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FELINETTENOVEMBER


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DIA 15:

Catpurrchino

o el día en el que Felix Graham decidió que su historia con Marinette debía empezar.


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Notas:

Letras en cursiva y entre comillas, nos referimos a lo que escucha o lee.

Letras sólo en cursiva, pensamientos, introspección.


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Dieciocho años.

Die-ci-o-cho.

Si a Félix Graham de Vanily le hubieran dicho que ese iba a ser el último cumpleaños que tuviera con esa vida cargada de lujos, champán, trajes finos y regalos carísimos, simplemente no se lo hubiera creído. Si le hubiesen dicho que iba a ser su último cumpleaños sin Marinette, francamente, tampoco.

Pero así suceden las cosas, un día tienes la paloma en tu mano, y al día siguiente, ya están ciento volando. Aunque quizá podría decirse que fue al revés...hoy la paloma volaba y mañana, ya yacería en su mano, debajo suyo.

Tuvo la suerte de nacer a puertas del verano. Cuando el sol no quemaba en demasía, y las flores aún estaban erectas en sus floreros. El viento no caldeaba el ambiente, los días empezaban a ser largos y las noches todavía eran frescas y amenas.

Cuando era pequeño, sus fiestas de cumpleaños las celebraban en su mansión de Londres, en el jardín. Había juegos hinchables, artistas, cantantes o magos, y animadores. Una mesa larga llena de bocadillos dulces y salados, una hermosa tarta decorada con los héroes del momento. En su jardín, había una piscina aclimatada y, bajo un delicado cenador, su padre colocaba una barbacoa y una congeladora llena de helados y refrescos. Contrataban muchos camareros para tener las copas de champán bien llenas. Y contrataban muchos cocineros que se encargaban de alimentar a los numerosos invitados.

La primavera siempre moría dedicándole una canción en su onomástico. Entre flores, ruido, risas ...y gluten.

¡Gluten!

Félix nunca olvidaría aquella última vez que probó una tarta, a pesar que era muy pequeño, cuando quizá tendría unos cuatro o cinco años.

Probablemente fue la primera fiesta que él podía recordar, ya que lo hacía con claridad. Volvía a su memoria, el aire suave, el día diáfano, la música infantil, el mago con su sombrero de copa haciendo sus trucos, cada uno más impresionante que el otro. Veía a Adrien jugueteando con los demás niños, para luego saltar vigorosamente en el hinchable con temática de Disney. No olvidaría a Chloe Bourgeois haciendo una rabieta en una esquina, tan sólo porque no le trajeron el globo del color que quería. Su madre, Amelie, preciosa y bella, alegre y enamorada totalmente de su padre, colgaba de un brazo de éste. A su lado, su gemela, la tía Emilie sonreía tenuemente tratando de no incomodar al ogro que era Gabriel Agreste. Y luego, al fondo del salón principal, vio aquella tarta, de un solo piso, cubierta de nata y adornada con muñequitos de juguete. Le pareció deliciosa. Se preguntó si esa tarta le caería tan mal como casi toda la comida que le daban. Se encogió de hombros, ignorante de todo. Unos meses antes de esa fiesta, ya el pediatra había hablado con sus padres y les había indicado una serie de pruebas para detectar el origen de aquellos misteriosos dolores de tripa que le aquejaban.

Félix no sabía porqué los tenía.

Amelie tampoco.

El médico sospechaba pero prefirió tener todas las pruebas juntas.

Y así fue como comenzó su historia.

Nunca más volvería a probar el trigo.

Nunca más volvió a ser un niño normal.

La ambulancia llegó casi de inmediato, a pesar que vivían a las afueras de Londres. Y aunque había logrado vomitar aquel maldito primer trozo de tarta, el daño, ya estaba hecho. La falta de aire, el dolor en el pecho, la angustia por saberse muerto mientras estaba vivo. La desesperación al no poder hablar ni una palabra. De no poder quejarse. Y odiaría la multitud para siempre, porque si él ese día no hubiese sido el protagonista de esa fiesta, sencillamente nadie se habría dado cuenta que un niño moría, azul oscuro, aquejado de una desconocida anafilaxia sumergido en el resto del gentío.

¡Oh, que memorable cumpleaños!

El cumpleaños cuando todo empezó.

O en realidad, todo terminó.

Adiós tartas y bizcochos, pizzas y pan.

Una vez alejado el gluten de su dieta, el pequeño Félix empezó a ganar peso y vitalidad. Dejó de enfurruñarse por todo. Ya no era el niño enfermizo ni al que escogían de buscador para jugar al Marco Polo. Creció, se hizo alto y fuerte. Demoledor. Tocaba el violín como los dioses o como el bendito Orfeo y hablaba muchos idiomas. Su padre, al verlo sanísimo, lo montó en un caballo y le enseñó equitación. Lo apuntó al remo y a la natación, lo llevó al estadio de futbol, al del Chelsea. También lo montó en la bicicleta, le enseñó a andar sobre ella, y un domingo por la mañana, su padre le quitó los tornillos a sus ruedines y Félix entendió que por fin, él era libre. Fuerte y vigoroso. Temible. Ligero. Como el viento. Poderoso. Como un titán. Le crecieron unas alas que no sabía que tenía. El mundo se abrió para él.

Y ahora, en su cumpleaños número dieciocho, comprendió que otra vez, el mundo se volvía a abrir.

O a cerrar, dependiendo de como se le mire.

- Debes estar bromeando, Félix. Esa chica es tu otra mitad. Los dos sois exactamente iguales. Vais a congeniar. Lo haréis genial. En esta vida, debes saber que tener a alguien así a tu lado es una excepción, una bendición. ¡Es perfecta! ¡Es fenomenal! -

Amelie Graham, en vez de desearle feliz cumpleaños, lo apabullaba con su usual declaración de intereses. Ella había llegado esa mañana desde Londres, sola, como era habitual. A Félix no le sorprendía la total ausencia de su querido padrastro en su importantísimo cumpleaños número dieciocho. Porque a pesar de ser mayor de edad, todavía le quedaban tres años para poder usar su herencia a discreción. Mientras tanto, debía conformarse con una pensión mensual y con el manejo y disfrute de algunas de sus propiedades. Y por supuesto, conformarse con las disposiciones que el nuevo marido de su madre emitía. Aunque éstas, claramente lo perjudicaban. Félix también recordó el motivo por el cual dejó su querida isla y aterrizó el septiembre pasado en París, en la casa de Adrien Agreste.

- Ella es perfecta, sin duda, madre. Pero no estoy bien a su lado. -

- Lo estarás. -

- No. -

Nunca.

Eso ya lo tenía claro. Ya lo sabía y ya lo había intentado. De todas las maneras y de cualquier forma. Kagami era preciosa, por dentro y fuera. Tan bien hecha que pareciera que la hubieran diseñado en el Olimpo. No, no estaría bien con ella. Nunca. Las tartas de cumpleaños, hechas de bizcocho de harina de trigo y rellenas de nata, estaban prohibidas, básicamente porque su cuerpo reaccionaba de tan mala manera, que las cuerdas vocales se le hinchaban y el aire le dejaba de pasar. Su corazón entonces, se detenía producto de la falta de oxígeno y de la inflamación de todo su organismo. Anafilaxia. Celiaquía. A él le tocó esa desgracia. Y también le tocó la incómoda imposibilidad de enamorarse de una persona perfecta y ejemplar, bella, divina...la incapacidad de amar a Kagami Tsurugi.

Nunca.

Jamás.

Tal como lo era el gluten en su vida.

Algo inadmisible, algo inaceptable.

Kagami y gluten. Sinónimos y antónimos.

No podría volver a ella.

Su relación estaba acabada.

Como si se pudiera resucitar un muerto de su tumba.

Como si las flores marchitas volvieran a florecer.

- No. - Félix volvió a repetir. - Lo de ella y yo ya está zanjado. Simplemente, no... -

Félix se detuvo, al ver quien entraba a su habitación en el Hotel de las Bourgeois. Estaba radiante, como una princesa oriental descendiendo de un monte, rodeada de un halo de luz. Brillante y delicada. Relampagueaba en belleza. Una divinidad japonesa vestida con kimono ceremonial y obi de seda. El delineador abajo y arriba de sus ojos remataba el sencillo maquillaje que ella tenía, pero que le daba un efecto apabullante. Alguna pequeña flor en su peinado culminaba la descripción de su atuendo. Preciosa. Perfecta. Inhumana. Celestial.

¡Como deslumbraba!

Félix cerró la boca que tenía abierta y miró hacia otro lado, porque sino se traicionaría y volvería sobre sus pasos, la abrazaría, le daría un beso y nuevamente a empezar, para al siguiente segundo, decirle que no, que fue un impulso, que hay que dejarlo. Indecisión. Traición. Y arrepentimiento.

¡No Félix, no!

- ¡Cariño! ¡Estas aquí! - exclamó Amelie, corriendo a darle encuentro. - Justo hablábamos de ti. -

Félix apretó los labios, molesto por la actitud de su madre. Jamás permitió que alguien se entrometiera en sus asuntos, pero su progenitora, desde el reciente matrimonio de ella, había ido cambiando progresivamente en su comportamiento. Volviéndose controladora y aplicándole muchísima censura.

Amelie, su padrastro y él, formaban, sin lugar a dudas, el perfecto retrato de una familia disfuncional.

Imposible sobrevivir ni un día más en Londres, viviendo en el infierno de esa dictadura: un control férreo sobre sus gastos, sobre su vida personal y el total alejamiento de la herencia paterna. Félix ante tamaña crisis optó por retirarse a París, aunque en parte su madre lo obligó a ello. Por lo tanto, Félix, exiliado de Londres, decidió esperar su herencia y su mayoría de edad para luego volver a Inglaterra, y así vivir la vida que tenía planificada.

Y mientras tanto...

- No podía faltar, querida madre. - musitó Kagami, en tanto se fundía en un abrazo fraterno con Amelie Graham.

Félix abrió los ojos, incrédulo de lo que escuchaba. Se le revolvieron las tripas, al ver todo el escenario que se montaban ellas dos. Acorralado entre ambas, él pensó que en cualquier momento le pondrían un lazo al cuello y lo arrastrarían a algún altar para ofrendarlo en sacrificio ante un dios nipón.

- No te preocupes, pequeña, ya verás que volveréis a estar juntos. Yo lo sé. Os he visto. Sois el uno para el otro. - susurró Amelie en respuesta.

Félix apretó los puños y trató de volverse sordo o ciego, porque no quería pelear ni enfadarse...tenía planeado pasar un buen momento. Despedirse por fin, de su ex novia. Celebrar, pacíficamente, su onomástico con su madre. Saludar, a su primo y ver, de nuevo, a su querida y escurridiza Marinette.

E intentarlo otra vez.

Convencerla que lo suyo era factible.

Que aún podía ser.

Félix se calmó, tan solo con pensar en lo emocionante que sería, estar en una relación con Marinette. Ahora sí, frontalmente. Sin contención. Sin precaución y asumiendo riesgos. Sin importarles los demás. Como cualquier otra pareja de enamorados comunes y corrientes.

Tan sólo de pensarlo, el corazón le latió más deprisa y de pronto, dejó de escuchar, de ver y de sentir cualquier otra cosa que no fuera su amor, su verdadero amor.

Volvió a verlas entonces, con un sonrisa renovada y el alma liviana, se arregló el cabello con los dedos, se ajustó su corbata. Olvidó el plan macabro de su madre para que se quedara por siempre con Kagami. Olvidó el desplante de su padrastro. Sólo se concentró en Marinette, y en que pronto la vería. Vio su reloj. El tiempo había llegado. Le hizo una pequeña seña a Kagami, de cortesía. Y seguido por su madre, Félix empezó a guiar a su séquito hacia su fiesta apoteósica.

Ma-ri-ne-tte, ma-ri-ne-tte, pareciera que dijera su corazón cada vez en un latido.

Te-a-mo-cie-lo, continuaba palpitándole el pecho.

Te amo muchísimo.

.*.*.*.*

No era una fiesta cualquiera, sin embargo.

Parecía elegante. Los Bourgeois habían preparado todo en el salón principal. Tal como Kagami Tsurugi había dispuesto, ya la comida y las bebidas estaban dispuestas. Algunos camareros y una mesa principal. Empezaría tarde, casi de noche. Amelie Graham se había encargado de invitar a varios amigos británicos, entre ellos el mismo cónsul.

Para ellos era esa primera parte de la fiesta.

Aunque Félix no tenía mucho contacto con los chicos del Instituto, sí que Adrien insistió en invitar a la gran mayoría de ellos. Y asistieron, por supuesto, dando un toque algo informal a esa fiesta tan estirada. Fueron con la promesa de la segunda parte de la celebración. La que se realizaría en la sala de baile, anexa al salón.

Marinette recordaría siempre esa fiesta, como el inicio o el fin de una etapa en su vida. La recordaría con tristeza y esperanza, y sólo con el tiempo, todos los recuerdos malos o angustiosos se borrarían paulatinamente de su corazón.

Marinette recordaría por ejemplo, la bellísima que estuvo una de sus mejores amigas, Kagami Tsurugi, quien entró colgando del brazo de Félix, sonriendo a todo el mundo. Estaba divina. Y hacían tan buena pareja. Marinette, de pie al lado de una de las mesas y sujetando una copa tipo flauta rellena de champan, no pudo sino sorprenderse de ellos dos. La verdad, Marinette pensó que ya habían roto. ¿Por qué entonces entraba con ella del brazo? Una pequeña grieta apareció en su corazón. Justo en ese instante, Félix la buscó con la mirada, y le sonrió un poquito. Él intentó acercarse, pero Kagami, hábilmente lo desvió hacia otro lado, hacia la gente mayor, para saludar primero a ellos.

Marinette recordaría también, el cómo Alya bostezaba sobre el hombro de Nino, el cómo Ivan Bruel se atragantaba con las brochetas de salmón, en tanto Mylene y Rose reían de su tontería. Y recordaría, cómo Alix Kubdiel había hurgado en su nariz, encontrando un moco, el cual dejó sobre el mantel. Marinette hizo una mueca de disgusto, la cual se mantuvo en su rostro al ver hacia Félix, y descubrir que, al lado de él, ya no estaba Kagami, sino Zoe Bourgeois, mostrándole el nuevo fondo de pantalla de su reloj digital. Zoe, estaba ruborizada y jugueteaba con su mechón. Félix observaba el reloj de ella, para luego enseñarle el suyo propio. Y ambos estallaron en una pequeña carcajada, al descubrir que compartían el mismo fondo. Entonces Zoe, atrevidísima, se inclinó hacia Félix y le dijo algo al oído. Él volvió a reír más pausado, ella también.

Y Marinette reunió sus buenas costumbres y sus creencias para convencerse, que Zoe Bourgeois era una buena persona, y que no merecía el odio y el rencor que se estaba formando dentro suyo.

Ése día, recordaría Marinette, fue el primer día en el que detectó lo que sería hasta cierto punto cotidiano, en su relación con Félix. Ella descubrió los celos.

Y la certeza de la incertidumbre de su amor.

Su, tal vez, no correspondencia.

Marinette recordaría, así mismo, la extraña conversación que tuvo con Adrien Agreste, su ex-novio y su ex-amor de su vida. Una conversación que supuso una alegoría a lo que le pasaría en el futuro. Tal vez fueron celos, o tal vez fue un intento paupérrimo de hacerla recapacitar.

Pero Marinette, ya era indestructible. Marinette ya no dudaba ni tartamudeaba. Su "cursillo a distancia" sobre el amor le había enseñado que había que aprovechar todas las oportunidades, sin dejar nada sin esclarecer. Hablar sobre un sentimiento, sin temor a que te rompan el corazón. Luchar por un afecto, hasta el último aliento, hasta el último latido de un maltrecho, y agrietado, corazón.

Así que valiente, e indómita, Marinette dejó su copa de champán y fue directa hacia Félix, para saludarle y para decirle que...decirle que...

- Hey. - dijo Adrien Agreste, interceptando su trayecto.

- Hey. - murmuró Marinette, sorprendida.

Adrien Agreste sólo se giró un poco para observar a su primo a lo lejos, pero de inmediato, volvió a hablar con Marinette, tenía algo importante que decir.

- ¿Ya lo felicitaste?... - Marinette relajó su postura y negó con la cabeza.

Marinette llevaba un vestido de cóctel, de mangas largas y falda a las rodillas, liso y sin estampados, de color rosa claro. Muy sencillo en comparación al despliegue visual de su amiga japonesa. Sus padres habían servido el catering, pero dejaron camareros para que atendieran el evento, en tanto que ellos, servían otro pedido en otro lugar. Sobre una mesa apartada, y siguiendo las indicaciones de Tsurugi, habían dejado todo lo sin-gluten que pudieron hacer. Fruta, quesos, y embutidos. Pero se les indicó que no era necesario hacer ninguna tarta, tan solo la principal, hecha de harina de trigo y nata.

- Volverá a Londres, con ella. Tía Amelie me lo dijo. -

No habría tarta para él, tan solo tarta para los demás. Y luego de algún brindis, comerían el pastel y después, los compañeros de Instituto pasarían a la salita anexa, para bailar y beber hasta dejar seco el Tigris.

- Así que habla con él, porque pronto partirá. -

Félix, hambriento y sordo a la conversación que Adrien y Marinette tenían, se deslizó lejos de Zoe y Kagami y aterrizó en aquella mesita apta para celíacos que le habían dispuesto. Descubrió, contento, que los Dupain le habían preparado muchos de sus bocadillos y almuerzos favoritos, seguro todo por cortesía de Marinette.

¡Marinette!, pensó de inmediato. Tenía que saludarla. Tenía que hablar con ella. Bailar quizá, o conversar, podría ser ambas cosas, siempre luego del brindis y cuando estuvieran ya lejos de todos los ancianos. Pinchó un dadito de queso y mientras lo engullía giró sobre sí, buscando a la chica de la cual estaba (ahora sí) firmemente enamorado.

Y la encontró hablando, absolutamente absorta, con su primo. Ambos muy cerca el uno del otro. A Marinette le brillaban los ojos, mientras que Adrien estaba francamente sonrojado.

De pronto, para Félix el blando quesito le pareció una roca dura y asquerosa. Un vacío apareció en su estómago a pesar que había comido. El corazón le empezó a latir violentamente y sintió frío en sus pies y manos...y en su pecho, y en su cuerpo. ¿Es que acaso ellos dos no habían roto? ¿acaso no lo habían dejado?

Porque tan sólo unos días antes, toda la clase se quedó atónita cuando a la hora de la salida, Marinette se puso de pie, cogió su mochila y sin esperar a nadie, salió presurosa por la puerta. Adrien fue tras ella. Y cuando la alcanzó, Marinette sólo lo vio, decepcionada, negó con la cabeza y dijo fuerte y claro que ya no se molestara, que estaba bien, que prefería estar sola. Luego de eso, ella siguió su camino, dejando atrás a Adrien.

- Y así es como acaban las mejores historias de amor. - susurró acertadamente, Alix Kubdiel.

- Acaban en un "adiós", en un "no te quiero", en un "lo siento, pero hoy no". - añadió Rose Lavillant al escuchar las palabras de Alix. Triste, sujetó fuertemente la mano de Juleka Couffaine.

- Nunca un final, será feliz. Nunca un adiós, tendrá consuelo. - razonó en voz alta, Mylene Haprèle.

Adrien intentó seguirla de nuevo, sujetó su maletín, se dispuso a correr, pero un instante después desistió de su persecución.

- Oh no chica, ¿Qué estás haciendo?. - masculló Alya Cesaire, en tanto llamaba al telefono de Marinette para así conversar y enterarse mejor del chisme.

- Tranquilo Adrien, Marinette siempre será tu amiga. - le consoló segundos después, Nino Lahiffe, en tanto palmeaba el hombro de su amigo en un signo de compasión.

Y desde su escritorio, todavía sentado, Félix Graham de Vanily emitió una sonrisa sardónica y victoriosa, cogió fuertemente el bolígrafo que le regaló Marinette, y garabateó en su cuaderno, totalmente ecuánime:

"Marinette Graham de Vanily, neé Dupain-Cheng."

"Marinette Graham."

"Graham".

Subrayado en Graham.

Punto.

Punto. Punto. Punto. Punto.

Félix observó lo que había escrito y esta vez, no arrancó el papel, sino que lo acarició mientras un gesto tierno aparecía en su rostro. Un gesto imperceptible y sincero.

Ya no podía retrasarlo más.

Debía amarla, de una vez por todas.

Totalmente convencido sobre su amor por Marinette, Felix Graham de Vanily se levantó de su escritorio, cogió sus cosas y pasó por un costado de su primo, saliendo de la clase finalmente. Y caminó, hacia la salida, por donde ella había escapado. Félix sonreía, armando en su cabeza todo un final feliz, con ella vestida de novia, con pétalos de rosas cayendo, y él riendo. Un cuento de hadas narrado en inglés y francés.

Un final feliz.

De eso, hace sólo unos días.

Y ésa noche en su fiesta de cumpleaños, se volvió a convencer cuando observó cómo Adrien Agreste intentó coger la mano de Marinette para llevársela a comer algún aperitivo. Marinette reaccionó rápido y meneó la cabeza, negando, para soltarse del agarre de Adrien y desaparecer por la puerta del salón. Félix dejó el queso, el champán y la siguió también por la puerta, a pesar que su madre ya le llamaba para empezar a repartir el pastel.

- ¡Marinette! - exclamó Félix, al llegar al pasillo. - ¡Marinette, espera! -

Ella se detuvo, sorprendida al escuchar su voz. Pensó que él no le había prestado atención o que no se había percatado.

- ¿Ya te vas tan pronto?. - él preguntó al llegar cerca a ella.

Marinette asintió, con los ojos anegados en lágrimas, con el corazón fisurado y dispuesto a romperse de nuevo.

¿Cómo puedes seguir amando, a pesar del dolor? ¿A pesar de la decepción cíclica, del eterno y constante desencuentro entre ambos?.

Él nunca le había dicho que la amaba.

Ella tampoco.

Pero lo que sentían era algo que excedía al contenido y significado de las palabras.

Su amor, al menos el de ella, había estado ahí, inamovible, incluso cuando ella no supiera que existía.

Y el de él, ¿qué?.

El amor de Félix, ¿existía?

Marinette respiró rápido y profundo, sumergida en un mar de dudas y lamentos.

¿Si Tomoe Tsurugi no hubiera muerto, Félix hubiera terminado con Kagami? ¿O se habría quedado con ella para siempre? ¿Si Amelie Graham no los hubiera interrumpido en aquella fiesta donde fue camarera, se habrían besado? ¿Y qué significaba aquella vez en la que él le cogió de la mano? ¿Qué había sido todo eso? ¿Amor o amistad? ¿Odio o cariño?

Marinette, cansada de no tener nada seguro, decidió preguntarle a Félix sobre sus sentimientos, sobre su amor.

- ¿Tu? ...¿yo? ...Cómo?...¿por qué?... - Marinette no podía pensar claramente. - ...Félix... -

Él se acercó peligrosamente a ella, en ese pasillo afuera del salón. Sólo se detuvo cuando pudo apreciar aquel profundo celeste de sus ojos, cuando detectó cada pestaña bien pintada con el rímel.

- Dilo, Marinette. Pregunta lo que quieras...- susurró él, cogiendo un mechón de su pelo negro, colocándoselo detrás de una oreja.

- ¿Félix, tú me amas? - ella quiso preguntarle. - ¿Me amas así como yo? - Marinette abrió la boca, dispuesta a verbalizar su pregunta. Lista para entablar una conversación clara y profunda sobre un tema delicado. Inhaló aire, mientras miraba fijamente a ese hombre delante suyo, apreciando el verde musgo de sus iris, sus cejas rubias y su pelo perfecto.

Abrió la boca.

Y algo, simplemente, se la tapó.

Era él.

Él.

Félix

El beso más inesperado, aquel que se estampa en tu boca, imprevisible... aquel que te roba el aliento, inexorable.

La súbita interacción entre ellos, el suave movimiento de los labios de Félix sobre los suyos, el sabor a champán, el calor de su aliento. Todo tan abrupto. Todo tan intenso. Ella sintió como si un trueno retumbase en el ambiente, como si un rayo la partiese en dos. Un escalofrío le recorrió la espalda, en tanto el corazón le dio un vuelco. Si existían mariposas, éstas estaban dando volteretas en su vientre. Dentro suyo, Marinette sintió que rayos multicolores brotaban de su cuerpo, hacia fuera, como si vomitara un arcoíris desde su corazón.

Así era su amor.

Abrupto, electrizante, súbito...e intenso.

Oh, pero...¿De qué hablaban? ¿Qué le iba a preguntar? Marinette dejó de emitir impulsos nerviosos a través de sus neuronas, evitando la sinapsis y por ende, anulando sus pensamientos.

Un campo magnético formado entre los hilos conductores y la electricidad.

El agua que rebalsaba en la bañera de Arquímedes.

Orfeo y su canción, Eurídice y su adiós.

Toda su historia con Félix, pasó ante ella, como fotogramas de una película.

- Así que esto es el amor. - susurró la única neurona funcionante en la mente de Marinette, la que se encargaba de hacer latir su corazón. - Electricidad y sosiego. Palabras y besos. -

Todo tan delicioso, tan bueno...oh, si ella tan solo hubiera sabido lo gustoso que era...oh, si lo hubiera sabido antes. Si tan sólo...

Durante los siguientes segundos, Félix cogió el rostro de Marinette con ambas manos y besó con lentitud y profundidad su dulce boca rosada y juvenil. Acarició su piel y olió su perfume. La notó evaporarse, como si fuese agua en ebullición. La sintió derretida y entregada. Sometida a su beso, sorpresivo e inesperado, su beso de golpe y porrazo.

Se separaron segundos después, sin saber claramente qué había pasado.

- Lo siento. - murmuró él, a milímetros de su rostro. - Tropecé y caí encima tuyo, directo a tus labios. -

Estúpido Félix.

Ella no tuvo tiempo a reaccionar ni a decir una palabra, ni siquiera tuvo tiempo a reírse de su idiotez, porque nuevamente, él le cogía el rostro y la besuqueaba, alborotándole el pelo y obligándole a abrir y cerrar la boca. Como si se masticaran, como si se quisieran engullir.

- Mis disculpas, Marinette, he vuelto a caer sobre ti. -

Caería muchas veces encima de ella... ése era el destino.

- En realidad, he vuelto a ti -. Continuó pensando él. - Porque volvería siempre, Marinette. -

Y no se iría jamás. Jamás.

El teléfono de Marinette empezó a sonar, interrumpiendo lo que sea que estuviera pasando ahí. Obligatoriamente, ella se distanció un poco, retrocediendo unos pasos para poder hablar con comodidad. Félix la vio arreglarse el cabello, mientras hablaba por teléfono. La vio caminar de un sitio a otro, ruborizada hasta las cejas. Examinó su vestido, sus piernas, sus delicadas manos, el pelo negro, sus labios hinchados y rojizos, la nariz respingada y los ojos ligeramente rasgados. Le pareció la mujer más hermosa que hubiera visto. Y eso que había visto muchas. Y probado unas cuantas. Pero Marinette era distinta, absolutamente distinta al resto. Suspiró, observándola. Luego una ola de bienestar lo inundó, porque ella era suya, lo sería para siempre.

Esperó, impaciente, a que ella terminara de hablar.

- Lo lamento, Félix, son mis padres. Debo llevarles algo al otro lado de la ciudad, es urgente. -

Urgente.

Ese beso tendría que esperar. Y la conversación y la pregunta.

Félix le dijo que estaba bien, que ya mañana se verían, que él pasaría por su casa más tarde, al día siguiente, quizá después de la comida. Ella asintió, estuvo de acuerdo. Se dio media vuelta y caminó desde el pasillo hacia la puerta de salida.

Antes de perderla de vista, Marinette volteó a mirarlo. Su cabello negro se movió con destreza y su mirada azulada brillaba, sus mejillas estaban sonrosadas. Y reía. ¡Cómo lo hacía!

- Así que esto es el amor. - meditó Félix. - Ser feliz con sólo verla un momento o chamuscarse con tan sólo un beso. -

Ella se despidió alzando una mano y salió presurosa por la puerta, batiendo su pelo de nuevo, junto con su falda. El vuelo de un ángel, el aleteo de una mariposa. Así era Marinette. Atesoraría esa imagen en sus recuerdos, no se permitiría olvidarla nunca.

Por detrás de ellos, oculta tras una columna, Amelie Graham los observaba aguzando la mirada.

Frunció el ceño, algo enfadada y volvió sobre sus pasos, regresando al salón principal.

.*.*.*

- Presumimos que fue hace unos días. - contaba Alix Kubdiel a Zoe Bourgeois. - Aunque se veía venir, la verdad. -

Kagami Tsurugi, a unos cuantos metros cerca de ahí, fingió buscar una pelusilla en su elegante kimono, pero en realidad estaba muy atenta a esa conversación.

- Iban y volvían. - concordó Zoe. - Era evidente que terminarían tarde o temprano. -

Alya Cesaire, quien estaba también atenta a ese dialogo, asintió insistentemente con la cabeza.

- ¡Exacto!. Ya no es lo que fue. - Alya terminó su champan y dejó la copa sobre una de las mesas. Suspiró y miró a sus compañeras de clase, lista para explicarles unas cuantas cosas más. - Hace mucho se querían. Y yo creo que ella lo intentó. Revivir ese amor... Pero ya no era el momento. Ya no. -

Un suspiro colectivo por parte de todas las chicas ahí presentes se escuchó en ese lado del salón.

Kagami continuó bebiendo su quinto o sexto champán, en realidad, había dejado de contar cuantas copas llevaba bebiendo hace mucho. Se sentía triste y sola. Observaba a lo lejos a Félix, quien saludaba algo aburrido a cada uno de las eminencias ahí presentes. Guapo y alto. Bien hecho, buen porte. Elegancia y seriedad. Correcto y serio. Oh. Ella lo quería tanto. Su silencio y sus rarezas. Su puntualidad y sus alergias. Y ella había sido buena y amena, le había querido y complacido, y sin embargo, él ... la había dejado. No tuvieron ni una pelea, y ahora, de repente, él la dejaba, sin una buena razón de por medio.

Verlo, ya no le causaba alegría, sino un profundo dolor.

¿Sabes cuando has amado de verdad?

Cuando Luka Couffaine le pidió tiempo para terminar con Marinette, a ella eso le dolió. Le indignó su latencia. Su ambigüedad. Su pacifismo. También lo quería. Lo admiraba. Luka era una canción de amor susurrada al oído. Una obra de arte exótico. Sus uñas negras. Sus expansores. Sus mechones. Sus botas con tacones. Luka olía a pasión y a aventura. Algo tan distinto a su cuadriculado mundo.

Y lo había perdido.

Tomoe Tsurugi fue tajante en ello.

Por supuesto que su madre no podía ver, porque era invidente, pero sí que se enteró sobre Luka Couffaine. Lo que hacía, decía y vestía. Así que cuando conversó con su hija, remarcó varias veces, que una relación así era algo deshonroso y peligroso. Parecía alguien libertino y poco responsable. Cantar en un barco, tocar la guitarra, declamar poemas. ¡Que horror para los venerable Tsurugis! ¡Que desastre! Y para colmo, cuando su madre le preguntó que si ellos eran novios, Kagami no le pudo responder nada.

Si él tan solo hubiese sido más consecuente.

Si él de verdad la hubiese amado...

Kagami Tsurugi volvió a fijar su vista hacia su ex-novio inglés, quien brindaba con algún diplomático. Y también ahí, a ella, se le rompió el corazón otra vez.

Porque...

Él tampoco la había querido.

Nadie la había amado a ella. Ni un músico bohemio, ni su mejor amigo, ni su indomable novio inglés. Un temblor imperceptible apareció en sus manos, haciendo tambalear su copa. Para evitar derrames, ella terminó de un sorbo todo el licor que había ahí dentro. Dejó con cautela la copa sobre la mesa. Hipó imperceptiblemente y llamó a un camarero para que le trajera algo más intenso. De inmediato, apareció en sus manos, una mezcla innominada compuesta de ginebra y refresco. Era tan amargo. Combinaba tan bien con su ánimo. Apenas terminó con ese vaso, pidió otro. Y otro.

Y continuó escuchando.

- Hey chicas, hace poco estuve en la panadería, en la habitación de Marinette. - decía Alya Cesaire, ajustándose las gafas. - Y...bueno, creo que Marinette ha cambiado de gustos. - Mylene y Alix le miraron interrogantes, Zoe también.

Rose Lavillant, quien había estado en silencio escuchando atentamente, descubrió que su momento había llegado.

- ¡Oh!. - exclamó la pequeña Rose. - ¡Es cierto!, Marinette dejó su teléfono sobre mi mesa el otro día, y bueno, digamos que no paró de sonar, entraban y entraban notificaciones, fotos, vídeos y audios. - Rose se sujetó su rostro con ambas manos. - ¡Y todas de la misma persona! -

- ¿De Adrien? - preguntó inocentemente Zoe Bourgeois.

Rose abrió la boca, dispuesta a lanzar el dardo final. Sin embargo, de un vistazo observó que Kagami Tsurugi estaba atenta aunque mirara de reojo, detectó que el rostro de Zoe se descompuso llenándose de un ligero tono verde, como si fuera a vomitar. Buscó complicidad, entonces, en la mejor amiga de Marinette; pero Alya Cesaire había hecho una mueca de asco, aunque mirara al vacío. Mylene, en tanto, sólo la observaba con ojos pequeñitos y saltones, como llenos de miedo.

Todas parecían aterrorizadas por la respuesta que iba a dar Rose.

Rose parecía aterrorizada al ver el rostro aterrorizado de las demás.

Dudó, entonces.

Apretó sus labios y calló, perdiendo la emoción. Desinflándose en el proceso.

Ante el silencio, las chicas se miraron las unas a las otras, tan sólo para percatarse que Rose Lavillant, pequeña y menuda, elevó su mirada azul de corderito y observó a lo lejos al primo de Adrien, quien ahora conversaba con Nathalie Agreste. De inmediato, todas giraron y llevaron sus ojos hasta donde estaba Félix, quien, ignorando la atención que causaba, sólo asentía mientras bebía su copa de a sorbos.

De repente, todas al unísono concluyeron lo mismo.

De repente, todas abrieron la boca, sorprendidas del hallazgo.

El fin del mundo, tal como lo conocían, había empezado.

- ¡No puede ser!. - dijo Alix Kubdiel.

- El apocalipsis - susurró Mylene.

- ¡Gurrdl, gfgkur! - farfulló Juleka.

- Es más horrible de lo que pensé. - dijo Alya Cesaire.

Zoe, por su parte, había quedado muda.

- ¿Es eso legal?. - preguntó susurrante , la insegura Mylene. - Digo, ¿enrollarte con el primo de tu ex-novio? ¿Lo es? -

Zoe dejó abruptamente su copa sobre la mesa, asustando a todas, se tapó la boca con ambas manos y salió, rauda, hacia los baños, dispuesta a devolver todo.

Rose se encogió de hombros y sonrió tenuemente.

- ¿Por qué no? ¿Por qué debería ser malo?.- respondió casi de inmediato. - Yo realmente creo que si amas de verdad, está bien. ¿Amistad o amor? Los amigos se pueden enamorar. ¿no?. - De inmediato, la pequeña Rose miró cómplice a Juleka Couffaine.

- Incluso puede que alguien a quien odies, al final le termines queriendo. Así que, ¿odio? ¿cariño?, Algunas veces el amor, es imperceptible y no sabemos cómo llegó y ... -

- Si me preguntas a mí, Mylene. - interrumpió abruptamente Alix Kubdiel, tragándose de un sorbo su licor. - Te diría que es terrible, que es horrible y que será, sin duda alguna, espeluznantemente divertido verlos juntos. -

Y sin mayor explicación, Alix echó a reír aunque nadie más la siguió.

- Vamos, ¡es una broma!. ¿verdad, chicas? ¿no? ¿es en serio?...bueno, pues entonces es super tenebroso, Mylene. - Alix se puso seria y señaló con el dedo a Mylene Haprele. - Te/ne/bro/so. ¡Como si no existieran otros chicos! Además, ¿acaso él no estaba con Kagami? .-

Como un resorte, todas voltearon a ver a Kagami Tsurugi, quien seguía degustando su enésimo ginebra. Al escuchar su nombre, Kagami tambaleó muy levemente y suspiró, mirando al frente, evadiendo el juicio de las amigas de Marinette.

- Él me dejó. - recordó Kagami en su mente. - Y él, y Luka, y Adrien. Y sin embargo, yo...yo...-

Sorda a los susurros de las demás, y ciega a la impertinente observación de las chicas, ella avanzó hacia él. Primero sus pasos fueron titubeantes, para luego ser más seguros y amplios, sujetaba con fiereza su vaso haciendo tintinear el hielo contra el cristal. Rápidamente, se pasó la punta de los dedos arreglando su sus pestañas. Poco a poco, la imagen de Félix conversando con Nathalie se le fue acercando, hasta que, finalmente, llegó a centímetros de él.

Félix, detectando su presencia, interrumpió su diálogo y prestó atención a lo que Kagami tenía que decirle.

Ella se aclaró la garganta, respiró hondo y apretó de nuevo su vaso, buscando valor.

- ¿Por qué?...- preguntó en voz baja, rompiéndosele un poco el tono. Carraspeó y volvió a inspirar pausadamente. Lo intentó otra vez, sólo que ahora casi gritaba. - ¡¿Por qué? ¿Por qué no me amas?! ¿Qué acaso no te gusto? ¿Por qué...? -

Nathalie abrió los ojos, estupefacta. Pillado con la guardia baja, Félix también se sorprendió. Sin embargo, pronto su rostro cambió a uno más amable y comprensivo. Sonrió, con una sonrisa falsa y pequeña, comedida.

- Lo siento. - le dijo velozmente a la madrastra de Adrien. - Me excusaré por un momento. -

Cuando estiró su mano intentando coger el brazo de Kagami, ésta se retiró intempestivamente hacia un lado.

- No quiero conversar, quiero respuestas. - masculló furiosa. - ¿Por qué? -

- ¡No aquí! - murmuró Félix, apretando los dientes. ¡Cómo odiaba la impertinencia! Intentó mantener la sonrisita falsa, pero no lo consiguió. - Afuera, vamos. -

Kagami retrocedió un paso, pero trastabilló con su propio pie. Félix ahora sí, la cogió de un brazo, evitando su caída. Dio un rápido vistazo a su alrededor y observó que algunos los estaban observando, entre ellos, toda la pandilla del Instituto. Lamentó aquella escena internamente. ¿Por qué Kagami se comportaba así? Ésa no era ella. No la recordaba escandalosa. Sumamente incómodo, Félix caminó junto a ella, hasta salir del salón. Pero no se detuvieron ahí. Tratando de alejarse de la fiesta, Félix la llevó al único lugar donde podría dejarla tranquila porque presumía que había bebido hasta desinfectarse entera por dentro.

Presionó los botones del ascensor y apenas se abrieron las puertas, entró rápidamente al lado de una titubeante Kagami Tsurugi.

Todavía lucía bella, aunque su mirada era vidriosa y su piel estaba un poco pálida.

En ese instante, a medida que el ascensor subía, Kagami recordó el horrible día cuando su madre murió. La forma en la que la encontró, fallecida en el sillón. Sintió nuevamente el frío de París en diciembre. Sufrió otra vez, al entender que de ahora en adelante, ya nunca Félix estaría ahí para ella, para abrazarla, para consolarla, para simplemente, conversar. Herida de muerte, y en contra de su voluntad, Kagami gimió, ahogando un sollozo. Intentó callarse, porque también para ella le resultaba indigno llorar, ebria y metida en un ascensor con su ex.

Pero bien es conocido, que cuando más quieres ocultar tus lágrimas, tu llanto sale más fuerte.

Lanzó un quejido enorme, lleno de dolor, de vergüenza y de soledad.

Félix, quien siempre odiaba verla llorar, no pudo sino abrazarla rápidamente por los hombros.

- Detente, por favor. - le susurró al oído.

A pesar de la súplica, ella no pudo contenerse. El ascensor llegó a la planta indicada y las puertas se abrieron. Con prontitud, Félix la continuó arrastrando en su abrazo, hasta su habitación. Sin dudarlo, sin detenerse a pensar, él abrió la puerta y ambos accedieron a su apartamento en el Hotel.

Ella llegó al dormitorio y se sentó al borde de la cama, como tantas otras veces había hecho. Con la palma de su mano, acarició las sábanas y el edredón. Apretó la tela entre sus dedos, haciendo puño.

- No soy lo que ves hoy, Félix. No soy así. Estoy rota, y llevo un tiempo en este estado. Tú lo sabías. Tú lo viste...Y...yo sólo quiero saber, ¿qué es lo que tengo? ¿qué no te gusta? ¿por qué? ¿acaso no podemos intentarlo otra vez?, porque yo...yo... - Nuevamente, la voz se le quebró y comenzó un nuevo ciclo de sollozos apagados y gemidos cortos.

- Porque yo te quiero. - pensó Kagami, con amargura. - Te quiero, incluso más que a él. -

Con lentitud y cautela, Félix se sentó a su lado y elevó una mano para retirarle uno de las primeras horquillas de su pelo. Un mechón negro y lisísimo cayó sobre sus hombros.

- Tú eres genial, Kagami. - le dijo de repente, con voz ronca y segura. - Eres estupenda. -

Él lanzó la horquilla hacia la mesilla de noche. Luego, usando ambas manos, fue retirando uno a uno, cada adorno que sujetaba el peinado de Tsurugi. En breves segundos, la cabellera perfecta y brillante de su ex-novia lucía, libre y preciosa, sobre sus hombros. Con mucho cuidado, Félix se levantó de la cama y la cogió de la mano poniéndola de pie. La miró a los ojos y descubrió que había mucha más oscuridad de la que calculaba. Había dolor y amor. Una mezcla horrible e indeleble. Hubiese querido consolarla. Decirle que la amaba. Pero no lo haría. No volvería a ser inconsecuente, aunque a él también le doliese todo tal como estaba sucediendo.

Con destreza producto de la práctica, Félix buscó el nudo del obi y lo desenredó con facilidad, retirándoselo de la cintura. El kimono de su ex-novia se abrió un poco.

- Descansa, entra en la cama y duerme. Mañana será otro día. - le ordenó seriamente.

Pero Kagami lucharía hasta el final. Audaz y valiente. Tal como era el dragón que llevaba en su alma, inmortal y sanguinario.

Se lanzó hacia él, buscando sus labios. Intentando robarle un último beso, tratando de ganarse un último abrazo. La última carta en un juego de poker. Un sacrificio en medio de una partida de ajedrez.

- ¡Detente! - murmuró Félix, esquivando por milímetros aquel movimiento potencialmente mortal. - ¡Por favor! -

- ¡Necesito respuestas! - gimió ella, desesperada. Apoyó la cabeza sobre la camisa de él y respiró su aroma, como antes solía hacerlo. Escondió su rostro desencajado por la lágrimas, por el alcohol y la vergüenza. Volvió a llorar. Con suavidad, él la empujó un poco hacia atrás, mientras retrocedía unos pasos.

- Duerme.- ordenó secamente.

- ¡Respuestas!- farfulló Kagami, aún de pie y con el rostro empapado por sus lágrimas.

Félix nunca rehuía de una buena pelea. Y siempre peleaba dispuesto a ganar. Y ahora debía luchar. Por lo tanto, puso ambos brazos en jarras y se mostró ceñudo y algo enfadado. No debía dejarse ablandar.

- ¡Ahora! - insistió él, mucho más serio que antes.

Kagami, harta de su evasión y algo humillada, se arrancó el kimono y se lo lanzó a Félix como si fuera un proyectil, con furia y odio. Ya no dijo más. Sólo se abalanzó a la cama, metiéndose por debajo de las sábanas, en ropa interior, con el maquillaje puesto y las lágrimas manchando su cara. Al tumbarse, apretó la almohada contra su rostro y ahogó el llanto ligero pero doloroso.

Félix la vio caer dormida entre lágrimas, como varias noches lo había visto. Antes, cuando estaban juntos, él la hubiera acompañado, tumbándose a su lado, la hubiera abrazado y la hubiera besado. Le hubiera dicho, que todo estaría bien, que saldrían adelante juntos. Ese tiempo...había pasado. La quería, pero no demasiado. Era su amiga. Y se habían acompañado durante mucho tiempo. ¡Qué lástima no haberse enamorado de ella! De pie, a un lado de la cama, Félix la contempló radiante pero dolida, perfecta pero belicosa. Insosegable e intensa. Eran tan parecidos. Como si fueran dos imanes con la misma polaridad. Condenados a repelerse, a nunca estar juntos. Eso debía entenderlo ella. Él ya lo había entendido. Marinette se lo había enseñado. Sin pensarlo más, Félix se retiró de la habitación dispuesto a dormir en un sillón que había fuera.

Se sentó y apoyó los pies en una mesita baja enfrente suyo. Contempló las cortinas de la habitación, el espejo del salón. Inconscientemente, se tocó los labios, recordando los besos sorpresivos que se dio con Marinette. Sonrió, cansado. Amanecería pronto. Se juró a si mismo, que iría a ver a Marinette a como diera lugar ese día. Y hablarían. Y se besarían. Y le preguntaría si quería intentarlo con él. Aceptarlo, así como era. Con sus problemas, con sus antecedentes. Con su futuro.

- Marinette. - pensó Félix, sintiendo de repente, todo el amor que sentía por ella. - Mañana seremos "nosotros". Seremos uno. -

El día había llegado. Por fin, Félix cumpliría sus promesas.

Dentro de la habitación, una mujer soñaba con ser amada.

Afuera en el salón, un hombre también soñaba con el amor.

Ella tenía sueño roto.

Y él tenía un deseo a punto de cumplirse.

Dispuesto a quitarse toda la fiesta de encima, Félix Graham de Vanily se deseó a sí mismo un feliz cumpleaños, ansioso, se levantó del sillón y encendió la cafetera. Esperó hasta que el capuchino estuviera listo. Lo bebió a sorbos. Observó la ventana. Las estrellas titilaban. Un aire frío se coló por los cristales.

- Los sueños se hacen realidad. - murmuró Félix.

Y no hay nada más aterrador que los sueños cumpliéndose, en la vida real.

Pero él estaba inmensamente feliz.

Y la luna brillaba a lo lejos.

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Gracias a todos por continuar a mi lado. Perdonen por los retrasos, pero es que no puedo hacer nada. Besos y abrazos. Adiós.

A Manu, a Only D, A Mrs Fitzberry (que betea y no comenta), a Ryuuzaky, a Paolacelestial...os quiero mucho chicos.

Ya, casi casi, llegamos al inicio.

Un fuerte abrazo. Y recuerden tomarse un ansiolitico el 13 de junio...besotes.

Lordthunder1000

Soundtrack: All I ask, de mi tía Adele. Y "love me" de Realestk...temazos