Capítulo 21
Erin se despertó con los gemidos de Olivia. La niña se retorcía a su lado, todavía dormida. Algunas lágrimas caían de sus ojos cerrados, y Erin limpió su carita, frotó su espalda y besó su frente. La pequeña se acurrucó inconscientemente contra ella, que la acunó contra su pecho.
Todavía no había amanecido, pero ese era un despertar constante para Erin las últimas dos semanas. Tampoco es que durmiera mucho ya de por sí. No conseguía descansar, ni dormir una noche entera desde que Mark había fallecido. Compartía la habitación con su hija pequeña, y eso tampoco ayudaba.
Sus suegros se habían mudado con ellos temporalmente, y ocupaban la habitación de invitados (la que utilizaba ella mientras Mark estaba enfermo), y ella era incapaz de entrar a su cuarto. Había oído a Mary criticarla por eso, pero no tenía fuerzas para discutir con ella. Cada vez que pensaba en entrar en esa habitación, tenía un ataque de ansiedad. Había sido Malia la que había recogido sus cosas. Pero sabía que en algún momento, tendría que hacerlo. Pero no ahora, era todo demasiado reciente y le dolía solamente tener que pasar por delante de la puerta.
Se sentía totalmente perdida sin Mark, no sabía cómo seguir sin él. Llevaban casi dieciséis años juntos, trece de ellos casados, habían formado una maravillosa familia, y ahora una maldita enfermedad los había separado. Sabía que eventualmente lo superaría, pero en ese momento, le partía el alma sólo de pensarlo.
Estaba tan rota, que si por ella fuera, se pasaría el día en la cama llorando, que era lo único para lo que tenía fuerzas. Pero tenía tres niños preciosos, que también habían perdido a su padre, y que la necesitaban. Así que se levantaba cada mañana, tragándose su dolor para centrarse en ayudar a los niños a superar su pérdida.
Porque estaba claro que no lo estaban llevando bien. Cada persona tenía su propia forma de gestionar el dolor, pero ninguno de los tres niños estaba bien. Nora estaba furiosa con todo el mundo, gritaba a la mínima y no soportaba el contacto. Jasper había dejado de hablar desde el mismo momento que le habían dado la noticia, y Olivia se había vuelto mucho más pegajosa de lo normal, lloriqueando gran parte del tiempo. Así que intentaba ayudar a sus hijos lo mejor que podía.
Se levantó un rato después, dejando con cuidado a Olivia en la cama. El silencio en la casa y el tímido amanecer que se colaba por los grandes ventanales del salón, le dijeron que era la única despierta todavía. Hizo una cafetera de café, y después de servirse una taza, volvió al salón. Se envolvió en una gran manta, que todavía olía a Mark, y se acurrucó en el sofá.
Vio el sol asomarse completamente entre los árboles, con los grandes edificios de la ciudad al fondo. Era una de las mejores vistas desde allí. Se sentía relajada, y por primera vez en mucho tiempo, había puesto la mente en blanco y no sentía absolutamente nada.
-Veo que has madrugado -dijo Donald en voz baja, acercándose por detrás. Se dio la vuelta para mirarlo y sonrió levemente.
-Me ha despertado Olivia, y no pude volver a dormir.
-¿Pero has dormido algo, Erin? -preguntó el hombre sentándose a su lado.
-Un poco, sí -murmuró mirando de nuevo por la ventana, evitando así la mirada inquisitiva de su suegro.
No volvieron a hablar durante un rato, cada uno perdido en sus pensamientos y sintiéndose extrañamente cómodos. Cuando Donald volvió a hablar, lo hizo tan suavemente que Erin tuvo que esforzarse por escucharlo.
-Sé que ha pasado muy poco tiempo Erin, pero no debes dejar que esto pueda contigo. Eres una mujer fuerte, y dolerá durante mucho tiempo, tal vez nunca pase del todo, pero pasará.
-Lo sé. Pero es muy difícil…ahora no puedo imaginarme que…-su voz se rompió y calló. Su suegro se acercó un poco a ella y le cogió la mano.
-Erin, sé de buena fe que Mark te amaba como nunca amó a nadie. Me llamó a las dos de la mañana extremadamente feliz después de que le dijiste que te casarías con él -los dos sonrieron ante el recuerdo-. Y si por él fuera, lo hubiera hecho en ese preciso instante. Pero también sé que ahora que él no está, no le gustaría que sufrieras más de lo necesario, sobre todo por los tres niños tan fantásticos que tenéis.
Ella asintió, mientras intentaba aguantar las lágrimas.
-Ven aquí -Donald se movió y la abrazó. Ella apoyó la cabeza en su hombro y se relajó-. Por cierto, hoy vendrá a comer Faith, deberías llevar a los niños al parque antes de que llegue y relajarte.
Erin hizo una mueca y gimió y Donald rio, sabiendo el sentimiento que su hija le provocaba a su nuera. No entendía la inquina que Mary y Faith le tenían a Erin, era una mujer estupenda que había hecho feliz a su hijo hasta sus últimos días, y eso era lo que importaba de verdad.
-Ya veo lo tranquilos que estáis aquí los dos, pues esa hija pequeña tuya ya está llorando, ¡otra vez! -ladró Mary a sus espaldas, con un tono seco dirigido a ella mientras iba hacia la cocina.
-Voy a buscarla -susurró Erin sonriendo a su suegro.
Mientras subía las escaleras, se dio cuenta que nunca podría contar con la familia de su marido para nada. Solamente Donald parecía sentir algo de cariño hacia ella, pero solía estar influenciado por su mujer. Así que sabía que a partir de entonces, sus hijos y ella estaban solos, y solamente se tendrían los unos a otros.
Hotch cerró el archivo y miró el reloj. Se le había pasado la hora de comer, pero tampoco tenía demasiada hambre. Llevaba dos semanas trabajando sin parar, con su trabajo y el de Strauss. Agradecía sinceramente a Morgan que le echara una mano.
Escuchó un golpe en la puerta y levantó la mirada. Precisamente a él lo vio entrar con unos archivos y sentarse frente a él.
-Estos ya están hechos -dijo agitándolos y dejándolos en la bandeja de salida-. Me llevo algunos más.
-Gracias Morgan. Te lo agradezco -respondió frotándose las sienes.
-¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¿Cuándo vuelve Strauss?
-No lo sé. Han pasado sólo dos semanas y necesita recuperarse. Para eso se necesita tiempo -dijo Hotch con consternación.
-Ya lo sé Hotch, no quería parecer insensible. Supongo que recuperarse de algo así no se hace de la noche a la mañana. Y más si tienes hijos pequeños.
-Exactamente. Cada uno tiene su propio proceso de curación -contestó en voz baja.
-Tú lo sabías ¿verdad? -preguntó Morgan con suspicacia.
Hotch lo miró durante un instante en silencio, luego asintió con cansancio.
-Lo descubrí hace unos meses. Pero ni siquiera ella sabía que yo lo sabía. Lo supo el día del funeral de Haley.
-Podías haber dicho algo.
-No me correspondía a mi hacerlo, Derek. De todas formas, intenté ayudarla con el papeleo siempre que pude.
-Y seguiremos haciéndolo. Somos un equipo -Morgan se levantó y sonrió, cogiendo sus archivos nuevos-. Espero que vea que estamos ahí para las buenas y para las malas -dijo divertido.
-Lo sabe, Derek. Créeme que si -respondió su jefe.
Morgan salió y Hotch suspiró. Estaba agotado y necesitaba un descanso. La situación de Strauss le había afectado más de lo que hubiera pensado, trayendo recuerdos a su mente. Aunque llevaba casi tres años divorciado de Haley, todavía la echaba de menos en ocasiones. Y también su compañía. Y aunque ella había rehecho su vida, y era evidente que él sólo era ya el padre de su hijo, en su corazón siempre tendría un lugar para ella. Y todavía se sentía demasiado culpable por su muerte. Jack se despertaba la mayoría de las noches preguntando por su madre, y él sufría por no poder quitarle sus miedos.
Por eso, entendía el dolor de Erin, y también sufría por ella. Sabía cómo se sentía, cómo el dolor te apretaba cada órgano tan fuerte que te impedía respirar con normalidad y lo único que querías era morirte tú también.
Se había dado cuenta de que Erin no tenía mucha gente en la que apoyarse y compartir su dolor, así que él estaría allí para ella. Tal vez podrían apoyarse el uno al otro en su dolor mutuo.
Recogió unos cuantos informes, los guardó en su maletín y salió del despacho. Saludó con la cabeza a sus agentes del bullpen y se dirigió a los ascensores. Antes de que consiguiera llegar, García lo interceptó.
-Señor, ¿podemos hablar un momento? -preguntó la rubia con cierta timidez.
-Claro García. Dime.
-En realidad no necesito nada, bueno sí, pero tampoco es…-se aclaró la garganta y comenzó de nuevo cuando vio la mirada impaciente de su jefe-. Ayer, ehhh…escuché su conversación con el agente Rossi, ¡totalmente sin querer! Yo no quería escuchar, fue algo…
-García, ¿qué necesitas?
-He oído que va a ir a ver a Strauss, y le he preparado unas galletas -le extendió un tupper, que cogió él al cabo de un momento-. Puede coger una, si le apetece.
-Gracias, Penélope. Estoy seguro de que le gustarán -hizo ademán de seguir andando hasta que su voz lo detuvo de nuevo.
-Y transmítale mis mejores deseos -dijo tímidamente.
Él asintió y siguió su camino hacia los ascensores.
Estaba comenzando a llover cuando Hotch llamó a la puerta. Un minuto después, una joven pelirroja y con pequeñas pecas en la cara, que Hotch reconoció como Malia, la niñera de los niños, abrió la puerta. La chica sonrió dulcemente.
-Buenas tardes, venía a ver a la señora Strauss, por favor -dijo él con formalidad.
-A Erin ¿verdad? -confirmó ella a su vez.
-Si, a Erin -Hotch asintió.
-Muy bien. Sígame por aquí, por favor. Avisaré a la señora Strauss enseguida.
Malia lo llevó al salón, y mientras iban hacia allí, escuchó un par de voces femeninas provenientes de la cocina. Supuso que serían su suegra y su cuñada. La chica le ofreció algo de beber, pero él lo rechazó amablemente. Luego lo dejó solo.
Se sentó en el sofá, admirando las vistas maravillosas del jardín, y recordó el momento que compartieron después del funeral. Unos minutos después, apareció su jefa. Se levantó cuando la vio entrar.
-Aaron, ¿qué haces aquí? Me alegro de verte -se acercó y lo abrazó brevemente.
-Lo siento, tal vez debí llamar. Pero sólo quería ver cómo estabas. Cómo están los niños -dijo mientras se sentaba a su lado en el sofá.
-No te preocupes, no necesitas llamar. Me alegro que hayas venido -susurró.
Hotch se fijó en lo pequeña que parecía. Llevaba unos leggins negros y una sudadera gris. El pelo recogido en una coleta desordenada y una expresión permanente de tristeza.
-García ha preparado estas galletas para vosotros. Y todos te envían sus mejores deseos -le dijo señalando el tupper, que había dejado encima de la mesa.
-Muchas gracias. Te lo agradezco.
-¿Cómo estás Erin? Pero dime la verdad, por favor.
Ella levantó la cabeza y lo miró, pero no dijo nada. En cambio, se encogió de hombros mientras volvía a desviar la mirada hacia la mesa.
-Al principio es normal sentirse perdido. Pero poco a poco verás la luz al final del túnel. Y tienes tres niños que te necesitan, y debes estar bien por ellos -le dijo él con cariño.
Aunque Erin miraba hacia otra parte, Hotch se dio cuenta que estaba sonriendo. Alzó una ceja con confusión.
-¿Por qué sonríes? -preguntó divertido. Erin lo miró, de nuevo con seriedad.
-Eres el único que realmente puede saber cómo me siento. Has pasado por lo mismo que yo, con diferentes circunstancias, pero lo mismo al fin y al cabo. Y sólo han pasado tres meses Aaron, ¿de verdad lo has superado? ¿Pasas cada día sin recordar lo que sucedió? -Erin lo miró con ojos suplicantes.
-No, no lo he superado. Pero es totalmente diferente.
-¿Por qué?
-Porque Haley y yo estábamos divorciados, y Mark y tú estabais casados. Todavía la echaba de menos, lo reconozco, y la sensación de culpabilidad la tendré durante mucho tiempo, porque Haley no se merecía morir por culpa de mi trabajo, y me duele mucho ver que Jack pregunta por su madre todos los días, y que crecerá sin ella, pero Mark y tú erais un matrimonio feliz, con una bonita familia que vio truncada su felicidad por una maldita enfermedad.
-¿Y cómo consigues levantarte cada mañana? -preguntó con la voz rota.
-Por Jack. Porque quiero darle un mundo mejor, y eso lo voy a conseguir con nuestro trabajo. Y por Haley, porque en esa última llamada, le prometí que le enseñaría a nuestro hijo el significado del amor. Y esa palabra tiene un amplio significado, al menos para mí.
Erin asintió, mientras parpadeaba rápidamente para evitar las lágrimas.
-Y ahora dime, ¿cómo estás?
-Han pasado dos semanas, y lo único en lo que puedo pensar es que pasaré el resto de mi vida sin verlo. Apenas puedo dormir, no tengo ganas de comer, y sólo quiero llorar. Pero están los niños, que ¡dios! También es tan difícil para ellos. Nora está enfadada con todos, Jasper no habla y Olivia sólo llora y… -bajó un poco más la voz-. Estoy a punto de asesinar a mi suegra.
-A veces la familia molesta más que ayuda -contestó Hotch también en voz baja.
-Dímelo a mí -Erin rio sin ganas-. Al parecer, soy muy mala madre por llevar a mis hijos hoy al parque. Solamente para que se distraigan de todo un poco. Y por querer que vuelvan a la normalidad. La semana que viene volverán al colegio. Fue Nora la que me lo pidió.
-Es lo mejor para ellos. También les vendrá bien para superarlo antes.
-Lo sé…
-¿Pero has pensado en buscarles un terapeuta? Eso también les ayudará.
-Lo he hecho. Empezarán en un par de días. Ese ha sido el otro motivo de discusión hace un rato.
-¿Y para ti? -preguntó Hotch con delicadeza.
Erin asintió despacio, mordiéndose nerviosa el labio. No le gustaba hablar de si misma, y últimamente lo estaba haciendo demasiado. Pero con Aaron se sentía realmente cómoda.
-Hace tres días fue el tercer cumpleaños de Olivia, y ni siquiera tuvimos fuerzas para celebrarlo. Al menos Malia le preparó un pastel y la distrajo durante un rato. Menos mal que es pequeña y no lo recordará.
-Podéis celebrarlo en unos meses. Cuando todos estéis un poco mejor.
Erin iba a contestar cuando se dio cuenta de que Jasper había entrado en el salón, y los miraba con curiosidad.
-Jas, ven aquí cariño -estiró el brazo y el niño se acercó a ella. Se sentó en su regazo y miró a Hotch.
-Hey Jasper, soy el papá de Jack, ¿te acuerdas de él? -el niño asintió-. A Jack le gustaría volver a jugar contigo, se lo pasó muy bien ¿te gustaría a ti?
Jasper lo miró fijamente un instante, luego asintió. Erin miró a Hotch con tristeza y él le sonrió animadamente, diciéndole así que todo estaría bien. El niño señaló el tupper, y Erin lo cogió y lo abrió.
-Son galletas que ha traído Aaron. Vamos a coger una ¿vale?
Jasper mordisqueó despacio una galleta, y pidió permiso a su madre con la mirada poder coger otra. Ella le dijo que sí. El niño asintió entusiasmado con la cabeza cuando le preguntaron si le gustaban, pero no consiguieron que hablara.
Al cabo de un rato, Aaron anunció que se iba. Dejaron a Jasper jugando, y Erin lo acompañó a la puerta. Seguía lloviendo sin parar. Ambos miraron al cielo.
-Gracias por venir, Aaron. Me he sentido muy a gusto hablando contigo. Creo que necesitaba algo así -dijo Erin en voz baja.
-Puedes llamarme cuando lo necesites ¿de acuerdo? A la hora que sea. Estaré ahí para ti, a lo largo de todo el camino.
Erin sonrió con tristeza, y Aaron le devolvió la sonrisa. Luego corrió hacia su coche, para evitar mojarse lo menos posible. Cuando Erin cerró la puerta, escuchó a su espalda a Nora gritarle a su abuela y a su tía, a Mary responderle también a gritos y a Faith decirle que toda la culpa era de la inútil de su madre. Erin apoyó la cabeza en la puerta, y quiso desaparecer, poder derretirse con la lluvia y volar lejos con el viento para nunca volver. En lugar de eso, lloró amargamente.
Continuará…
