Capítulo 7: Dolor
Los sicarios de aquel hombre se acercaron un poco para marcar territorio e imponernos su autoridad, si bien eso no era muy complicado pues sus armas imponían mucho respeto, pareciera como si su líder estuviera preocupado por algo.
Minho sólo se dio la vuelta y me lanzó una mirada asesina, tratando de que quedase grabado en mi ser lo mucho que increpaba por la situación presentada. Yo me limité a ignorarle pues no llegaba a desarrollar un sentimiento pleno de culpabilidad, sólo un sentimiento de rabia y desprecio ante a gente que nos había encontrado.
La tensión iba creciendo poco a poco y más cuando la camarilla estaba murmurando algo con su líder. No adivinaba que es lo que se estaban diciendo, y ni siquiera me importaba lo que estuvieran planeando.
El sol empezaba a decaer y los tenues rayos se iban colando por los entresijos de la maltrecha muralla. Seguramente fueran las seis o las seis y media de la tarde y se notaba un ambiente más fresco. Las potentes ráfagas de calor sofocantes se empezaban a calmar, como si se tuvieran recargar las baterías para volver a chamuscar el mundo al día siguiente.
Varios clarianos estaban hablando entre ellos, mediante ahogados susurros ocultos para tratar de evitar la atención de nuestros captores. Se reflejaba el miedo en los ojos de algunos de ellos, aunque Minho, Thomas y Newt parecían no estar afectados. Hablaban entre ellos, también en voz baja. Minho seguía mirándome por el rabillo del ojo, así como se acrecentaba la desconfianza hacia Aris, fruto, probablemente, de su acercamiento y, en cierta medida, de su apego hacia mí.
—¿Tienes algún plan? —murmuró Aris dirigiéndose hacia mí, pero clavando el contacto visual en Minho.
—Por tener, tengo varias ideas en la cabeza —dije de forma convincente mientras le miraba de forma sincera con las manos en los bolsillos—, pero ninguno tendría la aprobación de Minho —proseguí en un tono de preocupación.
Thomas aprovechó que los sicarios no le estaban mirando y se acercó, con Minho siguiéndole de cerca. Habrían estado escuchando y creo que les picaba la curiosidad de que les pudiera iluminar con alguna idea. Sus rostros eran un poema, pero también reflejaban la misma preocupación que se cernía sobre mi ser, como si las opciones se fueran esfumando como cuando se evapora una gota de agua.
—Minho, Thomas, ¿qué ocurre? —pregunté con preocupación, vistos sus rostros.
—Yo no veo más luz al final del túnel —suspiró Minho—, pero eso no quita que siga desconfiando de tus formas, Elián.
—Minho, yo soy yo y mis circunstancias y tengo que salvarlas para poder progresar, y ello implica salvar la vida en esta situación —le repliqué.
—Y yo quiero hacer todo lo posible por salvar la mía y la de mis compañeros —se dirigió en un tono altivo hacia mí—. Así que, si tienes un plan, empieza a largarlo.
—Eso implicaría poner en riesgo la vida de algunos compañeros —espeté clavando la mirada en él—, y no creo que quieras tener que pasar por eso.
—¿No crees? —frunció el ceño mientras clavaba su mirada en mí.
—No lo creo, lo sé —le respondí devolviéndole el duelo.
La tensión entre ambos se hizo notar y fue a mayores. El ambiente estaba más enrarecido que nunca y toda la calma estaba a punto de desvanecerse. La situación era como si los dos machos alfa de una manada estuvieran chocando por ver quién era el que imponía su poder. Nuestras personalidades, tan opuestas, pero a la vez tan similares, eran las que se desbordaban por el bullicio de la adrenalina y no hacía sino reducir nuestras opciones de supervivencia.
—Escúchame atentamente maldito carafuco —me espetó Minho levantándome el dedo índice de su mano derecha con mucho ímpetu, pero con una rabia contenida—, este grupo de pingajos y yo llevamos sobreviviendo desde hace muchísimos años, y hemos visto morir a muchísima gente. Estate seguro de que aquí todos sabemos cómo protegernos, pues tanto en el Laberinto de Aris como en el nuestro acechaban los laceradores. Quedamos once con vida, ¡once! —gritó—, de más de ciento veinte compañeros y amigos, los cuales dieron su vida para que nosotros pudiéramos llegar hasta aquí, y no pienso dejar que esos sacrificios se queden en saco roto ni que sean en vano —mencionó de forma exaltada—. Así que sí, todos nosotros estamos preparados para vivir en constante tensión y, como dijo un amigo hace tiempo, "o salimos con vida o morimos en el intento". Todos los aquí presentes estamos dispuestos a arriesgar la vida, e incluso darla, si con ello conseguimos vivir un día más.
Yo no pude sino quedarme mudo ante tales declaraciones. Notaba como la moral del grupo se había levantado después del discurso de Minho. Todos parecían bastante más animados y dispuestos a pelear por salir de esta encrucijada. Volví la vista hacia el asiático y me espetó con una incesante bravura:
—Si de verdad eres bueno en las estrategias, espero, por tu bien y por el nuestro, que me lo empieces a demostrar —finalizó dándome una palmada en el hombro.
Volví a otear al grupo. Newt se acababa de unir a la conversación, pero había escuchado las palabras de Minho. Lo mismo sucedió con Fritanga. Thomas se acercó:
—Sabes, no tienes por qué desconfiar de Minho, es un buen chico y te va a ayudar bastante. Sé que vuestras personalidades son contrapuestas, pero deberías de darle una oportunidad —dijo en tono afable y con una sonrisa en la boca, poniendo ambas manos sobre mis hombros.
—Puedo dar una oportunidad —balbuceé tratando de evitar el contacto visual con Thomas.
—Bien, ahora ayúdanos a salir de aquí —finalizó Thomas.
—Bueno, su disposición es muy rudimentaria y su forma de sostener las armas no es que sea muy profesional. No parecen muy disciplinados, lo que me lleva a deducir que no son más que un puñado de personas lo suficientemente cuerdas como para exigir algo a cambio a Umbrella por mi captura —proferí mientras lanzaba un par de miradas por encima de los hombros.
—¿Y en qué piensas? —espetó Thomas, de nuevo.
—Deberíamos de esperar un poco más, no dar pistas de lo que vayamos a hacer, además de que podemos tratar de recabar información sobre el enemigo —asentí con ímpetu—. Lo digo porque, en caso de zafarnos de esta gente, no sabemos qué o quién está al otro lado de la muralla, y las represalias pueden ser muy duras —proseguía mi discurso.
—¿Entonces nos quedamos sentados sin hacer nada? —preguntó Newt con desaprobación.
—No —negué con la cabeza—. Esto es lo que vamos a hacer: creo conveniente que Thomas y Minho lleven un arma cada uno y se encarguen de los guardias estos, o sicarios, cuando estén distraídos —expuse con convencimiento y frunciendo el ceño.
—¿Eso es todo? —preguntaron Minho y Thomas, al unísono y muy contrariados.
—Por supuesto que no —repliqué—.
—¿Y qué quieres hacer? —resopló Newt, preocupado.
—¿No lo escucháis? —contesté a Newt.
Newt y Thomas pusieron su mano en el oído, formando una 'c' con los dedos y la palma de la mano, como si fuera una especie de cuchara, tratando de escuchar algo que no parecía que pudieran oír.
—Yo no oigo nada —balbuceó Thomas entre frustración—. ¿Y tú, Newt?
—Nada de nada, Tommy, estoy en las mismas que tú —respondió de buena gana.
—Es una aeronave, estará a unos diez minutos de llegar aquí y, lo más seguro, es que sean refuerzos de Umbrella —expuse para aclarar a ambos chicos.
—¿Tienes poderes o qué? —indagó Minho.
—Que va, pero solía hacer muchos entrenamientos para agudizar el oído —manifesté con ímpetu.
Newt y Aris parecían estar un poco impacientes y nos estaban asesinando con la mirada, a Minho y a mí, por no estar centrados.
—Ya aclararéis estas cosas luego, tenemos trabajo —dijo Newt un poco mosqueado con los brazos en jarra.
—Cierto, hay cosas más importantes de las que hablar —prosiguió Aris, en un tono similar al de Newt.
Cada minuto que transcurría se hacía notar aquella aeronave. Las personas que nos mantenían sólo parecían restar importancia a la presencia de aquella máquina desconocida. Tras varios minutos más, unos dos o tres, estaba lo suficientemente cerca como para hacer temblar, levemente, algunos diminutos escombros y polvo.
—Si van a traer refuerzos será mejor actuar cuanto antes —propuso Fritanga.
—Fritanga tiene razón, ellos son un grupo reducido, tenemos posibilidades de librarnos de ellos si trazamos un buen plan —expuso Aris eufórico.
—Eso es lo que trato de explicar —respondí de mala gana y fulminando a Aris.
El chico se percató y bajó la mirada pidiendo disculpas. Justo antes de que pudiera proseguir la explicación se escuchó un fuerte estruendo que provenía de algún lugar en la lejanía. Era el mismo sonido que emitía la aeronave que me trajo a este yermo lugar.
Los pocos cristales que quedaban en los edificios, que se resistían a asumir su trágico destino, se empezaron a tambalear. El suelo también retumbaba a medida que el sonido se hacía más y más intenso. El apartado estaba muy cerca, causando estupor entre todo el gentío, tanto enemigos como aliados miraban por encima de sus cabezas para tratar de vislumbrar el origen de aquel incesante rugir de las hélices del vehículo.
Una polvareda se alzó, como si fuera un tsunami imponente y listo para engullirlo todo. Miré a Minho, el cual no parecía creerse lo que estaba ocurriendo. El vehículo pasó por encima de nuestras cabezas mientras los enemigos lanzaban todo tipo de vítores, gritos de 'libertad' y otras soflamas varias, y disparaban al aire entre alegría y emoción, como si estuvieran venerando y adorando a un dios que se había manifestado.
—¡Minho, Thomas! —grité mientras les lancé las armas.
Minho y Thomas las cogieron al vuelo y las cargaron, quitando el seguro, listas para disparar. No lo hicieron de forma muy ortodoxa, pero serviría igual. Aprovechamos el sonido de los rotores para disparar a tres de los hombres que estaban más lejos de su grupo. Cayeron en un charco de sangre mientras yo emprendí una carrera hacia el grupo de su líder.
Newt y Aris se encargaron de reducir a otros dos sicarios rezagados, liberando al resto del grupo y formando una posición envolvente detrás del líder.
Llegué a las espaldas de aquel grupo, que seguía celebrando la llegada de la aeronave y no se había percatado del motín que habíamos lanzado.
—No es que se te dé tan bien el control como las amenazas —solté de forma sarcástica mientras disparaba a los dos hombres que le acompañaban.
—Eres una caja de sorpresas —replicó el hombre levantando las manos y dándose la vuelta—. Pero vuestra aventura quedará sepultada tras esos muros —balbuceó mientras hacía un movimiento rápido y apuntándose a la sien con su arma para, en un abrir y cerrar de ojos, suicidarse.
Casi como si eso fuera una llamada a la acción, las puertas de la muralla se abrieron, dejando entrever el mismo paisaje desolado y un gran vacío en las calles. Es como si todo se hubiera desvanecido en el acto. No había ni rastro de la aeronave ni de ningún guardia o vigía en el estrecho camino que se abría entre las puertas.
—Esto me da mala espina —expuso Aris.
—Definitivamente las cosas no pueden ir a peor —dijo Fritanga, preocupado.
Caminé hacia la puerta mientras el grupo me seguía por detrás.
—Estoy seguro de que es una trampa, pero no tenemos muchas más opciones —espetó Thomas en voz baja.
—Llegados a este punto, como ha dicho Fritanga, las cosas no pueden empeorar más —dijo Minho mientras andaba detrás de mí.
—Me preocupa lo cerca que estamos de completar nuestro objetivo, pero, a su vez, lo lejos que parece —volvió a decir Newt.
Thomas se detuvo un instante para tomar un trago de su bolsa de agua, gesto que copiaron algunos clarianos, como si se hubieran acordado de que llevaban agua encima.
—A mí me preocupa que termine de oscurecer y tengamos que pasar la noche en la ciudad —masculló Minho.
—Tenemos que darnos prisa —gritó Thomas desde atrás, probablemente alentando a sus compañeros.
Yo seguía repitiendo las palabras que había esbozado Minho antes de todo el fragor de la escaramuza. Su eco resonaba en mi cabeza, el mero hecho de que estuviera dispuesto a entregar su vida porque uno de sus amigos pudiera vivir un rato más era algo que no lograba comprender, quizá porque yo no había estado expuesto al miedo, al menos no de la forma habitual, pues nunca me había parado a preocuparme porque una situación se volviera peligrosa o por las pocas probabilidades de éxito que tuviera. Odiaba no poder comprender muchas de las emociones que Minho, Thomas y los demás experimentaban.
La noche siguió abriéndose paso y oscureció en unas pocas horas. Habíamos encontrado cobijo en un edificio apartado de las grandes avenidas, lo suficientemente escondido como para que ningún enemigo pudiera encontrarlo.
El grupo se asentó para poder cenar y descansar un poco, pues Minho había declarado que tenía la intención de aprovechar el frescor de la noche para caminar lo máximo posible y dormir por el día. Fritanga empezó a preparar la cena con algunas de las conservas que el grupo traía encima. Olía a estofado de verduras. El mismo deleite que se apoderaba de mí parecía provocar rechazo entre el grupo, los cuales no parecían apreciar las dotes culinarias del chef. Nos sentamos en un corro en el suelo, aún caliente por el calor retenido durante el día.
Tras una media hora de sollozos y críticas a Fritanga, el cocinero nos sirvió la cena que, para su sorpresa, todo el mundo devoró a los pocos segundos. Debe de ser que, cuando uno siente hambre no le hace ascos a nada, por muy mal sabor que tenga. A mí me pareció un plato muy delicioso.
Nada más acabar, Minho se puso en pie y animó a todos a reemprender la marcha.
—No podemos permitirnos más retrasos, el plazo de dos semanas está próximo a acabar y estamos rozando el refugio seguro de las montañas —aclamó.
—Pero Elián nos dijo que ellos no tenían la cura —expuso Thomas, reflexionando un poco.
—Es cierto que nos han mentido desde que nos encontramos con el Hombre Rata, pero tenemos que seguir teniendo fe en que todo va a salir bien, porque si nos quisieran muertos ya nos hubieran matado, hace tiempo, y se hubieran ahorrado todo el rollo ese del Laberinto y de las pruebas y las Variables —exponía con los brazos cruzados—.
—Correremos ese riesgo —apuntilló Newt asertivamente.
Al cabo de media hora, tras asentar la comida, beber algo de agua y reponer fuerzas, nos volvimos a poner en marcha. Era como si la comida de Fritanga hubiera tenido un efecto reparador impresionante, pues el grupo estaba más animado y pareciera llevar una marcha mucho más liviana.
—Menos mal que tenemos a Fritanga, sin él no podríamos llevar esta marcha de nuevo —encumbré de halagos al chef, el cual pareció ruborizarse ante tal declaración, pero provocando algunos abucheos de los otros clarianos.
—Tampoco te pases, Eli, eso es porque no has estado un año y medio comiendo sus platos —bromeó Newt.
—Dejad a Elián en paz —dijo Fritanga pasando su brazo por mi cuello en señal de complicidad—, el sí sabe valorar el esfuerzo y las cosas bien hechas —finalizó con una gran sonrisa.
Minho no paraba de mirar por el rabillo del ojo, preocupándose por los rezagados y no dudando en ayudar a sus compañeros a cargar las bolsas y la comida. Se iban alternando entre él y Thomas para llevar las cosas de forma óptima. Yo también cargué con algunas provisiones, aportando mi granito de arena para tratar de seguir ganando confianza con ellos, pero no podía sacar las preocupaciones de mi cabeza.
Tras una hora de caminata, Thomas y Minho habían delegado las bolsas a Newt y Fritanga. Iban haciendo relevos para ahorrar fuerzas y amenizar la marcha. El aliento que desprendía la ciudad se volvió más tétrico por la noche. La oscuridad había fundido el cielo con el entorno, y sólo la presencia de los destellos de las estrellas reflejaban algo de viveza y permitían percibir el negro firmamento. Quedaba claro que, si el Destello no actuaba, el sendero de la pérdida de la cordura nos iba a ir cercando poco a poco mientras prosiguiéramos por esta inerte ciudad.
Alcé la mirada, hacia delante, cruzándome con un pensativo y cabizbajo Thomas. Estaba preocupado, estaba claro. Minho, al cual no se le escapaba absolutamente nada, salvo yo, notó sus titubeos e inseguridades y decidió acercarse a él para interesarse. De forma rauda, le dio una palmadita en la espalda y le rodeó la espalda con su brazo izquierdo, señalando la confianza y la amistad que ambos se proferían. El chico asiático susurró, pero no lo suficiente bajo como para que yo no pudiera escucharlos hablar:
—Ey, Thomas —espetó Minho de forma amistosa.
Thomas se sobresaltó, debido al trance de concentración en el que se hallaba, pues no parecía haber advertido su presencia sino hasta la palmadita de su amigo. Volvió en sí y se dirigió a Minho:
—Oh, hola Minho, no te había visto llegar —dijo con la respiración entrecortada—. Estaba pensando un poco —suspiró—.
—No he podido evitar acercarme al notar lo preocupado que estás. Llevas así una media hora larga, por no decir una hora —respondió con más preocupación.
—El laberinto, CRUEL, las Variables, la Quemadura, el Destello y, ahora, de pronto, aparece ese chico nuevo que parece que nos trae la sombra de alguna nueva calamidad—reflexionó en voz alta.
—Llevas mucha razón, Thomas. Las cosas —hizo una breve pausa para tomar aire y resoplar—… las cosas se han puesto más y más difíciles, además de que la cordura colectiva empezaba a mostrar síntomas de debilidad. Además, trato de buscar la correlación entre todos estos nuevos eventos, algo que ligue todo y nos pueda dar pistas del verdadero proyecto de los Creadores —comentó mientras se rascaba la nuca con la mano izquierda.
—Me preocupa que las cosas se puedan peor de lo que ya están. Es más, temo que la gente que anda buscando a Elián nos acabe encontrando también —titubeó Thomas.
—Aún no estamos seguro de a qué nueva amenaza nos aguarda tras dentro de estos muros. Sólo el hecho de que Elián sea buscado nos pone en peligro a todos —espetó con una ráfaga de preocupación—. Yo sólo espero que todo esto valga la pena, y no quiero que ninguno de nosotros vuelva a pagar el coste con su propia vida. No quiero volver a poner a nadie en peligro, pero algo me dice que ese chico sigue sin ser de fiar, y me preocupa la alargada sombra que arrastra, y que nos arrastra con ella, como si de una gran marea se tratara— balbuceó Minho.
—¿Qué crees que ocurrirá, Minho? —murmuró Thomas preocupado.
—No tengo ni idea, Thomás, pero está claro que, ahora mismo, nuestro destino no está en nuestras manos.
—No era la respuesta que yo esperaba en este momento —replicó Thomas en voz baja.
—Ni yo la que yo quería dar, Thomas, pues esta situación me gusta tan poco como a ti —respondió Minho de forma tajante para cortar cualquier atisbo de rechazo por parte de Thomas.
Tras una larga caminata, de casi dos horas, llegamos a las regiones periféricas de la ciudad. Ante nosotros, y regado por la intensa oscuridad, se empezaban a abrir los brazos del desierto, los cuales engullían los restos de la muralla, prefabricada de materiales oxidados, y devoraba las casas bajas en unas impresionantes dunas que se abrían camino en lo que antaño parecía un próspero barrio y sembrado de vida. Era como si la naturaleza estuviera llamando a nuestras almas, como si quisiera recuperar lo que le pertenecía. El camino de penitencia estaba a punto de desembocar en la locura, como si el desierto quisiera completar lo que el Destello no podía terminar. Todo seguía muerto. Todo. O eso era lo que creíamos.
La calma previa se desvaneció en un instante, como si todo se disolviera como un azucarillo en un café. No pudimos sino pararnos en seco. Nos emboscaron. Unas potentes luces nos cegaron la vista. Los ojos me ardían, aún acostumbrados a la penumbra de la noche abierta. Me cubrí los ojos con las manos, dolorido por las punadas cálidas que los focos del enemigo me habían provocado. Pareciera que venían de tres zonas, de frente y a izquierda y derecha.
Los otros chicos se quejaban ante la intensidad de la luz de los focos. Escocía el intenso calor que provocaban sus sofocantes luces. Minho pudo advertir varias figuras entre los focos. Negras figuras sombrías que parecían dañar y titilar entre las ráfagas de luz.
—Creo que tenemos compañía —gritó Minho alzando las manos para interponerlas entre sus ojos y la luz.
—¿Qué estás diciendo? —respondió Newt, aún cegado por la luz.
Un incesante sonido de pisadas, provocadas por muchas personas, se había adueñado del ambiente. Un traqueteo de botas corriendo de aquí para allá. Duró, apenas, un par de minutos. También se notaban sonidos metálicos, como de cadenas y otras piezas de dichos materiales. Yo, podía distinguir el clásico sonido que se produce cuando cargas y empuñas un fusil de asalto.
—Lo que Minho quiere decir es que tenemos problemas, y muy gordos —dije mientras entrecerraba los ojos, aún con las manos posicionadas delante de mi cara.
Tras varios segundos de incertidumbre, las luces se desvanecieron y todo dio paso a las tenues luces y brillos de las farolas de la avenida en la que estábamos. No tuvimos tiempo suficiente para procesar la información, para entender lo que estaba sucediendo. Esa luz nos había aturdido, pero seguíamos afinando los oídos, de forma momentánea, hasta que lo hicieran los ojos.
—¡Levantad las manos, poco a poco, y que nadie se mueva! —exclamó una voz aguda pero imponente, que parecía ser de un adolescente, que provenía justo de delante nuestra.
El grupo no hizo sino acatar la orden que aquella persona había indicado. Todos habíamos levantado las manos, algunos con más reticencia que otros, como Aris o Minho, los cuales no paraban de gruñir a aquel hombre.
—¿Son soldados de CRUEL? —expuso Fritanga entre preocupación y nerviosismo.
—Eso significa que vienen a acabar con nosotros —respondió Newt apenado.
—No tiene sentido —replicó Thomas, mirando a Newt con preocupación.
—Claro que sí, saben que tenemos información y quieren silenciarnos por no haber podido cumplir con los plazos indicados para llegar al refugio seguro —sollozó el chico rubio.
—Que no, que no tiene sentido —volvió a incidir Thomas, enérgicamente —, pues todos sincronizamos bien nuestros relojes, y aún nos quedan dos días para cumplir plazos.
Una explosión de inseguridad se adueñó de todo el grupo. El eco de la discusión, la incertidumbre y la incredulidad hizo mella en todos, desde Minho hasta Aris, pasando por todos los miembros con los que yo no había tenido oportunidad de hablar.
—No es ninguno de vuestros captores —dije dando un paso al frente.
—Explícate —respondió Minho, asesinándome con la mirada.
La tensión entre ambos se había vuelto insalvable. Tras sus declaraciones previas, en la conversación con Thomas, sabía que sería muy complicado reconducir la situación entre nosotros, y más con lo que le iba a exponer.
—Vienen de la aeronave que habíamos visto en las afueras de la muralla —respondí de forma seca y cortante, sin mostrar expresión alguna.
—¿En qué lío nos has metido esta vez, Elián? —dijo Minho con rabia y gruñendo, aún con la mirada clavada en mí.
—Minho, creo que deberías tranquilizarte un poco —intervino Thomas en un tono dubitativo, como si no estuviera seguro de lo que hacer en ese momento.
—No Thomas. ¡No! —exclamó el líder—. Todo lo que pueda devenir desde ahora es perjudicial para nuestros intereses. Ni siquiera sabemos si podemos confiar en este chico, y, ahora mismo, nos está acarreando un problema que nos tiene frente a un puñado de hombres armados, apuntándonos, sin que nosotros nos podamos defender al respecto —finalizó el asiático con ímpetu, rabia y desconfianza hacia la reacción de Thomas, que, al parecer, no le había gustado nada.
—A vosotros no os harán nada… —manifesté de forma tajante, mirándole por el rabillo del ojo, pero dejando un amplio silencio en el ambiente.
El viento se hizo dueño de la situación. Los saldados parecían impasibles ante la situación, sus rostros serios agudizaban las sensaciones de inseguridad que había en nuestro grupo. Era como robots, personas sin sentimientos ni emociones, apuntándonos sin miramientos. Estaban esperando, probablemente, a la orden que pudiera provenir de algún alto mando cercano. Ninguna palabra más fue añadida, por parte suya, desde que el primer soldado nos advirtió.
—Por fin volvemos a encontrarnos —dijo una voz ronca, aún oculta en la tenue luz que reflejaban las farolas.
Varios soldados bajaron las armas, de forma momentánea, para dar paso a un hombre alto, de tez clara, con gafas de sol negras, pelo corto y castaño, engominado hacia atrás, con las rayas muy bien definidas. Las comisuras de sus labios no eran muy pronunciadas, así como los rasgos faciales dejaban entrever a una persona adulta, con la nariz pequeña y sin rastro de arrugas en la frente. Portaba una sudadera negra, abrochada, de manga larga, con unos guantes, también negros, un cinturón y unos pantalones, también negros; así como las botas. El detalle de la cremallera era de un color bronce apagado, y llevaba dos fundas para pistolas en los lugares del pantalón dónde, a priori, iban los bolsillos.
Minho y Thomas no parecían muy impresionados por la entrada de este desconocido, más Aris, Newt y Fritanga no estaban tan tranquilos como ellos. El desconcierto era generalizado, pero nadie parecía fijarse en mí:
—Wesker —declaré con rabia.
Wesker se acercó a una distancia prudente con los brazos escondidos por detrás de su espalda, acción que no impidió que los soldados bajaran la guardia. Su figura se hacía más imponente a medida que se aproximaba hacia nosotros.
—¿Le conoces? —preguntó Aris.
—No te molestes EL.9.1.14, ya respondo yo por ti. Evidentemente voy a obviar buena parte de la historia, pero, básicamente este sujeto es un activo renegado de nuestro plan de Centinelas. Un plan ambicioso que planea traer un Nuevo Orden a este caótico mundo. Un nuevo mundo donde los humanos con mejores capacidades tecnológicas sean los dueños y señores de todo —profirió Wesker.
—¿De qué hablas? —replicó Minho.
—Este sujeto fue capturado hace tiempo, en una misión de reconocimiento e infiltración, en una de las sedes de nuestros enemigos de CRUEL, en Birmingham. Hemos monitorizado todos los aspectos de sus procesadores y trazamos un plan de acción sobre esos datos —explicaba Wesker dirigiendo su mirada, desde la negritud de sus gafas, hacia Minho—. Lamentablemente, dejamos de recibir información una semana después, pero pudimos rastrear las débiles señales de sus transmisores hasta esta zona desértica conocida como la Quemadura —continuó la explicación mientras empezaba a recorrer una línea hacia su izquierda, pasando por delante de todos los integrantes de nuestro grupo—. Sólo queremos recuperar al que es nuestro mejor activo, en el cual, la Corporación Umbrella, ha depositado grandísimas sumas de dinero, recursos y esperanzas para el desarrollo de la nueva sociedad humana —finalizó justo cuando se detuvo delante de mí.
Le lancé un gruñido en cuanto fijó la mirada en mí. Apenas podía articular palabra alguna. Sentía muchísima rabia. Mer hervía la sangre cuando se me reflejaban en la mente todos los recuerdos de los duros entrenamientos que dirigía Wesker. Tantos compañeros sufriendo, sus gritos ahogados resonaron en mi interior. Le odiaba. Le odiaba muchísimo. Y, el hecho de que haya disparado esas soflamas supremacistas sobre una nueva humanidad no hacía sino empeorar mi estado de ánimo. Estaba a punto de estallar si no le respondía:
—Sigue soñando, Wesker, las personas como yo nos hemos cansado de vuestra tiranía. Estamos hartos de que nos uséis como juguetes —proclamé con rabia. Hemos decidido cortar los hilos que pendían sobre nuestras espaldas, esos con los que nos manejabais como a simples marionetas. Queremos sentir, explorar opinar, pero, sobre todo, queremos vivir libremente, juzgando lo que está bien y lo que está mal, y no pensamos doblegarnos ante monstruos como vosotros. Seremos los protagonistas de nuestra propia historia, y nada ni nadie podrá impedírnoslo —proferí con toda mi alma. Me hervía un sentimiento de rebeldía sin igual, y sentía que tenía que expulsar toda la mierda que había tenido que aguantar durante todos los años en los que nos privaban de poder expresarnos con sus estúpidos chips inhibidores.
—Sin duda, sujeto EL.9.1.4, olvidas que fuimos nosotros los que te concedimos la oportunidad de vivir —expresó sin contemplaciones—. Nosotros te acogimos cuando estabas en tu lecho de muerte, y decidimos darte una nueva vida. Eres una de las piedras angulares del futuro de la humanidad, la cual ha caído en desdicha y ha sido víctima de sus propios vicios condenada a una eterna penitencia que culminará con su extinción —dijo con rabia dirigiéndose hacia mí—. Eres el amanecer de una nueva humanidad gritó el líder de Umbrella con más rabia que antes.
Yo no le escuché. No quería escuchar ninguna de sus soflamas. Eran palabras vacías. Querían jugar a ser Dios. Ocultaban muchas cosas que, desde los sucesos de 1998, jamás se dignaron a explicar. No me sentía parte de nada, ergo sólo una mera marioneta de una causa inmoral.
Mis ojos se tornaron de un naranja intenso, así como las mechas azules de mi pelo y la marca de la mejilla izquierda también cambió a un tono rojizo. El impulso de las emociones había mellado mi interior, no estaba siendo racional y ni siquiera podía pensar con templanza y claridad. La angustia de volver a recaer en el control de esa gente me magullaba y destrozaba emocionalmente. Era algo por lo que no quería volver a pasar.
—No pienso colaborar con vuestra causa, Wesker —dije sin vacilar—, yo forjaré mi propia oportunidad.
—No te das cuenta de que eso no algo que puedas decidir.
Le volví a mirar. Le miré con rabia y odio. Mi interior ardía como nunca:
—Disfrutaré cada instante de tu sufrimiento, Albert Wesker. Juro que te sacaré los ojos de las cuencas con mis propias manos, alargando tu tormento hasta que te desangres —proferí tal amenaza con muchísima rabia. Era como si mi interior se hubiera apoderado de mis sentimientos y me hiciera perder toda capacidad de raciocinio.
—¡Escuchadme, amigos de CRUEL! —bramó Wesker dirigiéndose al grupo—. Como personas plenamente capaces, os doy la posibilidad de elegir.
Minho alzó la cabeza, prestando atención a las llamadas de Weser. El resto de clarianos también cayó cautivo en la llamada de atención que había lanzado el enemigo. Tenían cierto interés, pero parecían estar muy confusos aun tratando de comprender el alcance de la situación. Me giré para dirigirme al chico asiático:
—Provocó un genocidio, Minho, no hay nada que negociar con él —expuse ante él con rabia y decisión.
Wesker volvió a la carga:
—Os prometo el libre tránsito por esa ciudad, con vía libre y protección durante un día, así como el compromiso de dejaros tranquilos en la retaguardia, sí, y sólo sí me entregáis al renegado. La oferta está sobre la mesa y os corresponde a vosotros evaluarla y discernirla para evaluar el devenir, tanto para vuestro bien como para la fructificación de vuestra misión. Dicho queda —finalizó el hombre de negro mientras se retiraba, dejando una señal para que los soldados crearan un pequeño pasillo, con las armas apoyadas en el hombro y con el cañón orientado hacia el cielo, en señal de confianza para poner mejores condiciones en el acuerdo.
Los clarianos murmuraron y dirigieron la mirada hacia mí. Parecían desconcertados. Temerosos. Asustados. Una retahíla de sensaciones, negativas para mi causa. Todos rebosaban desconfianza, quitando a Aris y a Thomas. Newt parecía estar en una posición indecisa. Minho tomó la palabra:
—mi objetivo, desde que salimos del Laberinto, y de aquella caseta en mitad de la nada, siempre ha sido el de preservar la unidad del grupo, y todo lo que vayamos a decidir se hará en consecuencia y teniendo en cuenta todas las opiniones del grupo, a modo de Reunión, como hemos hecho siempre —espetó el líder con ímpetu, dirigiéndose a nadie en particular, pero, al mismo tiempo, interpelando a todos sus compañeros.
—Minho tiene razón, pero debemos tener en cuenta nuestro objetivo y todo lo que pueda afectar a nuestro nuevo amigo —apostilló Newt, con los brazos cruzados y de forma pensativa.
—Pues vamos a votar —clamó Thomas—. Los que estén a favor de ayudar a Elián que levanten la mano —dijo Thomas mientras Aris, él y otro chico emitieron sus votos—.
—Son tres votos de once —resumió el líder.
—Bien… esto… —decía Thomas entre nerviosismo, pareciendo no muy agradado con la situación que parecía devenir—. Que levante la mano quién esté a favor de proseguir el camino, dejando vía libre a los planes de Umbrella.
Un estremecedor silencio se abrió paso al fatídico resultado. Cinco manos alzadas, entre ellas las de Minho y Fritanga y las de otros tres chicos que no advertía sus nombres. Agaché la cabeza mientras me invadía la rabia y el dolor. Intenso. El dolor de la traición, esa misma que había sentido hace ya tiempo, aún resonando su eco en mi interior, pese a los chips de inhibición que evitaban la gestión de las emociones y pensamientos. Solo pude voltearme y dar la espalda a los compañeros que tan amablemente me habían acogido. Newt y Thomas parecieron afectados, aunque no tanto como Aris, el cual se acercó a mí:
—Compañero, no te preocupes, todo saldrá bien —dijo el chico de piel aceitunada, tratando de consolarme y de apoyarme.
—Eso no me ayuda, Aris, pero gracias por preocuparte.
Minho se acercó, despacio, interrumpiendo mi trance con Aris.
—Escúchame, Elián, conozco bien las emociones que vas a experimentar próximamente, pero tu causa te necesita, y debes priorizarla, ante todo, y tú como soldado deberías de saber eso —expuso el líder en tono altivo.
—Sólo noto el dolor de la traición, Minho. ¿Acaso es ese el sentimiento que has experimentado tú? —le devolví una pregunta retórica como respuesta, dándole la espalda, evitando el contacto visual y con un tono furioso.
—No. Eso no es a lo que yo me estoy refiriendo —respondió.
—¿Esa es tu mágica aportación? —reformulé la pregunta mientras cerraba los puños fuertemente. Aris, por su parte, se había echado a un lado, agrupándose con el resto de los clarianos.
—He vivido la pérdida de primera mano. Mi mundo se ha desmoronado justo cuando creía que los pilares, que lo sostenían, eran del mejor material posible. He visto morir a mis amigos. He visto llorar a mis compañeros. He perdido mi pasado. Me lo han arrebatado todo, pero prosigo buscando la meta que realice mi causa. Me he enfrentado al miedo a la cara, y, en el desarrollo persona que estás buscando para conseguir crear tu humanidad, debes saber que el miedo nos hace humanos y debes sentirlo y aprender a dominarlo —espetó en un apasionado discurso.
—¿Y eso va a aliviar las torturas de esta gente?
—Lo que digo es que debes de creer en tu causa, pues yo podré soportar perderte durante unos meses pues sé que ambos buscamos el mismo bien común, pero de diferentes maneras. Tu guerra está en Racoon City, no aquí. Acaba lo que has empezado y redímete —finalizó Minho.
No pude ni mirarle a los ojos. Pese a sus palabras, estaba rabioso y lleno de ira. Odiaba esta situación. Quería llorar, pero no me salían las lágrimas. Nadie iba a tratar de ayudarme, y ese absurdo sermón no me servía en absoluto. Era volver a la casilla de origen, sin opciones y sin nada por lo que luchar. Volver a un mundo donde estuviera controlado por esa gente. No lo podía soportar.
—Wesker —gritó Minho—. Tu propuesta ha sido aceptada, ahora cumple tu parte del trato.
Un estallido de lágrimas desbordó mi corazón. El dolor era lo único que brotaba por mi cuerpo. Sólo retumban en mí las palabras de Minho. Ser fiel a mis propósitos, coronar mis cimas y cumplir mis metas. Hay que detener a la nueva Umbrella, pero no sé si estoy dispuesto a superar el brutal escollo que se avecina.
Wesker se acercó y varios soldados, uno de ellos con unas esposas electrificadas, se acercaron a mí. No miré hacia atrás. No quería saber nada de Minho. Estaba llorando y no quería que mis 'amigos' me vieran llorar. Me agarraron de las manos, me las juntaron y me pusieron las esposas. Aquejé el chisporroteo de las pequeñas descargas de ráfagas de rayos azulados. Era muy molesto, incómodo y doloroso, pero mi umbral del dolor me permitía soportarlo.
