Capítulo 9: Recuerdos... oh, los recuerdos.
La pantalla de su celular se encendió, y vio que Olga le había escrito algo. Se preguntó si sería grosero atender el teléfono estando con Arnold, pero dado que este no parecía querer hablar, echó un vistazo rápido.
"Helga, ¿podemos quedarnos?'" decía el mensaje "Hemos bebido demasiado para manejar, y no quiero llamar a un taxi. Nos quedaremos en la sala."
"Por supuesto que no. —Respondió inmediatamente — Bueno, por supuesto que pueden quedarse, me refiero a que no se duerman en la sala. Duerman en mi recámara. Yo me dormiré en el sillón. Y sin peros, por favor. Estoy demasiado ocupada para discutir por tonterías."
Obtuvo un "Ok" de respuesta y Helga puso el teléfono a un lado, y miró a Arnold.
Este veía al cielo, y su perfil estaba recortado por un entramado claroscuro que provocaban la sombra de ella y de las plantas, la luz del foco a un metro de ellos, y las luces verdeazuladas de la piscina.
Se preguntó si sería eso lo que vería antes de morir.
La antesala del cielo, pues.
...
Sí, como si fuera a irse al cielo.
...
"Maldita sea, enfócate" Se reprimió a sí misma, pero demonios. Ese hombre era bellísimo.
Arnold al fin volteó a verla, y le sonrió.
—Siempre pensé que era el recuerdo lo que me hacía magnificar las cosas, pero estaba equivocado.
—¿Eh?
La miraba de una manera que también ella había llegado a creer que había sido magnificada por el recuerdo. Esa mirada que solía dirigirle cuando se quedaban solos en aquella chosita que debía haber sido uno de sus más atesorados recuerdos, pero que no había podido conseguir... Nada de eso había podido ser atesorado, por supuesto, solo él, y nada más que él.
—Eres tan, pero TAN hermosa.
También pensó que era una exageración el recuerdo de lo que esas palabras siempre le habían provocado.
Bien. Casi estalló en llamas. La hora de sonrojarse no había terminado, obviamente.
—Arnold... —¿Qué se suponía que respondiera a eso? ¿Qué se suponía que le respondiera bajo esas circunstancias? —No sé si deberías decir eso...
"Claro, idiota. Recuérdale que está casado..."
El rubio volvió a sonreír, pero un poco dolido esta vez.
—Lo siento, no pretendía faltarte al respeto...
—Sabes que no lo digo por eso —puntualizó Helga.
Y él clavó la penetrante pero gentil mirada en ella.
—¿Le falto al respeto a mi esposa, entonces? —Inquirió.
Helga ya no supo qué decir, así que se limitó a encogerse de hombros.
—Ya casi, casi no lo es —Soltó él, mientras, con la mano derecha, marcaba una separación muy pequeña entre las yemas de su pulgar e índice, frente a sus ojos entornados —. Estoy a una firma de ser un hombre libre, Helga.
—¿Y eso es lo que quieres, ser un hombre libre? —Le preguntó, sardónica.
Arnold resopló mientras sonreía, por su parte, irónico.
—No lo sé —Se encogió de hombros también —. Quiero a Lorna; Ha sido mi esposa por seis años, Helga. Seis años maravillosos... O al menos yo pensé que habían sido maravillosos. Pero parece que para Lorna fueron seis años de opiniones ignoradas y abusos.
—¿Abusos? —La rubia frunció el entrecejo. ¿Abusos? ¿Arnold? Esas dos palabras no podían ir en la misma oración; Simplemente no combinaban.
—Lorna cree que abusamos de Edward obligándolo a vivir como vivíamos. Pero Helga, te juro que Ed era el niño más feliz cuando estábamos allá... Tenía cientos de amigos y se la pasaba todo el día corriendo y explorando; estaba aprendiendo varias lenguas nativas, siempre estaba sano... No soy un mal padre, Helga. No lo soy —Enfatizó con el entrecejo fruncido y mirada adolorida.
—Nunca dije que lo fueras —Helga intentó darle otro trago a su vaso, pero ya estaba vacío. Demonios.
—Creo que esa será mi maldición: Sin importar cuánto lo intente, nunca será suficiente —Soltó amargamente, mirándola como si ella pudiese hacer algo al respecto.
Por toda respuesta, ella resopló profundamente.
—Creo que esa es la maldición de todos los adultos, Arnold —Tomó una cajita de jugo del suelo, de esas que le habían servido a los niños, y le dio un trago. Estaba muriéndose de la sed y de las ganas de ir al baño, pero temía que si se levantaba, Arnold notaría lo tarde que era y se iría... y no quería que se fuera.
—Lorna no quiere volver conmigo, Helga —aseveró con los ojos entornados —. Dice que soy un hombre demasiado bueno, y que ya está harta de eso.
La rubia desvió la mirada, sin saber qué decir. Prácticamente había sido eso lo que los había separado a ellos también.
—Dice que si me acepta estaré aquí con ellos, pero que seré infeliz. ¿Te recuerda eso a alguien, Helga?
La aludida no se dio cuenta ni en qué momento se había puesto de pie, pero supo exactamente qué decir:
—Necesito ir al baño con urgencia, Arnold.
Arnold la miró anonadado por un par de segundos, y luego soltó una carcajada que temió que hubiera despertado a todos dentro de la casa... Eso si estaban dormidos, para empezar.
—La verdad es que yo también necesito ir al baño, y con urgencia.
Helga le señaló la puertita que tenían a un lado, de el baño pegado a la barda, para los que usaran la piscina, y ella corrió al de invitados, de adentro.
Se sentía como nueva una vez que salió. La casa parecía vacía vista desde esa perspectiva. Había trastes sucios sobre la barra de la cocina y unas bolsas medio llenas de trozos de carne a medio comer. Tomó uno y le dio una mordida. Estaba frío y salado, pero igual sabía bien. Los ronquidos del gran Bob resonaban quedamente desde la recámara de invitados, al fondo. Decidió echar un vistazo a la recámara de en medio, la de Sophie, y vio las dos camas llenas y dos bultos en el suelo.
La recámara de Sophie tenía dos camas porque era muy común que Leo se quedara a dormir en la casa, y como su madre generalmente se quedaba en la alcoba de invitados (a no ser que viniera con Adam, en cuyo caso siempre rentaban un cuarto de hotel), Sophie siempre había exigido que el niño se quedara con ella. En un principio Leo dormía en una bolsa para dormir, pero al final Helga le había comprado la otra cama para que estuviera más cómodo. Pues bien, Sophie dormía en su cama, Cindy en la cama de Leo (ahí solía dormir cuando hacían pillamadas). Y Leo había vuelto a su bolsa de dormir... Aunque, mirándolo bien, era el niño de Arnold el que dormía en la bolsa, y Leo se había improvisado un colchón con un montón de cobertores doblados.
Sonrió. Leonard era todo un caballerito, y de seguro no había querido que los invitados se incomodaran, así que le había cedido su cama a Cindy y su bolsa de dormir a Edward; Era incríble cómo se las había arreglado Olga para criar a un niño tan centrado y tan humilde aún entre todos los lujos en los que vivían.
Escuchó unas pisadas en la entrada del patio y vio a Arnold al pie de la entrada, con las manos en las bolsas de los jeans, mirándola. Helga le hizo una seña de que se acercara y el rubio se posó junto a ella, y de inmediato una dulce sonrisa le inundó el rostro.
—Seguro que extrañaba esto —Dijo —. Allá se la pasaba siempre con otros niños.
—Pues tendrás qué darle varios hermanitos —Le sonrió, y Arnold le regresó la sonrisa... una sonrisa...
—Con tu esposa, quiero decir —apretó los párpados y los labios, y lo escuchó reír quedamente.
—Ya que tenga una —Escuchó sus pasos alejarse y abrió los ojos, se dirigía a la barra de la cocina —¿Puedo? —. Preguntó, señalando a la carne sobre las bolsas rotas.
—Si no te importa comer las sobras babeadas de los niños, adelante.
Obviamente no le importaba. Tomó un trozo especialmente grande y le hincó el diente. Helga le sirvió un vaso de agua.
—Gracias —dijo, y casi se lo acabó de un trago.
Era la una de la madrugada. Helga se sorprendió: hubiera jurado que era más tarde.
Lo miró comer; Ambos parados frente a la barra. Aún no había perdido esa costumbre adquirida de sus días de labor física entre la naturaleza, donde tenías qué comer lo más rápido que podías y casi siempre parado, pues había qué volver a las labores lo más rápido posible y despejar el lugar para los que seguían. Siempre le había gustado verlo comer de esa manera salvaje, aunque en este momento no sudaba ni estaba sucio... De hecho, era raro para ella verlo tan limpio y bien peinado... Aunque nunca lo había visto tan varonil... Resultado de los años que tenía de más encima, obviamente. Se preguntó cómo se vería comiendo así de salvaje en medio de la jungla ahora, y por un momento pensó que no sería tan mala idea, si no quería ya Lorna, de acompañarlo ella.
—Esto está delicioso —Le dijo, y le pasó un pedazo de carne. Helga se la llevó a la boca mientras sonreía —. Él la miró por un momento con una apacible expresión en el rostro, y luego levantó las cejas mientras regresaba la carne que tenía en la mano al cada vez más exiguo montón —¡Lo siento, Helga! . Exclamó, mientras abría muy grandes los ojos —, estoy aquí, quitándote el tiempo, y tal vez tengas qué levantarte temprano mañana.
—No tengo nada qué hacer mañana —declaró Helga mientras tomaba la carne que acababa de soltar y se la regresaba.
Arnold la sostuvo entre los dientes pero cerró la bolsa con lo poco que quedaba y la metió en el refrigerador.
—¿Entonces no te molesta si me quedo otro rato? —Inquirió.
Helga negó mientras sonreía.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras —Dijo —. De hecho, te ofrecería la recámara de huéspedes para que te quedaras a dormir, pero ya está tomada. Igual mis padres se van el lunes, y puedes quedarte en ella en lo que tu esposa te toma de vuelta, y sirve que no pagas hotel.
Arnold la miró un poco sorprendido. Incluso Helga se sorprendía de lo que acababa de decirle. Pero ahora que lo pensaba, tenía lógica, ¿no?
—Incluso puedes quedarte mañana en la recámara de Sophie —Continuó. Ya había empezado a decir disparates, qué más daba si continuaba un poco más.
—¿No crees que sería un poco raro? —Inquirió el rubio —¿Qué crees que diría tu esposo?
—Ex esposo —Lo corrigió inmediatamente la rubia con el ceño muy fruncido, y con la voz un poco más alta de lo que le hubiese gustado —. Y no hay cosa que pueda importarme menos en este mundo que lo que opine ese tarado imbécil.
El semblante de Arnold se puso serio, para luego dar lugar a una conmovida sonrisa.
—Aún te duele, ¿verdad? —Preguntó suavemente, mientras posaba su mano izquierda sobre la derecha de ella, sobre la barra. Y Helga, sin saber por qué, la retiró.
—No hace ni medio año que éramos una pareja normal, Arnold. Éramos una familia completamente funcional. Estábamos a punto de pagar la maldita casa, y yo comenzaba a pensar... —Se detuvo de golpe. Un nudo muy fuerte se había cerrado en su garganta, y se dio la media vuelta para que Arnold no la viera llorar, en caso de que las emociones le ganaran.
—¿Qué cosa, Helga? —Inquirió suavemente él, mientras posaba su varonil mano sobre el hombro de ella.
La rubia se encogió de hombros, luego suspiró.
—Pensaba que tal vez ya era hora de darle a Sophie un hermanito —Una amarga sonrisa surcó su rostro —. Quién diría que no tenía qué preocuparme por eso; su padre ya se había encargado del asunto.
No había habido lágrimas. Menos mal.
La repentina voz de Arnold la estremeció un poco.
—Definitivamente ese tarado imbécil no te merece, Helga. —No veía su cara, pero supo que estaba sonriendo, y ella lo imitó.
—Lo sé.
Sintió la mano de él tomándola por el brazo y dándole la vuelta para quedar cara a cara. Seguía siendo un par de centímetros más alta que él, pero ni se notaba. Sus rostros se acercaron sin que se diera cuenta del todo y de pronto sintió cosquillas sobre el labio inferior, ahí donde le pegaba la profunda respiración de él. Estuvo a punto de cerrar los ojos, pero un ligero y repentino ataque de pánico la hizo retirar su cabeza hacia atrás. Los ojos de Arnold, ya cerrados, volvieron a abrirse y la miraron confusos. La tenía tomada de los antebrazos y la había acercado tanto que su pecho casi tocaba el de él. Lo miró abrir la boca para preguntar algo, y ella lo calló con sus labios. Pasó sus brazos sobre su torso al tiempo que él la envolvía a la altura de los hombros.
...
No podía creer lo bien que se sentía. Parecía que tenía catorce de nuevo, u once, o nueve... o Veinte.
Maldita sea. Era real; el recuerdo era real. Todas las sensaciones volvían con la misma intensidad que sus recuerdos, si no es que más...
Se separaron al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo.
—Creo que es hora de irme, Helga. Mañana paso por Edward.
Helga asintió, sin aliento, y el rubio salió por la puerta del patio como una exhalación.
