Derechos Craig Bartlett, Nickelodeon, etc.
Capítulo 1: El día menos pensado
Helga bajó la visera frente a su cara y removió la pequeña pestañita que cubría el espejito tras ella y, tratando de despegar la vista lo menos posible del camino, echó una rápida ojeada a su maquillaje; y miró con disgusto que su mascara estaba ligeramente corrida en la orilla del ojo izquierdo. Cerró la pestañita e hizo hacia atrás la visera, pensando en que, en la próxima luz roja, se la arreglaría. Pero en los siguientes dos semáforos le había tocado luz verde y, para cuando le había tocado detenerse en el tercer semáforo, cosas más importantes ya ocupaban su cabeza.
No recordaba si había llamado a la pastelería o no desde su trabajo, como lo había planeado la tarde anterior, para pedir un cambio en el pastel de Sophie, ya que la niña había cambiado de princesa favorita desde la última vez que había hablado con ella del tema (durante el desayuno del día anterior), así que había cambiado a la bella durmiente -¡Es que solo duerme!- por Blanca nieves. Se comenzaba a preguntar si tardarían los colores de su vestido o la manzana envenenada en molestarla el tiempo suficiente para que terminaran de aplicar el betún a su pastel de cumpleaños, al día siguiente, el sábado.
Hizo una llamada rápida por el celular solo para estar segura (sí lo había hecho), y reanudó el camino.
Llegó corriendo después de dedicar cinco minutos enteros a encontrar estacionamiento y se dirigió al salón de la pequeña, para encontrarse con la queja (qué novedad) de que la niña había llamado "zopenco" a un compañerito de clase.
—Lo siento mucho —dijo mientras se echaba al hombro la mochila rosa de Belle (su princesa favorita en el momento de la compra) y buscaba con la vista al nene agraviado —. Ve a disculparte con él ahora mismo.
—Está bieeen -soltó la pequeña mientras rodaba los ojos, y emprendía la marcha arrastrando los pies.
La rubia le sonrió apenada a la maestra.
—No sé de dónde lo aprendió.
"Tal vez de los cientos de veces que te ha escuchado llamar así a su padre". le recriminó su voz dentro de su cabeza, pero de eso no dijo nada.
—Volvió a sacar diez en su examen de lectura —Le comentó la docente, sonriente —. Es una niña muy lista.
"Justo como su tía" Ahora fue la voz de Big Bob la que resonó en su cabeza, y le rodó los ojos internamente. Se preguntó si ya habrían llegado a casa él y Miriam. Olga ya estaba instalada en un hotel cerca de ahí. Nunca permitiría que el pequeño Leonard se perdiera el cumpleaños de su prima favorita (su única prima, más bien). Era lindo que al menos sus hijos pudieran tener la relación que ellas nunca habían podido tener. Y que Big Bob no mostrara favoritismo por ninguno de los dos, también ayudaba... No que no siguiera teniendo favoritismo por Olga, pero eso ya le daba un poco igual.
—Es que tiene una buena maestra —le respondió a la otra mujer, y decidió que ya era hora de emprender la marcha cuando vio al niño y a su hija compartir un abrazo —. Asunto arreglado —le dijo a la susodicha, y esta le sonrió.
—Feliz cumpleaños -le dijo la docente a Sophie cuando esta saltaba a los brazos de su madre, y la niña le dirigió una gran sonrisa.
—Es una pena que no pueda venir a mi fiesta —le dijo —, tendremos un graaan pastel de Mulán.
Helga se palmeó la frente con la mano libre.
Salieron del salón, se subieron al coche, y Helga estaba terminando de asegurar a su pequeña y sonriente hija en su sillita cuando la niña jaló suavemente su chaqueta para llamar su atención.
—¿Crees que pueda invitar a mi nuevo amigo a mi fiesta?
—Por supuesto, amor —respondió Helga —. Es tu fiesta; puedes invitar a quien quieras.
—¿Entonces puedo invitarlo ahora?
Helga tuvo qué respirar hondo. Sabía lo que venía.
—¿Dónde está tu amiguito? —Inquirió.
—Pues en el salón de clases, mamá. Dah.
—Sí, qué tonta es mamá, ¿verdad?
Una sonrisita divertida de respuesta.
Resopló mientras soltaba el cinturón de su hija para llevarla a toda prisa de nuevo al salón. Rayos; tenía qué estar en la oficina de nuevo en veinte minutos.
...
—Mamá, Edward ya no está...
Miró los ojos de su hija llenarse de lágrimas, y la puso en el suelo aún tratando de recuperar el aliento de la trotada de regreso hacia el salón de clases cargando dieciséis kilos y medio de quejumbrosa y ocurrente humanidad.
—Escucha —le dijo —; Llorando no vamos a solucionar los problemas, ¿recuerdas? -la pequeña asintió —. Ahora dime, ¿Cómo es Edward? —Inquirió, poniéndose a la altura de la niña.
—Es pequeño y... y tiene cabello y...
Helga apenas se aguantó las ganas de reír.
—Bien... tiene cabello —Dijo mientras asentía, para luego ponerle las manos sobre sus hombros —. Tiene cabello... esa es una pista. ¿Podrías decirme otra seña en particular? —la nena levantó la vista, tratando de recordar —¿Tiene dientes? —inquirió, entornando los ojos.
—¡No! —Los redondos ojos azules de la pequeña se abrieron de par en par —¡Le faltan los dos de enfrente!
"Vaya" pensó Helga, impresionada de que su broma hubiese dado, de hecho, resultado. No era muy común ver niños de cuatro o cinco años que ya hubieran mudado los incisivos.
Apenas quedaban un par de niños en el salón, y ya conocía a ambos, así que ninguno podría ser el famoso Edward. En efecto, el niño ya no estaba ¿Sería un alumno nuevo?
—Vamos a buscarlo afuera, ¿De acuerdo? Si no, llamaré a la señorita Blake y le pediré el número de teléfono de los papás de Edward y lo invitaremos a la fiesta, ¿Ok?
La niña asintió mientras se echaba atrás el rubio cabello; acababa de desatársele su colita de caballo.
¿Dónde estaría el niño? ¿Se lo habrían llevado ya? Además no recordaba si tenía el número de la maestra, ya que acababa de cambiar de celular (Sophie había querido que los peces platicaran también con la abuela Miriam con su teléfono anterior), así que pensó que sería mejor ir a buscar a la joven. ¿Se habría ido a la dirección? ¿O tal vez al baño? No era muy común que dejara el salón antes de que se llevaran a todos los niños.
Tomó a la niña en brazos de nuevo, se dio la media vuelta, y se pegó contra Arnold.
...
—¡Oh!, perdón, no lo... ¿Arnold?
El alto hombre de oscuros cabellos dorados y preciosos ojos esmeralda la miraba en shock.
—¿He... ¡¿HELGA?!
Helga sintió que se le doblaron las piernas, a Arnold parecía habérsele ido un poco el color.
Ninguno de los dos dijo nada más. Fue Sophie la que rompió el silencio.
—¡Edward! —Exclamó, sonriendo, y entonces Helga notó que un pequeñín de cabello castaño claro y ojos verdes le dedicaba una enorme sonrisa desdentada a su hija, tomado de la mano del anonadado hombre frente a ella, quien obviamente era su padre.
Una historia más, ¿qué más puedo decir? Serán capítulos cortos, y trataré de actualizar periódicamente, dependiendo de si les interesa o no. Ya llevo algo de avance con esta.
¡Nos leemos!
