FELINETTENOVEMBER
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DIA 16:
Captured
o Capturado (en los brazos de Marinette)
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Notas:
Letras en cursiva y entre comillas, nos referimos a lo que escucha o lee.
Letras sólo en cursiva, pensamientos, introspección.
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Amaba cocinar. Amaba la pastelería en general, amasar la harina de cualquier cereal y mezclarla hasta el cansancio. Darle forma a la masa, cortarla en trozos y luego meterla en el horno para después, una vez frío, repartir lo que había preparado entre sus personas más queridas.
Su amor, siempre en forma de galleta o de pan.
Su amor, siempre hecho de gluten y manteca.
Hasta que un día, un estirado inglés, agrio y callado, se sentó a su lado en el salón de clases y le enseñó que el amor no siempre es dulce, ni cálido. No siempre es tierno y saludable. Ése hombre le enseñó que ahora el amor viene en postres de harina sin gluten, con chocolate amargo o mezclado con leche; o almuerzos hechos con verduras frescas, tomate, y queso y jamón; o frutas de estación...Oh, el amor ya no venía en forma de macaron ni siquiera de croissant...
Venía ahora, sin una pizca de gluten.
Ni una sola.
- ¿Es para él? - le preguntó su madre, Sabine Cheng, interrumpiendo su labor. Marinette había despertado muy temprano, había limpiado exquisitamente la cocina de su madre y había abierto ventanas. Se puso guantes nuevos y cubrió con papel de cocina, cada sitio donde estaba trabajando.
Sabine entendió, entonces, que esta tarta era especial. E iba dirigida a una persona especial.
Marinette se ruborizó ante su pregunta, pero asintió fervorosamente. Su hija se dio la vuelta, fue a la nevera y cogió la crema de mantequilla que ya tenía preparada. La probó con la punta de su dedo.
- Estará perfecta. - murmuró Marinette.
Sabine Cheng volvió en el tiempo y se recordó a sí misma, cuando quería impresionar a un compañero en la Escuela de Cocina. Un compañero alto y bonachón, con bigote y barriga, quien luego sería el padre de su única hija. Sabine sonriendo ante este recuerdo, le dijo incontenible:
- La primera vez que hice una tarta para tu padre, me veía igual que tú. -
Marinette se atragantó con su propia saliva y por pura ansiedad, ella empezó a reír, Sabine le siguió. Ambas reían, alegres y tranquilas.
Su hija lucía enamorada.
Sabine Cheng había presentido este momento desde unos meses atrás.
Lo había intuido desde que un día, descubrió a un chico muy parecido a Adrien Agreste por las afueras de la panadería, en un Audi carísimo. Ese joven vestía muy elegante y parecía extranjero. Alguna vez trajo de vuelta a Marinette. Pero él no se acercaba, sino que la dejaba unos metros afuera, la veía abrir la puerta y luego él se marchaba. Después, Marinette le contó que era el primo de Adrien Agreste, Félix. Un nombre sencillo, pero con un apellido larguísimo y de alcurnia, un inglés lacónico, distinguido y más estirado que una goma en una ortodoncia. Y ése primo, algunas veces, le enseñaba matemáticas en la biblioteca, le prestaba libros, o se mandaban vídeos y mensajes de voz, otras veces Marinette le preparaba meriendas y bebidas. Una tarde, Sabine entró a la habitación de Marinette y observó la nueva ambientación con temática inglesa. La banderilla del Chelsea, el tablón de corcho con nuevas fotos. Libros nuevos y en inglés. Percy Jackson, Harry Potter, Tolkien, George Martin, Jane Austen.
Los ojos rasgados de Sabine Cheng, provenientes de la China continental, se aguzaron aún más. En una fracción de segundo, la madre de Marinette coligió a la perfección de que iba todo eso.
Lo entendía, lo comprendía.
No quiso entrometerse.
En especial, porque semanas después Marinette volvió a presentar a Adrien Agreste como su...novio.
Sabine, confundida ante esta actitud de su hija, se preguntaba por qué Marinette había aceptado nuevamente a Adrien a pesar de haberlo, en teoría, olvidado.
Sabine se quedó en silencio, concluyendo que algo había pasado entre Félix y su hija y que, de alguna manera bizarra, Marinette había optado por seguir adelante...con su antiguo primer amor. Tom Dupain, aunque el modelo parisino le caía bien, no pudo sino torcer la sonrisa, alegrarse por ambos y suplicarles que antes de la diversión viene la escuela y que debían centrarse en sus estudios, primero. El amor, podía vendría después. Su hija no tenía ni dieciocho años y ya llevaba dos novios muy serios en su lista. Tom tuvo miedo, era su padre después de todo, y no quería ver sufrir a su niña, aunque su niña ya no lo fuera, estrictamente hablando. Ahora, para Tom Dupain, Marinette era una muchacha dulce, inteligente pero muy romántica, amable y empática. Él tuvo miedo que ella descubriera la crueldad y rudeza del mundo exterior. Así que, sin vergüenza ninguna, Tom le pidió a Marinette cordura y paciencia, y aparcar un poco las cosas del amor.
Como si eso pudiese conseguirse.
Como si los padres pudiesen proteger a sus hijos para siempre.
Sabine sonrió, meneando la cabeza luego de oír lo que decía Tom.
El amor en Marinette había sido una montaña rusa. Meses antes, su hija había llorado en su regazo, porque una tarde de verano, Luka Couffaine le había dicho a Marinette que hasta ahí era todo, que muchas gracias pero que ya no quería estar con ella. Que era su amiga, que lo sería eternamente. Pero no volverían a ser novios. Una ruptura inexplicable, y que a Marinette le cayó como agua fría. No porque estuviera perdidamente enamorada, sino porque estaba cómodamente estable en esa relación.
Marinette lloró, y por unos días, la soledad la hizo agobiarse, pero el inicio del Instituto desvió su atención y ella enfocó su tiempo, rápidamente, en nuevas prioridades.
Amistad o amor. Sabine, en su sabiduría, había detectado que Luka Couffaine era un perfecto amigo, atento y amable, que ayudaba a crecer a su hija, con su actitud y su ánimo. Un buen chico. Odio o cariño. No hubo rencores, ni ofensas, tan solo fue un "hasta luego, Marinette, hasta aquí llegamos". Un amor fugaz, ecuánime pero con fecha de caducidad. Y estaba bien, porque después de todo, eran niños que jugaban a quererse.
Unas semanas después del rompimiento y unos días después del inicio de clases, Marinette abrió la puerta de la panadería con estrépito y angustia, y abordó a su padre abruptamente, con preguntas diversas, curiosas y siempre relacionadas con el gluten.
¿El trigo tiene gluten?
¿Los croissants, macarons... el pan?
¿Las pastas, los espaguettis, las masas para pizzas?
¿Las galletas?
¿La lasagna?
Sabine recordó el rostro horrorizado de Marinette, al decirle su padre un Sí rotundo a cada una de sus preguntas.
- Entonces, ¿Qué demonios come ese imbécil? - se preguntó su hija a sí misma, aunque en voz baja.
Fue así entonces, como confirmaron la existencia de ese muchacho peculiar y desgraciado. Félix, el celíaco. Félix, el alérgico a la vida. Jamás una magdalena, ni tarta, ni bizcocho ni bocadillo. Marinette les contó que el primer día, ella le ofreció sus famosos macarons, y él, sin decir nada, dio un paso atrás, alejándose, no contestó ni se explicó. Había sido Adrien quien le dijo su extraña condición.
A Marinette le pareció una enfermedad terminal y horrorosa.
Vivir sin gluten.
Morir con él.
Después de un rato, y a insistencia de Marinette, Sabine le explicó que había otras harinas que no tienen gluten, como la del arroz, el maíz, o como el trigo sarraceno. Con algunas se podían hacer postres, con otras sólo pan.
Y entonces, Marinette suplicó por recetas.
Por nuevas recetas.
Y practicó y practicó.
Hasta aquel día. Hasta el día del cumpleaños número dieciocho de Félix Graham de Vanily.
- Él es sólo un amigo, mamá. - respondió Marinette, sonrojada, mientras su madre le abrazaba por los hombros.. - Aunque espero que sólo lo sea por hoy...porque he decidido que le diré, que le diré todo lo que siento...-
A la mierda el miedo, el desamor.
A la mierda el aprendizaje y la ecuanimidad.
Su hija era una valiente, después de todo. Recuperarse tras la ruptura con Luka Couffaine, intentar una peculiar relación con el buenazo de Adrien Agreste, fracasando estrepitosamente. Y ahora, a lanzarse, nuevamente al vacío, cabeza abajo hacia el barranco. Con un persona extraña, y distinta abismalmente a ella. Marinette tropezaba, se tambaleaba, trastabillaba pero, se recomponía, se limpiaba la nariz y las lágrimas y ahí estaba, nuevamente sobre el ruedo, horneando una tarta de harina de arroz en forma de corazón, untándole crema de mantequilla y reforzando con nata los bordes. Rallando una tableta de chocolate negro sobre ella. Todo eso con guantes de latex puestos y sobre la encimera forrada con papel de cocina.
Su hija irradiaba felicidad. Parecía una mujer esperanzada. Y profundamente enamorada.
Sabine, sonriente, miró hacia otro lado. Marinette, volvió a sonrojarse, pero continuó metiendo la tarta en una caja de cartón.
Minutos después, Marinette Dupain-Cheng salió con ímpetu e impaciencia hacia el Grand Hotel de París.
Ahí, ella se encontraría con su destino.
Con su amor.
.*.*.*
Mientras tanto, Félix despertó doblado sobre sí mismo, mal colocado en aquel sillón blandito de su salón.
En realidad, no había dormido casi nada y había sido el imponente sol el que lo había despertado de su escueto sueño. Vio su teléfono y lo descubrió a punto de apagarse por baja batería. Su madre lo había estado llamando, inundándolo de mensajes. Conociendo a Amelie, intuyó que su madre suponía que había dormido con Kagami o que se habían ido juntos de la fiesta. Y era cierto, pero no de la manera en la que ella pensaba. Miró el reloj de la pared y descubrió lo tardísimo que era.
Se puso en pie y caminó hacia la habitación, rogando que Kagami Tsurugi ya se hubiera ido. Pero no era así.
Ella estaba sentada y encogida en un taburete de espaldas a él, apoyando su rostro en el cristal de la ventana, arrebujada en un albornoz de seda que le pertenecía a él. Seguía despeinada y con el maquillaje puesto, pero Félix intuía que ya no llevaba ropa interior. Ella no se giró cuando Félix entró al dormitorio, a pesar que éste le llamaba suavemente por su nombre.
- Buenos días. - respondió ella con la voz plana y átona. - Iba a ducharme, pero prefiero que entres tú primero. -
Félix se cruzó de brazos y se apoyó en el umbral de la puerta. La contempló, destruida y cansada. Le entristecía esa ruptura. Porque él la estimaba. Siempre lo haría. Él la valoraba y quería decírselo, una vez más, tal vez de esta manera lograse que ella entendiera.
- Eres mi amiga, Kagami Tsurugi, siempre lo serás. Recuérdalo y cuenta conmigo, para lo que necesites. Prometo estar ahí, para tí. -
¿Una promesa?, pensó Kagami, ¿amistad, pero no amor? . Un premio consuelo. Un paliativo. Algo compasivo. La herida duele igual, aunque la desinfectes con alcohol. La soledad es la misma, aunque la culpa no sea mía. No he sido mala, pero me dejas. No he sido hosca, pero no hay cariño.
Kagami se levantó de la silla donde estaba y sin cuidar que su albornoz estuviera abierto, enfrentó a su ex-novio, aun resacosa y malhumorada. Lucía indignada.
- No digas promesas que no cumplirás o palabras que se las llevará el viento. -
Félix miró hacia otro lado, al descubrir que efectivamente, bajo el albornoz, ella no llevaba nada.
Él suspiró, angustiado por su terquedad, se apretó el puente de la nariz, volvió a suspirar. En silencio, sin nada más que agregar, él enrumbó hacia el cuarto de baño. Un nuevo día empezaba, y quizá una nueva historia también.
Esperanzado en su nuevo futuro, desapareció de la vista de Kagami y aseguró la puerta para que nadie más entrara.
En cambio, ella fue hasta el salón y puso nuevamente la cafetera en funcionamiento, en tanto buscaba pastillas para calmar ese incesante dolor de cabeza y al menos un poco ese dolor en el corazón.
La cafetera funcionaba y al ver el café caer, Kagami se convenció, otra vez, que emborracharse no era la solución a sus problemas, que suplicar no iba a hacer que él volviera, que llorar no arreglaría su soledad. Se repetía, como un mantra, que todo saldría bien, que los días pasarían y que el dolor también. Que seguiría adelante. Ella era una Tsurugi, después de todo. La hija de Tomoe. Alguien excepcional. Criada para ser líder, valiente como un caballero medieval y poderosa como un dragón mitológico. Una vez listo el café, lo endulzó con sacarina y mientras lo bebía, repasaba su horrible vida amorosa, intentando descubrir en qué había fallado y porqué nada le salía bien. No detectó errores a su lógica, no halló fallo en su estrategia. ¿Por qué entonces...?. Bufó meneando la cabeza. Segundos después, concluyó que el amor no lo era todo, que debía vivir sin eso. Que ya llegaría el indicado.
Ella sólo tenía dieciocho años.
Pero se sentía como una abuela de noventa o cien.
Había vivido tanto.
Y la habían amado muy poco.
Justo cuando iba a la mitad de su bebida, oyó unos incesantes golpes en la puerta. Primero leves, luego un poco más fuertes. Se extrañó de ello, porque Félix siempre insistió en que no quería servicio a la habitación. Así que, preocupada por quién sería, se acercó a la mirilla de la puerta y contempló, atónita, a la persona que estaba tras la puerta.
Retrocedió, horrorizada.
¿Debía hacerla pasar? ¿Debía contestar?
Su corazón latió frenético.
Pensó acertadamente que Marinette Dupain-Cheng estaba tras la puerta, esperando a que Félix le abriera. ¿Ella qué hacía ahí? ¿Por qué? Eran amigos, ella lo sabía, pero ¿eran algo más?. Tan solo de pensar en ellos como pareja, le generó escalofríos. Ella era inmensamente superior a Marinette. Era su amiga sí, pero también era consciente que Marinette tenía un carácter suave y delicado, aunque tenía ideas muy fuertes. Y Marinette soñaba siempre, con elefantitos de colores y una casa hecha de chocolate. Cada vez que Marinette le mostraba sus diseños, Kagami la contemplaba con cariño y compasión, porque asumía que jamás una muchacha así de blanda lograría algo en el futuro.
Tan tierna. Tan inocente.
El dragón Tsurugi contemplaba a Marinette como un ratoncito pequeño al que había que cuidar, porque algún buen día, un viento fuerte se lo llevaría lejos.
La quería. Marinette era una chica buena.
Pero éste, no era su lugar.
Y no lo sería, nunca. ¡Nunca!
Así que decidida y todavía sangrando por la herida, Kagami Tsurugi cogió el tirador de la puerta, lo giró y abrió bastante, con seguridad y fuerza.
- ¿Marinette? - le habló fingiendo normalidad. - ¡Marinette! ¡No sabía qué vendrías! ...¿Has venido a ver a Félix? ¿Esa tarta es para él?-
Como predijo, Dupain-Cheng se desmoronó frente a ella, tal como una torre de Jenga. Llevaba una tarta en una caja de cartón. Claro, era el cumpleaños de Félix. Kagami sin tregua, fingió una sonrisa, una mirada ladina. Su voz sonaba delicada y pacífica, pero por dentro, Kagami Tsurugi bullía de envidia y celos. Y eso que era su amiga. Estaba desesperada. Y años más tarde, ella lamentaría su horrible comportamiento esa mañana de primavera. Pero ese día, ella inventó cualquier cosa. Lo primero que se le ocurrió. Aunque para ser exactos, había dicho la verdad, que habían pasado la noche juntos, que habían hecho cosas juntos. Observó como si fuera en cámara lenta, el bochorno que inundó el rostro de Marinette, así como su decepción. El amor era una guerra, lo sabía bien Tsurugi, y a ella le habían enseñado a pelear...y a ganar.
- Entonces, dámela, yo se la daré. -
Marinette se inventó que la tarta tenía gluten, que se la debía llevar. Luego, dejó de tartamudear, mientras retrocedía, horrorizada, sujetando con fiereza esa tarta contra si misma. Se despidió malamente y después de unos segundos, se retiró huyendo a toda carrera de ahí.
Aún en ese momento, observando cómo su tierna amiga huía adolorida de ahí, Kagami pensaba que estaba haciendo lo correcto. Ella no era para él. No podía serlo. Tan diferentes. Tan lejanos. Kagami no sabía lo que era el amor, o lo sabía, pero no quería aceptarlo. Después de todo, quien estaba perdiendo era ella, y perdía estrepitosamente siendo sinceros.
El amor era una guerra. Y ella, sabía más de enfrentamientos que de amor.
Sin embargo, no se sintió bien. No hubo satisfacción en esa victoria. Todavía con el corazón latiendo a mil, sabiendo que había dañado a su amiga, y sabiendo que lo que hacía estaba mal, Kagami cerró la puerta y se recostó en ella, suspirando varias veces.
- ¿Quién era? - le preguntó Félix, sobresaltándola. Salió envuelto con una toalla amarrada a la cintura, y con otra toalla más grande sobre los hombros. También él había escuchado el ruido de la puerta.
Ella no le contestó, sin embargo.
Evadió el interrogatorio y se enrumbó hacia el baño, pero Félix la tomó de un brazo, antes que escapara de ahí.
- ¿Quién era? Te escuché hablar. -
Por un momento, mientras él salía de la ducha, Félix pareció escuchar una voz conocida y cálida. ¿Acaso podía ser que...? ¿Acaso era ella...ella ahí?
Kagami Tsurugi, monstruo milenario y princesa de una dinastía de magnates japoneses, se giró sobre sí misma y enfrentó a su ex-novio, a su gran amor. Dignidad o amor. Ella ya había escogido.
- Félix, existen muchísimas leyendas en el Japón medieval, que si el hilo rojo, que si alguien nació de un junco, incluso que si el conejo llegó a la luna. - Kagami sonrió, displicente. Y continuó con su relato. - Son divertidas. Y tristes... Y para mí, una de las más melancólicas trata de Shizuka Gozen, la bailarina. Debes haber oído de ella. De sus bailes, de su desamor. Eran tiempos de guerra, y ella fue hecho prisionera, siendo alejada de su amante. Pero un día, la esposa del Shogun le tuvo compasión y le dio la libertad y Shizuka, apoyándose en un bastón hecho de una rama de un cerezo, corrió desesperada, tratando de volver al lado de su amor. Así que retornó a su hogar para encontrase con él, pero... justo cuando iba a llegar a su destino, ella descubrió que ya no había amor. Su amante estaba muerto. Desfallecida de tanto correr, Shizuka cayó sobre el suelo y sencillamente falleció. Ahí donde dejó su bastón, creció un árbol de cerezo que aun hoy, florece en primavera. Shizuka Gozen, la bailarina. Un horrible final. Lleno de lágrimas y dolor. -
Félix la observaba interrogante, aunque presentía que Kagami le lanzaría un dardo con muchísima buena puntería. Estaba convencido que lo que le diría le rompería el corazón.
- Ella corría como Shizuka, después de todo. - Una solitaria lágrima, rebelde y ácida, surcó la mejilla de Kagami Tsurugi, la hija de Tomoe. Félix abrió los ojos como platos, en tanto cogía con fuerza la toalla que le colgaba del cuello.
- Marinette. - aclaró Kagami. - La que tocó la puerta... era ella, Marinette. -
Y lanzando esa bomba, ella volvió a encaminarse hacia el aseo para encerrarse dentro de él. Se sentó en una esquina, detrás de la puerta, esperando su reacción. Tenues lágrimas caían por sus mejillas. Lágrimas de furia, y desazón. ¿Amistad o amor? ¿O ninguno de los dos?
Luego de unos minutos, Kagami Tsurugi se sobresaltó aún envuelta en el albornoz, aún llorando sentada en el suelo, al escuchar cómo la puerta se cerraba con estrépito.
Bajó la mirada, y lamentó, tristemente, que ya para él, ella no significara nada.
Absolutamente, nada.
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Félix frotó desesperado la toalla sobre su pelo húmedo y enredado, intentando secarlo con ferocidad y prisas. Pasando algunos minutos, se convenció que estaba perdiendo el tiempo. Impaciente, descubrió que sería imposible tenerlo como le gustaba. Debía salir ya. Buscó desesperado cualquier camisa y se la abotonó malamente. Se puso los pantalones a la carrera y buscó calcetines y zapatos. Halló un calcetín de cada par. No le importó una mierda. Encontró unos zapatos que no eran de fiesta, de hecho casi parecían zapatillas. Nuevamente, le dio igual. Sólo pudo alisarse un poco el pelo con las manos antes de abalanzarse a por el ascensor.
Cuando llegó a la salida del Hotel, se dio cuenta que había dejado el teléfono arriba en el apartamento.
Pero si volvía a buscarlo, no la encontraría.
Había hecho cálculos de tiempo, espacio y velocidad y había concluido que sí corría como si no hubiera mañana, tal vez, la alcanzaría. Así que dejó que su teléfono se muriera exangüe en la mesilla del recibidor. Por inercia y sin pensarlo, se vio corriendo, desgreñado, desaliñado, desesperado, sin un motivo aparente y sin dirección segura.
¿Ella estaría por aquí? ¿Por allá?.
Corría como un desquiciado, empujando a cuanta persona le estorbara en su camino. Llegó a una esquina transitada. Iba a cruzar la calle, pero le detuvo el semáforo. Respiró profundamente una y otra vez. Empezó a dolerle un costado. Varias personas lo miraban, a consecuencia de sus acciones. Apenas vio el color verde, volvió a correr sin un aparente objetivo.
Podría decirse que a él, un inglés estirado, adicto al violín y a las matemáticas, a la etiqueta y a la racionalidad, no le importaba en ese momento si lo que hacía era inteligente o no. Correr sin sentido. Vestir alocado. Actuar sin modales ni educación. Tan sólo lo guiaba su corazón, o su presentimiento, su sexto sentido.
¿Puede ser racional el amor?
Aunque quería a Kagami, en este momento la estaba odiando francamente. ¿Qué le había dicho ella a Marinette? No, mejor dicho ¿Qué había visto Marinette?. Resopló cuando descubrió una estación de metro. Abruptamente, se detuvo y trató de buscar aire, porque sentía que moriría con el bazo estallado en cualquier momento. Se fijó otra vez en que sus calcetines eran de distintos colores. Lo lamentó internamente, pero no podía hacer nada para cambiarlo. Se incorporó y volvió a alisarse el pelo con los dedos. Miró alrededor suyo. Cansado y deprimido, puso su vista al cielo, detectándolo azul y sin nubes. Un bonito día de primavera, el día de su cumpleaños. Félix quiso llorar y a la vez, gritar... su nombre... - ¡Marinette! ¡Marinette!- ... ¿Es acaso el destino? ¿Nunca estar juntos? ¿Alejarse sin haberse acercado?
- Marinette. - murmuró, en cambio.
Félix Graham de Vanily, millones de años después, concluiría acertadamente que el amor que más deseas, se te puede escurrir entre los dedos. Deducir, por ejemplo, que lo que es más valioso en tu vida, ha sido lo más difícil que conseguiste, lo que te costó más esfuerzo. Él había tenido todo. Todo lo que podía haber comprado. Casi nada le había faltado. Y sin embargo, Marinette era como un paraíso con una puerta de acceso variable. En cada parpadeo, aparecía en otro lado. Inalcanzable y escurridiza.
Shizuka Gozen. Marinette Dupain-Cheng.
Nunca en su vida, Félix había pensado en los árboles del cerezo ni en sus pétalos rosas ni en el puto amor. Y ahora, se doblaba sobre sí, buscando aire, persiguiendo a la que sería la madre de sus hijos.
- Es así el amor. - pensó él, en medio de la hipoxia y del dolor en el costado. - Horrible y doloroso, cuando no lo tienes a tu lado. Lejano, triste. Si es que no está contigo...si es que no está contigo...-
En medio de su asfixia, todavía cerca a ésa estación del Metro parisino, Félix recordó cada oportunidad que había tenido con ella. Sus tardes en la biblioteca, su estancia en el hospital, su viaje en taxi cogidos de la mano, el baile que no bailaron en la recepción del cónsul, el baile que sí bailaron en la fiesta del Instituto, todos los mensajes que no le contestó cuando él se fue a Japón y su beso innominado e inmortal, sobre un puente en el rio Sena, cubiertos bajo un paraguas rojo en medio de una lluvia invernal... ¡oh sí! ese era su mejor recuerdo de él con ella. Y concluyó, desgraciadamente, que todas aquellas veces habían terminado mal. Con lágrimas contenidas, con angustia, con desesperación.
En una fracción de segundo, Félix se convenció que él sólo le ocasionaba dolor y más dolor.
¿Amistad o amor?¿Odio o cariño?
¿Dolor?
- No. - volvió a pensar, mientras el dolor de su bazo se trasladaba a su pecho. - No lo es. No puede ser amor. -
¿Cuánto más la haría llorar? Tal vez estaban destinados a no ser nada, a pesar de darlo todo. Sus sorpresivos besos la noche previa, se habían callado en su memoria, habían desaparecido como el algodón de azúcar cuando se disuelve en tu boca. Todo tan efímero y pasajero. Tan volátil. Tan imposible.
¿Debía rendirse? ¿Abandonar?
El amor es una guerra, después de todo.
Y a él lo habían criado para ganar, siempre.
Volvió a incorporarse entonces. Dudaba todavía. Y a la vez, no. Ahora o nunca. Amistad o amor. Odio o cariño. Toda su indecisión se esfumó cuando movió levemente su cabeza hacia su derecha y ahí, a algunos metros delante suyo, la encontró.
Marinette estaba sentada en un banco, sujetándose el rostro. Posiblemente estuviera llorando. De repente, ella levantó la cabeza, respiró profundo y se puso de pie con los puños apretados. Parecía un guerrero herido de muerte, un héroe destrozado. Y además, lucía como si ella hubiera tomado una decisión.
Hubo un tiempo en el que a él, no le hubiese importado. Se habría burlado, de la inocencia y amabilidad que nacían de una mujer. De sus lágrimas saladas y de su desesperación. De aquel Félix, ya no quedaba huella. Porque ahora, a Félix se le oprimió el pecho con dolor, queriendo consolarla con urgencia. No sabía qué había sucedido, pero lo averiguaría y arreglaría lo que sea que estuviese pasando. En ese instante, él se prometió a sí mismo que no dejaría pasar ni una sola lágrima más, ni un sólo sollozo, ni una sola mirada escéptica y triste. Gritó su nombre, al inicio débilmente.
- ¡Marinette! - dijo.
Ella no lo escuchó.
- ¡Marinette! - exclamó.
Lentamente, ella volteó el rostro hasta donde él la estaba llamando. Su mirada trasparente, ahora parecía turbia y opaca, sus párpados estaban hinchados y estaba sonrojada su nariz y sus ojos. Tenía el pelo desordenado y el flequillo condensado en mechones, como si estuviera húmedo.
Dio un paso hacia ella, pero Marinette, de inmediato, cogió su bolso, le dio la espalda y echó a correr.
Lejos de él.
Shizuka Gozen. Y el dolor del amor.
- Marinette... - susurró casi para si mismo. - Adiós -.
Años después, cada vez que Félix Graham de Vanily caminara de nuevo por esa banca en aquella calle de París, él se preguntaría siempre, porqué ningún cerezo creció ahí, ya que estaba absolutamente seguro, que fue en ese lugar donde su querida Marinette casi murió de amor.
Shizuka Gozen.
Su querida Marinette corría como ella, después de todo.
Volvió al Hotel, arrastrando los pies.
Vencido.
No pensaba en nada realmente.
Como si su cerebro hubiese sido succionado por la tristeza y la melancolía.
Decepcionado de sí mismo, y de la puta vida.
Estaba por llegar al Hotel, cuando observó cómo Kagami Tsurugi salía rauda y veloz, casi huyendo, hacia su coche rojo de alta gama que la estaba esperando.
Un hombre joven la abordó, a tan sólo un par de metros de alcanzar al coche. Félix detuvo sus pasos, sorprendido. Se puso en modo emergencia, atento a cualquier incidente. ¿Debía correr hacia ella? ¿Protegerla? El sujeto en cuestión mostraba un aspecto algo desaliñado con botas de tacón, vaqueros ajustados, chaqueta de piel, tenía el pelo pintado de azul en las puntas y las uñas barnizadas de negro. Félix entornó los ojos, olvidando su dolor en el pecho, y obligó a su mente a pensar, a recordar, a razonar el porqué ese chico se le hacía conocido y el porqué no le ocasionaba a Kagami ningún temor su presencia.
El muchacho extraño, con pinta de rockero, abrió la boca e intentó hablar con Kagami, acercándose un poco más.
Kagami le respondió algo en voz baja.
El chico le contestó también y le tocó levemente la manga del kimono ceremonial. Kagami observó cómo ésa mano reposaba sobre su brazo, luego volvió a mirar al chico. Ella no lo alejó, ni se preocupó por su tacto. Progresivamente, el muchacho le puso una mano en el hombro y la atrajo suavemente hacia sí. Kagami se dejó llevar y aterrizó con delicadeza entre los brazos de ese curioso sujeto. Fue un abrazo tímido y corto, como si él tuviese miedo de romperla, o como si ella fuera la cosa más preciada del mundo. Cuando la soltó, el muchacho muy educadamente le abrió la puerta del coche e hizo que Kagami subiera dentro de él, después cerró la puerta y el coche arrancó. El chico vio cómo ella se alejaba y batió la mano, despidiéndola.
Para cuando el muchacho dejó de despedirse, Félix se encontraba tan sólo a unos pasos de él.
Luka Couffaine se giró sobre si mismo, sintiéndolo detrás suyo.
Le sonrió sinceramente desde la profundidad de sus ojos cobalto.
Félix sólo se cruzó de brazos sin saber muy bien qué decir. Estaba algo ceñudo y sumamente serio.
El muchacho rockero rio suavemente al verlo en esa postura.
- Luces horrible. - le dijo Luka, como si lo conociera de toda la vida.
Félix no contestó. Deducía que era un amigo de Kagami, pero...ella jamás le había contado de él. Ni siquiera cuando vivieron juntos esos meses en Japón. Ni siquiera al volver.
- Feliz cumpleaños. - continuó diciendo Luka, sonriendo todavía.
Félix permaneció inmutable, en su misma postura. Casi ni parpadeaba. Luka, al verlo tan rígido, sonrió más fuerte, agitando la cabeza.
- Soy Luka Couffaine, el hermano de Juleka. Ella va contigo al Instituto Dupont. - Y risueño como él solo, le extendió una mano, amigablemente.
¿Couffaine? Félix, al escuchar su nombre, lo reconoció de inmediato. No modificó su altanera postura, pero sí recordó quién era él. - El ex-novio de Marinette. El que estaba antes de Adrien -. Tan sólo de pensar en su primo y Marinette, sintió como si le hubieran golpeado en la boca del estómago. Aunque eso ya fuera historia pasada. Así que éste era Luka Couffaine, el primer novio de Marinette. Otra sensación de vacío apareció en su abdomen. Alzó una ceja, su rictus serio se trasformó en una mueca hosca y amarga. Félix observó la mano que le tendió Luka, dudando sobre corresponder o no el saludo.
Sin embargo, no tenía ningún motivo para rechazarlo.
Todavía.
Así que, aparentando mucho desinterés sacudió la mano de Luka, respondiendo el saludo.
- Félix Graham de Vanily. - se presentó Félix.
- Lo sé. - respondió Luka, afable. Dándole un apretón de manos algo fuerte.
Felix retiró la mano y luego se quedó en silencio, cruzando de nuevo los brazos, alardeando de su habitual apatía por conocer nuevas personas. Luka continuó sonriendo, mientras recordaba todo lo que había oído hablar de él. Félix, era, para Luka Couffaine, similar a un animal mitológico, una quimera hecha de persona y ogro. Le había dolido que Kagami lo prefiriera a él. Le seguía doliendo. Y lo disimulaba bien, ocultándose tras esa sonrisa exagerada.
Durante unos largos segundos, ambos se quedaron viendo fijamente a los ojos. En absoluto silencio. Cálido cobalto y frío esmeralda. Uno sonriendo, y el otro al punto de la agonía. Luka fue el primero en detectar que ese encuentro era extraño y raro.
- Feliz cumpleaños. - volvió a decir.
- Ya lo dijiste. - contestó Félix, de inmediato.
Luka rio algo fuerte, mostrando una mueca divertida en su cara. Se metió ambas manos en los bolsillos de su chaqueta y sonrió aun más intensamente.
- Nos veremos otra vez. Lo presiento. Incluso tal vez, podamos hablar algo más...Por cierto... Félix...tienes los calcetines de distinto color... - Luka le guiñó un ojo al final. -...Que tengas un buen día. -
Y absolutamente contento porque por fin había abrazado nuevamente a Kagami Tsurugi, Luka Couffaine dejó a un medio muerto Félix enfrente del Grand Hotel de Paris, con los brazos cruzados y con algo de vergüenza en su rostro.
Pero muy poca vergüenza, y un poco bastante de indignación.
- Imbécil. - susurró Félix mientras llegaba a la recepción del Hotel. - No se qué le ven. - continuó susurrando, en tanto subía por el ascensor.
.*.*.*
.*.*.*
"Hola, soy Marinette, si no te contesto es muy probable que esté durmiendo, o que tenga el teléfono en silencio... por favor, vuelve a llamar, prometo que responderé un día de estos. Besos".
Besos, de esos que se dieron a ayer. De esos que tal vez, no se darían nunca.
Intentaba llamarla, con el teléfono enchufado cargando la batería. Logró arreglarse el pelo y encontró nuevos calcetines, pero todavía seguía vestido como antes.
"Hola, soy Marinette, si no te contesto es muy probable que esté durmiendo, o que tenga el teléfono en silencio... por favor, vuelve a llamar, prometo que responderé un día de estos. Besos".
Besos.
Dios.
Desesperado, buscó sus zapatos más nuevos y más presentables. No los encontró en ningún sitio. Así que decidió buscarlos debajo de la cama. Se agachó y lo que encontró, no fueron sus zapatos si no una caja que ya ni recordaba que estaba ahí. Estiró una mano y cogió esa caja de cartón. Cuando la tuvo, se sentó en la cama y la abrió.
"Hola, soy Marinette, si no te contesto es muy probable que esté durmiendo, o que tenga el teléfono en silencio... por favor, vuelve a llamar, prometo que responderé un día de estos. Besos".
Recuerdos de cuándo todo empezó.
Amenazas de muerte escritas en notitas adhesivas con forma de corazón. Garabateadas con bolígrafos de colores y el puntito de la i exactamente redondeado.
Y olían a ella, aunque el aroma se hubiera disipado.
Hola, soy Marinette, si no te contesto es muy probable que esté durmiendo, o que tenga el teléfono en silencio... por favor, vuelve a llamar, prometo que responderé un día de estos. Besos".
¡Maldición! ¡Él ya sabía lo que era el amor! ¡Lo había aprendido! ¡Él era Orfeo! ¡Y ella Eurídice! ¡Dos hilos conductores a los que les atravesaba la electricidad! Y estaba seguro que no esperaría ni por la muerte ni por otra oportunidad, y no dejaría pasar ni un día más.
Furioso, envalentonado por su aprendizaje sobre el amor, Félix se irguió aunque estaba físicamente exhausto y decidió que continuaría tras ella. No se iba a rendir. Volvería sobre sus pasos y cogería sus llaves del coche, la cartera, un mejor traje y saldría a buscarla en mejores condiciones. Eso debía hacer. Lo iba a hacer.
Pero no lo hizo de inmediato.
La mitad del día se le había ido llamándola.
La otra mitad, se la había gastado asistiendo a una comida de cumpleaños junto a su madre. Se había olvidado que debía comer con ella. Amelie Graham lo observaba cauta y en silencio. Algo disgustada por la actitud evasiva de su hijo, incluso el día de su cumpleaños. Félix no había comido casi nada y tan sólo estaba pendiente del reloj y del teléfono. Amelie lamentó el comportamiento que Félix le mostraba. Aburrido y cansado. Hastiado de todo. La comida pasó casi sin dirigirse la palabra, y ella sólo le informó en el postre que ya se le entregaría la propiedad de su abuela, la finca al sur de París.
Félix escuchaba todo eso, parcialmente.
Amelie a pesar de verlo perdido en su interior, continuó enumerando sus beneficios ahora que era mayor de edad.
Porque había más propiedades para él. Centros comerciales, tiendas de abarrotes y pequeños negocios. Esas propiedades generaban ingresos producto del cobro del alquiler. Por lo tanto, debía entrevistarse con su contador. Debía ir al notario para firmar las escrituras de la casa. Debía declarar impuestos.
Félix maldijo todas esas cosas sin sentido que decía su madre. Miró su teléfono, volvió a darle al botón de llamada. Volvió a sonar el buzón de voz.
- Feliz cumpleaños, cariño. - le dijo su madre arreglándose el bolso mientras se colocaba las gafas de sol, a la salida del restaurante. - Hablaremos más, cuando tú vayas a Londres o cuando yo vuelva a París. No te olvides de la Universidad, te quiero en Oxford apenas termines el Instituto. -
Félix frunció el ceño, huraño. ¿Universidad?. El Conservatorio le iba a exprimir todo su tiempo por los siguientes cuatro años. Pero ya pensaría en ello, después. Ahora lo importante era despedir a su madre, montarse en su coche y encontrar a Marinette.
Apenas vio que su madre se iba, él enrumbó, saltándose todas las reglas de tránsito intentando llegar a la panadería de los Dupain-Cheng.
- ¿Por qué no contestas?. -
Era obvio que ella había bloqueado el contacto.
A lo largo del día, había tenido tiempo para pensar. En el fondo, Félix entendía que la escena presenciada por Marinette era bastante sugerente de otra cosa. ¿Estaría enfadada con él? ¿Por qué lloraba? ¿Acaso pensaba que le había mentido? ¡Ya no estaba con Kagami Tsurugi!. ¿Había sido un error, llevar a una borracha Kagami a su habitación de hotel? ¿Adonde debía llevarla? No entendía nada. Pero sentía como si hubiera cometido una falta, un pecado mortal. Amaba a Marinette, ya estaba seguro de ello, pero Kagami era su amiga, no podía simplemente mirar hacia otro lado y dejarla, como si todo ese tiempo que estuvieron juntos no hubiera significado nada.
Después de ser enviado al buzón de voz infinidad de veces, Félix volvió a considerar seriamente, en suplicar.
Era evidente que ella no quería verlo.
Las luces direccionales de izquierda y de derecha se encendían paulatinamente, conforme Félix iba sorteando las calles parisinas del distrito XVIII. Ya estaba oscureciendo.
- ¿Suplicar? -
Sí, suplicar.
Lo haría sin duda.
Lo único era que no sabía cómo, ni porqué. ¿De rodillas? ¿por teléfono? ¿en inglés o en francés? Un momento, ¿él suplicaba?. Abrió los ojos, aterrorizado. Por reflejo, su pie metió un frenazo sorprendente.
- Beg...would I...beg? - dijo en voz alta, en perfecto inglés londinense.
Of course, Félix. Siempre hay un primer momento para todo. Por suerte, lo comprendió de inmediato gracias a un bocinazo del coche que iba detrás. El ruido ensordecedor del otro automóvil lo despertó de su ensoñación y arrancó sus dudas de cuajo.
- Claro que suplicaré. De rodillas o de pie.-
¿Sabes cuando has amado de verdad? Cuando estás dispuesto a darle todo, aunque quizá no obtengas nada.
Ojala todos hubiésemos nacido con un manual sobre cómo amar, bajo el brazo. Con un cuadernillo de instrucciones.
Si quieres hablar todo el día con ella, es amor.
Si quieres acariciar su pelo mientras hueles el olor de su piel, es amor.
Si deseas verla enfadarse para luego reconciliarse a besos, es amor.
Si la sostienes en brazos cuando no puede caminar, es amor.
Si te quedas a su lado, aunque ella te haya pedido largarte...es amor.
Si decides...si decides quedarte con ella, si te sientes cómodo a su lado, como si ella fuera tu hogar...si eso decides, si tú la eliges por sobre todo lo demás...eso es amor.
¡Qué fácil era ahora!
Mientras aparcaba el coche, Félix recordó una noche en la cual, escuchó una grabación de voz de Marinette hasta el hartazgo. Hasta que él pudo recitar cada palabra de ella. Su dulce voz... Recordó, también, la alegría intrínseca y deliciosa que era esperarla en la biblioteca. Y ver su rostro, su sonrisa. Comer sus almuerzos. O resucitar gracias a la adrenalina pinchada por ella.
Marinette había sido todo. Desde siempre.
Maldito ciego.
Maldito Félix.
Bajó raudo y presuroso de su coche, corriendo hacia la puerta de la panadería.
"Cerrado por asuntos personales", rezaba un cartelito pegado al cristal del escaparate.
- Cerrado y una mierda. - masculló Félix, desesperado.
Volvió sobre sus pasos hacia la otra entrada, hacia la puerta estrecha por donde otras veces la vio entrar.
Llamó al timbre, una y otra vez.
Nadie contestó.
Iba a patear la puerta, pero recapacitó al darse cuenta que era la puerta de la casa de sus suegros, lo cual podría sentar un mal precedente.
Retrocedió nuevamente, y se puso a pensar.
¿Dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo?
Tuvo una idea.
Llamó a la panadería, a su número comercial. Al inicio, sonó y sonó, y Félix pegando una oreja contra el escaparate escuchaba el ringring del teléfono. Si Marinette estaba adentro, lo contestaría ¿no?. Justo cuando iba a colgar, oyó su voz cansada y susurrante.
- Panadería Dupain-Cheng. Buenas tardes. -
Buenas tardes. Oh, por Dios, ella estaba dentro. Quizá estuviera sola. Se alejó un poco de la tienda y vio que todas las luces estaban apagadas. Entonces, tal vez sólo estaba ella en casa. Caminó dando la vuelta a la esquina y observó en lo alto, el coqueto balcón de donde colgaban flores, guirnaldas y adornos.
- Marinette, soy yo, Félix. -
Le colgó de inmediato.
Iba decidido a hablar con ella. Tenía que hablar con ella.
Desesperado, hizo lo que nunca había hecho. Elevó la mirada, enfocándose en el balcón, debajo hay una ventana circular, correspondiente a donde estaría el ático. ¿Sería la habitación de Marinette? No tenía mucho margen de actuación. Ése día, el día de su cumpleaños numero dieciocho, Félix ya había hecho varias cosas inusuales, una más ya no le importaba.
¿No?
Gritó.
- ¡Marinette! -
No hubo reacción.
Para su buena suerte, no había personas ni en el parque cercano ni en la calle.
Para su mala suerte, Marinette no respondió.
- ¡Marinette! -
Una pequeña luz se encendió en el ático, unos segundos más tarde, Marinette Dupain-Cheng aparecía en el balcón. Ya no lloraba por supuesto. Se había puesto una camiseta holgada con un estampado de Jagged Stone en la pechera, y usaba un pantaloncillo vaquero muy corto, parcialmente rasgado en los bordes. Tenía el cabello suelto. Lucía calmada y tranquila. Despacio, Marinette se acercó al borde del balcón, apoyando los codos en la reja de forja artística. Ella miró hacia abajo, soberbia.
- ¿Se te ofrece algo, Graham? -
Félix sonrió de inmediato. Aunque Marinette le hubiera hablado fríamente, y no lo llamase por su nombre. Sonrió más. Y más. Y mucho más.
No dijo nada.
Repentinamente se sentía feliz.
Tan sólo por verla.
Un coche pudo haberle pasado por encima y él hubiera seguido sonriendo.
Marinette continuaba observándolo desde arriba, mientras recogía un mechón de su pelo por detrás de su oreja.
- Ay...ayer...- empezó diciendo Félix. - Hoy...- volvió a decir.
Nuevamente volvió a sonreír.
¿Cómo decirle qué quería hablar con ella? Ah sí, juntando las palabras. Intentó pensar en francés, porque su mente sólo le estaba mandando frases en inglés británico. Intentó formular todo un párrafo sustentando sus acciones en las últimas horas. Intentó explicarle todo. Respiró profundo...y habló.
- Hoy es mi cumpleaños. - terminó diciendo.
Empezó a juguetear con los pulpejos de sus dedos, al igual que cuando tocaba los acordes del violín. Se sintió estúpido de pronto, y tonto. Dejó de juguetear con sus dedos y comenzó a alisarse los pliegues de su chaleco como si se limpiase las manos.
- Felicidades. - le respondió inmutable Marinette, desde las alturas.
Por la calle, un coche de policía pasó veloz con las sirenas sonando. Félix y Marinette desviaron su mirada hacia el coche, mientras pasaba por enfrente de la panadería. El bullicio generado por la policía poco a poco fue pasando, hasta volver el silencio.
- Gracias. - dijo Félix, ya no tan sonriente.
- De nada. - contestó Marinette.
Félix miró hacia el suelo, buscó la punta de sus zapatos, una suave ráfaga de viento meneó delicadamente su cabello.
- Marinette. - volvió a decir, ya mucho más serio. - Hablemos, por favor. -
- Estamos hablando. - contraatacó ella.
Era increíble ver cómo cambiaba la vida. Por la mañana, no había querido hablar demasiado con Kagami Tsurugi, por la tarde, no había conversado casi nada con su madre. Pero ahora, al anochecer, se encontró bajo un balcón, persiguiendo a una chica inalcanzable, que vivía dentro de un casa llena de gluten. Rogando, incesante, por un par de frases con ella.
- Baja por favor, no puedo entrar. Más allá de que aún no me abres la puerta, no podré pasar porque no estoy seguro si sobreviviré a ...tu panadería no apta para celíacos. Así que...baja.-
Marinette dejó de apoyarse en la reja, se irguió y echó su cabello hacia un costado. Golpeteó un dedo en su barbilla, pensando.
- No. -
En ese instante, él deseó exasperarse, gritarle miles de cosas. Giró a un lado y a otro, tan solo para descubrir que la calle seguía desierta. Era ya de noche, no había estrellas. Marinette seguía en el balcón, él seguía desolado.
Caminó hacia un lado de la casa, por donde descendía un tubo procedente de las canaletas del tejado. Lo golpeó con su puño e intentó probar su firmeza, tirando de él. El tubo no se movió. Estaba bien puesto. Luego, Félix revisó visualmente cada ventana y alféizar de esa casa. Las ventanas, el bordillo, las faroles de la calle. Marinette no entendía qué estaba haciendo él. Quería distanciarse de Félix. Había bloqueado su número y había decidido, internamente, que no volvería a hablar con él, no se lo merecía …o eso pensaba.
Pero de pronto, Félix la miró nuevamente, sonriendo. Retrocedió unos pasos, alejándose de su casa. Le saludó con la mano. Y entonces, Félix Graham de Vanily vestido con chaqueta, corbata y pantalón corrió desesperadamente hacia un lateral de su casa, para terminar su carrera dando un tremendo salto hacia arriba, aterrizando en una ventana de la primera planta.
- ¡Félix!. - gritó, sorprendida. - ¡¿Qué estás haciendo?! -
Pero él no respondió. Se concentró en no resbalar, y de salto en salto, estirando una pierna y sujetándose de sus manos, se impulsaba una y otra vez hasta arriba. Marinette lamentó no abrirle la puerta, o no haber bajado, era evidente que moriría en cualquier momento. Cada segundo que transcurría, él estaba más y más alto. Si tan sólo se resbalaba, caería y por supuesto que se mataría en la caída. Marinette olvidó su soberbia y su promesa interior de no hablarle nunca más.
- ¡Félix, baja ya! -
Justo en ese instante, Félix dio un nuevo salto, pero se distrajo ante su voz, faltándole impulso, trastabilló y por puro reflejo, se lanzó hacia delante, quedando colgado del alfeizar de la ventana de la habitación de Marinette. Sus pies colgaban al aire, pero sus dedos le sujetaban del bordillo. Eso había estado tan cerca. Escuchó que ella lanzó algún insulto, mientras bajaba rápidamente. La sintió correr hacia la ventana. Se le ocurrió mirar hacia abajo. Y se vio a muchos metros de altura. De repente, notó un vacío en el estómago y notó que empezaba a marearse. Se sintió débil. ¿Acaso se iba a desmayar? ¡No podía ser!.
Sintió que ella le cogió de las muñecas, tirando de él hacia adentro. Debía ser que Marinette, pequeña y ligera como parecía ser, era en realidad muy fuerte. El siguiente tirón ya no lo notó en las muñecas, sino en sus hombros. Para el tercer tirón, él ya estaba tendido cuan largo era, sobre el suelo del ático. Félix no enfocaba muy bien la mirada, porque resultó que sí había tenido un vahído.
Unas manos delicadas y menudas le tomaron fuertemente del rostro, a la vez que lo ponían boca arriba. Esas manos estaban tan calientes. Él estaba tan frío.
- ¡Estúpido! - gritó Marinette, meneándole la cabeza de adelante hacia atrás. - ¡Imbécil! -
Sí. Estaba en el paraíso.
Había muerto tal vez, y ahora un ángel lo maltrataba a la vez que lo inundaba de amor. Cerró los ojos cansado. Había sido un día largo. En Londres, estudió durante años en una escuela militar, donde les hacían realizar todo tipo de ejercicios y actividades y los sometían a todo tipo de pruebas. Por eso era tan bueno en los deportes, aunque a él le encantaba el violín. Sabía nadar, saltar y pelear. Pero ahora, despatarrado en el dormitorio de su novia, se sintió hecho un guiñapo, debilucho y blandengue.
Sintió que su cuerpo no pesaba, verdaderamente se dio cuenta que estaba casi desmayado. Desvanecido.
Un súbito ardor en su mejilla le hizo cabecear hacia un lado. ¡Cómo dolía! Pero...¿acaso eso había sido una bofetada? Abrió los ojos atónito.
- Félix...- susurró Marinette, cogiéndole el rostro con una mano. Acarició suavemente la mejilla atacada.
Efectivamente, había sido una bofetada. Pero Félix no la vio furiosa, sino que la vio compungida y preocupada. Muy diferente a la soberbia Marinette del balcón. Reblandecida.
Entornó sus fríos ojos verdes que ahora abrasaban de amor. Y habló, debía hacerlo. Por fin, él se explicó.
- Ella es sólo una amiga: Kagami. No tengo nada con ella. Bebió demasiado, luego que tú te fuiste de la fiesta. La llevé a mi habitación, ella durmió en mi cama, sí. Yo, en el sillón. Y corrí detrás tuyo, porque ella te dijo algo inapropiado, ¿no?. O pensaste algo que no es, Marinette. Cielo, por favor...¿te puedo decir, cielo, verdad? Porque verdaderamente creo que he fallecido y estoy en el paraíso. Algo me zumba en los oídos, serán ángeles. Me duele la cara, como si me hubieran encajado un puñetazo. Sí, ángeles...Estoy seguro, de hecho, estoy viendo uno enfrente mío, me insulta, pero sé que me quiere. Sí, lo veo borroso por cierto, pero debe ser un ángel. Huele tan bien, y grita tan fuerte. Es mi cumpleaños y sin embargo, me maltrata, aunque ha tironeado de mí y me ha salvado la vida , o no, no sé, ¿estoy vivo? ¿no? ¿sí? ...-
Al escucharlo, Marinette apoyó su frente sobre la de él.
Él estaba bien.
Tan estúpido como era lo usual.
Había sobrevivido.
Marinette se sintió feliz y descansada, tal cual el día en el que ella le pinchó la adrenalina. ¿Cuántas veces él tendría que morir para que ella se lo dijera? Lo que sentía, ¿Cuánto más iban a esperar a que su historia empezara?
Ella debió saberlo.
Debió entender que aquello que planeaba empezar, nunca...iba a terminar.
¿Si lo hubieses sabido, lo habrías retrasado más? ¿O lo tomarías ya, de una vez?
El fin de tu vida tal como la conocías. El inicio de una nueva, con alguien más. La incertidumbre de volver a empezar.
¿Lo retrasarías o empezarías ya?
Años después, ahogada en responsabilidades, fiestas, compromisos, niños y deberes, Marinette Graham de Vanily née Dupain-Cheng alzaría la vista al cielo en una noche sin estrellas, rememorando indudablemente aquella noche en la que él trepó por su casa hacia su balcón, cuando casi perdió el conocimiento y ella tuvo que arrastrarlo adentro de su habitación, adentro de su vida, y corroboró como todos los días hacía, que ya no recordaba cómo había sido su vida sin Félix. Su vida sin amor.
No.
Lo había amado desde siempre.
Lo amaría desde hoy.
- Te amo, Félix. - murmuró a milímetros de su boca. - Te amo muchísimo. -
Y capturado entre sus brazos, atrapado en su corazón, Félix sintió nuevamente la calidez de su boca, el sabor de sus labios, el calor de su aliento. La fiereza de su cuerpo ligero apretándolo contra el suelo.
Ella lo besó, de ida y regreso.
- Y yo te amo a tí, Marinette. -
¿Sabes cuándo has amado de verdad? Ellos ya lo habían aprendido. Tan sólo les quedaba aplicarlo a la vida, de ahora en adelante. Porque la verdad sobre el amor es...es...
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¡Fin de la primera parte!
jajajjaa, ni siquiera sabía que había partes. Bueno, paciencia paciencia.
AGRADECIMIENTOS: Gracias a Only D por leerme, eres genial. Por favor, lean a esta gran autora. Manu, gracias por la info, espero por tu fic, como siempre me tendras ahi, al igual que tu estas para mi. Gracias por todo. Mrs Fitz, te agradezco que me leas también, sabes que tienes un lugar en mi corazoncito muy especial. Besitos.
Muchos abrazos a todos.
Nota: en este fic, Felix se seguirá apellidando Graham de Vanily xq el cambio d e nombre ni me lo había esperado, o en todo caso, no pensé que sería el cambio tan brutal...Astruc ¿felix toca el violin, si /no? ...cosas que no dejan dormir a lordthunder.
Mas abrazos
SOUNDdtrack: Could have been me "The Struts."
Actualizaré lo más pronto posible. Palabra.
