Capítulo 38
Derek aterrizó en Chicago al mediodía del 24 de Diciembre, dispuesto a disfrutar de los siguientes tres días de las fiestas y de su familia.
Sarah había insistido en ir a buscarlo al aeropuerto, así que en cuanto cruzó la puerta de Salidas, la vio. Un grueso abrigo, un gorro y una bufanda a juego la protegían del frío invernal, y una gran sonrisa iluminó su rostro al ver a su hermano. Derek la abrazó y la alzó unos centímetros del suelo.
-¡Hermanita! Me alegro mucho de verte.
-¡No tanto cómo yo! Ahora que estás aquí, espero que seas capaz de convencer tú a mamá de que no haga comida para todo el barrio. Se vuelve loca en estas fechas.
-¡Yo no me quejo! Me encanta cómo cocina mamá -respondió mientras se dirigían al coche.
-Todos sabemos que te comes cualquier cosa, Der -ambos rieron.
Él miró por la ventanilla mientras su hermana conducía. Volver a Chicago significaba que inevitablemente los recuerdos lo golpearan. Intentaba alejar los malos momentos y quedarse con los buenos, y aunque no siempre lo conseguía, cada vez le afectaba menos.
Cuando abrió la puerta de casa, el olor familiar de las galletas lo golpeó. Cerró los ojos y aspiró su olor. Luego fue al encuentro de su madre y su hermana.
Unas horas más tarde, ya a solas en su cuarto, cogió el móvil y envió un mensaje. No quería agobiar a Jordan, pero quería que supiera que pensaba en ella y la echaba de menos.
Esperaba despejar su mente esos días, porque aunque intentaba no pensar en eso, creía que sin querer, se había enamorado de ella.
Jordan soltó la pintura roja junto al papel, mientras Gabe, su sobrino de tres años, la miró con el ceño fruncido unos segundos antes de seguir dibujando.
Ella sonrió mientras recogía a Ruth, la pequeña de diez meses que protestaba porque a ella la habían dejado fuera de la diversión. En cuanto la cogió de la trona y la tuvo en brazos, la niña cogió un mechón de su pelo y lo metió en la boca.
-¡No, no, no! Ruth, para -la morena soltó el mechón de la mano de la niña, que comenzó a chillar.
Enseguida entró en la sala Laura, la hermana mayor de Jordan y madre de los niños. La miró con desaprobación quitándole al bebé de sus brazos.
-Ni siquiera eres capaz de vigilarlos un rato sin que lloren -protestó Laura calmando al bebé.
-Pues cuídalos tú, que son tus hijos -murmuró ella cogió el teléfono móvil.
Solían dejarla de niñera, porque según su madre y su hermana, no se le daba bien la cocina y molestaba más que ayudar. Se sentía el bicho raro porque no solían valorarla.
Entró en la aplicación de mensajes y leyó de nuevo el que Derek le había enviado unas horas antes, y su propia respuesta. Sonrió sin poder evitarlo. Tal vez debería escuchar lo que su corazón llevaba tiempo gritándole, y ella se negaba a aceptar: que Derek era mucho más importante para ella de lo que pensaba.
Reid cerró con cuidado la puerta de la habitación de su madre.
El sanatorio Benintong había sido permisivo con el horario de las visitas ese día, tratándose del día de Nochebuena; podían incluso, si así lo deseaban, cenar con sus familiares.
Reid iba a cenar con sus tíos, pues Diana no tenía un buen día. Aún así, Spencer estuvo toda la tarde con ella, leyéndole y hablando.
En su momento le contó los cambios que había tenido en el trabajo, pero no le contó el porqué. No quería preocuparla, bastante tenía ella con su problema, cómo para preocuparse también por su hijo. Aunque Reid sabía que su madre era consciente de que él también podría heredar su condición, no se lo diría jamás. No si podía evitarlo.
Salió a la suave noche de Las Vegas y decidió caminar. Sus tíos no vivían demasiado lejos del sanatorio, y aunque era pleno invierno, el buen tiempo invitaba a pasear.
Pensó en su infancia, en cuando su padre todavía estaba con ellos y en cómo después la enfermedad de su madre lo cambió todo. Fue difícil hacerse cargo él solo de su madre, y aunque a veces le dolía haberla internado en Benintong, no se arrepentía, porque sabía que era lo mejor para ella. Sólo esperaba que nunca tuviera que hacerle compañía como paciente. Esbozó una sonrisa irónica ante ese pensamiento.
La música dejó de escucharse en cuanto Emily cerró la puerta de su antiguo cuarto. No pudo evitar hacer una mueca divertida al ver la mezcla de estilos. Póster y fotos de los grupos que le gustaban a los dieciséis años, y las paredes y muebles que no estaban cubiertas por éstos, en tonos claros.
Se sentó en la cama con las piernas cruzadas y abrió el gran bote de helado de chocolate que había robado de la cocina. Soltó un leve gemido de placer cuando el frío dulce tocó su paladar.
Era la noche de Navidad y como casi todos los años, estaba en la fiesta que su madre celebraba. Y por supuesto, no quería estar ahí. Aunque debía reconocer que ese año no le había costado tanto ir, a pesar de que se había escapado a su cuarto. Más tarde reflexionaría sobre eso. ¿Acaso estaba de opinión respecto a todas las cosas de su madre?
-Sabía que te encontraría aquí -la voz de su madre la sobresaltó.
-Estoy descansando un poco -respondió con la boca llena de helado.
Elizabeth esbozó una media sonrisa y se acercó a la cama. Le hizo una seña con la mano a Emily para que se apartara y le dejara sitio. Se sentó a su lado.
-Me he dado cuenta de algo, creo que demasiado tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena -le quitó el bote de helado y se metió un poco en la boca-. No puedo obligarte a nada que no quieras, Emily. No he sido una buena madre, te he presionado para que fueras como yo quería, y cada uno es como es.
Emily se quedó muda por las palabras de su madre. Había pasado gran parte de su vida esperando unas palabras parecidas por parte de la embajadora, y ahora que las había dicho, no sabía cómo responder. Se limitó a recoger el bote de helado que Elizabeth le devolvía y sonrió levemente.
-Puedes irte si quieres, y prometo que no volveré a presionarte para que vuelvas a venir a una de mis galas ¿de acuerdo?
Ella asintió y volvió a pasarle el helado. Mientras comían en silencio, pensó que era la mejor Navidad que pasaba desde que era una niña.
Al final Rossi había decidido ir a casa por Navidad. Adoraba a su familia, pero se estaba haciendo mayor y le gustaba cada vez más la tranquilidad, y su alborotada familia era de todo menos tranquila.
Hermanos, sobrinos, primos, nietos, llenaban de ruido la gran casa de los Rossi en Long Island.
Se había ofrecido a preparar la cena para evitar que su madre trabajara, y ahora todos estaban alabando su deliciosa comida. Había seguido al pie de la letra la receta familiar, así que era normal que todos estuvieran devorando la comida.
Al mirar a toda la familia, recordó a su otra familia, la encontrada, la elegida. Su equipo se había metido en su corazón y sabía que haría cualquier cosa por ellos, por pequeña que fuera. Y tenía la convicción de que sería recíproco.
Aunque le había costado decidirse, García finalmente había ido a cenar con Kevin y su familia. Y no se arrepentía. Al principio, se había sentido cohibida, pero no había tardado en soltarse.
Había compartido recetas con su madre, y vídeos de animalitos con su hermana. Se había reído de las anécdotas de su hermano en la Universidad y había debatido con su padre de política. Se había sentido, después de mucho tiempo, parte de una verdadera familia.
Y cuando estaban todos juntos sentados en el sofá con un chocolate caliente, García recordó de pronto las Navidades familiares de su infancia, y deseó poder volver al pasado.
Llevaba años, demasiados años sin hablar con sus hermanos, y aunque no solía pensar en ellos, había momentos, como ese, en los que los echaba de menos y quería volver a verlos. Así que decidió, que durante el año siguiente, se tragaría su orgullo y se pondría en contacto con ellos.
Mientras tanto, esa noche disfrutaría de pertenecer a la familia de Kevin como una más.
JJ había viajado con Henry a casa de su madre para pasar la Navidad, y ahora toda su familia se pasaba al niño de uno a otro como si fuera un muñeco.
Al principio, el pequeño se sintió tan abrumado que lloró en cuanto lo cogía en brazos alguien que no fuera su madre o su abuela, ahora estaba encantado y reía feliz.
Era la primera vez que su familia veía a Henry en persona. Había enviado un montón de fotos y vídeos a sus primos y tíos, y su madre se encargaba de mantenerlos a todos al día, pero se alegraba de que por fin, pudieran conocer a su hijo.
No le gustaba volver al pueblo, no dejaban de asaltarla los recuerdos de su infancia, adolescencia y de Roslyn, pero ver a su familia feliz, y a su hijo reír así, le hizo darse cuenta de que ella, en algún momento, también había sido feliz ahí, y quería que Henry conociera de primera mano lo sano que es crecer en un pueblo. Por eso, pensó que en el futuro, llevaría a Henry ahí y le contaría cómo su madre y su tía crecieron felices en el pueblo.
Hotch se sentó de golpe en el sofá y sonrió, contemplado a su hijo. Jack jugaba emocionado con los juguetes de Spideman y Batman que Papa Noel le había traído por la mañana. Se había empeñado en que estuvieran también en la mesa a la hora de la cena, así no serían sólo ellos dos. Hotch no pudo negarse.
Habían pasado el día jugando en la nieve, y viendo películas. Ahora Jack volvía a jugar con sus juguetes en el suelo.
Habían hablado con Jessica y sus abuelos por video llamada antes de la cena, para felicitarles la Navidad. Jack pasaría el fin de año con ellos. Y antes de las vacaciones, Hotch le había prometido a Rossi que iría a cenar a su casa esa noche.
Mirando a Jack, Hotch recordó la Navidad anterior, cuando su equipo se había presentado en su casa para celebrar con ellos la Nochebuena. Había sido un gran gesto por su parte, dado el mal momento que estaban pasando.
Un año después, Hotch creía que las cosas iban mejor. Diciembre siempre sería difícil por la muerte de Haley, pero con el paso del tiempo, todo dolor va sanando.
Erin no se había sentido más fuera de lugar en su vida como en esa cena. Sabía que iba a ser difícil, pero no sabía cuánto.
En toda su relación y matrimonio con Mark, jamás había estado a solas con su familia sin él hasta esa noche. Había dejado a los niños en casa de sus abuelos en verano, pero sólo habían estado juntos unos minutos.
Ahora llevaba cerca de dos horas con ellos, y sus padres y hermana no dejaban de hablar de Mark, pero ignorándola a ella completamente, como si nunca hubiera formado parte de la familia. Nora los miraba con ilusión, encantada de saber más cosas de su padre; Jasper hablaba distraído con sus primos y Olivia jugaba en silencio con su comida.
Solamente Martin, su cuñado, se dio cuenta de lo difícil que era eso para ella, del esfuerzo que estaba haciendo para no echarse a llorar. El hombre posó una mano sobre la suya y le dio un suave apretón. Ella se lo agradeció con una leve sonrisa.
Sabía que con el tiempo no dolería tanto la ausencia de Mark (ni el desprecio de su familia), pero en ese momento, sólo quería gritar, llorar y que alguien la abrazara para que no se sintiera tan sola.
Continuará…
