Capítulo 18

El día había amanecido totalmente encapotado, amenazando nieve. JJ no podía apartar la mirada del cielo, sintiendo en su interior el mismo gris del exterior.

Estaba acompañada de su madre, de todo el equipo al completo (también Jordan) y Will. Los habían instalado en una sala privada mientras duraba la operación de Henry. El policía de Nueva Orleans estaba sentado solo en una esquina de la habitación, aguantando las miradas hostiles del resto.

-Dime otra vez porqué está aquí, JJ -murmuró Morgan, mirando de reojo a Will.

-Porque es el padre de Henry y tiene el derecho a estar aquí -respondió la rubia con cansancio.

-Pero no has vuelto con él ¿verdad? -preguntó García en un susurro apenas audible.

-No, Penélope. Y no está en mis planes hacerlo.

-Menos mal…-su amiga suspiró dramáticamente.

-De todas formas, ese sería mi problema ¿no crees?

-Sí, por supuesto -contestó la analista avergonzada.

JJ se levantó nuevamente, dando vueltas y vueltas nerviosa por la habitación. Sentía la mirada de todos sobre ella, pero no le importaba nada en absoluto. Le habían advertido que la operación de Henry iba a ser larga y difícil, y ella no podía evitar ponerse en lo peor. Había intentado ser optimista, decirse a sí misma las cosas positivas y tranquilizadoras que solía utilizar en su trabajo, pero no estaban funcionando. Y lo peor, es que sabía que estaba poniendo más nerviosos al resto.

Escuchó a Hotch diciendo que iba a por café para todos, y a Prentiss que lo acompañaba, pero ella no se movió del lado de la ventana.

En la sala de espera del ginecólogo, había un par de póster gigantes de bebés. Había uno especialmente que a JJ le encantaba: era de un niño de unos siete u ocho meses, rubio y de enormes ojos azules, que sonreía feliz a la cámara. Siempre se imaginó a su hijo así, creciendo alegre y feliz sin ninguna preocupación. Sin embargo, ahora iba a estar condicionado toda su vida por su enfermedad.

Ahora estaba aprendiendo a las malas lo que era sufrir por un hijo. Miró a su madre, que hablaba en voz baja con García, y sintió una ola de afecto inmenso por ella. Ahora la comprendía más que nunca. Podía sentir exactamente lo que pudo sentir su madre cuando a Roslyn la operaron de apendicitis con nueve años, o cuando a ella le quitaron las amígdalas con ocho. Su madre nunca dejó que sus hijas vieran que sufría, que estaba asustada o preocupada, siempre tenía una sonrisa y una cara valiente para ellas.

Y decidió que así sería ella con Henry. No dejaría que su hijo notara nunca lo preocupada que estaba por él. Sufriría en silencio por su hijo, y el pequeño vería siempre lo valiente que era su madre.


Unos minutos después, Hotch y Prentiss volvieron con café para todos. JJ frunció el ceño cuando su jefe le pasó una infusión, pero no dijo nada. Sabía que tomar más cafeína la pondría todavía mucho más nerviosa. Todos miraron a Hotch cuando le tendió un vaso de café a Will, que murmuró un agradecimiento mientras daba un sorbo.

El silencio se instaló de nuevo en la habitación mientras todos tomaban sus bebidas. Cuando JJ volvió a levantarse con intención de caminar de nuevo, Reid se levantó también y la sacó de la sala. La llevó al final del pasillo, donde casi la obligó a sentarse en las sillas incómodas que había allí.

-Jayje, sé que estás nerviosa, pero deberías serenarte o te vas a enfermar.

-Lo sé, Spence, pero no dejo de pensar en que algo puede salir mal, o que Henry no se recuperará de la operación o…-la rubia cerró los ojos y se frotó las sienes en un gesto nervioso.

-Eso no va a pasar. La operación es larga, pero son buenos médicos que saben hacer su trabajo y Henry se recuperará.

-Pero, y si…

-Deja de pensar en lo peor, JJ. Todo saldrá bien y esto quedará como un mal sueño, nada más.

Ella lo miró un instante antes de volver a posar su mirada en el suelo. Sabía que Reid tenía razón, aunque le costaba llevarlo a cabo.

-Mira, voy a darte algo que a lo mejor te ayuda -Reid sacó del bolsillo interior de su chaqueta un pequeño trozo de tela, de color gris. Era del tamaño de su mano, extremadamente suave. Se lo tendió a JJ.

-¿Y esto es para…?

-Cuando estoy muy nervioso, me ayuda a tranquilizarme. La retuerzo entre mis dedos y consigo sentirme mejor. A mí me ayuda. No significa que a ti te vaya a hacer el mismo efecto, pero puedes probar -el agente se encogió de hombros.

La rubia miró la tela entre sus dedos, luego a su amigo y de nuevo la tela. Luego se acercó a él y lo abrazó. Inmediatamente, notó la incomodidad del chico.

-Gracias Spence, no tienes ni idea de lo que significa esto para mi -y lo soltó enseguida.

-Uhh, no hay de qué. Deberíamos volver, aunque es improbable que hayan terminado todavía -Reid se levantó de un salto, nervioso.

JJ notó el cambio en la actitud de Reid desde su abrazo, pero no le dio demasiada importancia, puesto que su compañero odiaba que lo tocaran. Iba tocando la pequeña tela en sus manos, y cuando entraron de nuevo en la sala de espera, se encontraba mucho mejor.


Unas tres horas después, seguían esperando. Una enfermera les había dicho un rato antes que la operación iba muy bien, y que en cuanto terminara, el doctor hablaría con ellos. Todos entraban y salían de la sala en determinados momentos, ya sea para ir al baño, tomar un café o respirar aire fresco. Will había salido hacía unos minutos, y Sandy acababa de hacer lo mismo. Prentiss aprovechó que estaba el equipo solo para acercarse a su amiga.

-No vamos a juzgarte, Jayje, ¿pero qué hace Will aquí? Pensé que no querías que supiera nada de Henry.

JJ miró a Hotch, que negó imperceptiblemente con la cabeza. Era obvio que su jefe no les había contado que Will había aparecido por la oficina. Tampoco ella les había contado antes que lo había visto en el hospital.

-Hace un par de semanas, Will estuvo aquí. Me llamó y le conté todo. Lo que tiene Henry, que iban a operarlo y todo eso. Quiere formar parte de su vida. No sé cómo vamos a seguir después de esto, pero creo que hoy se merecía estar aquí.

-¿Pero se va a mudar a aquí? -preguntó Rossi.

-No sé cuáles son sus planes. De momento, ha estado aquí estas dos semanas.

Todos callaron, cada uno sumido en sus pensamientos. Sandy y Will llegaron unos minutos después.

Al rato, el doctor Selwood apareció por la puerta. Todos se levantaron rápidamente. Les informó que la operación había sido un éxito, que Henry tendría que estar al menos otras tres semanas en el hospital, y luego podrían llevárselo a casa.

-¿Podemos verlo, doctor? -preguntó JJ nerviosa.

-Por supuesto. Síganme.

JJ miró a Will y asintió. Era su padre, no le quitaría el derecho a verlo. Los dos siguieron al doctor hacia la UCI pediátrica.

Henry estaba entubado y tenía el pecho cubierto de gasas. JJ sollozó al verlo.

-Se ve tan pequeño y frágil -susurró.

-Lo sé. Pero al menos está bien, que eso es lo importante. Y se va a recuperar -dijo Will en voz baja.

Guardaron silencio mientras contemplaban al pequeño ser que habían traído al mundo. JJ se dijo a si misma que ése había sido el último día que había tenido miedo, sacaría fuerzas de donde fuera para que su hijo la viera siempre bien.


Erin colocó suavemente el teléfono en la mesa. Acababa de responder al mensaje de Aaron en el que le contaba que la operación del hijo de la agente Jareau había ido bien, y se alegraba por ello. Al menos algo funcionaba como debía en el curso de la vida.

Suspiró profundamente mientras volvía a coger el bolígrafo, aunque se quedó con la mente en blanco mirando la libreta delante de ella. Escuchaba las risas y las voces de los niños en el salón con Malia, y aunque no debería, eso la estaba poniendo mucho más triste de lo que ya se sentía.

Nora cumpliría diez años en tres días, y aunque la niña había dicho que no quería celebrarlo, Erin no quería que su hija pasara el día de su cumpleaños como cualquier otro día.

Así que estaba sentada a la mesa de la cocina, con la intención de apuntar lo necesario para una pequeña celebración familiar, pero aún no había escrito nada. Tenía la intención de invitar a las dos mejores amigas de su hija, y a sus abuelos, tíos y primos, pero estaba totalmente atascada y todavía no sabía por dónde empezar.

La niña era más consciente de lo que a ella le gustaría de todo lo que le estaba pasando a su padre, aunque Erin intentara evitarle el sufrimiento tanto a ella como a sus hermanos.

Pero Mark estaba cada vez peor. Desde principios de año apenas se levantaba de la cama, y se pasaba el día con el oxígeno puesto. Y el desgaste físico era evidente. Estaba en los huesos, pálido y cada vez tosía más. El tratamiento hacía tiempo que había dejado de funcionar, aunque no querían admitirlo. Erin sabía que el final estaba cerca, mucho más de lo que a ella le gustaría admitir, y eso la estaba rompiendo por dentro. Saber que no podía hacer nada para ahorrarle sufrimiento a su marido, a su familia, hacía que cada día que pasaba ella también muriera un poco más.

Erin ahogó un grito cuando una mano se posó en su hombro. Se tranquilizó cuando Eduard Cleyton quedó a su vista.

-Hemos terminado ya, Erin. Ahora está descansando -le dijo él sentándose frente a ella.

-Bien. Gracias por acercarte hasta aquí. Mark insistió tanto que tuve que llamarte -respondió Erin con cansancio.

-Hiciste bien. Ya lo hemos dejado todo cerrado. Cuando Mark ya no esté, los niños y tú estaréis bien cubiertos, no os faltará de nada por el resto de vuestras vidas.

Eduard Cleyton era uno de los compañeros de Mark del bufete de abogados, y el encargado de llevar todos sus asuntos legales. Mark quería dejar todo atado antes de su muerte, y para eso había llamado a Cleyton.

-Me voy ya. Llámame cuando lo necesites o si tienes alguna duda -el hombre se puso de pie.

-Claro. Adiós Eduard.

Erin esperó hasta escuchar la puerta de entrada cerrarse y luego se levantó. Cogió un vaso y dejó correr el agua. Luego bebió lentamente. Apoyó las manos en la encimera, cerró los ojos y respiró despacio, intentando controlar el ataque de ansiedad que vivía constantemente con ella.

Continuará…