Capítulo 39

Erin se despertó con un terrible dolor de cabeza. Durante los primeros segundos de conciencia, sintió la paz y tranquilidad que sólo se siente justo al despertar, cuando el cerebro sigue dormido y todavía no ha procesado que has abierto los ojos. Luego, todo volvió a ella como un huracán.

Inhaló con fuerza, pero no pudo evitar el sollozo atascado en su garganta. Se sentó en la cama, tapándose la cara con las manos y dejó fluir las lágrimas. No esperaba comenzar así el último día del año, pero no tenía ningún motivo para estar feliz ni celebrar.

Cuando dejó de llorar, se levantó. Necesitaba con urgencia una ducha, así que cuando llegó al cuarto de baño abrió el grifo, se desnudó y se metió en la ducha.

Llevaba toda la semana sola, puesto que sus hijos estaban en casa de sus suegros. A nadie pareció importarle que pasaría el fin de año y el año nuevo sola, solamente querían disfrutar de la compañía de los nietos y "llenar la casa de vida" en palabras de Mary.

Y ella lo único que fue capaz de hacer fue pasearse por toda la casa como alma en pena, llorando sin parar y recordando cómo habían sido las navidades anteriores, y el resto de días con Mark a su lado. Ni siquiera tuvo fuerzas para ponerse a revisar los archivos que se había llevado para trabajar en las vacaciones.

Cada día le parecía más imposible que algún día pudiera volver a ser feliz, a querer a alguien como había, y seguía queriendo a Mark.

El dolor de su pérdida estaba anestesiado. Se levantaba cada día, preparaba a los niños para ir al colegio, iba a trabajar y hacía su trabajo lo mejor que podía y volvía a casa cada noche sintiéndose un poco más vacía cada vez. Sin embargo, había ocasiones como esa, en la que todo giraba en torno a la gran ausencia que Mark había dejado en sus vidas.

Salió de la ducha y se envolvió en una toalla. El pelo, suelto sobre sus hombros, dejaba caer sobre su espalda pequeñas gotas de agua. Al entrar en la habitación, se quedó parada: una botella vacía de vino y una copa por la mitad estaban sobre la mesita de noche. De ahí el dolor de cabeza. Era la primera vez que se bebía una botella entera de vino, al menos en una noche.

Ya en la cocina, se preparó un café bien cargado. Sentada a la mesa de la cocina, con la taza agarrada con una mano y la otra sobre la frente, con la cabeza gacha y los ojos cerrados, se preguntó qué iba a ser de su vida. Había aguantado nueve meses sin su marido, y visto desde fuera, tal vez pareciera que lo estuviera superando, pero no sabía si era por las fechas en las que estaban o porque simplemente se estaba cansado de fingir estar bien, que estaba comenzando a derrumbarse.

Era fuerte por los niños, pero nadie se preocupaba por preguntarle a ella cómo estaba. Si necesitaba algo, si quería hablar o simplemente un apretón en el brazo demostrando interés. El único que se había preocupado hasta el momento había sido el agente Hotchner. De alguna manera, habían pasado por lo mismo y la comprendía.

Levantó la cabeza sorprendida cuando sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie hasta dos días después, cuando Donald le llevara de vuelta a los niños.

Se sorprendió al ver a Malia cuando abrió la puerta.

-Malia, ¿qué haces aquí? Deberías estar con tu familia.

-Es que quería felicitarle el año nuevo. Y…debo decirle algo que no puede esperar al Lunes. Tiene que ser hoy -la chica sonrió tímidamente.

-Está bien, pasa. ¿Te apetece un café? Está recién hecho.

Se sentaron frente a frente, cada una con un café. Hablaron de cosas triviales durante unos minutos hasta que Malia se movió incómoda en su silla.

-Verá señora Strauss, estoy aquí porque hace más o menos un año, el señor Strauss me pidió que le guardara una caja y que no se la diera hasta llegado el momento. El día ha llegado. La caja está guardada en el cobertizo del jardín, en la estantería del fondo, detrás de todas las cajas que hay allí.

Erin la miró en silencio, procesando todo lo que le había dicho.

-¿Por qué en el cobertizo? -preguntó al fin.

Malia esbozó una ligera sonrisa antes de contestar.

-Porque necesitaba un sitio donde no pudiera encontrarla. En cualquier otro lugar de la casa, hubiera podido verla, allí no. Se nos ocurrió finalmente guardarla allí.

Asintió despacio mientras bebía un sorbo de café, evitando su mirada.

-¿Sabes lo que…?

-No -la cortó la chica-. El señor Strauss me pidió que le consiguiera una caja de un determinado tamaño, y unos días después, me pidió que la guardara con ciertas instrucciones. Nunca se me ocurriría mirar lo que hay dentro.

Terminaron el café en silencio, y luego Erin acompañó a Malia a la puerta.

-Sé que podría haberle enviado un mensaje, o haberla llamado por teléfono para decirle esto, pero he creído que era mejor decírselo en persona. Yo…apreciaba mucho al señor Strauss y creo que no se merecían lo que les ha pasado.

Erin sintió un profundo aprecio por la chica, mucho más de lo que sentía normalmente. Malia llevaba con ellos prácticamente toda la vida de sus hijos, y ella la consideraba parte de la familia.

-Gracias Malia. Te agradezco mucho todo lo que has hecho por nosotros durante estos años. Sabes que para nosotros eres un miembro más de la familia -Erin sonrió con cariño.

-El sentimiento es mutuo. Feliz año nuevo, señora Strauss.

Cuando Erin se quedó sola de nuevo, un torbellino de sensaciones bailaban en su pecho. Mark había bromeado alguna vez diciéndole que le dejaría instrucciones con lo que debía hacer, algo así como en la película, pero no se imaginaba lo que podría haber hecho.

Después de respirar hondo varias veces para calmarse, se puso unas botas, un grueso abrigo y salió al jardín. Vio el cobertizo al fondo, más allá de la piscina, y el corazón le dio un vuelco. Ella no solía entrar allí, tenían un chico que se encargaba de limpiar la piscina y arreglar el jardín.

Al entrar, esperó unos segundos hasta que sus ojos se adaptaron a la semi oscuridad. Apenas entraba luz por la puerta abierta pero no tardó en encontrar el interruptor de la luz. Todo tenía un orden dentro de lo que puede estar ordenado un cobertizo, las herramientas a un lado y las bicicletas de los niños apiñadas al otro. Las paredes llenas de estanterías y éstas a su vez llenas de cosas. Fijó su mirada en la del fondo, la que le había dicho Malia. Fue hacia allí con decisión. Apartó un par de cosas y por fin la vio. Una caja roja, no más grande que una caja de zapatos destacaba entre el resto de cosas. La cogió con manos temblorosas, la apretó contra el pecho y salió de allí con paso apresurado.

Dejó la caja en la mesita que tenían en la entrada cuando se descalzó y se quitó el abrigo y fue directa al cuarto de baño. Se mojó la cara con agua fría e intentó controlar la respiración. La presión en el pecho le estaba gritando que estaba a punto de sufrir otra crisis de ansiedad. Se agarró con fuerza al lavabo, cerró los ojos y se concentró en la respiración. Se imaginó el aire entrando por su nariz, atravesando sus vías respiratorias y llegando a sus pulmones, y después haciendo el camino inverso.

Unos minutos después, comenzó a tranquilizarse. Abrió los ojos, brillantes por las lágrimas no derramadas. Volvió a salpicarse la cara de agua y ya más tranquila, salió del baño.

Se preparó una infusión, y con la taza en la mano, fue a buscar la caja. Se sentó en el sofá, sintiendo los fuertes latidos de su corazón contra su caja torácica. Respiró hondo y abrió la caja.

Dentro había varios sobres. El primero tenía escrito su nombre y esa fecha; el siguiente también tenía su nombre y debía abrirlo el primer aniversario de su muerte; los tres siguientes eran para sus hijos, y debía entregárselos en su mayoría de edad; había tres más para los niños, para el día de su boda; y por último, uno para "el hombre que ha decidido compartir su vida con mi esposa".

También había tres pequeñas cajitas. Dos de ellas contenían una pulsera de oro, con el nombre grabado de su hijas. En la tercera estaba la cadena y la medalla del Sagrado Corazón de Jesús, que había pertenecido al abuelo de Mark y él había heredado. No había sido especialmente religioso, pero había sido importante para él. Supuso que sería para Jasper.

Erin ahogó un sollozo cuando vio todo eso, y se preguntó qué habría pasado por la cabeza de Mark para dejar todo eso. Tuvo la tentación de abrir todas las cartas (menos la de los niños, quería respetar su privacidad), pero cogió la primera, la que se suponía que debía abrir ese día, cerró la caja, se acomodó en el sofá y se puso a leer.

"Amada Erin:

Sé que en este momento te estarás preguntando porqué os he dejado escritas varias cartas. Y sobre todo, de esta forma tan enigmática.

Sabes que siempre me ha gustado hacer las cosas a mi manera, ser especial en las pequeñas cosas. Esta es mi forma de decirte que todo va a salir bien, que a pesar de que la vida nos ha golpeado fuerte, nosotros sabemos esquivar el golpe.

Sé que estar sin mí está siendo duro (no sé exactamente cuánto tiempo hace de eso, porque no soy vidente), pero no puedes hundirte en el dolor. Eres la mujer más fuerte que he conocido, capaz de dominar a una habitación llena de hombres con sólo una mirada, así que después de llorar unas semanas, quiero que te levantes, te pongas tu mejor traje y vuelvas a pisar fuerte el mundo.

Sé que cuidarás a los niños, que los guiarás en su día a día para que se conviertan en las grandes personas que sé que serán, y sé que será duro con mi ausencia, pero no tengo ninguna duda que lo harás muy bien.

Y aunque lo hemos hablado una vez (no te vi muy receptiva en su momento), quiero que por favor, por favor, vuelvas a enamorarte. No importa que sea dentro de un año o de tres, pero cariño, no vuelvas a cerrarte al amor. Tú y yo estábamos hechos el uno para el otro, es cierto, pero sé con seguridad que ahí fuera hay alguien que también es tu otra mitad, que después de que yo me haya ido, el hilo rojo se ha reconstruido para que encuentres al que será tu acompañante hasta el final.

Y no te preocupes por mí, porque lo único que quiero es que seas feliz, y sé que algún día lo serás y yo seré feliz viéndote desde donde esté.

Supongo que habrás visto las pulseras y la medalla, quiero que se lo entregues a nuestros hijos el día de su graduación en el instituto, es mi regalo para ellos. Y sé que Olivia es muy pequeña, por favor, haz que no se olvide de mí.

Y creo que esto es todo por ahora. Erin, amor, sé feliz. No olvides que allá donde esté, te amaré por siempre.

Con amor,

Mark"

Erin se limpió las lágrimas que sabía iba a derramar. Había comenzado nada más desplegar la hoja, y ver la escritura torcida de su marido. Y luego, al leer la carta, no pudo dejar de llorar en ningún momento. Mark siempre pensando en los demás. Él no tenía ni idea de lo duro que era para ella estar cada día sin él, pero intentaría seguir adelante por él y los niños. Lo había hecho los últimos nueve meses, al menos lo había intentado, y seguiría haciendo.

Había sido demasiado duro leer la carta y descubrir la caja, así que se levantó y fue al mueble bar. Necesitaba algo más fuerte que una infusión. Cogió un vaso, una botella de vodka y volvió al sofá.

Cogió de nuevo la carta, tomando un sorbo de su bebida. No eran ni las tres de la tarde, pero estaba sola en casa, iba a pasar el fin de año más triste de su vida y no le importaba emborracharse. Y si fuera en compañía de las palabras escritas de su difunto marido, mucho mejor.

Continuará…


Nota: Aunque de forma diferente a la serie, aquí también contaré el problema de Erin con la bebida.