Capítulo 13: Euforia

Era casi la una cuando los niños comenzaron a sentir hambre. O al menos cuando Sophie comenzó a sentir hambre y todos los demás la siguieron, incluso Olga.

Helga, que se moría por subirse a una montaña rusa de verdad y no había podido por pasársela en juegos para bebés todo el día, le preguntó a su hermana si podía hacerse cargo ella, a lo que la aludida respondió inmediatamente que sí. Lorna, que parecía haberse hecho la mejor amiga de Olga en el par de horas que llevaban ahí, la secundó inmediatamente, mientras Arnold los veía a todos con las manos metidas en los bolsillos un poco alejado del grupo.

—La verdad es que yo tampoco tengo hambre en este momento —Les dijo —. Además tengo siglos que no me subo en una de esas —. Agregó, apuntando con la cara a la más grande de todas.

Los niños soltaron diversas señales de asombro al mirar a cuál se refería.

—¡Yo también tengo siglos sin subirme en una de esas! —Exclamó una emocionada Sophie, y entonces Leo volteó a mirarla con una ceja levantada.

—Tú nunca te has subido en una de esas, Sophie.

Cindy soltó una carcajada muy exagerada al momento, mientras Ed se llevaba las manos a la boca en una risita silenciosa. Sophie, que había parecido lista para contraatacar, terminó por exhalar ruidosamente y luego sonreír.

—También tengo siglos sin comerme una hamburguesa —Soltó en su lugar.

—¡Acabas de comerte una hamburguesa esta mañana! —Contraatacó Leo con fingida exasperación mientras ponía sus manitas frente a su cara y levantaba mucho las cejas.

—¡No una con tocino!

—¡Da igual, era una hamburguesa, y tú dijiste que hacía siglos que no comías una hamburguesa! Además, ¿Cómo podrías tener siglos sin comer una hamburguesa si apenas tienes cinco años?

—¡Hey! ¡El tío Arnold también dijo que tenía siglos, y es de la misma edad de mi mamá, así que tampoco tiene siglos! Mamá, ¿verdad que tú no tienes siglos?

Olga comenzó a empujar a los pequeños por los hombros mientras miraba a su hermana con una expresión a medio camino entre la resignación, la diversión y el fastidio. Y cuando Lorna se dio la media vuelta y comenzó a seguirla también, su hermana le guiñó un ojo.

Helga, que había fruncido el ceño ante la última acción de su hermana, dio un respingo cuando escuchó a Arnold reír a su lado.

—Tu hija es todo un personaje —Soltó, aún riendo.

Helga se limitó a sonreír de lado.

—No me lo tomes a mal —Se apresuró a añadir —. Solo creo que es muy divertida, y también muy inteligente.

—Y muy imprudente y confianzuda —Agregó Helga junto con un suspiro.

—¿Lo dices porque me llamó "tío"? A mí no me molesta —. Agregó mientras se encogía de hombros. De hecho, me gusta. Así Sophie y Edward serían primos.

—Sí, justo lo que soñé: ser la tía de tus hijos.

Se detuvo en seco al darse cuenta de lo que acababa de decir, pero Arnold la tomó del brazo y la hizo que siguiera caminando.

—A veces tenemos qué actuar con lo que nos toca, Helga. A mí tampoco se me ocurrió fantasear nunca con ser el tío de los tuyos.

Helga lo miró durante un momento mientras, sin soltarla, la dirigía hacia la fila de la montaña rusa.

Tenía el entrecejo levemente fruncido y, en general, no se veía para nada contento o tranquilo, cosa rarísima en él... Pero él había elegido decir eso, no como a ella que se le había salido sin pensar.

"Yo también regresé por ti".

Ya no se atrevió a seguir mirándolo. Ya no tenía ganas de subirse a la montaña rusa. Ya no tenía ganas de nada.

Pero Arnold aún la dirigía a la enorme atracción sin soltarla del brazo, y ese acto cada vez comenzaba a parecerle menos amistoso y más... No sabría decirlo... ¿Forzado? ¿Molesto?

...

¿Furioso?

Llegaron a la fila y por fin la soltó. Lo miró morderse el interior del labio y quedarse mirando al enorme armatoste metálico sobre el que pasaban los carritos a toda velocidad.

Se podían escuchar claramente los gritos de la gente sobre esta. Arnold se había sumergido en un silencio sepulcral, y Helga de pronto había comenzado a sentirse muy incómoda.

—Creo que mejor me voy a ir a comer con los demás, Arnold. Me está comenzando a dar hambre.

—¿No te estará dando miedo, más bien? —Le preguntó él mientras obviamente se forzaba a sonreír. Por fin había volteado a mirarla de nuevo.

Helga se debatió por un momento entre ser honesta o seguirle la broma; Sí, tenía miedo en ese momento, pero de él. No sabía qué diablos le estaba pasando, o más bien, tenía una idea del por qué estaba molesto y... pues bien, era eso lo que le daba miedo.

No podía hacer eso; literalmente no podía; era un tema que le estresaba demasiado y... Bueno, no podía encarar eso en ese momento ni en ese lugar.

Intentó seguirle la broma, pero no se le ocurrió nada tampoco.

Al final simplemente se dio la media vuelta y le dijo: "En serio tengo hambre."

Pero esa mano; esa maldita mano había vuelto a ponerse sobre su brazo.

—Por favor, no te vayas... Podemos comer cuando nos bajemos, ¿verdad? Mira, ya falta poquito para que nos subamos.

De nuevo intentaba sonreírle. Al final se esforzó por devolverle la sonrisa; Seguro que le había salido tan artificial como a él.

Y el turno les llegó y se subieron muy cerca de la primera fila; adelante iban un par de chiquillos de unos catorce años que bromeaban sobre expulsar todos los hotdogs que se habían comido en la primera vuelta que diera esa cosa.

Arnold le sonrió, incómodo, y Helga frunció levemente la boca. El que se había vomitado era Leo, ¿por qué no se vomitaban sobre Olga, entonces? Oh, porque el universo la odiaba, por supuesto.

Los carritos comenzaron a avanzar sobre el estrecho carril y de pronto todas las preocupaciones de Helga quedaron evaporadas para transformarlo todo en una euforia que hacía mucho no sentía. No se dio cuenta en qué momento pasó, pero de pronto había una sonrisa enorme surcando su propio rostro, y al voltear a un lado, vio a Arnold con una igual de grande, y Helga sintió un tirón en el estómago que nada tenía qué ver con la increíble altura que estaban tomando en ese momento.

Cerró los ojos y gritó al sentir el jalón hacia abajo. A su alrededor la gente gritaba también. No supo si Arnold también lo había hecho, aunque le pareció que sí. Como quiera que fuera, no importaba.

No supo por qué, pero se la pasó con los ojos cerrados la mayor parte del trayecto. No quería ver a Arnold asustado, o emocionado, o lo que fuera. Por algún motivo, la hacía sentirse nerviosa; casi como si fuera algo íntimo... No que no hubiesen estado en situaciones infinitamente más intimas antes... Pero ese era el punto. De eso hacía ya una eternidad, una vida, casi. Mucho más de una vida para sus pequeños hijos.

Cuando al fin el armatoste se detuvo, abrió los ojos. Arnold la miraba aún con una enorme sonrisa en el rostro y Helga no pudo evitar que sus mejillas se pusieran tibias. Escondió el rostro lo mejor que pudo y se bajó de ahí, con Arnold pisándoles los talones.

—¿Quieres un hot dog? —Lo escuchó preguntarle, a sus espaldas.

Volteó, y él le señalaba un carrito que tenían a un lado. Helga frunció el ceño.

—¿No prefieres ir a comer con tu esposa y los niños, y Olga?

Arnold negó mientras se llevaba las manos a las bolsas de los vaqueros.

—En este momento, no —Dijo mientras sonreía con la mirada clavada en sus zapatos -. En este momento preferiría dar una vuelta por ahí contigo, si no es mucha molestia.

Helga se encogió de hombros sin responder nada, pero se dirigió al carrito de hot dogs, y el rubio la siguió al instante.

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Nuevo capi servido. Muchísimas gracias a The J.A.M. a. k. a. Numbu i y Guest por sus amables comentarios.

¡Nos leemos!