Capítulo 7.
El caos se había desatado ya cuando Genzo regresó a la oficina del señor Takamura. Todos los varones Wakabayashi y Eriko le gritaban al abogado, mientras Marcel contemplaba la escena con una mezcla de diversión, exasperación e incredulidad. En cuanto vio al portero, Dubois se giró a verlo e intercambió una mirada larga con él.
– Debe de haber una manera de bloquear esto –le comentó Marcel, con una inusitada calma–. Cuando tus familiares se tranquilicen y me den la oportunidad de hablar, si es que eso llega a ocurrir en este siglo, le pediré al abogado que me muestre las cláusulas para verificar la legalidad de esta… extraña petición. Quisiera creer que en un país tan civilizado como Japón no existe una ley que los obligue a casarse en contra de su voluntad, aun así se trate del último y disparatado deseo de un difunto.
Wakabayashi notó el sutil sarcasmo que había en el tono de voz de Dubois y decidió que el hombre le caía bien. Era el único que no se estaba tomando en serio las amenazas de Shuzou y Shuichi, el sarcasmo enojado de Eiji y el berrinche de Eriko, cosa que no se podía decir de Takamura.
– Gracias –expresó Genzo, quien sintió un poco de compasión por ambos abogados–. Eso me alivia más de lo que se pueda imaginar.
– Sólo hay algo que quiero saber –continuó Dubois, serio–. ¿De verdad no sabías que esto iba a pasar?
– ¿Tengo cara de saber que mi tío quería que me casara con su viuda? –replicó Wakabayashi–. Por supuesto que no lo sabía. De haber sido así, habría prevenido este desastre y no me habría tomado la molestia de venir hasta Japón.
– Tiene lógica–. Marcel lo miró durante unos segundos antes de concluir que Genzo estaba siendo sincero–. No creo que presenciar estos dramas familiares sea algo que hagas por gusto.
– Definitivamente no –suspiró el portero.
Por supuesto, convencer a su familia de que él no estaba enterado de esa locura no fue tan simple como lo fue con Marcel. En cuanto Eriko lo vio, se dirigió a él con la misma rabia con la que le había hablado a Lily en el funeral; aún antes de que le dijera alguna palabra, Genzo se dio cuenta de que ella sentía que él los había traicionado. Sus reclamos quedaron ahogados por los de Shuichi y después por los de Shuzou, hasta Eiji había perdido el control y protestaba por algo que Genzo no alcanzó a entender del todo.
– ¿Cómo pudiste hacernos esto, Genzo? –soltó Eriko–. ¿Cómo pudiste aceptar esta denigrante petición de mi padre?
– Es increíble que no nos hayas puesto sobre aviso –reclamó Shuichi–. ¡Fue lo primero que debiste decirnos en cuanto te bajaste del avión!
– ¡Ni siquiera debiste de haberlo aceptado! –añadió Shuzou–. ¡Esto ha rebasado con mucho el límite de la decencia, Hatori no tiene perdón!
– ¡Es una inmoralidad, una inmoralidad! –decía Eiji, a su vez–. ¡Es totalmente repugnante!
– Coincido en que esto es algo inaceptable, pero juro que no sabía nada –replicó Genzo, intentando sonar convincente–. Nunca habría aceptado algo así.
– ¡Deja de mentir! –expresó Shuichi, enojado–. ¡Ahora entiendo por qué desde el primer momento me pareció que eras muy cercano a esa mujer, ya sabías lo que iba a pasar!
– ¿Y qué sentido tendría que Hatori escribiera una carta que sólo podría ser leída delante de todos, si ya supiera su contenido? –Genzo gritó también–. ¡Ni siquiera hubiera esperado a su funeral para ponerme en contacto con la doctora, directamente le habría llamado en cuando Hatori me hubiese convencido de casarme con ella y habría evitado este escándalo!
– ¡Te pusiste de acuerdo con papá para humillarme! –reclamó Eriko–. ¡Los dos lo hicieron a propósito para hacerme sufrir!
– ¿Estás escuchando lo que estás diciendo? –respondió Genzo–. ¿Realmente crees que él o yo seríamos capaces de hacer algo así?
– ¡Entonces no veo otra razón por la cual mi padre haría esa estúpida petición! –estalló Eriko.
– Contrario a lo que piensas, el mundo no gira alrededor tuyo –contestó Genzo, con frialdad–. Sé que este es un concepto nuevo para ti, pero no todos mis actos ni los de tu padre están pensados en hacerte sentir mal, no influyes en nuestras decisiones a ese nivel, al menos no en todas. No sé en qué habrá pensado mi tío cuando escribió esa carta, pero podría asegurar que el humillarte sería lo último y, en caso de que yo hubiese estado enterado, eso también sería lo que menos me importaría. No te vendría mal que de vez en cuando dejaras de sentir que eres el centro del universo, Eriko.
– ¡Ahhh! –jadeó Eriko, sorprendida por la dureza con la que Genzo le había hablado, y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.
– Entiendo que esto esté afectándote, Wakabayashi –interrumpió Taro, abruptamente–. Pero por mucho que así sea, no voy a permitir que le hables a mi esposa de esa manera.
Misaki y Genzo intercambiaron una mirada retadora durante algunos segundos. La expresión de Taro daba a entender que, si bien estaba de acuerdo en que Eriko no tenía la razón, no estaba dispuesto a permitir que alguien la agrediera. Curiosamente, a Wakabayashi le agradó que su compañero defendiera a la mujer que amaba en cualquier circunstancia, estuviese de acuerdo o no con ella.
– No quise ser rudo, Eriko, pero lo que has dicho ha sido un insulto para mi tío y para mí –agregó el portero, en un tono más calmado–. No somos del tipo de personas que harían estas cosas a propósito.
– Yo no estaría tan de acuerdo con eso –atajó Shuzou–. Hatori dejó a la familia de lado por una aventura estúpida y tú siempre has sido un rebelde que va en contra de nuestras costumbres, no me sorprendería que se hubieran puesto de acuerdo para arruinar el buen nombre de los Wakabayashi.
Genzo, que no se esperaba este ataque, miró a su padre con sorpresa; en todos sus años de existencia, Shuzou nunca le había hablado de esa manera, por lo que hasta Shuichi estaba incrédulo. Sin embargo, el asombro inicial del portero dio paso a una indignación creciente al caer en la cuenta de que Shuzou estaba usándolo para cubrir el hecho de que, si Hatori había llegado hasta ese extremo, había sido por culpa suya.
– Tú eres el causante de esto y lo sabes –atajó Genzo, molesto–. Si no hubieras hecho lo que hiciste, mi tío no habría tenido la loca idea de pedirme que me casara con su viuda para protegerla.
– ¿De qué hablas? –La expresión de Shuzou cambió en un instante.
– Sabes muy bien de lo que hablo –insistió Genzo–. Se lo has ocultado al resto de la familia, pero yo sé la verdad.
Shuzou se quedó callado, preguntándose qué tanto sabría su hijo sobre ese asunto que tanto se había esmerado en ocultar. La duda fue lo suficientemente grande como para que no se atreviera a seguir hablando sin pensar, pues si bien Shuichi y Eiji no habrían continuado retándolo para no contrariarlo, Genzo sí sería capaz de seguir adelante si Shuzou lo presionaba lo suficiente.
– ¿Hay algo de lo que no estemos enterados? –intervino Shuichi, aprovechando que su padre seguía mudo.
– Por supuesto que sí, es más que obvio –replicó Eiji–. Si tienes algo que ver, Genzo, dinos la verdad.
– Ya les dije que yo no sabía qué quería mi tío –insistió Genzo–. No es a mí a quien tienen que culpar.
– Yo sí te creo. –Inesperadamente, Misaki salió en su defensa, a pesar de que minutos antes lo había confrontado–. Te conozco desde hace años y sé que no eres del tipo de personas que harían algo así, por muy rebelde que seas. Además, me bastó ver la expresión que pusiste cuando se leyó la carta para saber que esto también fue una sorpresa para ti.
– Gracias –bufó el portero–. Es increíble que alguien que no es de mi familia me conozca mejor que los que sí lo son.
– Disculpen que interrumpa esta amena charla familiar, pero antes de que continúen demostrándose cuánta confianza, cariño y respeto hay entre ustedes, hay algo importante que deben saber –los interrumpió Marcel, con una sarcástica voz autoritaria–. He estado hablando con el señor Takamura con respecto a la legalidad de esa carta y, bueno, mejor dejaré que sea él quien lo diga.
– Eh, sí. –El abogado carraspeó, incómodo–. La cuestión a saber es que ni la viuda del doctor ni su sobrino están obligados a cumplir con esta última voluntad, es decir, que si deciden no casarse, no se verá afectada la repartición de bienes hecha en el testamento principal. El doctor Hatori dejó bien establecido que, ante todo, esto es algo que ambos deben hacer por gusto, no por obligación, y que si no quieren casarse lo entiende, pero ruega encarecidamente que consideren su propuesta.
– Vaya, ¡pero qué magnánimo! –soltó Eiji, con sarcasmo, mientras Genzo se reía abiertamente–. Tras pedir que mi hermano se case con nuestra tía, el querido tío aclara que sólo es una sugerencia si es que ambos se gustan y están de acuerdo en pasar sus últimos días juntos.
– Esto se pone cada vez peor –gruñó Shuichi.
– Bien, con eso me basta –señaló Genzo, quien sintió que ya había tolerado suficiente–. Que quede claro que no pienso casarme con la doctora, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Sé que mi tío tuvo buenas intenciones, pero lo que ha pedido no tiene sentido. Y una vez dicho esto, me retiro, hay un avión rumbo a Alemania que tengo que tomar, no pienso permanecer más tiempo en Japón.
– Te prohíbo que te marches, Genzo –lo atajó Shuzou, con severidad–. Vas a quedarte aquí hasta que yo lo diga.
– No creo que quieras que me quede, padre –replicó Genzo–. A menos que estés dispuesto a que la familia se entere de todo lo que sé.
El joven no esperó respuesta, pues sabía que no la obtendría, y salió de la oficina de Takamura sin tardanza, ignorando los llamados que hicieron Shuichi y Eiji para que no se fuera. ¡Qué locura! La cabeza le daba vueltas y se negaba a aceptar lo sucedido, pero nada ganaba con resistirse a la realidad. Así pues, si bien era cierto que ya le urgía irse del país, sólo había un lugar a donde Genzo podía ir en esos momentos, aunque no sabía cómo iba a afrontar lo que se avecinaba.
"Ella no va a creerme y no es para menos, yo tampoco me creería de estar en su lugar", pensó Wakabayashi mientras se dirigía hacia la mansión de Hatori (ahora de Eriko), en taxi. "Me queda claro que mi tío no planeó esto como debería, ¿cómo no se le ocurrió pensar que Lily iba a desconfiar de mí si me pide que me case con ella delante de toda la familia?".
Durante el trayecto, él repasó una lista de posibles escenarios con las probables frases que podía decirle a Lily, sin saber qué le aguardaría al llegar. Para su sorpresa, Yoshio ya estaba esperándolo en la entrada, como si supiera que Genzo aparecería en cualquier momento; la expresión del hombre era una mezcla de tristeza y arrepentimiento, lo cual llamó la atención del portero.
– Ah, joven Genzo, contaba con que no tardara mucho en llegar –comentó Yoshio en cuanto lo vio–. La doctora está muy afectada y necesita de usted.
– Creo que soy la persona que menos quiere ver en estos momentos, Yoshio –replicó Genzo–. Ocurrió algo inesperado en la lectura del testamento y…
– No necesita decírmelo: lo sé todo –lo interrumpió Yoshio, con gravedad–. Sé qué fue lo que alteró a la doctora, que debe ser la misma razón por la cual usted está aquí…
Había algo en la expresión del hombre que le hizo comprender a Wakabayashi que él estaba enterado de lo que había ocurrido, no, más aún, que siempre supo lo que iba a suceder y que por lo mismo mostraba mucho arrepentimiento, pues había elegido callarse en vez de poner a los involucrados sobre aviso.
– Tú sabías de la existencia esa carta, ¿no es así? –preguntó Genzo, sin estar seguro de si debía enojarse.
– Estuve ahí cuando fue escrita, así que sí, conocía su existencia y su contenido –respondió Yoshio, avergonzado–. Le pido perdón por no habérselo contado, pero el doctor Hatori me ordenó que no se los dijera a usted ni a su joven viuda.
– Tú la escribiste, ¿no es así? –continuó Wakabayashi, al caer en la cuenta de que Lily reconoció la letra por ser la del fiel mayordomo de Hatori.
– El doctor ya estaba muy mal cuando tuvo la idea de redactarla, así que me pidió que lo hiciera en su lugar –asintió Yoshio, en voz baja–. Él sólo pudo firmarla para darle poder legal.
– Bien, eso explica mucho –dijo Genzo, con más ferocidad de la que pretendía–. ¿Me puedes explicar entonces en qué estaba pensando mi tío cuando se le ocurrió hacerme una petición como ésa? ¿En qué momento llegó a considerar que era una buena idea?
– Yo sé que esto no tiene lógica, pero de alguna manera él creyó que usted sería el único capaz de hacerle frente a la amenaza que representa su familia para la doctora, por su rebeldía y su habilidad para salirse con la suya –suspiró Yoshio, quien se avergonzaba más a cada momento que pasaba–. El doctor estaba convencido de que lo mejor para ella era que siguiera siendo una Wakabayashi por matrimonio y como usted estaba soltero, la solución le pareció muy obvia. Yo intenté hacerle ver que eso estaba mal a todos los niveles y que ustedes son humanos cuyos sentimientos no deben ser forzados, pero se negó a cambiar de parecer.
– Eso tal vez pudo haber sido aceptable en otro siglo, en otro mundo, en otro universo paralelo, en algún país del Medio Oriente, yo qué sé, ¡pero no aquí ni ahora! –exclamó Wakabayashi, alterado.
– No lo justifico, pero el doctor Hatori pasó sus últimos días bajo los efectos de los sedantes que tomaba para aliviar el dolor y le hizo aceptar como buenas algunas cosas que no habría considerado viables en otras circunstancias mejores –señaló Yoshio–. Ya no estaba totalmente en sus cabales.
– Ah, claro, los medicamentos. –Genzo hizo un esfuerzo para no soltar un comentario más sarcástico; a su parecer, le parecía una salida fácil echarles la culpa a los sedantes.
– Intenté explicárselo a la doctora, pero está furiosa y no quiere escucharme; yo la comprendo, ha sido un golpe terrible, aunque me gustaría que supiera que el doctor no lo hizo con mala intención, él la quería y deseaba protegerla a toda costa –musitó el mayordomo.
"¿Entregándosela a su sobrino como si fuera un objeto? ¿Dando por hecho que el sobrino sería una marioneta que estaría dispuesto a seguirle el juego? ¡Bonita manera de querer protegerla!", pensó Genzo. "Yo no estoy tan seguro de que no haya habido mala intención en los planes de mi tío".
– Intentaré hablar con ella, si es que no se aferra a la idea de que yo estaba metido en este juego –aseguró Wakabayashi.
– También le dije que usted no lo sabía, pero dudo que haya creído –atajó Yoshio–. Siente que la he traicionado y no la culpo.
– Está bien, Yoshio –suspiró Genzo, al aceptar que el mayordomo no era más que otra pieza dentro de las maquinaciones extrañas de Hatori–. Tú hiciste lo que debías hacer de acuerdo a tu deber, estoy seguro de que Lily lo comprenderá cuando analice las cosas con calma, es una persona razonable cuando no está enojada. Sólo dale tiempo, esto ha sido demasiado para ella.
"Demasiado para ambos", se dijo. "No sé por qué, pero esto me ha enfurecido al extremo".
– Así lo espero –manifestó Yoshio–. Tal vez no lo parezca, pero de verdad me gustaría que la doctora pudiera alcanzar la felicidad.
– Bueno, no lo conseguirá si la obligan a casarse con… alguien a quien ella no quiera–. Genzo iba a decir "con uno de sus sobrinos", pero le pareció de mal gusto–. ¿En dónde está ahora?
– En la biblioteca, como es su costumbre –contestó el mayordomo–. Avíseme si necesita apoyo.
– Gracias, pero mejor será que vaya solo –suspiró el portero.
Wakabayashi no sabía lo que encontraría en la biblioteca, pero podía asegurar que Lily estaría furiosa. Él mismo lo estaba, aunque no contra ella ni contra Yoshio, sino contra Hatori. Quizás lo que más rabia le daba era que ya no podría reclamarle a su tío como deseaba (y como se merecía), tendría que contentarse con rumiar su enojo hasta que se calmara.
Cuando estuvo cerca de la biblioteca, Genzo alcanzó a percibir los acordes de una música violenta y enérgica, el tipo de melodía que se le podría poner a un ejército que se dirige al campo de batalla; algo adecuado a la situación, si se lo preguntaban. El equipo de sonido reproducía la música a máximo volumen y sería difícil hacerse oír entre tanto escándalo, pero la puerta estaba abierta y al menos Genzo no tendría que tocar, aunque no sabía cómo llamaría la atención de Lily. Decidió esperar a que la pieza musical terminara y se quedó parado en la puerta, desde donde vio cómo Lily iba de un lado hacia otro, rompiendo papeles y moviendo libros. Se le veía furiosa, aunque disfrutaba cada vez que rasgaba un papel y lo tiraba al piso. No pasó mucho tiempo antes de que la alfombra estuviera cubierta con tiritas de papel, que empezaron a formar un montoncito a sus pies. Sin embargo, no hubo necesidad de que Genzo aguardara hasta que la melodía acabara, en alguna vuelta Lily lo vio y apagó de inmediato el equipo de sonido.
– Interesante pieza musical –comentó Genzo, sólo por decir algo–. Va acorde con el estado de ánimo actual.
– Es "La cabalgata de las Valkirias", de Wagner, una de las óperas más famosas que se han escrito –respondió Lily, como si estuviese dándole cátedra, tras lo cual cambió abruptamente de actitud–: ¿A qué viniste? ¿A seguir humillándome?
– Yo no estaba enterado de lo que decía esa carta, lo juro –comenzó él–. Si recuerdas, la primera vez que nos vimos te pregunté si sabías por qué mi tío quería que viniera.
– ¿Y eso qué prueba? ¿Qué eres buen actor? –El tono de voz de Lily incrementó de volumen–. ¡Sí que supiste engañarme! ¡De verdad te creí cuando me dijiste que estabas de mi lado, pero sólo buscabas humillarme!
– ¿Y qué gano yo con eso, eh? –replicó Genzo, enojándose también–. ¡Tú eres la segunda persona que me acusa de humillarla, como si no tuviera algo mejor que hacer que conspirar contra los demás!
– ¡Por algo estabas tan insistente con que fuese a la lectura del testamento! –Lily apretó los puños y lo confrontó–. ¡Querías que estuviese ahí para que escuchara lo que decía esa estúpida carta!
¿Crees que eres la única a la que le molesta lo que él ha hecho? –Genzo aceptó el desafío–. No niego que tienes razones para sentirte furiosa, cualquiera lo estaría en tu lugar, pero, ¿cómo crees que me siento yo? ¡Desde hace años que mi familia me ha estado presionando para que consiga una esposa, algo que no quiero hacer porque casarme nunca ha estado dentro de mis planes, pero de alguna manera mi tío creyó que estar soltero es sinónimo de estar disponible y se aprovechó de eso para traspasarme a su mujer! ¡Hatori ni siquiera me preguntó si me quería casar, lo dio por hecho! ¡Y si decido casarme algún día, será por voluntad propia y lo haré con alguien que yo mismo haya escogido!
No se podía negar que ésa era una razón muy poderosa para sentirse iracundo, pues Hatori no sólo había tratado a su segunda esposa como un objeto de su propiedad, sino que además había menospreciado el libre albedrío del sobrino que seguía soltero. Sin embargo, Genzo sabía que había otra razón para estar enojado con Hatori, aunque no deseaba pensar en eso.
Sorprendentemente, las palabras de Genzo afectaron a Lily más de lo que creyó (habló sin pensar, realmente), pero no de la forma en la que esperaba. A diferencia de Eriko, que tomó el papel de víctima cuando Genzo le soltó sus verdades, Lily lo interpretó como la revelación de algo que no se le había pasado por la mente: que él también podría ser una víctima de Hatori.
– Yoshio me dijo que no tuviste algo que ver, pero no le creí –soltó Lily, cuya rabia pareció amortiguarse–. Di por hecho que estaba encubriéndote.
– Supongo que tengo que admitir que tienes razones para desconfiar –replicó Genzo–, pero él te dijo la verdad, yo no sabía nada, los dos somos víctimas de esta tontería. Yo no habría estado de acuerdo con un trato así, llevo años escapando de los matrimonios por conveniencia y por tanto no habría permitido que mi tío me impusiera uno, por muy noble que haya sido su idea.
– ¿Noble? –exclamó Lily–. ¿Qué tiene de noble dejarme como herencia a otra persona, como si fuera un mueble o algo?
– Te lo repetiré una vez más: tranquilízate un poco, que estamos del mismo lado –pidió él–. Entiendo que estés enojada, pero debes mantener la cabeza fría.
– ¿Y cómo esperas que lo haga? ¡Estoy tan enojada! –reclamó ella–. ¡Estoy furiosa y ni siquiera puedo gritarle a la persona que me hizo enojar, porque está muerta! No es justo, simplemente no es justo, pasé los últimos tres años de mi vida dándole a Hatori lo mejor de mí misma, me quedé a su lado cuando enfermó y le fui fiel hasta el último de sus días, ¿y él me paga menospreciando mi amor en una maldita carta? ¿Sugiriendo en su testamento que me case con su sobrino? ¡Esto es una cabronada mayor! ¡Él era el único de toda tu familia que no me había agredido y al final terminó siendo el peor de todos! Simplemente me ha roto el corazón.
Mientras hablaba, Lily fue acercándose a la pared del fondo, en donde había colgado un retrato de Hatori, que alguien había pintado al óleo. Genzo nunca lo había visto, así que supuso que se trataba de una obra recientemente hecha.
– ¡Me da rabia no poder gritarte a la cara! –le espetó ella al retrato–. ¡No es justo que me hayas hecho esto!
Lily se dejó caer al suelo y se quedó sentada entre montones de papel rasgados y pilas de libros, y Genzo pudo darse cuenta de que ella se estaba desmoronando.
– Esto es demasiado, ya no puedo más –musitó ella, con la cabeza gacha–. Esto ha superado mis límites.
Y sin agregar más, Lily enterró la cara en las manos y se soltó a llorar, no callada y tranquilamente sino de manera convulsa, con los llantos histéricos que liberan la furia de una tempestad. Durante cinco segundos Genzo no supo que hacer y se limitó a contemplar la cabeza y el pecho de la mujer, que se agitaban al ritmo de sus lágrimas, pero después su cuerpo se movió de manera automática y se sentó en el suelo junto a ella, para después rodearla con sus brazos y atraerla hacia su pecho. Lily no protestó, se abrazó a él como si la vida le dependiera de ello y le dio rienda suelta a su llanto, mientras Genzo le acariciaba el cabello. Él dejó que ella se desahogara todo lo que quisiera y se mantuvo en silencio, mientras las lágrimas de la joven le empapaban el suéter. Así permanecieron un buen rato, hasta que el llanto de Lily comenzó a disminuir y después se detuvo por completo.
– Lo siento –musitó ella, con la voz ronca–. He perdido el control.
– No te disculpes, has estado bajo mucha presión en los últimos meses –susurró Genzo, sin soltarla–. Has soportado muchas cosas tú sola.
– No he estado sola –gimoteó Lily, aún abrazada a él–. Elieth ha estado conmigo y Yoshio se ha preocupado mucho por mí… Y ahora también tú estás aquí. No puedo decir que estuvo totalmente mal que Hatori te haya hecho venir, aunque su motivo original para traerte sea una porquería.
Genzo consideró la opción de decirle a Lily que había una posibilidad muy grande de que Hatori de verdad hubiese querido protegerla, a través de una vía muy turbia, sí, pero con las mejores intenciones. Por supuesto, tener buenas intenciones no bastaba para justificar los métodos, pero ahora que lo pensaba, tenía cierta lógica lo que Hatori había intentado hacer, es decir, conseguirle un nuevo esposo a su viuda para que siguiera gozando de cierta protección. Sin embargo, en ese momento el portero estaba muy molesto con su tío y decidió que no se merecía que intentara defenderlo.
– Aunque no es culpa mía, lamento que las cosas se hayan distorsionado hasta este extremo –comentó Genzo–. Si lo hubiera sabido desde antes, me habría negado a venir.
– Por eso es que no aclaró cuáles eran los motivos –suspiró Lily–. Tienes razón, nos jugó mal a los dos. Sigo sin poder creer que Hatori haya sido capaz de algo así, se requiere de cierto nivel de malicia para pasar por alto todas las cuestiones morales que están involucradas.
– Yoshio dice que fue culpa de os medicamentos –señaló Wakabayashi–. Pero lo pongo en duda.
– Los medicamentos pudieron haberlo orillado a tomar la decisión –replicó la doctora–, pero esa idea debió de haberla pensado desde antes.
– Tal vez –admitió Genzo, tras lo cual añadió–: Su abogado aclaró que no es obligación que nos casemos, Hatori especificó que no es más que una sugerencia.
– Vaya, ¡qué considerado! –espetó Lily, con sarcasmo–. ¡Qué bueno que aclara que "sólo es una sugerencia"! ¡Pensé que era uno de esos caprichos de mi marido que yo, como sumisa esposa que soy, estoy obligada a cumplir!
– Sí, por supuesto. –Genzo respondió en el mismo tenor–. Tal y como yo estoy obligado a seguir la última voluntad de mi tío para salvaguardar el honor de la familia.
Los dos se echaron a reír sin poder evitarlo, de manera convulsa y casi histérica. Lily enterró la cara en el pecho de Genzo y le dio rienda suelta a su risa, así como momentos antes le había dado paso al llanto. Él echó la cabeza hacia atrás y se rio también por la extraña situación en la que estaba metido, sentado en el piso de la biblioteca de su tío fallecido con su viuda en brazos, riéndose como si ambos hubieran perdido la cabeza.
– Nos vamos a ir al Infierno por esto –murmuró Lily después de un rato.
– No me queda la menor duda –confirmó Genzo.
Para ese momento, él ya se había vuelto consciente de que ese abrazo había durado más de lo necesario. Genzo había encontrado la manera de recargarse contra el sillón para poder sostener a Lily sin cansarse, y aunque ella ya se había tranquilizado, seguía fuertemente abrazada a él y terminó por recargar la cabeza en su pecho. En el periodo de silencio que siguió tras su ataque de risa, Genzo comenzó a ser consciente de los sentimientos que Lily llevaba tiempo despertando en él, de ese deseo, cada vez más fuerte, de dejarse llevar por el aroma de su cabello y la suavidad de sus labios. Por supuesto, no importaba qué tanto lo quisiera Hatori, esas emociones estaban mal y Genzo sabía que debía reprimirlas a cualquier costo.
Sin embargo, una vez que llegaba a este punto, otra pregunta se formulaba en su mente: ¿Ella sentiría lo mismo que él, estaría tan confundida como él? Lily había sido muy discreta con sus emociones y se había mantenido apartada de Genzo al nivel que la cortesía básica exigía, pero sus instintos de hombre le decían que la doctora también se sentía atraída por él.
"Si fuese una persona decente, en este mismo instante la soltaría y me iría", pensó el portero. "Pero no lo quiero hacer".
Y entonces sucedió lo que anhelaba y temía a la vez. Como si estuviese conectada a él a través del pensamiento, Lily alzó la cabeza y lo miró a los ojos, con una expresión que indicaba que deseaba algo más que un abrazo, y menos de cinco segundos después Genzo ya la estaba besando en los labios. Si bien él fue quien comenzó el beso, ella no tardó ni media fracción de segundo en corresponderle, al principio con leve duda y después con tal entrega que él perdió el control. Ya no le importaba si estaba haciendo mal, si con eso le estaban cumpliendo la petición de Hatori o si el resto de la familia perdía la cabeza con eso, Genzo se fundió con Lily en un beso intenso y desesperado como si fuera lo único que importara en el mundo.
– Esto está mal a muchos niveles –musitó ella, cuando se quedó sin aliento–. ¡Pero estoy tan harta de tratar de hacer lo correcto y que de cualquier manera las cosas salgan mal!
– Dijiste que nos vamos a ir al Infierno, ¿no? –replicó Genzo y le acarició el rostro–. Pues en ese caso, hay que irnos bien y por los motivos incorrectos.
Tras decir esto, él volvió a besarla y Lily le correspondió con la misma intensidad que la primera vez. En algún punto, ambos acabaron acostados en el suelo, ella boca arriba y Genzo encima suyo, fundidos en un abrazo intenso que intentaba borrar lo que realmente pasaba por sus cabezas. Sus instintos los estaban empujando a subir de intensidad y al principio ninguno cuestionó hasta dónde podían llegar, Genzo incluso se atrevió a besar el fino cuello de Lily y ella emitió jadeos suaves, que indicaban que se sentía tan excitada como él. Estaban los dos solos y la única persona que podría interrumpirlos, Yoshio, no se aparecería por ahí ni por error, así que nada les impediría llegar hasta donde desearan.
Sin embargo, Genzo sabía que algo no estaba bien. No, más que eso, sabía que el asunto estaba terriblemente mal y que, sin importar cuánto quisiera evitarlo, no podía ignorar a la parte racional de su cerebro que le decía que no debía continuar porque hay cosas que nunca deben suceder, por más que se desee. Y justo cuando estaba por decirle a Lily que no podía seguir adelante, ella lo empujó para quitárselo de encima. Genzo se retiró sin protestar, tras lo cual ambos se sentaron y se acomodaron la ropa; después, Lily suspiró y se recargó contra el respaldo del sillón.
– Esto no está bien –susurró ella–. Lo siento, pero no puedo, no está bien.
– No te disculpes: yo me siento igual –confesó él y se acomodó a su lado–. Yo también pienso que esto no está bien; no, creo firmemente que esto está mal a muchos niveles y no puedo seguir adelante.
– Una parte de mí quiere continuar y mandar todo al carajo, pero por otro lado no dejo de repetirme que estaré haciendo mal si llego a hacerle caso a mis impulsos –suspiró Lily–. Después de todo, sigo siendo una viuda que está de luto…
– Lo entiendo –aceptó Genzo–¿Quién diría que, siendo los más rebeldes, somos los que tenemos más moral? Parece una broma de mal gusto.
Wakabayashi no pudo evitarlo y se echó a reír. En ese momento estuvo plenamente seguro de que, si su propio padre o alguno de sus hermanos hubiesen estado en una situación como la suya, habrían seguido adelante sin pensar en las consecuencias.
– Que seamos rebeldes no significa que seamos malas personas –rebatió Lily, quien había sonreído levemente–. Sigo preguntándome en qué cuernos estaba pensando Hatori, cómo fue que se le ocurrió que era buena idea pedirte que te casaras conmigo. ¡Y a pocos días de su muerte! ¡Es más, ni siquiera se había muerto y ya se había buscado un sustituto! Perdón por decirlo así, pero así es como lo siento.
– No has dicho más que la verdad, eso es exactamente lo que hizo: buscar un suplente. –Genzo hizo una mueca–. Sólo atino a creer que lo que dijo Yoshio es cierto, que ya no era mi tío quien pensaba, sino las medicinas que le dieron para el dolor.
– Eso es verdad sólo hasta cierto punto –bufó Lily–. Es una justificación pobre, porque las medicinas no lo obligaron a punta de pistola a cometer esta estupidez. Para mí, es obvio que Hatori ya tenía pensado hacer esto desde hace tiempo y los medicamentos le dieron el valor que necesitaba para llevarlo a cabo. Todo esto de pedirte que vinieras, crear tanto secretismo alrededor de la carta que redactó, insistirme con que podía confiar en ti, todo lo hizo buscando un objetivo en específico.
– ¿Qué nos casáramos? –Él se sintió abochornado de una manera en la que no creyó que sería capaz.
"Que nos enamoráramos…".
– Siento como si Hatori quisiera que esto ocurriera, como si nos hubiera arrojado el uno al otro con la esperanza de que, no sé, congeniáramos, yo qué sé, para después decir que eso era lo que deseaba, que estuviéramos juntos –afirmó Lily, quien había enrojecido–. Lo que no me queda claro es cuando se le ocurrió esta insensatez.
– Supongo que debió de haberlo pensado cuando aceptó que no iba a sobrevivir –sugirió Genzo, en voz muy baja.
– Tal vez –aceptó Lily, tras unos instantes de silencio–. Pero llevó demasiado lejos la consigna de "vuélvete a casar, querida, quiero que seas feliz después de que me vaya", hasta se preocupó por ahorrarme la molestia de buscar otro esposo. Estoy indignada y ofendida, muchísimo, pero sobre todo estoy muy dolida. Siento como si nunca me hubiera querido y por lo mismo no le importó buscarme otra pareja.
– Yo creo que es precisamente todo lo contrario –replicó él–. Pienso que te amaba tanto que no quería que perdieras aquello por lo que has luchado.
– ¿Lo estás defendiendo? –Ella hizo un puchero.
– Quizás –admitió Wakabayashi–. No se lo merece, lo sé. Al menos no por el momento.
– ¿Entonces por qué lo haces? –insistió la doctora.
– Porque no quiero que te sientas mal por esto –contestó Genzo.
Lily volvió a ruborizarse mientras una sensación peligrosa y placentera la invadía de pies a cabeza. En ese momento, más que nunca, maldijo la carta de Hatori y su contenido, pero justamente esa rabia que sentía también la motivó a hacer algo inesperado: se acercó a Genzo y lo besó en los labios con muchas ganas, no porque quisiera vengarse de Hatori sino porque realmente deseaba hacerlo. Él se sorprendió al comienzo, pero ella no tuvo que insistir mucho para que la atrajera hacia su cuerpo y le devolviera el beso. Ambos tenían bien definido que no iban a llegar más lejos, pero besarse todavía estaba dentro de lo aceptable para ambos y unas cuentas caricias no iba a condenarlos más al infierno de lo que ya lo estaban. Después de un rato, Lily se recargó contra el pecho de Genzo y él la rodeó con sus brazos.
– Sigo esperando a que el abogado de Hatori me llame para decir que esto fue una broma de mal gusto –comentó ella, después de unos minutos–. Sigo esperando a que esto sea un mal sueño del que despertaré en cualquier momento, pero sin importar cuánto lo desee, no ganaré algo con negarme a aceptar la realidad.
– Nada nos obliga a cumplir con ese requisito –señaló él.
– No, pero tú sabes tan bien como yo que las cosas no van a ser iguales después de esto –replicó Lily, en voz baja–. Tanto si nos casamos como si no, Hatori ha arruinado cualquier oportunidad que me pudo haber quedado de seguir adelante con mi residencia y con mi vida en Japón. Ni siquiera un matrimonio acallaría el escándalo, de hecho creo que sería mucho peor, y si de por sí no era bien recibida aquí, con esto lo seré mucho menos. De nada me ha servido que haya ido a suplicarle a los directivos del hospital que me permitan retomar mis estudios, Hatori acabó con todo desde antes de que siquiera pudiera intentarlo por mi cuenta.
Wakabayashi ya no contestó, porque no se le ocurrió qué decir que no fuera darle la razón. Él tampoco creía que hubiese algo que se pudiera hacer para evitar la catástrofe, pues la única cosa que podría funcionar, que sería que su familia no revelara el contenido de la carta, era simplemente imposible, era casi seguro que a esas horas Eriko ya se lo habría hecho saber a cuanta persona conocía.
– ¿Y qué deseas hacer entonces? –cuestionó el portero, después de un rato.
– No lo sé –contestó la doctora–. Por ahora sólo quiero mandarlo todo al carajo.
– Hazlo –la animó él–. Creo que nadie se lo merece más que tú.
– Supongo –suspiró Lily y después preguntó, con voz suplicante–: ¿Hay algo urgente que tengas que hacer en las próximas horas? Si no es así, ¿te quedarías otro rato?
– Puedo quedarme todo el tiempo que quieras, no tengo ningún compromiso –aseguró Genzo–. ¿Elieth no va a venir hoy?
– Tiene mucho trabajo, así que no quise llamarla –explicó Lily–. Además, no estoy preparada para contarle lo que ha sucedido; ella respetaba mucho a Hatori y, a pesar de lo muy enojada que estoy con él, me dolería que le perdiera ese respeto.
– Entonces me quedaré contigo –aseguró Wakabayashi–. Toda la noche, si lo deseas. ¿Qué quieres hacer ahora?
– Por el momento, me conformo con que me abraces –pidió ella, en voz baja–. Necesito creer que todo va a estar bien, aunque sea mentira.
Él obedeció y la estrechó con más fuerza, permitiendo que el aroma de su cuerpo le invadiera los sentidos. Después de un rato, se pasaron al diván para estar más cómodos y ahí se quedaron en silencio, dejando que los minutos pasaran lentamente.
– ¿De verdad crees que Hatori hizo esto por amor? –preguntó Lily, en voz baja.
– Sí, lo creo –afirmó Genzo–. Las personas hacen toda clase de tonterías por amor.
– El amor apesta –repuso ella entonces.
– Estoy de acuerdo –afirmó él, que tenía sus propias razones para decirlo.
Genzo no supo en qué momento se quedó dormido, pero cuando volvió a abrir los ojos ya estaba solo en el diván y alguien lo había cubierto con una manta. Lily estaba delante suyo y hablaba por teléfono en voz baja, en un idioma que sonaba como a español o portugués (seguramente era español, dado que ella era mexicana); ella le estaba dando la espalda, seguramente porque no quería despertarlo, así que a Genzo no le fue posible definir a través de sus gestos de qué podría estar hablando. Sin embargo, era seguro que su interlocutor no era otro Wakabayashi, nadie de la familia hablaba español.
– Ah, ¿te desperté? –preguntó Lily, cuando terminó la llamada y se dio cuenta de que Genzo la observaba–. Lo siento, intenté hablar lo más bajo que pude.
– No te preocupes –contestó él y le echó una mirada a su reloj, que marcaba las 5:48 de la mañana–. De cualquier manera ya es hora de levantarse.
Le sorprendió mucho descubrir que prácticamente había pasado toda la noche durmiendo con Lily, aunque eso explicaba el por qué sentía la espalda tan tensa. Se dijo que necesitaba un buen baño y también comer algo, pues el estómago amenazaba con gruñir de hambre.
– ¿Estaré siendo atrevido si te pregunto con quién estabas hablando? –Sabía que no debía cuestionarla, pero Genzo sentía mucha curiosidad.
– Sí, te estás pasando de atrevido –respondió ella e hizo una mueca burlona–. Pero te lo permitiré por esta vez, ya que de cualquier modo te lo iba a contar: estaba hablando con Erika Shanks para pedirle que me reciba en su departamento, voy a tomar mi parte de la herencia y me mudaré a Santorini.
– ¿QUÉ? –Esta información hizo que Wakabayashi despertara de golpe–. ¿Cuándo lo decidiste?
Él estaba sorprendido por partida doble. Erika era la hermana mayor de Elieth, quien estaba viviendo en Milán junto con su prometido, Gino Hernández. Genzo, obviamente, los conocía a ambos, pero no tenía idea de que Lily también la conociera a ella.
– Hace como quince minutos, cuando me desperté –explicó Lily–. Para mi fortuna Erika aún no se dormía, que allá van a ser las once de la noche.
– ¿De verdad vas a irte a Santorini? –preguntó Genzo–. ¿Por unos días, unos meses o…?
– Voy a irme de manera definitiva –contestó Lily–. Bueno, tanto como definitiva no, quizás después me mude a otro sitio, quién sabe, lo que sí será definitivo es que voy a irme de Japón.
– ¿Y tu residencia? –insistió Wakabayashi, tontamente pues él también creía que la carta de Hatori le había dado el tiro de gracia–. ¿No dijiste que conseguiste que te permitieran retomarla?
– Sí, pero también te dije que sé que van a hacer todo lo que esté en sus manos para hacerme renunciar –suspiró Lily–. Y si a eso le añadimos la petición de Hatori, ya puedo darla por perdida. Seamos honestos, sabes que lo tengo todo en contra y ya me cansé de luchar. Me siento cobarde y me da rabia rendirme, pero mi salud mental no va a soportarlo más. He perdido el rumbo y necesito encontrarlo de nuevo, y sé que no voy a hacerlo aquí; al contrario, voy a acabar perdiéndome a mí misma si no salgo de este ambiente. ¿No dijiste que no estaría mal si desistía y me iba?
– Sí, eso dije y lo sostengo –asintió Genzo–. Sólo quería estar seguro de que estás convencida de lo que haces.
– Probablemente es la peor decisión que tomaré en mi vida –replicó Lily–. Pero es la primera que, en mucho tiempo, tomo pensando en mí.
– Siendo así, tienes todo mi apoyo –sonrió él–. Aunque no sirva de mucho.
– Sirve más de lo que crees. –Ella desvió la mirada–. De hecho, quizás no habría podido tomarla si no fuera por ti.
– Me alegra haber podido ayudarte –repuso él, con ternura.
Genzo tuvo deseos de besarla otra vez, pero se dijo que debía comportarse a partir de ese momento; Lily pareció encontrarse en la misma situación, pues carraspeó con incomodidad y cambió el tema.
– ¿Quieres subir a dormir un rato? –ofreció Lily–. Puedes usar la habitación de huéspedes, si lo deseas.
– Preferiría darme un baño, si no tienes inconveniente –aclaró Wakabayashi–. Ya es tarde para que me vuelva a dormir.
– Bien, en ese caso puedes usar el baño de esa habitación, ahí encontrarás toallas y lo que necesites –aseguró Lily–. Tengo ropa nueva que Hatori no usó, tú eres más ancho de hombros y más alto que él, pero creo que puedo encontrar algo que te quede bien.
Ella le dio indicaciones de cómo llegar a la habitación, aunque Genzo recordaba el camino. Una vez ahí, comenzó a quitarse la ropa y se atrevió a hacer un análisis de sus sentimientos, ahora que se encontraba solo. ¿Qué sucedería cuando Lily se marchara de Japón, cómo le afectaría a él? En teoría eso no debía de afectarle en lo más mínimo, estaba bien que ella siguiera adelante con su vida, ¿no? Así podría dejar atrás ese pequeño infierno y comenzar de nuevo. Se lo merecía, después de todas las malas jugadas que le hizo la familia Wakabayashi en pleno (incluido el mismo Hatori), era la mejor decisión que Lily podía haber tomado, Genzo estaba consciente de eso. Y sin embargo, no podía negar que se sentía muy desilusionado.
Quizás porque sabía que así era muy probable que no volviera a verla de nuevo.
Antes de que pudiera seguir pensando en ello, alguien tocó a la puerta de la habitación, que no estaba bien cerrada, y casi inmediatamente después entró Lily, llevando una muda de ropa en las manos. Ella se detuvo abruptamente al ver a Genzo sin camisa, vistiendo tan sólo los pantalones vaqueros con los que había llegado el día anterior.
– ¡Perdón! –se disculpó Lily, quien se ruborizó hasta la punta de las orejas–. Debí esperar a que me dieras permiso de entrar.
A pesar de su bochorno, Genzo pudo ver que Lily lo recorría con la mirada, con cierto toque de admiración en los ojos, lo cual incrementó más su rubor. Y él volvió a maldecir por tener tanta moral, por no poder acallar su maldita conciencia que le decía que estaba mal que se dejara llevar por sus impulsos.
– No hay problema, no te preocupes. –Inconscientemente, o tal vez no tanto, Genzo dejó su pecho al descubierto para que ella continuara admirándolo–. Todavía no me he desnudado por completo.
– Te dejo esta ropa, está nueva, creo que te va a quedar bien, o no lo sé, tal vez te ajuste del pecho y de los brazos –replicó Lily, quien después se mordió los labios con vergüenza–. Ay, mejor me voy ya, cuando acabes baja a la cocina para que desayunemos.
Sin esperar respuesta, la mexicana se dio la vuelta y salió a toda prisa de la habitación. Wakabayashi miró la ropa que ella prácticamente le había aventado y no pudo reprimir una pequeña sonrisita de complacencia.
"El diablo sabe cómo hacer tentadoras sus trampas", pensó él, mientras cerraba la puerta con llave. Después de lo ocurrido, no le quedaba duda de que, lo que sea que estuviese sintiendo por Lily, ella se lo correspondía. ¿Qué habría pasado si alguno de los dos hubiera tenido un gramo menos de moral? Genzo estaba consciente de que, si ella hubiese intentado seducirlo, él habría caído sin dudarlo. No dejaba de pensar en la suavidad de sus labios y en el calor que sintió cuando ella lo besó.
– ¡Argh! ¿Por qué tiene que ser así? –exclamó él, bajo la regadera–. ¡Sabía que tenía que haberme ido del país en cuanto tuve la oportunidad!
Tal y como Lily se lo había dicho, la ropa de Hatori le ajustaba en los hombros y en el pecho, pero no tanto como para que se sintiera incómodo. Los pantalones estaban bien, aunque Genzo habría preferido un estilo más juvenil. Cuando bajó a la cocina, Yoshio ya estaba sirviendo el desayuno, aunque Lily no se veía por ningún lado.
– Buenos días, joven Genzo –saludó el mayordomo, con su formalidad de siempre. Si tenía algún reclamo por el hecho de que él y Lily habían pasado la noche juntos, no lo demostró–. Espero que la comida sea de su agrado.
– Gracias, Yoshio –contestó él–. ¿La doctora salió?
– Está arreglándose, bajará en un momento –explicó el hombre; tras unos instantes de vacilación, continuó–: Tenía usted razón al decir que la doctora se tomaría este asunto de mejor manera cuando se tranquilizara, intenté disculparme por lo sucedido pero me aseguró que no era necesario, que sabía que no era mi culpa y que entendía en qué posición tan difícil me puso el doctor.
– Ella es una persona muy razonable, ya te lo había dicho –asintió Genzo.
– Y también agradezco que usted no se lo haya tomado a mal conmigo –agregó Yoshio.
– Creo los dos estamos conscientes de que no sirve de nada descargarnos contra quien no ha hecho más que seguir órdenes –repuso Wakabayashi–. Aunque esté furioso por esa carta, no fue idea tuya redactarla. Sin embargo, dado que eres la única persona que me puede responder a esto, quiero preguntarte si de verdad mi tío llegó a creer que nosotros aceptaríamos su sugerencia sin protestar.
Yoshio se tomó su tiempo para responder. Era evidente que el pobre hombre se debatía en encontrar las palabras adecuadas para explicar un tema tan espinoso y al final optó por hablar con la verdad.
– Él estaba convencido de que ustedes iban a congeniar – contestó Yoshio–. Era el único que los conocía a los dos como realmente son y por eso estaba seguro de que iban a agradarse mutuamente.
– Puedo aceptar eso, pero de ahí a creer que estaríamos conformes con casarnos, hay mucho trecho –replicó Genzo.
– El doctor estaba convencido de que ustedes, eh, pues… –Yoshio carraspeó antes de continuar–: Estaba convencido de que ustedes acabarían enamorándose y que lo demás iba a darse por sí solo.
Genzo por poco deja caer la taza de té que traía en la mano. Que Hatori creyera que su futura viuda y su sobrino podrían llegar a enamorarse iba más allá de su entendimiento. ¿Y si Hatori no hubiese muerto y Genzo hubiera aceptado visitarlo a él y a Lily, y la esposa y el sobrino se hubiesen enamorado mientras ella siguiera casada? ¿En qué habría terminado ese asunto?
"Hay cosas que definitivamente es mejor no saber", pensó el joven, muy ofuscado.
– Los sedantes que le daban eran potentes, ¿eh? –fue lo que comentó–. Al menos tienes que estar de acuerdo en que esta idea es muy extraña, por decir lo menos. ¿Cómo se le pudo ocurrir que ella y yo nos enamoraríamos? Se necesita más que tener cosas en común para llegar a ese punto. Además, ¿qué no pensó en lo reprobable que es que yo me case con mi tía?
– El doctor era un hombre peculiar, pero era un buen hombre –replicó Yoshio, cuya expresión daba a entender que él pensaba lo mismo que Genzo pero que de cualquier manera respetaba las decisiones de Hatori–. Tenía buenas intenciones, se lo aseguro, aunque sus métodos hayan sido cuestionables.
– Hay un dicho en mi país que dice que "El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones", Yoshio –los interrumpió Lily, quien entró como tromba a la cocina–. Lo que significa que hasta la acción mejor intencionada puede ocasionar un problema grave si no estás viendo qué consecuencias tendrá. Creo que aplica muy bien a este hecho en concreto, ¿no les parece?
Los dos hombres respingaron al verla, pues ninguno la escuchó llegar. Genzo se preguntó cuánto tiempo llevaba ella escuchándolos y cuál sería su opinión al respecto. Fue evidente, al menos para él, que los dos se habían avergonzado al punto de no saber qué responderle, pero Lily lo que menos quería era continuar el tema.
– Vamos a desayunar y a hablar de otra cosa –pidió ella–. Voy a tener un día ocupado, lo que menos quiero en estos momentos es saber qué carajos le pasaba por la mente a mi marido antes de morir, suficiente tuve ya de eso.
Durante el desayuno, Lily le contó a Genzo que despertó con la firme idea de tomar el dinero de la herencia, mudarse a Grecia y mandar al carajo su vida en Japón, por lo que ocuparía el día en redactar una carta de renuncia a su residencia y visitar al abogado de Hatori para comenzar con los trámites para recibir el dinero, tras lo cual volvería a la mansión para empezar a definir qué iba a llevarse consigo. Una vez que tuviera todo resuelto, tomaría el primer vuelo a Italia que encontrara, en donde sería recibida por Erika y Gino durante unas semanas antes de dar el salto a Grecia. Ya estando ahí, iría a Santorini, buscaría una casa que le gustara y la pagaría con el dinero de Hatori, y después pensaría en qué haría a continuación.
– Pareces tener todo planeado –señaló Genzo–. ¿Qué piensas hacer con el Porsche?
– Lo venderé –respondió Lily, sin inmutarse–. No puedo llevármelo a Europa, ni tampoco quiero hacerlo.
– Pensé que habías dicho que ese Porsche era especial –señaló Genzo, con mucho tacto.
– Sé lo que dije, pero en estos momentos estoy tan dolida con Hatori que no me importa ya ese auto –suspiró Lily–. Si estoy dispuesta a dejar mi residencia, por la que tanto me esforcé, bien puedo deshacerme de un vehículo que fue el símbolo de un amor que ya no existe.
– No seas tan dura con él –pidió Genzo, en voz baja–. No tanto porque crea que hizo bien, sino porque también estás lastimándote a ti misma.
Ella no replicó y se limitó a comer; él se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas y dejó de insistir. Tras unos minutos de silencio, Lily le dijo entonces que había pensado en que los dos deberían de presentarse con Takamura para informarle que no pensaban casarse, por si acaso eso detuviera los trámites de la herencia por alguna otra cláusula sorpresiva de la que no estuviesen enterados. Genzo estuvo de acuerdo en ir, aunque le pidió que agendara la cita por la tarde, si no tenía inconveniente. Sorprendida, Lily le preguntó la razón.
– No eres la única que tiene algo que hacer –contestó él, a la evasiva.
– De acuerdo –aceptó Lily, quien no quiso preguntar más–. Me vendrá mejor, así ocuparé la mañana en redactar mi renuncia y en hablar con Elieth.
– ¿Le has contado lo que pasó? –quiso saber Genzo.
– No. No es algo que se pueda decir por teléfono –suspiró la doctora–. Me reuniré con ella para hablarlo en persona.
– Sí, estoy de acuerdo con que este tipo de información no es algo que dirías por carta –bromeó Wakabayashi, con cierto humor negro que a Lily le sacó una sonrisa.
Eso que Genzo tenía que hacer y que no quiso decirle a Lily era ir a la casa en donde se estaba hospedando su familia para hablar con Shuzou. No fue algo que decidió de repente, Genzo lo estaba contemplando desde que se enteró de que su padre tenía una amante, pero no se había decidido a actuar, por lo menos no hasta que supo qué era lo que Hatori quería de él. Ahora que Lily había elegido irse de Japón, Shuzou ya no tendría motivos para seguir molestándola pues, en teoría, se había salido con la suya al lograr que ella se fuera del país, pero Genzo conocía a su padre lo suficiente como para saber que probablemente no se quedaría conforme con esto.
"Estoy seguro de que papá no va a aceptar este empate", se dijo Genzo. A él le parecía una decisión salomónica el que Lily abandonara Japón, como Shuzou quería, pero con el dinero de Hatori, que por derecho le correspondía. Era lo justo para ambas partes, por más que Shuzou no mereciera que se le tratara con justicia. "Si bien le dije a Lily que en algún momento mi padre se cansaría y la dejaría en paz, lo cierto es que es altamente probable que intente boicotearla hasta el último momento".
Cuando Wakabayashi llegó a la casa en donde se estaba hospedando su familia, se encontró con la sorpresa de que los únicos que estaban presentes eran sus padres, pues sus hermanos y Eriko habían salido a hacer cosas varias. Genzo sorprendió a su madre con un abrazo muy intenso, pues no era habitual en su hijo fuese tan cariñoso, aunque ella lo recibió con agrado.
– ¿Qué te sucede, hijo? –preguntó Kana, con inocente alegría–. No me molesta tu efusividad, pero me asombra el cambio.
– Creo que me ha afectado lo del tío –contestó él–. No había pensado en el hecho de que somos efímeros en este mundo y que no debemos contenernos al momento de hacerles ver a los que queremos lo importantes que son para nosotros.
– Sí, eso es cierto. –Kana pareció entristecerse por un momento aunque después volvió a sonreír. Fue hasta ese entonces que Genzo se dio cuenta de que la sonrisa de su madre siempre fue falsa, la sonrisa de cortesía de alguien que está acostumbrada a fingir–. Espero que no te vayas sin hacérselo saber a tu padre.
– No pienso irme sin hablar con él. –Genzo respondió con una verdad a medias–. Pero dime algo, mamá: ¿papá te ha hecho ver que te quiere?
– Sí, claro… –contestó ella automáticamente–. A su manera, por supuesto, ya sabes que tu padre no es precisamente un hombre efusivo. Sé que él me quiere, a pesar de las cosas que hace… Soy su esposa y es lo que cuenta al final, ¿no es así?
Él había hecho una pregunta con trampa, porque sabiendo que el matrimonio de sus padres fue concertado, no esperaba que Shuzou hubiera dado muestras de amor a su esposa. Sin embargo, la contestación que le dio Kana fue más allá de sus expectativas, porque era como si ella supiera que Shuzou la engañaba y que, contrario a lo que cabría esperar, era algo que le dolía. De primera intención, Genzo se molestó ante el hecho de su madre aceptara esta situación sin protestar, pero tras pensarlo un poco llegó a la conclusión de que sus opciones eran muy limitadas porque era lo que se esperaba de ella.
– Me alegro –mintió él y después cambió el tema–: Me gustaría que fueras a visitarme a Alemania alguna vez, ¿qué te parece?
– ¡Oh! Eso me agradaría, siempre he querido saber cómo es el lugar en donde vives, Genzo. –Kana sonrió, esta vez de forma auténtica–. Pero no sé si tu padre esté en condiciones de viajar pronto.
– No, estaba hablando sólo de ti –replicó Genzo–. Papá puede quedarse aquí, tiene mucha gente que lo cuide o en todo caso puede contratar a alguien.
Esto volvió a desconcertar a Kana, quien prometió pensarlo, aunque Genzo sabía que bastaba con insistirle unas cuantas veces más para que ella aceptara, pues la mujer tampoco era inmune a las peticiones de su hijo. Tras esto, el joven quiso saber si Shuzou estaba disponible y Kana le informó que podía pasar a verlo a su habitación, en donde estaba descansando. Genzo se dirigió entonces hacia el sitio que Kana le indicó, preguntándose qué versión se encontraría de Shuzou en esta ocasión. ¿Hallaría al que fingía estar muy enfermo para evitar confrontaciones? ¿Al Shuzou enojado que deseaba fastidiar a su cuñada? ¿O al inocente que fingiría no haber hecho algo malo? Genzo tocó a la puerta y esperó hasta escuchar el enérgico "¡Adelante!" de su padre para entrar en su habitación. Al verlo, Shuzou palideció, abrió mucho los ojos y lo miró con espanto antes de se diera cuenta de quién era y soltara un suspiro exagerado.
– ¡Ah, eres tú, Genzo! –exclamó, aliviado–. No avisaste que vendrías a verme.
– ¿Qué te pasa, papá? –inquirió Genzo, extrañado–. Parece como si hubieras visto a un fantasma.
– ¿De dónde sacaste esa ropa? –Shuzou contestó con otra pregunta–. Sé que no es tuya.
– ¡Ah! –Hasta ese momento Genzo se acordó de que llevaba puesta la ropa de Hatori; obviamente, decidió no revelar la verdadera razón de por qué la llevaba puesta–. Me quedé sin ropa limpia y Yoshio me prestó algunas prendas que eran de mi tío. ¿Por qué?
– Por un momento creí que eras el fantasma de Hatori –soltó Shuzou, en voz muy baja–. Vestido así, te pareces a él más de lo que creí.
Genzo reprimió una sonrisa irónica. Le parecía curioso que la otra persona que lo confundió con Hatori fuese precisamente Lily. Él creía que no se parecía tanto a su tío, pero algo debía de haber para que Shuzou y Lily creyeran que sí.
– ¿Y eso te causa remordimientos, padre? –Genzo decidió aprovecharse de esto–. ¿O es que le temes a los fantasmas?
– ¿Por qué habría de tener remordimientos? –Shuzou frunció el ceño–. No digas tonterías, Genzo.
– Dímelo tú –replicó el otro–. Yo los tendría si hubiera hecho todo lo que estuvo a mi alcance para arruinar la felicidad de Eiji o la de Shuichi.
– ¿Qué estás tratando de decirme? –Shuzou se puso a la defensiva.
– Creo que lo sabes tan bien como yo –contestó el portero, muy serio.
Shuzou lo miró a la cara durante unos minutos antes de decidirse a adoptar una postura. Él leyó en los ojos oscuros de su hijo que estaba enterado de la verdad, la auténtica, no la que le hizo creer al resto de su familia y maldijo a Lily Del Valle en su interior.
– Le has creído a esa mujer –recriminó Shuzou, con dureza–. A pesar de que está comprobado que sus intenciones eran arruinar a Hatori, tú has decidido creer en sus mentiras. Ya sabía que iba a conseguir engatusarte con ese falso aire de fragilidad que muestra, has caído en sus redes de la misma forma estúpida en la que lo hizo Hatori.
– Me das muy poco crédito, padre, no soy tan manipulable. –Genzo frunció el entrecejo–. Pero para que lo sepas, no le he creído a ella, sino a Elieth y a los vídeos en donde apareces amenazando a la doctora. Es difícil no tomar en cuenta algo así.
Ante esto, Shuzou volvió a palidecer. ¡Esa maldita mujer había usado esos malditos vídeos para poner a Genzo de su lado! El hombre trató entonces de encontrar una explicación que sonara convincente, pero su hijo no le dio oportunidad.
– No intentes justificarte, no hay manera en la que puedas convencerme de que las cosas no son lo que parecen –continuó Genzo–. No me vas a hacer creer que todo ha sido orquestado por ella para separarlos a mi tío y a ti o para robarse el dinero de quién sea. Podrás engañar a quien no te conozca, pero yo sé que tú sí eres capaz de llegar a estos extremos. Basta ya de mentir, papá, estoy harto de tantos secretos, no vine hasta acá para embarrarme en el lodo familiar, con fingir que estoy de acuerdo con que hagas las cosas mal y le quieras echar la culpa a alguien más.
– ¡No te atrevas a hablarme de esa manera! –exigió Shuzou, alzando la voz–. ¡Te guste o no, me sigues debiendo respeto!
– ¿Y qué harás si no lo hago? ¿Desheredarme? –Genzo no se inmutó–. Esa amenaza ya está muy usada y ya deberías de saber que no funciona conmigo. Desde hace mucho tiempo que estoy sintiéndome muy indignado por tu actitud, pero principalmente por lo que le estás haciendo a mamá.
– ¿De qué hablas? –cuestionó Shuzou, perplejo.
– De tus amantes, papá –explicó el joven–. ¿O le has hecho algo peor?
– ¡Ah! No me salgas con eso, Genzo –bufó Shuzou e hizo un gesto vago con la mano–. Tener amantes es común en hombres de nuestro estatus y posición.
– ¿Ésa es tu excusa? –El portero se molestó por el cinismo de su padre–. ¿Cómo puedes decirlo con tanta calma?
– Lo más seguro es que tu madre lo sepa, ¿cuál es el problema? –gruñó Shuzou, sin mostrar remordimientos–. Si no estuviera de acuerdo, ya habría hecho algo.
– ¿Y qué, exactamente? ¿Divorciarse? –atacó Genzo–. A ella no le habría ido bien y lo sabes, en esta familia se condena a todo el que quiere ir en contra de la corriente. Quieres justificar tu mal proceder con eso, pero lo cierto es que no le dejaste opción, así como tampoco se la dejaste a mi tío. La diferencia está en que él tenía los medios económicos para llevarte la contraria, mientras que a mi madre no le habrías dejado ni un centavo para que pudiera salir adelante.
– ¡Esto es inaudito! –gritó Shuzou–. ¡Te prohíbo que sigas hablándome así!
– Sólo estoy siendo directo –señaló el joven, a quien después se le ocurrió una idea que debió de haberle sido muy obvia desde mucho antes–: ¿Es por eso que Eiji creía que era mejor que mi tío tuviera a la doctora de amante en vez de casarse con ella? Era lo que esperabas, que hiciera lo mismo que tú y que no se atreviera a hacer algo diferente.
Shuzou lo miró con rabia, con la misma expresión que tuvo cuando Hatori le aseguró que no convertiría a Lily en su amante. Pero si Genzo ya se había decidido a hablar, iba a soltar todo lo que pensaba.
– Eso es lo que te molesta, ¿verdad? Que él haya tenido el valor de hacer lo que tú no pudiste, casarse con alguien a quien amaras –continuó el portero, quien por fin comprendió cuál era el verdadero problema–. Y peor porque lo hizo dos veces, mientras que tú no pudiste hacerlo ni una.
– ¡YA BASTA! –rugió Shuzou, fuera de sí–. ¡ES SUFICIENTE! ¡SAL DE MI VISTA, NO QUIERO VOLVER A VERTE!
– ¿Vas a alejarme también, tal y como hiciste con mi tío? Está bien, me iré, pero me pregunto si te servirá de algo –respondió Genzo, en voz baja–. Lo único que conseguiste al rechazarlo fue perderte de sus últimos años de vida, no estuviste a su lado en el momento de su muerte. ¿Estás satisfecho con eso? ¿Era lo que querías? ¿Eso quieres de mí también, que nunca me vuelvas a ver, ni siquiera en mi lecho de muerte?
– ¡VETE YA! –insistió Shuzou.
– Me iré, pero al final el que saldrás perdiendo serás tú. Alejaste a Hatori por tus prejuicios y por tu egoísmo, porque no pudiste soportar que él fuera más rebelde que tú –replicó él–. No fue Lily quien los separó: fuiste tú.
– ¿Ahora vas a apoyarla? –exclamó Shuzou, sin saber cómo reaccionar ante su hijo–. ¿Vas a hacer lo mismo que hizo Hatori, cambiarme por ella? ¡Lo único que te falta es casarte con esa mujer para que termines de hacerme todo el daño que puedas!
– Por ese punto puedes estar tranquilo: ni ella ni yo nos queremos casar. –Genzo esbozó una sonrisa triste–. Pero, aunque así fuera, no lo haría por dañarte. Te sorprenderá saberlo, padre, pero el mundo no gira a tu alrededor.
– ¡DEJA DE HABLARME DE ESA MANERA! –Shuzou volvió a gritar–. ¡SOY TU PADRE Y DEBES RESPETARME!
Afuera de la habitación se comenzó a escuchar un murmullo de voces de personas que seguramente fueron atraídas por los gritos; casi inmediatamente, alguien tocó la puerta con insistencia e intentó abrirla, pero Genzo se había asegurado de ponerle seguro, pues se previó esa reacción por parte de Shuzou y tomó sus precauciones.
– ¿Sabes? Tienes razón en un punto: sigues siendo mi padre y por eso debo respetarte –aceptó Genzo–. Por eso es que te aseguro que no le revelaré a nadie lo que le hiciste a Lily; sin embargo, si intentas seguir boicoteándola, no dudaré en contar lo que sé. Tampoco le diré a mamá que tienes una amante, pero la voy a convencer de que se vaya a vacacionar por Europa y si allá encuentra a alguien que pueda hacerla feliz, me haré de la vista gorda. Si algún día quieres hablarme, no te voy a negar la llamada, pero dudo que lo hagas, ya que no es tu costumbre preocuparte por tu familia. Adiós, papá.
Shuzou comenzó a gritar otra vez, pero Genzo dejó de prestarle atención. Al abrir la puerta se encontró con Eiji, con su madre y con alguna persona vestida con uniforme, que parecía ser el mayordomo. Éste y Eiji lo ignoraron para ir hacia Shuzou, mientras que Kana miró a su hijo menor con angustia.
– Él va a estar bien, mamá –aseguró Genzo, tras lo cual esbozó una sonrisa–. Ya es momento de que dejes de preocuparte por él y empieces a preocuparte por ti.
Kana sonrió tímidamente y dejó que su pequeño vástago le diera un beso en la frente. Acto seguido, Genzo encaminó sus pasos hacia la salida sin mirar hacia atrás, sin arrepentimientos y sin miedo a nada.
Notas:
– En teoría, si todo sale como lo he planeado, el próximo capítulo será el último. Terminar este fic me ha llevado más tiempo del que pensé.
