Se puso nuevamente la alianza de matrimonio en cuanto llegó al departamento. Sus mejillas estaban heladas, cortesía del frío viento. Se lamentaba por cómo había salido la conversación con Katie. Definitivamente no era lo que había esperado. No era que pensase que ella iba a estar supremamente feliz y que seguirían siendo las mejores amigas del mundo mundial, pero no contaba con que Katie la mandase totalmente a la mierda y sin retorno.

Dejó los zapatos en el mueble junto a la puerta y fue al dormitorio con desgana. Se sentía bastante tonta por no haber ideado un mejor plan para contactar a Katie. Pero es que la extrañaba tanto, a ella y a todos sus amigos. No saber nada de nadie, salvo por el "están bien" que Severus le decía durante sus visitas, era frustrante. A diario pensaba que, si no fuese por su embarazo, regresaría a Hogwarts, aunque eso supusiera tener el constante miedo de una invasión mortífaga al colegio. Cualquier cosa era preferible antes de estar allí encerrada viendo la televisión.

Se dejó caer en la cama y se giró sobre el colchón, enrollándose en el edredón. Cerró los ojos mientras suspiraba. Ahora se sentía culpable por lamentar que su hijo nonato existiera. Pero era muy difícil sentirse alegre al respecto. Quizás en otras circunstancias se habría sentido feliz de poder tener una familia y ser una persona normal como cualquier otra. Sin embargo, su situación no era ni por asomo normal. No era que no quisiese al niño que crecía dentro de ella, solo que desearía que el hechizo se hubiese roto cuando por fin hubiesen podido deshacerse del señor oscuro y todo el mal que representaba.


Severus se apareció en el callejón detrás del edificio de apartamentos donde Jill permanecía oculta. Estaba haciendo mucho frío para apenas ser octubre y la aguanieve caía con desgana sobre su abrigo. Sabía que no debería estar allí, pero sabía que Jill no le perdonaría el quedarse callado respecto a algo tan importante. Así que, rodeó el edificio y se adentró en él, agradecido por el aumento de temperatura en el vestíbulo.

¿Cómo se lo diría a Jill? Más bien, ¿Cómo iba a hacer que Jill se quedara escondida después de decírselo? La conocía lo suficientemente bien como para saber que ella querría salir corriendo apenas le contase lo sucedido. Maldita la hora en la que alguien le había dado un collar maldito a Katie Bell. ¿Alguien? dijo una voz burlona en su cabeza, "sabes de sobra que fue Draco". Maldito crío estúpido con sus planes idiotas. De no ser por el juramento inquebrantable con Narcissa, lo habría arrojado desde la torre de astronomía hacía siglos. El chico ya no le agradaba tanto como antes.

Subió las escaleras del edificio y entró al departamento tratando de no hacer ruido para no despertar a Jill. Era muy tarde, casi de madrugada y se sorprendió al ver que Jill estaba despierta, recostada en el sofá con el televisor encendido. Ella lo miró, sorprendida.

—¿Severus? —dijo ella irguiéndose en el sofá.

—Debo decirte algo —dijo Severus. No quería dar tantos rodeos —. Pero debes prometerme que no intentarás salir del departamento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jill. Ahora se veía preocupada.

Severus dudó nuevamente si era lo correcto contarle a Jill, mientras voces melodiosas salían del televisor cantando algo que sonaba como a "un mundo ideal". Decidió que no podía más que hacer lo que había venido a hacer, por poco que le gustara.

—Promételo —insistió.

—Severus… —comenzó Jill.

—Promételo, Jill.

La chica bufó.

—Lo prometo —dijo al fin.

Severus asintió.

—Katie Bell ha tenido un accidente —dijo Severus. Vio cómo los ojos de Jill se abrían con horror y tuvo la certeza de que jamás podría sacar del todo a Katie Bell de la vida de Jill. La conocida punzada de celos se alojó en su pecho.

—¿Qué clase de accidente? —preguntó Jill con voz ahogada.

Severus se sentó a su lado y le contó entonces que alguien en Hogsmeade le había entregado a Bell un paquete cuyo contenido era un collar maldito, y que ella accidentalmente había tocado dicho collar. Le explicó que él había hecho cuanto había podido por salvaguardar la integridad de Bell en cuanto le habían informado de la situación. Jill mantuvo una expresión compungida durante todo el relato y sus ojos se anegaron en lágrimas más de una vez. Eso no le gustó para nada a Severus, quien todo el tiempo sintió la opresión de los celos en su interior.

—¿Ella va a estar bien? —preguntó Jill.

—Sí. Llevará tiempo, pero estará bien —respondió Severus.

Jill se pasó las manos por la cabeza, echándose el negro cabello hacia atrás y se dejó caer contra el espaldar del sofá. Parecía aliviada, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Se rio un poco, sorbiendo por la nariz.

—Gracias —dijo con voz queda.

—¿Por? —inquirió Severus. Intentó que su voz no sonara fastidiada.

—Por ayudarla. Por contarme —respondió Jill.

—Lo habría hecho por cualquier estudiante —dijo Severus.

Jill guardó silencio un rato, como debatiendo algo consigo misma.

—Sé que te prometí que no saldría. Pero quiero verla, Severus —dijo Jill.

Ella lo miró con sus ojos grises, brillantes de lágrimas todavía. Severus sintió que sus celos subían a niveles alarmantes, casi desbordándolo.

—No puedo ponerte en riesgo —se negó Severus.

—Por favor. Lo último que hice hoy fue hacerla llorar. Tengo que pedirle… —dijo Jill, guardando silencio de repente ante la mirada de Severus.

—¿Hoy? —inquirió él suspicaz —¿cómo que hoy?

Jill palideció y desvió la mirada.

—¿Jill?

—Yo… —ella tragó saliva y lo miró avergonzada —. Me reuní hoy con ella.

Severus tomó aire profundamente. Debería haber sabido que Jill no iba a cumplir a cabalidad con lo de mantenerse oculta. Era tan cabezota como el mismo Potter. Y por lo visto igual de irresponsable.

—¿Entonces lo que se relacione con Bell supera tu instinto de supervivencia? —soltó Severus con tono resentido.

La mirada de Jill se tornó dura.

—No seas infantil, Severus —dijo la chica.

—¿Infantil yo? —repitió Severus sintiendo que las orejas se le ponían calientes —Estoy tratando de mantenerte con vida, Jill. Si prefieres ir detrás de esa chica en lugar de mantenerte a salvo, ¿quién es la que se comporta como una niña?

—¿Esto es por haber salido? ¿O por salir a verla a ella? —dijo Jill con dureza.

—¡Por ella! Estoy seguro de que no te habrías puesto en riesgo de no ser por ella, Jill —escupió Severus.

—¡Necesitaba verla! —admitió Jill sonrojándose.

—¿Necesitabas? —Severus sintió como si su estómago fuese de plomo —Sé sincera conmigo, Jill. ¿Realmente me amas tanto como dices?

Jill lo miró con incredulidad.

—No habría forma de que esté embarazada de no ser así —refutó ella.

—Quizás ella fue quien rompió el encantamiento… quizás yo solo era el imbécil con quien te acostabas y el embarazo fue un accidente.

Severus se puso de pie, furioso. No había pensado en lo que iba a decir, pero al escuchar sus propias palabras, sintió que eran reales. Él era solo el idiota con el que Jill jugaba. Puede que Jill realmente lo quisiera, pero no era ni por asomo lo mismo que con Bell. ¿Era ella la causante de que los planes del señor oscuro se fuesen a hacer realidad? ¿Habría podido embarazar a Jill si Bell no hiciese parte de su vida?