Sophie: Hija de Helga

Cindy: Amiguita de Sophie

John: Ex esposo de Helga

Leonard/Leo: Hijo de Olga

Adam: Esposo de Olga

Edward/Ed: Hijo de Arnold

Lorna: Esposa de Arnold


Capítulo 7: También por ti

—¿Y ella qué opina de esto?

Arnold no respondió, de pronto parecieron acabársele las palabras, y Helga lo agradeció.

¿Qué más le daba si Arnold volvía con su esposa? ¿Qué más le daba si se quedaban a vivir en esa ciudad, y Sophie seguía siendo amiga de su hijo? ¿Qué más le daba si seguía topándoselos en las juntas escolares y en las "citas de juegos"? ¿Qué mas le daba si se los topaba en la plaza, felices, con más hijos, y ella se pasaba las manos por el pelo tratando de arreglarlo un poco, preguntándose si habría alguna manera de hacer que no vieran sus ojeras de los días sin dormir por estar trabajando para pagar todas las cuentas y a la vez mantener su cuota de buenas acciones con el mundo? ¿Mientras a ellos sus hijos los adoraban y Sophie la resentía cada vez más por no pasar el suficiente tiempo con ella, a la vez que hacía lazos más fuertes con la descarada que se había quedado con su marido? ¿Mientras tenía qué ver a la mujer que se había quedado con el amor de su vida disfrutando de las cosas que él nunca había hecho por ella?

Sí. ¿Por qué debía de importarle si se reconciliaban o no?

Volteó a mirarlo, y entonces notó, horrorizada, que la estaba mirando fijamente.

—Yo regresé por ti también, Helga.

—¿Q... Cómo...?

Helga deseó poder fingir demencia y salir corriendo de ahí. Sentía el estómago pegado en las costillas, lo sentía arderle como si se le hubiera llenado de ácido. El corazón se le estrellaba contra los tímpanos; la sangre se le había ido a los pies, pero a la vez se le agolpaba en la cara. Se sentía helada, y a la vez sentía que se incendiaba.

Arnold sonrió y, curiosamente, su sonrisa lo hizo lucir aún más triste. Entonces la rubia comprendió que él debía sentirse igual.

—No tenía planeado decírtelo —soltó —. Pensé que sería mejor dejar todo eso enterrado, tampoco quería hacerte sentir culpable... pero tampoco puedo permitir que pienses eso...

Helga se preguntaba qué demonios le iba a contestar cuando una pareja cargando un niño dormido se acercó para agradecerle y despedirse, luego otra, y otra.

Ella no entendía cómo demonios podía hablar tan bien, aún con ese nudo del tamaño del monte everest en la garganta. Incluso John se acercó a despedirse de una manera demasiado parca que se sintió más bien como una fuga. Ni siquiera se fijó en la cara que había hecho al ver a Arnold junto a ella, y ni siquiera le importó. El pasado le pesaba mucho más que el presente en ese momento, por más toneladas que le pesara este también.

—Tal vez debería irme también —soltó de pronto el rubio, cuando la décima familia se acercó a despedirse.

Helga suspiró deseando darle la razón y rogarle que se quedara por partes iguales. Ansiaba oír su versión de la historia, de la misma manera que le aterraba.

Volvieron a interrumpirla, esta vez la familia de Cindy acompañada de su hija que, una vez más, la sacó del problema al tiempo que la metía en otro.

—¿Puede quedarse Cindy a dormir? -inquirió la pequeña, que hasta entonces notó que venía acompañada de su primo Leo y el pequeño hijo de Arnold.

—Solo si quieres -dijo sonriente Bertha, la madre de la mejor amiga de su hija.

—Claro —respondió sonriendo también Helga.

—¿También puede quedarse Ed? Puede dormir en la cama de Leo, y yo duermo con Cindy.

Helga volteó a mirar a Arnold en automático, que a su vez la miró a ella con expresión igual de impactada.

—Yo... .volteó a ver a su hijo, y el niño, tomado de la mano de Sophie, asintió enérgicamente con una gran sonrisa.

—¿Por favor? —inquirió con su dulce vocecita chillona.

Arnold sonrió.

—Por mí no hay ningún problema, pero no sé qué opine tu mamá... o las mamás de Cindy y Sophie, ¿No deberíamos preguntarles a ellas?

—¿Puedo quedarme, señora mamá de Sophie, señora mamá de Cindy?

Bertha se encogió de hombros y volteó a mirar a Helga.

—Por nosotros no hay ningún problema —dijo —¿Verdad, Alan?

El segundo esposo de Bertha sonrió en señal afirmativa. Helga miró al pequeño Ed y le sonrió.

—Creo que solo necesitamos la respuesta de tu mamá.

Todos voltearon a ver a Arnold, él sacó el celular y se excusó. Bertha y Alan se despidieron tanto de su hija como de Helga y se fueron, y Arnold volvió en poco más de un minuto y les informó que Ed podía quedarse esa noche.

Los cuatro niños vitorearon y salieron corriendo hacia la casa, donde Bob y Miriam ya habían entrado.

Olga y su esposo habían entrado a la piscina y el resto de la gente se había ido.

Arnold carraspeó un poco incómodo, la miró y sonrió.

—Tal vez ya va siendo hora de que me vaya —dijo.

—Sí —Asintió ella —. Ve con tu esposa. A eso viniste, de todos modos, ¿eh?

Ninguno dijo nada por un par de minutos. Arnold sonrió.

—Me iría al hotel —Dijo —, iba a ir con ella solo a llevarle a Ed, y luego me iba a ir a mi lugar.

Helga clavó la vista en su hermana y su fabuloso esposo, que en ese momento se besuqueaban entre el agua. Se preguntó si tendrían alguna idea de lo inoportunos que estaban siendo, aunque también consideró que podía ser una forma de Olga de mantener a su parlanchín esposo alejado del interesante extraño que hablaba con su cuñada.

Incluso Bob y Miriam se habían ido a la casa y veían la tele en la sala en ese momento. Podía verlo desde los amplios ventanales que comunicaban con el patio. Los niños comían la carne sobrante de la fiesta en la cocina.

Todos al parecer intentaban darles un momento a solas, y se sintió agradecida y fastidiada a partes iguales.

Bueno; todos menos los niños, esos solo tenían hambre.

Sonrió sin proponérselo y de repente se sintió un poco más ligera.

—Entonces supongo que puedes quedarte un rato más —Se encogió de hombros —. Seguro que todos aquí se mueren por saber qué ha sido de tu vida... qué cosas asombrosas has hecho, y cuánto tiempo falta para tu canonización.

Arnold sonrió.

—Creo que mis días de santo terminaron, Helga. Le he dedicado más de diez años de mi vida a eso... seguro que puedo hacer cosas también desde aquí...

Se encogió de hombros mientras metía las manos en los bolsillos de sus jeans. Suspiró y clavó la vista en los niños que, a lo lejos, devoraban la carne y las salchichas asadas seguramente ya frías, con las manos. Lucían como pequeñas hienas.

—No es tan malo —soltó Helga con un suspiro —. Tal vez ya no lo recuerdes, pero hubo un tiempo en el que disfrutabas bastante de la civilización; Lo sé, yo estuve ahí.

Arnld sonrió.

—Sé que estuviste ahí; es una de las cosas que más claramente recuerdo de mi pasado civilizado.

El nudo en la garganta de Helga, que había cedido un poco, se apretó aún más. Sin saber muy bien qué hacer, volvió a sentarse en la silla sobre la que había estado gran parte de esa tarde que comenzaba a volverse noche.

Arnold miró el pastel a un lado de la piscina, reducido a una quinta parte de lo que había sido usualmente.

—¿Podría tomar un poco de ese pastel de princesas? —inquirió —Creo que yo también tengo hambre.

—Te acompaño —Soltó Helga poniéndose de pie.

y mientras tomaba un pedazo de pastel, el bueno de su cuñado se acercó a la orilla de la piscina para presentarse con Arnold, y una vez que este se hubiera presentado, decirle que había escuchado hablar mucho de él y que estaría encantado de ofrecerle un buen trabajo dentro de sus empresas si decidía quedarse a vivir en la cuidad, o en alguna de las ciudades en las que tenían negocios, que era en casi todo el país.

Arnold le agradecía a Adam mientras Olga se encogía de hombros, al tiempo que sus ojos le decían, resignados: "lo intenté".