Un grupo de personas corrían desesperadas en medio de la nada por una carretera intentando escapar, el hombre cargaba a su hija y la mujer como podía cargaba a su hijo mientras intentaban correr con todas sus fuerzas.
Unas criaturas repugnantes los perseguían, con los dientes torcidos más altos que un humano pero no tanto como un gigante pero con largas uñas negras y muy filosas iban tras esa familia para darse un festín con su carne.
El hombre sabiendo que los atraparían con el tiempo detuvo a su esposa y le a su hija.
—Marchaos mientras los distraigo—
La mujer lo miró con los ojos muy abiertos—¡No!¡no podemos dejarte aquí!—los niños protestaban mientras lloraban.
El hombre agarró un palo—Iros antes de que lleguen—
La familia no quería dejarlo y los monstruos ya estaban cerca se les podía oír, no tardarían en encontrarlos.
Y efectivamente los monstruos en cuanto los vieron sonrieron de forma horrible, el hombre les gritó a su familia que se fueran y estos empezaron a correr llorando pero en ese momento un objeto fue lanzado a los pies de las criaturas que explotó soltando una gran luz cegando a los monstruos.
En ese momento una figura apareció, llevaba un largo abrigo hasta las rodillas con capucha y una máscara de combate militar de color negro con lentes que protegían sus ojos, en la espalda llevaba dos espadas.
El recién llegado aprovechando que los monstruos estaban cegados temporalmente procedió a matarlos a dos volándoles la cabeza con un rifle con silenciador, descargando el cargador en ellos. A continuación sacó sus espadas y procedió a decapitar a uno de los monstruos pero el resto ya se habían recuperado y atacaban al hombre.
La familia que presenció aquello sorprendidos querían huir pero no podían dejar al que los salvó así pero parecía apañárselas muy bien decapitó a dos de esos monstruos y a otro lo empalo atravesando su cabeza desde debajo de la mandíbula.
Por desgracia aparecieron dos monstruos a sus espaldas y el hombre le advirtió al encapuchado.
—¡Detrás de ti!—
Se dio la vuelta justo a tiempo sacó un cuchillo con el que apuñaló en un ojo al monstruo, uso el cuerpo que se estaba desintegrando como escudo mientras le lanzaba la espada al cuello. La criatura cayó de rodillas y se llevó las manos al gaznate mientras la sangre salía a borbotones, el enmascarado se acercó a él. Puso un pie en su pecho agarrando la espada con ambas manos arrancándola de un brusco tirón soltando un gran torrente de sangre.
La criatura se desintegró, el enmascarado recogió sus armas.
—Gracias por la ayuda de antes—
—No nosotros te damos las gracias de no ser por ti no sé que habría pasado—
El enmascarado continuó recogiendo sus cosas y viendo lo que habían dejado atrás esos monstruos.
—Os recomiendo que os vayáis cuanto antes, vendrán más con el escándalo de esta pelea, deberíais ir al norte allí los gigantes no tienen tanto poder—les lanzó unas llaves de coche—A unos kilómetros hay un coche abandonado que todavía funciona—
—Gracias—le dijeron con gratitud, luego la familia se fue.
El encapuchado esperaba que se pusieran a salvo ya había habido demasiadas muertes y tragedias, esperaba que lo consiguieran.
Continuó su camino alejándose de la carretera, en su camino vio coches y autocaravanas en el suelo de la carretera abandonados, destrozados o con sus ocupantes muertos dentro el cielo era gris y sombrío. Los rayos de Helios no llegaban a la superficie y ahora que no estaba Apolo era más complicado todavía, la verdad es que se parecía mucho a esa serie de The Walking Dead.
Sin demorarse continuó hasta que entró en un bosque espeso y llegó a su objetivo una casa que estaba suspendida en el aire por varias cuerdas sujetas a los árboles y riscos, una buena manera de mantenerse a salvo de los depredadores y de Gaia la madre tierra, allí sin pisar el suelo estaría a salvo de la diosa.
Trepó por un árbol y por unas escalerillas llegó a su hogar, no era mucho un saco de dormir una hornilla para calentarse comida y un pequeño radiotransmisor antiguo lo bueno de estos aparatos es que de vez en cuando oía transmisiones ya fueran de humanos o de los gigantes.
Se quitó la máscara y cogió la caja que encontró en un coche abandonado.
—¡Wow! ¡no me lo esperaba puros abanos!—agarró uno de los puros, no eran de los grandes un poco más largos que su dedo índice pero se veía que eran de calidad.
—Nunca fumé pero veía a Zeus y Poseidón fumarlos de vez en cuando— rompió el extremo como lo vio hacer, lo encendió y aspiró el humo, se atragantó un poco pero no estaba mal—Sé que esto mata y ahora soy mortal hay que aprovechar mientras se viva—
Hera continuó fumando mientras pensaba, ser mortal no era tan malo como pensaba, Apolo y Poseidón se quejaban mucho de su época como mortales cuando fueron castigados pero no lo veía mal. Cierto que tenía las debilidades propias de los mortales pero también sus ventajas ahora valoraba mucho más una comida caliente, un lugar seguro y seco y aprovechaba cada segundo que vivía.
Eso era que los humanos tenían a diferencia de los dioses, mientras ellos estaban eternamente congelados y con una existencia sin fin y con pocas posibilidades de cambiar, los mortales cambiaban continuamente y disfrutaban de las cosas mejor que los dioses sabiendo que no estarían para siempre.
La verdad es que a la ex diosa no le daba miedo la muerte, fue como quitarse unas pesadas cadenas que ni siquiera sabía que tenía y poder respirar completamente. Puede que muriera en cualquier momento pero ya había vivido más que suficiente.
Toda su vida la habían obligado a vivir de un modo que no quería pero esta vez escogería cómo vivir y su muerte.
Pero sabía que todavía no, había mucho que hacer como arreglar este caos post apocalíptico en el que estaban, los ojos de Hera se encendieron de ira.
Los gigantes era unos tiranos aún peores de lo que Zeus fue jamás, él nunca fue precisamente un gran rey pero desde luego no era un monstruo como Porfirión.
Para evitar rebeliones los gigantes pusieron barreras mágicas alrededor de las ciudades y pueblos mortales para que no intentaran nada y no pudieran salir, a los que desafortunadamente les pilló todo esto afuera estando de viaje o excursión fueron asesinados por los gigantes pequeños, unos gigantes de tercera o cuarta generación. No eran tan poderosos como los hijos de Gaia y Tártaro pero era muy fuertes para los mortales y al igual que sus jefes no podían morir.
Pero lo más curioso es que Hera podía matarlos, pensó que los demás podían acabar al menos con los pequeños pero no, un día consultaría un oráculo para descubrir este misterio.
