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FELINETTENOVEMBER


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DIA 13:

Enemy of my enemy

o Enemigo de mi enemigo.


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Notas:

Letras en cursiva y entre comillas, nos referimos a lo que escucha o lee.

- Los párrafos en cursiva narran sucesos acontecidos en el pasado.-

ANGST.

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Kagami Tsurugi cepilló pulcramente su bellísimo cabello negro, corto y liso. Insistió en dividirlo desigualmente hacia un lado y con una horquilla lo mantuvo en ese sitio. Buscó unos pendientes de oro, delicados y pequeños y se los colocó con rapidez y precisión. Usó un pintalabios de color neutro, sólo para darse brillo. Eligió su perfume y lo distribuyó en pocos movimientos, en cuello, mentón y manos. Frotó las palmas contra sus mejillas, llenándolas de color y de un vistazo al espejo, concluyó, a sus quince años, que estaba lista para salir al colegio.

Sin embargo, su perfecto cutis y su altivo porte se deshicieron en un suspiro profundo y extenso.

Se sentó en una silla tapizada, cubrió su rostro con sus manos y rompió a llorar, arruinando su maquillaje. Gimoteó por unos minutos, controlándose al escuchar el paso cadente y seguro de su madre, Tomoe Tsurugi. Tragó sus lágrimas, entonces, se puso de pie casi como un resorte y arregló malamente, sus pestañas bien barnizadas con rímel trasparente.

- Se hace tarde, Kagami. Te están esperando. Una Tsurugi nunca se hace esperar. -

Habían días cómo ese, en los cuales Kagami agradecía al Universo, el hecho que su madre fuese ciega total. Tan sólo tenía que fingir la voz, y calmar sus pasos, para poder escabullirse de ella, de su presencia, de su juicio. Nunca en su vida, Tomoe sufriría por las lágrimas de su hija, por su depresión, por su baja autoestima.

Hace ya unos meses, Kagami Tsurugi había descubierto que Adrien Agreste, su primer novio, le mentía sistemáticamente. Le mentía en sus excusas para no verla, para no pasar tiempo con ella. Alegaba que su padre le impedía salir a pasear, cuando en realidad, Adrien aparecía en sesiones fotográficas con otras modelos mayores que él. O que sencillamente, él le decía que no saldrían porque estaría con sus amigos, en el barco del novio de Marinette.

- ¿Es así el amor? -, se preguntaba Kagami.- ¿Es así cómo él me quiere? ¿Lejos? ¿Ausente?.-

Fue así como lo conoció, cuando varias veces, con la angustia metida en el corazón, ella se acercaba sigilosa a un barco multicolor anclado a la ribera del Sena, y usando gafas oscuras y un sombrero, Kagami se quedaba en una esquina, observando cómo se desenvolvían esos chicos sobre la cubierta del barco.

Uno de ellos siempre llamaba su atención.

Tenía las uñas barnizadas de pintura negra, que hacían juego con unos expansores también negros que usaba en los lóbulos de las orejas. Anillos en los dedos. Pulseras. Mechas azules desordenadas. Una chaqueta de piel y tachuelas y zapatillas converse oscuras. Unos vaqueros viejos y rasgados. Una guitarra colgaba de su pecho. Su dulce voz inundaba la calle, el río, y su razón.

Con el tiempo, Kagami Tsurugi ya no iba a ver a su escurridizo novio Adrien Agreste al barco anclado en el Sena, llamado Liberty.

Sino que deseaba verlo a él.

Sólo a él.

*.*.*.*

*.*.*.*

- Mademoiselle Dupain-Cheng, Adrien me ha comentado sobre su talento en el diseño. - Gabriel Agreste era un hombre serio y lacónico. Imponía respeto y hablar en su presencia, casi resultaba una aventura peligrosa. Pero Marinette, a diferencia de todos los demás, siempre pensó que Gabriel era admirable y correcto, un poco oscuro y antisocial quizá, pero de ninguna manera podía ser malo.

O cruel.

- Emilie, mi Emilie era actriz y modelo... igual que lo es Adrien. - continuó diciendo Gabriel, compartiendo alguna mirada escueta con su hijo. - La conocí al yo ser su diseñador favorito. No puedo sino pensar que sucede lo mismo contigo y con mi hijo: Un modelo y una diseñadora. -

Gabriel sonrió, aunque era una sonrisa comedida y corta, fugaz.

Marinette se sintió incómoda. Desde principios de año, Adrien la invitaba a las comidas "familiares" de los domingos. Las cuales departía con su padre, el imponente Gabriel Agreste. Nathalie Sancoeur, su asistente y madrastra, comía también sentada en la mesa, pero siempre en completo silencio. Cada domingo que Marinette fue, sintió que iba a un funeral. Una mansión toda gris y toda de piedra la recibía. Un mayordomo mudo en la entrada, una pintura gigantesca de ambos hombres con rigoroso luto, colgada en lo alto de la escalera. Cortinas negras. Suelos blancos. Marinette pensaba que entraba a un mausoleo, a una cámara funeraria.

Ése domingo, en especial, Adrien la había llevado para que pudieran conversar su padre y ella, de lo que más les gustaba, el diseño de modas y la alta costura.

Sin embargo, aunque Gabriel Agreste no fuera un hombre malo, resultaba ser un hombre inescrutable y grisáceo.

Carraspeó, tímida, mientras agregaba una nueva cualidad a Gabriel Agreste: lúgubre.

- Todavía no soy diseñadora, pero una vez que termine el Instituto me inscribiré en la Escuela de Moda. Sé que será un largo camino, pero estoy dispuesta a afrontarlo, creo que puedo hacerlo. -

Gabriel Agreste siempre se sorprendería de toda la determinación y astucia que emanaba del cuerpo pequeño y delicado de la amiga-novia de su hijo. Aunque él no entendía muy bien su relación, optó por presentar frente a ellos, una actitud plana y ausente, lo cual, ante los ojos de Adrien, sólo significada una cosa: Aceptación.

Su padre, en su parquedad, aceptaba a Marinette.

Marinette, en su intuición, no deseaba para ella ese tipo de vida, ni de relación. No deseaba una mansión callada, ni habitaciones frías, ni silencio, ni soledad. Deseaba luz, un jardín, flores y mascotas. Quería niños a los que abrazar y personas con las cuales conversar. Algunas veces, se imaginaba ya mayor, viviendo con Adrien, invitando a su cariñosa madre, Sabine, y a su ruidoso padre, Tom, a las comidas de los domingos con los Agreste. Y cada vez que lo pensaba, le parecía más improbable que sucediera. Adrien era un rayo de luz multicolor que penetraba en esa familia gris y blanca, pero no era lo suficiente. No. Ella ya había aprendido algo. Ahora, años después de su tonto enamoramiento por el hijo de Gabriel, ahora, sabía bien que los Agreste eran una corona de espinas adornada con una flor. Y esa flor, la madre de Adrien, ya se había marchitado hacía tanto tiempo. ¿Le sucedería lo mismo que Emilie? ¿Apagarse hasta finalmente, morir?

Adrien, en su ensoñación, pensaba que Marinette era el condimento perfecto para una vida buena y feliz. Una persona tan carismática y con muchísima empatía como ella, podría, por supuesto, volver a pintar a esa familia de toda una escala de colores cálidos. Llenarla de rosas en el jardín, de mariposas y pajaritos. Canciones, poemas. La imaginaba como un hada mágica que volaba con su varita tocando todo a su paso. Trasformando el ambiente. Sí. Marinette era su salvación. Debía serlo.

Habitualmente luego de la comida, pasaban al salón principal, Adrien se sentaba al piano y practicaba, por horas, conciertos enteros de Beethoven, Chopin y otros tantos músicos. Aplaudían secamente, ante cada pausa en las canciones. Adrien la miraba y le sonreía de soslayo. La espalda recta, los dedos ágiles sobre las teclas. Su padre, luego de escucharlo, se ponía de pie, asentía con la cabeza y Nathalie Sancoeur, ahora Nathalie Agreste, se colocaba a su lado, también asentía y ambos salían de la habitación, dejándolos solos.

Adrien entonces, dejaba el piano e iba, presuroso y enamorado, a tomarle de la mano a su preciosa Marinette. La llevaba, sin pausa ni duda, hasta su habitación. La sentaba en el borde de su cama. Veían juntos cómo la tarde moría a través de los ventanales. Marinette...Tan delicada y tierna, tan amable y bondadosa. Su piel era suave y blanquecina, sus labios rosados y su interior, caliente, como el café de las mañanas. Estimulante. Exquisito.

Ése domingo, uno de los últimos a su lado, cuando terminaron de quererse como generalmente lo hacían, después de intercambiar caricias y gemidos...y placer... ella se giró hacia un lado de la cama, sujetó una sábana contra su pecho y verificó su teléfono, para ver la hora y las llamadas perdidas. Revisó las notificaciones y se dio cuenta, consternada, que tenía varios mensajes sin leer provenientes de Kagami Tsurugi.

De reojo, Marinette vio que Adrien Agreste se incorporaba de la cama, se vestía con lentitud y se ponía de pie, buscando su camiseta y cerrándose la cremallera del pantalón. No la veía, sino que estaba de espaldas a ella. Así que aprovechó su posición para leer esos mensajes.

- Marinette. - escribía Kagami dos horas antes. - Marinette. El mes que viene será el cumpleaños de Félix. Y he planeado, junto con su madre, realizarle una fiesta y una cena. -

Marinette sintió un vacío en el estómago, cerró los ojos, algo mareada. Sin aire. Como si le hubieran encajado una patada en el vientre. Chasqueó la lengua y se puso boca arriba, arrugando el ceño. De repente, notó unos labios húmedos y calientes en su mejilla.

- ¿Estás bien, Mari? - le preguntó, cariñosamente, su novio Adrien Agreste al notarla incómoda.

Ella asintió y esbozó una sonrisa tímida. Adrien le arregló el flequillo, le acarició la mejilla y la dejó en su cama, desnuda, mientras él iba al baño.

Marinette siguió leyendo.

- ¿Podrías ayudarnos con la comida? Ya sabes, lo mismo de siempre, bocadillos y postres, bebidas. No todo tiene que ser sin gluten, puedes hacerle perfectamente a él una bandeja especial y eso sería todo. Pagaríamos bien, sin duda. -

Tumbada en ésa cama, mal abrigada por la sábana y por su desnudez, Marinette se convencía que esa incomodidad cada vez que su amiga hablaba de Félix, la carcomía por dentro, la enfermaba.

- "Será pronto, cielo"-.

-"Adiós, mi Eurídice"-.

Cortocircuito, chispazo, acción.

-"¿Sabes cuándo has amado de verdad, Marinette?" -.

- Yo no lo sabía hasta ahora. - se dijo a sí misma Marinette, recordando cada palabra que él le había dicho. - Cuando el corazón se te rompe en mil pedazos si él se va. Si se ha ido. Con otra. Con otro. -

Ése domingo, en especial, Marinette Dupain-Cheng se convenció, que aún dentro suyo, y a pesar de su inteligencia, ella todavía amaba de manera constante y eterna, a un imbécil gruñón, apático y lerdo emocional llamado Félix Graham de Vanily. Británico. Peculiar. Único. Un hombre difícil y a la vez, intenso. Leal, pausado.

- Mi Orfeo. -

Su amor.

- ¡Mari! - escuchó que Adrien la llamaba desde el fondo del baño. - ¡¿Te escribió Kagami?! ¡Sobre la fiesta de Félix! ¡Dice que vendrá su madre desde Londres! -

Marinette cogió la sábana, se cubrió entera con ella, incluyendo la cabeza y ahí, en silencio, echó a llorar.

*.*.*.*

*.*.*.*

Cuando Adrien Agreste le pidió finiquitar su absurda y lejana relación, Kagami no sintió pena ni dolor. Sólo tuvo dudas sobre sí misma. Sobre su valía. ¿No era bonita? ¿Tenía el cabello demasiado corto? ¿O era demasiado pequeña?. Adrien le dijo que no era nada de eso, ni que había otra chica. Alegó que no estaba interesado en tener novia. Que prefería su amistad. Y parecía ser así porque Kagami no vio que Adrien volviese a tener pareja, hasta unos tres años después, cuando lo vio salir y besarse - por fin- con Marinette Dupain-Cheng. Agradecida por su sinceridad en el último segundo de su relación, Kagami se prometió que cambiaría, que evolucionaría como mujer y que si volvía a tener un novio, no permitiría que éste escapara de sus manos.

Ella sólo tenía quince años, en ese entonces.

Por lo tanto, dejó su cabello crecer. Ya no se ponía horquillas para sujetárselo. Vestía las faldas más cortas y aprendió a usar tacones de punta aguja. Pensó que así, ya nadie tendría excusas.

Sentada en una terraza a orillas del Sena, cerca donde encallaba el Liberty, Kagami Tsurugi abría su ordenador portátil, cogía sus cuadernos y realizaba la tarea, mientras su madre pensaba que estaba en clases de inglés. Pedía un refresco o un zumo, algún bocadillo. Luego se ponía a escribir rápidamente, tanto en japonés como en francés y redactaba sus deberes con pulcritud y dedicación. Pasaban unos minutos.

El sol intentaba caer a lo lejos.

Para cuando Luka Couffaine se sentaba a su lado, ella ya tenía el ordenador apagado y había acabado de escribir y corregir todo lo que tenía que entregar. Había terminado su merienda, se había cepillado el pelo con los dedos, varias veces.

Un suave murmullo al lado suyo le indicaba que él se había sentado. No llevaba su guitarra, sino que tenía las manos metidas en los bolsillos. Lucía cansado, pero sus ojos azul cobalto brillaban de alegría al verla. Luka Couffaine le sonreía radiante, mientras que confesaba con absoluta sinceridad, que la mejor parte del día era ésa, cuando él la veía a ella.

Kagami lo observaba de lado, cruzaba sus piernas, y trataba con todas sus fuerzas, de someter a su corazón, que latía errático y efusivo en su presencia. Se recordaba, incesante, que aquel músico guapísimo y amable era, hasta ese entonces, el novio de su amiga Marinette.

Y él no podía ser suyo.

No debía.

Todavía.

*.*.*.*

*.*.*.*

Félix escuchaba atento la conversación que ambas mujeres, importantes para él, compartían en la mesa.

Kagami Tsurugi y Amelie Graham charlaban, como dos viejas amigas, de cosas superfluas pero íntimas. Del color de las cortinas, de la Universidad, del violín y de Londres, del futuro y del presente. Él, simplemente, se quedaba callado, oyendo todo eso.

- ...Félix nunca tuvo una mascota, no es que no le gustasen los animales. De hecho le encantan. Alguna vez ha rescatado gatitos subidos a la copa de los árboles...- Amelie le guiñó un ojo, sonriéndole. - ...y lloró muchísimo cuando murió el perro de caza de mi difunto marido...oh, Félix ama los animales, sólo que no tolera verlos prisioneros, en jaulas...-

Kagami se veía contenta, cuando lo miró cálidamente y le preguntó, sólo para hacerlo interactuar:

- ¿Eso es cierto, Félix? -

Kagami era una mujer preciosa.

Ésa cena en particular, lo estaba aún más. Llevaba un kimono sencillo y moderno, pero atado con un obi rojo en la cintura y el cabello recogido en un peinado moderno pero bastante oriental.

Una mujer fenomenal.

A él le fascinaba su largo cabello negro, brilloso y sumamente liso. Del tacto de la seda. Aromático como una rosa. Sus ojos rasgados y profundos, únicos e irrepetibles. Las pecas sobre su nariz. A Félix le encantaba su cuerpo desnudo, perfecto y recto, vibrante y simétrico. Kagami parecía una obra de arte, con fondo, forma, luces y sombras. Al óleo, con acuarelas, con carboncillo.

Inteligencia y divinidad.

Un monumento.

Una mujer singular.

Admiración y cariño.

- Imagínate ser un hamster, Kagami, ¿podrías vivir en una jaula pequeñísima toda tu vida? - contestó Félix, en voz baja, devolviéndole la mirada con algo de ternura. - No lo puedo imaginar. Adrien, en cambio, amaba los conejos y los pajaritos. Gabriel no le dejó tener perros ni gatos, pero cuando la tía Emilie vivía, sí que tuvo mascotas. ¿Sabes cuál? -

Félix se detuvo para contemplar el vino rosado que bebían los tres, en la mesa alta hecha de caoba, donde Kagami Tsurugi solía recibir a las visitas occidentales. Kagami desconocía los gustos de Adrien Agreste aunque hubiera salido con él un tiempo, hace unos años atrás. Rápidamente y aún sonriente, su todavía novia negó con la cabeza.

Por momentos, Félix se preguntaba porque nunca se enamoró perdidamente de ella. De su excelencia, de su forma de ser. Kagami era llamativa, estupenda pero...no era Marinette, jamás lo sería. Cuando Cupido lanzó la flecha, a quien pilló no fue a ella, sino a una muchacha joven y dócil, amable, cándida y sumamente feliz. Una persona amorosa. Empática. No la letal Kagami Tsurugi en zapatos de tacón alto y puntiagudo. Marinette era peligrosa con sus manos suaves y delicadas, con sus caricias y con su preocupación. Con el amor que emanaba, desinteresadamente, por los demás.

Kagami era fuego y acero. Poderío y acción.

Marinette era brisa ligera. El viento que refresca tu rostro en verano, el agua cristalina que sosiega y calma tu sed.

- Hamsters. - Félix tragó de un sorbo todo el vino de su copa. - Tuvo 3...todos escaparon. -

Amelie Graham al escuchar esto, rió, casi carcajeándose y doblándose sobre sí misma.

- Oh querida Kagami, Félix los hacía escapar a todos, abría la jaula, los cogía entre sus manos y luego, los liberaba en el jardín. - interrumpió Amelie.

- Adrien nunca se dio cuenta. - continuó hablando Félix. - Todavía sigue pensando que los roedores son animales inteligentísimos y que pueden escapar de casi cualquier lugar. Que sus garritas son capaces de abrir intrincadas puertas de metal. -

Kagami también reía, al igual que su suegra, y ambas meneaban la cabeza, cómplices.

- Hacía lo mismo con sus pajaritos. Abría la puerta de la jaula y los arreaba hacia la libertad. -

En ese instante mientras oía su risa cristalina, Félix pensó que así debía ser la vida: comedida, tranquila, un mar en calma. Reír algo, pero no demasiado. Llorar un poco, pero no por mucho tiempo. Amar, con pausa y recelo. Odiar, en silencio. Todo dosificado y en perfecto rango. Nada muy intenso, ni prolongado. Aunque ambas reían, él, sin embargo, observó melancólico su copa vacía.

En su alma, ya no había felicidad. Tan solo angustia y dolor, por no tener a Marinette consigo. Por haberla alejado, tratando de evitar una deslealtad. Por obligarse a pensar en otra y no en ella. Por olvidarse de esa promesa, de ese plan de ser libres y amarse en paz y correctamente.

- Pobre Adrien. Eres un primo terrible, Félix...Por cierto, tu madre me estaba hablando sobre la Universidad, sé que volverás a Londres apenas termines el Instituto. Y...lo he pensado, y he decidido que yo también estudiaré ahí, con ustedes. Porque...estoy convencida que son mi familia. Y los quiero. A ambos. Los quiero mucho. -

Kagami se sonrojó al terminar su comentario y bebió, pausadamente, un sorbo de su copa. Sonrió y compartió con Amelie una mirada cargada de cariño.

Félix cogió la botella de vino y se sirvió hasta el borde de la copa, casi derramando el licor. Acercó los labios y de un movimiento desesperado y que rozaba con descortesía y mala educación, sorbeteó el líquido hasta terminarlo por completo.

Amélie había entrelazado sus manos con las de Kagami y ninguna de ellas vio el comportamiento de Félix.

- Claro que sí, querida, te esperaremos en Londres. En nuestra mansión, serás bienvenida siempre. -

Kagami se sintió arropada y amada. Por fin no estaba sola en su orfandad, en realidad, gracias a la compañía de Félix y su madre, nunca lo había estado realmente. Todo había sido tan bueno, tan tranquilo... en medio del dolor. Todo.

- Muchas gracias, Amelie, estoy muy contenta que estés a mi lado. - respondió Kagami, visiblemente emocionada. Luego, se ruborizó, miró a su latente novio y habló, clavándole un puñal en su alma:

- Te quiero, Félix. - dijo la huérfana hija de Tomoe, mirándolo fijamente, con dulzura y agradecimiento.

Félix apoyó la copa ya vacía sobre la mesa, se secó los labios con la elegante servilleta, la extendió a un lado luego de usarla, apretó los labios y levantó la vista hacia ella.

- Yo también te quiero, Kagami. Yo también. -

Y Kagami Tsurugi volvió a emocionarse ante su voz.

Ella soñó al escuchar sus palabras, soñó que su vida estaba resuelta, que ya nunca tendría dudas y que todos los problemas se resolverían sin mayores contratiempos. Ella soñó. Se imaginó asistiendo a Oxford o al King's College, compartiendo carpeta con su novio. Vio que su futuro se solucionaba, que todo estaba finiquitado.

Ella soñó despierta, pensó que todo estaría bien. Pero entrecerró la vista, llenándose de nostalgia y tristeza. Casi siempre le pasaba eso. Recuerdos constantes de la vida cuando su madre vivía. De su eterna disciplina aunque bien salpicada de amor. Kagami Tsurugi había sido una niña amada. Su madre estaba orgullosa de ella. Se lo decía todos los días, cuando practicaban kendo. Se lo repetía por las noches, antes de dormir.

Kagami siempre fue prioridad en la vida de Tomoe.

¿Por qué ella no podía pedir lo mismo con los demás? Ser lo más importante. Eso le exigía a Félix. A los demás. Lealtad, compromiso, dedicación.

Ahora, lamentablemente, ahora estaba sola.

Tomoe Tsurugi no sólo murió ese día de invierno, si no que también dejó enterrados los sueños de libertad de su hija. Sus alegrías. Su despreocupación. Kagami había sido niña hasta esa fecha. Había pensando en sus dibujos y sus acuarelas, en ser coqueta e interesante, tratando de captar la atención de Félix. Había soñado despierta. Y de repente, una tarde fría, el corazón se le rompió y su dolor la carcomió entera, sin poder respirar ni gritar. Sólo sollozaba desesperada, y no tenía a nadie quien la consolara. Hasta que, horas más tarde, un chirrido de un Audi derrapando sobre el asfalto se escuchó afuera de su casa y del coche, bajó su novio, la tomó en brazos y ahí sí, entre su cuerpo caliente y serio, Kagami se fragmentó, se sujetó fuertemente de su camisa y de su alma y lloró.

Lloró por horas.

Tantas que el médico volvió a venir para tratarla con algún ansiolítico.

Siguió llorando.

Ahora la medicación de urgencia se había hecho habitual y persistente. Ya no lloraba, pero tampoco sentía. Algunas noches, él la abrazaba y le decía que la entendía, que era cierto, que así era la pérdida, le pedía ánimos y paciencia, porque poco a poco llegaría el día en el que todo estaría bien.

Confianza y fé.

Kagami había cerrado los ojos y apoyó su alma en la de él.

Sincronizó sus latidos con los de él.

Fusionó su corazón, con el de él.

Así se forjó su amor. En la adversidad y ante la muerte.

Trascurridos unos minutos después del brindis, Amelie se retiró al hotel donde se hospedaba en esas visitas cortas, les deseó buenas noches y los dejó tranquilos, sabiendo que ambos compartían habitación cuando Félix cenaba con ella.

En su dormitorio, y en completo silencio, Kagami observó su reflejo en el espejo, la flor en su pelo, sus horquillas, su peinado y miró fijamente a su novio, quien la contemplaba por detrás. Una obscura premonición nació en su corazón. Una certeza, en realidad. Una sensación a dolor inminente. Desde hace un tiempo, semanas tal vez, Félix se mostraba más serio de lo habitual. Lánguido. Mustio. Desconectado. Intentó olvidarse de este presagio. Intentó seguir hacia adelante

- Por favor...- musitó ella, con ese mal presentimiento clavado en su corazón.

Félix, cumpliendo con la costumbre que tenían, se acercó lentamente, estiró sus manos y con delicadeza, desató su peinado, haciendo que su cabello negro cayera como una cascada. Luego, retiró la flor que ella llevaba detrás de la oreja, dejándola sobre la mesilla para después quitar, una por una, cada una de las finísimas horquillas que su novia se había puesto ese día.

Mudo y triste, como si fuera un condenado a muerte, como si caminara hacia el borde del barranco, él bajó sus manos y desató el obi rojo que ella llevaba atado en la cintura. Disfrutó el roce de la seda y los intrincados detalles de la ropa.

El perfume placentero que emanaba su novia y el tacto caliente de la tela lo inundaron por completo.

Suspiró.

Reunió valor, su corazón se hizo de piedra y por fin, Félix Graham de Vanily habló.

Y su voz hizo detener el tiempo y su relación.

- Kagami, necesitamos hablar. -

Por el reflejo del espejo, Kagami buscó los ojos verdes de Félix, su mirada inteligente y perspicaz. Vio en ellos, pena y dolor, determinación y angustia. Y ni un rastro de amor, de pasión, pero... ¿lo había tenido alguna vez? Esa fascinación, ese gusto que uno tiene cuando ama a alguien ¿ella lo había visto alguna vez en él? Sinceramente, ella no lo recordaba.

Por primera vez en su vida, Kagami tuvo miedo.

E hizo lo que toda mujer haría en una situación como esa.

- No. - murmuró. - ¡No! - dijo ella, más fuerte. - ¡No hay nada que hablar!. -

Pero sí que había mucho que decir.

Félix llevaba distante semanas, sino meses. Frío, escueto. Aun más mustio que cuando empezó a salir con él. Obedecía sus órdenes como si fuera algo programado. La acompañaba, la besaba, la quería. Y a pesar de eso, ya nada era igual. Todo helado. Un témpano. El sonido lastimero de su violín, sus labios fruncidos y secos. Su agresiva mirada esmeralda era ya vacía y oscura. Como si alguien le hubiera absorbido la alegría y la chispa. ¿Era ella? ¿Era él? ¿Por qué? ¿Por Marinette? Kagami cerró los ojos y sujetó su kimono que estaba suelto por la ausencia del cinturón. Negó con la cabeza.

- No. - ella volvió a decir.

- Sí. - continuó diciendo Félix. - Sabes bien que sí... Sí, debemos hablar. -

Él aún estaba por detrás suyo, contemplando su simétrica espalda y la vio cerrar los ojos gracias al espejo. Y él también cerró los suyos, bajó su cabeza y hundió su nariz en su cabello azabache. Lo olió ligeramente. Guardaría ese recuerdo en su corazón. Le agradecería el cariño, el tiempo y la dedicación. Alzó sus dedos y acarició, delicadamente, un hombro todavía cubierto de Kagami Tsurugi. Palpó la tela, el bordado, la despedida.

- Esto es todo, Kagami. Lo sabes bien. Esto está acabado. -

- ¡No! - masculló su ex novia. - No te atrevas. Sé que estamos alejados, sé que estamos distantes. Pero yo no estoy bien, lo sabes. Estoy mejorando. No es justo esto. No lo merezco. ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora? -

De un movimiento abrupto, Kagami giró sobre sí y empujó a Felix, alejando un poco de ella.

- Voy a ir a Londres, contigo. Iremos juntos a la Universidad. Estaremos bien. Yo...yo te quiero. -

Félix la escuchó hablar, entendió sus palabras. Alzó la barbilla y mantuvo una mirada inexpresiva y hueca. Supo, entonces, que si había algún momento ideal para que el mundo se acabase, ese momento era aquel. Fin. Apocalipsis. Adiós.

- Lo siento, Kagami. Pero...yo ya no lo quiero. Seguir, con lo nuestro. Ya no. -

Un brillito peculiar nació de debajo de un párpado de Kagami, pasaron unos segundos de inmenso silencio y ésa lágrima cobarde apareció, deslizándose por su rostro, siendo la primera de un río incontrolable de dolor y decepción.

- ¡No es justo!. - farfulló ella, limpiándose los ojos, temblándole el cuerpo, mojándose las mejillas con su propio llanto.

- No lo es. - aceptó Félix, resistiendo por un momento las ganas de lanzarse sobre ella, abrazarla, pedirle perdón por romperle el corazón y doblegarse, una vez más, ante la imponente personalidad de su ahora ex novia.

- ¡No lo merezco!. - murmuró Kagami, apretando los puños, sorbiendo los mocos que le caían por la nariz.

- Lo sé. - respondió él, manteniendo una postura neutra. Reteniendo su cuerpo de ir corriendo a abrazarla y a pedirle perdón. Pero no iba a retroceder. No debía hacerlo.

Los sollozos de Kagami morían dentro suyo, aunque ella necesitaba respirar para poder continuar con sus alegatos, hipaba entonces, suspiraba profundamente, como si fuera una niña pequeña. La conversación la estaba matando. La ruptura la estaba desollando. Ella se sintió mal, casi tanto como cuando sucedió la muerte de su madre, meses atrás.

Y en su dolor, preguntó lo que debía haber preguntado desde el inicio de esa relación:

- ¿Hay alguien más, Félix? ¿Amas a alguien más? -

Félix vio su dulce y fiero semblante, acongojado, lloroso y pálido. Su cabello negro largo y reluciente, cayendo sobre sus hombros, su kimono mal puesto, su amor, su odio, su tristeza. Recordó a Marinette, a sus trémulos labios, su cuerpo candente y sensible, volátil y tierno. Amaba a Marinette, claro que sí, sin duda alguna, pero eso no significaba que las lágrimas de la leal y poderosa Kagami Tsurugi no lo afectasen.

Porque sí que le gustaba, sí que la quería.

Si no hubiese existido Marinette, su historia hubiese sido infinitamente comedida. Una vida muy a gusto. Con lujos, niños, casas. Los acordes de su violín, sus conversaciones de negocios. Vivir entre Tokio y Londres. Un amor titulado en miligramos por kilo de peso, tal cual lo era su adrenalina. Sólo que todo sería estable y quieto. Silencio. Monocromático. Ése sería la vida con Kagami Tsurugi.

¿Tampoco estaba mal, verdad?

Si alguna vez Félix dudó, ése fue el instante.

Pensó fugazmente sobre si era posible, salir indemne de esta ruptura. Sobre si él saldría bien de esta horrible conversación.

Y respondió, sin dudarlo y sin arrepentimiento ninguno:

- No. - dijo fuerte y claro. - No hay nadie más, Kagami. -

Una mentira, por supuesto. Piadosa, desde luego. Una bomba de relojería oculta en una frase, en una oración. Un mal consuelo ante la desolación.

Kagami respiró profundamente, un poco aliviada.

Supuso que por ahora, ella era la única en su corazón.

O que quizá en realidad, Félix no tuviese amor dentro suyo.

Tal vez él fuese así, lacónico y átono. Jamás sería un hombre intenso ni vulcanizado por el amor. Apático...Kagami intentó morderse los labios, intentó dejar de llorar. Ya estaba llegando a sus límites. Félix vio como su pecho subía y bajaba, rápidamente. Preocupado y sabiendo lo que iba a pasar, él dio un paso hacia su dirección. Abrió la boca consternado de lo que pasaría en breves segundos. Kagami intentó hablar pero su boca también se abrió y de repente, el aire le faltó, una opresión odiosa y dolorosa ...y conocida... apareció en su pecho. Le tomó unos segundos volver a respirar y cuando lo hizo, ella lanzó un grito al inicio mudo, pero que después se volvió agudo, como un chillido. Si Tomoe hubiera estado viva, hubiera pensado que alguien estaba matando a su hija, y tal vez tendría razón, porque el corazón que se rompe no siempre lo hace como el cristal, sino que también suena como cuando algo está agonizando, un quejido oscuro y terrible.

Eso fue lo que Félix escuchó, un gemido de dolor, el último aliento de un condenado a muerte. La exhalación del que muere colgado de una soga.

Su querida princesa dragón caía del cielo, herida en el pecho.

Ese recuerdo lo acompañaría una eternidad.

Un lastimero estertor, lágrimas que le nublaban la visión.

Félix no se contuvo esta vez, y fue a abrazarle, y lo hizo fuertemente apretándola contra su pecho.

Pasaron cinco o diez minutos, una vida o dos. Con delicadeza, después de quedarse sin voz, Kagami abrió la boca, retrocedió unos pasos, rompió el abrazo, se alejó de él. Con el dorso de su mano secó su rostro y por fin, se retiró el kimono con el que había cenado, fue hasta el armario y cogió su vestido de dormir, rápidamente se vistió con ésa ropa, abrió el nórdico y entró a tumbarse. Todavía hipaba y aún tenía mocos en la nariz, mientras tiritaba imperceptiblemente. Félix, al verla ya más tranquila, giró hacia la puerta, tratando de irse de ahí.

- Puedes quedarte esta noche. No importa realmente. En serio, no. -

Aún el guerrero agonizante tenía algo que hacer, que pedir.

Una noche.

Un adiós.

Una costumbre entre ambos.

Félix, en silencio, asintió levemente, enunciando su aceptación.

Sin ninguna premura, él empezó a desabotonar su camisa, se quitó el pantalón, quedando en ropa interior. Se acercó hacia otro armario, donde abrió un cajón, encontrando ahí su pijama habitual. Se vistió con paciencia y con pausa, se pasó la mano por el pelo, suspiró, se quitó el reloj. Al sentarse al borde de la cama, se preguntó si eso estaba bien...quedarse ahí, a pesar de que ahora ya no eran nada. ¿Ya no eran novios, no? Nada.

Nada.

Habían sido todo.

Cómplices y amigos.

Y ahora, no eran nada.

Ni siquiera enemigos.

No, ya no eran nada...a pesar de todo el dolor y de todas las lágrimas. De sus crisis de ansiedad. De su duelo patológico.

A pesar de Marinette Dupain-Cheng. No podrían ser enemigos, nunca.

- Acuéstate de una vez, Félix. Hace frío. -

Él obedeció, acostándose a su lado.

Un último deseo de aquel que morirá en el cadalso.

Un dragón agonizante, que hablaba sus últimas palabras antes de disolverse en el viento. Las cenizas de un amor chamuscado. Una noche estrellada, en la que pronto amanecería.

Mañana sería otro día.

Una nueva realidad.

Se sintió muy mal por terminarla, pero no dolía el corazón ni parecido a lo que le dolió saber que Marinette salía con Adrien. Y de todo lo que ellos hacían. No, no le dolía así. Ni remotamente similar.

Había hecho lo correcto, dedujo él. Pero saberlo, no fue consuelo. No lo habría nunca.

¡Qué horrible había sido hacerlo así!. Intuía que iba a ser doloroso de cualquier manera, así que esa noche, Félix había acabado con una botella de vino para sobrevivir al estrés del momento. Había sido infructuoso, por supuesto. Tomoe Tsurugi lo buscaría en la otra vida y lo mataría una y otra vez en venganza por hacerle daño a su hija. Si estuviera viva, Tomoe ya lo hubiera masacrado con su bokken. Félix deseó no morir nunca. Y rogó internamente, que Kagami algún día siguiera adelante. Aunque ese "algún día" pareciera tan lejano e improbable.

Sus pensamientos se cortaron cuando la mano tibia y húmeda de Kagami Tsurugi le tocó el pecho haciéndole una caricia titubeante, pero estremecedora. Él no se movió, atontado por sus pensamientos y desconcertado por su acción. Al notar su ausencia de rechazo, Kagami se incorporó de golpe, aún con lágrimas en los ojos, y con fiereza y electricidad, le desabotonó la camisa de dormir casi arrancándosela. En el siguiente latido de su corazón, ya los labios de su exnovia le comían la boca para luego morderle la piel del cuello.

- Oh, no. - pensó Félix Graham de Vanily el primo de Adrien Agreste, el hijo de Amelie, totalmente estupefacto. - Oh no, no...-

No pudo hacer nada.

Cerró los ojos.

Se dejó llevar.

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.*.*

.*.*

Debió haberse detenido al primer beso, o a la primera caricia. Debió haber dicho que no. Ella sabía lo que debía haber hecho. Hacer lo mejor, lo ideal. Era muy difícil hacer lo correcto, sin embargo.

De un día para otro, en pleno verano, su cuerpo sudoroso y cansado yacía sobre unas sábanas azul oscuro de algodón convencional. Ésa cama no era suya. Ésa ropa tampoco. Y el sol entraba no a través de la ventana, sino a través de una claraboya.

Que pertenecía a un barco.

A un barco al que llamaban...

- De verdad necesito irme, Luka. -

Lo estaba haciendo todo mal. Él lo sabía. Ella también. Pero él estaba convencido que había encontrado a su alma gemela, a su otra mitad. Alguien real y sincero. ¡Qué distinto era el amor a su lado!. Un jardín con flores, una melodía que brotaba del viento al pasar entre las ramas de los árboles. Un paraíso. El murmullo del Sena era una sinfonía interrumpida por sus gemidos.

Él, tumbado al lado suyo, entrelazó sus dedos con los de ella. La besó en una mejilla, con algo de intensidad y cariño.

- Te amo, Kagami, te amo muchísimo. -

Ella no respondió, sólo se giró en la cama enfrentándolo con su mirada. ¿Realmente él sabía lo que decía? A esa edad, en esas condiciones. De esa manera.

¿Amistad o amor? Él le hacía cosas que ella no sabía que existían. Sentir cariño, saberse querida, protegida. Nunca juzgada. El primer hombre que la escuchó, un amigo. El que la hizo derretir de calor y placer, un amante. Kagami estaba deslumbrada por él, y él, estaba deslumbrado por ella.

¿Odio o cariño? Y aun era el novio de Marinette. Luka le decía que terminaría esa relación despacio, para no hacerle a Marinette más daño de lo normal. Pero su amiga todavía saltaba al verlo, todavía caminaba contenta a su lado.

A Kagami Tsurugi le gustaba lo que él le hacía a ella, pero no entendía su actitud, su inconsecuencia, su duda.

Ella no dudaba por supuesto. Pero intuía que debía protegerse de él, de alguna manera.

- Yo no sé lo que siento por ti, Luka Couffaine. -

Si era amor, ¿tenía que ser así? ¿escondido? ¿ocultado? Ella no lo tenía claro. Después de todo, Kagami no sabía nada del amor. Ella recién tenía diecisiete años. Era joven e inexperta. Ojalá todos hubiésemos nacido con un manual sobre cómo amar bajo el brazo. O tal vez si el amor viniese rotulado...

En ese momento, ése día de verano, ella no sabía si lo amaba... lo sabría meses después, cuando su madre murió de improviso y luego de un tiempo, su novio, un rubio de ojos verdes y acento inglés le rompió su pobre corazón, todavía lastimado.

Porque su madre ya estaba muerta.

Ella era huérfana.

Y ese rubio había sido todo para ella.

Y la dejó.

Ahí aprendió lo que era el amor.

¡Amistad o amor! ¡Odio o cariño!

Luka había sido impulso, pasión y por último, había sido un error.

Y en cambio, Félix...Félix había sido...

Esa tarde, cuando Luka dijo que la amaba, Kagami se vistió rápidamente, y salió presurosa del barco, sabiendo que la madre de él llegaría en cualquier momento. El músico la seguía por detrás, tratando de hablar un poco más con ella, de prometerle más y más cosas, cosas que cumpliría, sí, pero con delación y retraso.

Odio o cariño.

Apenas cruzó el pasillo de madera que separaba al Liberty de la calle, un coche rojo de alta gama, frenó de golpe enfrente de ellos. Una ventanilla de los asientos traseros fue bajada, revelando al ocupante del vehículo.

Era su madre, Tomoe Tsurugi.

La matriarca no se enfrentó a ellos, lucía indignada y abochornada, como un monstruo mitológico dispuesto a asesinar humanos. Como Saturno devorando a sus hijos. Enloquecido, siniestro, mortal. - ¡Kagami! - dijo masticando rabia y frustración. - ¡Sube al coche, ahora mismo!. -

Kagami asintió en silencio, absolutamente impresionada por la presencia de su madre ahí mismo. ¿Cómo se habría enterado? ¿Quién se lo habría dicho? Nunca obtuvo respuestas. Ella sólo obedeció a su madre, avergonzada y arrepentida, subió al coche, dando un último vistazo al muchacho en el barco.

Adiós a sus ojos cobalto, a sus labios gruesos, a su calor y humedad.

Luka Couffaine la vio irse sin una despedida, y supo, entonces, que la había perdido...

...para siempre.

No había viento que hiciera cantar al Sena.

No había solución a su problema.

¿Sabes cuándo has amado de verdad? ¿Sabes cuándo lo que sientes es amor? ¡Cuando el corazón se te rompe en mil pedazos si ella se va, si es que ya se ha ido!

Y él la amaba mucho.

Muchísimo.

Si tan sólo lo hubiera sabido antes, si tan sólo...

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¡Hola a todos!

Hagamos recopilación y resumen. He narrado dos líneas temporales. En cursiva, vemos el desarrollo y muerte del lukagami en tiempo pasado.(Inserte meme del ataud). En letra normal, describo primero la situación (agónica) del adrinette y por fin, por fin, he llegado al fin del feligami.

[No tengo corazón, lo sé]

Personalmente amo muchísimo a Kagami Tsurugi y pido perdón abiertamente, por lo que le hago sufrir. Prometo repetirlo tanto como sea necesario. Desde aquí, le pido a Jeremy y a thomas para que hagan canon el lukagami, aunque v3rga, no han interactuado entre ellos, salvo como héroes. Viperion+Ryuko mi religión.

[Agradecimientos]

Agradecer como siempre a los estupendísimos lectores anónimos y no anónimos. Gracias a Veros29, Manu, Mrs Fitzberry, Only D, Paolacelestial, Ryuuzaky, Estefania020695. Gracias a todos aquellos que me escriben al IG o al facebook o por donde sea. Muchísimas gracias por sus palabras.

Sé que estoy lejana, y lentamente publico, pero la verdad es que siento que la vida me arrolla y me apabulla. Prometo (sic) tener más capítulos para publicarlos más frecuentemente.

No os preocupéis por cierto. Estamos a muy poquito del verdadero felinette.

Un fuerte abrazo.

[Quieránse mucho, ánimo, los malos días pasarán].

Otro abrazo.

Lordthunder1000

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PD: soundtrack "another love" de Tom Odell, y "no time to die" de mi prima billie eilish y mi rey Finneas.