Capítulo 4.

La lectura del testamento de Hatori Wakabayashi estaba programada para el día después de su funeral pero, debido a que Shuzou continuaba hospitalizado, se pospuso para tres días después ya que era necesario que todos los que llevaran el apellido Wakabayashi estuvieran presentes, así lo había dispuesto el difunto. En ese lapso, las cenizas de Hatori se llevaron a la cripta en donde ya descansaban las de Emiko, su primera esposa. Como era de esperarse, la doctora Del Valle no estuvo presente durante este pequeño evento privado, lo que a Genzo y a Taro les causó desazón.

– Después de lo que me contaste acerca de lo que ella piensa con respecto a las cenizas, estamos de acuerdo en que ésta es la mejor opción para mi suegro –señaló Misaki, mientras él y Genzo abandonaban el recinto, caminando detrás de Shuichi, Eiji y Eriko–, pero siento que hay algo mal con el hecho de que ni siquiera haya podido estar presente.

– Mi padre habría sido capaz de venir con todo y suero en la vena para impedir que entrara aquí –replicó Wakabayashi–. No estoy seguro de querer ver eso.

– Bueno, yo no dije que el que la doctora acudiese fuera lo más correcto, simplemente siento que el que no viniese fue incorrecto –puntualizó Taro–. Entiendes lo que quiero decir, ¿no?

– Creo que sí –asintió el portero y, sin que viniera a cuento, añadió–: Le comenté que podía quedarse con parte de las cenizas, si quería, pero se negó.

– Es lo más lógico, ¿no? –repuso Misaki, a quien la cuestión le parecía obvia–. No creo que quiera andar de aquí para allá cargando con una urna que contiene las cenizas de su primer esposo.

– ¿Primer? – A Genzo no se le escapó la acotación.

– Sí, primer esposo –reafirmó Taro–. ¿O qué esperas que ella haga, que se quede viuda toda su vida? Es muy joven todavía, es seguro que va a volver a casarse en algún momento.

– No había llegado tan lejos en ese punto –replicó Genzo, con el ceño fruncido–. Que quiera ser amable con ella no significa que me interese lo que haga con su vida a partir de ahora.

Sin embargo, no podía evitar preguntarse qué pensaría Eriko con respecto a que su joven madrastra consiguiera una nueva pareja; seguramente la pondría muy feliz, aunque eso no evitaría que Lily se quedara con la mitad de la fortuna de Hatori.

"Pero el simple hecho de que ella deje de ser la viuda de Hatori Wakabayashi para convertirse en esposa de alguien más pondría a Eriko a bailar de la alegría", pensó Genzo, con acidez. "Creo que el que la doctora se haya convertido en una Wakabayashi es una de las cosas que más enojan a Eriko".

En el lapso de esos tres días en los que tuvo que esperar para que tuviera lugar la lectura del testamento, Genzo fue al hospital en dos ocasiones a visitar a su padre; durante esas visitas, Shuzou no paró de despotricar contra su cuñada, furioso ante el hecho de que su cuñada pudiera salirse con la suya. Lo que más le molestaba al hombre era el que Lily iba a quedarse con la mansión, valorada en millones de yenes, en la que Hatori había vivido hasta el último de sus días y en el que había criado a su hija, que además estaba ubicada en el distrito residencial de Gaienmae, uno de los más lujosos de Tokio.

– Eriko tiene derecho a quedarse con esa mansión y criar ahí a sus propios hijos –repetía Shuzou una y otra vez–. Esa mujer no la merece ni la necesita, ni siquiera tuvo hijos con Hatori.

– Papá, Eriko está viviendo en Francia. –Genzo se sentía en la obligación de recordarle a su padre esta cuestión–. Dudo mucho que vaya a mudarse otra vez para ocupar esa casa.

– En algún momento regresará y entonces no tendrá en dónde vivir –insistió Shuzou–. ¡Esa mujer no puede salirse con la suya!

El portero llegó a preguntarse qué habría sucedido entre su padre y la doctora Del Valle para que ambos se odiaran con tanta intensidad. Lily había hablado poco de él, pero dejó bien en claro que Shuzou era persona non grata para ella; a su vez, Shuzou no se cansaba de externar su desprecio por su cuñada y, por si faltaran pruebas, estaba el tenso enfrentamiento que protagonizaron cuando Genzo llegó a la funeraria. Definitivamente algo había ocurrido entre Shuzou y Lily, pero sería difícil averiguar qué era.

– Eriko me contó que la doctora interpuso una denuncia en tu contra, algo de que tenías prohibido acercarte a mi tío –comenzó a decir Genzo; se abstuvo (y se abstendría a partir de ese momento) de usar la palabra "tía" cuando se refiriera a Lily–. ¿Es verdad?

– ¿Qué? –Shuzou se desconcertó momentáneamente, algo que no pasó desapercibido para Genzo–. Ah, sí, sí es verdad. ¡Tenía prohibido acercarme a mi propio hermano! ¡Me parece inconcebible!

– ¿Y a causa de qué fue? –insistió el portero, decidido a averiguar lo que pudiera–. Tuvo que haber dado una justificación fuerte para que la denuncia procediera.

– ¡Yo qué voy a saber, esa mujer está loca! –respondió Shuzou, exaltándose–. Le lavó el cerebro a Hatori y lo convenció de que yo era una amenaza para ella; lo cierto es que intentó seducirme y para evitar que la pusiera en evidencia, me acusó a mí primero. ¡Es totalmente inaceptable que Hatori le haya creído a ella en vez de a mí!

Genzo notó que a su padre lo había incomodado la pregunta, lo suficiente para que alcanzara a contradecirse, pues primero aseguró no saber la razón por la cual Lily lo denunció, para después acusarla de haber querido seducirlo. No había que ser un genio para darse cuenta de que Shuzou estaba deformando la verdad, pero Genzo no consideró conveniente continuarlo presionando de momento ni mucho menos hacerle saber lo que pensaba.

– Entiendo –contestó Genzo, de manera neutral.

– Ten cuidado con esa mujer –le advirtió Shuzou–. No es de fiar.

Aunque así fuera, estaba de más que Shuzou le hiciese esa aclaración, no era como si Lily pretendiera seducir al sobrino político que seguía soltero.

– Por lo menos, es un alivio saber que ella no está esperando un hijo de Hatori –señaló Shuzou, ansioso de cambiar el tema; era obvio que alguien, probablemente Shuichi, le había informado ya de lo ocurrido en el crematorio–. Eso le daría a Eriko otro golpe, la herencia se le reduciría a una cuarta parte de lo que le corresponde por derecho.

Según las leyes japonesas, la mitad de la fortuna de un difunto estaba destinada a la esposa, mientras que la otra mitad se repartiría equitativamente entre sus hijos. De esta manera, si Lily hubiese dado a luz un hijo de Hatori, se habría quedado con tres cuartas partes de su dinero, mientras que la cuarta parte restante sería para Eriko. Considerando que, en algún momento de su vida, Eriko fue la heredera del cien por ciento de la fortuna de su padre, esta posibilidad le habría afectado mucho de haberse producido. Genzo pensó que, si ésa hubiese sido la jugada de la doctora Del Valle desde un inicio, es decir, quedarse con tres cuartas partes del dinero de Hatori, se habría embarazado desde antes de que éste se enfermara para asegurar la herencia, pero prefirió no comentarlo con Shuzou.

– Eso es algo que ya no te debe de preocupar, papá –respondió Genzo, con parsimonia–. No pasó y ya es imposible que ocurra.

– Sí, por fortuna –rezongó Shuzou.

Hablar con su padre no fue particularmente placentero, pero a Genzo le daba gusto que él se mantuviera estable en cuanto a salud física se refiere. Seguía incomodándole el hecho de saber que Shuzou le estaba mintiendo, pero por el momento deseaba dejarlo pasar, por lo menos hasta que se leyera el testamento de Hatori.

Esa noche, Wakabayashi volvió a llamarle a Schneider para mantenerlo actualizado del drama familiar, algo que estaba haciendo prácticamente a diario, no tanto porque necesitara darle un reporte a su capitán sino porque buscaba descargarse con alguien que no estuviese involucrado. Karl escuchaba con bastante interés (hasta podría decirse que con algo de morbo) todos los sucesos por los que Genzo tuvo que pasar desde que llegó a Japón y se atrevió a hacerle un par de preguntas para aclarar cualquier punto y tratar de darle algún consejo.

– En resumidas cuentas, esa tía tuya no es una oportunista que anda tras el dinero de tu tío –remarcó Karl.

– No, cada vez lo veo menos probable –negó Wakabayashi–. De ser así, se habría apresurado a tener un hijo antes de que él falleciera para poder quedarse legalmente con más parte de la fortuna.

– Pudo ser un mero error de cálculo, quién sabe –sugirió Karl–. Tal vez la enfermedad la tomó por sorpresa, aunque tengo que admitir que se habría embarazado incluso antes de casarse de haber estado buscando eso. ¿Y qué me dices de mi teoría acerca de que se casó para impulsar su carrera? ¿Es más probable?

– Se lo pregunté a una amiga de la infancia a la que me encontré en el funeral, quien casualmente también es amiga de la doctora y que conoció su relación con mi tío –contestó Wakabayashi, con un dejo de burla–. Y ella cree que eres un idiota por pensar eso.

– ¿Qué? –protestó el alemán–. ¿Por qué ha dicho eso? ¡Sólo estoy siendo objetivo! Además, si dices que es amiga suya, seguramente se está dejando llevar por el cariño que le tiene, está siendo muy subjetiva.

– Mi amiga dice que eres un idiota porque tu teoría es absurda. –Genzo se echó a reír–. No te voy a negar que también pienso que ella puede estar hablando desde su perspectiva, pero qué más da. Elieth no lo ve probable y yo confío en su criterio, no es del tipo de personas que se dejarían engañar tan fácilmente.

– Si tú lo dices –bufó Karl.

– Sólo falta un día para que el testamento se lea, de cualquier manera –continuó Wakabayashi–. Sólo un día para que yo me entere de para qué me hizo venir mi tío y entonces podré volver a Alemania y olvidar este problema.

– Me cuesta creer que nadie haya podido decirte la razón por la cual él quiso que estuvieses allá para su funeral –comentó Schneider–. ¿Ni siquiera su viuda lo sabe?

– Ella fue la más sorprendida –suspiró Genzo–. Lo que sea que haya planeado Hatori, no se lo dijo más que a su abogado, al parecer.

– Eso me parece muy extraño –opinó el alemán–. ¿Qué cosa tan importante puede querer tu tío de ti como para que no se lo haya contado ni a su esposa?

– Ese misterio es lo que me mantiene aquí –repuso Genzo, al tiempo en el que una voz en su cabeza lo llamaba mentiroso.

– Sí, lo sé –replicó Karl–. Ya lo averiguarás dentro de poco. Mantenme informado y procura no tardar tanto en volver, que tu reemplazo se está cansando de sustituirte, aunque tengo que admitir que se lesiona menos.

– Qué gracioso –gruñó Genzo, mientras Karl se echaba a reír.

Durante esos tres días, Genzo no vio a Lily ni tuvo noticias de ella. En algún momento se le pasó por la mente la idea de llamarle por teléfono para preguntarle cómo estaba, pero no tenía su número y no quería levantar suspicacias pidiéndoselo a alguien más, por no decir que no estaba seguro de que alguien de su familia lo tuviera. En vez de eso, Genzo le mandó mensajes a Elieth, aprovechando que ella ya le había dado su número, para preguntarle indirectamente por Lily; sin que viniera a cuento, él le pidió a Elieth que se asegurara de que la doctora estuviese comiendo bien, a pesar de saber que la advertencia estaba de más. Si Elieth sospechó cuáles eran sus intenciones, no se lo hizo saber.

"Sólo un día más y esto habrá acabado", se dijo Genzo a sí mismo, para darse ánimos. "En cuanto cumpla con la última voluntad de mi tío, cualquiera que ésta sea, me marcharé y no volveré a menos que sea estrictamente necesario".

Al día siguiente, los miembros de la familia Wakabayashi se reunieron por fin para la lectura del testamento de Hatori. Shuzou apareció con aire de digno convaleciente y aseguró sentirse mejor, lo cual ya casi todos los presentes sabían. Aunque sus estudios descartaron el riesgo de un infarto, Shuichi aseguró que lo enviaría a casa o de vuelta al hospital si comenzaba a alterarse, como sutil recordatorio de que debía guardar la compostura. Sin embargo, por mucho que Eriko y Shuzou protestaran, los dos sabían que había poco por hacer ya que legalmente sería muy difícil que evitaran que Lily se llevara la parte de la fortuna que le correspondía.

– Intenté convencer a Eriko de que lo mejor que puede hacer es ignorar a su madrastra y pasar el trago amargo lo antes posible –le comentó Misaki a Wakabayashi, mientras esperaban a que el asunto comenzara–, pero tiene demasiadas ganas de pelear.

– No entiendo qué ganará con eso –opinó Genzo–. Debería de estar consciente de que le pudo haber ido peor.

– ¿A qué te refieres con eso? –preguntó Taro y alzó las cejas.

– A que, si la doctora hubiese tenido hijos con mi tío, Eriko habría terminado con una porción ínfima de la herencia –contestó el portero.

– Ah, eso. Yo también lo pensé, se lo hice saber y no le gustó la idea. –Misaki esbozó una sonrisa irónica–. ¿Y sabes qué me contestó? Que eso habría sido imposible, porque a su padre ya no le funcionaba aquello.

– No me imagino a Eriko diciendo eso. –Genzo tuvo ganas de reírse.

– Oh, lo dijo con esas u otras palabras, qué más da. –Taro esbozó una sonrisa burlona–. Lo que importa es que no sé si verdaderamente ella así lo creía o si ansiaba creérselo.

– Pero cuando la doctora casi se desmaya en el crematorio, Eriko sí pensó que podría estar embarazada, lo gritó lo bastante alto como para que todos la escucháramos –señaló Wakabayashi–. Lo recuerdo muy bien, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer?

– Ah, es que esa idea no fue de ella sino de una de tus cuñadas –explicó Misaki–. Me parece que fue Hotaru la que preguntó primero si acaso la doctora Lily no se habría puesto enferma debido a que estaba embarazada y Eriko no necesito de más para secundarla en la idea, pero lo cierto es que no piensa que realmente su padre haya sido capaz de hacerlo, como si a su edad ya hubiese estado incapacitado para esas cosas.

– Hmm –gruñó Genzo, incómodo.

– Aunque si quieres que sea honesto, creo que ése fue el punto detonante entre mi suegro y Eriko: que ella pensara que estaba acabado y viejo, lo suficiente para que fuese imposible que alguien lo amara como hombre –finalizó Taro.

– No debe de ser una sensación agradable para nadie –admitió Wakabayashi–. Concuerdo en que Eriko fue demasiado lejos en esa cuestión.

– Yo trato de ponerme en los zapatos de ambos y ver las cosas desde la perspectiva de cada uno –suspiró Misaki–. Eriko puede tener razones para sentirse amenazada, pero si yo fuese Hatori, vaya que me habría sentido muy halagado de que una mujer más joven y bonita se hubiera fijado en mí.

– Suponiendo que realmente se hubiese fijado en él –replicó Genzo, sin pensar.

– ¿Sigues creyendo que tu tía se casó por interés? –Taro lo miró con expresión de desconcierto.

– No me hagas caso, sólo hablaba por hablar –cortó el portero, sin ánimos de discutir.

En ese momento, Eriko apareció y comenzó a buscar a su esposo con la mirada. Taro encaminó entonces sus pasos hacia ella, mientras que Genzo hizo exactamente lo opuesto para no tener que escuchar las quejas de su prima. Casi de inmediato, Eiji le hizo señas a su hermano menor para que se acercara y éste no tuvo más remedio que obedecer.

– ¿Has visto a nuestra tía? –preguntó Eiji, haciendo énfasis en la palabra "tía"–. Ya debería de estar aquí.

– No la he visto desde la cremación –respondió Genzo, frunciendo el ceño–. No debe de tardar en llegar. ¿Es lo único que querías preguntarme?

– No, también quería decirte que me sorprendió tu manera de comportarte en el crematorio –continuó Eiji–. Fuiste más maduro que cualquiera de nosotros, no lo esperaba de ti.

– Vaya, pues gracias por la confianza –soltó Genzo, con sarcasmo.

– No lo digo con mala intención –aclaró Eiji–. El que te acercaras a ayudar a recoger los huesos de nuestro tío le hizo notar a Shuichi su mala actitud y bueno, también a mí, para qué negarlo. Admito que nos dejamos llevar demasiado en una situación incorrecta, todos nos negamos a compartir los palillos con nuestra tía.

Genzo entendió que su hermano se refería a la superstición que se tiene en Japón acerca de que es de mala suerte que dos personas tomen con palillos una misma cosa al mismo tiempo; la única vez en la que esto se permite es precisamente cuando se tienen que recoger los huesos cremados de un familiar fallecido.

– Al menos te diste cuenta –señaló el portero–. Además de ser una superstición sin sentido, fue una falta de respeto.

– Ya te dije que nos dejamos llevar –replicó Eiji–. Es difícil no hacerlo con los desplantes de Eriko, además de que las quejas de nuestro padre son casi imposibles de ignorar. Y si para mí es difícil, no me imagino cómo se ha de sentir Shuichi, que tiene más presión por ser el mayor.

– Supongo –aceptó Genzo, a medias.

– No sé cómo es que has conseguido mantenerte inmune, con todo lo que te hemos bombardeado sobre ella. –Aunque no lo especificó, quedaba claro que Eiji se refería a Lily–. Pero lo más sorprendente es que hayas conseguido tener tan buena afinidad con ella.

– Yo no tengo buena afinidad con la doctora. –Genzo alzó las cejas–. Honestamente no creo que me soporte.

– No soporta a ninguno de los Wakabayashi que quedamos con vida –replicó Eiji–. Todavía así, de entre todos tú eres el que más ha congeniado con ella, la ayudaste cuando tuvo su desmayo y eres al único al que ha respondido sin pelear, me atrevo incluso a decir que eres el Wakabayashi que ella actualmente más acepta.

– No te va a gustar lo que voy a decirte, pero no hice más que lo que la decencia me impulsó a hacer –repuso Genzo –. Ayudar a alguien que se siente mal no es ser excesivamente acomedido sino sólo comportarse como una persona decente; la cuestión está en que ustedes no habrían movido un dedo para ayudarla y por eso llama tanto la atención que yo sí lo haya hecho.

– Tienes razón: no me ha gustado lo que has dicho –sonrió Eiji y se ajustó los lentes–. Pero acepto la crítica, tienes razón.

– Me está empezando a parecer de mal gusto esta comedia familiar –suspiró Genzo, con hastío–. Quiero que acabe ya.

– Ya somos dos –admitió Eiji, en voz baja–. Nos habríamos ahorrado este lío si el tío hubiera aceptado tener una amante en vez de una esposa.

– ¿Te refieres a una amante que no fuese la doctora Del Valle? –cuestionó Genzo, sorprendido.

– No. Me refiero a que habría sido más fácil si él hubiera tomado a la doctora como amante y no como esposa –rectificó Eiji–. Pero se enamoró y la cosa acabó de forma muy diferente.

– ¿Y por qué habría de haber pasado eso? –insistió Genzo–. La doctora no parece ser del tipo de mujer que aceptaría ser la amante de alguien.

– No la conoces como para asegurar que no lo haría –replicó Eiji.

– Ni tú tampoco como para asegurar que sí lo haría –contravino Genzo.

– Te doy la razón en eso. –Eiji se encogió de hombros–. No sé qué habrá pensado ella, puede ser que para nuestra tía no sea normal tener de amante a alguien que podría ser su padre, yo qué sé, pero no es raro que alguien de la edad y la posición del tío tenga de amante a una mujer más joven. Después de todo, le vendría de familia.

– ¿Qué quieres decir con eso? –Genzo, que no esperaba esto, sintió como si un cubo de hielo le hubiese caído en el estómago–. ¿Me estás diciendo que papá tiene una amante?

– No una, sino varias, aunque no todas a la vez, las ha repartido por temporadas. –Eiji lo miró con compasión–. ¿Realmente te sorprende? Como te dije, es algo normal, papá cambia a la de turno cuando se harta de ella y él esperaba que el tío hiciera lo mismo con la doctora.

– ¿Y Shuichi y tú lo aceptan sin problemas, que papá tenga amantes? –se indignó el portero–. ¿Qué hay de mamá?

– ¿Realmente crees que alguno de nosotros podría reclamarle algo a padre o pedirle que piense en madre? –cuestionó Eiji–. Tú lo conoces tan bien como nosotros y sabes que no es posible dialogar con él, mucho menos si se trata de su vida personal. Además: ¿Serías capaz de decirle a mamá que nuestro padre lleva años engañándola?

– No –admitió Genzo, tras pensarlo durante unos segundos–. ¿Por qué me estás contando esto ahora?

– Lamento si te bajé de la nube en la que estabas, hermanito, pero creo que ya estás lo suficientemente grande para que conozcas la inmundicia familiar. –Eiji le palmeó el hombro–. Sólo decía que habría habido menos problemas si Hatori hubiese aceptado tener a la doctora como amante; no me creas al cien por ciento, pero mucho me temo que la restricción que interpuso el tío contra padre fue por una pelea que tuvieron en relación a esto.

El portero recordó que Shuzou le contó que la razón fue que Lily intentó seducirlo y que convenció a Hatori de que la cosa había sido al revés. ¿Quién estaría diciendo la verdad? Era difícil definirlo. A pesar de esto, lo que a Genzo más le incomodaba en esos momentos era el haberse enterado de que su padre tenía una amante, no, peor todavía, que había tenido varias desde hacía años y que sus hermanos lo veían como algo perfectamente normal, al grado de que casi hubieran deseado que Hatori hubiese hecho lo mismo en vez de haberse casado. A Genzo le parecía tremendamente cínico que su padre tuviese el coraje de atacar a su hermano por haber encontrado una segunda esposa más joven, cuando él engañaba a su propia esposa.

Inconscientemente, mientras pensaba en esto, Genzo desvió la mirada hacia su madre y ésta, al sentir que alguien la observaba, alzó la cabeza y al ver a su hijo le sonrió, con la confianza del que nada sabe y, por tanto, nada teme. El portero correspondió a su sonrisa y trató de comportarse con naturalidad, aunque por dentro tenía muchos deseos de gritarle a Shuzou.

"¿Por qué soy el único que piensa que esto está mal?", se preguntó, mientras miraba a sus hermanos. "¿Será que actuaría igual que ellos si me hubiese quedado a vivir en Japón?".

Los minutos transcurrían y Lily no aparecía; ninguno de los presentes tenía manera de contactarla, pues todos afirmaron no saber su número de teléfono y ni siquiera podían asegurar si continuaba viviendo en la mansión de Hatori.

– Por supuesto que sigue viviendo en mi casa, no la va a soltar tan fácilmente –protestó Eriko.

– La casa queda bastante lejos, así que si la doctora viene desde allá, se tomará su tiempo en llegar –señaló Taro, con suavidad–. O tal vez no ha salido de trabajar.

– Que yo sepa, no está trabajando –añadió Genzo, sin detenerse a pensarlo–. Tengo entendido que renunció para cuidar a mi tío.

Esta pequeña declaración ocasionó que en la sala se instaurara el silencio. Fue así como el portero descubrió que su familia no conocía este detalle.

– ¿Quién te dijo eso? –quiso saber Shuichi.

– Elieth –respondió Genzo, incómodo–. Ella es amiga suya, así que debe de estar enterada de eso.

– ¡Patrañas! –exclamó Eriko, tras otro instante de silencio–. ¡A esa mujer no le interesaba mi padre!

– Elieth no gana algo mintiendo –intervino Eiji, serio–. Dudo que ella saque algún beneficio defendiéndola.

Ante esta afirmación, nadie tuvo una réplica que sonara convincente, así que todos volvieron a quedarse callados. Genzo notó entonces que Shuzou se había abstenido de opinar y que incluso hizo un gesto de desagrado cuando él hizo la aclaración sobre Lily.

– Tú sí lo sabías, ¿verdad, papá? –preguntó Genzo, sin contemplaciones–. No pareces sorprendido.

– Conozco muchos rumores sobre esa mujer. –Shuzou le lanzó una mirada iracunda–. No significa que todos sean ciertos.

Shuzou volvió a tener esa actitud esquiva que mostró en el hospital cuando Genzo le preguntó por qué Hatori había interpuesto una demanda en su contra, lo que significaba que otra vez estaba alterando la verdad.

– Suponiendo que eso sea cierto, ¿qué? –Eriko fue quien cortó el silencio–. Eso no cambia nada.

Antes de que cualquiera pudiera responder, apareció el señor Takamura, el abogado de Hatori Wakabayashi, y preguntó si ya estaban presentes todos los familiares del difunto. Shuichi tuvo que aclarar que faltaba la viuda, de la cual nadie tenía idea de en dónde se podía encontrar. El abogado no estaba feliz con esta contrariedad, pues la viuda era una de las principales beneficiadas y con su ausencia se retrasaría el papeleo correspondiente.

– Si no está presente es cosa suya –dijo Shuzou, enérgico–. Ella sabía que la lectura se haría este día y a esta hora, si no llega a tiempo es su problema.

– Me temo que las cosas no son tan simples –negó el señor Takamura–. Tengo indicaciones estrictas de que el testamento del doctor Hatori no sea leído si la señora Wakabayashi, su viuda, no está presente.

– ¿Qué? –exclamó Shuzou–. ¿Quién lo dispuso así?

– El difunto doctor Hatori, evidentemente –respondió el abogado y se ajustó los lentes sobre el puente de la nariz–. Él sabía que podrían presionar a su esposa para que no acudiera y por tanto dio esa indicación. Si ella no está, el testamento no se lee y los bienes se congelarán por tiempo indefinido.

– ¿Qué? –Eriko saltó–. ¡Esto es inaudito!

– Y tal vez hasta ilegal –reclamó Shuzou.

– Son las indicaciones que tengo –reafirmó el señor Takamura, sin inmutarse.

Eiji, Genzo y Shuichi se miraron y llegaron a la misma conclusión: había que localizar a la doctora para que pudieran salir de ese asunto cuanto antes, pues de nada les iba a servir protestar, legalmente hablando el señor Takamura tenía el poder para hacer cumplir la voluntad del difunto. Genzo estaba por marcarle a Elieth para preguntarle el número de teléfono de Lily, cuando llegó a toda prisa un hombre de piel clara, ojos verdes y cabello entrecano, a pesar de que no debía tener más de cuarenta y cinco años, quien llevaba un maletín de cuero en la mano y en el rostro la expresión de alguien que va a hacer algo que no desea hacer.

– Disculpen la tardanza, el tráfico estuvo imposible –se disculpó el hombre, en un inglés marcado por un suave acento francés–. Soy Marcel Dubois, abogado de la doctora Del Valle.

– ¿En dónde se encuentra ella? –quiso saber el señor Takamura, mosqueado por la presencia del otro abogado–. ¿Viene con usted?

– No, ella no va a venir –respondió Dubois, incómodo–. Dice que no está interesada en los bienes que le haya podido heredar su esposo y que cede todos sus derechos a su familia.

– ¿Qué cosa? –exclamó Shuichi, perplejo, manifestando en voz alta lo que los demás pensaron–. ¿Es una broma?

– No, no lo es –negó Marcel–. Por eso estoy aquí, para decirles que mi clienta sólo quiere conservar objetos personales como ropa, libros y algunos regalos que le hizo su difunto esposo.

– Esto es increíble –manifestó Shuichi–. ¿Está seguro de que ésos son los deseos de su clienta, señor Dubois?

– Tan seguro como que soy francés –asintió Marcel–. La doctora Del Valle no está interesada en la herencia de su difunto esposo ni tampoco busca quedarse con alguno de los inmuebles que estaban a su nombre.

– ¡Qué buena noticia! Me quedo con todo –manifestó Eriko, con alegría malsana.

Genzo tuvo ganas de gritar. Eriko estaba comenzando a desesperarlo, ella sabía mejor que nadie que no podía quitarle a Lily la parte de la herencia que le correspondía, aunque si renunciaba a ella, otra cosa sería. ¿Por qué tenían que ser las cosas tan complicadas? Eiji pareció tener el mismo pensamiento, pues añadió a continuación:

– No puedes peleársela legalmente hablando, pero si la doctora renuncia a ella, otra cosa será. ¿No es así, señor Takamura?

Llamaba la atención que Eiji no se atreviera a llamar a Lily como "nuestra tía" delante de Eriko y de Shuzou. Al parecer, no era tan suicida como Genzo pensaba.

– Eso sería si el doctor Hatori no hubiese especificado que ella debe recibir su proporción o todo será donado a la caridad –negó el señor Takamura–. Esas dos condiciones son irrefutables: la doctora Del Valle debe de estar presente en la lectura y debe aceptar su parte de la fortuna, o los bienes se repartirán en distintas instituciones de beneficencia a nivel mundial.

Esto ocasionó un coro de protestas lideradas por Eriko, pero el señor Takamura se mantuvo incólume: ésa era la voluntad de Hatori y debía respetarse como tal.

– Evidentemente hizo esto porque sabía que papá iba a mover sus influencias para dejar a nuestra tía sin un centavo –murmuró Eiji a Genzo–. Y como Eriko tiene un fideicomiso, no le afectará que no reciba su parte de la herencia, simplemente no será tan rica como desea.

– No dejó nada al azar –reconoció Genzo–. La cuestión es: ¿La doctora está enterada de esto y por eso no ha venido?

– No me sorprendería en lo más mínimo –replicó Eiji.

Tomando ventaja del alboroto general, Genzo se acercó al señor Takamura para preguntarle directamente lo que le interesaba saber, es decir, qué era lo que Hatori quería de él.

– ¡Ah! Usted debe de ser Genzo, el sobrino más joven del doctor –comentó el abogado–. Sí, efectivamente, el difunto dejó una carta para usted.

– ¿Una carta? –Genzo se asombró–. ¿Qué es lo que dice? ¿Puede dármela de una vez?

– Lo siento, pero el doctor especificó que la carta debe leerse junto con el testamento, delante de toda su familia –replicó el señor Takamura–. Incluyendo su viuda.

Wakabayashi soltó un bufido de frustración. ¡Tenía que ser una jodida broma!

– ¿Cuál es la razón de que tenga que ser leída delante de todos? –espetó el portero–. ¿No es una carta privada?

– Yo sólo cumplo con las órdenes del difunto doctor –repitió el abogado–. De tal manera que, si la viuda no está presente, no podrá enterarse de su contenido.

Era evidente que el hombre no iba a cambiar de parecer por mucho que Genzo insistiera y éste estuvo tentado a darse la media vuelta, marcharse al aeropuerto y tomar el primer vuelo disponible a Alemania sin importarle que no estuviera cumpliendo con la última voluntad de su tío. Se decidió a hacerlo, pero su cuerpo no estuvo de acuerdo y en vez de dirigirse a la salida, encaminó sus pasos hacia Marcel.

– ¿En dónde se encuentra la doctora Del Valle en estos momentos? –exigió saber Genzo–. ¿Por qué no ha venido ella a decir esto en persona?

– Porque está ocupada –respondió Marcel, a la evasiva.

– ¿En dónde está? –repitió Wakabayashi con voz autoritaria–. Quiero hablar con ella.

Genzo hizo gala de ese don de mando que poseían los Wakabayashi, que los había ayudado y los seguiría ayudando a conseguir lo que deseaban. No estaba preguntando ni solicitando una respuesta, la estaba exigiendo y ni siquiera Marcel, con todo su aplomo, fue inmune a este don.

– Ella está en el hospital –dijo; si bien Marcel no lo aclaró, Genzo entendió que hablaba de la clínica privada que perteneció a Hatori–. No puede venir aunque lo desee, pues está resolviendo algunas cuestiones importantes.

Como Hatori cedió el control del hospital cuando su esposa Emiko enfermó, no había trámites burocráticos por hacer en la clínica tras su muerte, de manera que Lily no podría estarse encargando de algún asunto relacionado a eso. Sin embargo, a Genzo no le interesaba averiguar qué clase de trámites podría estar haciendo ella, así que no indagó más sobre el asunto.

– Me gustaría que me proporcionara su número de teléfono –exigió Genzo.

– Por supuesto –contestó Dubois, tras un ligerísimo titubeo–. Aunque Rémy y la doctora van a matarme por esto.

El joven sacó su propio teléfono para guardar el número de Lily, tras lo cual agradeció a Marcel con una cortesía poco habitual en él y se dirigió después al sitio en donde estaban reunidos sus familiares.

– Iré a hablar con la doctora Del Valle –anunció–. La convenceré de que acuda a la lectura del testamento.

– No lo autorizo –exclamó Shuzou, de inmediato–. Si no quiere venir es cosa suya, convenceré al señor Takamura de que ignore esa estúpida indicación de mi hermano.

– ¿Para eso me hiciste recorrer nueve mil kilómetros, para que al final decidas saltarte la última voluntad de mi tío? –replicó Genzo, sin inmutarse–. Si me has obligado a venir hasta acá y ser testigo de este… teatro familiar, lo mínimo que espero es que tanto desgaste y sacrificio hayan valido la pena, sabes que estoy muy ocupado con cosas importantes y que mi tiempo es demasiado valioso como para desperdiciarlo en tonterías.

Shuzou le lanzó a su hijo menor una mirada fúrica, pero no supo qué contestar ante eso, como le ocurría cada vez que Genzo lo confrontaba; al ver su indecisión, Shuichi decidió intervenir.

– Mientras más pronto acabemos con esto, mejor –terció el hombre–. El señor Takamura es un hombre testarudo y te va a costar convencerlo, padre.

– Y más porque a él no lo vas a poder sobornar –añadió Eiji en voz baja, lo que le valió una mirada de censura por parte de Kana.

– Bien, ya que estamos de acuerdo en que eso es lo mejor, me voy –determinó Genzo y guardó su teléfono–. Espero que no me cueste mucho trabajo convencerla.

– ¿Y por qué tienes que ir tú? –inquirió Eriko–. ¡Eso es responsabilidad de Shuichi!

Genzo no se tomó la molestia de responder y se marchó sin más; era cierto que Shuichi era el que debería de hacerse cargo de estas cuestiones, pero estaba hartándose de que su corto viaje estuviese prolongándose tanto y no estaba dispuesto a esperar a que Shuichi se tragara el orgullo lo suficiente como para ir a pedirle a Lily que se dignara de hacer las cosas bien. Como había leído en algún lado: "Si quieres algo bien hecho, tienes que hacerlo tú mismo". Además, confiaba en que Eiji tuviera razón al decir que Genzo era el Wakabayashi que la doctora más toleraba y que eso lo ayudara a convencerla más rápido.

"Todavía puedes irte al aeropuerto y marcharte", le dijo su parte rebelde. "Ni siquiera tienes que empacar, basta con que recojas tu pasaporte y ya…".

"Ganas no me faltan, pero tú y yo sabemos que no lo voy a hacer", replicó Wakabayashi, en un monólogo interno. "Porque así de idiota soy".

"La pregunta es si estás haciendo esto para acallar tu conciencia, para cumplir la voluntad de tu tío o por algo más…".

"¿Qué otra cosa más podría ser, como no sea librarme de esto cuanto antes?", se preguntó Genzo, mientras buscaba con la mirada un taxi disponible.

"Dímelo tú. Hasta hace un par de semanas, no te interesaba ni un poco lo que pudiera ocurrirle. ¿Qué te hizo cambiar de parecer?".

"¿Ocurrirle a quién?", fue la pregunta obligada que Wakabayashi se hizo a sí mismo.

"Tú lo sabes bien…".

Al fin un taxi apareció en el horizonte y él le hizo una señal con la mano para que se detuviera. Genzo mantuvo esa pregunta sin responder, porque a su parecer no había segundas intenciones en su forma de actuar, sólo quería acabar con ese asunto cuanto antes.

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Lily Del Valle conoció al doctor Hatori Wakabayashi cuando comenzó a realizar su residencia en el servicio de neurocirugía, en el cual Hatori era una figura importante pues no sólo había fundado la clínica en la que la llevaría a cabo, sino que además era el jefe del departamento de neurocirugía y uno de los profesores adscritos de los estudiantes. En ese entonces, él vio a la aspirante extranjera como una alumna inteligente y dedicada, con mucho potencial y ambición, una mujer temeraria que no había dudado atravesar medio planeta para ir en busca de sus sueños, lo cual hablaba mucho de su carácter firme. Sin embargo, de inicio Hatori no pensó en Lily como mujer, a pesar de que se sintió cautivado por la mirada de sus ojos color chocolate, porque estaba demasiado aferrado al recuerdo de su esposa fallecida, así que sólo le dio el honor de ser una de sus alumnas favoritas. Lily, a su vez, consideraba al doctor Wakabayashi como un hombre inteligente y gentil, le llamaron la atención su sapiencia y la bondad con la que se dirigía a sus enfermos, una cualidad rarísima en un médico de su categoría. Habitualmente, los neurocirujanos se creían dioses y rara vez se dignaban a mirar a sus pacientes como algo más que un mero número en su larga lista de casos atendidos, pero no era así con Hatori Wakabayashi: para él, cada enfermo era un ser humano y lo trataba como tal. Se aprendía sus nombres y les preguntaba por sus familiares, por sus mascotas, por sus vidas fuera de esas cuatro paredes que conformaban el hospital y les daba ánimos para seguir luchando contra su enfermedad. Esto impresionó mucho a Lily y ayudó a que Hatori escalara en el ranking de sus profesores predilectos, pero sin verlo como algo más porque la búsqueda de su lugar en el mundo ocupaba casi todos sus pensamientos.

Sin embargo, el trato constante hizo que surgiera entre ambos la chispa de un amor prohibido, aunque mutuamente correspondido. Hatori fue el primero en darse cuenta, al admitir que el sentimiento que ella le inspiraba poco tenía que ver con el hecho de que fuese su estudiante; como era algo que no podía ponerse a consideración, procuró ocultarlo, a pesar de que se le notaba demasiado el amor porque lo hacía sentirse joven de nuevo. Lily tardó un poco más en reconocer que estaba confundiendo admiración con atracción, pero cuando no pudo seguir negando lo que pasaba, intentó mantener su distancia para evitar complicar las cosas. El amor, sin embargo, no es algo que se pueda ocultar por mucho tiempo, mucho menos el que es correspondido, y no pasó mucho antes de que los dos se confesaran el uno al otro que se habían enamorado y decidieran mantener una relación. Cuando ésta se hizo pública y llegó al nivel en el que peligraron las carreras de ambos, Lily sugirió terminarla, pero Hatori no tuvo reparos en renunciar a su puesto de jefe y tomar uno inferior para poder conservar su amorío. Fue ahí cuando Lily supo que lo suyo iba en serio y aceptó la oferta de Hatori de hacerla su esposa, sin importarle que casi nadie estuviese de acuerdo con esa unión: además de los familiares de Hatori, casi todo el personal del hospital les dio la espalda, o mejor dicho, le dio la espalda a ella.

Si bien no esperaba que la gente los apoyara, a Lily le sorprendió el darse cuenta de cuánto pesaban los prejuicios en un país lleno de gente dispuesta a juzgar hasta el más mínimo detalle. Los colegas médicos de Hatori no estaban en contra de que él se consiguiera una esposa mucho más joven (ellos también tenían amantes a las que les duplicaban la edad), pero sí le cuestionaban el que se hubiese buscado una extranjera habiendo tantas japonesas hermosas en el país. Los compañeros de Lily, sobre todo las del sexo femenino, comenzaron a decir que ella se había casado para asegurar un puesto en el hospital en el área de neurocirugía al terminar la residencia, llamándola oportunista y trepadora, entre otros insultos menos agradables. Pero, sin duda alguna, la peor reacción la tuvo la familia de Hatori, quien se dejó ir con agresión y sin tregua hacia la nueva esposa. El hermano mayor se negó a reconocerla, los dos sobrinos más grandes se pusieron del lado de su padre y el menor no mostró interés alguno por "problemas familiares que no eran los suyos". Como ya se lo esperaba, la que peor reacción tuvo fue la única hija de Hatori, una muchacha malcriada y engreída que consideró a la madrastra como una enemiga a derrotar. Para Lily fue muy difícil tener que pasar por eso sola, considerando que toda su familia estaba en México y que en Japón no había conseguido hacer amigos. Por fortuna para ella, en esas épocas ya había conocido y entablado amistad con Elieth Shanks, quien fue su único apoyo durante todo el proceso. Ella no sólo fue su madrina de bodas y su única amiga, sino que también bromeaba con que deseaba ser la madrina del hijo de Lily.

– Será un niño muy lindo e inteligente –comentaba Elieth, risueña–. Tendrá tu belleza y la inteligencia de ambos.

– Al menos no dijiste que tendrá mi belleza y la inteligencia de él –replicaba Lily, con otra sonrisa burlona.

A pesar de que bromeaban mucho con eso, Lily no le contó a Elieth que el asunto del hijo se volvió un motivo de pelea frecuente entre Hatori y ella: él ansiaba otro descendiente, ella no quería ninguno. Si bien se había enamorado sinceramente, Lily no deseaba sacrificar su carrera por un hijo, todavía era muy joven para convertirse en madre, a su parecer. Hatori, por el contrario, estaba en el extremo opuesto: ya era un hombre maduro y no quería sentir que, en vez de un hijo, había tenido un nieto. El tiempo corría inexorable y cada día que pasaba lo alejaba más de una energía que le sería necesaria para el hijo que buscaba engendrar. Si Hatori hubiese tenido unos diez años menos, podría aguardar a que Lily acabara su especialidad para programar al hijo, pero habiendo pasado ya los cincuenta, él sentía que no podía esperar tanto. Fue en ese momento en el que ambos se dieron cuenta de que la diferencia de edades podía ignorarse, pero sólo hasta cierto punto, sobre todo en una cuestión tan importante como los hijos. Desgraciadamente, las discusiones sobre una posible familia terminaron cuando a Hatori se le diagnosticó el cáncer de estómago que acabó con su vida. Si bien tanto él como Lily intentaron mantenerse optimistas, ambos sabían que las probabilidades de que sobreviviera eran muy bajas y la idea de tener (o no) un hijo quedó relegada al olvido. Lily experimentaba cierta culpa porque, ahora que ya había enviudado, se sentía aliviada de que no hubiese cedido a las súplicas de Hatori: si había algo peor que ser una extranjera joven y viuda en Japón, era ser una extranjera joven y viuda con un hijo mestizo y huérfano de padre.

– Porque un niño haifu es lo peor que puede pasar en esta sociedad discriminativa –musitó Lily, mientras esperaba a ser atendida por los actuales directivos de la clínica de Hatori.

Ella había ido al nosocomio para hablar con dichos directivos y solicitar que se le permitiera retomar su residencia médica. Le había tomado toda la mañana, pero al fin consiguió que los dos más importantes de los que encabezaban la junta directiva aceptaran escucharla. Originalmente, Lily no tenía planeado faltar a la lectura del testamento, su idea era presentarse, decir que no quería ni un centavo y marcharse sin esperar a ver la reacción de su familia política, pero descubrió que las personas con las que deseaba hablar sólo estarían presentes en el hospital ese día en específico, así que se vio obligada a cambiar sus planes y pedirle ayuda a Marcel Dubois, quien trabajaba para los Shanks y aceptó ser su abogado. Lily tardó mucho tiempo en convencerlos, pero pudo arrancarles la promesa a ambos directivos de que le permitirían volver a trabajar.

Antes de que Hatori muriera, esos hombres se habían mostrado muy comprensivos y dispuestos a ayudar al galeno y a su joven esposa, pero ahora que él se había ido, quedaba claro que esa buena disposición había sido por él y que no pensaban mostrarse tan amables con la viuda extranjera. Lily había tenido que llegar al extremo de casi suplicar para que le dieran la oportunidad de retomar sus estudios, pero al final había sido el doctor Aoyama, el médico oncólogo que trató a Hatori, quien convenció a la directiva de darle una oportunidad.

– Todos sentimos en el alma la muerte de Hatori –había dicho Aoyama–, pero quienes más lo van a resentir son sus pacientes; permitan que esta joven doctora continúe con su legado, estoy seguro que él no tuvo mejor discípula que ella, sé que les otorgará a esos enfermos el mismo cuidado que les prodigaba Wakabayashi.

Al menos en algo tenía razón Aoyama y era en que Lily tomaría las enseñanzas de Hatori como su legado, el "hijo" que él dejó para hacerle más llevadera su ausencia. Los dos directivos acabaron cediendo y autorizaron el regreso de la médica, pero Lily tenía el presentimiento de que en realidad no la iban a ayudar, tenía la convicción de que ambos le pondrían trabas para obligarla a renunciar. Lily estaba consciente de que, al casarse con Hatori, había cruzado un límite que no debía cruzar y del cual ya no podría regresar, un límite que terminaría afectando su carrera profesional. Ella siempre sintió que caminaba sobre hielo frágil al ser mujer extranjera en un país tan cerrado de ideas y costumbres, por lo que casarse con Hatori fue como romper ese hielo y caer de lleno en aguas heladas, oscuras y profundas.

Cuando la reunión terminó, Aoyama se ofreció a acompañarla a la salida de la clínica, pero Lily presentía que él lo hacía porque quería decirle algo en privado. Sin embargo, no esperó que lo que el galeno tenía por decirle fuese a indignarla tanto.

– Quiero hablar contigo de algo, espero que no te moleste que te haga este comentario –comenzó el doctor.

– Supuse que algo quería decirme –suspiró Lily, resignada–. ¿Qué es?

– Lamento tener que decírtelo, pero lo hago porque apreciaba a Hatori y también te tengo en estima como la médica prometedora que siempre has sido –continuó Aoyama, sorprendido de que ella hubiera adivinado sus intenciones–, pero la vas a tener muy difícil ahora que Hatori se ha ido. No sé si lo notaste o no, pero estabas protegida por su apellido y por los privilegios de su puesto, y lo has dejado de estar ahora que has quedado viuda.

– Eso ya me lo esperaba, no es algo nuevo –respondió Lily y frunció el ceño–. Aunque confío en no necesitar la protección de nadie para poder hacer mi trabajo, éste hablará por sí solo.

– Tal vez eso funcione en occidente, pero no aquí. –Aoyama la miró con compasión paternal–. O tal vez funcionaría si fueses hombre, pero siendo mujer… Mira, no lo voy a negar, eres muy buena doctora y has demostrado ser capaz, pero no será suficiente, no en este país en donde se espera que las mujeres dejen de trabajar después de casarse para dedicarse a su hogar y a su esposo. Te recuerdo que fue la Universidad Médica de Tokio la que manipuló a la baja las notas de los exámenes de ingreso de las mujeres para beneficiar a los candidatos hombres, y no es diferente con las que ya consiguieron llegar, siguen enfrentando muchos obstáculos a lo largo de su carrera.

– ¿Y qué se supone que debo hacer? –preguntó Lily, enojada–. ¿Rendirme después de haber llegado hasta aquí?

– No quise decir eso –se disculpó el médico–, pero tal vez te convendría… eh, pues…

– ¿Qué cosa? –insistió ella–. ¿Cambiar de sitio de residencia? Eso equivaldría a huir y no estoy dispuesta a permitir que la gente de este hospital piense que soy una cobarde.

– No, no estaba pensando en eso –negó el doctor Aoyama–. Sino en que volvieras a casarte.

– ¿Qué? –exclamó Lily, perpleja–. ¿Está hablando en serio? ¡Acabo de quedarme viuda, por todos los cielos, apenas hace unos días que recogí las cenizas y los huesos de mi marido!

La mexicana apretó los puños, sumamente indignada. Le parecía aberrante e insultante que Aoyama le estuviera sugiriendo que se consiguiera un nuevo esposo cuando no se había cumplido ni un mes de que se había muerto Hatori. Lily había pasado el último año cuidando de él y habría dado todo el dinero que le correspondía de su fortuna por poder pasar un día más a su lado. ¿Y ahora Aoyama le sugería que diera vuelta a la página y volviera a casarse? ¿Qué clase de persona sin corazón podría sugerir algo así?

– No quise ofenderte, quizás no debí haberlo sugerido –se disculpó el hombre–. Sólo estoy tratando de ser práctico y hablarte con sinceridad, casarte otra vez con un japonés te podría beneficiar mucho más que ser una viuda extranjera. Somos una sociedad extraña, estoy consciente de eso, pero es lo que hay, sé que eres lo bastante inteligente para estar consciente de que es algo que no puedes cambiar, Lily. Y sé que a Hatori no le molestaría que lo hicieras si eso puede ayudarte.

– Me voy –fue la respuesta de Lily, quien se sintió repentinamente muy cansada, física y mentalmente–. Ya no tengo más por hacer aquí de momento, le agradezco mucho su ayuda, doctor Aoyama, sin usted los directivos no me habrían escuchado. Al parecer, no pesa nada que sea la viuda del médico que fundó este hospital.

Estas simples palabras le remarcaron a la joven que él había acertado en algo: prácticamente se había convertido en un cero a la izquierda y sólo pudo ser escuchada cuando un hombre habló en su favor. Odiaba tener que admitirlo, pero Aoyama tenía razón. Lily hizo entonces una reverencia respetuosa y comenzó a caminar hacia la salida del edificio. Tras lanzar un suspiro de pesar, Aoyama la detuvo con una última recomendación.

– ¿Sabes, Lily? No hay algo de malo en retirarse cuando no hay salidas o las que existen no son aceptables para nuestros principios –señaló Aoyama–. No tienes que demostrarle nada a nadie, sólo a ti misma. Es preferible que la gente piense que eres una cobarde a que seas infeliz toda tu vida sólo para demostrar que no lo eres.

Era un consejo práctico y muy bueno, pero Lily estaba demasiado enojada por el anterior y no le prestó la atención debida. Con la cabeza hecha un lío, Lily abordó el lujoso Porsche y lo puso en marcha, recordándose mentalmente que estaba en Japón y que por tanto debía conducir por la izquierda. Aunque ella había tomado clases para aprender a manejar por ese lado (además de tratar de bloquear lo que sabía acerca de conducir en el lado derecho del camino) y había sacado su licencia de manejo, las viejas costumbres le jugaban malas pasadas de vez en cuando. Al fin el Porsche arrancó y Lily condujo con cuidado a través del estacionamiento lleno para tomar una de las avenidas que la llevarían a la lujosa casa de Hatori; a esa hora el tráfico estaba imposible y amenazaba con desatarse una tormenta, por lo que Lily se armó de paciencia y se prometió a sí misma que haría lo que todo mundo en Tokio hacía: dejar el auto en la casa y tomar el metro.

Sólo había recorrido unas cuatro o cinco cuadras cuando la lluvia se desató y el tráfico se hizo lento como el paso de una tortuga. Mientras esperaba a que la columna de automóviles avanzara, Lily escuchó el mensaje de voz que le había enviado Marcel para avisarle que su decisión de no acudir a la lectura del testamento hizo que el abogado Takamura decidiera posponerlo pues, según las disposiciones de Hatori, no se leería a menos que estuviera ella presente. Esto, por supuesto, había enojado y contrariado a todos los Wakabayashi, principalmente a Eriko, pues no podrían acceder legalmente a ningún bien. Marcel aseguraba que quizás habría una vía legal a través de la cual Lily pudiera escapar de ese requisito, pero que eso iría en contra de los deseos de su esposo y que por eso debía consultarla antes de intentar hacer cualquier cosa. Sin embargo, según su opinión, le resultaría más fácil (y la haría sentir menos culpable) acudir a la lectura para librarse de ese problema cuanto antes. Si bien Lily no había faltado por gusto, el saber que ahora estaba obligada a ir, pero principalmente el hecho de que Eriko hubiera rabiado por el nuevo contratiempo, la hicieron tener el deseo de no acudir aunque eso significase contrariar a Hatori.

– Ay, mi amor, lo siento, pero la tentación es grande –se rio ella en voz alta–. Además, ¿por qué carajos exigiste como requisito que yo estuviera presente? Bien que sabías que yo no quería tu dinero.

Pero ésa no era la única sorpresa en el mensaje de Marcel; al final, con tono de disculpa, el abogado le dio a Lily una noticia extraña.

– Perdóname, pero tuve que darle tu número de teléfono a uno de los sobrinos de Hatori y también le dije en dónde te encontrabas –soltó Dubois–. Fue muy insistente y dijo que iría a buscarte a la clínica para convencerte de acudir a la lectura. Yo debí de haberlo detenido, pero todavía no entiendo por qué me faltó valor para hacerlo.

¿Qué? ¿Uno de los sobrinos de Hatori había ido a buscarla a la clínica? Sin ponerlo en duda ni por un momento, Lily supo que ese sobrino era Genzo. ¿Quién más podía ser, si no él? A esas alturas, ella ya conocía muy bien a Shuichi y a Eiji para saber que ninguno iría a buscarla, al menos no lo harían de una manera tan impulsiva. Shuichi se comunicaría con ella a través de su abogado o de un mensaje excesivamente formal, mientras que Eiji dejaría que fuese su hermano mayor el que se hiciera cargo de todo y, si no le quedara más remedio que hacerlo él, buscaría el mejor momento para acercarse. Sí, sin duda que el único que sería capaz de actuar de forma tan irreflexiva era Genzo, el sobrino rebelde de Hatori a quien no tuvo oportunidad de conocer mientras éste aún vivía.

Lily no supo qué pensar al respecto, se limitó a soltar una exclamación de frustración cuando escuchó que, además, Marcel le había dado su teléfono. De los tres sobrinos de Hatori, era Genzo quien se comportaba de manera más errática con ella, pues no sólo la acusó de haber malgastado el dinero de Hatori en un Porsche después de defenderla de los ataques de Shuzou y Eriko, sino que además, tras demostrar que no le importaba lo que hiciera su tío con su vida, se preocupó por su viuda cuando ésta casi se desmaya en el crematorio, lo suyo era un grave caso de contradicción. El comportamiento del portero era discordante y difícil de definir, quizás por eso Lily experimentaba sentimientos confusos y extraños por él.

Algo que Lily se negaba a aceptar abiertamente, era el hecho de que se sintió inesperadamente segura y protegida entre los brazos de Genzo cuando él la cuidó mientras se le pasaba el malestar de su casi desmayo. Sin embargo, sí que le estaba muy agradecida por haberla ayudado en ese momento de debilidad, haciendo las cosas de tal manera que le dejó intacta la dignidad. De haber estado en su lugar, Shuichi se habría encargado de humillarla al tiempo en el que le ofrecía ayuda, mientras que Eiji habría sido indiferente o incluso burlón, pero Genzo tuvo la suficiente sensibilidad para auxiliar a Lily sin malas intenciones. Además, el portero se refería a ella como "doctora", a diferencia del resto de sus familiares, que la nombraban como "esa mujer". En ese momento Lily pudo entender por qué Hatori le había repetido constantemente que Genzo podría ayudarla en caso necesario, aunque seguía negándose a aceptarlo.

– No sé por qué se adjudicó el título de caballero de brillante armadura, pero me está comenzando a fastidiar –gruñó Lily–. Durante años le importó un cuerno lo que sucediera conmigo y de repente se aparece para ofrecerme su apoyo cada vez que tengo algún problema. Se lo agradezco pero, ¿quién carajos se lo pidió?

En ese momento, delante de ella un impaciente conductor comenzó a hacer sonar el claxon con furia. Era un detalle insignificante, pero hizo que Lily perdiera momentáneamente el control. Sin poderlo evitar, las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos y amenazaron con empañarle la visión, a pesar de que ella se las secaba con rabia. Estaba cansada de las agresiones de los Wakabayashi, de la discriminación que sufría por ser mujer y extranjera, del hecho de que quizás no podría regresar a su residencia y la gota que colmó su vaso fue la sugerencia que le hizo el doctor Aoyama de que le convendría casarse otra vez. Por más que lo intentaba, no pudo conseguir que las lágrimas dejaran de salir de sus ojos, lo que hizo que no alcanzara a ver a tiempo que el coche de enfrente se detenía bruscamente; Lily apretó el freno con fuerza pero fue demasiado tarde, el Porsche fue a estamparse contra la defensa trasera del otro automóvil.

– ¡Maldita sea, lo que me faltaba! –gimoteó.

El choque no había sido fuerte y ella llevaba el cinturón de seguridad abrochado, pero aún así comenzó a sentir un dolor ligero en el cuello; la doctora sabía que muy probablemente se había ocasionado un esguince cervical y eso la hizo maldecir por segunda ocasión, pues ahora tendría que regresar al hospital para que la revisaran. A través del vidrio empañado, Lily vio que el conductor del otro auto se bajaba para reclamarle por el descuido, al tiempo en que comenzaba a formarse un caos por culpa del accidente. Hasta ella llegaban los ruidos de las bocinas y los gritos en japonés, así como el sonido de un silbato, seguramente de un oficial de tráfico, que acudía a toda prisa para tratar de poner orden.

Lily apoyó los brazos en el volante y recargó la cabeza contra ellos. No había dormido ni comido bien en los últimos días, se había peleado con la familia de su marido, había tenido que suplicar para que le permitieran retomar su residencia y ahora había estrellado ese automóvil. Había llegado al límite de sus fuerzas y tenía que echar mano de todo su autocontrol para no derrumbarse ahí mismo. De repente, alguien tocó con los dedos sobre el vidrio de la ventanilla del lado del piloto, lo que la sobresaltó; ella levantó la cabeza y se sorprendió mucho al ver que el responsable no era otro que Genzo.

– Doctora, ¿está usted bien? –le preguntó él, a través del vidrio cerrado; cuando vio que ella reacciona, añadió–: Usted sí que sabe cómo ser el centro de atención.

Ella sintió que se ruborizaba y que su corazón comenzaba a latirle a mil por hora. Una vez más, Genzo había acudido en su ayuda para socorrerla y Lily no pudo evitar preguntarse el por qué carajos él seguía apareciendo para rescatarla.


Notas:

– Marcel Dubois es un personaje creado por Lily de Wakabayashi.

– En el 2018, se descubrió que la Universidad Médica de Tokio estuvo manipulando durante varios años los exámenes de ingreso de las candidatas mujeres para darle favoritismo a los candidatos hombres, un escándalo que dejó en evidencia la profunda misoginia que hay en Japón.