Capítulo 5: Encuentros y más reencuentros

Sophie abandonó el pastel a la velocidad de la luz y corrió hacia el pequeño y desdentado Edward, luego la vio llamar con la mano a su primo Leo, que acudió de inmediato al llamado. Vio a Leo darle la mano solemnemente al nene, tal como lo hacía su padre, y los vio correr a los tres hacia algún lugar junto a los arbustos.

Notó que Olga, que primero veía con una orgullosa sonrisa maternal a su hijo saludando al niño nuevo, de repente se ponía pálida mientras sus labios ligeramente abiertos gritaban una silenciosa exclamación. Volteó a mirarla con los ojos como platos, mientras soltaba un apagado: "¿Es él?" Al que Helga asintió con lo labios apretados.

—Me lo encontré ayer en la escuela de Sophie cuando fui a recogerla, ella y su hijo se hicieron buenos amigos.

—Po... ¿Por qué no me lo dijiste? —Soltó, escandalizada, cuando al fin recuperó la voz del todo.

—No es la gran cosa —Soltó nada convincentemente la menor de las hermanas mientras se encogía de hombros, acomodando a una Jasmin que no necesitaba ningún arreglo.

—¡¿Que no es la gran...?¡ !Y viene haca acá!

—Él y su esposa —enfatizó Helga mientras le dirigía una muy significativa mirada. Olga captó la indirecta al momento y la miró luchar por poner una cara neutra.

Llegaron con ellas mucho más rápido de lo que a Helga le hubiera gustado, y lo miró sonreír de una manera que ya casi no recordaba... O sí recordaba, aunque se hubiera esforzado por olvidar.

—Hola, Helga —soltó ligeramente él; La aludida le tendió una mano, incómoda. Él se la estrechó por sobre el pastel, tratando de no derribar a las princesas precariamente sostenidas a este, y aunque fue un contacto corto e incómodo, Helga no pudo evitar sentir como si una corriente le hubiese recorrido el brazo —. Olga —continuó, ensanchando su sonrisa —. Cuánto tiempo sin verte; luces radiante.

—Los efectos de casarse con un millonario —interrumpió Helga, y vio a su hermana ponerse roja.

—No es millonario —soltó cándidamente -. Pero sí es un encanto, no lo voy a negar. Encantada de volver a verte, Arnold.

En cuanto el rubio soltó la mano de Olga, se dirigió hacia la deslumbrante mujer junto a él.

—Helga, Olga, ella es Lorna. Lorna, ellas son Olga y Helga.

Miró a Lorna pasar sus ojos negros de Olga a ella, y viceversa. No había ni rastro de mala vibra en su expresión o su mirada. Parecía solamente curiosa. ¿Acaso Arnold nunca le había hablado de ella?

—Mucho gusto a ambas —soltó esbozando una bella y cálida sonrisa —, y muchas gracias por invitarnos a su hermosa fiesta. Edward ha tenido un poco de problemas para adaptarse a la ciudad, pero desde que conoció a Sophie se le ve mucho más animado; no ha hablado de otra cosa más que de ella desde que la conoció.

Helga sonrió encantada, y miró a Olga a su lado hacer lo mismo.

—Gracias a ustedes por venir, su hijo también ha sido una magnífica influencia para mi Sophie.

Arnold entonces se excusó y dirigió a la mujer hacia donde estaban Miriam y Bob, y Olga le dirigió una mirada anonadada.

—¿Lo notaste? —inquirió.

—¿Qué?

—En ningún momento dijo que fuera su esposa.

—Ya basta, Olga —soltó, mientras volvía a las princesas que ya no necesitaban ayuda para mantenerse en pié. Mientras que, internamente, le daba la razón a Olga.

Vaya que lo había notado.

...

...

Eran las cinco ya. Las animadoras jugaban a las sillas musicales con los niños mientras que algunos adultos habían abierto un par de cervezas. Helga hablaba con uno de sus compañeros de trabajo sobre lo mucho que habían crecido sus respectivos hijos desde la última vez que los habían visto, mientras que Adam llegaba con un regalo exorbitantemente grande.

"Tarde, pero seguro". Había dicho Olga, que había estado junto a ella todo el tiempo, y había ido a recibir a su esposo. Helga sintió que debió haber ido con ella, pero le dolían un poco los pies de andar para arriba y para abajo todo el día. Igual Adam se acercó a Helga y le dio un beso en la mejilla, saludó solemnemente a un compañero de trabajo de Helga con quien platicaba en ese momento y luego fue a saludar a Sophie y a su hijo y entregarle el ostentoso regalo, que resultó ser una bicicleta rosa y brillante sin ensamblar, aún en su cartón, y supo que él y Bob pasarían el resto de la noche intentando descifrar cómo armarla.

Sonreía aún cuando miró que Arnold y Lorna se acercaban a ella, y ella luchó por mantener la sonrisa. Se la habían pasado ambos sentados en una mesa muy cerca de donde estaban los niños (ella estaba en el rincón más alejado, donde pudiera hablar lejos del bullicio y la música,) y por un momento se había olvidado de que estaban ahí.

Fue la morena quien habló mientras esbozaba una sonrisa de grandes y perfectos dientes blancos.

—Me temo que tendré qué retirarme ya. Tengo unos pendientes del trabajo, pero Arnold y Ed se quedarán aquí un rato más, si no es molestia —Helga le aseveró que no era ninguna molestia, y la otra continuó, aún sonriente —. Te agradezco muchísimo la invitación; espero que podamos vernos luego para tomar un café; tal vez podríamos hacer una cita de juegos para los niños.

—Eso sería genial -Respondió Helga, en parte genuinamente interesada en la idea (Sophie amaría eso), y en parte deseando que mejor la atropellara un autobús.

Se despidió de ella de beso en la mejilla, de Arnold solo de gesto y salió con paso ligero.

George, el compañero de trabajo de Helga, con el que había platicado de cosas de la oficina por unos veinte minutos, decidió que era hora de hacer lo mismo, y luego de recoger a su esposa e hijo, también se fue de allí.

Retiró la vista de la familia que le ondeaba la mano en señal de despedida, y al voltear de nuevo hacia la fiesta, vio que Arnold seguía parado junto a ella.

—¿Te molestaría si me siento un momento? —Preguntó, con las manos en los bolsillos de los jeans, mientras señalaba la silla vacía de Olga.

—Adelante —dijo ella, mientras clavaba la mirada en Sophie, que en ese momento corría junto a Ed, Leo y una amiguita llamada Cindy, a un lado de la alberca. Big Bob, muy cerca de los niños, no les quitaba la vista de encima. Siempre la había molestado por tener una piscina. Decía que el agua y los niños no se llevaban.

Lo curioso era que nunca se había quejado por la piscina de Olga, aún cuando era varias veces más grande. Aunque tal vez se debía a que Olga siempre tenía varios trabajadores vigilándolo todo... en fin.

— Ed está fascinado con tu niña —soltó el rubio cuando notó que al fin tenía la atención de ella. Helga se limitó a sonreír.

—Puedo decir lo mismo de mi hija con el tuyo —soltó, y entonces lamentó no haber aceptado la cerveza que le había ofrecido su padre hacía unos minutos. Comenzaba a sentir esa sensación en el estómago que siempre le había provocado Arnold...

Rayos.