Capítulo 3
Ya estaban aquí de nuevo. Reid se rascó con insistencia la sien, moviéndose hacia delante y hacia atrás. No dejaban de hablar, pero no llegaba a entender lo que estaban diciendo. Se levantó bruscamente, tirando la silla en el proceso, haciendo que las pocas personas que estaban a su alrededor se le quedaran mirando. Al menos Prentiss y Morgan todavía no habían llegado.
Se encerró en uno de los cubículos del cuarto de baño, golpeándose las sienes y la frente con las palmas de la mano. No era un buen momento ni un buen lugar para tener un ataque, pero las voces no dejaban de hablar, seguían martilleando su cabeza.
Sabía que tenía que haber estado más atento en cuanto a la finalización de sus pastillas, pero después de dos casos casi seguidos, le fue imposible ir a la farmacia a renovar la receta. Y eso para él era muy malo. Al menos, y según su médico, sus ataques no eran tan malos como los de otras personas. Aún tenía que dar las gracias por eso, pensó con amargura.
Tenía veintiocho años y tres doctorados, un cociente intelectual de 187, memoria eidética y leía 20.000 palabras por minuto. Era un genio, según decía la gente, pero tenía esquizofrenia, y decían que síndrome de Asperger. Eso la gente no lo sabía, por eso para todos simplemente era raro, porque no tenían ni idea de lo que es convivir con esa enfermedad.
Cuando su padre se fue, le advirtió que probablemente a él también le iba a pasar lo mismo que a su madre, pero aunque tenía ocho años y era muy inteligente, no entendió completamente lo que su padre quiso decir hasta una noche, seis años antes.
Acababa de coger el autobús, y se sentó en unos asientos hacia la mitad, cuando empezó a notar que un hombre, vestido con abrigo negro y sombrero, no dejaba de mirarlo. Se cambió de asiento, pero el hombre seguía mirándolo, y una voz en su cabeza le decía que lo estaba siguiendo. Así que se levantó y se encaró al hombre, le gritó que lo dejara en paz, que no sabía nada y que dejara de perseguirlo. El hombre lo miraba sin comprender nada y sin hablar. Una mujer mayor lo ayudó a tranquilizarse, y lo ayudó a bajar en su parada. Cuando el autobús volvió a arrancar, Reid volvió a mirar al hombre. El abrigo que llevaba era gris oscuro y ni siquiera llevaba sombrero.
Después del diagnóstico, Reid se acordó de las palabras de su padre, y los odió a los dos. A su padre, por pronosticar con sus palabras lo que luego fue cierto, y a su madre, por haberle transmitido esa horrible enfermedad.
Según el médico, habían diagnosticado temprano la enfermedad, y si era constante con el tratamiento, no supondría ningún problema, podría hacer vida normal. Reid esperaba no terminar en un sanatorio como su madre.
Cuando entró en el FBI, sólo Gideon sabía la verdad, luego se lo contó a Hotch también. Esperaba no meterse en un lío por no informar a los altos cargos de su enfermedad. Se medicaba, y eso era tan peligroso como si tomara drogas. No por los medicamentos en sí, si no por la enfermedad. Pondría a todo el equipo en peligro si tuviera un brote psicótico en medio de un caso. Hasta ahora, todo había ido bien.
Se quedó completamente quieto, cuando se dio cuenta que las voces habían parado, que lo único que se escuchaba era el silencio. Esperó unos minutos más y luego salió del cubículo. Se acercó a uno de los lavabos, y se echó agua fría en la cara. Se miró en el espejo cuando se secó con un papel. Estaba pálido y tenía círculos oscuros debajo de los ojos. Necesitaba conseguir la medicación ya.
Salió corriendo del baño, arrollando a alguien que entraba en ese momento, y se dirigió a su mesa. No se molestó en saludar a sus compañeros, sólo murmuró un: "me tengo que ir", y salió corriendo de nuevo. Morgan y Prentiss lo miraron desconcertados.
Al llegar a las puertas de cristal, se encontró con JJ, que intentó pararlo. Él la apartó con el brazo antes de que ella llegara a acercarse del todo.
-¡Spence! ¿Estás bien? -preguntó ella preocupada.
-Tengo que irme, JJ. Dile a Hotch que me duele la cabeza y que voy al médico -respondió Reid antes de apretar el botón del ascensor.
JJ se quedó mirando las puertas del ascensor, sin entender muy bien qué le pasaba a su compañero.
Continuará…
