FELINETTENOVEMBER


.

DIA 17:

Begrudging


.

.

.

.


Advertencia: MAY 18 AÑOS.

Lemon.


.

.

.

.

.


La vida, como la conocíamos, cambia en cada latido del corazón de un colibrí.

Félix podía dar fe de ello.

El día de su cumpleaños, por la mañana, había despertado en un sillón de un hotel, doblado sobre sí mismo.

Y ahora, veinticuatro horas después, despertaba en una cama blandita y mullida en el altillo del ático de Marinette, viendo detenidamente un tablón de corcho colgado en una pared rosa, lleno de fotos de los amigos de Marinette, y asombrosamente...también fotos de él.

- Increíble. - murmuró.

Tenía una foto de él, sentado en la biblioteca del Instituto. Luego otra foto de toda la clase, en el pasado fin de curso. Otra de ella con sus padres en Navidad. Tenía una postal del London Eye. Y había una lista, escrita en un post-it, enumerando todos los alimentos que contenían gluten. Félix abrió los ojos aún más.

Quiso levantarse, pero un suave ronquido y un leve movimiento sobre su pecho le hizo replantearse esa acción. Regocijado, Félix deslizó su mirada hacia ese joven cuerpo candente y ágil que tenía encima suyo.

Estaban desnudos, pero él no tenía frío.

En realidad, él estaba cubierto por una suave melena azabache, además, unos brazos delgados pero firmes lo sujetaban del torso con fuerza. Una pierna, ahora ya harto conocida, sometía el resto de su cuerpo enclavándolo en la cama.

Definitivamente, no podía moverse ni un milímetro de ahí.

No quería tampoco.

Volvió a suspirar, infinitamente feliz. Con su mano derecha, la que estaba libre, recogió parte de ese cabello negro, recolocándoselo por detrás de los hombros. Con su mano izquierda, la que estaba debajo de ella, empezó a darle pequeñas caricias en su espalda. Trazó pequeños círculos con el pulpejo de sus dedos. Acarició su mejilla con paciencia y calma. Y sosiego.

Félix, luego de infinitos meses, se encontraba relajado y tranquilo. Durmiendo al lado de Marinette.

Si esto era el cielo, que pena no haber muerto antes.

Volvió a cerrar los ojos, dichoso, y toda la noche anterior se le agolpó en su mente, otorgándole memorias de bienestar y amor:

La noche previa, él, tendido en el suelo, todavía recuperándose de un vahído, sintió sobre su boca el aliento tibio de Marinette. Se relajó ante su toque dulce y lento, cálido y sabroso. Disfrutó de su aroma y su cercanía.

Nunca la había tenido así.

En el pasado invierno, cuando estuvieron juntos en el cine, ambos tenían mucha ropa, abrigos, bufandas y estaban en un lugar público.

Y ahora...

...Estaban en su habitación, por la noche y absolutamente solos.

Jamás un momento pudo haber sido mejor que ese.

- Te amo, Félix. Te amo muchísimo. -

Él abrió los ojos, súbitamente repleto de felicidad y orgullo. ¡Ella lo amaba! ¡Mucho!

- Yo te amo a tí también, Marinette. -

A lo largo de su vida, Félix no llegó a comprender, cómo ese día, él no vomitó de la alegría, cómo no saltó ni gritó similar a cuando su equipo de fútbol metía gol. No, no lo entendió. Porque él, ya viejo y cansado, siempre contaría con devoción su primer beso de verdad con su esposa, Marinette.

Le narraría a sus nietos, emocionado, sobre su hazaña mitológica al escalar tres pisos hasta llegar a la habitación de su novia.

Sus nietos reirían, y le achacarían al abuelo algo de demencia.

Pero Félix menearía la cabeza, cogería el violín y les demostraría con su destreza que la locura no formaba parte de él.

Félix les diría, para convencerlos, que ésa noche, él memorizó cada lunar y cada cicatriz y cada estría y cada mancha que encontrase, en la tersa piel de la madre de sus hijos. Sus nietos se ruborizarían, claro. Pero él sonreiría, victorioso.

Ésas serían sus memorias.

Ésa sería su verdad.

Porque él apenas le confesó sus sentimientos, no tuvo más remedio que comerla a besos, que morderle el cuello mientras la volteaba de un empujón, poniéndola debajo suyo. Su boca rosada, sus labios húmedos, su cuerpo caliente, todo en ella temblaba bajo su beso, y ardía, sí, ardía como si fuera a hervir, a estallar.

Félix terminó el primer beso exigente buscando aire, mientras se encontraba como un gato, agazapado sobre ella.

Marinette también respiró, inhalando y exhalando una y otra vez. Entornó sus ojos, de una forma muy dulce. Félix vio sus labios hinchados y cómo ella acarició, sin prisa, su mejilla, donde le había cascado la bofetada.

- Lo siento. - murmuró ella.

Félix se encogió de hombros, obnubilado por su cercanía. Marinette abrió la boca para continuar hablando, pero él descendió en picada y aterrizó sobre su boca, besándola ahora con furia y pasión. Tantos meses había querido hacerlo. En tantos momentos. Y no había podido. No. Hasta hoy. Masticó sobre ella, mordiendo su labio inferior, para después, moverse hacia un lado y continuar besando la piel de su cuello y su oreja.

Marinette gemía en voz baja.

Pequeños sonidos guturales, tan bien armónicos que Félix pensó que ella se había tragado una cajita de música. Una melodía enamorada. Él sintió las manos de ella, recorriendo su espalda, arrastrando las uñas sobre la tela de su ropa.

- Puedes quitarlo si quieres - le dijo él, susurrante, sobre su oído. - El traje. Mi traje.-

La grave voz en su oído le produjo a Marinette una oleada de fuego interno, una revolución. ¿Amistad o amor? ¿Odio o...¿Que más seguía? No. Ella no dijo nada, no sabía qué decir, pero sí entendía lo que debía hacer. Marinette, a diferencia de Félix, nunca pudo recordar con exactitud los detalles de esa noche. Así como en el pasado Diciembre, ella sólo se acordaría de momentos o imágenes centelleantes.

Félix ayudándole a quitarle el chaleco.

Félix observandola cómo movia los dedos para quitar cada maldito botón de su camisa.

Ella luchando con la hebilla del cinturón.

O rasgando con angustia la corbata de su cuello.

Tampoco entendió cómo él se quitó el resto de su ropa.

Tan sólo ella volvió a vivir como si fuera un dejavu, aquel extraño momento en el Hotel, cuando Félix la tendió sobre su cama y creyéndola dormida se empezó a desvestir. Orfeo y Eurídice. Eurídice y Orfeo. Marinette y Félix. Félix y ...Dios, ¿cómo me llamo? ...

- Marinette. - murmuraba él, entre sus besos. - Cielo... -

Esa noche, Marinette gozaría de la primera experiencia de tocar su piel, como nunca lo había hecho. Su piel blanquísima, sus vellos rubísimos, casi trasparentes, algunos lunares en su pecho, marcas rojas donde ella rasguñaba, o el brillo ligerísimo sobre su piel producto del sudor. Solo esos detalles recordaría. Sensaciones. Sentimientos.

- ¿Dónde está tu cama, cariño? -

¿Dónde? ¿Dónde?. Malamente, Marinette enfocó la mirada hacia la escalerilla y cogiéndolo de una mano, se incorporó y lo arrastró con ella rumbo a su altillo.

Félix levitaba, encadenado a ella, pero intentó echar un vistazo alrededor. Paredes rosas, un maniquí, un escritorio. Fotos. Un "chaise longue" muy coqueto. Una pizarra. Un ordenador. Un extraño baúl. Un súbito tropezón con el primer escalón lo hizo centrarse en el par de piernas medio desnudas que tenía delante.

- ¿Estás bien? - le preguntó Marinette. Ella tenía el pelo desordenado, pero por lo demás todavía estaba completa. Él la recorrió con la mirada, desde la punta de los pies, hasta la cintura de su pantaloncillo rasgado, reconoció la cara de Jagged Stone en su camiseta y se entretuvo viéndole los ojos azules, tiernos y los labios rojos, inflamados. Se sintió como un peregrino llegando a su iglesia, a su Marinette.

- Sí. - él respondió sin dudar. - Siempre estoy bien a tu lado. -

Y siempre lo estaría.

Conforme iban subiendo las escaleras, él se fue deshaciendo de sus calcetines, se repasó el pelo con los dedos y apenas se encontraron con la cama, ambos cayeron, redondos y apresurados, sobre ella.

Rieron.

Se miraron a la cara.

Él volvió a abalanzarse sobre su rostro, le cogió la cara con ambas manos y la besó con más hambre y más desesperación. Mordió sus labios, besó sus pómulos. Ella le abrazaba y movía sus manos de arriba a abajo, tocando, descubriendo, cada músculo que lo cincelaba, no muy intenso pero sí lo justo y necesario para reconocerlo como un hombre atlético. Marinette le pasó las uñas por la espalda, mientras él seguía entreteniéndose con su boca.

De repente, Félix se detuvo y se separó de ella. Tenía la mirada turbulenta y preocupada.

- ¿Tus padres? ¿Están aquí? -

Marinette rio un poco, le explico que sus padres habían salido al mediodía a visitar a una tía en un pueblito cerca a París, que volverían mañana porque no les gustaba conducir de noche. Y que ella, como tenía otras cosas que hacer, no pudo acompañarlos.

Félix sonrió, ladinamente.

No podía tener más suerte.

Envalentonado, deseoso de todo, Félix de un tirón, le quitó los pantaloncillos a Marinette, dejándole ver lo rosado de su braguita minimalista, con encaje blanco en los bordes. A Félix le dio pena quitárselo, porque se le veía fenomenal así, pero claro, la braguita estorbaba en sus planes. Luego, de otro tirón hacia arriba él le arrancó la bendita camiseta. Se detuvo a verla. Resopló. Sonrió, divertido. Se prometió, entonces, que Jagged Stone sería su cantante favorito, porque claro, debajo de la camiseta, Marinette no llevaba nada.

Félix se sintió pletórico, torció más su sonrisa.

Tenerla así, desnuda, como siempre quiso.

Riendo debajo de él, absolutamente sin ropa, Marinette le ocasionó a Félix un ramalazo de plenitud y sosiego.

Él supo entonces, el significado de la felicidad.

No lo olvidaría nunca.

Nadie nunca se lo quitaría.

Su recuerdo, su amor. Ella.

Eso siempre sería suyo.

Porque él vio a una diosa, tierna y rosada, joven y dulce, delicada, con toda la piel nívea y los vellos púbicos organizados en una pequeña mata azabache fieramente rizada. Él detuvo su vista en su ombligo, en sus costillas, en sus pezones ligeramente más oscuros que su piel, como si fueran tímidos botoncitos de alguna flor a punto de abrirse.

Ella continuaba riendo, ni siquiera se cubría, tan sólo lo miraba al rostro, observando la sorpresa de él.

O su creciente pasión.

Marinette reía, porque sentía que lo que vendría a continuación no lo volvería a vivir nunca más con nadie más.

No siempre uno se cura del primer amor, pero jamás se salva del verdadero.

- "Sólo había que esperar el momento adecuado" - pensó ella, totalmente enamorada. - "Ojalá todos hubiésemos nacido con un manual sobre cómo amar bajo el brazo, ojalá eso viniera en un manual de inst..."

La primera unión de su lengua y su pezón la hizo respingarse y estirar los dedos de los pies. Pura electricidad. Puro fuego. Él parecía un niño pequeño, pidiendo alimento. Ella sólo atinó a abrazarlo con las piernas, mientras le acariciaba su perfecta cabellera rubia.

Luego de un rato largo regodeándose con su carne, Félix se detuvo y se incorporó nuevamente.

Con lentitud, él extendió sus dedos sobre la piel de ella. Tocándola. Descubriendo el tacto cálido y aterciopelado de su cuerpo. Deambuló entre su abdomen y sus pechos. Marinette siguió riendo. Félix, desesperado al oír su risa, fue directo a comérsela a besos, otra vez. Con una mano él le apretaba el pecho, mientras que con la otra iba a tocarle la pelvis, el monte de Venus. Súbitamente, casi como un reflejo, el travieso Félix Graham de Vanily le metió un dedo en el introito, descubriéndolo húmedo y estrecho.

Marinette de otro respingo, se separó un poco de él.

Lo vio, perdido y obnubilado, totalmente sonrojado.

- Cariño...- susurró él.

- Suave, por favor. Sé amable. - musitó ella, también ruborizada.

Sin embargo, Félix ya estaba perdido. Retiró el dedo que había introducido en su vulva y se terminó de alejar de ella, para erguirse un poco sobre la cama. Bufó. Él lucía hambriento. Él lucía insatisfecho.

- Un poco más lento. - suplicó Marinette, al ver la retirada de su novio.

Pero Félix sin explicarle nada, la cogió de las rodillas y se las separó salvajemente con ambas manos. Parpadeó lento. Pasó la punta de la lengua sobre sus labios. Relamiéndose de lo que encontraba. Como si frente suyo, encontrase el más apetitoso filete de carne.

Y sin gluten.

¡Qué experiencia tan maravillosa! ¡Y única!. Tenerla así, entregada, sometida, traslúcida. Abierta, como un libro. Tierna, como una ovejita balando feliz en el campo. Félix memorizó detalles, lugares, olores. Su intimidad rosada. El fondo húmedo y estrecho. Los pliegues de piel arrugada alrededor de su entrada. Un transparente líquido cayendo desde dentro. Marinette se sintió avergonzada ante su profunda inspección, como si fuera un carnicero a punto de destazar a una res. Animal y bestia.

- No tan fuert...-

Él ya no escuchaba. Deseaba beber ese líquido y morder su carne tierna y joven. Quería leer ese libro. Quería sacrificar a esa oveja. El primer contacto de su lengua británica contra sus vellos franceses y negrísimos le hizo a Marinette estirar la espalda hacia atrás. Ella intentó por reflejo, juntar las rodillas, pero todo su varonil torso ya había caído entre sus muslos impidiendo que ella se defienda. O que escapara. Félix se detuvo un segundo, en silencio, tan solo para ayudarse con sus manos y apartar aún más las piernas de Marinette, en tanto él inmiscuía mucho más su boca. Ella gimió, ya no de vergüenza sino de necesidad. Se sentía vacía. Idolatrada sí, pero vacía. Como si tuviera un hueco adentro. Él la hacía sentirse así cuando la miraba. Y lo sentía ahora, a pesar que alguien le estaba devorando su intimidad. Vacía, ¡cómo deseaba que él la llenara en cualquier momento!.

Al tenerla más abierta, Félix le volvió a pasar la lengua, saboreándole el interior. Y en la parte más profunda y más superior, él encontró lo que buscaba.

Era pequeño pero redondeado.

Apenas hizo contacto, Marinette gimió más fuerte. El vacío en su interior se hizo más intenso, volviéndose hambre. Un pequeño temblor hizo mover sus pechos. Él se quedó un buen rato ahí, conociendo ese botoncito de carne ligeramente más rosado de lo normal. No le importó atragantarse con los vellos. No le importó mojarse el mentón. No le importó nada. Cuando la tuvo a punto de ebullición, le volvió a introducir ahora un poco más lento, el pulpejo de un dedo en su entrada. Sintió como alrededor de su dedo, las paredes de Marinette se contraían y luego se relajaban. Palpitando de emoción. Él, impaciente, arreció con ímpetu sus acciones. Avanzó el dedo más profundo dentro de ella, mientras seguía pasándole la lengua por su botón. Y justamente cuando intentó incluir un segundo dedo, ella explotó.

Una convulsión estridente, apareció en su cuerpo delicado, simulando el movimiento de una bailarina.

Una larga letanía, mezclada con gemidos y lágrimas, brotó de su boca, como si ella fuera una cantante lírica.

Sus pies se estiraron, su cuerpo se retorció.

Marinette le apretó los dedos contrayendo sus paredes, y Félix, consciente del placer que le había dado, deslizó ambos dedos fuera de ella. Retrocedió y se incorporó, tan sólo porque quería verla moverse bajo él, gozando en medio del placer.

La vio suspirar profundamente, apenas pasó la primera oleada de éxtasis. Ella había cerrado los ojos. Seguía temblando. Se quedó sin voz. Félix vio como le rebotaban los pechos en medio de su orgasmo, como le salían las lágrimas, cómo le faltaba el aire.

Él estaba a punto de reventar.

Impaciente. Violento y cruel.

Nuevamente, separó las rodillas de Marinette con fiereza y calculó como si lanzara una flecha, el sitio exacto adonde debía ir.

Y fue.

Hacia ahí se dirigió.

Fuerte saeta y miembro intenso. La penetró sin contemplaciones, mientras ella aún se recuperaba de sus temblores. Marinette abrió los ojos, algo borracha de la emoción, y lo vio a él, brutal y varonil. Con su mirada oscura. Tan verde como el musgo. Con su cuerpo macizo. Tan potente como un dios.

- Félix. - ella susurró a medias.

Despacio, Marinette lo volvió a abrazar con sus piernas, obligándolo a profundizar sus acciones. Con su fuerza, ella lo atraía hacia sí. Él la aplastó con su cuerpo. Ella lo escuchaba respirar, berreante, como un potro sin domar. Él le lamía el cuello, le besaba las mejillas. La sujetaba de sus brazos. Ella apretó más las piernas sobre él. Si le dolía, ella jamás lo recordó. Félix encontró el cabecero y se cogió de él para impulsarse. Iba y venía. Hacia dentro, hacia fuera. Marinette volvió a gemir.

Si esto no era amor, ella no sabía que más podía serlo. Si esto no era pasión, ¿Qué otra cosa más era?. Nunca se había sentido más viva que bajo su cuerpo. Nunca se sintió más amada. Y deseada. Esto era el amor. No había duda. ¿Era así entonces, como se amaba de verdad? Dolor. Besos. Varios "te quiero" dichos de forma tardía. Pensar siempre sobre ella. Sufrir por ella. Llorar por él. Y volver a llorar por él, pero ahora de satisfacción y placer. Amistad. Odio. Tocar el violín en pantuflas. Escribir amenazas de muerte en post-it con forma de corazón.

Esperarlo.

Odiarlo.

Quererlo.

La lección a distancia sobre el amor, impartida por el gran violinista inglés Félix Graham de Vanily, había terminado aquí. Y empezaría un nuevo cursillo, ahora a cargo de la excelente diseñadora de modas, Marinette Dupain-Cheng, única hija de un par de panaderos de París.

La vida, como la conocíamos, cambia en cada latido del corazón de un colibrí.

El amor, como lo aprendimos, cambia de forma dependiendo de nuestras acciones. Una caricia en el rostro o el sexo sobre una cama. Una broma dicha al oído. Una foto compartida por el teléfono. Una tarta tirada a la basura. La adrenalina pinchada en el brazo.

¿Amistad o amor? ¿Odio o cariño?

Él se dejó caer, mientras gruñía roncamente en el oído de Marinette, hundiendo su rostro en su cuello. Sus manos grandes y callosas por tocar el violín le afianzaron fuertemente de las caderas, mientras él se adentraba muy profundo en ella. Enteramente dentro. Félix gruñó más fuerte, mientras se vaciaba completamente. Ella lo sintió contraerse en su intimidad y meneó ligeramente la pelvis, imperceptiblemente. Como exprimiéndole aún más. Y más. Un nuevo orgasmo la pilló así, totalmente invadida por él. Cerró los ojos, y gimió otra vez, un poco más agudo que antes. Como un vibrato en el coro de una canción.

Segundos después, aún con él dentro de ella, Félix la cogió del mentón, obligándola a verlo. Estaba sudoroso y tenía sonrojadas las mejillas, ella en cambio, levitaba casi flotando sobre su cama.

- I love you, honey. -

- Je t'aime aussi, Félix. -

Un pequeño beso, cándido y pacífico, sucedió entre ambos.

Después él la atrajo hacia sí y la abrazó, como temiendo perderla. No la soltó. Pasó un poco más de tiempo. Ella sonreía. Él también.

- "La vida, como la conocíamos. La vida, después de ti". - meditó Félix, dejándolo otro beso en su pelo.

Horas más tarde, fue ella la primera en despertar. Todavía era de madrugada y las luces de su habitación continuaban encendidas. Cogió una manta que estaba en los pies de su cama y con ella cubrió a su novio. Apagó las luces gracias al interruptor que estaba al lado de su cama. Retornó para acurrucarse a su lado. Volvió a inspeccionarlo ya en la oscuridad, intuyendo su contorno facial y lo rubio de su pelo.

- "Los sueños se vuelven realidad".- pensó Marinette, mirándolo dormido.

Claro que sí. Lo había aprendido. Así estaba bien. Agotadísima y plenamente consciente que mañana debía tomar algún tipo de anticonceptivo, Marinette Dupain-Cheng nuevamente cayó dormida, consumida de tanto trajín.

Sin embargo, no pudo dormir por mucho tiempo.

Félix le había descubierto el cuello, movilizando su cabellera hacia un lado. La besaba con intensidad ahí, en su garganta. Un nuevo tirón de pelo, le hizo girar un poco hasta ponerse boca arriba. Ella sintió cómo la cama se hundía y él, de nuevo, volvía a ponerse encima de ella, volvía a besarla, volvía a apretarle los pechos.

- Fé...- murmuraba con la boca ocupada por sus labios. - Fé, tengo tanto sue...-

Él se deslizó adentro, con facilidad. No halló resistencia. Ella ni siquiera se había dado cuenta que él se le había montado encima y que le había separado las piernas. Un largo suspiro fue exhalado del pecho de Marinette. Él la cogió de las caderas, elevándola un poco para colocársela mejor. Ella se dejaba hacer. Todavía tenía los ojos cerrados. Todavía seguía cantando esos gemidos en voz tan bajita que parecía un maullido de un animal agonizante. Todavía salvaje, él estiraba una mano para apretarle fuertemente un pecho, o el pezón correspondiente. La seguía meneando a su ritmo. Luego, la tumbó de lado y el se acostó en su espalda, de cucharita. Curioso, se aventuró a tocarle el botoncito rosado que ella tenía entre las piernas. Lo palpó húmedo e hinchado. No sabía qué hacer con él, así que decidió apretarlo con suavidad para luego acariciarlo en círculos. Ella continuaba gimiendo, sólo que en diferente tono y melodía. Félix sonrió en la oscuridad, travieso. Empujó su cuerpo hacia ella y volvió a penetrarla en esa posición. Marinette se mordió los labios, ahogando su placer.

- ¿Te gusta, cielo?. - susurró Félix, mordiéndole el cartílago de la oreja.

Marinette asintió, en tanto que ella bajaba una mano para estimularse también. Félix se dejó enseñar, aprendiendo el movimiento que a Marinette le gustaba. Le fue mordiendo el cuello por detrás, lamiendo la espalda, respirando en su oído. Félix sintió que su novia se estimulaba más fuerte y él también la secundó.

Ella estiró la espalda, quebrándose, gimiendo sin control. Félix la besó intensamente desde atrás, para callar su exclamación, la apretó entre sus brazos reteniéndola en él. Y mientras la besaba, él también se dejó ir, más lento, más largo, más intenso.

Así era el amor. Así debía serlo.

Horas después, casi al borde al amanecer, Marinette Dupain-Cheng dudaba francamente si podría sostenerse en pie o si podía ir al baño sin que le ardiese horriblemente. En cambio, Félix Graham de Vanily estaba plenamente convencido que su nombre había sido profético. Felix. Feliz. Así se sentía ahora.

Reían, se daban besitos. Él jugueteaba con su pelo azabache, y ella levantaba la sábana que les cubría tan solo para verle a él, con un poco más de calma y detenimiento. Él seguía sonriendo, ella seguía sorprendida.

- ¿Curiosa? - le musitó Félix en su oído, todavía con ella en sus brazos.

Marinette dejó de inspeccionar los atributos de su novio, se quitó la grata impresión que le causó lo que vio y le habló con suficiencia y naturalidad.

- Sólo quería verlo. Es...particular. - le respondió ella, acariciando su pecho con la punta de sus dedos.

- Ya. - dijo él, ufanándose. - Me suele pasar. -

Marinette volteó a verlo, juntando las cejas y torciendo la sonrisa.

- ¿Qué? -

- Perdona. - se apresuró a contestarle. "Mala broma, mala broma. Mala broma". - Es sólo una expresión. -

Marinette quiso reir, o enfadarse. Félix ocasionaba en ella un terremoto emocional. Sentirse bien o mal. Confortable o incómoda. Pero siempre amada.

- ¡Tu soberbia es increíble!. - dijo ella, atónita por el extraño sentido del humor de su novio. Hizo memoria, también, que debía decirle algo importante - No puedo creer, Graham, que hayas ido a hablar con tu novia y no hayas traído ni un preservativo contigo. -

Marinette simuló enojarse, se dio la vuelta, dandole la espalda, arrastrando consigo la manta que les cubría. Félix quedó al descubierto, pero no le importó su ausencia de ropa. Estaba confortable, como si esa fuera su casa y esa fuera su cama, desde siempre.

- Venía a hablar, Marinette. Ha-blar. - le respondió, sonriendo ladinamente. Acercó un dedo para acariciarle lentamente el espalda. - Fuiste tú quien se me abalanzó encima -

Marinette abrió la boca, simulando indignación, volvió a girar para observarlo cara a cara.

- ¡Fuiste tú el que se metió ilegalmente en mi casa!. - masculló.

Félix rio fuerte, se acercó a su mejilla y le dejó un beso inocente.

- Estabas enfadada. Lo entiendo. Tienes carácter. Eso me gusta. - Nuevamente él le dio otro beso pequeño. - Me excita en realidad. Muchísimo. -

Marinette cogió la almohada y empezó a atacarlo con puntería y fuerza. Él reía. Ella también. Cuando ella se cansó, Félix cogió la almohada y la colocó otra vez bajo la cabeza de ella.

Se estiró levemente, para no incomodarla. Inspeccionó esa zona de la habitación de Marinette, descubriendo el peculiar tablón de corcho, con su foto colgando de ella.

- Increíble. -

Lo era. Estar entre sus brazos, después de horas de felicidad intensa. Era asombroso, ella lo hacía todo asombroso. Quererlo, a pesar de todo. Cuidarlo, como nadie antes lo hizo. Esperarlo. Mantener la esperanza, aún en tiempos de tinieblas. Incluso en la lejanía del otro.

- Quiero que sepas algo, Marinette... Te quiero. Desde hace mucho. - Félix volteó hacia su lado y le acarició el rostro tan delicado que ella tenía. - No he querido hacerte daño. Pero lo he hecho. Después del cine, en el invierno. Tuve que alejarme. No quería hablar contigo, ni verte, porque quería ser consecuente. Y creo que lo he sido. No podía sencillamente, irme. No así. Incluso ahora...no ha sido fácil. Todo eso, sin embargo, ya es tiempo pasado. Ya sucedió. No volverá a pasar. - Con mucha calma, Félix la tomó del mentón y la obligó a mirarlo fijamente a los ojos. - De hoy en adelante, sólo eres tú. Sólo estarás tú. Es mi promesa. Porque te quiero, Marinette, te quiero muchísimo. -

Marinette lo observaba, tímida y dulce. Contenta, satisfecha.

- ¡Qué coincidencia! - masculló ella, casi a punto de romperse a llorar. - Yo también te quiero.

Querer y amar. Muchas veces el amor, el amor de dos personas, es un camino zigzagueante. No es un sendero recto...Tampoco es un lugar definido. Sino que es un momento. Un largo momento. Una sucesión de instantes, amargos, y tiernos. Y mientras caminas en ese camino, habrá besos, pero también lágrimas. Dolor, y cariño. Y odio. Y perdón. Habrán suspiros, sollozos, y otra vez, de nuevo a empezar. A reír, a soñar.

El amor, es decidir.

Ésa es la verdad sobre el amor.

Es luchar por sacar adelante una unión, aunque el futuro sea incierto. Mantener una vida equilibrada y constante. Un trabajo a tiempo completo. Una carrera de fondo. Porque la verdad sobre el amor sólo se descubre con el tiempo. Decidir y amar, significan lo mismo. Pasa el tiempo, y así aprendes que el amor no es romántico, sino cruel y realista. Lleno de errores y aciertos.

Ellos lo sabían ya. Ambos.

Y lo entenderían mejor más adelante.

La verdad sobre el amor. Si tan sólo la hubiéramos aprendido antes.

El último beso que se dieron esa mañana, fue un beso sincero y prolongado, justo después de confesarse lo mucho que se querían. Félix, durante el beso, la sintió temblar, en tanto alguna lágrima caía por su mejilla. Se las secaba con los dedos, o con sus labios, o con su lengua. Todas sus caricias se las dejó en el rostro, en su cuello. La amaba sin duda. Y ella también.

Él tenía dieciocho años cuando lo entendió.

Ella, diecisiete.

Tendrían una vida para contarlo. Sí. Tendrían niños, y una casa. Y una historia. Anécdotas. Risas. Quizá mascotas.

Reirían de vez en cuando, recordando cuánto sufrió ella por él, o recordando todo el tiempo que él no pudo estar con ella. Luego vendrían nombres a sus memorias, Adrien Agreste, Kagami Tsurugi, Luka Couffaine, Zoe Bourgeois. Enseñarían a sus nuevas amistades, sus fotos juntos. Una, al terminar el Instituto. Otra, con su primer beso público, o alguna, del día en el que él le pidió matrimonio. Sí. Ésa sería su historia. Él sentado en su sofá, con ella en su regazo, abrazados, riendo y besándose.

- "Marinette, eres el amor de mi vida". - le diría él, ya anciano.

- "Félix, ¡Cuánto te he querido, cuánto te sigo queriendo!." - respondería ella.

Y así, su largo camino avanzaría. Uno al lado del otro.

Cuando terminaron de besarse, Marinette se convenció que lo suyo, nunca acabaría. Y Félix, conoció en su ignorancia que ella era su hogar y su mañana.

El amor, es decidir.

Y él había decidido quererla.

Un Graham siempre ganaba sus batallas, siempre pagaba sus deudas.

Y siempre amaba hasta el final, hasta el último latido del corazón.

Su felicidad fue interrumpida cuando ambos escucharon un portazo dado en los pisos inferiores, seguramente en la puerta principal, acompañado de un dulce "¡Marinette, cariño, ya llegamos!".

Marinette salió de la cama, totalmente desnuda. Atónita y en shock. Miró hacia todos los lados, nerviosa.

- Escóndete. - le dijo a Félix, casi entrando en pánico.

- ¡Mi ropa! - contestó él.

Era cierto. Dios. Y no sólo eso. Marinette debía abrir ventanas, ordenar la cama, recoger la ropa. Se lanzó escaleras abajo, despavorida. Si encontraba alguna prenda de Félix en su camino, la cogía y la aventaba hacia el altillo. Él no bajó. Marinette ordenó la silla, su escritorio. Abrió sus ventanas y usó su perfume favorito para aligerar el olor a sexo que inundaba su ático. Se puso un poco sobre sí, porque ella también olía a él. Abrió un cajón, se puso ropa interior y un camisón de verano. Recogió su pelo en una coleta improvisada. Se puso sus pantuflas y justo en el momento en el que su madre abrió la trampilla, Marinette lanzó un bostezo y se frotó los ojos, simulando recién haberse levantado.

- ¡Oh, cariño, lo siento, te hemos despertado! - exclamó Sabine.

En realidad, su hija no ha dormida nada, señora. Pero eso Sabine no lo sabría por ahora. Lo sabría después. Cuando ya todo era demasiado tarde. Cuando ya no había nada que hacer.

Mientras tanto, Félix, oculto debajo de la cama, intentaba escuchar lo que su suegra decía. No entendió muy bien lo que dijeron. Cuando Marinette bajó aturdida de la cama, él había aprovechado el pánico para rápidamente ordenar la cama, abrir la escotilla del balcón y airear la habitación, en un vano intento de eliminar olores. Vio que le llovía su ropa, porque Marinette se la lanzaba desde abajo, e iba poniéndosela conforme las recibía, primero un calcetín, luego la camisa, luego el chaleco, después la ropa interior. Otro calcetín. Al final, por suerte, el pantalón. Faltaban su corbata y los zapatos, pero él asumió que Marinette los tendría que ocultar de alguna manera. Cuando escuchó la apertura de la trampilla, reptó debajo de la cama ocultándose totalmente. No tenía claro qué tan buena idea sería estar ahí con Marinette, sin permiso de sus padres. ¿Había hecho algo malo? ¿Bueno? ¿Buena idea? ¿Mala?

- Seguro que mala idea. -

Segurísimo.

Marinette volvió a él, apenas su madre se fue. Se inclinó un poco hacia abajo, y vio cómo su novio se reía en silencio por tan peculiar situación.

- Ya puedes salir. Abrirán la panadería en breve. Lamento no poder darte algo de comer, pero creo que ahora debes irte Félix, prometo verte más tarde. -

Félix la observaba desde abajo, ensimismado. Podía verle claramente la braguita blanca que llevaba puesta, desde su peculiar orientación. Y sus piernas turgentes y rosaditas. Ella le hablaba pero él sólo revisaba una y otra vez, sus muslos y sus pantorrillas. Estiró una mano, para tocar con dulzura su piel. Marinette carraspeó, divertida, sintiendo cosquillas ahí donde él le tocaba.

- Félix. -

- ¿Sí, amor.? -

Marinette lo tomó de la mano, para arrastrarlo fuera de ahí. Una vez de pie, le sacudió el polvo de la ropa, le alisó con la mano la camisa y el chaleco. Le pasó la corbata por el cuello, anudando con experticia y prontitud. Luego, le pasó la mano por el pecho, comprobando que lo había vestido correctamente.

- Debes irte. -

- Lo sé, cielo. -

Se besaron lentamente, por unos largos segundos. Félix necesitaba más de ella. Necesitaría de ella, eternamente.

- ¿Te veré más tarde? -

Ella asintió.

Ambos subieron por la pequeña escotilla hacia el balcón en la azotea de su casa.

Era un día soleado, y al ser fin de semana, no había nada de gente caminando en la calle.

Marinette le peinó con los dedos, intentanlo arreglarselos más. Luego, ella dijo que tomaría algo de desayunar, para salir a la farmacia más tarde y , tal vez, después de la comida, lo visitaría en el Hotel. Él estuvo de acuerdo. Pasaron unos instantes y, Félix Graham de Vanily, de dieciocho años recién cumplidos, celíaco y anafiláctico al gluten, comprobó mediante el cálculo de espacio, longitud y tiempo, que sobreviviría al descenso por el tubo de desagüe de las canaletas. Marinette se mordió los labios, angustiada.

- ¿Estás seguro que...? -

Otro beso de él, acalló la pregunta. No debía dudar. Si dudaba, como sucedió al subir, probablemente le daría un desvanecimiento y se estamparía contra el suelo. Una desgracia. Y él ahora, quería vivir muchísimo. La besó intensamente, con ferocidad y entrega.

- ¡Deséame suerte...! - susurró contra su boca.

Y en el siguiente segundo, sin esperar respuesta, Félix desapareció saltando por la barandilla. Marinette ahogó un grito, tapándose la boca con sus manos. Corrió hacia la barandilla y observó, estupefacta, cómo Félix descendía ágilmente usando dicho tubo como si fuera una barra de metal. Apenas llegó a la vereda, Félix respiró hondo varias veces, alegre por su hazaña. Elevó su mirada y observó cómo su Marinette lo veía desde arriba, consternada pero enamorada completamente.

Agitó su mano desde abajo, le lanzó un beso, y empezó a caminar despacio, todavía flotando, todavía contento.

Su vida había cambiado.

Un colibrí pasó por su lado, revoloteando cerca a un cristal de la panadería. Por dentro del cristal, Félix vio a los padres de Marinette, muy alegres, ordenando todo para abrir el negocio familiar. Totalmente sincronizados. Sabine Cheng le daba un beso en la mejilla a Tom Dupaing, en tanto limpiaba el mostrador. Tom Dupaing le sonreía, para después traer desde dentro bandejas y bandejas. De repente, vio cómo llegaba Marinette a la tienda. Les dio un beso de bienvenida a sus padres. Empezó a hablar. Ella también estaba alegre y lucía preciosa. Marinette cogió una bandeja en particular, y con unas pinzas se puso a colocar los croissants en el exhibidor.

Una familia, pensó él.

Una familia de verdad. Donde había amor y camaradería. Solidaridad y apoyo. No como aquella aberración que él, su madre y su padrastro llevaban en Londres. Y por un segundo, él deseó intensamente tener una familia como aquella, sencillamente porque no tenía ninguna.

El colibrí se fue, y él, levitando de alegría, se montó en su coche y partió de ahí, exultantemente feliz.

Era fin de semana, domingo, y aún quedaban unas horas para que el día terminara.

Le había mandado mensajes de audio a Marinette, donde le contaba su día. El cómo llegó al Hotel, cayéndose de sueño. Durmió por horas, soñando con ella. Despertó de tarde, con hambre y sed. Bajó al restaurante y pidió algo ligero. Subió a su habitación. Ya la tenía limpia y ordenada, gracias al personal del Hotel. Revisó su teléfono, Marinette contestaba a sus mensajes. Pero también le escribían mensajes Kagami y Zoe. La primera le pedía perdón por sus excesos durante la fiesta; la segunda, le recordaba que debían ver una película. Félix suspiró, cansado, él sólo quería ver a alguien.

Y la llamó, por supuesto, calculando que quizá ella ya estuviera repuesta.

Marinette reía, él también. Hablaron un buen rato. Quedaron en encontrarse en una hora, muy cerca del viejo cinema donde se besaron aquella primera vez.

Félix llegó con muchos minutos de antelación.

Marinette en cambio, llegó puntual.

La observó acercarse, vestida muy ligera a consecuencia del calor. Un vestido sencillo, de color blanco, zapatos sin tacón, el pelo suelto y un bolso colgando. Sonreía en la distancia.

Él respiró profundamente.

Como un ángel.

Como si descendiera del cielo.

Así se veía ella.

El blanco le sentaba tan bien.

Recordó sus alucinaciones meses antes, de ella vestida de novia, con un atuendo vistoso y pomposo, con un velo cubriéndole la cara, con un ramo de rosas rojas en su mano, ella reía y gritaba, feliz, "sí, acepto". Claro que sí. Ahora esos pensamientos ya no le daban miedo. Sino alegría. Quería envejecer de pronto, que pasaran diez o veinte años para así poder casarse de una vez con ella.

Supuso que sonreía abiertamente, porque Marinette cuando lo alcanzó se fundió con él en un lánguido abrazo, rodeándole el cuello con sus brazos delicados. Ella le dio un beso en la mejilla, y él le correspondió el abrazo, posando sus manos en su cintura, atrayéndola a él.

- Pareces feliz. - le susurró ella, mirándolo fijamente.

- Lo soy. - respondió él, de inmediato. - Lo soy de verdad. -

Y se lanzó a comerle la boca, como sería lo habitual. Ella respondió con ferocidad, acercándose más a él. Félix arrugó la tela de su vestido, recogiéndoselo un poco. Marinette lo besó con aún más desesperación. Él se doblaba ante ella, ella se empinaba hacia él.

Así, sin miedo, en plena vía pública y con las personas andando a su alrededor.

Dos novios, jóvenes e intensos, comiéndose a besos.

- ¡Hotel! - escucharon que alguien les gritó.

El beso se interrumpió porque ambos empezaron a reírse muy fuerte, casi a carcajadas. Marinette se ruborizó. Y Félix, también, aunque solo un poquito.

Meneó la cabeza, negando suavemente.

- Quizá más tarde. - murmuró, acariciando el mentón de su novia francesa. - Quiero hacer muchas cosas contigo, hoy, Marinette. Tal vez no nos dé el tiempo para hacerlas todas, pero...con algo debemos empezar. -

- ¿Muchas cosas? - preguntó ella. Félix asintió, la cogió de la mano entrelazando los dedos y empezó lentamente a balancear el brazo. Él seguía sonriendo, y echó a andar con ella hacia el puente que nacía ahí mismo donde estaban.

- Muchas cosas. - le dio un beso en la frente, continuaron caminando. - Más besos, algún abrazo. Y esto. - le mostró sus manos unidas. - O eso. - le señaló un bote que estaba aparcado, esperando a sus viajeros.

- Oh. - susurró ella.

Una suave brisa casi veraniega les atravesó en medio, revoloteando la falda de ella y desarreglando levemente, el pelo de él. Marinette se detuvo, le miró a los ojos y estiró su mano libre para arreglarle el cabello.

- Me gusta el plan. Tenemos tiempo. Lo tendremos siempre. -

Dulcemente, mientras el viento primaveral los envolvía, Félix acercó sus labios y los unió a los de ella, esta vez más lento y más despacio. Como un susurro, como una caricia, como si el tiempo no importase. Ni la gente. Ni el lugar.

Ella sabía a paz.

Él entregaba su amor.

Ahí en mitad del puente sobre el río Sena, Félix Graham de Vanily comprendió que cada cosa que hacía con ella, era única y especial. Tal vez no habría nada después de Marinette. Tal vez ella era todo. Todavía les quedaba el mañana, el Instituto, el más allá. Eran tan jóvenes. Y ya sabían amar. Lo habían aprendido a golpe de lágrimas, dolor y distancia. Y a golpe de paciencia y comprensión.

Nunca un amor fue tan especial.

Nunca un amor sería tan eterno.

- ¿Esto es una cita, entonces? - le preguntó a ella, colgándose de su brazo, una vez que retomaron la caminata.

- Sí. - le contestó. - Todas las que quieras. Todos los días si quieres. ¿Sabes, Marinette? Una vez cuando era pequeño, mi padre me llevó a un lago, para aprender cómo remar. Ese día, también era primavera como ahora. Pensé que íbamos, él y yo, pero no...mamá también nos siguió. Quiero comentarte, Marinette, por cierto, que es muy mala idea subirse a remar con tacones de aguja, porque mamá ese día... -

Ella lo escuchaba, radiante y alegre, se sentía completa y amada. Caminaba, sin cansarse. Lo miraba, absorta.

Un colibrí voló alrededor de ellos, y se alejó raudo, al ver que no le hacían caso. Sus alas ni se veían de lo rápido que las movía, su corazón fibrilaba, la vida...avanzaba, así de vibrante, así de cambiante.

Y ambos, novios, caminaban, felices.

La felicidad no es eterna... sin embargo.

.

.


Parece fin pero no lo es.

Un capítulillo fluff, de esos pocos que pongo por ahí, para no perder la costumbre. El resto del fic, tendrá más de ellos y de cómo es vivir enamorado. ¿Aburrido? Yo creo que no. Gracias por aguantarme tantos capitulos. Gracias en serio. ¿que tal el lemon? me corto mucho en detalles, xq no quiero escribirlos tan detallados, la verdad. no me gusta como quedan, pero bueno, espero haber hecho esta parte bien. Gracias, otra vez.

Muchísimas gracias a los que leen y comentan.

Gracias a Only D ( te quiero mucho), Mrs Fitz (gracias por todo, perdon por obligarte a leer), y a Manu (perdona que no conteste, es complicado, he empezado a leer en la cuenta de Yor, ya verás mis reviews, paciencia y muchas gracias). Al resto de lectores, tb os quiero, ya si dejan reviews pues me siento mejor.

Muchas gracias

Un fuerte abrazo.

atte, Lordthunder1000

SOUNDTRACK: la preciosa Glitter in the air de la gran P!nk.