VI. EL RUGIR DE MIS CAÑONES

- Bist du bereit? Okay, feuer!

Nada más gritar Till, una rapidísima sucesión de disparos resonó por todo el vertedero que colinda con Marakoru, y, tan pronto como vino, su sonido se acabó ahogando en la espesura del campo abierto. Lejos de cualquier núcleo urbano augusto, exceptuando claro está Marakoru, que ni siquiera era considerado un lugar respetable por el resto de la ciudad de Musutafu, aquel vasto campo de metales oxidados y trastos olvidados era ideal para hacer cualquier cosa lejos de miradas furtivas de gente indeseada. Y las prácticas de tiro en una realmente fría mañana de febrero era una de ellas.

- Cuatro segundos y diez. Te juro que no sé ni cómo lo hace, señor John.

- Porque soy el mejor disparando, eso es el porqué. –dijo John con su cigarrillo aún en la boca.

- ¿Pero un cargador entero en apenas cuatro segundos? Y ni siquiera está disparando como un loco, es todo bala a bala. Eso solo lo he visto en las películas.

- Eso se llama semiautomático. Las películas se tienen que basar en algo, ¿no? Puedes tirarme una bola de fuego o un trozo de hielo o un rayo, o todo lo que quieras: nadie puede superar una bala yendo a tu cabeza a 800 metros por segundo.

- ¿Crees que algún día podré ser como usted?

- Tú entrena primero, Till. Luego ya veremos. Y ya sabes que puedes tutearme.

- Hablando de entrenar… ¿Cómo va… vas con la preparación del examen? Era pronto, ¿no?

- En dos días. Estoy algo oxidado con mi puntería, he de confesar.

- ¿Treinta objetivos en cuatro segundos es estar oxidado?

- He estado tiempo sin practicar, así que sí. Pero en cuanto practique de nuevo...

- Vaya. Ni tan mal.

- ¿Qué tal va la práctica, muchachos?

- Ah, señora Rachel. Muchas gracias por la comida. ¿Qué tal usted?

- Todo tranquilo como siempre. ¿Y tú, John?

- Nada nuevo bajo el horizonte.

- ¿Y qué tal tu amiga Minerva? ¿Cómo le va a la chica? –preguntó de nuevo la señora Rachel.

- Está a tope con su entrenamiento para el examen.

- ¿Le está yendo bien en sus clases?

- Cuáles, ¿las teóricas? Minerva es la chica más inteligente que he conocido, el examen teórico no será problema para ella. En cuanto a las clases de combate, se apuntó hace meses a una escuela de combate para Héroes cerca de su casa.

- Sí, algo así me dijo cuando vino hace un par de semanas. –comentó Till.

- ¿Y qué hace en esas clases?

- Aparte de combate cuerpo a cuerpo, escogen un arma en la que quieran especificarse. Minerva optó por la lanza. –le explicó John a la afable señora Rachel.

- Le pega bastante. Por llamarse Minerva y eso. –dijo Till.

- ¿Y por qué no le enseñas algo tú, John?

- No quiere. Dice que solo estaría aprendiendo a luchar contra mí. Yo he intentado insistir, pero es bastante cabezota.

- Bueno, seguro que esa chica sabe cuidarse sola, pero más te vale ayudarla cuando lo necesite.

- Descuida. En fin, voy a tener que ir yéndome. He quedado con Minerva para darle un último repaso a todo.

- Mándala saludos de mi parte, John.

- Eso haré, señora Rachel. Till, lleva el resto de las cosas a la taberna, ¿quieres?

- ¡Claro! Suerte con su repaso.

Tras las despedidas, John apagó su cigarrillo, se subió a su vieja moto y emprendió el viaje de ida hacia la casa de Minerva. A pesar de que habían pasado ya casi dos meses desde que la conoció, John seguía sin acostumbrarse al aura de tranquilidad y ternura que emanaba de su albina amiga. Le gustaba estar junto a ella: era como si se tumbase en un mar de nubes tras agotar toda la energía de su cuerpo. Era revitalizante. Y a ella también le gustaba estar junto a John, pues, aunque él no lo supiese, le transmitía a Minerva una sensación de seguridad que no había sentido en mucho tiempo, como si se encontrase en el acogedor regazo de una familia que la quería, algo que ninguno de los dos había sentido en muchísimo tiempo. Eran dos almas desgarradas, dos espadas rotas vueltas a forjar, cada una con el metal de la otra, recuperando más que nunca su majestuoso, resistente y afilado porte. A pesar del relativo poco tiempo en el que se habían conocido, si uno les observase desde fuera, juraría que se conocían de toda la vida. Hatsume Mei podía dar fe de ello siempre que los veía y se alegraba por su amiga Minerva, quien tiempo ha que no se sentía segura de sí misma ni cómoda con su soledad huérfana, pues su timidez le impedía forjar auténticas amistades duraderas. Muy a pesar de que ella lo ocultase bien, Mei sabía perfectamente que Minerva profesaba esas emociones. Así era hasta hace escasos meses… hasta que encontró a John. Un encuentro como mínimo terapéutico y recíproco que le hizo desplegar las alas y volar a ese delicado ángel herido, y que sacó de la mugre y el fango del campo de batalla a un soldado cansado y magullado.

- ¿Nerviosa por el examen, Minerva? –dijo Mei mientras miraba el menú mañanero de la cafetería que se encontraba cerca de la casa de Minerva, lugar tan típico para el antiguo dúo donde las reconocían desde hace años. Y a John también, con el paso de los meses.

- Muchísimo. Casi no puedo dormir. –respondió Minerva de vuelta con su cara enterrada en el cuello de su sudadera de una talla más grande, que temblaba al coger su taza de café bombón. –¿Cuántos años hemos estado preparándonos para esto? Y al final, aquí estamos. Dos días…

- ¡Estará chupado, ya verás! No hay nada a lo que no podamos enfrentarnos.

- Eso espero. –entonces, Mei pudo ver cómo el rostro de Minerva se iluminaba mientras sus ojos celestes miraban detrás de su amiga. Eso solo podía significar una cosa. –¡John! ¡Estamos aquí!

- Buenos días, Mine. Mei.

- ¿Qué hay, americano?

- Tan cansado de estudiar como vosotras, imagino. –dijo John mientras se sentaba al lado de Mei. –No sé cómo habéis podido hacer eso año tras año.

- No es así de duro normalmente. Y para el poco tiempo que llevas estudiando, vas genial. Se te da bien. –dijo Minerva.

- Bueno, quitando Literatura y Biología, el resto bien.

- Pero John, ¿tú no te ibas a presentar a Historia y Física y Química? –preguntó Minerva con cierta sonrisa incrédula en su rostro.

- Sí.

- ¿Entonces por qué estudias Literatura y Biología? –John solo pudo mirarla atónito.

- ¿Qué?

- Minerva estalló en suaves carcajadas, casi como si le diese cosa hacer demasiado ruido, o porque tal vez su delicado aspecto echó raíces en su risa también. Ni siquiera Mei pudo aguantar el reírse, aunque siempre estuviese sonriendo.

- No hace falta presentarte a todas las asignaturas, John. –la cara de él era, simplemente, de incredulidad absoluta.

- ¿Perdona?

- Lo que te digo, bobo.

- Joder. –se quejó John a la vez que se hundía en el asiento. –¿En serio me estás diciendo que me he puesto a estudiar esa mierda tan complicada para nada? Me cago en la puta.

- Mira que hablas mal, John. –dijo Minerva, riéndose aún. –Bueno, al menos la parte de Ciencias se te da bien y no has tenido que estudiarla tanto. Mira que te lo dije.

- ¿Tú sabías esto? –dijo John mirando a Mei, que se reía por lo bajo.

- A ver, te lo voy a decir una última vez. Tú tienes la rama de Ciencias con Historia como asignatura alternativa transversal. Ahí tendrás en el examen las asignaturas de Historia y Física y Química. En la rama general, que es la que hacemos todos, están Matemáticas, Lengua japonesa e Inglés. Cuando entremos en la U.A. el día del examen, nos atenderán y ahí les dirás qué exámenes vas a hacer. Luego nos dan un papelito a todos con el asiento. Creo. ¿No, Mei?

- ¡Sí! Pero acuérdate que mi examen es mañana. Los del Departamento de Apoyo tenemos el examen antes. El vuestro es el del de Héroes.

- Eso ya lo sabíamos

- Pues mejor repetirlo porque cierto despistado aquí presente se ha estudiado siete exámenes cuando iba a hacer solo cinco.

- Touché.

- Por cierto, ¿enviaste ya los documentos a la U.A.?

- Todos y cada uno de ellos. Los envié hace una semana. Permiso de armas incluido.

- ¿Y el permiso del uso de equipamiento de apoyo?

- También.

- ¿Qué vas a llevar? –dijo Mei con un brillo maníaco al que John ya se había acostumbrado.

- Me han permitido llevar un rifle HK-11E.

- ¡Uh, ese es bueno! Antiguo, pero bueno. –interrumpió Mei como si se tratase de una fan escuchando a otro fan hablar de los últimos cotilleos de su banda favorita. Minerva se dio cuenta que el gusto por la armamentística que compartían les había permitido forjar una curiosa amistad bastante rápido.

- Después, una pistola HK-VP9.

- Muy buena elección, sí señor.

- Y luego mi cuchillo y arnés con cargadores.

- Es un equipamiento óptimo. Tienes buen gusto, americano. ¿Y pediste el permiso de lo que te dije?

- Sí, señora.

- ¿De qué habláis?

- Verás, Minerva, ¿te acuerdas de los planos que me dio John?

- Sí.

- Me dio cuatro. Solo he podido terminar uno de ellos. Son planos muy muy interesantes. Hay gente que pagaría millonadas por ello.

- No me digas. –dijo John, recordando los millones que le pagó Tanya para recuperar esos planos.

- En fin, os he convocado hoy aquí… ¡porque tengo una sorpresa para John!

- ¿En serio? ¡Vamos a verlo!

- Okay, vamos allá.

Sacando un maletín con esquinas reforzadas, como era ya común en Mei, y poniéndolo sobre la mesa, John y Minerva miraron con impaciencia cómo lo abría su amiga de pelo rosado. En su interior, apoyado en un mullido colchón de espuma negra, muy usado en todo el mundo para la protección de cargamento delicado, yacía un aparato de lo más curioso. Pintado totalmente de negro, se parecía en gran medida a una pistola, pero tenía algo diferente. El cañón era bastante grueso y tenía forma de tubería mientras que, donde tenía que estar el martillo de la pistola, se encontraba una especie de rueda con un cable en su interior muchas veces enrollado sobre esta. Yaciendo a unos escasos centímetros del cañón, apartado, se encontraba una especie de punta de flecha con un cabezal de cuatro filos que acababan en una larga púa, con varios modelos iguales, pero plegados, en el borde inferior del maletín.

- ¡Señoras y señores, os presento la pistola de gancho serie "Walrus"! Usa un sistema de aire comprimido y el cable es de acero inoxidable reforzado. Tiene una batería con una autonomía de 50 usos y está hecha de carbono. Puede soportar un peso de hasta 100 kilos y subirte cinco pisos en apenas cinco segundos.

- Wow, Mei, esto es… increíble. Gracias. –dijo John con una sonrisa de agradecimiento en su rostro.

- ¡Ni lo menciones! ¡Ya verás cuando tenga listo el resto de cosas!

- No puedo esperar.

- Está puesta a punto para el examen. Deberías usarla sin problemas.

- Si acabo entrando, te debo una ronda de sake.

- ¡Mejor un café! El alcohol solo enturbia la mente.

- Un café entonces. –dijo él, ofreciéndole la mano, la cual estrechó Mei con mucha fuerza y energía.

- ¿Listos para el repaso? –preguntó Minerva una vez salieron para que John guardase el maletín en su moto.

- En tu casa como siempre, ¿no? –preguntó Mei a Minerva.

- Una última vez.

- ¿Última?

- Antes de una batalla, lo mejor es el descansar el día de antes. Ni el mejor de los soldados puede combatir al 100% si está agotado tanto física como mentalmente. Me lo enseñó John.

- ¡Sabias palabras! ¡Vamos allá! –exclamó Mei con más energía de lo habitual.

El resto del día fue mentalmente agotador. Con el morir del viejo Sol por el horizonte, las cabezas de los tres jóvenes estaban saturadas de conocimiento. Minerva notaba que la parte inglesa le costaba más, algo en lo que John dominaba. Obviamente. A John se le daba bien especialmente Física y Química gracias a sus conocimientos marciales, aunque tenía más dificultades en las Matemáticas complejas y en Lengua japonesa, donde recibía ayuda de Mei y Minerva, respectivamente. Finalmente, ya que Minerva optó por un examen puramente de Humanidades, recibía alguna que otra mano de John con las partes militares y políticas de Historia. Ella era la más filosófica, John era el pragmático militar y Mei… bueno, Mei era un poco extravagante, pero, como futura ingeniera, dominaba todo aspecto técnico y matemático posible.

Cuando los tres cerebros se cansaron de tanta memorización, decidieron que hasta ahí llegaba el repaso. Mañana descansarían para ir con todas sus fuerzas al examen, siguiendo así el consejo de John. A Mei le daba igual ese consejo porque su examen era en doce horas. Mei era Mei, era imposible intentar cambiarlo. Y encima seguramente le dedicase unas horas al proyecto de John. Las dos amigas dijeron de ir a cenar a un ramen que siempre visitaba, y John accedió. La comida ahí estaba especialmente deliciosa. Además, tenían el plato favorito de John: fideos de arroz con ternera y cerdo. Simplemente exquisito. Mei siempre pedía un ramen de cerdo mientras que a Minerva le apasionaba los fideos con pato y salsa de limón. Pero lo que más le sorprendía a John era cómo comía Minerva: siempre parecía que no había dado un mordisco en meses. Devoraba todo como una hiena absolutamente salvaje y voraz, el total antónimo a su aspecto delicado y angelical. John se quedaba atónito todas las veces. Hasta la enérgica de Mei estaba mucho más tranquila mientras comía. Era un verdadero espectáculo.

Una vez terminaron, John se despidió y regresó a Marakoru para descansar. Bajando por las escaleras de la Madriguera, John cruzó los enrevesados y apolillados túneles que tanto conocía. Sin embargo, desde hace unas semanas y por primera vez en mucho tiempo, John notaba no inquietud ni acosos espectrales de los fantasmas del pasado, sino una serenidad estoica y relajante. Su estado mental ciertamente había mejorado mucho desde que había conocido a Minerva. Su presencia era un ungüento en sus profundas heridas psicológicas, uno que aliviaba y consolaba. Nunca había visto algo igual. El Don de ella ciertamente ayudaba a eso, pero su presencia inocente contribuía también. Abriendo el grifo de la ducha, John se sumergió bajo el gélido chorro a la vez que le daba una última vuelta a algún que otro tema de estudio que se le resistía ligeramente. Una vez salido de la ducha, John se secó con la toalla y se metió directamente en la cama con un pijama térmico: a pesar de los calefactores de aceite que John había encontrado en el vertedero y reparado, nunca estaba de más contar con calor extra en las gélidas noches de invierno, especialmente en una región tan húmeda como en la que estaba situada la Madriguera.

Al día siguiente, en vez de unos cielos despejados como los que habían gozado, llovía. El sonido de la lluvia no alcanzaba directamente al búnker de John, obviamente. La presencia de la lluvia ahí abajo se manifestaba en la recolección de esta a través de un sistema de cañerías en la superficie que recogían el agua y la pasaban por una serie de filtros hasta abajo del todo, donde se almacenaba en un tanque para su posterior uso, incluido el beberla, ya que estaba completamente potabilizada. Como era normal, John solía despertarse a las 6 de la mañana, antes de la alarma que tenía puesta en ese despertador tan antiguo. Muchos de los muebles que tenía venían del vertedero. John descubrió un día un alijo tremendamente valioso para él de materiales militares excedentes designados para "arrojo y destrucción" por el Ejército de Autodefensa de Japón: cajas de munición, atriles, armarios para las armas, algo de ropa, equipo de radio… Todo un golpe de suerte. Al despertarse, John se dirigió a lo que podía considerarse como la cocina. Se trataba de una sala anexa al salón principal donde estaba la reserva de agua, un tanque de gas natural, una cocina que usaba dicho gas natural (horno incluido), varios armarios y cajas de munición que contenían la escasa vajilla y útiles de cocina que John usaba, además de toda la comida imperecedera que tenía, y una humilde nevera con su humilde congelador. Hacía mucho tiempo que John no usaba esa cocina ni que tenía que usar comida de la nevera. Casi siempre comía fuera, por lo que hace unas escasas semanas se dedicó a la renovación de ese pequeño espacio para futuros usos. Tras prepararse unos huevos revueltos con bacon y una buena taza de café, John se dirigió al "salón", lugar donde residían una mesa y sillas plegables, un sofá que había visto mejores días y una estación de radio normalmente iluminada por una lamparita en ese instante apagada de oficina. La sala que estaba a su derecha, pues a su izquierda estaba su cuarto y el baño, y la cocina a su espalda, se accedía por un pasillo que se desviaba en dos arcos de entrada: uno de ellos, el de la diestra, daba a un pequeño taller donde John tenía mesas de trabajo de metalurgia, herramientas de todos los tipos, un pequeño horno de fundición cuyos nocivos gases eran evacuados por un sistema de ventilación justo encima de él y materiales usados en la construcción y modificación de armas y munición muy diverso. El otro habitáculo era la armería de John, con numerosos armarios que tenían numerosas armas de numerosos calibres. El sueño de todo americano fan de las armas que se precie. Todas ellas posibles gracias al amable sueldo de Tanya. Entrar en esa sala solía conllevar la llegada de recuerdos sobre ella, especialmente tras el asalto a su castillo. John procuraba evitar la armería todo lo que pudiese. Por suerte, hoy no tenía que entrar ahí.

El día fue de lo más tranquilo. John estuvo toda la mañana retocando y revisando el equipo que iba a llevar mañana al examen. Limpió encarecidamente todas sus armas y tiró la poquísima munición que estaba inservible por una pequeña grieta en la que se había colado algo de agua sucia, que había estropeado a lo largo de los meses una caja de munición fácilmente reemplazable. Decidió que, para el examen, sin saber cómo iba a ser la prueba física más allá de que una práctica de combate de 10 minutos, lo mejor era llevar su fiable HK-11E con una mira ACOG con distancia variable y cargadores con 30 balas de capacidad, en vez de un tambor de 80, que provocaría una maniobrabilidad más torpe y un transporte de tambores de reemplazo más molesto. Además, no iba a necesitar tanta munición. La HK-VP9 no recibió ninguna modificación más allá que de poner pintura fosforescente en las miras de hierro. Su cuchillo estaba tan afilado como siempre y la ropa que iba a llevar preparada y limpia. Estaba todo en punto para el infame examen de acceso a la U.A., cuyas siglas tenían un significado que John desconocía por completo. Tampoco le importaba mucho saberlo. Tras el mediodía, la lluvia concedió una tregua a los peatones de Musutafu, incluida Minerva, que decidió dar un paseo y ayudar en recados para mantener su mente lejos del día de mañana y así no estar nerviosa constantemente. Poco después, Mei estaba con el examen terminado y volviendo a casa, además de estar siendo bombardeada a preguntas por su amiga albina sobre qué tal le había salido y qué había caído en el examen. Como John tenía un móvil de tapa muy pasado de moda según Minerva y cero cobertura en el búnker, Minerva no podía chatear con él para aplacar las mareas de nervios que se levantaban en su interior. Tras el encuentro con Burnin, donde John rompió su móvil, este se dio cuenta de que lo más seguro a partir de ahora era usar un móvil de tapa fácil de descartar si la situación así lo requería, además de que así sería bastante más complicado espiarle. Uno nunca estaba lo suficientemente seguro.

Esa tarde John la dedicó a ayudar a la señora Rachel con lo que necesitase. Till le pedía constantemente que le entrenase para ser como él, pero John siempre se lo pensaba dos veces. No quería que Till acabase pasando por lo mismo que John había vivido. Tanta muerte, tanta tortura, tanto dolor… Acabarían por romperle totalmente. Sin embargo, la señora Rachel no lo veía así. Veía en Till la posibilidad de tener a una persona entrenada que defendiese a Marakoru de los cada vez más frecuentes acosos. Podía ser otro guardián para aquel santuario de desamparados y marginados. Podía ayudarle a sentirse útil en la vida y encontrar así su camino. Tendría que pensárselo mejor, pero hoy no iba a ser ese día.

Con el paso del tiempo, la Luna llena desplegó su dominio sobre la nocturna oscuridad algo disipada por la naranja luz artificial de la ciudad. Mientras que Mei regresaba a sus inventos y cachivaches, Minerva dormía plácidamente para estar totalmente descansada para el día que les esperaba. Pero John no estaba durmiendo ni preparándose para ello. Ni siquiera estaba en Marakoru o Musutafu. Tenía una última cosa que hacer antes de retirarse para el gran día. Una última persona que visitar. Rodeado ahora de arena y el suave romper de las olas, John se encontraba ante un conocido, aunque oscuro, paisaje. La playa en la que se encontraba se hallaba a los pies de un escarpado y boscoso acantilado, accesible a través de unas viejas escaleras. La arena, de tonos curiosamente pardos, era muy fina y suave al tacto. En el negro horizonte, la Luna dibujada chispeantes bailes de plateado cristal cuyas participantes, las olas, practicaban sin parar. Pero lo que más importaba en ese momento era el trozo de madera que estaba clavado en el suelo con un letrero en horizontal. En él, una sola palabra escrita.

- Hola, Hiroki. –dijo John mirando a esa cruz de madera.

Él sabía perfectamente que su mejor amigo no estaba enterrado ahí. No pudo recuperar su cadáver y jamás podría tras la incineración llevada a cabo por el Departamento de Policía. Nunca podría darle entierro al que consideró como su hermano de otra madre. Nunca podría cerrar esa herida tan profunda. Estaba harto de que todos sus seres queridos no pudiesen descansar en paz. Esa lápida era solo simbólica, un patético intento de intentar consolarse a sí mismo tras tan desgarradora pérdida.

- Mañana es el gran día. Todas estas semanas de estudio… nunca había hecho algo así. Veremos si todo habrá valido la pena al final. –John entonces se quedó callado, sin saber muy bien qué decir, con tan solo el suave coro de las olas acompañándole. –Sé que no te habría gustado un pelo que me hubiese metido a la U.A. Ni siquiera yo me lo creo aún. Pero Minerva me acabó convenciendo. A lo mejor esta es la oportunidad que necesitaba para ese cambio que tanto necesita mi gente… o para sentirme mejor conmigo mismo tras todas las cosas que me han pasado. Sea lo que sea, solo el tiempo lo dirá. Ojalá estuvieses aquí. Echo de menos tus bromas… En fin. Nos vemos pronto, Hiroki. Deséame suerte.

Llevando la mano a la lápida de madera, John se aseguró de que estuviese bien colocada en su sitio. Le echó un último vistazo y no pudo evitar que sus lágrimas fuesen una parte más del agua que regaba esa playa apartada de esa monstruosa jungla de cristal conocida como la ciudad de Musutafu.

Minerva caminaba nerviosamente frente a la colosal entrada de la imponente U.A. Compuesta por un dantesco complejo con numerosísimas instalaciones, la Academia se organizaba en torno a un núcleo central adornado por cuatro torres cuyas ventanas las hacía casi invisible al reflejar tan claramente el azul del cielo. Unidas por puentes igual de lustrosos, esa fortaleza para futuros Héroes era realmente impresionante. Pero eso no era en lo que pensaba la albina aspirante a Heroína.

- ¿Dónde se ha metido? ¡Le dije que a las nueve en punto y ya han pasado cinco minutos!

- Se me había olvidado que hablas en voz alta cuando te pones nerviosa, Mine. –una voz familiar sonó a su lado. No obstante, cuando se giró, se llevó una inesperada sorpresa.

- ¡Madre mía, John! –dijo tapándose la boca de asombro.

- ¿Qué? ¿No te gusta?

- ¡No, no es eso! Es que te ves muy distinto.

Ante ella estaba su querido amigo John, pero algo había cambiado en él. Donde antes estaba una barba negra como la noche ahora yacía un afeitado apurado. Minerva jamás había sospechado que John tuviese una mandíbula tan marcada… ¡y que le sentase tan bien el quitarse la barba! A pesar de la cicatriz de su rostro, John se veía ciertamente apuesto. Además, su antes salvaje cabellera era ahora un peinado recogido desde las orejas hacia arriba en una coleta que recordaba a la de los samuráis japoneses de tanto tiempo atrás, dejando caer tras la nuca el resto del pelo, a la vez que dos pequeños mechones adornaban los lados de la frente del germano-americano.

- Te queda bien.

- Gracias. ¿Estás lista?

- Más que nunca. Vamos a–

- ¡Que te jodan, Deku! ¡Quítate de mi camino si no quieres morir!

Un estruendoso grito raspó el aire y atrajo las miradas de la mayoría de los presentes. Su fuente de origen era un chico con un pelo ridículamente estilizado en pinchos, a opinión de John, con cara de mala leche y un caminar que solo decía "odio a todos". La víctima era un tembloroso joven de pelo verde que se sacudía más que una hoja otoñal ante una irreverente tempestad.

- Empezamos bien el día. –dijo John mientras observaba cómo se iba el gritón hacia la entrada a la vez que el otro chico, a punto de caerse, era salvado en el último momento por una joven de pelo marrón oscuro y pelo sobre los hombros. No obstante, John juraba que ese chico tan aparentemente débil le parecía familiar.

- Qué ganas de ser tan borde nada más empezar.

- Y eso que no estamos ni en el examen.

- Y que lo digas. En fin, ¿vamos?

- Te sigo.

El auditorio, que se encontraba al lado de donde John había dejado el petate en el que llevaba todo su equipamiento, y que era donde se iba a realizar el examen escrito, era enorme, como si un teatro romano hubiese sufrido una muy moderna renovación tecnológica, con altavoces, luces y pupitres por todas partes, y una especie de tribuna donde estaría el antiguo coro. Similar a los estadios de fútbol de los grandes equipos, cientos de personas recorrían los pasillos, ansiosas por sentarse cuanto antes en su sitio designado. John y Minerva tenían asientos bastante alejados el uno del otro y no podían verse desde lejos, una más arriba y otro más abajo. John notó todo el rato cómo se clavaban las miradas de la gente en su espalda, no por ser Sindon, pues era imposible que la gente lo supiese, sino porque era extranjero. Los nipones no tenían en buena estima a los forasteros y John lo sabía de sobra. Incluso en el camino hacia su aula de evaluación varios pretendientes chocaron con él a propósito, en un intento de dejarle claro su rechazo. Triste era que ese tóxico prejuicio existiese en aspirantes a Héroes. ¿Qué clase de Héroe podría considerarse como tal si odiaba a aquellos que no eran iguales que él? Una pregunta seriamente estúpida, pues John conocía la respuesta y a Héroes así.

- Bienvenidos a todos. Por favor, vayan tomando sus asientos. –dijo lo que John describiría como un humanoide hecho de cemento de formas cuadrangulares. Raro, pero no lo más raro que había visto. –Silencio, por favor. Gracias. Bienvenidos a todos a la U.A. Ahora mismo estaréis todos muy nerviosos, así que no hablaré más de la cuenta. Como sabéis, cada uno de vosotros hará un examen acorde a su elección de asignaturas. En breve os lo repartiremos. Tenéis dos horas para responder a todas las preguntas. Una vez acabéis, recogeremos vuestros exámenes y procederán a explicaros la prueba práctica. Mucha suerte a todos.

En apenas unos instantes, una especie de robots canijos de menos de medio metro de altura comenzaron a repartir los folios a los estudiantes, habiéndolos repartidos todos en cuestión de segundos. El ver drones al servicio de la U.A. era algo que John no se esperaba, pero esa no fue su mayor sorpresa. Tras dar la vuelta a la hoja y ver, en efecto, que se trataba de un examen tipo test, John pudo comprender… lo ridículamente fácil que era el examen. No tardó ni hora y media en rellenarlo y entregarlo, tras lo cual le pidieron que esperase en su sitio. La espera se hizo ligera, pues en poco tiempo habían entregado ya todo el mundo sus papeles. El examen teórico había llegado a su fin y para John no había sido apenas un desafío. Las preguntas, muchas de ellas obvias, eran fáciles, y opinó que, más que por su tiempo de estudio, era porque la U.A. lo había hecho a propósito. Si así de fácil era el teórico, el práctico tendría que ser la verdadera prueba. Ahí es donde se vería quién estaba preparado y quién no.

- ¡BIENVENIDO TODO EL MUNDO A MI SHOW!

Un grito incluso más fuerte que el anterior y que dañó el oído de más de uno reventó el murmullo de los estudiantes igual que los primeros cañonazos que rompen el silencio del campo de batalla. Fue tan atronador que John solo pudo cagarse en todos los muertos de ese tío tan extraño y tan absurdamente ataviado, de aparentemente una temática de altavoces, que estaba presidiendo el estrado.

- ¡QUE TODO EL MUNDO DIGA "HEY"! –gritó el Héroe, siendo acompañado por un atronador silencio sepulcral. –Ejem… ¡Menudo escalofrío me estáis dando, oyentes! Ahora mismo os diré cómo va a ir el tema. ¿¡ESTÁIS LISTOS!? –de nuevo, una mudez colectiva inundó la sala, muy para el pesar de aquel tío rubio de alta cresta y bigote renacentista tan excéntrico que, según unos murmullos algo más atrás, se llamaba "Present Mic".

La explicación fue rápida y sencilla: si John no se equivocaba, pues ese tío gritaba demasiado, se enfrentaría a una prueba de diez minutos de duración en una instalación que replicaba un distrito de ciudad. En el campo habría varios "villanos", cada uno con su propia puntuación según su dificultad, de uno a tres puntos, y un villano obstáculo que valía cero puntos que todo el mundo debería evitar. Este último fue explicado tras la molesta interrupción de un chico de gafas con aire pretencioso y repelente, uno de los que había mirado a John con tanto rechazo racista nada más entrar en la sala. Tras gritar Present Mic el lema de la escuela, "Plus Ultra", a John se le entregó un papel que indicaba a qué campo de prueba tenía que ir, el C. Una vez reunido con Minerva, vieron que ambos tenían campos distintos, teniendo ella el A. John razonó que seguramente la U.A. les separó para evitar que amigos y compañeros de clase estuvieran en el mismo campo y se ayudasen. Tras desearse suerte y subirse cada uno al bus que los llevaría a sus respectivos destinos, John se encontró ante una instalación absolutamente dantesca en tamaño. Lo de que era una recreación de una ciudad no era ninguna exageración: era exactamente igual que cualquiera de los distritos de Musutafu por los que John tanto había caminado. Triste era pensar que ninguno de esos edificios albergaba a alguien: crear toda una ciudad para que nadie viva en ella, aun cuando claramente hay gente que daría todo para poder habitar ahí. Crear semejante despropósito mientras comunidades como la de Marakoru vivían en sitios tan precarios.

Abandonando sus reflexiones e ignorando al resto de participantes, racistas o no, John se abrió paso entre la multitud para poder llegar al puesto que daba a los estudiantes el equipamiento que habían pedido. Recogidos y abiertos los estuches de armas, y recibiendo miradas inquisitivas por todas partes, John empezó a rellenar los cargadores con la munición especial que la U.A. le había preparado. Era, según le habían dicho, una munición no letal que le serviría para acabar con los villanos de su prueba sin poner en peligro a los demás. John no sabía exactamente cómo un proyectil que iría a casi 800 metros por segundos iba a ser "no letal", pero si podían construir una ciudad casi entera y tener robots como esclavos, seguro que podían hacer algo así. Colocándose un arnés con bolsillos para los cargadores de la HK-11E y de la HK-VP9, e introduciendo su cuchillo en la funda de su muslo, John se movió para ser de los primeros frente a la puerta. Entonces, mirando a su derecha, se fijó en una chica pelirroja con una coleta en el lado izquierdo de su cabeza que le juzgaba con la mirada. John se limitó a mirarla de vuelta con una imponente frialdad.

- Llevar armas por ahí es solo una manera de decir que no tienes confianza en una pelea. –dijo ella con un tono claramente despectivo.

John se limitó a mirarla mientras jalaba la pestaña de la ventana de expulsión para permitir que la primera bala entrase en la recámara, algo que esa chica se tomó como una respuesta un tanto desafiante.

- ¡QUÉ EMPIECE EL EXAMEN! ¿Qué pasa? ¡No hay tiempo en un combate de verdad! ¡VAMOS, VAMOS, VAMOS! –gritó Present Mic por toda la instalación.

El inicio del examen tomó por sorpresa a todos los estudiantes, todos excepto uno, que, armado hasta los dientes, se lanzó en esprint hacia la ciudad nada más oyó la palabra "qué". John era rápido, muy rápido, incluso con toda esa impedimenta encima. Ninguno de los estudiantes logró alcanzarle y fue el primero en atravesar las puertas del campo de prueba. En el momento en el que entró, dos imponentes robots antropomórficos, más o menos, le frenaron el avance, cortando su camino. No obstante, apenas se habían movido cuando cayeron al suelo con un agujero de bala cada uno en lo que parecía ser la cabeza. Dos puntos para John. Aún no habían llegado el resto de los estudiantes cuando salió el tercero, que pereció de inmediato. Los primeros rivales empezaron a aparecer y a enfrentarse a los robots que iban surgiendo. Prefiriendo luchar en una zona donde no hubiera personas que le robasen puntos, John decidió usar su nuevo cachivache en un edificio de unas cinco plantas. El gancho le subió en apenas unos segundos a la azotea, desde donde John tenía gran visibilidad sobre la plaza que se abría frente a él. No llegó a vaciar ni la mitad del cargador cuando ya había logrado trece puntos en total, bajando después con la misma velocidad con la que había subido para dirigirse al interior de la ciudad. Todo eso en menos de un minuto y sin apenas parar de moverse. La gente le miraba asombrada, muchos con envidia y algunos pocos con enfado, lo que causó a más de uno un golpe inadvertido por parte de un robot.

Con veintiocho puntos a su espalda y un cargador nuevo, John vio cómo el resto de las personas seguían al frenético soldado, creyendo que así lograrían obtener más puntos. No obstante, empezaban a ser demasiadas personas en una calle tan estrecha como esa. Y cada vez más. Algunos comenzaron a tropezarse con otros mientras que los robots acorralaban a los que tenían la guardia baja. Poco a poco, el caos fue creciendo en aquel constreñido lugar. Algunos ya no tenían espacio en el que luchar libremente. John ayudaba a la gente a levantarse a la vez que disparaba a los robots que iban a golpear a los concursantes por la espalda mientras se intentaba abrir paso entre la cada vez más nerviosa multitud. Era claustrofóbico, y cada vez era peor. Tenía que salir de ahí. Con el gancho otra vez en la mano, John se subió a un balcón y contempló la escena. Eran demasiadas personas. Apenas podían moverse. Pero ese no era su problema. Mejor irse nuevamente ahora que estaba inmovilizada la mayoría de la competencia. Abriéndose paso por ese bloque de apartamentos sin amueblar, John cruzó los pasillos hasta llegar a una calle principal mucho más vacía de personas. Una vez llegó al suelo, John retomó el combate.

- ¡Quedan cuatro minutos!

John decidió seguir adelante sin ver si alguien le seguía o no. Tenía ya 47 puntos, al menos eso es lo que él contaba. Entonces, a su derecha, pudo ver como un chaval salía despedido de la nada al atravesar un muro. John corrió hacia él cuando vio que un amenazante robot de tres puntos se dirigía hacia ellos con rapidez. Tendiéndole la mano, John vio que aquel chaval de cabello negro y ojos rojos le miraba sorprendido. Levantándose en un segundo, pronto pudieron ver cómo empezaban a rodearles a ambos.

- ¡Espalda contra espalda! –le gritó John al chico, el cuál obedeció al instante. John pudo entonces notar lo ridículamente dura que tenía la piel.

- ¿Cómo te llamas?

- John.

- ¡Kirishima! Mucho gusto. ¿Cuál es el plan?

- Abatir a todos los tangos se nos pongan por delante. ¡A mis doce, te cubro! –exclamó John, creando así rápidamente un plan de ataque.

Kirishima se dio la vuelta y salió corriendo hacia los que tenía John más cerca. Disparando él a los que intentaban flanquear a su nuevo compañero, Kirishima endurecía sus brazos para abrirse paso a través de la horda mecánica. Podía ver cómo tanto a su derecha como su izquierda iban cayendo y cayendo robots, que no llegaban ni a tocarle.

- ¡Recargo! ¡A mis seis, cúbreme!

Viendo Kirishima que ahora John miraba hacia los que tenía a su espalda, terminó de despachar a los pocos que quedaban. Entonces, rompiendo los brazos de algunos robots, Kirishima lanzó los trozos de metal hacia la oleada de John, rompiendo a varios autómatas y permitiéndole a este recargar y vaciar el cargador sobre los que aún quedaban en pie. Con esos John contaba ya 88 puntos.

- Tangos abatidos. No queda ninguno ya.

- Gracias por la ayuda. –dijo Kirishima extendiendo su mano a John, el cual la aceptó sin dudar.

- No te preocupes. ¿Cómo–

Pero de repente, una ensordecedora agitación que hizo retumbar el suelo con violencia pilló a todo el mundo desprevenido, provocando que muchos cayesen al suelo. Numerosos gritos de pánico se oyeron en una calle cercana, por lo que John y Kirishima fueron corriendo a ver qué pasaba. Entonces, entre los edificios, un dantesco robot gigante emergió, rompiendo las casas que agarraba como si estuvieran hechas de tiza. Era seguramente, dedujo John, el obstáculo de 0 puntos que había explicado el notas del micrófono. El enorme autómata levantó una de sus piernas y pisó fortísimamente el suelo, levantando escombros y polvo que amenazaban con engullir a los concursantes.

- ¡Vámonos, venga! –gritó John, sacando así a Kirishima de su estupor.

No obstante, antes de salir corriendo, John oyó unos gemidos de dolor. Algo más delante de ellos estaba aquella chica pelirroja tan tiquismiquis de antes tirada en el suelo, la misma que se había burlado de él por usar armas de fuego. Empero otro estruendo hizo a John girarse rápidamente. Pudo entonces contemplar con una alarmante sensación cómo esa mole de metal se iba acercando a ellos. Kirishima vio lo mismo que él y fue entonces cuando decidieron actuar. Mientras el chico de ojos rojos levantaba los escombros y liberaba las dañadas piernas de la chica pelirroja, el chico de los ojos verdes la levantó y cargó con ella sobre sus hombros como si fuera un soldado herido.

- ¡Venga, John, tenemos que irnos! –exclamó Kirishima, tras lo cual John le dio rápidamente el rifle para librarse de esa carga y poder correr con la chica a sus hombros más fácilmente.

Era difícil caminar con aquel violento retumbar, que le dificultaba el paso incluso a Kirishima, pero en muy peores situaciones se había encontrado John y con un peso aún mayor. Para él, esto era poco más que una sencilla escaramuza. No podían refugiarse en ningún edificio, pues el robot los hacía polvo con facilidad. Solo podían correr sin mirar atrás. No obstante, no tardaron en darse cuenta de que el retumbar había cesado. Al darse la vuelta, vieron que el gigante mecánico se había detenido por completo.

- ¡LA PRUEBA HA TERMINADO! –el grito se oyó tan alto como de costumbre, pero esta vez, junto a una sonora bocina. El examen había llegado a su fin.

John colocó cuidadosamente en el suelo a la chica mientras que Kirishima se sentó para coger el aliento.

- ¡Dios! ¡Ya está! ¡Hemos terminado! ¡Lo hemos hecho!

- Misión cumplida. –dijo John en voz baja, como para sus adentros. Se dio entonces cuenta de que la chica le estaba mirando a los ojos. Parecía haberse quedado sin habla.

Sacando de uno de sus bolsillos un botiquín de primeros auxilios, John examinó las heridas de la joven. Tenía moratones en las pantorrillas, seguramente contusiones. Los edificios debían estar hechos entonces de un material ligero. De lo contrario, le habrían aplastado las piernas por completo. Eso explicaría también la facilidad con la que Kirishima atravesó ese muro y con la que el gigantesco robot rompía los edificios.

- Yo… lo siento mucho. –dijo ella, haciendo que John levantase la mirada. Él se limitó a no responder, aplicando a los moratones un ungüento para aliviar el dolor y reducir la inflamación. Acto seguido, envolvió con cuidado las piernas en vendas limpias. –Fui muy grosera contigo antes y, a pesar de todo, te has parado para ayudarme. Muchas gracias.

- No hay de qué.

- ¿Cómo te llamas?

- John.

- Itsuka Kendo. Encantada.

John simplemente asintió. Tras guardar el botiquín y dejar que unos robots canijos se llevasen a Itsuka a una enfermería cercana en camilla, John recuperó su fusil, descargó todas sus armas, asegurándose de que no quedase ni una sola bala en las recámaras, y, entonces, se sentó junto a Kirishima para llevarse un merecido descanso.

- Tío, eso ha sido increíble. Lo hemos hecho genial.

- No has estado mal. –dijo John irónicamente, riéndose.

- ¿Llevabas la cuenta?

- Sí. 88 he contado. 23 de un punto, 16 de dos y 11 de tres.

- ¡La hostia! Yo solo 39. Creo. Bua, tío, no entro ni de coña, me ganas por goleada.

- Dime una cosa: ¿has ayudado a gente mientras combatías?

- Sí, ¿por?

- Pues estás dentro.

- ¿Y eso?

- ¿Te crees que solo van a tener en cuenta cuántos robots pueden romper la gente? Nos están evaluando para saber si tenemos la madera para ser Héroes. El ayudar a los demás seguramente cuente también.

- Pues tiene sentido. Gracias por ayudarme, por cierto.

- Igualmente. Nos habrían acorralado si no te hubieras lanzado como un jabalí rabioso contra los robots.

- Y si tú no te hubieras dedicado a tumbar a todos los que intentaban detenerme, también. Eres un crack con el fusil, tío. –dijo Kirishima. –¿Es tu Don?

- Así es. –mintió John.

- Ya ves.

- ¿El tuyo es endurecerse?

- ¡Sí, señor! Lo he llamado "Endurecimiento". Me permite, como su nombre indica, endurecer o afilar cualquier parte de mi cuerpo. Es como si piel se convirtiese en roca.

- Ya veo.

- Se me hace muy raro el que ya hayamos terminado con todo esto. Tras meses y meses de preparamiento, ya está. Se acabó.

- Y que lo digas.

- ¿Qué vas a hacer ahora?

- Buscar a mi amiga y después darme una buena ducha.

- Yo voy a comer como un desgraciado. Un capricho por haber terminado la prueba de acceso.

- Pues que aproveche.

- Je, igualmente. En fin, creo que ya va siendo hora de irse. A ver si con un poco de suerte acabamos los dos dentro. –comentó Kirishima mientras él y John se levantaban.

- Nos vemos.

Tras despedirse del bravo pelirrojo, John cargó su equipamiento en unas bolsas y devolvió la munición que le sobró a la U.A. Una vez vuelto de su campo de examen, se fue a esperar a su amiga albina a la entrada de la Academia, la cual resultaba que estaba ya esperándole a él.

- ¿¡Qué tal, John!? ¿Qué tal todo? ¡Yo genial! Pensaba que iba a salir peor, ¡pero al final genial! Al principio no estaba acabando con muchos y fue a la mitad cuando pude ponerme a remontar todo y al final salió genial todo. ¡Y además–

- Para el carro, Mine. Apenas me estoy enterando de nada. –interrumpió John el frenesí parlante de Minerva, que pobremente cogía aire entre palabra y palabra.

- Cierto, perdón. Todo me ha ido súper bien. He estado muy cómoda con la lanza y las alas, aunque me han costado algo más al principio. Tras empezar a romper robots en una zona más apartada, me puse las botas con ellos. Estuve echando un cable a quien podía también. Luego fui a ayudar a un par de chicos que tenían un ataque de ansiedad. De hecho, fue justo al calmarles cuando ha sonado la bocina. ¿Y tú?

- No ha estado mal. Más fácil de lo que esperaba. El examen escrito igual.

- ¿A qué sí? Pensaba que iba a ser la cosa más difícil del mundo, pero al final ha resultado ser fácil. He tenido exámenes más difíciles en el instituto.

- Se acabó. Es raro, ¿eh?.

- Ya ves… ¿Cuántos puntos has sacado? ¿Has llevado la cuenta?

- Sí, 88.

- ¿¡Perdón!? ¿88?

- Yep.

- Madre mía, John… ¿Estabas disparando a lo Rambo o qué?

- Eran fáciles de tumbar. ¿Y disparando a lo Rambo? –dijo John con una ligera risa.

- Así a lo loco.

- Ya, ya, sé lo que significa. Es que me hace gracia que uses esa expresión.

- Bueno, algo he aprendido estos meses.

- ¿Tú cuántos?

- No sé, no he llevado la cuenta. Creo que 30 o así, tal vez.

- Seguro que más, ya lo verás.

- Ahora a casa, ¿no?

- Sí. Vámonos a casa.

- ¿Tienes la moto aparcada cerca?

- No había sitio en las calles cercanas así que la he dejado a unas manzanas de aquí. De ahí a que llegase ligeramente tarde.

- Ya veo. En fin, aquí se separan nuestros caminos. ¿Quieres que vayamos a cenar cuando nos den nuestros resultados?

- Por mí guay. ¿Sabes cuándo los dan?

- Pronto, me han dicho. Imagino que tardarán unos días, somos bastantes aspirantes.

- Unos pocos, sí.

- ¿Le digo a Mei?

- Por mí lo que tú quieras.

- Genial. Nos vemos pronto, John.

- See you later, alligator.

Los días siguientes transcurrieron tal y como habían transcurrido las semanas anteriores, aunque con cantidades significativamente menores de estudio. Minerva y Mei seguían trabajando en sus alas. Paralelamente, John había ayudado a la señora Rachel a reparar el tejado, que sufría algunas goteras tras las intensas lluvias de las noches anteriores. Fue en una mañana cuando Minerva recibió dos paquetes en su buzón: uno para ella y otro para John, pues ambos habían acordado que sería mejor para John poner en sus documentos que residía en la misma casa que Minerva. Lo primero que hizo ella fue llamar a John y a Mei para que fuesen allí lo antes posible. En apenas una hora, el trío se reunía en el salón de la anfitriona, carta en mano, listos para abrir aquel ansiado sobre.

- Bueno, ¿quién va primero? –preguntó Mei.

- Dale tú, Mine.

- ¿Yo? ¿Por qué yo? –respondió ella, claramente nerviosa.

- Porque si no lo abres ya, te desmayarás del estrés.

- Okay, okay… vamos allá.

Abriendo el sobre con delicadeza, Minerva sacó de su interior un curioso objeto en forma de platillo y lo colocó encima de la mesa. Entonces, un rayo de luz emergió de este y ante ellos se proyectó la fácilmente reconocible e imponente figura del Héroe número 1: All Might.

- ¡Minerva Minami! ¡Encantado de conocerte! Al menos de forma holográfica. Estoy aquí… ¡para decirte los resultados de tu examen! –Minerva estaba absolutamente fascinada con el hercúleo Héroe y sus palabras. Pero más que todo, estaba atemorizada por lo que pudiese pasar. –Yo mismo vi tu prueba en directo y, déjame decirte, veo un enorme potencial en ti. En el examen escrito sacaste una nota del 100%. ¡Ni un solo fallo! Eso es algo realmente encomiable. Ahora, la parte que imagino que te interesa más: tu examen práctico. Los jueces, tras ver tu actuación dentro y fuera del combate, hemos decidido otorgarte los siguientes puntos. Para Minerva Minami, los resultados son: 27 puntos de combate, lo cual no está nada mal, y… ¡54 puntos de rescate! Tus heroicos actos con las personas heridas y afectadas durante, y tras la prueba, no han pasado por alto. Al fin y al cabo, un Héroe no es solo aquel que se dedica a soltar mamporrazos aquí y allí. Es aquel que ayuda a quien más lo necesita, sin importar si su propia vida está en juego o no. Así que, me alegra mucho poder decirte lo siguiente: ¡BIENVENIDA A LA U.A.! Nos veremos por las clases. ¡Hasta pronto, futura Heroína!

La sala se llenó de silencio durante unos segundos. Acto seguido, Mei gritó de emoción y abrazó a su amiga fuertemente, la cual le devolvió el abrazo, entre lágrimas al chillido de "¡He entrado, he entrado!". Tras soltar a Mei, Minerva se lanzó a los brazos de su amigo, que también le devolvió el abrazo, aunque no con tanta intensidad como con el de la otra.

- Bien hecho, Mine. Lo has logrado.

- Venga, John, ahora tú. Abre tu sobre.

- Eso, americano. Solo quedas tú.

- ¿Y tú qué?

- ¿Yo? A mí me lo dijeron hace dos días. Estoy dentro también.

- ¿Y cómo es que no me he enterado? –Mei se quedó un poco con cara de póker, al igual que su amiga, al darse cuenta de que se les había olvidado comentarle eso a John. –En fin.

Imitando a Minerva, John dejó el artefacto en la mesa, de donde brotó la misma pantalla holográfica. No obstante, en vez de un Héroe forzudo, ante ellos se encontraba algo bastante insólito. Parecía una mezcla entre una comadreja y un ratón totalmente blanco, pero vestía un elegante traje negro y se erguía a dos patas. Miraba fijamente a cámara, siendo de un tamaño que John estimaba que se aproximaría al metro de altura. Entonces, tras unos segundos de silencio ante la cámara, empezó a hablar.

- Buenos días, señor Vane. Soy Nezu, el director de la Academia U.A. En este correo le hablaré acerca de su examen de entrada en nuestra respetada institución. Antes que nada, permítame decirle que los jueces se han quedado realmente boquiabiertos ante su prueba. –dijo el Director soltando una pequeña y entrañable carcajada. –Muchos no se lo podían creer, pero créame que ha causado una gran impresión entre nosotros. Su examen escrito ha recibido una nota del 95%, así que le felicito por ello. Pero seguro que está más interesado en su combate que en un trozo de papel, ¿cierto? Lo he debatido intensamente con mis allegados. No ha sido nada fácil. En contadísimas ocasiones hemos podido ser testigos de una actuación como la suya. Así que, finalmente, hemos decidido ponerle estas calificaciones. Primero, ha tenido 88 puntos en el aspecto del combate de la prueba. Imagino que esta ya la sabía. Lo que no sabrá usted, señor Vane, es que es la puntuación más alta que hemos recibido hasta ahora. Con excepción de All Might, que superó los 100 puntos con creces. Pero usted ha sido igual de impresionante. Sus reflejos, precisión y capacidad de tomar decisiones en medio de una pelea son realmente loables, incluso teniendo en cuenta su Don. Por otra parte, a la hora de tomar en cuenta la ayuda prestada a otros concursantes… ¡45 puntos! Muchas personas se embriagan demasiado con el fragor de la batalla y se olvidan de que el Héroe hace mucho más que abatir a Villanos. Socorrer a los que la necesitan es igualmente de importante. Su actuación con la señora Kendo es lo que más le ha favorecido en este aspecto, pero el asistir al señor Kirishima en un momento de peligro y aliarse con él fue una muy buena decisión también. Imagino que sabe perfectamente lo que esto significa. Bienvenido a la U.A. Antes de terminar, me gustaría pedirle algo de forma personal. Cuando llegue a la U.A., y una vez termine sus primeras clases, le pido que venga a verme a mi despacho. Tengo muchas ganas de hablar con usted. Nuevamente, felicidades por su actuación y, ahora, descanse. Lo tiene más que merecido. ¡Nos vemos pronto!

En vez de abrazar a todo el mundo como Minerva, John no puedo evitar quedarse pensando durante unos buenos instantes. ¿Por qué motivo querría verle? ¿Acaso sabrían que era un Sindon? ¿Qué había falsificado sus documentos? Si hubiese sido así, ¿por qué dejarle entrar en la U.A.? Era todo un mar de preguntas que de momento no tendrían respuesta alguna. Entonces, mirando fijamente a sus expectantes amigas, dijo en voz alta:

- Bueno, ¿nos vamos a comer para celebrarlo?