho Lily al venir a Japón, ir en contra de todo para cumplir su sueño?".

El médico tuvo la idea de que quizás Genzo estaría más dispuesto a apoyarlos, pues seguramente no estaría tan contaminado con los prejuicios raciales de Shuzou dado que llevaba muchos años viviendo en Europa; sin embargo, rápidamente la desechó debido a que no quería que su sobrino hiciera con su padre lo mismo que Eriko le hizo a él y tampoco le pareció prudente involucrarlo en una pelea que no era la suya.

"Además, no se me debe de olvidar que fue gracias a Genzo que Eriko acabó aceptando al que ahora es su esposo", pensó Hatori. "Viéndolo objetivamente, es más fácil que se ponga del lado de ella que del mío".

Era frustrante, ciertamente, que se tuviera que elegir un bando en una cuestión que debía ser de unión. En cualquier caso, lo mejor que podía hacer era mantener a Genzo fuera del lío que se estaba gestando, de todas formas él había dejado en claro que no le interesaba meterse en ese pleito familiar, a juzgar por el hecho de que todavía no se hubiese tomado la molestia de dar su opinión al respecto.

En ese momento, alguien tocó a la puerta de su consultorio y Hatori detuvo lo que estaba haciendo para decirle a quien quiera que estuviera del otro lado que podía pasar. Muy sorprendido se quedó el hombre cuando vio entrar a Taro Misaki, su yerno, quien al parecer iba solo.

– Buenas tardes, doctor Hatori –saludó Misaki, con mucha cordialidad–. ¿Está muy ocupado? Me gustaría hablar con usted.

– Puedo tomarme un descanso –respondió Hatori, preocupado, y le señaló una silla antes de continuar–: Toma asiento por favor. ¿Ocurre algo? ¿Eriko está bien?

– Está perfectamente, tanto como puede estarlo una embarazada de cuatro meses –rio Taro, avergonzado, al tiempo en que se sentaba en la silla que le señaló su suegro– No es por ella por lo que estoy aquí, vine por… otra cuestión…

– Me imagino lo que es –suspiró Hatori, apesadumbrado–. ¿Quieres un café? Nos va a hacer falta.

En realidad, lo que Hatori hubiese querido era tomarse un wiski o un sake, pero estaba en horario laboral y lo tenía prohibido. Misaki miró mientras su suegro, con manos temblorosas, servía dos cafés en sendas tazas de porcelana de imitación. Darle a conocer la decisión que había tomado iba a costarle mucho trabajo, pero era la mejor opción para todos. Al joven le habría gustado apoyar abiertamente a su suegro, pero sabía que no sería posible.

Taro y Eriko se conocieron un par de años atrás en Lyon, Francia, durante un viaje que ella hizo a Europa. Misaki se sintió atraído por la joven en cuanto la vio, pero tenía poco de haber cerrado el círculo de una relación que no acabó bien así que pretendía llevarse las cosas con calma para evitar otro fracaso amoroso. Eriko fue más clara: no estaba interesada en conocer al muchacho que chocó con ella en una calle de Lyon por estar distraído y que además de todo había hecho gala de una enorme descortesía al ponerse a husmear entre sus cosas sin permiso. Posiblemente las cosas no hubiesen llegado a más, tanto por las negativas de Eriko como por la renuencia a Taro a ser herido otra vez, si no fuera porque los dos descubrieron que tenían un importante conocido en común, el portero que jugaba en Alemania y que era primo de una y compañero de Selección del otro, es decir, Genzo Wakabayashi. Fue gracias a Genzo que la relación entre esos dos floreció, pues Eriko bajó sus defensas al enterarse de que el entrometido majadero que conoció en Lyon no era un vagabundo ni un asesino en potencia (hay que decirlo, ella no tenía idea de que Misaki era jugador profesional del París Saint Germain), y Taro pudo llevarse el asunto con calma pues ya no existía el riesgo de que ella desapareciera sin dejar rastro, bastaba con acosar a Wakabayashi para que volviera a ponerlos en contacto.

Tras esto, no hizo falta más que un fugaz romance para que Taro y Eriko reconocieran que estaban hechos el uno para la otra y decidieran casarse, tras lo cual ella se mudó a Francia para acompañar a su marido en su carrera futbolística; a pesar de la distancia, Eriko había seguido manteniendo un contacto constante con su padre e incluso regresaba a Japón cada tres meses para pasar unos días con él, pero la noticia de que Hatori quería casarse con una mujer mucho más joven la tomó desprevenida en París mientras descansaba a causa de su primer embarazo. Esto no evitó, por supuesto, que Eriko hiciera las maletas y arrastrara a Taro consigo hasta Japón para evitar el desastre. Sin embargo, lo cierto era que el que Hatori se hubiese enamorado no era un desastre, Taro así lo creía, por mucho que la mujer dueña de su amor fuese veintitantos años más joven que el médico, pero estaba consciente de que ni él sería capaz de hacérselo entender a Eriko.

– ¿Y bien? ¿A qué has venido, Taro? –preguntó Hatori, una vez que ambos tuvieron una taza de café en las manos–. ¿Te ha mandado Eriko?

"¿A hacerme un último reclamo?".

– No, ella no sabe que estoy aquí, vine por mi cuenta –aclaró Taro, mientras revolvía el café con la cucharilla–. Quiero decirle que no estoy en contra de lo que quiere hacer, no le veo lo malo a que quiera casarse y rehacer su vida con otra mujer, tiene derecho a ser feliz.

– ¿Aunque esa mujer tenga la misma edad que mi hija? –cuestionó Hatori, con más dureza de la que pretendía.

– Mi padre también se enamoró de una mujer más joven, una que tiene edad para ser su hija, y ambos son muy felices –contestó Taro, con una sonrisa–. Yo fui el primero en apoyar su relación, así que sería muy hipócrita que lo condenara por hacer lo mismo.

Misaki, obviamente, omitió mencionar que la nueva esposa de su padre había sido su novia primero. ¿Para qué dar detalles incómodos e innecesarios?

– Entiendo. –Hatori sonrió también–. Gracias por tu apoyo, es más importante de lo que crees.

– Me hubiera gustado convencer a Eriko de que no está mal que la doctora Del Valle y usted se quieran casar, pero ya sabe cómo es de terca y obstinada –continuó Taro, tras sorber su café–. Creo que también está herida porque piensa que ha dejado a su madre de lado por culpa de la doctora y yo no sé cómo hacerle comprender que una cosa no tiene que ver con la otra.

– Amé mucho a Emiko y eso Eriko lo sabe –comenzó a justificarse Hatori–. Y que yo me haya enamorado de Lily no significa que ese amor va a desaparecer, pero Emiko ya no está y he tenido la fortuna de encontrar a otra mujer que me ofrece una segunda oportunidad para ser feliz y…

– No tiene por qué darme explicaciones, no las necesito ni las merezco –lo interrumpió Taro, con amabilidad–. Como le dije, yo entiendo que una cosa no va ligada a la otra, pero Eriko no. Y no creo que vaya a comprenderlo pronto.

– No, no va a hacerlo –asintió Hatori, apesadumbrado–. Quizás nunca lo haga y no podemos pasarnos toda la vida en una discusión sin final. ¿Qué es lo que piensas al respecto?

– Yo también creo que las cosas no van a cambiar y, por tanto, considero que lo mejor que puedo hacer es llevármela de regreso a París –respondió Misaki, serio–. El embarazo avanza y este estrés no le está haciendo bien, espero que pueda comprenderlo.

– Lo hago –suspiró Hatori–. Yo ya lo había pensado también, que lo mejor es que regresen a Francia. Cuídalos bien, por favor.

Hatori se preguntó si Misaki estaba enterado del intercambio que tuvieron Eriko y Lily, pero se abstuvo de preguntárselo. Para qué, si las cosas no iban a cambiar sabiéndolo, era preferible no tocar un tema que seguramente resultaba incómodo para los dos.

– Eso téngalo por seguro –Misaki volvió a sonreír–. Le prometo que será el primero en enterarse cuando ella entre en trabajo de parto.

– Gracias –dijo el hombre, quien se preguntó si llegaría a conocer a su nieto.

Taro dejó sobre el escritorio la taza de café a medio terminar, se puso en pie y le tendió la mano a Hatori, quien se la estrechó.

– No le quito más su tiempo, doctor –comentó el joven–. Si puedo convencer a Eriko a tiempo, estaremos de regreso para su boda.

– Muy bien –aceptó Hatori, a sabiendas de que eso no sucedería–. De lo contrario, nos veremos cuando nazca el bebé.

– Hasta entonces. –Taro hizo una pequeña reverencia–. Le deseo mucha felicidad en su matrimonio, doctor Hatori.

Aunque la idea de dejar que Eriko se marchara de Japón sin haber hecho las paces con ella le rompía el corazón, Hatori estaba consciente de que ésa era la mejor decisión, al menos por el momento. Si Eriko no hubiese estado embarazada, probablemente Hatori habría intentado presionarla, pero no quería que el agobio le ocasionara una amenaza de aborto. Así pues, le gustara o no, tendría que confiar en que Misaki la cuidaría como se merecía, con la esperanza de que además lograra convencer a Eriko de que le diera una oportunidad al segundo matrimonio de su padre.

No fue sino hasta que Misaki se hubo marchado que Hatori notó que él no había mencionado a Genzo, a pesar de que Eriko era muy apegada a él y que, por consecuente, Taro y ella lo visitaban con frecuencia. Si había alguien que podía hacer cambiar de idea a Eriko (además de Misaki), ése era Genzo, pero Hatori no sabía a quién apoyaba su sobrino. Sin embargo, tras descubrir que Taro estaba de su lado, el galeno se volvió a preguntar si sería tan mala idea que intentara convencer a Genzo de que lo ayudara. Quizás, entre Misaki y él lograrían que Eriko cambiara de parecer con respecto a Lily.

"Deja a Genzo fuera de esto", le reconvino a Hatori la voz de su conciencia. "Que tu yerno esté de tu lado no significa que tu sobrino también lo estará".

Sin embargo, en algún rincón de su mente esa idea seguiría estando latente.

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Genzo alcanzó a llegar al templo budista antes de que comenzara la ceremonia; él echó un rápido vistazo y no vio a la doctora Del Valle, lo cual le sorprendió y durante unos segundos se preguntó si su padre se habría salido con la suya y consiguió evitar que estuviera presente, hasta que recordó que él debía seguir en el hospital y que difícilmente podría hacer algo desde allá, a menos que Shuichi hubiese aceptado seguirle el juego.

– A pesar de todo, lograste –le dijo Misaki, a manera de saludo–. ¿Estás bien?

– Sí, sólo me quedé dormido –respondió Wakabayashi–. Ya sabes, el maldito jet lag.

– Sí, lo supusimos, por eso te hablé hasta que me di cuenta de que se te estaba haciendo tarde. –Taro sonrió a medias–. Espero que al menos hayas descansado, que el espectáculo apenas comienza.

– No veo a la doctora por aquí –señaló Genzo–. ¿Pasó algo durante mi ausencia?

– No, que yo sepa, debe de estar manteniéndose apartada para evitar roces innecesarios –suspiró Misaki–. Espero que esta vez te comportes mejor, Wakabayashi.

– Deja de actuar como si fueras mi padre –gruñó Genzo, aunque se acordó de que le debía una disculpa a Lily.

En ese momento, apareció Elieth en su campo de visión, acompañada por su padre, un hombre alto y rubio de mediana edad. Rémy Shanks fue el primero que vio a Genzo y lo saludó con un gesto de cabeza, y éste se disculpó entonces con Misaki para ir a hablar con él. Rémy mostró una auténtica felicidad al verlo y le dio un abrazo fraternal, manifestando su sorpresa por verlo ahí.

– Hacía muchos años que no te veía, Genzo –dijo Rémy, sin mala intención–. Me da gusto que hayas podido venir al funeral, dado que no tuviste oportunidad de acudir a la boda de Hatori y Lily.

– Es lo mínimo que podía hacer –contestó Genzo, quien se sintió avergonzado por la mirada recriminatoria que le lanzó Elieth.

Shuichi, en su función de líder provisional de la familia Wakabayashi, se acercó para darle la bienvenida a Rémy, situación que el portero aprovechó para hacerle una señal a Elieth y darle a entender que quería hablar con ella a solas. La joven lo siguió a regañadientes, quizás porque presentía que esa charla no iba por buen rumbo.

– Espero que hayas descansado bien –comentó Elieth, con voz neutra–, me parece que te va a hacer falta.

– Qué curioso, algo similar me ha dicho Misaki –suspiró Genzo–. No sabía que Rémy iba a venir, por cierto.

– Como ya bien sabes, era amigo de tu tío así que era de esperarse –aclaró Elieth–. Supongo que me has pedido que nos alejemos para decirme algo, ¿de qué se trata?

– Quisiera preguntarte varias cosas sobre la doctora Del Valle, aunque no sé qué de todo me puedas responder –contestó él–. Tengo muchas dudas y poca información al respecto.

– Pues empieza, quizás pueda aclararte más dudas de las que crees –sugirió Elieth–. Pero te advierto que si se te ocurre preguntarme si Lily planeó casarse con tu tío para quedarse con su dinero, te dejaré hablando solo.

– Siendo honesto, ni yo creo eso, no estoy seguro de habérmelo creído alguna vez –replicó Wakabayashi–. No conozco a la doctora, pero no me parece que sea de ese tipo de mujer y su historia nunca me cuadró en ese cuento.

– ¡Vaya! ¡Hasta que se te ocurrió usar esa cosa viscosa que tienes en el cráneo y que sirve para pensar! –exclamó Elieth, burlona.

– Sin embargo –la interrumpió el portero, antes de que ella pudiera agregar algo más–, aunque no creo que se haya casado con mi tío por su dinero, sí me pregunto si ella lo habrá hecho para escalar posiciones en su trabajo. Me parece que es una mujer ambiciosa en cuanto a metas se refiere y ésa podría haber sido una de sus tácticas para alcanzarlas.

– ¿Qué cosa? –A Elieth le sorprendió tanto la pregunta que lo miró atónita unos momentos antes de continuar–: ¿De verdad crees que Lily sería capaz de hacer algo así?

– No la conozco –repitió Genzo–, pero evidentemente es una mujer decidida y de carácter fuerte, incluso me atrevo a asegurar que es ambiciosa en el plano profesional o no habría venido a Japón a realizar su especialidad. ¿Qué tendría de extraño que se valiera de un matrimonio para obtener lo que quiere, en un país en donde una mujer consigue llegar más lejos si la apoya su esposo?

– ¿Eso ha sido idea tuya o se le ocurrió a alguno de tus hermanos? –Elieth contestó con otra pregunta.

– Fue idea de un amigo mío –aclaró Genzo, casi sin pensar–. Schneider se llama.

– Pues ese Schneider sí que es idiota –refunfuñó Elieth–. Lo que ha dicho es una estupidez.

– ¿Por qué? –insistió Wakabayashi–. Realmente tienes poco de conocer a la doctora, ¿por qué la defiendes tanto?

– Porque si hubieses estado aquí cuando tu tío aún vivía, te habrías dado cuenta de que ellos se querían de verdad –rebatió Elieth–. Es cierto que no conozco a Lily desde hace mucho, pero no me hace falta para saber que ella no enamoraría a alguien para salirse con la suya. ¿Y sabes por qué estoy tan segura de eso? Porque Lily renunció temporalmente a su residencia médica cuando Hatori empeoró para cuidar de él. ¿Crees que eso lo haría una mujer que se casó para escalar posiciones en su trabajo?

– No –admitió Genzo, tras un instante de silencio–. Por mucho que quisiera mantener las apariencias, me parece demasiado sacrificio.

– Al menos lo reconoces –suspiró la francesa–. Pero lo que sí me extraña es que te estés interesando tanto en esto ahora, cuando antes no te importaba un comino.

– No sé si la doctora te lo ha contado ya, pero tengo mis motivos –replicó el portero e ignoró el reclamo de su amiga a pesar de saber que lo que le iba a decir empeoraría sus quejas–. Mi tío me pidió que estuviera aquí para la lectura de su testamento y me gustaría saber por qué.

– ¿Qué cosa? –exclamó Elieth–. ¿Por qué hizo eso? ¿Lily lo sabe?

– Como dije, yo también deseo saberlo –contestó Genzo, pacientemente–. La doctora sabe ya que él me mandó llamar, porque yo se lo conté, pero no estaba enterada de que lo hizo, está tan perdida en este asunto como lo estoy yo.

– Ah, ¿entonces es por eso que estás aquí? –cuestionó la rubia–. ¿Por eso viniste?

– No te voy a negar que, si no fuera por ese detalle, me habría ahorrado este drama familiar –asintió Genzo.

Parecía que Elieth iba a soltar algún reclamo, pero entonces Eiji les hizo señas para avisarles que el servicio religioso estaba por comenzar y no tuvo más remedio que quedarse callada. Lily hizo acto de presencia en ese momento, usando un vestido negro sencillo y elegante, muy apropiado para la ocasión, que acompañó con un discreto collar de perlas. Se había recogido el largo cabello en la nuca y su apariencia general era la de una respetable viuda, incluso tenía el aire de una persona de mayor edad a la suya; sin embargo, lo que más le llamó la atención al portero era que la doctora se veía muy pálida, tanto que llegó a temer que fuese a vomitar en cualquier momento. Quizás por esto, Wakabayashi no le quitó la mirada de encima en el tiempo en el que duró el servicio, aunque Lily consiguió mantener la compostura.

Tras el servicio religioso, el cuerpo de Hatori fue llevado al crematorio, de donde serían recogidas sus cenizas para llevarlas después a su lugar de descanso definitivo. Esto desencadenó una nueva disputa entre los Wakabayashi, pues Eriko no permitiría que su padre descansara en otro sitio que no fuese el mausoleo familiar.

– No me importa si esa mujer no está de acuerdo, papá no va a acabar en un cementerio ubicado al otro lado del mundo –soltó Eriko, en voz lo suficientemente alta como para que Lily la escuchara.

– Eso sería muy difícil –respondió Eiji, mientras se ajustaba los lentes sobre el puente de la nariz–. Ella tendría que pedir permisos para sacar los restos y…

– Era algo retórico, Eiji –lo amonestó Shuichi, molesto por su sarcasmo.

– Sólo decía –Eiji se encogió de hombros–. Pero, ¿y si nuestra tía quiere conservar las cenizas? Tal vez no en un cementerio mexicano, pero podría ser que tuviera planes de ponerle un altar al tío.

– Es posible –admitió Misaki–. ¿Se lo han preguntado?

– Estaría en su derecho –replicó Shuichi, a pesar de las protestas de Eriko–. No se lo hemos preguntado, yo no al menos, aunque lo lógico y más cómodo para todos, incluyéndola, es que las cenizas se queden en el mausoleo familiar.

– Quizás tenga un sitio preparado para él, alguna cripta en donde después alguien pueda colocar sus propias cenizas junto a las de su marido –sugirió Taro, pensativo–. No suena tan descabellado.

– ¿Qué cosa? –Eriko se escandalizó–. ¡Eso sería ridículo!

– No, no suena descabellado –rebatió Genzo–. Y ridículo es que estemos sacando conclusiones en vez de hablar con ella directamente. Iré a preguntarle qué desea hacer, así nos libramos de este problema de una buena vez.

Y sin esperar respuesta, el portero echó a andar hacia el sitio en donde Lily esperaba a solas (Elieth y Rémy estaban haciéndose cargo de un asunto urgente de la embajada francesa), recargada contra una de las columnas del lugar. Había algo en su actitud que la hacía lucir vulnerable, como si fuera a deshacerse en cualquier momento y Genzo se preguntó si debía llamar a un médico. Sin embargo, en cuanto Lily se dio cuenta de que él se dirigía hacia ella, recompuso su postura y volvió a mostrar su armadura defensiva.

– Disculpe que la moleste otra vez, doctora Del Valle –la abordó Genzo con mucha cortesía–, pero tengo una pregunta acerca de las cenizas de mi tío.

– ¿Qué quiere saber, eh, señor Wakabayashi? –inquirió Lily, incómoda, aunque no quedó claro si fue por la pregunta que Genzo deseaba hacerle o porque no sabía cómo dirigirse a él.

– Puede llamarme Genzo, dado que aquí todos somos Wakabayashi –ofreció él; cuando ella asintió con la cabeza, continuó–: Supongo que ya ha pensado en qué va a hacer con las cenizas, nos gustaría saber si tiene alguna cripta en dónde ponerlas o si querrá colocarlas en un altar en su hogar.

– No tengo un lugar reservado aquí en Japón, ni tampoco en México, para resumidas cuentas –respondió Lily; si bien ella no lo dijo, su expresión parecía decir que, a su edad, nadie piensa en comprar criptas–. Y en mi país los altares tienen otro significado y no se colocan todo el año, así que no me entusiasma la idea de tener sus cenizas en un altar. Lo que Hatori y yo acordamos fue que sus restos serían colocados junto a las de su primera esposa, en el mausoleo de su familia, a menos que estén ustedes en contra.

– ¿En verdad? –Esta contestación asombró a Genzo–. No, por supuesto que no estamos en contra de eso, todo lo contrario, estábamos pensando en que sería lo mejor que…

– Sí, ya me imagino lo que ustedes creen que es lo mejor –lo interrumpió Lily, pero después se mordió la lengua–. Lo siento, no debí hacer eso, fue grosero de mi parte.

– No hay problema –aseguró Genzo–. ¿Está segura de que eso es lo que desea hacer?

– Lo estoy –repitió Lily, seria–. Creo que Hatori se sentirá mejor si descansa junto a la primera mujer que amó y realmente no me importa en dónde reposen sus restos. Para mí, las cenizas sólo son eso, cenizas, las personas son lo que son cuando están vivas, no muertas. Y todo el amor que le podía dar a Hatori se lo di estando vivo, no necesito seguirlo llorando después de muerto, así que sí, estoy segura de que quiero que sus cenizas se las queden ustedes.

Genzo se quedó callado y la miró con tanta intensidad que Lily comenzó a ponerse nerviosa. Los ojos de ese hombre la perturbaban más de lo que quería admitir, ¿qué rayos le pasaba? Esa sensación no la experimentaba ni con Shuichi ni con Eiji, ninguno de los dos la intimidaba, pero con Genzo era diferente, quizás precisamente porque no buscaba intimidarla sino, quizás, averiguar qué pasaba por su cabeza. Era como si el tercer sobrino de Hatori buscase saber qué había detrás de su matrimonio con Lily, en vez de creerse al cien por ciento lo que su familia le contó.

"Si esto es cierto, ¿por qué me inquieta tanto?", se preguntó la médica. "Debería de tomarlo como algo positivo, no como un motivo para alterarme…".

– ¿Dije algo impropio? –preguntó, incómoda.

– No, doctora –suspiró Genzo y cesó de escrutarla con la mirada–, por supuesto que no. Le agradezco de verdad su amabilidad.

– No hay de qué –contestó Lily y empezó a caminar para alejarse de ese sobrino que tanto la turbaba–. Ahora, si me disculpa, iré a buscar a Elieth.

Pero Lily no pudo dar más de dos pasos antes de que la traicionaran las piernas; desde antes del servicio religioso que ella ya estaba experimentando mareos y un cansancio que le pesaba en los párpados, aunque había logrado contenerse. En ese momento, empero, el mundo comenzó a girar a su alrededor y Lily sucumbió al pánico de tener que pasar por la vergüenza de desmayarse frente a su detestable familia política. Sin embargo, antes de que sus rodillas tocaran el suelo, ella sintió que alguien la sostenía para evitar que cayera y después la levantaba en brazos.

– Ya se me hacía que su palidez no era natural, doctora –musitó Genzo, su inesperado (o tal vez no tanto) rescatador, quien la cargó en sus brazos con relativa facilidad–. ¿Por qué no dijo que se sentía mal?

– Porque no me siento mal –replicó Lily, mientras cerraba los ojos ante el intenso cansancio que la invadió–. Sólo tuve un momento de debilidad.

– Entiendo que sienta la necesidad de estar en pie de guerra todo el tiempo –replicó Genzo, sin inmutarse–. Mi familia la ha estado atacando de manera constante y por lo mismo está a la defensiva, pero aunque no he sido particularmente amable con usted, créame cuando le digo que puede confiar en mí, no voy a permitir que alguien la agreda, por lo menos hasta que sea capaz de volver a ponerse de pie y tomar el hacha de guerra para hacernos picadillo a todos.

Lily quiso protestar (e incluso reír, pues le hizo gracia el comentario final de Genzo), pero se sintió tan débil que le pareció que hasta hablar iba a costarle mucha energía, así que se quedó callada. Además, se sintió inesperadamente segura entre los brazos de ese pariente político desconocido y se dejó llevar. Su propio cansancio, o tal vez la sensación de sentirse a salvo, la hizo apoyar la cabeza en el pecho de Genzo, que resultó ser sorprendentemente cálido y mucho más musculoso que el de Hatori.

"Debe ser porque hace deporte…", pensó Lily, tras lo cual se recriminó por tener ese tipo de pensamientos acerca de su sobrino.

Una de las empleadas del crematorio vio a Genzo cargando a la viuda del difunto y se apresuró a auxiliarlo, mostrándole hacia dónde podía llevar a Lily a reposar. Así también, le informó que contaban con los servicios de un médico y que podía mandarlo traer si lo necesitaba. Al parecer, era cosa común que las personas se pusieran mal en ese tipo de situaciones (lo cual era de esperarse) y por tanto el crematorio ya estaba preparado para cualquier eventualidad.

– No necesito un médico, me basta con descansar un momento –musitó Lily, con los ojos cerrados.

– Llámelo, por favor –le pidió Genzo a la empleada, tras lo cual se dirigió a Lily–: No sea tan terca, doctora, sabe que lo mejor que puede hacer es permitir que el médico la revise.

– Yo soy médico y no necesito que otro doctor compruebe que lo que digo es correcto –replicó Lily, sin dar su brazo a torcer.

– Cuando era niño, mi tío Hatori me aseguró que los médicos son los peores pacientes –comentó Genzo, mordaz–. Y me estoy dando cuenta de que tenía razón.

Esto hizo que Lily soltara una exclamación indefinible; Genzo no supo si se trató de una queja de enojo o de fastidio, o si incluso fue una risa disfrazada, pero ella no volvió a protestar. Para llegar a la habitación en donde se llevaba a los dolientes que se sentían mal, Genzo tuvo que pasar cerca del lugar en donde sus familiares esperaban, así que no pudo evitar que éstos se enteraran de lo que estaba sucediendo. Con el rabillo del ojo, él alcanzó a ver la expresión de indignada sorpresa que apareció en el rostro de Eriko y Genzo temió que fuese a decir alguna imprudencia, así que se apresuró a desaparecer de su campo de visión. Otro empleado ya los estaba esperando a la entrada del cuarto y les abrió la puerta para que Wakabayashi pudiera pasar con su carga en brazos, la cual depositó en un diván. Lily se acomodó y se soltó el moño que le sujetaba el cabello, lo cual la hizo suspirar de alivio.

– ¿Quiere que llame a algún familiar? –preguntó el empleado, solícito.

– Avisen a Elieth que estoy aquí, por favor –pidió Lily–. Quiero que esté alguien conmigo, pero no deseo que acuda una desconocida empleada japonesa, sin ofender.

– No esperaba menos de usted –se mofó Wakabayashi, aunque sin mala intención.

El empleado salió de la habitación, aunque no cerró la puerta. Gracias a esto, a lo lejos se escuchó la voz de Eriko, quien preguntó a grandes voces, con dramatismo exagerado, si acaso ese desmayo se debía a que Lily estaba embarazada de su padre, un pensamiento que secundó Hotaru, la esposa de Shuichi. Genzo se sintió molesto por el comentario y tuvo que hacer un esfuerzo para no ir a exigirle a Eriko que cerrara la boca; en vez de eso, optó por cerrar bien la puerta.

– ¿Qué esa mujer no sabe quedarse callada? –exclamó Lily, enojada–. Es una estupidez que crea que estoy embarazada, ella sabe muy bien el estado en el que estuvo Hatori en sus últimos días y por tanto debe de saber que lo que dice es imposible.

Genzo no contestó, sorprendido por el inexplicable alivio que sintió al escuchar estas palabras. Esto opacó otro pensamiento más coherente, al que no habría de ponerle la atención necesaria a pesar de que la requería: ¿La doctora sabía que Eriko sí pudo despedirse de su padre? ¿No se suponía que Eriko había tenido que visitar a Hatori de contrabando para que Lily no se enterara?

– ¿Tiene idea de qué pudo haberle ocasionado este desmayo, doctora? –inquirió el portero, más preocupado de lo que quería reconocer.

– No fue un desmayo, no perdí el conocimiento –lo corrigió Lily–. En todo caso, puedo asegurarle que no fue porque esté embarazada, porque no lo estoy.

– Supongo entonces que se le bajó la presión –sugirió Genzo–. ¿A qué hora fue la última vez que comió?

– No hace mucho, cuando me fui del velatorio para darme un baño –contestó Lily.

– ¿No hace mucho? ¡Han pasado unas ocho horas cuando menos! –exclamó Genzo–. ¿No me dijo que debía comer y que era importante que no me propasara?

– ¿Ya pasaron ocho horas desde entonces? –Lily se asombró e hizo unos cálculos rápidos–. ¿No fueron menos?

– No, y por eso es que se ha puesto mal –la amonestó Wakabayashi, quien se acordó de las barras energéticas que traía en los bolsillos del pantalón y las sacó–. Lo dicho, los médicos son los peores pacientes y, por lo que veo, usted es de las que no siguen sus propios consejos.

– Han pasado demasiadas cosas como para que esté al pendiente de cuándo fue la última vez que comí –se defendió ella, cuyo rostro enrojeció notoriamente.

– Bonita justificación, pero no se la acepto. –Genzo le ofreció las barritas–. Cómase esto, de algo servirán.

Lily le lanzó una mirada furibunda mientras consideraba si debía rechazarlas o aceptarlas; al final, decidió que él no tenía dobles intenciones y tomó las barras, después de lo cual comenzó a comérselas con la actitud de una niña regañada. En esos momentos, ella se veía tan frágil que Genzo quiso ayudarla de alguna manera, aunque fuese asegurándose de que comiera adecuadamente.

– ¿Siempre carga comida en las bolsas del pantalón? –preguntó ella, cuando acabó la primera barrita.

– Sólo en ocasiones especiales –respondió él–. Sirvió de algo que lo hiciera, ¿no?

– Le daré la razón por esta vez –cedió Lily, quien estaba más hambrienta de lo que quería admitir.

En ese momento alguien tocó a la puerta; temiendo que se tratara de alguno de sus hermanos o, peor todavía, de Eriko, Genzo la abrió con cautela. Sin embargo, quien estaba del otro lado era la empleada que lo había socorrido la primera vez; ella le entregó un vaso lleno de té verde para que se lo diera a Lily y le informó que el médico acudiría pronto. Wakabayashi recibió la bebida, le dio las gracias y cerró la puerta antes de que alguien más se acercara a ver lo que ocurría.

– Tómeselo, le caerá bien –ordenó Genzo y le dio el vaso a Lily.

– Gracias –aceptó ella con humildad y empezó a beberse el té a sorbitos.

En el silencio que siguió después, Genzo se preguntó si ése sería un buen momento para disculparse con Lily y reconoció que nunca habría uno adecuado, estando tan tensas las cosas, así que se animó a hablar.

– Aprovechando que estamos solos, doctora, quiero disculparme por lo que le dije del Porsche –comentó él, serio–. Sé que la insulté y me disculpo por ello; independientemente de cómo pagó usted ese auto, no es asunto mío si usó o no el dinero de mi tío.

Lily, que no esperaba esto, se le quedó viendo con las cejas alzadas por la sorpresa, mientras Genzo realizaba una pequeña reverencia. Éste se asombró de que, a pesar de tantos años de estar viviendo en Europa, todavía le salieran las costumbres japonesas de vez en cuando.

– Vaya, no esperaba eso –admitió Lily–. Eh, ¿me lo está diciendo en serio?

– Por supuesto –respondió él–. ¿Por qué no habría de hacerlo?

– No estoy acostumbrada a que… –empezó a decir ella, pero se interrumpió–. Bien, no importa, le agradezco las disculpas y se las acepto.

Fue algo simple, pero Genzo se dio cuenta de que Lily había bajado ligeramente sus defensas y se sintió mejor por haber hecho lo correcto, no sólo porque de verdad que no era su problema averiguar cómo había obtenido ella el Porsche, sino también porque cada vez le convencía menos la idea de que se había casado con Hatori por interés.

– Ya que hemos hecho un alto a las hostilidades, me gustaría preguntarle una cosa, si no tiene inconveniente –aventuró Wakabayashi, con actitud pacífica–. Sólo quiero aclarar algunas dudas.

– Mientras no sea de dónde saqué el Porsche o por qué no he comido, todo bien –suspiró Lily.

– No es eso. –Genzo reprimió una sonrisa–. Quiero saber si de verdad no le incomoda que las cenizas de mi tío reposen al lado de las de mi tía Emiko. Si lo prefiere, podríamos solicitar que la mitad de las cenizas sean trasladadas a una segunda urna, para que se quede usted con ella.

– No, gracias, no necesito tener la mitad de sus restos –negó Lily–. De verdad que no tengo en dónde enterrarlos y no deseo guardarlos en mi hogar.

– ¿Y no le molesta que nunca pueda rezarle? –insistió él–. Si Hatori va a parar al mausoleo de los Wakabayashi, usted no podrá visitarlo.

– No es algo que me preocupe, ¿sabe? –aseguró Lily–. Fue verdad lo que dije acerca de que un sacerdote que conocimos en el hospital convirtió a Hatori al cristianismo, yo no tuve algo que ver en eso. No soy una persona creyente, particularmente no creo que al morir vayamos a otro lugar místico, creo que simplemente dejamos de existir y el cuerpo que se queda atrás terminará convirtiéndose en polvo que no tendrá más significado que ése, ser polvo. Por eso pienso que no tiene caso rezar y hablar con alguien que se ha ido, no hay pruebas de que la otra persona pueda escuchar. Así que, ¿para qué quiero las cenizas de Hatori? Todo lo que deseaba decirle se lo dije en su momento, cuando él todavía podía oírme.

Genzo esbozó una media sonrisa, mientras meditaba la respuesta que ella acababa de darle; no se dio cuenta de su expresión hasta que la médica se lo señaló con cierta acidez.

– ¿Le resultó tan divertido lo que acabo de decir? –preguntó Lily, ofuscada.

– ¿Qué? No, no creo que haya sido divertido –negó el portero–. Me resultó curioso notar que su manera de pensar se parece mucho a la mía. Yo tampoco creo que sirva de algo hablar con los muertos porque es casi seguro que no nos escucharán, pienso que quien lo hace busca acallar su conciencia y nada más; una vez muerto alguien, ya no hay tiempo para lamentaciones ni recriminaciones. Creo que me causó gracia pensar en que tal vez algunos de mis familiares es lo que buscan, calmar sus propias conciencias.

– Ya veo. –Esta vez fue Lily la que reprimió una sonrisa, pues la verdad que él acababa de decir tenía un cierto cinismo sutil que le agradó.

"Vaya que se tarda ese médico", pensó Genzo, mientras echaba un vistazo a su reloj. "Han pasado casi diez minutos y sospecho que Shuichi no tardará en venir a preguntar qué está sucediendo aquí".

– Hatori me dijo que podía confiar en usted –Repentinamente, Lily soltó una confesión que sacó a Genzo de su equilibrio–. Me aseguró muchas veces que, si algún día me encontraba en problemas, podría llamarle y que me ayudaría sin dudarlo.

– ¿Qué? –exclamó él, asombrado por la declaración–. ¿Eso le dijo mi tío?

– Sí –asintió ella, clavando la vista en el vaso casi vacío–. Pero yo no le creí, aunque nunca se lo hice saber.

– ¿Por qué no le creyó? –Él sintió una punzada de decepción.

– Porque no acudió a nuestra boda, ni llamó cuando Hatori se enfermó –contestó Lily, sin mirarlo–. Eso me hizo llegar a la conclusión de que, si no estuvo presente en esos momentos tan importantes, no acudiría en mi auxilio.

– Si estuve ausente fue porque… –empezó a justificarse Genzo, pero se detuvo. Una vez más, le fastidió que otra vez le echaran en cara su falta de interés, aunque esta vez el fastidio venía combinado con una pequeña dosis recriminación hacia sí mismo–. No voy a mentirle, doctora, no estuve presente en esos momentos importantes por una razón egoísta, no quise inmiscuirme en una pelea que no era la mía. Mi familia exigía que eligiera un bando y yo no entendía por qué debía hacerlo, pues nunca fue mi problema lo que mi tío decidiera hacer con su vida. Quisiera decirle algo que sonara menos ruin, pero es la verdad y no la alteraré sólo para quedar bien con usted.

Lily lo miró con una expresión difícil de definir y abrió la boca para decir algo, pero alguien volvió a tocar la puerta y Genzo no tuvo más remedio que abrir. Sin embargo, tampoco esta vez se trataba de Shuichi, por fortuna, sino de Elieth, quien había terminado sus pendientes tan rápido como había podido para ir al lado de su amiga; junto con ella, ella venía un hombre de mediana edad que aseguró ser el médico.

– Creo que ya somos demasiados aquí, así que me retiro –sentenció el portero–. La dejo en buenas manos, doctora.

– Gracias, Genzo –respondió Lily, escuetamente.

Era la primera vez que ella lo llamaba por su nombre y él correspondió con una inclinación de cabeza, tras lo cual salió, tratando de ignorar la agradable sensación que lo invadió gracias a ese detalle. Desandando el camino que había hecho para llegar hasta ahí, Genzo se encontró con Shuichi, Eiji, Eriko y Taro, quienes tenían toda la pinta de querer ir a ver lo que ocurría.

– Déjenla en paz un rato, Shuichi, ustedes sí que son asfixiantes. –Genzo los frenó en seco y les habló con brusquedad–. Ella no está embarazada y está de acuerdo en que las cenizas de nuestro tío se queden en el mausoleo familiar, lo demás no les importa.

Él vio cómo Shuichi abrió mucho los ojos por el asombro, pero no se quedó a esperar su respuesta. Sabía que se había propasado con Misaki y Eiji, que no habían hecho gran cosa, pero le fastidiaba que ninguno de los dos tuviera el valor suficiente para ponerles un alto a Shuichi y a Eriko, así que, a su parecer, también se merecían el regaño. No pasó mucho antes de que Genzo reconociera que otra vez había sido grosero y sabía que esta vez no podía echarle la culpa al jet lag.

"Quizás empiezo a sentir pena por Lily", pensó. "Quizás es que este asunto es una mierda".

Sin embargo, el confirmar que Lily no esperaba un hijo de Hatori y que éste podría quedarse en la cripta de los Wakabayashi bastó para calmar a Eriko, quien dejó de comunicarse a gritos. En cualquier caso, Genzo procuró mantenerse alejado de cualquier ser vivo para evitar recriminaciones y se limitó a pasear por un jardincito adyacente al crematorio, hasta que vio que Lily y Elieth aparecieron y se sentaron en una banca vacía. Wakabayashi consideró la opción de marcharse para no incomodar, pero ambas mujeres le sonrieron sin mala intención, así que concluyó que su presencia no le molestaba a ninguna. Aun así, se mantuvo a prudente distancia para no escucharlas por accidente y evitar que volvieran a acusarlo de ser un espía. Mucho tiempo después, el empleado de la funeraria apareció para decirles que el proceso había concluido y que era necesario continuar con el ritual. Como Elieth le hizo una seña, Genzo se acercó a ellas para acompañarlas al interior.

– ¿Ya se siente mejor, doctora? –preguntó él.

– Gracias a sus barritas energéticas, sí –respondió Lily.

– Me da gusto saberlo –aseguró el portero, con sinceridad.

Tras sonreírle brevemente, Lily se adelantó para regresar al edificio cuanto antes, pero Elieth ajustó su paso al de Genzo para decirle unas cuantas palabras.

– Gracias por ayudarla – susurró Elieth –. Me agrada comprobar que no has cambiado tanto, te portaste bien esta vez.

– Parece como si estuvieras comparándome con un perro –replicó él, sin malicia–. Sólo te falta decirme que fui un buen chico.

– No tanto, pero casi –sonrió Elieth –. No lo dije con mala intención, sino como un comentario cariñoso a un amigo al que aprecio y del que me complace averiguar que sigue siendo una buena persona.

En ese momento, Genzo recordó el comentario de Lily acerca de que Hatori le aseguró que podía confiar en él y no pudo evitar preguntarse por qué su tío estaba tan seguro de eso.

Tras la cremación de los restos, se espera que los familiares directos del difunto recojan los huesos con palillos para colocarlos en la urna funeraria. En teoría, deberían de ser Shuzou y Lily los que lo hicieran, por ser el único hermano y la viuda del difunto, pero dado que Shuzou no estaba ahí, dicha labor le tocaba a Shuichi, el hijo mayor del susodicho. Sin embargo, cuando llegó el momento, Shuichi no se movió ni Eiji tampoco lo hizo, y por supuesto que Eriko y Taro tampoco dieron un paso al frente. Esto sulfuró a Genzo, a quien le pareció idiota que ellos siguieran interponiendo sus prejuicios por encima del amor que se suponía que le tenían a Hatori. Lily, lejos de incomodarse, comenzó a trasladar ella sola los huesos de su esposo y esto le bastó a Genzo para acercarse, tomar otro par de palillos y ayudarla con el procedimiento. Mientras ambos trasladaban uno de los huesos, siguiendo un orden ascendente (de los pies a la cabeza), ella lo miró con agradecimiento. Avergonzado, quizás, por el hecho de que su hermano menor hubiese mostrado más madurez que él, Shuichi reaccionó y al fin se dispuso a ayudar, y tras él lo hizo Eiji; fue hasta que casi acababan el proceso que Eriko también se atrevió a acercarse.

Una vez que la transferencia de los restos quedó solucionada, Genzo se sintió libre y no dudó en desaparecer antes de que cualquiera de sus familiares lo abordara; se sentía agotado y con pocos deseos de discutir, además de que no quería disculparse por haberles dicho que eran asfixiantes, le sería difícil encontrar una justificación de por qué dijo eso sin que pensaran que lo hizo para defender a Lily. Así pues, tras despedirse se dirigió directamente a su hotel para comer y después volverse a dormir. Tenía ganas de hablar con Schneider para expresarle sus ideas, pero como de cualquier manera en Alemania ya era de noche, tendría que esperar unas cuantas horas para poder hacerlo.

Esa noche, Genzo soñó con Hatori; en ese sueño, que no duró más que unos minutos, Hatori se limitó a sonreírle a su sobrino con amabilidad, casi con agradecimiento, aunque sin pronunciar palabra. Sin embargo, aunque en su momento se mostró sorprendido (sin estar del todo consciente de que no era algo real), al despertar Genzo ya había olvidado el sueño.


Notas:

– Por lo regular, los familiares de un fallecido no aguardan en el crematorio a que el proceso de incineración termine, pero no quería hacer demasiados cambios de escenario y por eso hice que todos los personajes se quedaran en el crematorio a esperar.