Capítulo 6.

El Porsche tardó más tiempo en estar listo de lo que Genzo creyó. A su parecer, los daños que sufrió el vehículo no fueron tan graves, una abolladura en la parte delantera y la rotura de uno de los faros, pero hubo que esperar a que llegaran las piezas originales, traídas desde el extranjero, para realizar el recambio. De esta manera, pasaron muchos días hasta que por fin Wakabayashi recibió la noticia de que el auto estaba listo. No fue sino hasta el momento en el que liquidó la deuda, con el dinero que le dio Lily, que Genzo cayó en la cuenta de que ella nunca intentó hacerse cargo del asunto. Cierto era que seguía recuperándose de su esguince cervical, pero Genzo estaba casi seguro de que, de haberlo querido, Lily habría encontrado la forma de resolver el problema sin su ayuda. Por su mente pasó la idea de que, de haber sucedido así, él no habría tenido pretextos para buscarla todas las tardes y se preguntó si ella lo habría hecho a propósito para que pudieran seguirse viendo.

"No, por supuesto que no", negó el portero, de inmediato. "No hay razón para que la doctora esté buscando eso, seguramente ha sido su lesión lo que la orilló a depender de mí".

Como Wakabayashi no tenía licencia para conducir en Japón, tuvo que solicitar que el Porsche fuese llevado a la mansión de Hatori, lo cual se haría por la tarde. Él decidió entonces que tomaría un taxi para ir a su hotel a descansar un par de horas, tras lo cual se trasladaría al domicilio de su tío a esperar a que los del taller mecánico entregaran el deportivo. Sin embargo, tras esperar por casi treinta minutos a que apareciera un taxi desocupado, Genzo se dijo que quizás le convendría usar el metro; las avenidas estaban atascadas por el tráfico del mediodía y no parecía que fueran a desahogarse pronto, por no mencionar que en esos momentos estaba siendo muy difícil conseguir un taxi. ¿Qué tan complicado podría ser usar el metro, después de todo?

Para su enorme vergüenza, el portero acabó perdiéndose en la intricada red; esto, pensándolo a detalle, no era para sorprender ya que fueron contadas las ocasiones en las que viajó en el metro de Tokio y nunca lo hizo solo. ¿Qué le hizo pensar que podría hacerlo por su cuenta? ¡No era tan sencillo como parecía serlo! Wakabayashi estaba a punto de salirse y esperar pacientemente por un taxi, cuando tuvo la increíble suerte de encontrarse a Elieth, quien se dirigía hacia la embajada francesa.

– ¡Qué casualidad verte por aquí! –exclamó ella, sonriente–. Podría creer que vas a visitarme, si no supiera que no tienes ni idea de en dónde está la embajada de Francia.

– Me perdí –confesó Genzo, con vergüenza–. No sé qué me hizo creer que podría moverme sin problemas en el metro de Tokio.

– ¿Tú, moverte en el metro? Por favor, si lo más seguro es que siempre viajaste en auto privado con chófer –se mofó Elieth.

– ¿No es lo que haces tú también? –replicó él, muy avergonzado–. ¿Qué es lo que haces en el metro, cuando la embajada seguramente tiene sus vehículos diplomáticos?

– Definitivamente nunca has vivido en esta ciudad, ¿verdad? –sonrió Elieth–. A ciertas horas es más fácil viajar en metro que en auto, pues puede volverse una pesadilla andar por las calles atestadas. Nunca entendí cómo es que Lily y Hatori conseguían moverse en ese Porsche sin perder la cordura.

– Bueno, fue por una razón similar por la que terminé aquí en vez de tomar un taxi. –Genzo gruñó por tener que estar de acuerdo.

– ¿A dónde vas? Puedo darte una orientación rápida de qué rutas debes tomar –ofreció Elieth–. ¿O vas a ver a Lily? Porque si es así, puedes acompañarme a la embajada y esperarme, en un rato planeo ir a visitarla.

– Pensaba ir después –respondió él y esquivó la mirada sugestiva de su amiga–. Pero ya que la has mencionado, hay algo que quiero saber.

– ¿Qué cosa? inquirió Elieth.

– Cuando la doctora se accidentó y platicamos en el hospital, estuviste a punto de contarme algo, pero te arrepentiste –explicó Genzo–. Sé que no ibas a decirme que te preguntabas si soy adoptado y me quedé con la curiosidad de enterarme de qué querías hablarme en realidad.

– Ah, eso. –La sonrisa de Elieth se esfumó–. Sí, pensaba decirte otra cosa, pero me arrepentí porque no sé si deba decírtelo.

– Supongo que es algo serio –atajó el portero.

– Lo es –asintió Elieth y soltó un suspiro–. Es algo que involucra a Lily y a tu padre, pero creo que tus hermanos no lo saben.

– ¿A mi padre? –Wakabayashi alzó las cejas con sorpresa–. ¿Es la razón por la cual él y la doctora parecen odiarse a muerte?

– No parece: se odian a muerte –rectificó Elieth–. Y sí, ésa es la razón. Pero sigo sin saber si es buena idea que te lo diga.

– Ya no tienes opción –replicó Genzo, decidido–. Si lo has mencionado, no te queda más remedio que contarlo.

Se notaba que Elieth llevaba tiempo queriendo hablarle de ese asunto a Genzo y que sólo necesitaba un poco de presión para hacerlo, pues ella le pidió que la acompañara a la embajada para platicar con él en un sitio privado. La joven le aclaró que tendría que esperarla durante un rato mientras se hacía cargo de los pendientes más urgentes, pero Wakabayashi le dijo que podría aguardar el tiempo que fuera necesario si a cambio iba a averiguar lo que deseaba saber. Elieth lo hizo pasar a la embajada como visitante y le pidió que aguardara en su despacho, asegurándole que se tardaría lo menos posible en volver. Mientras tanto, Genzo se entretuvo enviándole mensajes a Schneider para preguntarle cómo andaban las cosas en Alemania, evadiendo por el momento la tentación de mensajearle a Lily para preguntarle cómo estaba.

"Se me ha hecho costumbre hablar con ella todos los días y casi a todas horas", pensó. "Lo cual no es tan inofensivo como pareciera…".

– Perdón por la tardanza, ser diplomático es un trabajo de tiempo completo –se disculpó Elieth cuando al fin regresó y cerró la puerta de su despacho privado.

– No te disculpes, no es necesario –aseguró Genzo–. Al contrario, agradezco que dispongas de tu tiempo para aclararme lo que tanto deseo saber.

– Si no lo hago yo, no lo hará nadie –suspiró Eli–. No le daré vueltas al asunto y preguntaré directamente si tú sabes que Hatori y Lily interpusieron una denuncia contra tu padre para evitar que se acercara a ella.

– Sí, sí lo sabía, fue una de las primeras cosas de las que me enteré gracias a Eriko –contestó Genzo, a la expectativa.

– No sé por qué, pero no me asombra que Eriko te lo haya contado, aunque seguramente te dio su versión, o, mejor dicho, la versión de tu papá –suspiró Elieth–. Pero da lo mismo, el caso es que esa versión es falsa. La denuncia se interpuso porque tu padre amenazó a Lily con meterla a la cárcel.

– ¿Qué cosa? –exclamó Genzo, atónito–. ¿Bajo qué cargos?

– Ya te contaré –suspiró Elieth–. Voy a comenzar por el principio.

Sin ahorrarse los detalles, Elieth narró que, cuando Shuzou se vio obligado a reconocer que la relación entre Hatori y Lily era algo serio, intentó separarlos de muchas maneras. Si bien él le había dicho a su hermano que lo iba a dejar solo si seguía adelante con su plan de casarse con alguien más joven, lo cierto era que Shuzou estaba dispuesto a tomar cualquier medida, por drástica que fuera, para alejar a Lily de Hatori. La primera que usó, la más obvia, fue hablar con Lily a solas para ofrecerle dinero para que se fuera del país; cuando ella se rehusó, Shuzou le sugirió entonces que se convirtiera en su amante, asegurándole que podría conseguir más beneficios que los que obtendría estando con Hatori.

– Por ser el mayor y estar al mando de todo, tengo acceso a lugares a los que mi hermano nunca podrá llegar –aseguró Shuzou–. Siendo mi amante tendrías mucho más que lo que podrías conseguir siendo su esposa.

A Lily, por supuesto, le asqueó esta petición. Ella estaba segura de que Shuzou no estaba interesado en ella románticamente hablando, ni siquiera creía que la considerara atractiva, lo único que deseaba era separarla de Hatori y demostrarle que Lily era una oportunista que dejaría de fingir amor por él en cuanto se le presentara una opción mejor.

– Me cuesta trabajo creer lo que me estás contando –confesó Genzo, interrumpiéndola–. ¡No imagino a mi padre llegando a esos extremos! Una cosa es que estuviese en contra de la cuestionable decisión de mi tío de casarse con alguien tan joven y otra muy distinta es que pretenda robarse a su pareja.

– Ay, Genzo, de verdad que puedes llegar a ser muy ingenuo. –Elieth lo miró con una compasión que a él le resultó incómoda–. No te culpo, no has estado en contacto con tu padre en años y seguramente sigues conservando la visión que tuviste de él de cuando eras más joven. ¿Qué ganaría mintiéndote?

– Nada, como no sea apoyar a Lily –respondió él.

– ¿Crees que te diría esto si no hubiese pruebas? –continuó ella.

– ¿Las hay? –inquirió Wakabayashi y alzó las cejas.

– De esa propuesta, no –negó Elieth–. Pero sí de lo que intentó hacer después. ¿Me permites continuar?

– Adelante –aceptó Genzo.

Elieth tomó un poco de agua antes de seguir con su narración. Lily dudó en un inicio en contarle a Hatori lo que había pasado con Shuzou, pues sería su palabra contra la de él y ella estaba segura de que Hatori le creería a su hermano. Sin embargo, para ese entonces Shuzou ya había discutido con Hatori por causa de su relación con la doctora y eso llevó a creer a este último que era Lily quien decía la verdad. Ésta fue la gota que colmó el vaso para Shuzou, quien escaló al siguiente nivel, el de la amenaza. Gracias a que era uno de los hombres más influyentes de Japón, Shuzou tenía contactos que podrían revocarle la visa a Lily para expulsarla del país. Ella sabía que en esto estaba en desventaja, pues su situación ya era de por sí precaria y su voz de mujer extranjera no tendría poder ante un hombre japonés con dinero e influencias; lo único que se le ocurrió, para tratar de protegerse, fue acostumbrarse a grabar sus encuentros con Shuzou, con la esperanza de que él dijera algo con lo que pudiera incriminarlo. Después de todo, la sociedad japonesa no toleraba bien el abuso de poder. Esto fue al final lo que ayudó a que Hatori pudiese denunciar a Shuzou después por hostigamiento contra su esposa, ya que de lo contrario le habría costado mucho trabajo mantenerlo a raya. En varios de los vídeos que Lily tomó, se veía a Shuzou amenazándola con hacer que la expulsaran del país y que perdiera su plaza de residencia, y si el problema no escaló a niveles mayores fue porque tenía contactos fuertes que estuvieron dispuestos a cubrirle las espaldas.

– Tu tío estaba desesperado por encontrar una solución, ya que ni su matrimonio protegería a Lily de ser deportada –declaró Elieth–. No sé si lo sabes o no, pero un extranjero no adquiere la nacionalidad japonesa de inmediato sólo por casarse con un japonés, tiene que esperar un periodo de tres años viviendo en el mismo domicilio, tras casarse, para poder aplicar a ella, además de que debe de renunciar a su nacionalidad previa. Lily ya lleva cinco años en Japón, pero el conteo se reinició cuando se mudó con Hatori; justo está por cumplir los tres años requeridos, aunque ahora que él ha muerto no sabemos si bastará para ayudarla a conseguir la nacionalidad. Irónicamente, si ella no se hubiese casado o mudado de su domicilio anterior, ya habría cumplido los cinco años reglamentarios que se le exigen a cualquier extranjero, pero por haberse mudado con Hatori, ahora le faltan otros dos para que pueda conseguir la nacionalidad por esa vía. Nosotros hemos intentado auxiliarla, pero nos complica la situación que ella no sea francesa y la embajada mexicana no se ha mostrado interesada en cooperar ya que consideran que éste es un pleito pasional.

– No estoy familiarizado con esas cuestiones –confesó Genzo–. De hecho, ni siquiera sabía lo del estatus de los extranjeros que se casan con japoneses, así que no sé qué tanto le ayudará ser la viuda de un japonés. Sin embargo, lo que más me inquieta por el momento es si de verdad hay vídeos en donde mi padre amenaza a la doctora.

– Te estoy diciendo que se presentaron como prueba ante la policía –repitió Elieth–. ¿O de verdad crees tú que una denuncia simple habría bastado para contener a tu padre?

– No –admitió Wakabayashi, tras un leve titubeo–. Ya me parecía que algo no concordaba en las declaraciones que me hizo cuando le pregunté por qué denunciaron. Según él, Lily intentó seducirlo y, cuando no lo consiguió, se quejó con Hatori de que fue mi padre quien la acosó y que así logró enemistarlos.

– No me sorprende que él se esté haciendo la víctima –bufó Elieth–. Pero si no me crees, pídele a Lily que te muestre los vídeos, con eso saldrás de dudas.

– Te mentiría si te dijera que no me resisto a esto –confesó Genzo–. Quisiera creer que mi padre no llegaría a esos extremos.

– Entiendo eso –cedió Elieth y lo miró con compasión–. Pero yo no gano algo mintiéndote y Lily tampoco, dicho sea de paso. Ninguno de nosotros sabe por qué tu tío insistió tanto en que estuvieras aquí, pero quizás quería que Lily tuviera un apoyo en la familia ahora que él ya no está, por eso he decidido que lo mejor es que supieras la verdad, por dolorosa que te resulte. Sé que ella no estará de acuerdo, pero alguien tenía que contártelo.

– ¿Y yo qué puedo hacer por la doctora? –preguntó Wakabayashi, con mucha razón–. No voy a quedarme en Japón y lo sabes, pero aunque lo hiciera, no cambiaría mucho la situación, no tengo tanto poder sobre mi padre.

– Muchos estamos de acuerdo en que, si hay alguien en tu familia al que tu papá pueda escuchar, ese eres tú –replicó Elieth–. Quizás acepte en dejar en paz a Lily si tú se lo pides, de cualquier manera de nada le servirá correrla del país, como no sea por la pura gana de fastidiar.

Aunque era probable que Elieth tuviera razón, Genzo se negó a comentar algo que lo comprometiera. ¿Realmente él podría convencer a Shuzou de que dejara de fastidiar, aunque fuese por respeto a su difunto hermano? No estaba seguro de eso, para todo había un límite y Genzo no creía que Shuzou estuviera dispuesto a cumplirle esa petición. De lo que sí estaba consciente era de que su mentalidad había cambiado en los días en los que se había inmiscuido en ese drama y ahora sentía que no podía simplemente irse a Alemania sin mirar atrás. Por más que quisiera negarlo, él tenía que reconocer que no sería capaz de abandonar a Lily a su suerte.

– Debo volver a mi hotel –anunció Wakabayashi, sencillamente–. Gracias por hablarme de esto.

– Puedo pedirle al chófer que te lleve, dado que la hora con más tráfico ha pasado y ya se puede salir a las calles –ofreció Elieth.

– No es necesario, gracias –negó el portero–. ¿Podrías pedirme un taxi, en todo caso?

Elieth aceptó, sin saber si había hecho bien en confesarle a su amigo todo lo que sabía acerca de la tensa interacción entre Shuzou, Hatori y Lily. Ella creía que era su deber decírselo a Genzo, pero a juzgar por la expresión que éste tenía, quizás había cometido un error.

– No te compliques demasiado la existencia si no quieres –soltó Elieth, a manera de despedida–. Si esto es demasiado para ti, finge que no escuchaste nada o elige no creerme. Al final, la decisión es tuya.

Por supuesto que la decisión era suya, pero eso no significaba que sería fácil tomarla.

Si bien Wakabayashi tenía toda la intención de irse a descansar, como ya lo tenía planeado desde antes de encontrarse con Elieth, en el momento en el que se subió al taxi supo que no lo haría. En vez de eso, le pidió al chófer que lo llevara a la mansión de Hatori. Yoshio lo recibió con mucha sorpresa, pero le confirmó que la doctora estaba disponible y que le avisaría de su presencia.

– No hace falta, Yoshio, ya conozco el camino, gracias –replicó Genzo, tras lo cual se dirigió sin tardanza a la biblioteca. No necesitaba que Yoshio le confirmara que la mujer estaba ahí, no había otro lugar en donde podría encontrarla.

– Avise si necesita algo, joven –repuso Yoshio, sin saber si debía detenerlo o dejarlo hacer.

Al ir acercándose a la biblioteca, el sonido de la música iba haciéndose cada vez más fuerte. A Lily le daba por escuchar música clásica mientras leía, piezas de un compositor llamado Bach o algo así, por lo que no era raro que proviniera música de la biblioteca; lo que llamó la atención de Genzo fue el hecho de que la música era más estridente y movida, parecía ser rock más que clásica. Al abrir la puerta, él encontró a Lily bailando y cantando una canción que reconoció al instante: Beds are burning, de la banda australiana Midnight Oil. Ese día, ella llevaba puestos unos pantalones de mezclilla y un suéter negro de manga larga, y se había dejado suelto el largo cabello que se agitaba con cada giro que su dueña daba. Se veía muy joven y muy libre, como si fuese una amiga de Eriko que hubiera sido invitada a su casa en vez de la supuesta madrastra malvada.

The time has come, a fact's a fact –cantaba Lily–. It belongs to them, let's give it back.

La doctora se movía al ritmo de la música, agitando la cabeza como si el cuello ya no le doliera, y pareció no darse cuenta de que Genzo había abierto la puerta. Éste estuvo tentado a decirle que se detuviera porque tenía que hablar con ella y porque se suponía que todavía estaba recuperándose de una lesión, pero se dejó llevar por el imprudente impulso de unírsele, quizás porque ambos necesitaban un respiro y cantar a todo pulmón era una buena manera de dárselo (al menos era una manera decente). Además, ver a una chica bailando sin restricciones es la clase de escena que un hombre no suele interrumpir.

How can we dance when our Earth is turning? How do we sleep while our beds are burning?

Lily se sorprendió al verlo aparecer tan de repente y sin anunciarse, pero al notar que se le unía en su baile alocado, continuó cantando y moviéndose al ritmo de la canción. Genzo nunca se consideró a sí mismo como el tipo de persona que cantaría a voz en cuello en ninguna situación, pero Lily tampoco parecía serlo y ahí estaban los dos, dejándose llevar por el momento. También podría considerarse como una falta de respeto que ambos se comportaran así en una casa que estaba cerrada por el luto, pero, ¿quién iba a atreverse a censurarlos por buscar un poco de esparcimiento?

The time as come to say fair's fair, to pay the rent, now the pay our share.

Durante los minutos que duró la canción, ambos se olvidaron de la situación tan extraña en la que se encontraban y prefirieron pensar que eran dos personas que se conocieron en circunstancias menos extrañas, un par de conocidos que estaban pasando un buen momento juntos. Sin embargo, el hechizo se rompió en cuanto concluyó la canción y Lily se apresuró a apagar el reproductor de música.

– Discúlpame, no te escuché llegar –dijo ella–. Tampoco escuché cuando Yoshio vino a avisarme que estabas aquí.

– Porque no lo hizo, entré sin anunciarme –aclaró él, quien tuvo la decencia de avergonzarse por su comportamiento precipitado.

– Ya veo. ¿Habíamos quedado en vernos a esta hora? –preguntó Lily, extrañada–. Pensé que llegarías hasta el momento en el que trajeran el Porsche.

Con esta frase, a Genzo le cayó el peso de la realidad que había logrado evitar por poco tiempo, pero que no podía seguir evadiendo aunque quisiera.

– ¿Por qué no me dijiste que mi padre intentó expulsarte del país? –soltó Genzo, abruptamente.

– ¿Qué? –Lily palideció–. ¿Cómo es que… cómo te enteraste de eso?

– Elieth me lo acaba de contar –respondió el portero–. ¿Por qué no lo hiciste tú?

– Porque Shuzou sigue siendo tu padre y no te iba a hablar mal de él –contestó Lily e hizo una mueca–. ¿De verdad crees que iba a hablarte de las muchas cosas que Shuzou intentó hacerme? ¿Cómo te lo habrías tomado? Además, los problemas que yo tengo con él son míos, no tienes por qué involucrarte en ellos. Me hubiera gustado que Eli no te dijera nada o que al menos me hubiese puesto sobre aviso.

– Debiste decírmelo –insistió él.

– ¿Y me hubieras creído? –replicó ella–. ¿Qué habrías hecho si te lo hubiese contado, lo habrías aceptado sin más? No lo creo, habrías pensado que soy una mentirosa. Recalco el punto de que prácticamente soy una desconocida, una intrusa que se casó con tu tío en segundas nupcias, mientras que Shuzou sigue siendo el hombre que te engendró, te educó y te lo ha dado todo.

– ¿Se lo comentaste a alguno de mis hermanos? –preguntó Genzo, ignorando el muy válido punto que ella argumentó.

– Intenté hablarlo con Shuichi. –Lily se encogió de hombros–. No me creyó. Ni siquiera traté con Eiji.

Genzo se dejó caer en una de las butacas. Lily se sentó frente a él mientras lo miraba con ansiedad, sin saber qué decir. Muy a su pesar, ella tenía que reconocer que temía perder la incipiente amistad que había logrado entablar con Genzo, el único de los Wakabayashi que la trataba con decencia y que la veía como una persona decente.

– Elieth aseguró que tienes un vídeo –comentó Genzo, con relativa tranquilidad–. ¿Puedo verlo?

– Tengo varios, puedo mostrarte los que quieras. –Lily cedió sin cuestionárselo–. ¿Estás seguro de que deseas verlos?

– Muy seguro –asintió Wakabayashi.

La doctora tomó su teléfono y buscó entre sus archivos, tras lo cual le mostró a su acompañante las pruebas que él deseaba ver. Genzo no dijo nada, se limitó a apretar la boca y a fruncir el entrecejo, pero Lily no se arriesgó a preguntarle qué pensaba al respecto.

– Elieth también me contó que es por esto por lo que se interpuso la denuncia contra mi padre –dijo el joven, tras ver algunos vídeos en donde Shuzou, él y no otro, violentaba verbalmente a Lily–. ¿Quién la interpuso, mi tío o tú?

– Hatori –contestó Lily–. Veo que Eli no se ha guardado nada.

– No –aceptó Wakabayashi–. ¿Estás consciente de que, ahora que mi tío ha muerto, es altamente probable que mi padre pueda invalidar esa denuncia?

– Lo sospechaba –suspiró Lily, apesadumbrada–. No quería pensar demasiado en eso.

– ¿Tienes algún plan alterno? –quiso saber Genzo–. Sé que estabas intentando pedir la nacionalidad japonesa.

– De verdad que ahora tengo muchas ganas de colgar a Elieth por ser tan boca floja –bufó Lily–. Pero sí, traté de conseguir la nacionalidad para que no me corrieran del país. Ésa es otra razón por la cual no he dejado esta casa, para no perder el tiempo de residencia que ya tengo aquí. De hecho, hace unos días me llegó la notificación de que se ha aceptado mi solicitud y que puedo comenzar con los trámites de la naturalización.

– ¡Ésa es una buena noticia! –Genzo esbozó una sonrisa auténtica–. Prácticamente eso resuelve todos los problemas.

– Sí, lo hace –suspiró Lily y bajó la mirada–. Sin embargo, no estoy segura de querer seguir adelante con el proceso.

– ¿Qué? –exclamó él, sorprendido–. ¿Por qué no?

– Porque, para obtener la ciudadanía japonesa, tengo que renunciar a la mexicana –explicó la doctora–. Y no estoy segura de desear hacerlo sólo para que Shuzou no me corra del país.

Cualquiera podría haber dicho que ésa era una razón estúpida, pero Genzo la comprendió perfectamente. Después de todo, él también rechazó en algún momento el nacionalizarse alemán por no querer perder su nacionalidad japonesa.

– Seguramente te preguntas por qué entonces pedí la naturalización, si al final iba a rechazarla –se apresuró a explicar Lily–. Cuando hice los trámites, Hatori todavía estaba vivo y yo no quería que me sacaran del país en su momento de mayor debilidad, por eso es que no dudé en buscar nacionalizarme, para poder seguir a su lado y continuar con mi residencia. Sin embargo, ahora que él se ha ido y que mi residencia está a punto de irse por la tubería, no le veo mucho caso el obtener la nacionalidad de un país en donde ya no tengo algo por lo que valga la pena luchar. No quiero perder mi identidad nacional sólo para llevarle la contraria a Shuzou, por mucho que eso me dé cierta satisfacción malsana.

– ¿También tienes problemas con tu estancia en el hospital? –quiso saber Genzo–. ¿Ha sido a causa del permiso que pediste para cuidar de mi tío?

– No sé si yo misma te conté eso último o ha sido Elieth, pero qué más da –suspiró Lily, resignada–. Ese permiso no tuvo algo que ver, ha sido el hecho de haberme casado con Hatori, ya sabes. Cuando él estaba vivo, no tuve obstáculos para continuar estudiando, pero la cosa cambió cuando él murió. En teoría, tengo la opción de volver al hospital en cuanto pase el periodo de duelo y me recupere del esguince, precisamente eso fue lo que estuve haciendo cuando falté al primer intento de la lectura del testamento, fui a rogarle a los directivos que me dejaran volver, pero si bien aceptaron mi petición, sé que el personal hará todo lo posible para que renuncie, la directiva me quiere fuera y no tengo muchas ganas de seguir nadando contra la corriente. Tal vez suene cobarde, pero estoy al límite de mis fuerzas y no sé qué hacer.

– No creo que seas cobarde, doctora –repuso Genzo, en voz baja.

Lily, que no esperaba este apoyo, se quedó callada por un rato; ella sentía que él la estaba mirando, quizás para analizar sus reacciones, pero no se atrevió a comprobarlo. Permaneció sentada en un sillón, con la cabeza baja y la mirada clavada en la alfombra, preguntándose si debía contarle lo que estaba pensando.

– Algo me dijo hace poco el doctor Aoyama, el único que habló en mi defensa para que me permitieran reanudar mi residencia –comentó Lily, en voz baja–. Dijo que es preferible que crean que soy cobarde a que tenga que sufrir toda la vida demostrando que no lo soy. En su momento me molestó este comentario, pero empiezo a preguntarme si no tiene razón, si no debería replantearme mi futuro.

– No creo que seas cobarde, Lily, lo digo en serio –repitió Wakabayashi–. Has soportado muchos golpes durante mucho tiempo y tienes derecho a querer tomar un respiro para analizar qué quieres hacer a partir de ahora.

– ¿De verdad piensas eso? –preguntó Lily, alzando una ceja–. ¿No vas a decirme que luche y que no me rinda?

– Es que no vas a dejar de luchar, no creo que puedas hacerlo, ni aunque trataras, porque me ha quedado claro que sabes dar batalla –replicó él y le sonrió–. Sólo digo que tienes que estar convencida de que en Japón está el escenario en el que quieres pelear, porque tengo que estar de acuerdo en que "toda la vida" es demasiado tiempo para ser infeliz por algo.

– Me preguntaste hace rato si tenía un plan de respaldo –dijo Lily, quien bajó la mirada otra vez para no turbarse demasiado por esa sonrisa–. Tengo uno, pero bastante loco: irme a Grecia.

– ¿A Grecia? –Wakabayashi no esperaba un cambio de escenario tan drástico, se imaginó que Lily quizás querría volver a México–. ¿Por qué allá?

– Me gustaría visitar Santorini –respondió ella–. Es un lugar hermoso y muero de ganas de conocerlo. Alguna vez Hatori y yo hicimos planes de ir de vacaciones para allá, pero no tuvimos oportunidad de llevarlos a cabo.

– Ya veo. ¿Y qué harías después? –preguntó Genzo.

– No lo sé. Lo iría pensando con el tiempo –suspiró la doctora–. Llevo muchos años planeando toda mi vida hasta el más mínimo detalle, hasta aquellos eventos que no tuve en consideración en el inicio, como mi boda con Hatori, su enfermedad y su funeral, todo lo tuve siempre bajo control, sabía qué debía hacer a continuación y mucho más allá de eso. Sin embargo, ahora parece que no tengo poder de decisión ni en la cosa más sencilla y, para ser honesta, estoy cansada, me gustaría poder mandarlo todo al carajo e ir tomando una decisión a la vez.

– Entiendo –aseguró él, en voz baja–. He estado en la misma situación, sé lo que se siente estar agobiado porque todo está saliendo mal y que a causa de esto veas muy negro el futuro. En casos así, la mejor forma de salir adelante es ir tomando una decisión a la vez y pausar por un rato esa manía de pretender controlarlo todo, por lo menos hasta que las cosas comiencen a solucionarse y el horizonte se despeje.

– ¿Tú has estado en una situación así? –Lily lo miró con escepticismo–. Me resulta difícil de creer.

– ¿Por qué? –cuestionó Genzo, confundido.

– Ya te dije alguna vez que Hatori me habló mucho de ti y gracias a eso tengo la impresión de que siempre te sales con la tuya –respondió Lily, con una expresión indescifrable.

– Me gustaría saber qué tantas cosas estuvo diciéndote mi tío sobre mí –farfulló él, ofuscado–. Pero si bien es cierto que tengo la tendencia a salirme con la mía, no siempre las tuve todas conmigo. Hubo un año en el que mis expectativas de vida se fueron a la basura: me bloquearon en mi club anterior, el Hamburgo, para forzarme a buscar mi salida, me fracturé un hueso de la cara, lo que me mantuvo fuera de las canchas durante algunas semanas, y mi Selección la tuvo difícil para clasificarse a los Olímpicos. Sé que no se compara a lo que estás viviendo, pero fueron momentos difíciles para mí y llegué a sentirme agobiado. Salí de eso dando un paso a la vez: recuperarme de mi lesión primero, clasificarme a los Olímpicos después, ganarlos y buscar un nuevo equipo. Fue en ese año en donde tuve que aceptar que tengo limitaciones y que está bien irse con calma cuando la vida se pone pesada.

A Genzo ya no le sorprendía el haberse sincerado así con Lily con un tema del que casi no le gustaba hablar. Había llegado a confiar en ella en un nivel en el que no esperaba, pero le agradaba comprobar que Lily le devolvía la misma confianza al mismo nivel. Quizás lo que Hatori quería era que ellos se llevaran bien; Genzo no podría asegurarlo, pero por lo pronto ya estaba aceptando que, cuando ese drama acabara, le gustaría seguir en contacto con la doctora, por más cuestionable que eso fuera, porque eran pocas las personas con las que había alcanzado ese grado de intimidad.

– Ya veo, gracias por contármelo. –Ella esbozó una sonrisa genuina–. ¿Crees entonces que es perfectamente válido que emprenda la huida hacia Santorini?

– No lo considero como una huida, sino como una pausa necesaria. –Él sonrió también–. Un descanso merecido que necesitas mientras te replanteas tu vida; tal vez es lo que te hace falta para saber si, al final de cuentas, sí deseas seguir peleando por tu sueño en Japón.

– No sé si podré tomarme ese descanso –titubeó Lily–. Ni siquiera sé si cuento con los recursos para hacerlo.

– ¿Por qué no podrías? –insistió Genzo–. Si algo he aprendido es que este mundo se mueve gracias al dinero; si aceptaras la herencia, tú tendrías de sobra para hacer lo que quisieras, doctora.

– Eres un cínico, ¿lo sabías? –lo censuró Lily, quien hacía un esfuerzo por no reírse–. ¿Así resuelves todo en la vida, con un "tengo dinero, hago lo que quiero"?

– La mayoría de las veces, sí –asintió él, con picardía.

– No sé si me lo estás diciendo en serio o si estás manipulándome para que acepte la herencia de Hatori –suspiró ella.

– Dime algo –preguntó él–: ¿En serio no te da curiosidad saber qué dice esa carta que me dejó?

– ¡Bah! Quizás diga que en realidad tú también eres su hijo y que te toca parte de su fortuna –replicó Lily, sin titubear ni un instante–. Eso sería un giro que ni la misma Eriko se vería venir.

Ambos se echaron a reír ante lo absurdo de esta teoría, aunque si fuera verdad, a Eriko seguramente le daría el infarto que no le dio a Shuzou, por no mencionar que haría la relación entre Genzo y Lily todavía más rara de lo que lo era ya.

"Sería como lo que le pasó a Misaki, pero al revés…".

– Está bien, me rindo –suspiró Lily y se puso en pie–. No puedo seguir negándome indefinidamente a acudir a la lectura del testamento. Independientemente de si merezco o no la herencia que me ha dejado Hatori, sé que al negarme a ir estoy deteniéndote aquí sin razón, pues no has podido irte porque quieres cumplir su último deseo. Y te lo debo, dado que has sido el único de la familia que ha deseado concederle una de sus últimas voluntades.

– ¿Aceptarás entonces el dinero de mi tío? –preguntó Genzo, quien no podía creer lo que escuchaba.

– Supongo que no me queda de otra –asintió ella–. Hace unos días, dijiste algo que es muy cierto: cuando me casé con Hatori, acepté con conocimiento de causa todo lo que venía con él, bueno o malo, incluyendo su dinero, y no puedo negarme a recibir lo que no me guste. Algo así me comentaste también cuando nos conocimos junto a su féretro, ¿no es así? Que soy hipócrita por quejarme de algo a lo que accedí voluntariamente.

– Sí, eso dije –admitió él, avergonzado–. Aunque no estaba pensando con coherencia, no quería ofenderte ni llamarte hipócrita, pero en ese momento tenía otro concepto de ti.

– En ese entonces creías que yo quería el dinero de Hatori, o algo más, ¿cierto? –replicó Lily–. Pero aunque no hayas tenido razón en eso, sí la tuviste en el hecho de que debí pensar en ese dinero y lo que iba a suceder cuando Hatori se fuera, es por eso que hablaré con Marcel para que se ponga en contacto con el señor Takamura y salir de esto de una buena vez.

La doctora buscó su teléfono para marcar el número de Dubois, mientras Genzo pensaba que lo que le dijo a Lily en el velorio funcionaba en dos sentidos: tanto si lo había buscado como si no, no se podía negar que por ser la viuda de Hatori obtendría la mitad de su riqueza. Al mismo tiempo lo invadieron sentimientos confusos, ahora que ya se había eliminado el último obstáculo que le impedía volver a su vida normal en Alemania. Dejando de lado lo que esto por sí solo implicaba, Genzo prefirió concentrarse en el hecho de que por fin estaba cerca de averiguar qué pedido le había dejado Hatori en esa carta misteriosa que tenía que ser leída delante de todos los Wakabayashi. Él sólo esperaba que no estuviera aguardándolo algo desagradable, algún secreto familiar oscuro que nadie quisiera oír.

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Dos días después, la familia Wakabayashi en pleno se reunió nuevamente para la lectura del testamento de Hatori Wakabayashi, esperando que esta vez fuese la definitiva. Genzo tuvo la idea de preguntarle a Lily si deseaba que llegaran juntos a la oficina del señor Takamura, en donde se llevaría a cabo el evento, pero después concluyó que sería una pésima idea que los demás se dieran cuenta de la relación que se había establecido entre ambos, pues podría acarrearles malas consecuencias. Aunque Genzo se decía que no era algo malo que se llevara (más que) decentemente bien con su tía política, sabía que Eriko gritaría, que Shuichi lo amonestaría, que Eiji haría bromas al respecto y que Shuzou se enojaría al nivel máximo, pero si bien no le importaba que ellos se quejaran de él, no deseaba darles otro motivo para atacar a Lily. Además, el portero tenía acumulada una rabia sorda contra su padre que lo ponía en riesgo de rebelársele en el preciso instante en el que el hombre quisiera recriminarle cualquier cosa, y la prudencia básica le aconsejaba que debía mantener ese enojo bajo control, por lo menos hasta que no se leyera el testamento.

– No te lo tomes a mal, pero creo que voy a ignorarte durante el proceso –señaló Lily, incómoda–. No es por ti, sino por Shuzou y Shuichi, temo que puedan tomarla contigo si se dan cuenta de que no me odias.

– ¿Estás preocupada por mí? –Genzo alzó las cejas, sorprendido–. Vaya, eso no me lo esperaba, doctora, debo decir que me halagas más de lo que crees, pero te aseguro que puedo muy bien con los dos.

– ¿Qué tiene de malo que lo haga? Tú te has preocupado mucho por mí, es lo mínimo que yo puedo hacer. –Lily se ruborizó hasta la raíz del cabello–. Ya sabes lo que tu papá es capaz de hacer y no quiero que te haga víctima de sus enojos.

– Bueno, no puede correrme del país porque nací aquí y no me inquieta que me desherede porque de cualquier manera mi fideicomiso me pertenece y ya no me lo puede quitar, además de que me va bastante bien jugando fútbol, así que no te debes de preocupar por el hecho de que me quede en la calle, tengo bastante dinero –señaló Genzo, con ironía infantiloide.

– ¡Te estoy hablando en serio! –gritó ella, molesta y avergonzada–. Pero sólo te burlas de mí, eres un niño rico inaguantable.

– Lo siento, no te enojes conmigo –rio él–. No quiero que te angusties, voy a estar bien, Lily. Te recuerdo que Shuzou es mi padre y Shuichi es mi hermano, a ambos los conozco y sé cómo tratarlos. Enfócate en salir de esto con vida, que yo puedo defenderme solo, eres tú la que está en franca desventaja.

"Tanto, que si puedo protegerte de alguna manera, lo haré sin dudarlo", pensó Wakabayashi.

– Suena a que estás acostumbrado a salirte con la tuya –suspiró Lily–. Tengo la sospecha de que Hatori quería que vinieras para ayudarme a lidiar con tu padre y con tus hermanos.

– Yo también lo he pensado, pero no entiendo por qué habría que guardar tanto secretismo al respecto –replicó el portero–. ¿No le habría sido más fácil que me llamara para pedírmelo directamente en vez de escribirlo en una carta?

– ¿Qué habrías hecho tú si, estando en Alemania, Hatori te hubiese hablado por teléfono para pedirte que vinieras a ayudar a su segunda esposa una vez que él muriera? –cuestionó ella–. ¿Si te dijera que necesita de ti porque eres el único que puede controlar a Shuzou y a Shuichi? Sé honesto.

– Probablemente no habría venido –admitió Genzo, tras un rato de silencio–. Está bien, entiendo tu punto, ya veremos si tienes razón.

Así pues, Genzo arribó a la oficina del señor Takamura directamente desde el hotel; fue el primero en llegar, pues su ansiedad lo hizo salir con más tiempo de anticipación del requerido, así que tuvo que esperar media hora hasta que los demás comenzaron a aparecer. Eiji fue el siguiente en llegar e intercambió con él los comentarios básicos sobre el clima y la salud de sus hijos, aunque quedó claro que no era más que una manera de saltar a lo que verdaderamente le interesaba, pues no tardó en preguntarle de qué recursos se había valido para convencer a su intransigente tía de acudir a la lectura del testamento. Genzo, que ya se esperaba esta pregunta, repitió lo que Shuichi ya había dicho previamente, que la doctora Del Valle era bastante accesible cuando se le trataba bien.

– Aún así, te tomaste tu tiempo, ¿eh? –Eiji no evitó el comentario–. Por muy accesible que sea nuestra tía, se hizo del rogar.

Fue un comentario malintencionado y Genzo lo sabía, pero decidió pasarlo por alto ya que no iba a darle la satisfacción a Eiji de mostrarse contrariado. Eriko y Taro fueron los siguientes en aparecer y casi detrás de ellos llegaron Shuichi y Hotaru. Eriko venía particularmente ansiosa, repetía una y otra vez que debió de haber contratado a un abogado porque de esa mujer se podía esperar cualquier cosa.

– Legalmente ella no puede quitarte nada, lo hemos hablado varias veces –señaló Shuichi, paciente–. Es más probable que tú te quedes con todo a que ella lo haga.

Shuichi mentía y todos lo sabían, ¡pero qué más daba! Bastaba con que Eriko fingiera creérselo y se tranquilizara. Empero, a pesar de las palabras de la mujer, Genzo se sorprendió de lo mucho que había cambiado la actitud de Eriko en esos días, ya no parecía ser la fiera herida que había atacado en el velorio y no pasó mucho antes de que entendiera que ese cambio se debía a que ella por fin había aceptado que su padre se había ido para siempre. En días anteriores, Eriko había actuado como si en cualquier momento Hatori fuese a aparecer para regañarla, había hecho falta un tiempo corto para que ella aceptara que eso no iba a ocurrir, que Hatori no iba a volver. Y cuando lo comprendió, Genzo empezó a sentir por ella la compasión que quizás le debía. Al final de cuentas, Eriko era una mujer caprichosa, sí, pero no era una mala persona.

"Aunque mi concepto sobre lo que es una 'mala persona' ha cambiado bastante en los últimos días", pensó Genzo.

– ¿Qué van a hacer después de esto? –le preguntó Genzo a Eriko, para desviar el tema de conversación–. ¿Van a volver a Francia?

– En algún momento hemos de hacerlo, Eiki nos espera –respondió ella, quien inconscientemente se acarició el vientre–. Él se siente muy a gusto en compañía de mi suegro y de Bisbrian, pero no me gusta abusar demasiado de ellos.

Era curioso, muy curioso, que Eriko hablara de la madrastra de Misaki de forma inocua, sin malas intenciones ocultas. ¿Qué pensaría Eriko realmente acerca de Bisbrian Lafayette-Misaki, otra joven extranjera que se había casado con un viudo japonés mucho mayor que ella? ¿La despreciaría tanto como despreciaba a su madrastra? Genzo estaba casi seguro de que no, al menos no al mismo nivel, pues Ichiro Misaki no era un hombre con dinero y Eriko no estaba tan relacionada a él; no era lo mismo tener que ver esa situación en un padre a hacerlo en un suegro. Genzo sentía mucha curiosidad por preguntárselo, pero sabía que lo mejor era no hacerlo; quizás después podría interrogar a Taro al respecto, si es que se daba la ocasión.

– Dentro de pronto volverás a ver a tu hijo –le dijo Genzo–. Ya casi termina este asunto.

– Eso espero –suspiró Eriko y se enjugó una lágrima–. No sé cuánto tiempo más podré soportarlo.

El portero notó que ella no estaba dramatizando y la abrazó para consolarla. Eriko aceptó de buen agrado ese gesto cariñoso de su primo y apoyó la cabeza en su hombro.

– Gracias por venir –comentó ella, en voz baja–. No sé por qué te pidió papá que lo hicieras, pero me alegra que le hayas hecho caso.

Quizás Eriko no estaría tan agradecida si supiera que su primo había pasado los últimos días haciéndose amigo de su madrastra, pero no había necesidad de darle a conocer ese dato.

La penúltima persona en llegar fue Shuzou, quien iba del brazo de Kana, actuando como si estuviera recuperándose de una larga enfermedad. Si bien se dijo que tenía que volver a visitarlo, Genzo no se había reunido otra vez con él y se preguntó si Shuzou se lo reclamaría. El recuerdo de lo que le contó Elieth acerca de las medidas que intentó tomar Shuzou para separar a Hatori de Lily, así como el que el hombre tuviese una amante, hacían enojar a Genzo y le acumulaban los deseos de increpar a su padre, pero sabía que debía contenerse porque ése no era el mejor lugar para hacerlo. Sin embargo, sí que estaba considerando la idea de hablar con él después de que todo acabara.

– Hijo, estuve esperando a que nos visitaras –fue Kana, curiosamente, quien le hizo a Genzo el reclamo que esperaba de Shuzou–. Llevas varios días en Japón y me sorprende que no hayas tenido tiempo de ir a casa.

– Perdón, mamá, estuve ocupado con algunas cuestiones –contestó Genzo, quien sabía que su excusa sonaba muy floja así que se apresuró añadir–: Además, no quería entorpecer la recuperación de papá.

– Bah, no fue más que una exageración de los médicos –replicó Shuzou–. En menos de un día ya estaba bien otra vez.

Eiji intercambió con Genzo una mirada sarcástica: a ellos no se les olvidaba que, en el funeral de Hatori, Shuzou actuó como si hubiese tenido un pie en la tumba, pero obviamente nadie iba a contrariarlo.

– Espero que, antes de que regreses a Alemania, vayas a visitarnos –continuó Shuzou, enérgico.

– Por supuesto, padre –aceptó Genzo, quien ya esperaba esta exigencia–. Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar.

Shuzou, que notó la rabia en la respuesta de su hijo, frunció el ceño, pero no hizo comentarios al respecto. Ya se había dado cuenta de que Genzo amenazaba con rebelarse y sospechaba que se había vuelto más cercano a Lily de lo que él quería admitir, así que tarde o temprano tendría que hablar con su hijo para hacerlo volver al redil.

Los últimos en llegar fueron Lily y Marcel; ella, fiel a su palabra, no le dirigió a Genzo ni siquiera una mirada y éste le siguió el juego de la indiferencia, aunque la expresión en el rostro de Eiji le indicaba que él no estaba tragándose el cuento. Misaki fue el único que se acercó a preguntarle a la doctora cómo seguía de su lesión y si el accidente que tuvo fue grave. Lily le respondió a Taro, en voz lo suficientemente alta para que todos escucharan, que se encontraba bien y que agradecía su interés, pero que el accidente no fue tan grave como parecía y que se había recuperado en pocos días.

– Aunque esa lesión impidió que pudiera ponerme en contacto con el señor Takamura –mintió Lily–. Quería estar en mis cinco sentidos para este momento tan importante y un esguince de cuello siempre incomoda.

Genzo se preguntó si él sería el único que captó el sarcasmo en la última frase de Lily y tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír.

A pesar de las amenazas de Shuichi y de las protestas de Eriko, no había mucho por hacer con respecto a la manera en cómo Hatori repartió sus bienes. Como ya se ha mencionado con anterioridad, las leyes japonesas estipulan que la mitad del dinero del difunto varón son para su viuda y el resto deberá ser repartido equitativamente entre sus descendientes. Como Eriko era la única hija que tuvo Hatori, la fortuna se dividiría en partes iguales. Esto ya se lo esperaban todos y por tanto no hubo quejas, lo que le confirmó a Genzo que las amenazas de los días previos no fueron más que fanfarronerías. La sorpresa vino, sin embargo, cuando el señor Takamura declaró que Hatori especificó que la casa en donde pasó sus últimos días sería para Eriko. La única condición que imponía era que le diera a Lily el tiempo suficiente para mudarse y que le permitiera quedarse con lo que le pertenecía por derecho propio, incluyendo los libros de la biblioteca y las reproducciones de Boticelli. Hatori había agregado un apartado en el que comentaba que la casa era para Eriko porque lo planeó así desde que ella era una niña y nunca cambió de parecer al respecto, pues quería asegurarse de que su hija tuviese un hogar al cual volver sin importar lo difícil que le resultara la vida.

– La cuestión está en que ella nunca iba a volver a ese hogar mientras nuestra nueva tía estuviera ahí –masculló Eiji, lo que le valió que Shuichi lo reprendiera con una severa mirada.

Inesperadamente, Eriko se soltó a llorar a lágrima viva. Cualquiera de los presentes podría pensar que gritaría que se había hecho justicia o que le había ganado en el juego a su madrastra, pero fue todo lo contrario, ni se veía exultante ni mucho menos feliz. Tal vez era que, demasiado tarde, se dio cuenta de lo mucho que Hatori siempre la quiso, a pesar de todo.

– Podrías imputar esto, si te interesa –le comentó Marcel a Lily, tan educadamente como pudo, mientras intentaba ignorar el llanto de Eriko.

– No será necesario, yo estoy de acuerdo –negó Lily–. No quiero esa casa y no me interesa pelear por ella, creo que Eriko puede darle un mejor uso.

Shuichi le lanzó una mirada sorprendida; al parecer, él sí estaba convencido de que Lily lucharía por algo que, en teoría, podría corresponderle. Lily lo ignoró olímpicamente y esperó a que el señor Takamura continuara con la lectura. Como Eriko parecía no querer calmarse pronto, Taro le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él, con la esperanza de que eso la ayudara. Esto pareció ser suficiente para el abogado de Hatori, el cual continuó con la repartición de bienes más importantes, siendo lo siguiente a mencionar el Porsche, el cual pasaba a manos de Lily.

– Siempre pensé que ese auto se lo había comprado el tío a ella –murmuró Eiji, con mucho asombro–. No sabía que le pertenecía a él.

– Yo tampoco estaba enterado –confesó Shuichi, desconcertado–. No pensé que el tío Hatori tuviera esos gustos.

"Al menos no fui el único que lo pensó", pensó Genzo e intentó mantener la compostura. Se le estaba haciendo terriblemente tedioso ese asunto y al parecer la carta de Hatori quedaría como final del espectáculo, aunque si ya había soportado tanto, podría aguantar un poco más. Después del Porsche, continuó una serie de objetos valiosos que fueron heredados específicamente a cada uno de los miembros de la familia (incluidas Kana y las esposas de los sobrinos), objetos que representaban algo simbólico o que tenían algún mensaje oculto. A Shuzou, Hatori le dejó una katana muy antigua que se decía que había pertenecido a algún antepasado de los Wakabayashi y que le había sido heredada directamente del abuelo de ambos. Genzo se dio cuenta de que Shuzou puso una expresión extraña, casi parecía que se pondría a llorar también, sin duda que esa katana representaba algo grande, un secreto entre hermanos que ahora sólo Shuzou conocía. Sin embargo, Genzo no tuvo tiempo para seguir pensando en eso pues, por fin, el señor Takamura anunció que Hatori le había dejado una carta que debía leer hasta el final y la cual debía ser escuchada por todos los presentes.

– Es curioso que a ti no te haya heredado algo –susurró Eiji, a su oído–. ¿O es que esa carta contiene algún bien que no esté incluido entre sus posesiones conocidas?

– Yo que sé. –Genzo se encogió de hombros, sumamente tenso –. Pero poco me importa que no me haya legado algo, no soy tan sentimental como ustedes y no me hace falta un objeto antiguo para sentirme mejor conmigo mismo.

Tras decir esto, el joven se mordió la lengua porque sabía que se había pasado de cínico, otra vez; sin embargo, Eiji se contentó con darle una mirada mordaz y no contestó. Lily, a su vez, apretaba un pañuelo de papel que traía entre las manos, muy nerviosa. Aunque tanto ella como Genzo se mantenían en su papel de actuar como dos desconocidos, se sentían conectados por un misterio que ansiaban conocer cuanto antes.

– Silencio, por favor –ordenó el señor Takamura–. Voy a comenzar con la carta.

El abogado carraspeó un par de veces y se ajustó sus gafas tras desplegar el fino papel blanco y empezar a hablar:

Genzo:

No quiero empezar con un "querido sobrino, espero que estés bien", porque sé que tú estás bien, siempre lo estás, eres un hombre de éxito que siempre ha llenado a la familia de orgullo. Te preguntarás por qué te hice venir a Japón a mi funeral. Cierto es que nos habíamos distanciado en los últimos años y no te culpo, pero a pesar de esto considero que tuvimos una buena relación, te aprecié como a un hijo y yo espero que también tuvieras cariño por mí, es por eso que me atrevo a hacer lo que estoy haciendo, porque sé que parte de ese cariño te orillará a ayudarme. En pocas palabras: te hice venir porque necesito que me hagas un favor muy grande, algo que sólo puedes hacer tú. Pensé mucho en esto, en si es correcto lo que estoy haciendo, pero no tengo alternativa. Habrás notado que eres el único al que no le he heredado algún objeto, porque quiero legarte algo mucho más importante, algo que quiero que cuides con toda la fuerza que seas capaz. Tuve la fortuna de pasar mis últimos años con una persona maravillosa, una mujer increíble que, por poco tiempo, hizo que me sintiera otra vez el hombre más feliz del mundo: mi querida Lily; sin embargo, estoy condenado a irme por culpa de esta enfermedad, con lo que me veré forzado a dejarla sola y a su suerte. Lily ya lo tenía todo en contra cuando llegó al país, pero gracias a mí va a quedarse más desprotegida que antes, pues nuestro amor hizo que mi familia, amigos y compañeros de trabajo la condenaran y pusieran en riesgo todo aquello por lo que ha luchado. Por eso es, Genzo, que quiero pedirte un favor muy grande: cásate con ella, para que pueda seguir formando parte de la familia Wakabayashi y que así quede protegida por nuestro apellido. Si Lily se convierte en tu esposa, ninguno de nuestros familiares podrá hacer algo en su contra y tú podrás darle todo lo que yo no pude, incluida la felicidad.

Sé que ésta es una petición fuera de lo común, pero lo cavilé mucho y creo firmemente que ustedes pueden ser muy felices juntos. Ambos se parecen tanto en ideales que no dudo ni por un instante que congeniarán en cuanto se conozcan. Los dos son rebeldes, aventureros y determinados, no cejan en su empeño cuando se proponen algo y han convertido su testarudez en su sello. A los dos los conozco bien desde hace muchos años y por eso me atrevo a decir que son adecuados el uno para el otro. Sé que llegarás a amarla tanto como yo y que Lily te envolverá con ese amor apasionado que sólo ella es capaz de dar. Cásate con ella y ayúdala a vencer las barreras que impone esta sociedad, protégela para que pueda continuar el camino que decidió recorrer antes de conocerme y puedo asegurarte de que a cambio recibirás una felicidad que no creerás que eres capaz de sentir. Ésa es mi herencia para ti, te dejo mi posesión más preciada: mi querida esposa.

Cuídala, permite que ella te cuide a ti, sean muy felices juntos y sigan viviendo como lo han estado haciendo hasta ahora: sin miedo a nada.

Tu tío que te aprecia, Wakabayashi Hatori.

Se hizo tanto silencio tras la terminación de la misiva que Genzo creyó que se había quedado sordo o que el mundo había dejado de girar. Parecía que todos los presentes estaban en estado de shock, con excepción del señor Takamura, quien lucía muy incómodo.

"¿En serio escuché lo que escuché?", se preguntó Genzo, atónito. "No, esto no puede ser real, seguramente estoy dormido y éste ha sido un chiste muy estúpido de mi subconsciente. O no, ya sé qué es lo que está ocurriendo aquí, a Eiji se le ha pasado la mano y ha querido hacerme una jugada de las suyas… y lo creería si no fuera porque mi padre tiene cara de que, ahora sí, va a darle un infarto y de que, antes de morir, va a asesinarme primero… Si no fuera por ese detalle, aceptaría sin dudar que a mis hermanos les dio por hacerme una jugarreta de las buenas…".

– ¿ES ESTO UNA MALDITA BROMA? –Lily rompió el silencio con un grito y el mundo echó a andar de nuevo–. ¿QUÉ FALTA DE RESPETO ES ÉSTA? ¡ESTO TIENE QUE SER FALSO! ¿POR QUÉ JUEGA ASÍ CON NOSOTROS?

– Entiendo que esto le resulte un tanto, eh, controversial, doctora –respondió el señor Takamura, quien ya se esperaba una reacción así de parte de alguno de los presentes–. Pero la carta es totalmente real, tiene la firma de Hatori y yo mismo la notarié.

– ¡Controversial es que el tío se haya casado con una mujer mucho menor que él! –señaló Eiji, extrañamente alterado–. ¡Pero pedirle a mi hermano menor, su sobrino, que se case con su viuda es una inmoralidad!

– ¡Por fin estamos de acuerdo en algo! –exclamó Lily–. ¡Quiero ver esa carta!

Ella estaba tan furiosa que el abogado se la extendió sin vacilar. Lily la tomó con manos temblorosas y la leyó en silencio. Genzo de inmediato se paró tras ella para verla también y se dio cuenta de que, aunque la misiva estaba escrita del puño y letra de alguien, ese alguien no era Hatori, es decir, que otra persona la había redactado por él; empero, no reconoció la letra. Esto le produjo cierto alivio al portero, pues pensó que Hatori simplemente había querido gastarles una última broma, hasta que vio que la firma del final sí era la de su tío. Lily palideció, sin dejar de temblar como hoja, y Genzo se dio cuenta de que ella había reconocido la letra. Más furiosa aún, la médica arrugó el papel en una pelota y la arrojó hacia el señor Takamura, golpeándolo en el pecho.

– ¡No estoy dispuesta a seguir tolerando esto! –espetó–. ¡Pueden meterse la maldita herencia por donde mejor les quepa e irse mucho al infierno!

Sin esperar contestación, Lily salió de la oficina y dejó a Marcel sin saber qué hacer. Genzo fue el único que reaccionó y corrió tras ella, sin importarle que se suponía que estaba guardando las apariencias ante sus familiares, porque hay cosas que no se pueden ignorar y una de ellas era que tu tío muerto te pidiera que te casaras con su viuda. ¿En qué mundo enfermo y triste podría suceder algo parecido?

– ¡Lily, espera! –pidió Genzo, aunque no estaba seguro de qué iba a decirle.

– ¡Me mentiste! –Ella se detuvo abruptamente y se giró para encararlo; sus ojos color chocolate estaban húmedos por las lágrimas–. ¡Me hiciste creer que no sabías lo que decía esa carta, estuviste tratando de convencerme todo este tiempo para que viniera a la lectura del testamento y así humillarme! ¡Bueno, lo has conseguido!

– ¡Yo no estaba enterado de nada! –reclamó Wakabayashi e ignoró el deseo que tuvo de abrazarla–. ¡Te juro que no lo sabía, estoy tan impactado como tú! ¿Cómo puedes creer que yo estaría de acuerdo con algo así? ¡Ni siquiera te conocía antes de venir a Japón!

– ¡Confié en ti! –Lily ni siquiera lo escuchó–. ¡Pensé que eras una buena persona y eres el peor de todos!

Por un momento pensó que Lily iba abofetearlo, como lo había hecho en el velatorio, y Genzo la hubiese dejado hacerlo, pero al final ella se contuvo y reanudó su marcha, hecha una furia. Al darse cuenta de que la doctora no lo estaba escuchando, Genzo aceptó que lo mejor que podía hacer era permitir que se fuera. De todas maneras, ¿qué podía hacer cuando él mismo no estaba en sus cabales? A él fue al que le pidieron que hiciera algo impensable y moralmente incorrecto, como bien había dicho Eiji, pues aún en un sitio tan peculiar como Japón, el que un sobrino se casara con la viuda de su tío estaba muy mal visto. Una parte suya seguía conservando la esperanza de que eso fuese falso, de que al volver a la oficina de Takamura éste le dijera que la carta era inválida por alguna razón, pero si no era así, si la misiva de Hatori era real, el asunto estaba podrido y no habría manera de salir de eso con dignidad.

"Maldita sea, tío, ¿en qué demonios estabas pensado? ¿Cómo se te pudo ocurrir que esto era una buena idea?".

Pero por más que lo pensó, no se le ocurrió una respuesta.