CAPÍTULO 1: VOLUNTAD

Han pasado varios años desde que las llamaradas solares provocaron un cambio climático sin precedentes. Cientos de millones de almas ahogadas en gritos de desesperación, llanto y muerte; desolación sin límites y un mundo prácticamente devastado. Los que antaño se autodeterminaban nuestros líderes se convirtieron en meras marionetas de las clases más adineradas o sucumbieron ante el poder de las grandes megacorporaciones que hacían de la mentira su forma de vida y de las falsas promesas de un "paraíso" en su modo de vida. Una locura, ¿a qué sí? Estas gentes trabajaron e invirtieron sus fortunas en su ocio personal, lujos, empresas, etc., y ahora son los titiriteros que dictan sentencias sobre quién merece o no vivir en su "Nuevo Orden".

Estas corporaciones solo traían miseria a la ya maltrecha humanidad. Las amenazas de extinción se hicieron latentes con los sucesos posteriores al cambio climático, y es que un virus letal amenazaba a los millones de habitantes que quedaban en pie, y en sociedad, y que sobrevivieron al primer "Armagedón".

Pero vayamos por partes, el acta de disolución de las Naciones Unidas se firmó varios meses después de las alteraciones de los ciclos solares; impulsada por Japón, Sudáfrica y los Estados Unidos de Nueva Inglaterra, provocando el segundo "Armagedón", y es que esto provocó que se pusiera fin a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, provocando que las injusticias, las acciones inmorales, el terror y el crimen se extendieran por La Tierra como la pólvora. Es heavy, ¿verdad? Pues esto es solo el principio porque, puestos a hablar de los DDHH, se puede reseñar que, en su ambición por generar un beneficio aún mayor en un mundo que se caía a pedazos, las corporaciones realizaban procesos experimentales con seres humanos, todo en nombre de la ciencia y el progreso, o, mejor dicho: su ciencia y su concepción de "progreso".

Pero eso jamás fue así. Todo se sustentaba en un falso ideario de libertad y de un mundo más próspero, sí, todo con el afán único de controlar y amansar a la población, pues, ¿quién se resistiría a una promesa de un "Edén" en un mundo en pedazos? Pues lo había, un año después de los eventos solares surgió un grupo de disidencia a las grandes corporaciones, un grupo de insurgentes contrarios a la mutación genética y que abanderaban el ideal de la libertad. Estos eventos se conocerían como "Faccionalismo", el proceso de división del mundo en varios bloques. C. R. U. E. L. se alzó en toda la zona nororiental de América del Norte, las Islas Británicas, Oceanía y varios reductos en el Sudeste Asiático, mientras que su contrapeso, la corporación Umbrella pugnó por Japón, Corea, el Sur de China, Sudáfrica y Europa.

Evidentemente ambas corporaciones tenían sus intereses, muchas veces contrapuestos, pero solían colaborar para evitar la disidencia. Con el paso del tiempo esa disidencia se organizó en "El Brazo Derecho", una organización de colaboración de los disidentes, y catalogada como terrorista por ambas corporaciones. Sin embargo, ambas corporaciones acabaron conspirando para derrocarse mutuamente y, como de costumbre, las consecuencias las acabaría pagando la gente inocente, pues se desató el tercer Armagedón, una pandemia global que tenía como objetivo acabar con la superpoblación del planeta. La enfermedad convertía a los portadores en una especie de "muertos vivientes", les privaba de toda concepción relativa a las emociones y se alojaba en el cerebro provocando un deterioro de las membranas cerebrales relativas a la conciencia y…

—Comandante EL.9.1.14 concéntrate en la misión —me replicó una voz robótica desde un altavoz—.

Yo volví de mis pensamientos con un sobresalto y suspiré:

—Cierto, la misión, la jodida misión, esos "pequeños e ínfimos trabajos de campo" a los cuales nos destina Umbrella, con bastante frecuencia, solamente para que les hagamos el trabajo duro y sus ejecutivos no tengan que mancharse las manos jamás —pensé en voz alta, como hablando conmigo mismo—.

Estábamos en una aeronave de la corporación, que tenía como destino infiltrarse en C. R. U. E. L. para monitorear sus objetivos y realizar algunas acciones de sabotaje y terrorismo, sí, algo rutinario para las unidades de élite de Umbrella. Mientras yo me imbuía en mis pensamientos lanzaba diversas miradas a mis compañeros, me fijaba en los distintivos de los trajes, los cuales eran de una aleación de fibra de carbono con una mezcla de aluminio y mercurio que los hacía muy resistentes y maleables, eran bastante cómodos para lo que aparentaban. Llevábamos también una espada en una funda colgada en la espalda, dos pistolas en las fundas laterales, cartuchos de munición y algunos explosivos, así como unos cascos con viseras de visión nocturna y un reloj comunicador, ahí era donde se nos comunicaba toda la información relativa a las misiones en curso.

—Comandante EL9.1.14, estamos aproximándonos al objetivo —me informó la misma voz robótica, esta vez por el comunicador.

—¡Bien compañeros! —exclamé mientras me incorporaba y me ponía unos guantes negros en las manos—, todos conocemos el plan y las órdenes —continué exponiendo en un tono altivo y de liderazgo—. Hagamos que los jefes vean que las unidades SENTINEL merecen cada maldito euro de su inversión —concluí.

El resto de mis compañeros me jalearon y alzaron su puño en alto en señal de unidad, confianza y preparación. Una calma tensa invadió el ambiente durante los pocos segundos que duró el trayecto, que estaba por finalizar, hasta que se rompió por culpa de la voz robótica, la cual nos dio la luz verde para proceder con la operación. La operación era sencilla, infiltrarse en la base de datos de CRUEL y conseguir los datos relacionados con la operación "Llamarada" y "Laberinto".

En mi cabeza solo se repetía una frase: "un buen soldado cumple órdenes", fruto del chip Lealtad, el más avanzado chip de inhibición que permitía a Umbrella controlar a todos sus activos alrededor del mundo, los que lo llevaban implantado, claro. Un maldito chip, una jodida aberración que atentaba contra las leyes de la naturaleza y sobrepasaba la delgada línea de lo moralmente correcto, aunque en el mundo actual ya nada lo era.

En el año 2.037, o año 1 después de las llamaradas solares (dls) se consiguió avanzar en la rama de la genética que se combinaba con la tecnología, consiguiendo crear "súperhumanos", personas con capacidades y aptitudes mejoradas, y al servicio de Umbrella, que nos utilizaba a su conveniencia y sin vacilar. No había ninguna diferencia entre contagiarse con el Virus T o tener implantado Lealtad, salvo que con lealtad sí tenías conciencia de ti mismo, poca, pero existía.

Sin embargo, en las últimas misiones yo me notaba más ausente, era una sensación que jamás me había recorrido el cuerpo. Era el peso de la conciencia, sí, eso que los grandes magnates querían expropiarle a la gente con sus experimentos. Yo empezaba a notar esa carga, cada vez que mataba a alguien, inocente o no, siempre recaía sobre mí esa pesada carga, haciéndome dudar y, por ende, perder efectividad. Lo notaba en la asignación de misiones, se estaba relegando a un segundo plano, aunque realmente nadie en la corporación dudaba sobre la fiabilidad de esos chips, por suerte.

Transcurrió una media hora desde que la aeronave aterrizó en las proximidades de una de las grandes bases de CRUEL en Inglaterra, en la ciudad de Birmingham. La tropa y yo nos repartimos las asignaciones. El modo furtivo era muy útil para infiltrarse en instalaciones y tras las líneas enemigas, sin embargo, algo no estaba yendo como se planificó pues los muros de dicha ciudadela tenían menos presencia de seguridad de lo estimado, aunque un error lo puede tener cualquiera.

—Comandante —me dijo uno de mis compañeros.

—Dime, soldado —le respondí en un tono asertivo y preocupado.

—Nuestros hombres han neutralizado los puntos objetivos en las torres norte y este, tenemos vía libre —me comentó el soldado.

—Bien camarada, que tus hombres se encarguen de continuar con la distracción —le comenté mostrándole el mapa holográfico de mi terminal de pulsera —. Tenemos que conseguir que haya la menor cantidad posible de enemigos en los terminales subterráneos, y necesito que me consigas tiempo para piratear sus bancos de memoria.

—Recibido —respondió el soldado mientras agrupó un pequeño pelotón y se dirigieron a la zona Este de la ciudadela.

Yo me reservé el reto de escalar los altos muros que rodeaban la ciudad, que la separaban de aquella gente que ellos consideraban indeseable, para ellos solo había seres humanos y deshechos, estuvieras infectado o no. La ciudad presentaba un skyline con altísimos rascacielos, muchos jardines interiores, carreteras oscuras y una gran almendra central que coronaba un imponente rascacielos de unos 150 metros de alto. El Nexo, esa era la zona restringida donde guardaban los datos de sus operaciones secretas.

Yo me dispuse a trepar los altísimos muros, con la ayuda de un equipo de escalada que venía integrado en el traje, es realmente útil manejar cotas de tecnología tan eficiente, la verdad sea dicha.

—Al lío —me dije en voz alta mientras trepaba.

Una vez llegué hasta lo alto del muro me dispuse a noquear a un par de guardias que estaban de patrulla, ya sabéis, que parezca un accidente, un siempre accidente. ¿Noquear? ¿Estamos de broma? Soy un maldito soldado con sed de sangre. El mero hecho de que cualquier opción, que no fuera la de liquidar a esos guardias, se me pasara por la mente me produjo un gran dilema en mi interior. Realmente nosotros éramos como una especie de humanos mecanizados, pero no al estilo cíborg sino como una creación de energía modelada en un cuerpo humano. Yo disponía de una limitada capacidad de raciocinio, aunque con sus matices, como la toma de decisiones, la capacidad de sentir o las funciones de Lealtad. Tampoco se me había permitido decidir sobre el valor de la vida, sobre la decisión de salvar o no a una persona inocente o de no cometer un asesinato, salvo que el objetivo fuera un enemigo declarado.

Yo apunté a la cabeza de aquel guardia cuando, de repente, sentí un leve desvanecimiento, un mar de dudas sobre si estaba bien o no. Volví en mi ser tras unos segundos de dudas, agité mi cabeza y me di un golpe con el puño en el mentón, nada se debería de estar imponiendo entre mi ser y mi objetivo, más aún cuando estaba apuntando a aquel guardia. Pero ese instante, ese maldito instante en el cual me mostré dubitativo significó un destino fatal. Mi mente se nubló por completo y, al traspasar la primera línea de seguridad, noté un shock eléctrico recorriendo todo mi cuerpo. Esa sensación era como si mi cuerpo ardiera en medio de un fuego intenso, los peores treinta o cuarenta segundos de mi vida. Caí al suelo. Los gritos de agonía y dolor se ahogaban entre la neblina que cubría la zona, entre el eco del silencio solo podía escuchar, a duras penas, los pasos de un grupo de soldados, que parecían ser de CRUEL, y pude distinguir, antes de caer inconsciente, a dos figuras entre la sombra, un chico y una chica. A partir de ahí no tengo más recuerdos, todo era como un pozo de oscuridad infinita.

Mientras yo estaba en el suelo, el chico se puso de rodillas y sacó una jeringuilla que contenía un líquido rojizo, como si fuera sangre. Se acercó a mi cuello y me lo inyectó. Se trataba de un suero tranquilizante de acción rápida. Me llevaron a una sala dotada de una tecnología bastante avanzada, más incluso que la de Umbrella y empezaron a examinarme.

—Llevamos realizando pruebas a este sujeto y aún no hemos sacado nada en claro —dijo el muchacho con un tono de frustración mientras miraba una pantalla en la que se mostraba un mapa de mi actividad cerebral junto a mis constantes vitales.

—Thomas, hazme el favor de callarte —dijo la chica en tono autoritario, aireada y sin prestar atención al joven. —Estoy intentando extirpar este chip de la cabeza del sujeto, y no creo que podamos permitirnos el lujo de perderlo, así que deja que me concentre —concluyó la chica con un tono más tajante.

—Vale Teresa, pero solo es una operación rutinaria, nada diferente a lo que hayas hecho antes —dijo Thomas en tono sarcástico mientras fruncía el ceño mirando a Teresa.

La chica solo suspiró, de frustración, al notar la incomodidad que le producía la presencia de Thomas en la sala, pues no le permitía desarrollar sus funciones cómodamente, es decir, sin distracciones. Algo le rondaba la cabeza, normalmente solía ser bastante más segura de sí misma, si bien sabía ocultar muy sus emociones, el chico se percató de su preocupación y se hizo eco de ello.

—Teresa, te noto preocupada —afirmó Thomas —. Aunque sé que me vas a negar la mayor te conozco desde hace ya varios años —concluyó el chico.

—Bueno —concluyó Teresa con una breve pero profunda pausa que denotaba su preocupación—. Es que le llevo dando vueltas al asunto de que este chico estuviera rondando los muros de seguridad de la ciudadela, ¿no te parece extraño? —concluyó lanzando la pregunta al aire.

—Bueno, tal vez lo sea, o quizá es algún tipo de reaccionario que está en contra de la actividad de CRUEL —afirmaba Thomas mientras se acercaba al chico para examinar la zona derecha de su rostro.

Thomas se percató de la leve emisión de calor que irradiaba la zona derecha de mi cara, concretamente en la zona del pómulo y del ojo, y continuó con su revisión. Como tenían que comprobar mi estado, el joven me abrió un poco el párpado y me apuntó con una pequeña linterna de color plateado y, para su sorpresa, la luz que rebotó en mi ojo se tornó de un color azul brillante metalizado. Eso provocó que Thomas se alterase un poco y le comentase a Teresa sus pensamientos.

—Esto —dijo el chico con una leve pausa—. ¿Teresa? —preguntó algo alterado el joven.

—Dime, Thomas —respondió la chica en un tono asertivo y algo dubitativa —.

—No es un ser humano —replicó el chico—.

—Eso parece —afirmó la joven científica mientras depositaba el chip, que extrajo de la cabeza al joven extraño inconsciente, en una pequeña placa de cristal para poder examinarla con el microscopio—. Ahora saldremos de dudas —concluyó mientras examinaba el chip en el microscopio con una lente de unos 200 aumentos.

Teresa debió de pasar unos diez o quince minutos examinando el chip Lealtad, cosa que me ponía en un serio aprieto pues en él se encontraban algunos restos de las misiones de Umbrella, así como datos, información clasificada y objetivos de sabotaje, terrorismo y contrainteligencia, en otras palabras, estaba muy jodido, más incluso que el estar sedado. Sin embargo, se mi iba a conceder una segunda oportunidad ya que el chip había sido seriamente dañado a consecuencia de la fuerte descarga eléctrica que recibí en los muros, con lo que se borraron una gran cantidad de datos importantes, además de muchos de mis recuerdos, caché y memoria básica.

En resumen, estaba en las garras del enemigo y ni siquiera voy a poder recordar absolutamente nada en relación con mi vida personal. Eso era todo lo que me quedaba, ahora era un maldito adolescente de 16 años mezclado con un fracaso de experimento. Un semi cíborg, un monstruo sin recuerdos, conciencia o voluntad, un mero peón esperando a que alguien introdujera sus instrucciones en mi base de datos para jurarle lealtad. Estaba claro que no era necesaria una tormenta solar, un cataclismo mundial, una pandemia o un proceso experimental para acabar con la gente como yo, simplemente bastaba con inhibir el chip, ese maldito chip que te convertía en un mero objeto, un número, un número de serie.

Pasaban los días y yo seguía debatiendo contra mi mismo en mi… ¿subconsciente? El caso es que solo notaba la fría sensación del abandono, el odio y la inutilidad. Solía preguntarme cosas sobre mí mismo, es decir, intentaba descubrirme a través de los pocos datos que podía procesar en la parte mecánica de mi… ¿cerebro? No tenía sentido, era una anomalía el que yo pudiera estar planteándome, si quiera, esas cuestiones tan triviales. Yo seguía en ese trance tan agonizante, era una lucha continua entre lo racional y lo mecánico, era de todo menos natural.

Y volvió a mí, sí, mi identidad. Unidad: EL, Modelo: 9.1.14 PS. Quizá era una minucia, pero realmente eso le empezaba a dar sentido a muchas cosas, sobre todo a la de la captación, porque parecía que empezaba a procesar datos y sonidos que llegaban por mis canales auditivos. Desperté lentamente, a sabiendas de que no estaba en las instalaciones de Umbrella. Con suerte no se darían cuenta de mi presencia. Pude atisbar tres figuras humanas, dos chicas y un chico. La primera chica era delgada pero no demasiado baja, debía rondar los 17 años, en mi estimación, con unas piernas largas y un tono de piel, más bien pálido, ojos azul claro y un pelo oscuro, negro, como el alquitrán, pero sedoso. Vestía una chaqueta azul y unos pantalones blancos y le cubría una bata de médico. El chico era un poco más bajito que la primera chica, 1,75 metros debía de rondar, vestía una camiseta azul y pantalones verdosos y una especie de peto o chaleco marrón. Lucía una tez blanca, bastante bien cuidada, un pelo castaño y corto. También le estimaba entre los 16 o 17 años.

También podía percibir que estaba anclado a varios tubos con unos fluidos, así como veía un líquido moverse de arriba abajo. Era evidente que estaba siendo utilizado como "conejillo de indias" pues estaba rodeado de diversos utensilios de operación, perforación, así como varios matraces, productos químicos, pantallas con vitales, tubos de viales, etc. Pude observar los restos del microchip de Umbrella en una de las mesas grises con ruedas que tenía a mi derecha. A mi izquierda se encontraban reunidos mis "anfitriones". Indeseables seres que ponían todo su interés en sus experimentos, poco éticos, con ¿seres humanos cómo yo?

De repente escuché un sonido intenso y el tanque de contención se empezó a vaciar. El líquido bajó por varias rejillas situadas al fondo del contenedor y yo caí al suelo.

—Parece que nuestro invitado ha despertado —dijo la extraña mujer, que aparentaba ser mayor por las percepciones que me llegaban de su voz.

—Bueno, unidad EL.9.1.14, creo que vas a tener que explicarnos algunas cosas —replicó la otra chica mientras se acicalaba el cabello.

—Y si no colaboras no habrá nada bueno para ti —comentó el chico en un tono burlón pero amenazante.

—Tampoco hace falta amenazar, Thomas —le replicó la señora en un tono de enfado mientras clavaba su mirada en aquel joven.

—Lo siento Sra Pai —trató de excusarse Thomas, pero la señora le interrumpió de nuevo.

—No me importa, cállate —le volvió a replicar la Sra. ¿Pai? —Dinos, joven, ¿Cuál es el cometido que te trae a infiltrarte en nuestro asentamiento? —me preguntó la señora en un tono calmo y asertivo, intentando tratarme como un igual.

—¿Cuál es tu nombre? —le contesté devolviéndole la pregunta mientras jadeaba y tosía un poco al mismo tiempo que intentaba incorporarme desde el suelo e intentaba esquivarle la mirada tratando de ocultar mi realidad.

—No creo que estés en posición de exigir nada ahora mismo, si bien eso no interfiere en el objetivo de nuestro cometido te lo diré —respondió en un tono afable pero confiado mientras se acercaba a mí —. Me llamo Ava Paige, primera ministra de la corporación CRUEL. Tratamos de salvar a la humanidad de la actual pandemia, conocida como Llamarada —concluyó la Sra. Paige mientras me ayudaba a incorporarme y me acercó a una camilla para que me recostara.

Yo solo guardé silencio, no estaba dispuesto a responder a ninguna de sus preguntas. Mi cometido, mi origen, mis jefes, mis contactos, información y datos quedaron en el aire. Yo aquejaba de unas molestias que me producía una especie de banda metálica que estaba enganchada a una de mis placas craneales de los laterales de mi cabeza, sí, el maldito cíborg. También tenía varios cables conectados y algunas vías en el brazo izquierdo que extraían muestras de sangre para analizar. Podía escuchar a Thomas hablar de emplear la fuerza bruta contra mí sino cooperaba. Iluso, eso no funcionaría. Tras 16 años con el chip implantado aún quedaban remanentes de Lealtad, y de su potente droga que controlaba la voluntad de las personas, en mi cerebro y organismo.

—No pienso traicionar a mi organización —repliqué aquejado a la Sra. Paige, cerrando mi ojo derecho por el intenso dolor que me producía aquel aparato metálico.

La doctora presionó un botón y por uno de los viales empezó a infiltrar un líquido verdoso, en una dosis considerable. Yo aquejaba el dolor y me retorcía por ello. Era una especie de droga experimental que acabó con mi resistencia. Caí ipso facto en una especie de trance.

—Desgraciadamente no tenemos alternativa, unidad EL.9.1.14, CRUEL es buena, pero no podemos permitir que nada se interponga en el camino del progreso —concluyó Ava mientras se dirigía a la salida de la habitación.

—Sra. Paige, ¿por qué lo ha hecho? —la reprendió Thomas, en un tono muy desafiante y nada conforme con lo que acaba de suceder.

—Te lo voy a permitir por última vez, Thomas. Una aberración natural como este cíborg no tiene cabida en nuestra sociedad perfecta, sin embargo, podrá sernos de utilidad en las pruebas del Laberinto. No tenemos más alternativa —concluyó la Sra. Paige con una leve sonrisa macabra en su rostro, aireada y marchándose de aquella sala.

Todo quedó en relativa calma. Thomas y Teresa se cruzaban miradas, pero ninguno se atrevía a romper el hielo. Era una situación bastante comprometedora, pero eso no parecía alterar a Teresa, más a Thomas parecía estar afectándole desde hacía ya varios meses.

—Llega a un punto en el que es insoportable, Teresa, no puedo seguir viendo morir a la gente, y menos que se tenga un ideal tan deshumanizado de una sociedad. Tenga o no implantes robóticos, no somos nadie para juzgar y sentenciar sobre la vida ni de este chico ni de todos a los que mandamos al Laberinto. No es justo —reprendió el chico en un tono altivo hacia su compañera.

—Esa es tu opinión, Thomas, porque lo único correcto es conseguir desarrollar una cura para salvar a la humanidad. —replicó Teresa con una mirada desafiante hacia Thomas.

—No es así, Teresa, no somos nadie para manejar la voluntad de las personas a nuestro antojo, aunque pienses que un ideario fundamentalista puede salvar a la humanidad. El fin no justifica los medios —concluyó Thomas en un tono mucho más desafiante y nervioso. Se llegó a encarar con Teresa.

Teresa abandonó la habitación con muestras de cansancio y de enfado. Ciertamente había estado trabajando mucho más de lo que le correspondía para su rango de edad y su desempeño. Thomas, sin embargo, solo cogió un vaso de cristal y lo lanzó con mucha rabia hacia el suelo. Realmente eran unos sentimientos puros, algo le carcomía las entrañas, sí, la conciencia, llamaba a su puerta a manifestarse en los rostros de los compañeros que había mandado al Laberinto en contra de su voluntad y ¿en pos del progreso? Con esa reflexión Thomas abandonó sus pensamientos y abandonó la sala en dirección a su habitación para poder descansar después de varias duras jornadas de trabajo continuado.