Años más tarde.
¿Cuanto tiempo había pasado? ¿un año? ¿dos?
No lo sabía para él fue una eternidad, a pesar de ser inmortal y de haber vivido incontables milenios el tiempo que estuvo aquí cautivo fue desesperadamente lento.
Sus carceleros se aseguraron bien de que eso sucediera.
Miró a su alrededor, los otros dioses estaban encadenados a las paredes de roca o como él clavados directamente por cadenas unidas a un pico que le clavaba profundamente del pecho y lo atravesaba hasta clavarse en la pared al otro lado.
Los olímpicos fueron los que recibieron las torturas más severas y los otros dioses no es que estuvieran mucho mejor pero desde luego mejor que ellos.
Oyeron unos pasos que se acercaban y los prisioneros se pusieron a temblar, los poco que se mantuvieron en calma fueron él, Poseidon y Atenea. Ares era lo bastante idiota como para seguir provocando y desafiando a sus carceleros por eso fue de los que más se cebaron.
Terminaron por encerrar al dios de la guerra en un frasco de bronce como la primera vez , fue horrible escucharle gritar y arañar desde dentro intentando en vano escapar pero se lo había buscado. Insultó y escupió a sus carceleros y en represalia lo encerraron allí Ares intentó huir y escapar pero fue inútil llevaban meses sin tomar néctar y ambrosía lo que les dejó débiles y no fue difícil someter al dios de la guerra.
Un gigante apareció, no era de los más grandes pero mucho más alto que un mortal o un dios, el gigante iba con vaqueros y en la parte de arriba con una armadura de piel sus ojos marrones estudiaban a los prisioneros, sabía lo que pensaba se estaba decidiendo para ver a quién atormentaba hoy.
Se detuvo en él y sonrió de forma horrible con sus deformados dientes.
—¡Pero bueno! ¡hace tiempo que no pasamos el rato contigo o poderoso rey de los dioses!—y se rió a carcajadas—Porfirión se divertirá contigo—
Zeus apretó la mandíbula, cada día los gigantes decidían atormentar a uno de ellos cuando no era un dios menor era un Olímpico sus juguetes preferidos su diversión era atormentarlos, humillarlos o torturarlos.
El gigante agarró sus ataduras y se las quitó cogió el pincho que tenía clavado del pecho a la pared y lo descolgó de la pared pero le dejó el pincho clavado en su cuerpo, aunque no estuviera clavado a la pared.
Zeus no hizo ningún ruido mientras el gigante o arrastraba, apretó los dientes y se juró a sí mismo que cuando consiguieran escapar de este lugar les haría pagar a Porfirión y a todos los gigantes por lo que les hicieron.
Dejaron atrás la enorme cueva que albergaba a los desafortunados prisioneros y fueron por un túnel que conducía a unas escaleras, subieron un buen rato un mortal ya estaría agotado pero para unos inmortales incluso para alguien tan debilitado como Zeus podrían subirlos.
Cuando llegaron arriba entraron por un pasillo hasta dar con un enorme palacio, el palacio de los dioses Olímpicos en el monte Olimpo, pero que ahora había sido tomada por los gigantes.
Zeus miró a su alrededor, desde la derrota no había vuelto a poner un pie allí y ahora todo estaba cambiado las estatuas de los dioses habían sido quitadas o malformadas seriamente y habían sido sustituidas por la de los gigantes. Sus símbolos quitados para ser sustituidos por los de Gaia la madre tierra, había cadáveres en alguna esquina que no se molestaron en quitar entre ellos antiguos sirvientes leales.
Pero lo peor estaba en el santuario de Artemisa, era una estancia con bosques y el palacio era de mármol blanco y plata con hermosos mosaicos de escenas de caza y la luna. Ese había sido el hogar de su hija Artemisa y sus cazadoras cuando estaban en el Olimpo.
El bosque estaba ahora destruido y quemado el palacio también tenían serios daños con rastros de sangre en las paredes e incendios en algunos vio marcas de manos sangrientos.
Y allí en el centro de la estancia estaba Artemisa, la que una vez fue la orgullosa y poderosa diosa de la caza y la luna estaba encadenada y en ambas piernas tenía un cepo de caza además llevaba un bozal en la boca.
La vista de su pobre hija le enfureció una de sus hijas favoritas en ese estado.
Se volvió hacia el gigante y lo miró con tanto odio que intimidó al gigante a pesar de su débil estado y estar encadenado.
—¡Como os atrevéis! Os destruiré y quemaré vuestro patéticos cuerpos hasta arrojarlos al tártaro—
Pero el otro se limitó a reír.
—Créeme esa es la menor de las preocupaciones para esa pequeña diosa de echo no le habría importado de no ser por sus cazadoras—
El antiguo rey de los cielos se puso blanco, las cazadoras de Artemisa eran sagradas y su hija se preocupaba profundamente por ellas, no solo eran sus sirvientas sino también sus compañeras y amigas.
—¿Que dices que les habéis hecho?—
El gigante le mostró y para horror de Zeus a unos metros de su hija había una enorme jaula que podía albergar a varias personas no había reparado en ella había estadio demasiado centrado en Artemisa, en la jaula estaban las cazadoras todas muertas.
Unas colgaban de ganchos, otras encadenadas a los barrotes todas se veían mutiladas y con claros signos de intensa tortura y por el estado de descomposición llevaban muertas mucho tiempo.
—Tengo que reconocer que tu hija no fue fácil de torturar—una voz profunda resonó en la habitación, el gigante que escoltaba a Zeus se arrodilló y Zeus reconoció esa voz no podría olvidarla aunque pasaran eones.
—Porfirión—
