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FELINETTENOVEMBER
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DIA 1:
New Recipes
o como lo traduzco yo: Nuevas Recetas.
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Siempre había sido una persona prolija. Detallista, consecuente, y obediente.
Ése día en especial, el sol brillaba en lo alto, el viento soplaba ligero, a pesar de estar a puertas del verano, aún no existía el vaho húmedo y pegajoso del calor del mediodía. Sólo notaba su piel caliente y sudorosa producto del calor de los hornos.
Suspiró, riéndose bajito.
Con amor, siguió removiendo la masa de harina de arroz mezclada con huevos y frutos secos.
Estaba segura que casi no faltaba nada.
Lentamente, elevó la mezcla y la dejó caer, con arte y parsimonia, dentro del molde en forma de corazón que previamente había embadurnado con aceite de oliva.
Volvió a suspirar.
Se puso los guantes reforzados y de un movimiento seco, arremetió el molde contra el interior del horno.
Sonrió, en tanto ponía una alarma en el móvil para dentro de veinte minutos.
Su madre, quien la observaba en el umbral de la puerta y desde tan sólo unos segundos antes, carraspeó, tratando de llamar su atención.
- ¿Es para él.?- preguntó Sabine Cheng en voz bajita.
Marinette sonrió ampliamente, pero no dijo nada. Se dio la vuelta, sólo para coger de la nevera, la crema de mantequilla que ya tenía hecha. Introdujo un dedo dentro de la crema y se lo llevó a la boca. Asintió.
- Estará perfecta. -
Sabine se recostó sobre un lado del umbral y cruzó los brazos, divertida.
- La primera vez que hice una tarta para tu padre, yo me veía de igual manera que tú. -
Marinette se atragantó con su propia saliva al escuchar las palabras de su madre.
Ambas rieron, entonces, llenas de alegría y calma.
Marinette volvió a dejar la crema en la nevera, se quitó el delantal, se limpió la frente con su codo, y se acercó lentamente a su madre, todavía sonriendo, todavía feliz.
- Él es sólo un amigo, mamá. -
Pero emitió una pequeña risita, mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Sabine.
- Aunque espero que sea sólo hasta hoy. Porque...he decidido...que...le diré...he decidido que le diré...todo lo que siento. -
Sabine deslizó un brazo por la espalda de su hija y la apretó con suavidad hacía sí. Luego le dio un beso en la sien. Deseo decirle que todo saldría bien, que el amor era así, tonto y delicado, construido en un frágil equilibrio similar al tiempo del bizcocho en el horno. Si lo dejas adentro mucho rato , se quemaría. Y si lo sacas muy pronto, perdería el tamaño, no crecería y no se podría comer ni disfrutar. En ambos casos, el bizcocho habría que tirarlo, desecharlo aunque uno hubiese puesto todo su empeño en su cocción...¿Cómo saber, entonces, si ya era el tiempo indicado? ¿o ya era muy tarde? ¿o era muy temprano?. Sabine apretó los párpados, rogando que ese día de primavera tardía y verano incipiente, fuese el día perfecto para Marinette.
Y para Félix.
Suspiraron ambas, al unísono.
Se miraron fijamente, con los ojos abiertos, todavía riendo.
Después de un rato, cuando sonó la alarma, Marinette retiró del horno un perfecto bizcocho de harina arroz ideal para celíacos y esperó, pacientemente, a que enfriara, para luego embadurnarle con una espátula toda la crema de mantequilla que estaba en la nevera.
Cogió una oblea delicada de chocolate negro y la ralló encima de la crema.
Estaría delicioso.
Claro que sí.
Su madre le indicó que se fuera a cambiar, a vestir, y que ya ella metía la tarta en el caja de cartón que Marinette le había hecho para él.
Unos minutos más tarde, una jovial Marinette, exultante y animosa, salió disparada de la panadería de sus padres, con rumbo al Grand Hotel de Paris.
Lo vería pronto.
Se presentaría en la recepción del Hotel, pediría hablar con él.
O pensándolo mejor, ni siquiera era necesario. Ella sabía en qué habitación llevaba hospedándose todo este tiempo. Una sorpresa sería lo mejor.
El cabello negro recogido en un coleta alta, un vestido sin mangas y falda hasta las rodillas, de color amarillo pastel, conjuntaba con sus manoletinas negras y su chaqueta de vaquero también de color negro.
Una sonrisa en su rostro.
Decisión en su corazón.
En sus manos, su ofrenda.
Su símbolo de paz y amor.
Y en sus labios, una petición.
Una respuesta.
- Sí, Félix, yo también te quiero. - murmuraba para sí misma. - Lamento no haberlo tenido claro desde el inicio. Pero el amor es así, ¿no?. - continuaba pensando en voz alta, practicando lo que diría al verlo.
Cruzó las puertas de cristal, anunciando que llevaba un pedido para el huésped de la suite más cara del hotel.
Nadie la detuvo. El recepcionista, que la reconocía como compañera de las Bourgeois en el Instituto, le asintió con la cabeza y le enseñó los ascensores.
Marinette sonrió de vuelta, agradeciendo mudamente.
- También te quiero, sí. Y...y ...te ...he traído...algo para tí. Una tarta para tí. - murmuró nuevamente. Carraspeó y cogió aire, se dio valor. - Yo te quiero. Intentémoslo. Por favor. - y cerró los ojos, conmovida, soñando por una respuesta afirmativa.
El suave timbre del ascensor llegando a la planta indicada, le obligó a mirar nuevamente.
Dio un paso fuera.
Se detuvo.
Tembló.
Todo su valor, su alegría se borró en un minuto.
La cobarde Marinette siempre aparecía en los momentos más intensos de su vida.
Con miedo y esperanza, se giró para ver si las puertas del ascensor seguían abiertas.
No lo estaban.
Ya no podía huir.
Al siguiente segundo, se enfadó consigo misma, por sus dudas, por sus miedos, por la indecisión que la había arrastrado hasta ese momento.
No hoy, se dijo.
No nunca, se repitió internamente.
Pisando fuerte, arrugando el entrecejo e hinchando las mejillas, Marinette Dupain-Cheng llenó su pecho de valentía y coraje, de determinación y furia. Dio pasos fuertes y sonoros, seguidos, uno tras otro, sin detenerse. Se detuvo frente a la suite y casi apretando el timbre con odio, esperó por su destino.
Por el amor.
- También te quiero Félix, tal vez desde siempre. - pensó su mente por un última vez.
Sintió unos pasos que se acercaban por detrás de la puerta. Su corazón empezó a latir, furioso y raudo, indoblegable, incoercible. Uno, dos, tres, pierdo el ritmo. Cuatro, cinco, seis, otra vez. Y de nuevo.
Tuvo nauseas.
Tragó fuerte.
Oh, el amor.
La puerta se abrió abruptamente.
Marinette Dupain-Cheng abrió la boca, la tarta sobre sus manos tembló, amenazando caerse. Su corazón se detuvo. No latió.
- ¿Marinette? - le saludó una dulce voz cantarina, delicada y perfecta, aterciopelada. Kagami Tsurugi, absolutamente despeinada, se cerró el albornoz que llevaba, tratando de ocultar su obvia desnudez. - ¡Marinette! No sabía que vendrías...ehh...umm...¿Has venido a ver a Félix? ¿Esa tarta es para él?.-
Marinette nunca supo cómo en ese momento ella pudo cerrar nuevamente la boca, aclararse la garganta y pensar en qué demonios estaba pasando ahí dentro.
- Está...en la ducha. No puede atenderte...hemos...estado ocupados. -
Fugaz, un leve sonrojo apareció en la piel del rostro aporcelanado de la bellísima y perfecta Kagami Tsurugi.
Marinette le sostuvo la mirada, y sonrió muy tenuemente. ¿Eso era lo normal, no? Una sonrisa para tapar la sorpresa. El chasco. Parpadeó, tratando de recomponerse a la velocidad de la luz.
- Hoy...es...su cumpleaños. - tartamudeó vergonzosamente. - ¡Hoy es su cumpleaños!. - repitió Marinette con más fuerza.
El dolor estaba reemplazando al amor a un ritmo vertiginoso. La angustia, la decepción.
- Entonces, dámela, yo se la entregaré. - le pidió amablemente una alborotada Kagami, mostrándole una mirada brillosa y llena de felicidad. Aún llevaba el maquillaje puesto del día anterior, de la fiesta del día anterior.
Marinette encogió los brazos, atrayendo la tarta hacia sí misma.
- A... acabo de recordar que tiene gluten. Sí, gluten...Si lo probara, moriría. En el acto...moriría en el acto, de manera instantánea. La cara se le pondría roja y tendría problemas para respirar y...-
Se detuvo. Un mar de lágrimas se apoderaba de sus ojos, una opresión le quitaba el aire en el pecho.
Cobardemente, le dio la espalda a Kagami, abrazó la caja sin importarle la tarta dentro y corrió desesperada, hasta la salida de emergencia, bajando por las escaleras mientras luchaba por respirar infructuosamente.
Apenas llegó a la calle, lanzó con furia la tarta al primer contenedor de basura que encontró en su camino.
Continuó corriendo.
Cuando se supo lejos, ella se sentó en la primera banca que había en la calle. Se abrazó a sí misma, mientras sus piernas temblaban incesantemente.
Rompió a llorar.
Luego el llanto se acompañó de gemidos, quiso gritar, pero había gente alrededor. Así que, desesperada, se tapó la boca con una mano para acallar el grito mudo y lastimero que le nació en la garganta. Luego se tapó los ojos con ambos manos. Columpió su menudo cuerpo hacia delante y atrás, aún con la cabeza escondida entre sus dedos.
- Oh, maldición, maldición. -
Pero nadie la escuchaba.
La gente continuaba caminando, bajaba por las escaleras hacia el Metro. O esperaban a que cambiase de color el semáforo.
El sol seguía brillando, el viento seguía soplando.
Despacio, pasaron los minutos, y el dolor que le atenazó el pecho, fue disipandose, logrando que ella respirara mejor. Se quitó las manos de la boca, y observó sus palmas, húmedas y llenas de mocos, las limpió en la falda y malamente, trató de alisarse el pelo, se frotó los párpados y se volvió a aclararse la garganta.
Hipó. Hizo pucheros.
No le importó.
Más minutos trascurrieron y ella decidió, que eso era todo, que eso era suficiente. Lo olvidaría, si es que tenía que haberlo hecho desde el inicio. La culpa era de ella, sin duda alguna, por ilusa, por soñadora, por torpe y estúpida.
Se puso de pie.
Nuevamente decidida, nuevamente reconstruida.
- ¡Marinette!- alguien le llamó desde la lejanía.
Y ahí estaba, el infame, el gruñón, el insoportable rubio que la llevaba volviendo loca desde hace meses, vestido sólo con pantalón y la camisa media abrochada, con el pelo rubio mojado desordenado pero no tanto.
- Maldición. - susurró Marinette.
Sujetó su bolso. A la mierda la valentía, la determinación, el coraje. No iba a hablar con él, no podría. Echó a correr.
Él no la siguió.
La vio correr, alejándose de él, con el rostro mojado lleno de lágrimas secas, con el cabello despeinado, con la coleta a punto de deshacerse. Recordaría ése dia. Marinette huyendo, y él...y él, simplemente...
Él, simplemente, dio media vuelta, se arregló el cabello, y volvió al Hotel.
- Marinette, adiós. - murmuró Félix.
Pero ésa despedida, ella no la escuchó.
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¡Bienvenidos al mundo oscuro del felinette!
¡El crackship al que he ofrendado mi vida!
Buajajajaja.
¡Primer día de felinette!
No os preocupéis si no entendéis de que va la historia, como siempre, la iré desarrollando. Personajes rozando la mayoría de edad. AU. No hay prodigios. Romance, drama.
Nuevamente agradecer a Mrs Fitzberry (por hacer de confidente), Joss (maryblanc), y otras tantas personas que han compartido sus ideas y su tiempo conmigo. Perdonadme si no nombro a todas.
Un fuerte abrazo
Lordthunder1000.
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PD: Sí, Félix es celíaco.
PD2: Sí, hay feligami.
PD3: Sí, habrá felinette.
PD4: trataré de evitar el OOC, lo prometo pero a la vez no sé si lo consiga.
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Otro abrazo.
