Capítulo 3: El alba
Helga se metió a la cama después de un día que parecía haber durado una semana y deseó poder dormirse apenas pegara la cabeza contra la almohada. Pero, por supuesto, eso no iba a pasar.
Especialmente después de haberse encontrado de esa forma tan inesperada con él.
¿Cuánto tiempo hacía que no lo veía? ¿Diez años? ¿Once?
Se había casado con John hacía cinco años, casi seis ya. Arnold tendría unos ocho años de casado, entonces. Así que hacía... Sí. Unos diez.
...
Era tonto; después de todo por lo que había pasado, de todo ese tiempo transcurrido, bueno... Aún seguía, ese tonto con la cabeza -ya no tan- de balón, haciéndola perder un poco la cordura y, para no perder la costumbre , por supuesto, un poco (o mucho) de la dignidad.
Se había comportado como una tonta, por supuesto... Pero, curiosamente, a él no parecía haberle ido mejor. Sonrió sin proponérselo, y se sorprendió a sí misma.
Honestamente, había esperado terminar llorando esa noche, dadas todas las ocasiones anteriores; dada la situación actual. -Demonios, la situación actual- , y, sobre todo dado el impulso que había sentido ahí; en el carro, con su hija en el asiento de atrás, sin perder detalle de lo que hacía.
...Después de todo, no sería la primera vez que terminaba llorando ante la presencia de Arnold, así fuese solo en sus recuerdos.
Era ese motivo lo que la había hecho perderle la pista, para empezar.
Había decidido, luego de tantos aterradoramente dolorosos e interminables debates mentales consigo misma, que la única manera que le quedaba para seguir adelante con su vida, era dejándolo a él atrás por completo; y por Dios que no había sido fácil. Después de todo, su vida siempre había orbitado en torno al chico, y la idea de tener qué centrarse ahora en sí misma, francamente, la había aterrorizado.
Es decir, era más que fácil orbitar en torno a alguien que amas de manera desenfrenada y hasta cierto punto irracional; Pero centrarte en ti misma, especialmente cuando no eres que digamos tu persona favorita, había sido... bueno... desgarrador.
Pero no le había quedado de otra.
Había comprendido que, si en verdad quería seguir con su vida, iba a tener qué aprender a amarse, y vaya que eso no había sido fácil después de haberse estado insultando, boicoteando y odiado a sí misma desde que tenía memoria.
Había tenido qué hacer las pases consigo misma, especialmente después de caer en cuenta que tenía qué dejar atrás a Arnold.
Esa había sido la decisión más difícil de su vida, pero también, la más sensata, y la que más la había hecho ser quien era en ese momento.
...Y, honestamente, a pesar de todo, le gustaba quién era en ese momento.
No que eso le impidiera haberse preguntado muchísimas veces qué hubiese pasado si no se hubiera dado por vencida, si hubiera seguido luchando, especialmente cuando las cosas se le ponía difíciles.
... Cómo sería su vida si él siguiera en ella.
...
Y se había preguntado, aún más, cómo sería la de él...
Se lo imaginaba feliz; realizado. Y con esa hermosa familia que sin duda se merecía, y que de seguro no se les ocurría ni por asomo juzgar a su padre por el estilo de vida que llevaban, ya que sería lo único que habían conocido en su vida, y dado que su madre también amaría esa vida, no habría ninguna influencia que los hiciese cuestionarse lo contrario a que tenían una vida maravillosa...
Porque de seguro la tenían, a su modo...
Siempre se había preguntado cómo serían los hijos de Arnold...
Porque Arnold siempre había hablado de tener varios hijos.
...
De tener varios hijos con ella, más específicamente.
...
No pudo evitar preguntarse cómo serían esos hijos con los que tanto habían soñado ingenuamente...
Cómo sería Sophie si hubiese sido hija de él...
...
...
...
Aunque, siendo honesta, no cambiaría un solo pelo de su hija, para nada. Esa niña era lo más perfecto que conocía, y sabía que Arnold pensaría lo mismo de los suyos, así les hubiese costado... bueno, lo que les costó.
...
Recordó la pequeña y dulce carita de Edward, sonriéndole a Sophie de esa manera tan tierna y amable.. y luego recordó la sonrisa casi idéntica en la preciosa carita de Sophie...
Ella tampoco había hecho un mal trabajo, pensó orgullosa para sí misma.
...
¿Qué estarían haciendo ahí? ¿Acaso Arnold por fin se había dado por vencido y había decidido establecerse como una persona normal?
"Qué más te da eso, ¿Eh, Helga?" Se cuestionó a sí misma mientras bostezaba, y entonces, por fin, se quedó dormida.
oOo
Llegó la mañana. La luz entraba a raudales por la ventana, aún con las cortinas echadas (eran cortinas blancas, al final de cuentas, tampoco servían demasiado). Podría haberlas comprado de otro color, uno más oscuro, por supuesto, pero la verdad es que era demasiado floja, y sin nadie ya que la despertara, se iría de largo todos los días hasta las diez u once de la mañana (las alarmas usualmente no le eran tan efectivas). Así que esas cortinas eran lo que separaban tanto a ella como a su hija de ser despedidas del trabajo y de la escuela, respectivamente.
Se dio vuelta perezosamente en la cama y buscó su celular en la mesilla de noche para ver la hora, pero estaba apagado.
Lo había apagado antes de meterse en la cama porque no quería a nadie pidiéndole documentos o información de última hora a media noche, porque en verdad necesitaba estar descansada para ese día. Especialmente si iba a tener que lidiar con... bueno, toda la gente que iba a tener qué lidiar, incluyéndolo a él... y al otro él, y muy probablemente a su... esposa.
Se pasó una mano por el increíblemente revuelto cabello y bufó, mientras con la otra mano sostenía el botón de encendido de su celular.
La pantalla brilló con la fecha y la hora: Las ocho de la mañana.
"Vaya" Levantó las cejas, sorprendida de sí misma. En verdad pensaba que era más tarde.
...
Tal vez merecía darse más crédito del que se otorgaba usualmente...
Desbloqueó el celular y había un ícono de mensaje en la pantalla. Solo uno.
"Vaya" Se dijo de nuevo "A no ser que sea mi jefe diciéndome que estoy despedida... este día pinta mejor de lo que parecía ayer."
...
—¿Aún no se ha levantado? ¿Cuántos años se cree que tiene? ¿Once?
Bufó. Era demasiado bueno para ser verdad; lo sabía.
—¡Ya estoy despierta! —Exclamó, molesta, en respuesta a la voz de su padre —¡Salgo en cinco minutos!
Se recargó en la cabecera de la cama luego de arreglar un poco las almohadas tras ella, y miró el mensaje.
Era de Arnold. Y muy a su pesar, se le revolvieron las tripas.
Simplemente decía: "Genial, ahí estaremos. Muchas gracias."
Una respuesta escueta al igualmente escueto mensaje de ella informándole la dirección y que no era necesario que llevaran regalo.
"Ni siquiera dijo cuántos vienen".
Y por "cuántos vienen" obviamente se refería a si llevaría a su esposa o no.
Sacudió la cabeza.
—A quién le importa —dijo en voz alta, mientras se ponía de pie para darse un baño rápido.
