Capítulo 40

Llevaba varios días sin parar de llover, y cuando Reid abrió la puerta de su casa, se encontró de frente con una chica empapada de pies a cabeza. Llevaba una maleta a rastras. Ella le sonrió un poco avergonzada.

-Hola, soy Ruth. Lo siento, lo estoy poniendo todo perdido de agua. Soy la nieta de tu vecina, la señora Rowan.

-Spencer Reid -contestó todavía un poco sorprendido.

Se fijó en ella: pelirroja con una melena larga, que ahora llevaba mojada y pegada a la cara, unos enormes y vivos ojos verdes, que parecían escrutarlo con interés y una bonita sonrisa. Unas pequeñas pecas salpicaban sus mejillas y nariz. Vestía un abrigo rojo con botones negros y una bufanda de colores con varias vueltas alrededor del cuello. Unos vaqueros y unos botines negros con tacón bajo completaban su atuendo.

-He venido seis meses a estudiar un curso de diseño gráfico. Me quedaré con mi abuela este tiempo -explicó la chica. Reid asintió con comprensión-. Lo siento, seguro que te estoy entreteniendo. Deberías coger un paraguas, parece que alguien allá arriba está enfadado y nos ha enviado el diluvio universal.

Reid la vio reírse de su propia broma y desparecer rápidamente en casa de su vecina, sin darle tiempo a despedirse.

Cerró la puerta de su apartamento y se dirigió a la calle, todavía pensando en su extraño encuentro con Ruth. Le había parecido una chica muy vivaz, capaz de reírse de sí misma. Le recordó a García, por la alegría que parecía poner en un día nublado.

Abrió su paraguas cuando salió a la calle, y sonrió pensando en las palabras de Ruth. Aunque apenas tenía unos pocos metros hasta llegar a la parada de metro y llevaba paraguas, sintió cómo el agua le empapaba la espalda.


A Emily le gustaba la lluvia, pero cuando llegaba al trabajo con los pies mojados y el pelo empapado, ya no le gustaba tanto.

Se levantó de la silla justo cuando Reid llegaba. El chico estaba empapado. Esbozó una ligera sonrisa y le palmeó el hombro, en señal de apoyo, antes de dirigirse a por un café.

Se lo sirvió de la cafetera al fondo de la sala, y luego se fue hacia la ventana más cercana. La lluvia arreciaba con fuerza contra el suelo, creando una cortina de lluvia que dificultaba la visión.

La agente se perdió en sus pensamientos. Desde la fiesta de Navidad, la relación con su madre había cambiado. Se habían visto la noche anterior para cenar, y habían tenido una conversación interesante.

Elizabeth le había vuelto a reconocer que no lo había hecho bien como madre, que tal vez había puesto demasiadas expectativas en su hija, sin preocuparse de lo que ella quisiera o sintiera. Emily se lo agradeció, y también había reconocido que a partir de los doce años, ella no se lo había puesto fácil. Pero siempre se había sentido como que no era suficiente, como que hiciera lo que hiciera, siempre estaba mal hecho, y eso la había hecho sentir mala hija.

Luego su madre se interesó por su trabajo, y por su vida privada. Ella soltó una carcajada cuando le preguntó si no pensaba sentar la cabeza, y le confesó que ella estaba casada con su trabajo, que no necesitaba a ningún hombre a su lado. Aunque se guardó para ella que en ocasiones, sí echaba de menos llegar a casa y tener a alguien con quien hablar.

Elizabeth le dijo entonces que ella había hecho lo mismo cuando se divorció de su padre, cuando ella era niña, se había refugiado en el trabajo, sin pensar en hombres (aunque eso no significara que hubiera tenido sus relaciones por ahí).

Emily pensó entonces que se parecía más a su madre de lo que pensaba. Las dos se habían refugiado en sus respectivos trabajos, renunciando a su vida personal; y aunque ninguna de las dos lo había dicho en voz alta, en ocasiones, ambas se sentían solas.

Se apartó de la ventana, todavía con una extraña sensación en el pecho por su conversación con su madre. ¿Sería posible que comenzara a cambiar su relación ahora? No sería tan malo ¿verdad? Al fin y al cabo, es lo que había querido gran parte de su vida.

-Te ha sonado el teléfono un par de veces -fue lo primero que le dijo Reid cuando volvió a su mesa.

Había dejado el móvil sobre la mesa, y lo cogió al mismo tiempo que se sentaba. Palideció en cuanto leyó el mensaje. No tenía el número guardado, pero lo reconoció enseguida, aunque hubiera preferido no haberlo hecho.

-Prentiss, ¿estás bien? -Morgan la sacó de la neblina en la que se había metido.

-¿Qué? Sí, sí, claro -forzó una sonrisa.

Morgan la miró fijamente durante un instante, luego se encogió de hombros y siguió trabajando. Cerró los ojos durante un segundo y respiró hondo. Qué largo se le iba a hacer el día.


Entró en el bar y sus ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad del lugar. La música estaba demasiado alta, impidiendo mantener una conversación normal sino era invadiendo el espacio personal de tu acompañante. Hacía muchos años que ella había dejado de frecuentar sitios como ese.

Localizó a su cita en un reservado al fondo, y fue directa para allá. Al menos ahí parecía que la música no era tan estridente y se podía hablar mejor.

-Gracias por venir -dijo el hombre.

-No me diste muchas opciones, y desde luego parece urgente -respondió la morena.

-Es urgente, Emily. Ian Doyle ha escapado de la cárcel de Corea del Norte en la que estaba, y nadie sabe donde está -Sean McAllister se inclinó hacia ella y habló con seriedad.

Prentiss volvió a quedarse sin color. Tragó saliva antes de hablar.

-Creí que estaba en Rusia, no en Corea -dijo con la boca seca.

-Eso era al principio. Llevaba siete años encerrado en una prisión política en Corea del Norte. Nadie sabe cómo ha conseguido escaparse, excepto que ha matado a dos guardias. Clyde me ha mandado para advertirte. Sabes que Doyle juró vengarse de todos nosotros, y tú eres la que más contacto tuvo con él.

-Gracias por el aviso, Sean, pero no tengo miedo. Sé cómo defenderme -pensó que ojalá se sintiera tan segura a cómo sonaba decirlo en voz alta.

Hizo ademán de levantarse, pero McAllister la cogió del brazo.

-Emily, ten cuidado, por favor.

Ella lo miró un instante y luego asintió. Él la soltó y finalmente, se fue.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no correr hasta el coche. No era de las que tenían miedo, pero algo en la noticia que Sean le acababa de dar había hecho que viejos fantasmas volvieran. Sabía lo peligroso que era Ian Doyle, y de lo que era capaz de hacer, y sabía que si algún día se enterara de lo que había hecho (si no lo sabía ya), era mujer muerta.


Ya se había ido casi todo el mundo, y aunque Morgan no era de los que solían quedarse, necesitaba terminar unos informes.

-Veo que sigues aquí -Jordan se apoyó en el borde de su mesa y sonrió.

-Reid ha deslizado alguna carpeta en mi bandeja, por eso no he terminado todavía -sonrió de medio lado mientras Jordan soltaba una risita. Ambos sabían que era completamente al revés.

Se quedaron en silencio, ambos queriendo hablar pero sin saber qué decir. Cuando estaban trabajando, la comunicación fluía sin problema, el sexo entre ellos era brutal, pero cuando estaban a solas, se sentían torpes e incapaces de mantener una conversación normal. Morgan estaba ya completamente seguro de que estaba enamorado de Jordan. El problema es que no estaba seguro de los sentimientos de ella, y nunca encontraba el momento adecuado para decírselo.

-Bueno, pues yo me voy ya. Hasta mañana, Derek -Jordan se levantó y se marchó.

Morgan se quedó con las ganas de decirle lo bien que le quedaba el jersey que llevaba ese día, y que le gustaba cómo sonreía, o que se sentía en calma sólo con verla. Pero no pudo pronunciar ni una sola palabra en su presencia; se sentía como un adolescente enamorado y nervioso. Tal vez tuviera más suerte la próxima vez.

Continuará…