I. FALSO PEÓN
- Venga, ya le dije a tu jefa que le daría el dinero, no hace falta que nos pongamos así.
Un patético sollozo desesperado resonaba por aquel callejón tan oscuro, lleno de mugre y suciedad, allá donde ni la luz de las farolas se atrevían a penetrar en semejante lugar, tímidamente iluminado únicamente por la débil luz de una moribunda Luna menguante, mientras un hombre trajeado caía de rodillas al suelo, trémulo y aterrado.
- El dinero, ¿eh? Si tan solo se hubiese portado bien… –dijo en contestación otro individuo, de voz profunda y amenazante, que hizo que el hombre trajeado tragase saliva nerviosamente.
- Solo necesito algo más de tiempo. Le dije a ella que tomaría su tiempo el obtener de vuelta ese dinero. Un mes. En un mes tendré todo de vuelta. ¡Y con intereses!
De nuevo, promesas vacías y sin valor alguno, como todas las que había oído antes. Todos eran igual, pidiendo dinero, pero sin querer devolverlo. Tal era la naturaleza y desesperación de aquellos pobres desgraciados con los que se había cruzado constantemente. Todos quieren dinero, pero ninguno lo devuelve a tiempo y en la cantidad pedida. Si saben que no van a poder devolverlo, ¿para qué molestarse? ¿Por esperanza? Esa esperanza es lo que les ha hecho estar en esta situación. Es lo que les ha hecho adentrarse en un camino lleno de deudas y chantajes del que no tienen escapatoria. Lo que les ha hecho toparse con él.
- ¿Eso mismo le dijo al que vino antes que yo? ¿Al que apuñaló en la espalda nada más se dio la vuelta? Creo que se equivoca con mis intenciones. Esta vez no tendrá una segunda oportunidad, señor Maeda.
- ¡Él me atacó primero! ¡Me quería matar y yo simplemente me defendí! Si ella no mandase a psicópatas como vosotros, eso nunca hubiese ocurrido. ¿Crees que acaso disfruté con ello? ¡Tengo pesadillas todas las noches! –y además de promesas vacías, también mentiras. Al ver que la otra persona no contestaba, siguió hablando. –No hace falta que vuelva a pasar. Te lo prometo por mi honor, ¡por la vida de mi familia! Tendré ese dinero.
- ¿Sabe, señor Maeda? –ya había tenido suficiente con tanta mentira. Había venido para acatar órdenes, y créeme que lo iba a hacer. –Es curioso que lo prometa por esas cosas. La última vez que lo investigué, su mujer le abandonó hace 4 meses. Ella estaba harta de sus varias aberraciones que cometía contra ella y vuestra hija, y por no mencionar sus crecientes deudas, por lo que decidió irse a casa de sus padres, lejos del monstruo que se hacía llamar su marido. ¿Y su honor? Dejó de tener honor en el momento que le robó la idea a su mejor amigo, le puso dos bloques de cemento y le dio un buen chapuzón en el puerto.
- ¡Serás…!
Maeda no tenía por qué lidiar con un asqueroso delincuente de poca monta como él. Había superado demasiados obstáculos, enfrentado a demasiadas dificultades, para ver nacer su invento, preciada labor de su investigación que cambiaría el mundo, como para que ese donnadie le viniese reclamando dinero y le insultase de esa manera. Era muy superior a él, en todos los aspectos. Nadie que le insultase de esa manera se iría de rositas, aún menos aquel estúpido mocoso que tanto se las daba de tipo duro. Era hora de que alguien le diese una lección. Lo que aquella mala imitación de cobrador de deudas desconocía era el Don que Maeda tenía. La Madre Naturaleza le había bendecido con un poder especial, aunque realmente era algo extremadamente común en la sociedad. No obstante, el suyo era especial. Eso le dijo su padre desde el momento en el que lo vio, y no se equivocaba. Nadie que se había enfrentado a él había sobrevivido y eso no cambiaría hoy.
- Verá, señor Maeda, creo que no ha entendido bien la situación. No hay excusa ya que valga. Usted cree que puede no pagarnos sin consecuencia alguna. Y no le culpo, comprendo que pueda llegar a pensar así. Pero creo que no se ha dado cuenta de que ha tirado por la borda la única ventaja que tenía. Ella sabía de sobra que no iba a devolver el dinero, no es tonta. No ha llegado a donde está sin adelantarse a los acontecimientos. Se cree usted muy intelectual, señor Maeda, y muy carismático, pero esta vez su palabrería no le va a salvar. Le repito la pregunta: ¿por qué estoy aquí, señor Maeda?
¡Había tenido suficiente! Era hora de acabar con aquel hijo de perra. Con un rápido movimiento, estiró su brazo derecho y extendió la palma de la mano. Entonces, de esta salió disparada una repugnante bola de grasa y sebo hacia la cara del cobrador de deudas con tal precisión y velocidad que no le dio tiempo a reaccionar, pues ni siquiera pudo moverse. El sonido del impacto podía revolver las tripas a cualquiera, sonando como si un pescado pútrido cayese desde gran altura. Y entonces, un constante siseo y chirrido comenzó a emanar del rostro de aquel imponente individuo. Maeda no pudo evitar sonreír. Otro necio que se ponía en su camino y que caía al subestimarle. Pero su alegría fue muy efímera. Un agudísimo dolor apareció de la nada en el estómago de Maeda, y tan fuerte era que le hizo caerse al suelo y llevarse las manos al abdomen. O lo que quedaba de él. En vez de palpar su abdomen, tocó una grotesca masa de carne, sangre y tripas que formaban el gran agujero que tenía en el cuerpo. Gritar por pura agonía no ayudaba aliviar el dolor. Y aún peor, la otra persona se movió hacia ella como si nada hubiese pasado. ¡Imposible! Había hecho diana, de eso estaba seguro. ¡Debería de estar muerto! ¿Entonces cómo…?
- ¿Preguntándote cómo era posible? Bueno, dejémonos de formalidades. Verás, Maeda, lo sé todo sobre ti. Tu familia, tus amigos, tus hobbies… pero más importante, tu trabajo y tu Don. "Pústula" era el nombre, ¿no? Un Don capaz de disparar pústulas llenas de ácido sulfúrico por las manos que corroen lo que toca en segundos. –entonces, hizo un gesto de quitarse algo del cuello para luego mostrárselo a Maeda con orgullo. –Una cubierta de cerámica vidriada, regalo de la Jefa. El ácido sulfúrico lo destruye casi todo, pero la cerámica es uno de sus peores enemigos. También sé que siempre apuntas a la cara, como evidencian los cuerpos que dejabas atrás. Como el de aquel que vino antes que yo. Inteligente, la verdad. Es por eso por lo que le pedí a ella que me hiciese esta lámina protectora, y además que fuese transparente. Y es por eso también que no hay ninguna farola cerca. La luz se hubiese reflejado y distorsionado en la lámina, pero aquí estamos. Y para contestar la pregunta que te he hecho varias veces: no estoy aquí para cobrar ni un solo billete, no. Has acabado tu invento, por lo que tu utilidad ya no existe. Estoy aquí para llevármelo y… bueno, para matarte.
De repente, Maeda intentó lanzar otra salva hacia su agresor, pero él era más rápido. Un ahogado estruendo resonó tímidamente por el callejón y, acto seguido, la mano de Maeda voló por los aires. Y tras un segundo estallido igual de débil, Maeda cayó al suelo, sin vida y con la tapa de los sesos volada. El misterioso matón enfundó su arma, quitándole antes el silenciador, y se acercó al cuerpo. Rebuscó en este y logró robar unas llaves llenas de sangre y su cartera, la cual dejó vacía de dinero totalmente. 50 000 yenes. Bastante decepcionante. No obstante, el dinero solo era un extra. Había otra cosa que necesitaba de él, y por suerte, no tenía ya que ensuciarse más las manos para obtenerlo. Cogió aquella desagradable cosa y la envolvió con sumo cuidado en una prenda. Entonces, con total impasividad, el cobrador abandonó aquel tenebroso callejón y retomó su camino.
Montándose en su vieja y fiable moto custom Brat Style, tomó la carretera principal y se alejó del lugar. Una vez recorrió varias decenas de manzanas, se detuvo y bajó del vehículo. Era la ubicación correcta. En uno de los grises bloques de apartamentos que tenía enfrente estaba la casa del profesor Maeda. Tras aparcar la moto en un sitio discreto, se dirigió hacia los edificios, bloques de unos cinco o seis pisos con forma rectangular cuyo lado menor miraba hacia una calle repleta de cables de electricidad. Era curioso que estos tuviesen en la parte superior de la fachada un número: el 1, el 2, el 3 y el 4, aunque este último edificio estaba algo más atrás, casi marginado del conjunto de bloques. La superstición de los japos pensó Vane. Y tal vez no se equivocase.
Entró en el bloque número 2, donde vivía el bueno de Maeda. Todas sus investigaciones e inventos tenían que estar ahí dentro. Tenía que ser silencioso, eso sí, si no quería alertar a los vecinos. Pero afortunadamente, Vane tenía mucha experiencia en eso. Apenas le costó esfuerzo forzar la cerradura del portal y, una vez cogido el ascensor para llegar a la quinta planta, se dirigió hacia la vivienda que buscaba. 5F, leía el cartel. Se aseguró de que no hubiese nadie mirando o cámaras que le estuviesen vigilando, y entonces, con unos pocos giros de sus ganzúas, abrió la puerta. Sin embargo, no entró. Maeda era demasiado listo como para que una sola cerradura impidiese el paso a su casa. Cogió un pequeño dispositivo redondo de su bolsillo, pulsó unos botones y lo lanzó dentro de la vivienda. Sonó un estallido muy pequeño, parecido al que hace uno tras reventar una pompa de chicle, lo que le decía a Vane que podía entrar sin peligro alguno. Antes de entrar, decidió echar un vistazo al microondas que había en la cocina, ubicada justo en la entrada. En el lugar donde tendría que haber aparecido la hora había una pantalla en negro. El dispositivo, el cual muchos ingenieros armamentísticos reconocerían como una granada PEM, había funcionado. Todos los dispositivos electrónicos de esta casa y seguramente las adyacentes habían dejado de funcionar. Había de ser presto para evitar ser visto, pero por suerte, sabía qué tenía que buscar.
Si la información que le dieron era correcta, todo estaría guardado en una caja fuerte en la habitación. La morada de Maeda era pequeña, no más de 50 metros cuadrados, por lo que la única sala con puerta tenía que ser sin lugar a duda la habitación. Entrando en el habitáculo con suma cautela, producto de años de experiencia e instinto, localizó la caja fuerte en pocos minutos. Un armazón de lo que seguramente sería titanio protegía todo contenido del interior de cualquier intento de forzarlo, además de que la cerradura de este maletín, tras una cuidada inspección, no era electrónica, sino mecánica, tal y como su contacto había dicho. No mentía, algo que Vane agradecía tras estar rodeado constantemente de pícaros y embusteros que solo buscaban su beneficio propio. Sin embargo, tal y como había sido advertido, el cerrojo requería no un forzamiento con ganzúas, mas algo mucho más sofisticado. Solo se abriría en contacto con el dedo del dueño, teniendo que encajar perfectamente la huella dactilar en el dorado botón que tanto desatacaba. Vane no era un sicario normal y corriente de poca monta que apenas merecía el sueldo que cobraba. Él siempre iba un paso por delante.
De su bolsa cogió el ahora rojo trapo que envolvía aquello que necesitaba. Sin colocar esta en ninguna superficie para evitar mancharla de sangre, desenvolvió la desmembrada mano derecha de Maeda y colocó el dedo índice en la cerradura. Chasqueó. Estaba abierta. Volvió a guardar la mano en la bolsa y abrió el maletín. En su interior descansaba un cuadernillo con escasas hojas y un vial de cristal con un líquido rojizo. Justo lo que estaba buscando. Con sumo cuidado guardó en una funda especial y acolchada el vial y el cuaderno. Dejando el maletín en su sitio, no tenía sentido quedarse más en la casa, por lo que decidió irse. No obstante, justo antes de irse vio por el rabillo del ojo algo que le llamó la atención. Se trataba de 5 rollos de papel azul colocados en la esquina del cuarto. Se acercó y uno a uno fue observando los trazados de aquellos inventos tan sofisticados. Se dio pues cuenta del gran valor que tenían y de lo útil que le podría ser si se realizasen con éxito. Llevándoselos en la bolsa, salió por la puerta, la cual cerró tras de sí.
Los primeros rayos del Sol se posaban en el rostro de Vane con cada vez más y más ímpetu. El día estaba naciendo y era hora de volver ante ella. Entonces, de repente, una voz resonó por aquel corredor con vistas al exterior:
- ¡Volveré por la tarde! ¡Hasta luego!
Rápidamente, Vane decidió disimular y se posó en la barandilla. Sacó y encendió un cigarrillo mientras pasaba de largo aquella persona cuya aguda voz había seguramente despertado a más de uno. No tuvo mucho tiempo para verle, pues iba con prisa, pero se trataba de un chico delgaducho, con un cabello corto, enrevesado y verde oscuro, y que denotaba un aura de nerviosismo allá por donde pasaba. Por suerte, no se había detenido para mirar a Vane, el cual estaba cabizbajo y con la mano del cigarro tapándole el rostro para evitar que el chico pudiese dar un buen vistazo a su cara. Una vez se fue, volvió a su moto y reemprendió su camino: el cuartel.
Las calles de Musutafu comenzaban a cobrar vida ya antes incluso de que el Sol Naciente empezase su tan habitual paseo. Empresarios en ropajes caros, oficinistas vistiendo trajes que lograron comprar de oferta en las rebajas anteriores, tenderos abriendo sus puestos para vender cuanto antes, los últimos merodeadores nocturnos metiéndose en sus escondrijos de los que saldrían una vez cayese la noche, estudiantes acudiendo a sus primeras clases del día… La vida japonesa era muy ajetreada, eso lo sabía Vane muy bien. Hasta sus padres una vez participaron en estos rutinarios desfiles de empleadores y empleados por la jungla del cemento, del neón y del metal. Su moto comenzaba a ser una entre tantas que se adentraban en las venas asfaltadas que formaban el sistema circulatorio de la ciudad, tan llena de vehículos que siempre estaba en circulación. Cuanto más conducía, más viva estaba la urbe. Tal era la vida de Musutafu. Cierto, no era Tokio, la tan poblada capital del archipiélago nipón, pero no tenía nada que envidiarle. Hasta Nueva York palidecía en comparación con la cada vez más importante y próspera ciudad de Musutafu. Sin embargo, no solo era el lugar de importantes sedes empresariales o de las oficinas de Héroes más importantes del país, algunas incluso del mundo, no. Toda ciudad, aún más aquellas que más dinero mueven, tiene su lado oscuro. Y en efecto, Vane era parte de él.
Las 8 de la mañana. La calle estaba llena de personas yendo de un lado a otro dirigiéndose a sus oficinas, escuelas y puestos de trabajo. Los edificios, todos ellos adosados y formando largos bloques de hormigón, no superaban los 4 pisos de altura y las luces de neón de los carteles y la publicidad eran ya apagadas ante el resplandeciente sol de una mañana despejada. Detuvo su moto ante un edificio que conocía ya de sobra. Dos hombres en trajes negros le recibieron en la entrada:
- Llegas tarde, extranjero. La Jefa te estaba esperando. Querrá explicaciones. –dijo uno de ellos con una sonrisa burlona en la cara.
Cogiendo su bolsa, Vane pasó de largo y se dirigió al interior del edificio. Ante él se abrían varias salas de oficina con algunas personas pegadas a ordenadores tecleando sin descanso, otras revisando papeles y unas cuantas fumando en plena habitación. Tal era la costumbre de los Yakuza, pensó Vane. No importa lo educados que sean los japos, un criminal siempre tenderá a romper cualquier norma, por pequeña que sea, incluso si es la de "prohibido fumar en interiores". Lo más curioso de todo es que todos y cada uno de ellos le miraban con rechazo y una ya normalizada xenofobia. Todos eran mafiosos, pero por encima de eso, eran japoneses.
Haciendo el recorrido de siempre, Vane entró en una sala de estar ricamente decorada donde descansaba larga mesa de cristal con bordes de oro, acompañada por numerosos colchones de lujo que estaban de momento vacíos. Solo uno de ellos estaba ocupado, y era el que encabezaba la mesa de reuniones. ¿Su ocupante? La Jefa en persona. Vane aún no acostumbraba a verla, aún a pesar de llevar trabajando para ella durante dos años. Y aún menos estaba acostumbrado al hecho de que ella tuviese 20 años, uno menos que él. Para variar, llevaba su atuendo favorito. Vestía una americana carmesí que le llegaba a la altura del diafragma, un chaleco negro entreabierto y, debajo de este, ni una sola prenda, de manera que parte del estómago era visible. Todo eso iba acompañado por un pantalón formal negro adornado por unas muy claramente lujosas deportivas blancas precedidas por unos calcetines rojos, del mismo tono que la americana.
- ¡Vaya, vaya! El señor John Vane en persona. ¿Qué tal, querido?
La Jefa, como todo el mundo la llamaba, era un caso peculiar. Era objetivamente una chica muy atractiva. Su cabello corto y pardo que le llegaba a los hombros era liso y suave a la vista como si se tratase de la seda más fina de todo Asia, y su cuerpo tampoco dejaba que desear a cualquiera. Pero John supo desde el momento en el que la miró en los ojos que no era la niña inocente que aparentaba ser. Tras aquellos ojos color escarlata se escondía algo realmente aterrador, una total máscara de simplicidad ocultando una psicópata sádica y manipuladora.
- Sabía que íbamos a por él, señora Tajima.
- Oh, vamos, vamos, no hace falta tanta formalidad conmigo, cielo. ¿Cuántas veces tendré que decirte que me llames Tanya?
- Alguien ha hablado. –John estaba más que habituado a sus juegos y coqueteos constantes.
- ¿Y eso cómo puedes confirmarlo? Es una acusación muy grave la que estás haciendo. –dijo ella poniendo una voz burlona e infantil mientras le hacía una mueca a John.
- Aquel taller suyo del que me hablaste estaba completamente limpio de planos y posibles inventos. Los metió en la incineradora para que no nos hiciésemos con ellos. Por suerte, puede que Maeda fuese un genio inventor, pero era terrible intentando ocultar sus huellas.
- Entonces tendrás lo que te pedí tan amablemente que me consiguieses, ¿me equivoco, cielo?
John abrió la bolsa y sacó de ella el vial, el cual entregó cuidadosamente a Tanya.
- Menuda preciosidad… Tú también lo eres, cariño, no te pongas celoso del vial. –le dijo a John guiñando el ojo, ante lo que él respondió poniendo los ojos en blanco. –¿No había nada más?
- Nada digno de mención.
- ¿Seguro, John? ¿Seguro que nada más?
- Aparte de los yenes que llevaba encima, no tenía nada más. ¿Algo que se te olvidó mencionarme?
- Se dice por ahí que tenía sus diseños más excelsos guardados aún. ¿Lograste encontrarlos?
- Como te dije, quemó todo lo que pudo antes de huir. La casa también estaba vaciada cuando llegué. No es posible que supiera que era nuestro objetivo. Alguien se ha ido de la lengua, Tanya.
- Ah, buah, buah. Deja de llorar, hombre. ¡Fui yo la que se lo dije! Al fin y al cabo, eso le daría más emoción al asunto, ¿verdad? –John simplemente negó con la cabeza mientras miraba al suelo.
- Bueno, tienes lo que querías. Ahora págame.
- Tranquilo, vaquero. ¿Cuándo no te he pagado yo?
- ¿Respondo en orden cronológico o alfabético?
- Ya acordamos que-
- Quiero mi dinero, Tanya. Sin excusas. Me he cansado de tus tonterías. –la sala se mantuvo en silencio durante unos momentos. Tanya tenía cara de enfado, pero conociéndola, esa emoción duraría apenas unos instantes más.
- ¡Ja! Eso es lo que me encanta de ti, John. Tienes un buen par de pelotas. Está bien, tendrás el dinero al salir. Aunque, tengo otra petición para ti. ¡Y esta vez no tiene que ver con que te cases conmigo! De momento.
- ¿Qué quieres?
- Una deuda que recolectar. Algo fácil. Un pez gordo no nos ha pagado la protección, así que alguien tiene que demostrarle lo que pasa cuando no paga.
- ¿Cuánto tengo que recuperar?
- ¡Nada! De hecho, no quiero que recuperes dinero. Quiero que le partas la puta cabeza. Mátale y te pagaré el doble que el trabajito de hoy.
- Enfadarte no es sabio, al parecer. Sigue así y no tendrás cabezas que partir. ¿Cuál es el nombre?
- ¡Je, esa me ha gustado! Muy gracioso, como siempre. A las chicas les gusta eso.
- Tanya, el nombre. Por favor.
- Está bien, aguafiestas. La persona que a la que quiero que mates se llama Tadako.
- ¿Tadako qué más?
- Tadako Yaoyorozu.
- ¿Puedo preguntar el motivo por el que le quieres muerto y no su cuenta bancaria?
- Es cuestión de enviar un mensaje, querido Johnny. Un claro mensaje de que nadie jode a la Familia Tajima. Se creyó superior a nosotros y ahora tiene que pagar. ¿Entendido, mi pequeño mercenario de ojos verdes?
- ¿Cuánto tiempo tengo?
- Esta noche sería ideal. Va a salir a cenar con su familia, según nos ha chivado un pajarito de su entorno. Un magnate de los negocios asesinado poco después salir del famoso restaurante de lujo "Little China" en el que estaba teniendo una agradable velada mientras su esposa e hija miran impotentes. ¡Qué mundo más cruel en el que vivimos, Johnny! ¡Cuánto mal! ¿Acaso acabará la crueldad algún día? No pronto, de eso estoy segura. Me apetece cenar chino hoy, ahora que lo pienso.
- ¿Detalles?
- Hoy los Yaoyorozu irán a cenar a las 20 juntos al Little China, hija incluida. Quiero que le mates después de eso en un sitio en específico: el parque público no 13.
- Sé dónde es. Sitio abandonado rodeado de edificios en obras. Supongo que querrás que sea discreto.
- Puedes hacer el sonido que quieras, lo único que quiero es al viejo sin posibilidad de cobrar pensiones ni aquí ni en el Más Allá. Si puede ser antes de las 23 mejor.
- Parque público no 13, antes de las 23 del día de hoy. Oído cocina. ¿La recompensa?
- ¡Bien, veo que tenemos bien entrenada la memoria! ¡10 puntos para la Casa Vane! Premio: cinco millones de yenes… si lo haces sin que la policía te eche el guante, claro está. Después de ese asunto, tú y yo vamos a tener una noche muy entretenida. ¿Ya te vas? Menudos humos tienes, hombre. ¿Te han dicho lo poco divertido que eres a veces, Johnny? En fin, puedes pirarte ya. ¡Ah sí, antes de que te vayas!
- ¿Sí? – dijo John resoplando.
- Me gusta tu nuevo aspecto. Esa barba te queda bien con el pelo así, largo y salvaje. A un chico occidental como tú le sienta de maravilla. Aunque me gustabas más con el pelo corto. –dijo ella con una voz algo seductora mientras acariciaba y daba un toque al hombro de John. –¡Lo teníamos casi a la misma altura! ¿Ves? Era una señal, mi amor. Estamos hechos el uno para el otro.
- Aprovecharé de paso para pasar por el manicomio y decirle que se les ha escapado un paciente. Nos vemos, Tanya.
Y con esas palabras, John salió de las oficinas de la Familia Tajima, un clan Yakuza recién establecido que ya se estaba comiendo a todas las familias principales de la ciudad. A este paso, controlarían Musutafu y podrían entrar en el Clan Tojo, el grupo de Yakuza más importante de Japón. Aunque para eso aún quedaba. Suerte que John estuviese involucrado en ese crecimiento, y que gracias a él (y al nuevo mandato de Tanya, loca pero extremadamente astuta y eficaz) la Familia Tajima estaba viendo el estrellato mientras les cobraba una buena cantidad por sus servicios, lucrándose por todo lo alto. No obstante, todo el mundo tiene sus secretos. Al salir de la sala de reuniones, el teniente de Tanya le dio un maletín con un millón y medio de yenes dentro mientras le miraba con una intensa repulsión y rechazo. "Otro día, otro yen", como decía su padre. Y al fin, maletín en mano, John abandonó las oficinas con una sola cosa en mente: una esperada reunión.
Tras subir a su moto y conducir no muchos minutos, John se detuvo en una zona de la ciudad algo más tranquila pero aún con cientos de personas caminando de un sitio para otro. En uno de los edificios había un portal y dentro de este portal se encontraba un ascensor ya familiar para Johnny. Una vez en la tercera planta, se encontró con el ambiente tranquilo y seguro al que tanto gustaba ir.
- ¡John! ¡Ahí estás!
- Me alegro de verte, Hiroki.
En aquel bar tan elegantemente decorado con tonos rojos, marrones y negros le recibió un chico nipón también de su edad, pero con un oscuro cabello algo más largo que el suyo y vistiendo un llamativo traje de un color verde marino acompañado por una igual de vistosa camiseta de dorados tonos. Aquella persona era una de las únicas dos personas en las que confiaba John y solo a la que podía considerar su hermano de otra madre: Hiroki Gotō.
- Habrás terminado aquel trabajo, imagino. –dijo Hiroki mientras John se sentaba en la barra y un anciano de elegante apariencia le servía un café.
- Gracias, señor Tanaka. Sí, vuelvo de las oficinas Tajima. Estoy que me caigo muerto.
- ¿Se dio cuenta la loca de Tanya? No te habrá pillado, ¿no? –dijo Hiroki con clara preocupación en su voz.
- ¿Lo dices por el vial? Ni se fijó en él cuando se lo entregué. Esa psicópata de mierda solo tiene ojos para verme, nada más. Espero acabar con esta mierda cuanto antes, porque si no…
- Venga ya, Johnny, ¿en serio te quejas? Te pagan bien y tienes a la matriarca del Clan Tajima a tus pies. Y no me digas que no está buena…
- Un minuto enfrente de esa tía y veremos si diciendo lo mismo. En fin, tengo que entregar el paquete al Capitán.
- Estará bien guardado, ¿no? Más te vale. –entonces, John dio dos toquecitos a su bota derecha.
- ¿Tan tonto me crees que no puedo ni guardar un pequeño vial de forma segura?
- ¿En serio quieres que te responda a eso? –se rio Hiroki mientras John resoplaba y ponía los ojos en blanco. –Hora de irnos. No queremos llegar tarde, ¿verdad?
- No me has dejado ni tomarme el café.
- ¿Pues a qué esperas? ¡Vamos!
Dándole un rápido trago a su café y dejándole dinero al señor Tanaka, John y Hiroki salieron del edificio por una puerta trasera, la cual daba a un callejón en dirección a una de las calles principales. A la salida del callejón es esperaba un coche deportivo rojo chillón.
- No podías traer nada menos discreto, ¿no?
- Mejor que esa moto tuya desde luego. Esto de aquí es una preciosidad. Potencia, belleza, elegancia. No ese trasto viejo y oxidado lo que tienes tú.
- Pero tú te comes el tráfico y yo no.
- Ja, ja. Muy gracioso. Venga, nos está esperando.
Las calles de Musutafu estaban ahora mucho más vivas que antes. La famosa hora punta japonesa, donde los metros se llenan tan rápida y fluidamente como una taza de café mañanero, y donde los peatones se mueven por la ciudad como una manada de ñus en la sabana africana. Una ciudad de actividad imparable, algo a lo que John nunca podría acostumbrarse. Tras una pequeña charla con Hiroki, ambos llegaron a su destino: las oficinas de la Familia Kyushu.
- ¿Hace cuánto que no pasabas por aquí, John? –dijo Hiroki mientras entraban al edificio.
- Demasiado. Todo este tema me ha tenido alejado de aquí. –respondió él con un tono algo airado en su voz.
- Pues tengo buenas noticias para ti, aunque será mejor que te lo cuente él.
Nada más decir esas palabras, ambos se detuvieron ante unas puertas de madera que conocían de sobra. Hiroki las abrió y allí estaba él. John hizo una reverencia, algo imperativo en el mundo japonés, nada más verle.
- Por favor, John. Ya sabes que eso no hace falta conmigo. Siéntate, por favor. Tengo buenas noticias para ti, unas que seguro que llevas tiempo queriendo oír.
- ¿La han encontrado? –dijo John mientras entraba a aquella elegante sala de reuniones, decorada con los diseños y materiales más modernos y exquisitos que uno podía adquirir, pareciendo que había entrado en la misma Versalles.
- Paciencia, hijo. Tiempo al tiempo. Vayamos por lo primero. –Hiroki cerró las puertas tras él y se sentó junto a John, al lado de aquel anciano señor de rostro sabio, pero firme, canos vellos y afilada perilla. –Gracias, Hiroki. John, antes de empezar quiero darte las gracias por todo lo que has estado haciendo por nosotros durante tanto tiempo.
- Por favor, señor Kyushu, faltaría más. Es lo que le debo.
- No hace falta que seas tan humilde, John. Has hecho un gran servicio a esta familia. Sé lo duro que ha sido haber estado infiltrado día sí día también en la Familia Tajima, haciendo siempre un esfuerzo hercúleo para lograr los mejores resultados. Es por ello por lo que tienes mi más sincera gratitud, hijo.
- Gracias, señor Kyushu.
- Bien, tengo entendido que has logrado obtener el vial que buscábamos.
- Así es, señor. Aquí lo tiene. –dijo John mientras le entregaba aquel vial con el líquido violáceo tan extraño.
- Esto de aquí va a darnos una ventaja importantísima para lo que viene por delante. Se lo llevaré a nuestros socios enseguida.
- ¿Lo que viene, señor?
- Así es. La buena noticia que iba a darte, John, es que ya no hace falta que sigas siendo un agente doble. Una última misión y todo habrá acabado. Ha llegado a mis oídos el plan que Tanya te comentó. El asesinato del señor Yaoyorozu, ¿cierto?
- Sí, señor, para esta misma noche.
- ¿Cuáles son las razones que te dio ella?
- No pagó dinero de protección, así que hay que matarle para dar una lección.
- Lo suponía. Todo eso es mentira, John. Es parte de un plan mucho mayor.
- ¿Mayor cómo? –preguntó Hiroki.
- La situación es la siguiente: Tanya Tajima tiene agarrado por los huevos a todos los máximos dirigentes de Yaoyorozu Enterprise. A todos excepto a su dueño y fundador, Tadako Yaoyorozu. Ha sobornado a toda la directiva con millones de yenes para poder hacerse con el poder de la empresa, y una vez mate a Tadako, y sospecho que a su familia también, tendrá el control total de la empresa. Con una megacorporación como esa en las manos de Tanya Tajima, no solo nuestra familia, sino el Clan Tojo y el resto de los clanes corren peligro. Sabemos qué tipo de persona es. Semejante influencia sería usada para desencadenar una guerra total contra los Yakuza, independientemente de a quién hayan jurado lealtad. Su plan es hacerse con el control absoluto del crimen organizado de Japón y, a partir de ahí usar el carácter global de la empresa para expandir su imperio criminal. Es por eso por lo que hay que detenerla.
- Joder, pinta muy mal. ¿Y cómo lo hacemos? –preguntó nuevamente Hiroki.
- Hay que mantener al señor Yaoyorozu con vida, pero hay que engañarla el tiempo suficiente como para que podamos emboscarla y meterla entre rejas de una vez por todas.
- En cuanto se entere de que no he matado al señor Yaoyorozu en la hora indicada, se olerá que algo va mal.
- Es ahora cuando te pido un último favor, John. Tu última misión encubierto. No acabarás con el señor Yaoyorozu, sino con un señuelo.
- ¿Señuelo?
- Nuestra familia conoce a cierto criminal cuyo Don es la metamorfosis. Se puede disfrazar de otras personas. Acabarás con él mientras se hace pasar por el señor Yaoyorozu. Hiroki estará vigilando de lejos todo el rato para asegurarse de que no ocurre nada fuera de lo previsto.
- ¿Y qué le hace pensar que esta persona se dejará asesinar? –dijo Hiroki.
- Esta persona no sabe nada del plan, y, además, nos debe una importante suma de dinero Con suficientes presiones y amenazas accederá. Además, se trata de un asesino convicto. Estaremos haciéndole un favor al mundo. Una vez esté muerto, un agente de Tanya se asegurará de que el cadáver corresponde con el del señor Yaoyorozu y los dirigentes de la empresa irán a las oficinas de la familia Tajima para empezar los "trámites", digamos.
- Entonces será cuando intervenga la policía, ¿cierto?
- La policía y varios Héroes profesionales. Sé lo que piensas de los Héroes, John, pero no tenemos otra alternativa. No podemos permitir que la Familia Tajima obtenga tantísimo poder y recursos. Traería la guerra total no solo a nuestro clan, sino al resto de organizaciones del país. Hay que detenerla.
- Me gusta ese plan. Es hora de que le enseñemos una lección a esa zorra, ¿verdad, John?
- Hay que andar con cuidado. Tanya puede estar loca, pero no es tonta.
- Este plan solo lo sabéis vosotros y yo. He tomado todas las precauciones posibles para que así sea.
- Bien, hagámoslo entonces. –dijo John con una mirada decidida y firme.
- John, en cuanto la familia Yaoyorozu salga del restaurante, tendrás que acercarte a ellos y recoger al señuelo.
- ¿Cómo podemos estar seguros de que se trata del señuelo y no del verdadero?
- Tranquilo, Hiroki, está todo pensado. En mitad de la cena le llamaremos para advertirle de los planes de Tanya. En ese momento, irá al baño y el señuelo tomará su lugar. Poco después, saldrán del sitio y John le recogerá. Tras eso, el plan es ir al parque y acabar con él. Para asegurarnos de que se trata del señuelo, John, tendrás que preguntarle "¿Listo para la reunión, señor?". Él te responderá con un "listo para cerrar el trato". Entonces, os iréis de ahí.
- Vaya clave más original. -bromeó Hiroki.
- Entendido. Así se hará, señor.
- Muchas gracias, John. No podría estar más en deuda contigo. Tengo otra noticia que darte también. Es sobre ella. –el rostro de John se iluminó súbitamente y sus ojos emanaban un esperanzado reflejo.
- ¿La habéis encontrado? ¿Dónde?
- No la hemos encontrado aún, pero sabemos que está aquí, en Musutafu. Hay indicios suficientes que lo evidencian.
- Así que en Musutafu, de entre todos los lugares posibles.
- Haré lo posible para que la encuentren, John.
- Muchísimas gracias, señor Kyushu.
- Ni lo menciones, hijo. Es lo mínimo que puedo hacer por tus servicios. Pasaos luego para ultimar los detalles. De momento descansad. Ahora preparaos para esta noche. Es hora de que el reinado de Tanya llegue a su fin.
Y con esas palabras, la reunión llegó a su fin. John estaba más que preparado para hacerlo. Ardía en deseos de ver a Tanya hundirse en la miseria y la oportunidad de hacerlo se había presentado en bandeja de plata. Había llegado el momento de llevar a cabo una última misión. Como en los viejos tiempos.
No tardó John en irse a dormir en una habitación reservada que tenían en las oficinas. Había sido un día largo, y lo sería aún más, por lo que el descanso era vital. Uno podía luchar todo lo que desease contra el sueño, pero tarde o temprano este acabaría ganando. Una lección bien aprendida en el pasado.
- ¿Todo listo, John? -dijo Hiroki mientras veía a un John algo sorprendido con la vestimenta que el clan le había dado para la misión. -Creo que es la primera vez en mi vida que te veo con un traje.
- ¿Era en serio necesario?
- Claro que sí. Tienes que parecer un respetable hombre de negocios. Y quién sabe, al igual alguna chica se fija en ti.
- Muy gracioso, Hiroki. ¿Tú estás listo?
- Sí, señor. Todo está preparado y en posición. El coche está fuera esperándote. Yo iré detrás de ti.
- Adivino, irás con el coche más llamativo de toda la ciudad. Ponle señales de neón también, por si acaso.
- Pues no es mala idea, en verdad. Tranquilo, estoy de coña. ¿Vamos?
- Okay. -dijo John mientras revisaba las armas que llevaba escondidas en la pantorrilla: una pistola y su fiel cuchillo de supervivencia que tantos años le había acompañado. -Todo listo. Vamos.
Nada más salir de la oficina, John se encontró con un elegante Mercedes negro esperándole. Uno de los jóvenes Yakuza le dio un papel con las instrucciones detalladas. Conducir al lugar indicado, esperar a que salgan, recoger al señuelo con la contraseña, llevarle al Parque 13 y acabar con él. Un plan sencillo. Había visto cosas más complicadas. Y así, preparado para llevar a cabo el plan final, aquel que acabaría con la persona que más odiaba en este mundo, John encendió el motor y se puso en marcha hacia su próximo destino: Little China.
