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Lamento la pausa y el retraso. Falta de tiempo. Fiestas, pereza, cansancio. Etc. Perdón. Volverá a pasar, sin duda. Sin más delayo, os dejo un capítulo regular y algo tranquilo, pero con felinette. Un beso.
Advertencias: feligami. adrinette.
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FELINETTENOVEMBER
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DIA 11:
Box
o Caja.
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Notas:
Letras "en cursiva y entre comillas", nos referimos a lo que escucha o lee.
Letras sólo en cursiva, pensamientos, introspección, o sucesos en el pasado.
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La cama que usaban para dormir se encontraba casi al ras del suelo. Las almohadillas totalmente cilíndricas le generaban algunas contracturas en el cuello. Pero por suerte, Kagami Tsurugi tuvo siempre la gentileza de dejarle unas almohadas normalitas de viscoelástica y algodón para aliviar su sueño. Por lo general cuando dormían juntos, ellos despertaban temprano o mejor dicho, él despertaba temprano, debido a que la luz del sol entraba potente a través de los paneles de la habitación, los cuales no tenían ni una cortina. Incómodo, y sin sosiego, Félix despertaba y empezaba un nuevo día.
Claro, si es que dormía.
Los últimos días después del puñetero baile de primavera del Instituto habían significado para él, unos días larguísimos y agotadores, deprimentes y grises, tan sólo relajados por el sonido intenso y aguerrido arrancado de su violín. Leía la partitura mientras maniobraba con maestría el arco. Se retorcía. Cerraba los ojos y se olvidaba que su vida ya no tenía la misma chispa de antes, ni el mismo sentido. Entonces, él trasladaba su angustia y su frustración al pobre instrumento, produciendo música violenta, afligida y lacrimógena. Amarga y por segundos, dulce. Habían momentos en los que Kagami abría la puerta y le suplicaba que por favor se detuviera, porque era imposible vivir oyendo ese sonido.
Félix parpadeaba, se enfadaba internamente con ella, y en absoluto silencio y en rebeldía, volvía a cerrar los ojos y reiniciaba su canción.
Sólo que ahora, desde el fondo de su alma, él reflotaba sus recuerdos más felices: su padre, sus juegos al balón, el frescor del viento cuando hacía equitación, la sonrisa de Marinette, la suavidad de sus labios, el sabor rosa de su amor. Y de esa manera, disociado del mundo y sabiéndose desleal, él volvía a sentir los latidos de su corazón, volvía a vivir. Su violín, su amor... él flotaba en una dimensión paralela donde ambos estaban juntos, él y Marinette, y cogidos de la mano paseaban por el Sena, para detenerse en un punto cualquiera, mirarse fijamente y besarse por largos minutos.
Y durante las noches en las que él se quedaba a dormir con Kagami, fijaba la mirada en un farolillo que colgaba del techo, de color rojo pasión. Calculaba los segundos que quedaban para salir corriendo al Instituto, huyendo de esa casa. Perdido en sus pensamientos, no notaba cuando su, aún, novia, le acariciaba el rostro, las mejillas, le dejaba un beso tierno, luego lo abrazaba intensamente tanto con sus brazos como con sus piernas. Era la presión de tenerla encima, lo que le hacía a Félix despertar de su trance, de su olvido, de su negación.
- Hey. - susurraba él, frotándole con suavidad la espalda.
- Hey. - contestaba ella, con la voz partida y con la respiración rápida y superficial, conteniendo los pucheros que le nacían en la garganta.
Félix la observaba así, frágil y cariñosa, distinta a su personalidad habitual. Su cabello liso y negrísimo relucía brillante, pero él sabía que su alma era opaca. Vulnerable, herida, lastimada de muerte. Félix respiraba lentamente. Él sabía que una cuenta regresiva había empezado. El tic tac de una bomba programada. La secuencia de sucesos que él ya conocía y que terminaba cuando ella se fracturaba...de nuevo.
- Respira conmigo, Kagami. - él volvía a susurrar. - Inténtalo, por favor. -
Algunas veces funcionaba y su novia volvía a su ecuánime "yo" de siempre. Pero la gran mayoría de veces, rompía en llanto, otra vez. Gimoteaba y hundía su rostro en la pijama de Félix, y ahí sí, entonces, él giraba hacia ella, y correspondía fieramente a su abrazo. La apretaba fuerte contra sí, apoyaba su mentón en su pelo. El tiempo pasaba, las lágrimas también.
Consolaba a Kagami, pensando en Marinette.
Y concluía, acertadamente, que el que estaba muriendo cada día, no era ninguna de los dos, sino él.
Y ahora, mientras un corazón se curaba, otro volvía a dañarse, quizá para siempre.
Él intercambiaba tristeza por cariño.
Lágrimas por dolor.
Su dolor.
.*.*.*
A través del ventanal de salón para huéspedes del Grand Hotel de Paris, Zoe Lee Bourgeois observaba atentamente cada movimiento que realizaba Félix Graham de Vanily desde hace unos buenos minutos.
Cada parpadeo en sus ojos.
Cada trazo que hacía con su bolígrafo.
Si le hubiesen preguntado, ella podría haber dicho cuantas veces él había respirado, o cuantas veces él había estirado el cuello.
Bajó la mirada, logrando que su mechón fucsia cubriera el sonrojo que abarrotaba su rostro. Vio sus zapatillas, pintarrajeadas con rotulador, sus vaqueros rotos, sus uñas barnizadas con colores oscuros. Y suspiró, criticándose por su aspecto tan desaliñado. Estaba segura que así nunca llamaría su atención. Y sin embargo...su mente quedó en shock al darse cuenta que él la pilló admirándolo. De un movimiento rápido y ágil, Félix salió del salón, alcanzándola en el pasillo.
- Zoe - le habló Félix, mágicamente enfrente suyo. - ¿Necesitas algo? -
Ella lo miró a los ojos, atónita, luego, asintió. Sabía que lo estaba buscando por algo, pero ella no recordaba qué. Volvió a mirar al suelo, tratando de encontrar pelusillas o polvo sobre la alfombra mullida donde estaban ambos de pie. Su cabello rubio le sirvió para ocultar la emoción de verlo, otra vez.
Necesitaba aire.
Y valor.
Bien ese día, ella pudiese reunir fuerzas, ánimo y confianza, y de una buena vez, le diría todo lo que sentía por él, sin ninguna duda.
Abrió la boca, elevó su rostro, mirándolo fijamente.
Y recordó en un segundo, aquella primera vez que lo vió, en América, hace tantos años:
Su madre, la gran Audrey Bourgeois, era una mujer intensa, y sumamente dramática. Su andar elegante, su pose, su movimiento de manos. La peculiaridad de esconder su mirada pequeña y azul tras una gafas oscuras. Su inseguridad al refugiarse tras un sombrero de ala ancha, perennemente. Y el despreciable tic, de siempre olvidarse el nombre de su propia hija:
- Zara, tu cabello...quítatelo de la frente. -
- Zandra, tus horribles zapatillas. -
Definitivamente, el hecho de ser insignificante ante tu propia madre no era algo agradable, sino que mermaba su incipiente autoestima, vaciándole toda fortaleza y amor que podría haberle cabido en el pecho. Ella no era nada. Un hueco inmenso. Un abismo. Un pozo sin fin. Detrás de su cabello dorado y su piel delicada y suave, Zoe Lee ocultaba un desierto estéril, sin amigos, sin familia, sin sentido.
Un buen día, olvidada eternamente en un rincón y mientras usaba un incómodo vestidito de princesa, su destino cambió. Su futuro.
Ella lo vio entrar, elegante y bien peinado, uniformado con un traje de etiqueta adaptado para una edad infantil. Él buscó con la mirada a alguien, pero parecía no haberlo encontrado. Buscó y buscó, avanzó hacia la mitad del salón, y en un movimiento casual, Félix Graham de Vanily la vio en su rincón, ocultándose detrás de una cortina, cubriéndose el rostro con mechones de pelo rubio. De unos sendos pasos, él llegó hasta su escondite y sin temblarle la voz, Félix le habló:
- Zoe Lee Bourgeois. La hija de Audrey Bourgeois y hermana de la insoportable Chloe. Un gusto conocerte. -
El niño no sonrió, o tal vez sí, ella no lo sabía a ciencia cierta, pero lo que en realidad supo, Zoe Lee, fue que por primera vez en su vida, ella escuchaba su nombre completo y su parentesco, recitado por un ser distinto a su profesora en el colegio. Se sintió reconocida. Se sintió...humana. Corpórea. Ya no era trasparente ni invisible. Alguien la veía. Alguien reconocía su existencia.
Gratitud. Admiración.
Su joven corazón revoloteó atravesado por la flecha del amor.
Y ella reconoció, indefectiblemente, que su vida no sería nunca la misma, desde ese día en adelante.
- Soy Felix Graham de Vanily, y busco a mi primo, Adrien Agreste. ¿No lo has visto por aquí? Es bastante tonto, y algo idiota, aunque se parece mucho a mí, físicamente... -
Ella, gracias a él, empezó a ser alguien.
Ella, gracias a él, empezó a existir.
Su fecha de nacimiento no era la que estaba puesta en su acta, sino la de ése día en New York, en el salón de su mansión, cuando ella lo conoció a él.
A Félix.
- Zoe - repitió el inglés, al ver que ella no reaccionaba, perdida en sus recuerdos. - Zoe, te preguntaba si necesitabas algo.-
Ella batió sus pestañas, despertando del trance.
Sonrió.
Sus mejillas se llenaron de color.
Sus ojitos bailotearon, pintándose de un brillito especial. Un mar de felicidad la inundó de repente. Esa felicidad, se trasformó en decisión.
Y la decisión, en valentía.
Zoe Lee Bourgeois quiso escribir una nueva fecha en su diario. En su documento de identidad. Llenó su pecho de aire, llenó su pecho de amor.
- Félix, yo...-
Un fuerte estruendo muy cerca suyo retumbó en las paredes.
Algo había pasado. Quizá en el pasillo de al lado. Un accidente. O un cataclismo.
Ambos, Félix y Zoe, se asomaron al corredor contiguo, y observaron cómo caían espectacularmente, y de manera consecutiva, una lámpara de pie, una mesita, dos sillas, tres floreros, un par de cortinas y una dignidad... la dignidad de Marinette Dupain-Cheng.
Porque sí, ahí, detrás de todo este desastre, no se encontraba nada más ni nada menos que una Marinette avergonzada y humillada, bajo las cortinas rotas y parcialmente asfixiada con las tiras de su mochila.
- Holy shit. - escuchó Zoe que Félix murmuraba. Para luego, él salir corriendo a rescatarla del suelo. - Marinette, ¿estás bien? -
Y en un segundo, Zoe Lee Bourgeois volvió a ser transparente, fantasmal.
Inexistente.
Olvidada.
- Sí, estoy bien ... o eso creo... me distraje, no ví mis pies, ¿o sí?, no lo sé... Tropecé. - De un movimiento veloz, Félix la levantó del piso, recogió su mochila, sus carpetas, le alisó el pelo, le sacudió las rodillas y la miró a los ojos. Sin pensarlo, la cogió de las manos acercándola un poco más hacia él.
Y para Félix, también un nuevo día empezó.
Otro más, en realidad.
Otro día en el cual, ella no estaba con él. Y él, no podía estar con ella.
Cortocircuito, chispazo. Acción.
Por largos segundos, el mundo para Félix se detuvo, se refugió en su imaginación y todo su alrededor se volvió blanco y negro, y él se vio enfundado en un traje, un abrigo, un sombrero y en su mente, él estaba a pie de un avión, y su Marinette estaba allí frente a él, con sus labios pintados de rojo, su mirada triste, también vestida con un abrigo y con un sombrero coquetamente ladeado. Y él, ahí, la tomaba en sus brazos, la miraba a los ojos, y le recitaba, despidiéndose:
- Siempre nos quedará París, Marinette. -
Siempre nos quedará París, siempre nos quedará nuestro amor.
Imbécil, se dijo a sí mismo, recapacitando por lo tonto de esa ensoñación.
Volviendo a la realidad, él la soltó abruptamente, tratando de cortar la conexión y la estupidez que le causaba el amor. Marinette tambaleó al sentirse libre. Pero él, viendo que se desequilibraba, la volvió a sujetar, ahora por los hombros, con ambas manos. Con rapidez, y sin pensarlo, sus manos bajaron y se afianzaron ambas a su cintura, abrazándola por completo.
Y ahora el mundo cambió, y ya no era una película en blanco y negro si no que se vio en un páramo naranja y apocalíptico con ella entre sus brazos y él, soberbio y guasón, yéndose a la guerra:
- No te estoy pidiendo que me perdones. Yo nunca lo entenderé o me perdonaré. Y si me alcanza una bala, me reiré de mí mismo por ser un idiota. Pero hay una cosa que sí sé. Y eso es que te amo, Marinette. A pesar de ti y de mí y de todo el tonto mundo haciéndose pedazos a nuestro alrededor, yo... te amo. -
Continuaba soñando.
Quería seguir haciéndolo.
Te amo, Marinette.
Y en su ilusión, pasados unos segundos de duda y miedo, él la besaría nuevamente, con desenfreno y locura... tal como lo hizo meses antes. Se dejaría la piel y el corazón, y rogaría para que ella le creyera, o le diera otra oportunidad.
Una más.
O ninguna.
Eran sueños.
Memorias de escenas novelescas. Episodios de filmes que sólo se veían en las pantallas, pero no en la vida real. No en su vida real.
Tal vez Félix debería dejar de ver tantas películas desgarradoras, en donde hablaban del amor no correspondido o del amor que no puede ser. Los protagonistas se enfrentaban a guerras y desgracias, muerte y destrucción. Y en cambio, él sólo se enfrentaba a un extraño sentimiento de lealtad y solidaridad hacia Kagami Tsurugi.
- Lo siento. - dijo Félix, mirándola atentamente a los ojos. Todavía con ella entre sus brazos. - Casi logro hacerte caer...de nuevo. -
Marinette por su parte, no pensó en películas antiguas, sino en la calidez que emanaba de su británico cuerpo.
Él era celíaco, pero sometida a su presencia, ella percibió que Félix era como la masa del pan, nívea y blanda, a la que tienes que amasar para prepararla y a la que debes dejar reposar para que crezca, y luego...meterla al horno, sacarla en el momento preciso y sentir ese calor, ese olor, esa consistencia suave y esponjosa.
Tuvo hambre.
De pan.
De Félix.
Marinette lo vio y se relamió los labios, pasándose la punta de la lengua de un lado a otro. Empezó a salivar, como un perro al que le muestran un buen trozo de chuleta. Entreabrió la boca, ansiosa, con el apetito desquiciado y voraz. Iba a comérselo. No importaba qué, o quién, pero ella iba a comerse a esa chuleta o a ese pan o a ese hombre que estaba delante de ella y ...
- ¿Marinette?... ¿estás bien?... Félix ¿pasó algo? Puedas soltarla si quieres, ya no se caerá, te lo aseguro. - una inesperablemente valiente, Zoe , habló fuerte y claro, muy cerca de ellos, casi a las espaldas de él, logrando finalizar el encuentro.
Marinette retrocedió un paso, alejándose del abrazo de Félix.
Él no sabía lo que había pasado, porque había estado metido en el guión de una historia de amor. Volando a mil metros sobre tierra, flotando en una nube multicolor.
Ella sí sabía lo que pasaba, pero no podía aceptar nada a viva voz.
Silencio.
Confirmación.
En el siglo II antes de Cristo, Arquímedes se sumergió en una bañera y detectó impactado que el nivel del agua subía. El gran matemático griego coligió de inmediato, que era así como podía calcular el volumen de un objeto, solucionando de esta manera, un dilema muy importante en su tiempo. Arquímedes, sorprendido y flipando de su descubrimiento, salió desnudo de la bañera y gritó, extasiado, "eureka, eureka".
Y eso mismo fue lo que sintió Zoe Lee Bourgeois cuando los vio a ambos, a punto de besarse sin tapujos, a sólo unos metros de ellos.
Eran fuego y pólvora.
Éxtasis...sorpresa...y amor.
Eureka, eureka.
Zoe logró ocultar su turbación y su hallazgo escondiendo su mirada bajo su mechón fucsia, como era lo habitual. Apretó los labios, sabiendo que ella los había interrumpido a posta. Tímida de nuevo, ella alzó la mirada buscando a Félix.
Pero él otra vez, estaba impávido, gris, sin brillo. Había soltado a Marinette y retrocedido sólo un par de pasos.
Mientras tanto, Marinette observaba la punta de sus zapatos, agachándose para acomodárselos, evadiendo la inspección de su compañera de salón.
- Félix, sólo vine a traerte esto. Es el formulario para la prueba de acceso al Conservatorio. ¿Me lo pediste, recuerdas? Eso es todo. - Zoe abrió su mochila y le alcanzó una carpetita de plástico trasparente donde llevaba unos papeles. Félix recordó en ese instante, que era cierto, que eso sí que lo había pedido. Le agradeció, cogió la carpeta y Zoe Lee, ya sin motivo, bajó la mirada, regresó a sus profundidades, giró la cabeza y echó a andar, alejándose de esos dos.
Eureka, eureka.
El volumen del agua y el volumen de su amor.
Pólvora.
E ignición.
.*.*.*.*
Félix decidió, después del accidente, que se trasladarían a su habitación del hotel para terminar el trabajo de ése día. Apenas Zoe se retiró, Marinette aquejó de un fuerte dolor de cabeza producido por la colisión sobre algunas de las sillas, o quizá la mesilla. Así que sin tiempo a réplica y sin dudar ni un segundo, Félix la cogió de la mano, la arrastró consigo, malamente y la lanzó de un empujón seco hacia dentro del ascensor. Digitó el número de la planta y esperó.
Esperaron, para ser precisos.
Marinette muy aparte del dolor de cabeza, tenía un fuerte apretón ahí en el pecho, donde se supone que tenía el corazón. Se quedó de piedra ahí dentro, estampada contra la pared posterior del cubículo. Félix estaba enfrente suyo, pero de espaldas, muy cerca de las puertas.
Ella observaba su porte, su elegancia, su chaqueta, su espalda amplía, su pelo rubio bien peinado. No podía creer que meses antes, ella había estado besando a ésa persona... no podía creer que ella lo había tomado del cuello y que había jugado con sus cabellos. ¡Por favor! ¡Si hasta le había acariciado la mejillas e incluso mordido la piel!.
Ardía.
Temblaba.
Soñaba.
Tendría que hablar con madame Bustier y decirle que lamentablemente, ella no podía hacer ningún trabajo con Félix, porque se habían comido la boca hace un tiempo, se habían confesado a medias lo que sentían el uno por el otro, y habían visto... ¡ja!, ¡mentira! ¡no habían visto nada!... habían visto juntos, una película en tanto se besaban todo ese rato. Y no sólo eso, si Marinette recordaba mejor, ella había notado que Félix la tocaba por todos los sitios alcanzables, y que incluso le había tocado el pecho, los brazos, quizá una pierna, o sus caderas... y Marinette no se había quedado atrás, porque inadvertidamente, ella también había intentado quitarle la camisa, abrirle los botones y...
Justo cuando abrieron las puertas del ascensor, Félix se volteó a verla, y la contempló asustada o dolorida. Distraída, con la mirada perdida y extraña. Entendió que ella no estaba bien. Suspiró, lamentando tener que tocarla de nuevo. Porque cada vez que él lo hacía, Félix se perdía, flotaba, nadaba, se hundía, volvía a respirar, volvía a morir.
Y volvía a nacer, tan sólo para recordar que no estaban juntos. Que no podían estarlo.
Por ahora.
Él tenía confianza en que el tiempo pasaría, los astros se conjugarían en el cielo, Kagami mejoraría y cuando eso sucediera, él podría otra vez ser libre e ir, corriendo, a buscar a Marinette. Buscarla en la panadería de sus padres, gritarle desde abajo, llamándola por su nombre, pasándole la voz, o lanzando alguna piedra a su ventana. Y si ella salía a verle, él le diría que sí, que ya podían estar juntos, que no la dejaría nunca, que se quedara, que le perdonara tanto dolor.
Mientras tanto, había que vivir un día a la vez, aunque cada día fuera un infierno.
Cogió aire nuevamente, y él volvió a tomarle de la mano, con más suavidad; y la arrastró, ahora más lento, hacia su habitación.
Al entrar, Félix le ofreció acomodarse en la cama, la única que había, mientras le preparaba un té y buscaba unas pastillas contra el dolor.
En su gloria o en su desconcierto, Marinette no dudó y casi de inmediato, caminó hacia el dormitorio y se tumbó en el mullido colchón, suspirando al final. Clavó su vista al techo, y entrecruzó sus manos, sobre su abdomen.
- Vuelvo enseguida. - susurró Félix, desapareciendo por la puerta que separaba la habitación del saloncito principal.
Marinette no contestó, aturdida como estaba.
- ¿Té? - preguntó Félix, en la distancia.
- Sí, por favor. - respondió ella, sin moverse demasiado. Ya, inmóvil, Marinette volvió a notar los pinchazos en la cabeza. Definitivamente, había sido un buen golpe.
Pasados unos minutos, Félix volvió a entrar al dormitorio, llevándole una taza de té negro inglés, aromático y ardiente, y un analgésico. Ella lo bebió con rapidez, a pesar que estaba muy caliente. Él le sugirió que descansase, al menos un rato, en tanto iba encendiendo el ordenador y avanzando con los deberes.
Ella asintió.
Volvió a recostarse.
Cerró sus ojos.
Trató de dormir.
Pero no lo hizo.
No podía.
Quedó atenta, escuchando sus pasos sigilosos, descubriendo, azorada, que ella estaba durmiendo en la misma cama que él.
¿También ella duerme aquí contigo, Félix?, pensó Marinette, haciéndose daño nuevamente, ¿También en este lado del colchón?
Como si lo convocara con los pensamientos, Félix se asomó al dormitorio y verificó que ella estaba dormida. Entró entonces, cauteloso. Los zapatos lo mataban porque eran nuevos, y aprovechó que ella dormía, para ponerse un poco más cómodo. Se sentó en el arcón a los pies de su cama, se descalzó con rapidez. Giró su cuerpo sólo para revisar si Marinette seguía dormida. Cuando lo comprobó, él se puso de pie, y caminó hasta el armario que estaba al lado de la cama, abrió una puerta y empezó a desvestirse.
Marinette abrió imperceptiblemente los ojos, observándolo en silencio.
De un rápido movimiento, él se deshizo de su chaqueta, para luego colgarla en una percha dentro del armario. Rápidamente, Félix continuó deshaciendo de los broches que cerraban su chaleco de satín. Un nuevo movimiento, y el chaleco también apareció colgado en la percha.
Marinette boqueó como un pez, pero casi de inmediato volvió a cerrar la boca, volvió a entrecerrar los ojos.
Quizá sólo eso quiera quitarse, pensó Marinette, absolutamente concentrada.
Un fuerte silbido, producto del roce de la seda y el algodón, la sorprendió. Él había deshecho el nudo de su corbata y se la había retirado, de un golpe seco. La enrolló con sus manos, abrió un cajoncito y la dejó dentro. Cerró el armario y se acercó a la cama, sin levantar la vista del suelo. Absolutamente ajeno a la turbación de Marinette, Félix se quitó también los gemelos de oro que llevaba en sus puños. El tintinear del metal sobre la mesilla de noche, le causó a ella un sobresalto que pasó desapercibido por Félix.
Se esforzó muchísimo en no gritar, en no moverse.
Estoica, volvió a cerrar los ojos, antes que él la descubriera, admirándolo.
Ya sin los gemelos, Félix dobló el borde de las mangas, hasta dejárselas un poco más abajo de los codos. Y sin perder tiempo, desabotonó la parte superior del cuello de la camisa. Se pasó las manos por la cabeza, alisando su cabello.
Creo que eso será todo, continuó pensando Marinette. Por favor, que eso sea todo.
El ruido generado por la hebilla del cinturón de Félix abriéndose, le provocó una racha desenfrenada de latidos cardíacos sin ton ni son. Hervía. Convulsionaba. Perdió la razón.
Iba a gritar.
O chillar.
Iba a decirle que se detuviera.
O tal vez no.
Sí, mejor no.
Otro silbido, esta vez ocasionado por la fricción del cuero y la tela del pantalón le indicó a Marinette que Félix se había quitado el cinturón.
Dios, ayúdame.
Cerró definitivamente los ojos, tratando de no apretarlos en un gesto delator.
Respiró, tratando de calmarse.
Mar en calma, cielo azul, arena fina. Mar en calma, cielo azul, arena fina. Mar en calma, cielo azul...
Repitió esas palabras en su cabeza, buscando sosiego.
Y casi lo había logrado, justo cuando sintió que el colchón se hundía al lado suyo.
Oh, no.
Félix estaba ahí.
Sentado.
Del otro lado de la cama.
Con una confianza parecida a la de los esposos de toda una vida. Una rutina cotidiana y cálida. Una costumbre íntima que sólo les pertenecía a ellos.
Auxilio. Socorro.
Marinette lanzó un leve quejido, imposible de ocultar, y se revolvió un poco. Calculó que, de esta manera, Félix podía percatarse que ella estaba ahí, probablemente no tan dormida como creía.
Félix la volvió a observar y dedujo, efectivamente, que la pudiera estar molestando. Rápidamente, él se volvió a poner de pie, se calzó unas pantuflas y salió del dormitorio, en absoluto silencio.
Los ojos de Marinette se abrieron lentamente, y exhaló el aire que no sabía que había estado guardando.
- Eso estuvo muy cerca. - masculló casi sin voz.
Muy cerca.
Muy lejos.
El corazón le dio un vuelco, fibrilando sin ritmo ni pausa.
De nuevo, usualmente.
No había tocado ni un centímetro de su piel, pero Marinette se imaginaba asistiéndolo en el proceso. Quitándole la corbata, y mientras ambos reían, ella le preguntaría por cómo le había ido en el día. Seguirían riendo, retirando cada botón de su ojal. O también lo podía imaginar vistiéndose, y ella le asistiría con el chaleco, le abotonaría la camisa. Quizá le hablaría del clima, de la probabilidad de lluvia. Y que no se olvide de llevar el paraguas. Después, le colocaría los gemelos en sus puños. Alabaría a quien hubiera planchado la camisa. Ajustaría el nudo de su corbata. Acariciaría la tela y admiraría la hechura de su sastre. Él le daría un beso en la frente, en los labios, y le agradecería la atención.
Todo eso hubiera pasado, si ellos fuesen algo.
Si él hubiese dicho que sería libre.
Si él hubiese hubiese aceptado su amor.
Y en cambio...
"- Es mi única decisión.-"
Su condena.
El momento exacto en el que su corazón volvió a partirse, por su causa. Por él.
Y el nacimiento de la certeza inequívoca sobre lo mucho que lo amaba. De lo perdidamente enamorada que estaba.
Debía olvidarlo. Debía avanzar.
Al menos, cuando estaba con Adrien, podía dejar de pensar en Félix.
Se entretenía en la sonrisa amplia y hermosa que tenía el afamado modelo parisino. Cuando se besaban, siempre a petición de Adrien, ella se concentraba en el beso, en mover los labios, en disfrutar el calor y la excitación que era tener un cuerpo cerca suyo. Se concentraba en sus dedos, en su tacto, o en su lengua. Y por momentos, Marinette desconectaba de su presente, de su zozobra.
Cruelmente, ella arrancaba chispazos de felicidad del hombre equivocado.
Y ella sabía que estaba mal, pero ¡qué genial era estar haciendo lo incorrecto!.¡Qué bueno era saberse querida por él! ¡Por alguien tan amable!
Lo había amado tanto...a Adrien.
Ella recordó que hace mucho tiempo, lo quería con locura, y trataba de redescubrir ese sentimiento, ese amor que le tuvo. Levantar a un muerto de su sepulcro. No olvidaba su amabilidad, su alegría, su mirada soñadora y comprensiva, cada vez que ella se tropezaba. Ella no olvidaba, por supuesto. Pero esos recuerdos, no eran suficientes. Ya no le producían lo mismo.
La oportunidad de ellos, la época de Adrien y Marinette, había pasado.
Habría muerto, tal vez, hace milenios.
Quizá cuando aún ella era inocente e infantil. Cuando era una chica obsesiva, torpe y dubitativa. Y terminó de morir, cuando ella decidió olvidarlo y darlo todo en su relación con Luka Couffaine, aparcando sus sueños infantiles de tener una casa con jardín y tres hijos y adoptar un perro, y un hámster anónimo. Definitivamente, ella había cambiado, tanto de mente, como de cuerpo.
Ésa joven Marinette habría muerto por supuesto, de seguro, claro que sí.
El tiempo se encarga de curar las heridas.
De matar al amor, si no se persiste en ello.
De secar tus lágrimas, aunque éstas sigan saliendo.
Con certeza, su oportunidad con Adrien Agreste había pasado...pero mientras tanto, ¿no podía quererlo tan sólo un momento? ¿Tratar de curar en sus brazos? ¿Se podía? ¡Debía intentarlo o...
- Marinette, ya veo que has despertado. Si te sientes mejor, podemos empezar...si no es así, no importa, yo haré todo y podría llevarte a tu casa, a recuperarte...-
Ella olvidó nuevamente a Adrien.
Ella recordó nuevamente a Félix.
Volvió a arder.
Marinette no respondió, sino que se levantó de la cama, abandonando sus fantasías y sus complicadas relaciones amorosas. Caminó cansina hasta el escritorio donde él tenía el ordenador, se sentó en la silla y abrió un archivo en el cual estaban escribiendo su redacción sobre mitología griega. Exhaló, maldiciendo por dentro. Se odiaba por ser voluble. Por ser inconstante. Falsa y conveniente. Ella también se equivocaba. Él no terminaba con Kagami, pero ella le había dado una oportunidad más a Adrien.
Súbitamente, sintió la respiración de Félix muy cerca suyo. Él se había inclinado para leer sobre su hombro, todo lo que habían escrito y retomar desde el punto en el que lo dejaron.
Así, tan cerca, Marinette pudo contemplar al detalle, el color nítidamente rosado clarito de su piel, sus vellos rubios en sus brazos, su piel turgente, sus uñas cortadas milimétricamente. Elevó su mirada, vio su cuello, su manzana de Adán, sus orejas, todo eso ella lo había recorrido con la lengua, o con los dedos, o con los labios... una tarde ya lejana de invierno... Todo eso ella había acariciado con sus dedos, mientras se empapaban de gélida agua de lluvia.
- Creo que la introducción, nos ha salido bien, pero el análisis del "mito de Eurídice y Orfeo" no está del todo claro. ¿Qué opinas, Dupain-Cheng? -
A ella le pareció que estaba bastante bien. Es cierto que no era algo fantástico, pero no estaba mal. Comparando al resto de la clase, Bustier los aprobaría alegremente.
- Creo que está bien. - susurró, tímida.
Félix se alejó de ella, negando inconforme. Pensativo, caminó por toda la habitación, para después detenerse ante su baúl de viaje, extrayendo un violín desde dentro.
- Orfeo, hijo de Apolo y de la musa Calíope, un músico innato. Decían que la música producida por su lira podía detener el tiempo. O hacía que el campo floreciera. O incluso que las sirenas dejasen de cantar. Su mujer, Eurídice, se enamoró de él apenas lo escuchó. Eran felices. Pero...siempre existe un "pero" en todas las buenas historias de amor, Marinette... - Félix se colgó el violín al hombro, y preparó el arco sobre las cuerdas. - ...Pero un día, un íncubo obsesionado con ella, la persiguió por el bosque, Eurídice tropezó con una serpiente y ésta la mordió en el talón, ocasionándole la muerte. -
Marinette escuchaba atentamente el relato de Félix. Ya lo había escuchado antes, sabía de qué iba. Pero escucharlo en los labios de él, con su timbre y entonación era verdaderamente fascinante. Así que se relajó, se acomodó en la silla donde estaba sentada y le observó atentamente.
Félix movió con suavidad el arco, contra las cuerdas. Un suave y armónico sonido salió del violín. Apretó con precisión los acordes, en tanto sus ojos se le cerraban. Todo su cuerpo se arrastró hacia un lado, para luego ir hacia otro, siguiendo el vaivén del arco. Como si fuera magia, una melodía preciosa y triste se escuchó. Sólo duró unos segundos, porque Félix se detuvo casi de inmediato.
- Desesperado, Orfeo cogió su lira y bajó al Inframundo, convenció a Caronte de trasportarlo en su barca, tocando una canción...y adormiló a Cerbero, otra vez rasgueando las cuerdas. Cuando llegó frente a Hades, Orfeo ya sabía lo que debía hacer...observó a Perséfone, la reina del Infierno, la hija de Démeter, y ante ella, Orfeo tocó su lira como nunca antes lo había hecho...con ritmo, melodía, tristeza y esperanza...con amor, y con dolor. Logró quebrarla, Perséfone intercedió ante Hades, quien ya cansado del músico, aceptó que se llevara a su mujer, de regreso a la Tierra...con una condición. - Félix bajó el violín y con la punta de su arco se aplastó la punta de una de sus pantuflas. - "No mirarás a tu esposa, hasta que la luz del sol la cubra completamente". Orfeo, exultante, echó a andar y volvió por donde había entrado, pero...no escuchaba nada detrás suyo, ni veía sombra que lo siguiese...¿ella estaría ahí? ¿lo estaría siguiendo?... -
Félix suspiró, y de un movimiento ágil, volvió a ponerse en posición. Un arpegio suave, luego otro intenso. Una dramática sinfonía, anunciando una desgracia.
- Las almas no tienen peso ni forma. Orfeo desesperado ante la duda, desestimó la condición propuesta por el dios, para comprobar si es que su mujer lo estaba siguiendo...-
Volvió a balancear el arco, arremetiendo con fuerza e ímpetu. Ya no era una melodía dramática. Ahora sólo era una intensa música. Llena de desesperación y lágrimas, de horror y a la vez, de belleza. Marinette se sintió cómo una espectadora en el cine, se imaginó a Eurídice cayendo redonda en el bosque, asesinada por la serpiente. Contempló con agobio, cómo Orfeo tocaba y tocaba una canción lastimera para pedir piedad a los dioses y pensó en la felicidad que sintió éste , cuando volvió a ver a su mujer muerta, en el Inframundo. Una sonrisa amplia se dibujó en el rostro de Marinette.
- ...Entonces, desconfiado, Orfeo volteó a verla, segundos antes de salir por fin del Infierno. -
Félix continuaba tocando, con el cuerpo vibrante. La voz se le entrecortaba mientras continuaba narrando el mito. Y su voz y su música hacían que ella se trasportara a otro mundo. La llevaba a su antojo. A través del averno, en la barca de Caronte, luchando con Cerbero, suplicando a Perséfone su intercesión.
De repente, él amainó su ejecución, disminuyó el ritmo de su ataque, siguió explicando.
- Efectivamente, su mujer estaba con él. Lo había estado siguiendo...Pero él había incumplido la condición. Y de inmediato, Eurídice levantó la mirada, lo observó a los ojos por última vez, y gritó con un grito sin voz, mientras desaparecía de su presencia, para volver al Inframundo. Lejos de él. -
Félix continuó tocando el violín, ya con melancolía y velocidad, remontando el ritmo, en tanto que el arco se arrastraba y caía sobre las cuerdas. Un ataque coordinado, un movimiento preciso. Marinette frunció el ceño, sumida totalmente en la desgracia ajena.
- Nunca se volvieron a ver. - susurró Marinette, apenada. - La perdió para siempre. -
- ... Orfeo, agonizando de amor, enloquecido por su desgracia, tocó una melodía horrible y macabra, volviendo locos a todo aquellos que lo escucharan. Se dice que la gente se acercó a él, con hoces y cuchillas, con puñales y espadas. Lo mataron, arrojaron su cabeza a un río, su lira fue recogida por los dioses y la conservaron entre las estrellas, haciéndose una constelacion, y su alma... - narró Félix, sacudido por el ímpetu de su violín. - ...Y su alma atormentada, voló lejos, descendiendo a los infiernos para poder, por fin, reencontrarse con Eurídice, esta vez...para siempre...-
Inspirado y decidido, Félix lanzó el arco más agresivo que antes pero igual de preciso. Alzaba el codo, bajaba el torso, abría los ojos. Mordía sus dientes, entreabriendo ligeramente los labios. Sometido a un éxtasis de concentración y fuerza, de perfección y maestría. Orfeo un valiente, Eurídice una belleza. Una desgracia y un amor. Un último tirón del arco y fin. Trastabilló un milímetro, al perder casi el equilibrio por la fuerza de sus movimientos.
Marinette parpadeó, se pasó la mano por la mejilla secándose lagrimas que no sabía que había derramado. Enajenada por el sonido, la historia, la presencia y su voz.
Ella lo miró con sus ojos llorosos y sus manos temblaron muy finamente. Abrió la boca, quiso hablar pero no encontró palabras para describir lo que sentía.
- El amor que trasciende a la muerte. A la desesperanza. Y al dolor. A Orfeo también se le rompió el corazón en mil pedazos, Marinette, también él aprendió sobre el amor. Y ambos, ella y él, aprendieron sobre la eternidad. Ése es el mensaje de su historia. Dicen que es mitología. Yo considero que es una fábula. Amor... y eternidad. -
Félix apretó los labios, callando. Quería decirle tantas cosas. Que la amaba, como Orfeo a Eurídice, que siempre lo haría. No importaba si hoy o mañana, o nunca. La amaría. Sólo que... tenía que esperar... No puedes comer la manzana si no está madura. Y él, creía firmemente que ellos tendrían una oportunidad más adelante. Pero debían esperar. Un poco...un poco más.
Por unos largos segundos, ambos se contemplaron como antes, cómplices de un inmenso secreto.
El momento fue destrozado por unos suaves golpes en la puerta.
Alguien llamaba.
Félix, dejando su violín sobre un sofá, se acercó a ver quién era el visitante.
Todavía confundida, Marinette se movió un poco, miró hacia la ventana, se arregló el cabello con sus dedos. No quiso ver quién era, quizá una camarera o un botones. Sin embargo, para sorpresa de ella, una voz conocida la llamó desde la puerta, acercándosele intempestivamente.
- Mari, perdona que te haya interrumpido. Zoe me escribió diciéndome lo que te había pasado. ¿Te hiciste daño? ¿Te duele mucho? -
Adrien Agreste hablaba veloz, al mismo tiempo que la tocaba por los brazos, por las manos, por la cabeza. Comprobando su integridad. Luciendo agobiado por su salud.
Marinette con un suave y amistoso empujón lo hizo retroceder unos pasos más atrás.
- Estoy bien, fue sólo un golpe leve. Uno más. Estábamos...con Félix... haciendo el ensayo que pidió Bustier. - A pesar de decir la verdad, un rubor intenso tiñó sus mejillas recordando que no sólo habían hecho deberes, sino también Félix se había desvestido, tocado el violín para ella y la había teletransportado al espacio sideral, contándole una historia romanticona y con un triste final.
Adrien observó a su alrededor. No encontró nada que pusiera en duda lo que ella había dicho. Miró a su primo, Félix, quien con lentitud y resignación cerraba nuevamente la puerta.
- Si ya habéis acabado, podríamos salir al cine, Marinette, tal como me lo habías prometido...- Adrien sonrió, con un gesto y una postura que bien hubiera podido fotografiarse para la portada de una revista para chicas. Marinette correspondió a su sonrisa, por empatía. Félix bajó la mirada, derrotado, y les dijo que no pasaba nada, que ya él terminaría todo, que podían dejarlo por hoy.
Marinette, en silencio, volvió a meterse en el dormitorio, a recoger su bolso.
Adrien Agreste la vio salir del saloncito. Y recordó, oportunamente, que en su cartera, él tenía doblado un folio de papel en el que, con caligrafía inglesa, Félix había escrito hace muchísimas lunas atrás: Marinette Graham de Vanily nee Dupain-Cheng.
¡Marinette Agreste!
- Félix... quiero que me dejes algo. - Con rapidez, Adrien se acercó a su primo y le susurró al oído su petición. Félix retrocedió, poniendo todo de su parte para mantenerse tranquilo y serio.
- Los puedes encontrar en mi botiquín, dentro de una cajita, en el baño. - respondió Félix. Adrien asintió y se metió en el cuarto de aseo, inmediatamente.
- Gracias Félix. Sólo necesitaré unos cuántos. ¿No te importa, verdad? -
¿Sabes cuando has amado de verdad? Félix no se había percatado al inicio, había pensado que era amistad. ¿Amistad? ¿Cariño? ¿Odio? ¿Amor? ¡Amor! Félix abrió la boca, callando un grito en su interior, pensó en lanzar su violín por la ventana, rogando que se trasformara en una lira. Y con esa lira, él tocaría y tocaría hasta reventarle los tímpanos a todo el mundo, hasta que el apocalipsis sucediera, hasta que Adrien Agreste se hiciera polvo y cenizas.
- No, no me importa. - respondió Félix, como si dijera sus últimas palabras antes de la pena de muerte.
- Gracias. - susurró Adrien, con aparente inocencia. - Mari, date prisa, por favor. -
Marinette apareció por la puerta, se colgó despreocupadamente su bolso rosa. Adrien salió del aseo y se dispuso a salir de la habitación. Marinette al verlo, le indicó que ya estaba lista y que podían irse, sin mirar a Félix, ella lo siguió hasta la puerta.
- ¡Marinette! -
Masculló Félix, a punto de partirse por la mitad, resquebrajado de arriba a abajo.
- ¿Estás bien, Félix? -
Él asintió, muerto y roto, deshecho. Se concentró en no mover ningún músculo de la cara, para que no descubrieran su desgracia. Su condena. Marinette abrió la boca, intentando preguntarle más, pero de inmediato, vio a Adrien ya en la puerta, guardando unos paquetitos cuadrados de colores metalizados en el bolsillo de su pantalón.
Marinette se ruborizó, descubriendo qué eran. Ya los había usado antes. Con Luka, con Adrien. Sin embargo, ella rogó, internamente, que Félix no hubiese visto eso. Para su suerte, o eso creyó, Félix ya miraba hacia otro lado, ausente.
Incómoda, ella decidió irse lo más pronto posible. Dio un paso y otro en dirección a la salida.
Un amor eterno.
Las lágrimas ante la pérdida.
Una lira congestionada de tristeza.
Una misión.
Una esperanza.
Y la enseñanza que había que persistir incluso ante algo tan desgarrador como la muerte.
O el amor.
Orfeo y Eurídice.
Una canción.
Victoria y derrota.
Muerte.
No podía rendirse. No debía. Nunca.
Félix volvió a mirar hacia la puerta, tan sólo para descubrir que Marinette ya estaba a punto de salir. De irse, con su primo, a hacer todas esas cosas que él quería hacerle.
- Adiós mi Eurídice. - dijo Félix, fuerte y claro, sin que se le doblegase la voz.
Ella giró abruptamente para verlo, atónita. Lo vio melancólico y lejano, con la camisa abierta sin corbata, los puños remangados, sin cinturón y sin chaleco.
Él la vio hermosa, extranjera, inocente como un borrego que va saltando a que lo degüelle el pastor. Quiso detenerla, lanzarse a sus pies. ¡Dame tiempo, Marinette! ¡Una oportunidad! Más adelante, tal vez, quizá, por favor.
Oh, cuánto la amaba.
La amaba muchísimo.
- Adiós Orfeo. - susurró Marinette, casi en silencio, para que nadie más la oyera.
Ella volvió a sonreírle, pero ya su sonrisa no era alegre ni traviesa, sino que estaba embargada en recuerdos antiguos, en besos mitológicos que rozaban en leyenda.
El leve clic de la puerta cerrándose despertó a Félix de la agonía para meterlo, de lleno, en la desesperación. Ya liberado de visitas, Félix se sentó al lado de su violín, sacó el teléfono de su bolsillo y abrió la aplicación de mensajería.
Estaba decidido.
- Kagami. - escribió impetuosamente, a pesar que los dedos le temblaban. - Tenemos que hablar. - Y sin pensárselo más, dio al botón de enviar. Dos tics azules aparecieron debajo del mensaje, casi de inmediato.
Iba a hablar con ella, sí.
Explicarle, hacerle entender, convencerla de seguir siendo amigos.
Dejarla. Abandonarla.
Romperle el corazón.
Maldición.
Y claro que lo haría.
Ya no había marcha atrás.
- ¿A qué hora quieres que nos encontremos, Félix? -
No. Nunca. Jamás.
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Muy buenas noches a todas.
He estado un poco perdida emocionalmente. Nada grave, pero me ocasionaba estar dispersa. Y así, no me podía concentrar. Tampoco es que se haya mejorado pero bueno, hay que seguir. Y además, el trabajo y la familia. Uf.
Deseo agradecer las/los que aún están leyendo esto conmigo y quería agradecerles su atención.
Especialmente a:
- Only D, Dayana, muchísimas gracias por tu atención. Siempre me sentiré feliz de haberte conocido. Mi vida ha mejorado notablemente desde que me sumergí en el mundo de los fics y de los fandoms ...he vuelto a ser otaku y a ser lectora compulsiva. Gracias, porque te lo debo a tí y a tu innegable talento.
- Manu, como siempre Manu, esta vida que tengo no sería nada sin tus comentarios. Definitivamente ruego q te hagas una cuenta para interactuar más seguido, pero respeto tu decisión/situación de no tener redes sociales. Gracias por lo de "parecerme a tu madre", de hecho , sí (lloranding) lo soy , y mis hijos me hablan igual...respecto al fandom, Manu, creo q es mejor prepararnos para quedar inconformes, astruc no nos da opción. Si Gabriel chasquea las dedos, voy a Paris y me vuelvo chatblac. Me gustaría leer el fic q estas escribiendo y también me encantaría leer esa escena de "revelación", en la que Félix le dice sus verdades a Maricuchi. No desistas. Me alegra que estés aún, leyéndome. Gracias por tanto. Perdona por mi ingratitud y mi lentitud para contestar.
- Moonnoir100, entiendo perfectamente la falta de tiempo, a demás igual te veo en fb, ig etc...y en wattpad! gracias, este año nos va a ir mejor!
- Mrs Fitzberry, muchas gracias por tu amistad, perdóname que robe tu tiempo, algunas veces hablo demasiado y divago, y siento q te hago perder tu tiempo...gracias. Y gracias de nuevo por dejarte espoilear. Y ayudarme en mi desasosiego diario.
- Jeinesz06: hace unos años leí un libro que se llama Normal People. De hecho, he hablado de ello en otro fic. Vale, ese libro generó lo mismo en mi, ese agobio por la falta de comunicación. Y esa desazón. Muchas gracias por comentar y por leer. No sabes cuánto aprecio esos pequeños detalles.
- Veros29: exacto, comunicación. Es frustrante. Lo ideal es aceptar lo q sientes, tirar pa lante...pero...¿es fácil? ¿lo era? Y sí, espero un poco martirizarlos , pero solo un poco! y esto debía ser romantico! ¡papayas lordthunder eres terrible!
- Ryuuzaky: no esperaba hacer sufrir tanto en este fic, pero parece que sin llanto no hay gozo...o desesperación...aguanten conmigo que el feligami se cae a pedazos...no puede sostenerse en el tiempo. O eso espero. GRACIAS por volver a leerme, hace mucho que no te veia. Un abrazote. Lo de luka y kagami, la respuesta a tu pregunta es SI. no sé cual ha sido tu pregunta, pero es SI.
- Agradecer por su visita y comentarios a paolacelestial y a dayxdrexm! ...este fic tiene q ser algo angustiante pero romántico a la vez, no se si habéis leído algo así, pero yo me he prometido a mi misma a parir esa bestia devoradora de almas, llamada angustia...gracias por estar junto a mi!
Por ultimo, agradecer a la gran dani-smilek en IG y twitter por su exquisito fanart realizado para este fic...tranquilos, sé que piensan que son spoilers...buajajajjajaja...¿lo son? dejadme q estos días estoy muy estúpida...como he dicho, final feliz tendréis. Mientras tanto, seguiré escribiendo...gracias por todo, nuevamente. Globito, gracias por tu comentario en el otro fic, una palabra tuya bastará para alegrarme.
Un fuerte abrazo
Lordthunder1000.
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PD: Más que la lira, es probable que sea la cítara, el instrumento de Orfeo...son parecidas.
PD1: Melodie de Gluck, es el primer tema al violín que toca Félix, pertenece a la Opera "Orfeo y Euridice".
PD2: el segundo tema es de Paganini, capricho 24, pero no todo, lo hace por trozos, no sé como explicarlos...como un mash-up.
PD 3: primera película en la que Félix "sueña despierto" CASABLANCA, ESCENAS FINALES DE CUANDO RICK DESPIDE A ILSA PARA SIEMPRE.
PD4: Lo que el viento se llevó, Rett Butler parte al ejercito, le confiesa su amor a Scarlet Ohara y la besa, aunque luego ella lo empuje y lo rechace. PELICULON. Le escena esta en la mitad de toda la pelicula.
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Por último:
SOUNDTRACK: Lonely, de Tones and I.
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