Capítulo 10: Medianoche

Helga miraba el blanco techo sobre su cabeza, casi sin parpadear.

Había encendido el abanico de techo, y este llenaba el ambiente de un ligero chirrido. uno que no había notado hasta ahora, ya que siempre había habido algún ruido que lo ocultara.

En este momento no había ninguno. Los autos habían dejado de pasar por la calle; el grillo había dejado de cantar...

Incluso el gran Bob había dejado de roncar.

Tenía una sábana cubriéndola desde las rodillas hasta la barbilla. y un cojín del mismo sillón bajo la cabeza.

"Nunca había dormido aquí" Pensó. "Tampoco John. Se supone que aquí duermen los esposos cuando la mujer se enoja con ellos, o en la tina del baño. Yo nunca mandé a dormir a John a ningún lado que no fuera el mío. Dormimos juntos cada maldito día de nuestro matrimonio; al menos, los que pasamos bajo el mismo techo.

Y luego lo corrí. Ese mismo día, en cuanto me enteré; no lo dejé explicarme nada. Le pregunté si el hijo de Elisa era suyo, y me dijo que sí, y le dije que él ya sabía lo que seguía. Así que asintió y se fue. Ni siquiera hizo una maleta. Yo tomé todas sus cosas y se las envié a la casa de Elisa... Y él se fue a vivir con ella...

No le pedí explicaciones, ni él me las ofreció... ¿Para qué? Si de todas maneras yo no las hubiera escuchado..."

Cerró los ojos, pero de pronto sintió la respiración de Arnold sobre su labio superior y los abrió entonces, aterrada.

"A él tampoco lo dejé hablar." Pensó. "Le dije que ya no podía con eso, y que lo mejor era terminar. Y él dijo que volvería conmigo, que se quedaría conmigo, y yo le dije que no; que debía quedarse ahí porque ahí era donde debía estar. Porque no volvería a ser feliz en la ciudad, porque era miserable junto a mi donde yo era feliz, y que yo detestaba lo que lo hacía feliz a él. Que no había manera de solucionar las cosas. Porque nuestro hogar había dejado de ser el suyo, y que ahora era ahí... en ese lugar que tanto odié, y al que no pude adaptarme por más que lo intenté".

"Él brillaba cuando ayudaba a los demás." Recordó. "Su rostro se iluminaba cada vez que veía que la gente sonreía porque al fin tenían agua, o una escuela, y yo solo podía pensar en los mosquitos que jamás se iban, o en cómo la playera se me pegaba de sudor; cómo el polvo me provocaba dolor de cabeza y cómo a veces me sangraba la nariz... Me preguntaba qué enfermedad mortal para la que no estaba vacunada se me pegaría en la próxima ida al rudimentario mercado, o si al fin un león me saltaría encima y no dejaría más que mis huesos".

"Odiaba todo eso, y ya al último, ni siquiera su felicidad fue suficiente... Por más que lo intenté".

"Su lugar ya no era conmigo. Porque su corazón ahora estaba ahora allí, fusionado con la jungla. No lo dejé decir lo contrario, y él tampoco pareció tener mucho qué decir. Me fui a la casa de una chica del grupo por unos días, en lo que conseguía un avión para regresar, y él se quedaba afuera de la choza, mirándola, pero nunca entró. Al final fui a verlo y le dije que volvería a mi hogar, y entonces le deseé, desde el fondo de mi corazón, la mejor de las suertes... Y él lloró. Creo que quería que le pidiera que viniera conmigo, pero sabía que las cosas debían ser así; lo sé. Por eso se quedó allá. Lo quise abrazar, pero no lo hice. Quise llorar, pero tampoco lo hice. Di la vuelta y no volví a ver jamás hacia atrás, por mucho que eso me destrozara el alma"

"Era lo mejor para ambos..."

"Y lo mejor nos hizo tan miserables..."

...

"Lo hice tan infeliz, a pesar de que solo pensaba en su felicidad..."

...

"¿O lo hice solo por mi felicidad?

"Por eso tomo todos los casos que nadie más quiere." Reconoció. "No porque sea buena persona. No porque quiera ayudar a la gente; no porque haya aprendido la felicidad de hacer lo correcto de él... es porque se lo debo a Arnold; porque no pude ser buena como él; porque no pude encontrarle el amor a hacer el bien, aún cuando me costó... Aún cuando me costó perderlo a él".

Aún recordaba cuando Arnold se lo había planteado, la primera vez. El ir a ayudar a la gente de los países más necesitados. Quién sabe de dónde habría sacado la idea. Nunca se lo preguntó.

—Es increíble —Le había dicho con los ojos enormes, brillantes —. No pagaríamos nada, Helga. Y podríamos ayudar a tanta gente..."

—Y podríamos conocer otro continente —Había agregado ella, sonriendo —. Y nos podría servir incluso para la universidad, cuando volvamos.

Arnold había asentido, eufórico, y se habían abrazado. Su padre se había puesto furioso; le había dicho que era una idea estúpida, y ella se había reído en su cara. Quién diría que, al menos para ella, iba a terminar teniendo razón. Se habían subido al avión al día siguiente, y los habían recibido como celebridades luego del largo vuelo... Habían hecho el amor como nunca en aquélla chosita que les habían asignado, y esa noche había conocido lo que eran los mosquitos y el calor de verdad... Había despertado horrorizada al día siguiente, pero había pensado que algo podrían hacer al respecto, y que si no, igual se acostumbraría... Y si no se acostumbraba... Bueno, tampoco sería para toda la vida, ¿verdad?

—Ya no quiero irme —Le había dicho él la noche siguiente —. Encontré mi objetivo en la vida, Helga. Al fin sé a qué vine a este mundo —. La había besado, le había quitado la ropa, y ella se había convencido a sí misma que ya se le pasaría, que eso no podía ser más que una etapa; la euforia de lo nuevo.

Habían acabado el tiempo, y se habían quedado un poco más, porque Arnold se lo había pedido y porque no había habido manera que ella le dijera que no si eso lo hacía feliz. Luego habían vuelto a la civilización, al pequeño y desvencijado departamento que compartían mientras estudiaban la universidad. Ella, derecho, y él, antropología.

Él le había contado a todo el mundo lo increíble que había sido todo, y ella solo podía recordar los mosquitos, el polvo y el calor.

...Y el miedo constante: A las enfermedades, al entorno y a que Arnold no quisiera salir de ahí.

Habían vuelto las siguientes vacaciones; ella solo para no separarse de él, y él le había preguntado qué opinaba de que se quedaran ahí para siempre. Como Rod y Hellen, -"Rod y Hellen", ¿por qué aún recordaba sus nombres?- que ya tenían treinta años viajando de aquí para allá, recorriendo el mundo y ayudando a quienes más lo necesitaban.

Rod y Hellen podían filmar varias películas con sus experiencias; tenían ganado ya el cielo por varias vidas. Sus nombres eran conocidos allá donde pisaran y solo conocían el amor allá donde hubiesen ido.

Para Arnold ese era el máximo logro en la vida; el pináculo de la razón de la existencia.

...

Y para ella no había peor idea del infierno que esa.

Ella le había expresado su opinión. Le había dicho que se olvidara de ella si ese era su plan de vida; que ella no había nacido para andar en esos trotes y que prefería morirse. Tenía los hombros despellejados por el sol, al igual que la nariz y los pómulos. No importaba cuánto protector solar utilizara, nunca era suficiente, y encontrar más siempre era una tortura. Había desarrollado una especie de alergia al polvo, y a veces no podía pararse de los dolores de cabeza, pero igual tenía qué hacerlo porque el calor que hacía allí era infernal... Y ni siquiera ver la felicidad de la gente, por más grande y pura que fuera, la hacía sentirse mejor. Cada vez odiaba más a todo, y a todos. Se sentía miserable porque no podía sentirse bien, y le había dicho a Arnold que ya no lo soportaba más, y que se iba. Él se había regresado con ella, y nadie les había reprochado nada, aún cuando no había terminado el periodo que habían acordado, aún cuando ya habían hecho los gastos.

Todos eran demasiado buenos para eso, y ella los había odiado aún más, porque la habían hecho odiarse aún más a ella misma.

Y Arnold había sido tan infeliz en la civilización como ella en la jungla.

Así que volvieron a la jungla. "Solo por un corto periodo de tiempo" le había prometido él de nuevo, pero había intentado por todos los medios que le gustara, porque por más que lo intentara, no podía dejarlo.

Podía verlo en cada poro de su piel; en cada célula de su cuerpo... él pertenecía allí, y estaba sufriendo porque no podía hacerla a ella que lo compartiera.

Estaba sufriendo demasiado al verla sufrir a ella, pero sufría aún más con la idea de tener qué dejarlo todo.

...

Por eso ella había decidido que era momento de separarse. Porque eso ya estaba rayando en el masoquismo, de parte de ambos. Alguien debía tomar el toro por los cuernos, y no parecía que él estuviera dispuesto a hacerlo.

Porque ya ambos lo habían intentado, y ninguno lo había logrado.

Porque él era un ángel, y ella no había soportado el infierno a pesar de ser un demonio.

"Tal vez pueda con esto por ti, Arnold, pero no voy a condenar a mis hijos a esto". Se lo había insinuado antes: lo peligroso que era para los niños pequeños vivir así, lo mucho que quería llevarlos a buenas escuelas... y lo mucho que ella EN VERDAD no quería criarlos allí... y no iba a hacerlo, así significara tener qué tenerlos con alguien más. No le quedó más remedio que decírselo.

Y Arnold no le dijo nada. Se quedó callado por horas. Podía ver el suplicio al que lo estaba condenando, porque la amaba, pero también amaba estar ahí... Amaba aún más estar allí; era por eso que no le respondía nada.

Por eso había decidido irse al final.

...

Ahora trabajaba mucho y ganaba poco para compensar un poco el haberlo dejado ir, y a él se le había vuelto a caer todo porque ni su pareja perfecta había sido capaz de soportar su bondad...

Y ahora ahí estaban, al pie del derrumbe de sus vidas separadas... juntos.

...

Juntos como nunca debió ser, y como nunca sería.

...

"Pronto volverá con su esposa, Helga. Por su familia. Lo que pasó hace rato no significó nada; Solo brazas moribundas en la parrilla del gran Bob. Fueron capaces de asar a un buey en su momento, pero ahora apenas si pueden echar algo de humo..."

"Podrían volver a hacerlo, si alguien las alimentara un poco." Se respondió a sí misma. "Déjate de brazas, Helga idiota. Aún tienes un incendio en tu propia casa, y él tiene uno aún peor en a suya. Se sintió bien, lo sé. Tómalo como una tregua minúscula en tu vida de mierda, y sigue adelante aún cuando todo te jale hacia el suelo".

...

—¿Qué haces allí, mamá?

Casi pegó un brinco, no muy segura de si había estado dormida o no.

—Intentando dormir, cariño —Le respondió Helga a la despeinada y pequeña silueta que veía recortada contra la luz del foco del baño.

—¿Se quedaron mis tíos a dormir aquí? —Inquirió, con la voz cada vez menos adormilada.

—Así es.

La vio trotar alegremente hacia su improvisado lecho, y se encaramó junto a ella mientras se metía bajo la sábana y la abrazaba.

—Edward no conoce los parques de atracciones, mamá, y el tío Adam dijo que podemos llevarlo a uno mañana, si sus papás están de acuerdo.

—¿En serio? —Le preguntó Helga, no muy segura si quería pasar el día siguiente (¿o era ya ese día?) con el hijo de Arnold.

—Edward dijo que le gustaría que también vinieran sus papás. ¿No sería eso grandioso, mami?

—No puedo imaginar nada mejor, cariño. —Se forzó a sonreír mientras le levantaba el despeinado flequillo y le estampaba un beso en la frente. Su hija le respondió con una risita.

—Creo que mi cumpleaños continuará incluso mañana, mamá. ¿Qué tan genial es eso?

—Demasiado —Respondió Helga, mientras atraía aún más su cuerpecito hacia ella. La niña volvió a sonreírle con todos los dientes y luego se bajó del sillón.

—Ahora debo volver, mami —Declaró con una solemnidad que sin duda había aprendido de su primo —. Es de mala educación dejar solos a mis invitados.

—Entonces ve, tesoro.

La pequeña le sonrió y emprendió la carrera hacia su cuarto, pero a medio camino se regresó y fue ahora ella quien le besó la frente.

—Eres la mejor mamá del mundo, Helga—Le dijo con un ceño fruncido demasiado familiar —. No lo olvides.

Y corrió de nuevo hacia su cuarto.

Era la primera vez que la llamaba por su nombre, y sin duda se lo había aprendido de ella al verla convivir con Bob y Miriam. Se hacía cada vez más aguda conforme más crecía, y eso la llenaba de orgullo.

"A pesar de todo, eres una buena madre, Helga. El éxito de un adulto se mide en cuán bien puede ocultarle su miseria a sus hijos, y al parecer, lo estás haciendo bien, aún con una hija tan observadora." Se felicitó a sí misma.

Sonrió divertida y, al fin, logró quedarse dormida sin importarle, por una vez, lo que pudiera suceder al día siguiente.

...

Hasta que un pensamiento que había andado vagando por allí, conscientemente ignorado, una vez suelto en el mar de la inconciencia, al fin encajó en su lugar.

"Yo sí volví por ti".

Volvió a abrir los ojos, y el techo blanco sobre su cabeza la recibió de nuevo.

El abanico seguía chirriando y comenzaba a clarear el alba.

Demonios.