Capítulo 4: La familia... La familia

Olía a tocino.

Podía escuchar las voces superpuestas de Sophie y Leo mezcladas con la risa de Olga y los gruñidos de Bob.

Se miró al espejo. Se veía menos cansada de lo que esperaba, pero aún así no se veía tan bien como deseaba, especialmente si iba a ver a... bueno, tanta gente que, en cierta manera, quisiera no ver... Y también se moría por ver.

Se vistió a toda prisa y salió de su cuarto mientras aún se cepillaba el cabello. Sophie se le abalanzó encima.

—¡Mamá, mira lo que me regaló Leo!

Zarandeaba una hermosa muñeca de un lado a otro, y Helga temió que fuera a arrancarle su rubia cabeza llena de caireles dorados. La corona estaba a punto de ceder, eso sí.

—Está preciosa —Soltó, mientras volteaba a ver al pequeño que en ese momento se retacaba la boca de pedazos de tocino y huevo frito. Con todo y su contenido, le sonrió de manera preciosa y encantadora.

Tenía la sonrisa de su madre, y el mentón de su padre.

Iba a ser un hombre muy, pero muy guapo. Olga le había dado al blanco con esa pesca. Adam era el hombre perfecto, al menos para ella. Era un poco snob y engreído, pero siempre intentaba ser bueno, y eso ya era algo.

Pertenecía a una familia de abolengo y en un par de años heredaría las empresas de su padre, en las que ya formaba una importante parte en la mesa directiva.

Se habían conocido en Mónaco, en un viaje de negocios de él y una gira de Olga.

Sí, una gira; A Olga no le había ido tan bien con la actuación, pero su voz sí que la había elevado de entre los simples mortales y había gozado de una fama más o menos decente hasta que había conocido a este hombre y había aventado todo por la borda para convertirse en su esposa. Sí, Olga nunca había sido demasiado inteligente en ese aspecto, pero tenía qué admitir que al menos el prospecto que había conseguido estaba más que decente.

Big Bob nunca había estado más feliz de ver a su hija aventar sus sueños por la borda, al igual que Miriam, y ella no había hecho demasiados aspavientos hacia ninguna dirección ya que en ese momento apenas si tenía cabeza para sus propios dilemas, así que se había limitado a abrazar a su hermana y desearle la mejor suerte del mundo.

Y la había tenido. Olga brillaba siempre que la veía y su vida siempre parecía perfecta porque era perfecta, y Helga se desvivía por demostrar que su vida no estaba TAN mal, aún con divorcio y todo.

Después de todo, tenía una carrera exitosa y si bien su matrimonio había tronado como cohete de feria, al menos llevaban una relación más o menos civilizada con el hombre... mucho más civilizada que muchos matrimonios "funcionales" que conocía.

Se acercó a la mesa y su padre le acercó un copioso plato de huevos y tocino ligeramente quemado.

Miriam bostezaba sobre su taza de café mientras sonreía a una sobreexcitada Olga que quién sabe qué tanto le contaba, acompañándolo con un gran gesto con todo y brazos. Big Bob gruñó para demostrar lo de acuerdo que estaba con cualquier cosa que dijera su hija mayor y Helga se limitó a bostezar al tiempo que intentaba componer un "buenos días" que, secretamente, deseó que nadie contestara.

Pero, curiosamente, todos dejaron de hacer lo que hacían y respondieron a su "buenos días" efusivamente, Hasta su papá.

Levantó una ceja intentando adivinar qué rayos había pasado, y había dado el primer mordisco a su huevo cuando lo recordó: Tal vez pensaban que podía estar molesta por lo que había pasado entre Bob y su ahora ex marido la última vez que se habían mirado.

Sonrió sin proponérselo al ver a su padre quemar el tocino con ese ridículo mandil puesto que ni ella usaba.

Todo había sido tan repentino y la había tomado tan de sorpresa que se lo había contado a quien primero había encontrado para desahogarse, que había sido Olga, que estaba de visita como tantas otras veces (La verdad era que, como no tenía demasiadas cosas que hacer en su vida de casada, era bastante normal que visitara a su "hermanita bebé" aún cuando le quedara a varios condados de distancia).

Pues bien; ella se lo había contado a Olga, Olga a MIriam, y Miriam, a Bob.

...Y Bob había dejado cualquier cosa que hubiera estado haciendo, había ido a buscar a su aún yerno en ese momento y le había dado la paliza de su vida.

Aún los recordaba a los dos en la comisaría. El idiota de John no había metido ni las manos.

Y más le valía que no lo hubiera hecho, o le habría ido peor.

Recordaba cómo se disculpaban Olga y Miriam con ella y ella se preguntaba por qué, si Bob no había hecho más que cumplir la mayor fantasía de ella en ese momento. Y no se había permitido fantasear con algo peor porque, como quiera que fuera, seguía siendo el padre de su hija.

Recordaba la sangre corriendo por la quijada de John mientras se ponía una bolsa con hielo ahí donde su cara comenzaba a tomar la consistencia y el color de un filete medio echado a perder.

Y a Bob, graciosamente colorado y con la vena aún palpitándole en la frente, que aún con todo se las había ingeniado para darle un abrazo.

"Se lo advertí a ese idiota" susurró en su oído cuando la había atraído toscamente hacia él, y ella no había sabido si debía reír o llorar.

Amaba a su loca familia, qué más podía decir.

Habían salido todos de la casa como una hora después de desayunar y habían ido a hacer las últimas compras para la fiesta, Olga había pagado todo por mucho que Helga se hubiese negado y habían regresado. La tonta fiesta estaba alejándose espectacularmente del modesto presupuesto que se había fijado en un principio, y aunque le molestaba que su familia siguiera ignorando su voluntad de forma tan abrumadora, tenía qué admitir en su fuero interno que agradecía no tener qué desprender de ese dinero a su ya de por sí gastada chequera.

Y es que ni siquiera debía de haberle hecho fiesta a Sophie, pero la niña había quedado encantada con la fiesta de una compañerita hacía un par de meses, y le había preguntado si ella podía tener una igual, y quién era ella para decirle que no.

...

Bueno, era su madre, y fácilmente pudiera haberse negado y explicarle a Sophie, y la niña al final hubiera entendido, pero su tonto orgullo de mujer recién divorciada se había empeñado en demostrarle al poco hombre de su ex marido, y de paso a su familia, que podía perfectamente cumplir los deseos de su única hija ella sola.

John se había ofrecido a cooperar, por supuesto. Pero ella se había negado a aceptarle una sola moneda, al igual que se negaba a aceptarle cualquier tipo de ayuda económica. Ella podía con todo sola, maldita sea, aún cuando no pudiera del todo.

...

Eran las tres y cuarto cuando la gente comenzó a llegar. No había invitado a muchos: algunos compañeritos de kinder de su hija, con sus familias, uno o dos compañeros de trabajo que tenían niños, y otro compañero de trabajo cuyo niño apenas estaba en camino pero cuya hija cumplía años y pobre de él que no se presentara... Y el nuevo amiguito de Sophie con su ya muy conocido padre, y posiblemente su desconocida esposa.

Y justo en ese momento vio entrar a John, con una gran bolsa de regalo multicolor con globos, y, al pié de la calle, aún dentro del auto, a la estúpida de Elisa y su panza que de seguro ya estaba por reventar de un momento a otro. La miraba fijamente, y en cuanto se percató de que la había visto, hundió el pié en el acelerador y se perdió de inmediato.

Vio a Sophie y Leo saludarlo efusivamente y a Bob mirarlo con los ojos entornados desde el otro lado de la parrilla. Olga le volteó la cara cuando intentó saludarla y Miriam le peló los dientes a medio camino entre una sonrisa y un gruñido.

Se acercó a ella un tanto nervioso, especialmente porque el gran Bob estaba junto a ella, y apenas iba a abrir la boca cuando Sophie, que en ese momento destruía el envoltorio de su regalo, soltó un chillido emocionado y mostró a su madre una gigantesca dotación de legos.

—¿Crees que pueda jugar con ellos con mi hermanito, cuando nazca? —Soltó con ojos brillantes y a él se le fue el color de la cara.

—Ehhh... bueno... —balbuceó el hombre, sin despegar del todo la mirada de Bob.

—Los bebés no pueden jugar con legos, cariño -soltó rápidamente Olga, tomando del hombro a la niña y alejándola discreta pero rápidamente de ahí —. Se los pueden tragar, ya habíamos hablado de eso...

Vio a Sophie asentir solemnemente mirando a su tía mientras se acercaban a uno de sus compañeritos, que le traía su respectivo regalo.

—Hablando de eso —retomó Helga, luego de ver la ligera expresión de alivio que comenzaba a formarse en el rostro de su antiguo esposo —¿Por qué no vino Elisa? Que yo recuerde, Sophie la había invitado también;De hecho, parecía querer entrar, cuando miraba hacia acá, desde el auto.

Miró con regocijo cómo la efímera paz abandonaba a gran velocidad la cara del hombre, y aunque parecía no querer responder, de pronto pareció recobrar energías.

—Eso no sería prudente, Helga. Y lo sabes —aseveró en tono lúgubre, mirándola con una expresión extraña.

—Así que al fin aprendieron de prudencia —soltó, levantando una ceja —. Bien por ustedes.

Otro exaltado chillido de la niña los hizo voltear a todos hacia la entrada del patio, donde se desarrollaba la fiesta, y vio entrar un enorme pastel rosa decorado con todas las cosas de niñas que pudiera imaginarse, y vio al pastelero entregarle un paquetito a Sophie.

—Creí que sería la mejor solución —Le dijo sonriente mientras se secaba el sudor luego de poner el enorme pastel sobre la mesa que estaba a un lado de la piscina, a la vez que la nena le mostraba, una a una, a todas las princesas impresas individualmente y con un palito por detrás para ponerlas sobre el pastel. Incluso venía Mulan, con su traje de guerrera en vez del hermoso kimono en el que solían ponerla, y eso le gustó tanto a Helga como a su hija.

—Eres un genio, Hugo —Aseveró Helga, sonriente, mientras el robusto pero bien parecido hombre le regalaba una gran sonrisa.

—Favor que me hace, licenciada Pataki.

Había conocido a Hugo mientras era cliente de uno de sus socios, por un litigio de custodia un tanto enredado que al final habían ganado con una idea de último momento de Helga. Desde entonces se habían hecho buenos amigos, si bien sus asuntos nunca habían pasado del ámbito laboral, felizmente con Helga ahora como su cliente desde entonces, a quien siempre le hacía un buen descuento aunque no quisiera.

Comenzó a poner a las princesas sobre el pastel junto a Olga y su hija, y cuando se dirigió a la parte de atrás del pastel para asegurar a una huidiza cenicienta, vio al pequeño y hermoso Edward entrando mientras balanceaba un paquete envuelto en papel violeta con una gran cinta roja, y a su lado, a Arnold y a una hermosa mujer alta y morena que traía de la mano al niño.