El Ruiseñor
Capitulo 8: Puesta de Sol
Rukia volvió a soñar con ese soldado, con sus ojos color miel y su voz ronca, la voz que había usado antes de volverse indiferente después de que ella le preguntara por el rey. ¿Cómo podía estar pensando tanto en ese soldado? Lo había visto durante dos días y ya le estaba robando el sueño.
— ¿En serio? Es ridículo. — Se quejó mientras yacía en la cama, sin querer levantarse, con mucho sueño y con la mente inundada por el de recuerdo de ese soldado.
Las Favoritas estaban en su rutina matutina habitual, lavándose y perfumándose, poniéndose su mejor vestido y sus prendedores enjoyados en el cabello. Era como si esperaran que el rey o los príncipes llegaran antes y las vieran por casualidad. Si eso pudiera llamarse "por casualidad".
Rukia volvió a escuchar las burlas de Senna, por su ropa, por sus ojeras, por su caminar, por su cabello, por todo lo que a Senna la hiciera enojar ese día. Rukia simplemente la ignoró, se lavó la cara con el agua fría, porque las Favoritas siempre usaban toda el agua caliente, y regresó a su cama para buscar en su baúl un vestido para ponerse.
Todos desayunaron, como hacían todos los días y luego Orihime salió de la habitación después de despedirse de ella, ese día era el día de Orihime para estar con la reina, y le deseó suerte a su amiga, la iba a necesitar. Rukia tomó sus libros y se fue con las Favoritas al salón de clases.
Caminaba más por costumbre que por prestar atención al camino, si seguía pensando en ese soldado se iba a volver loca, por lo que antes de entrar al aula puso su destino en manos de las Deidades. Susurró una oración e hizo el símbolo de las Deidades sobre su corazón antes de entrar al salón de clases donde ya había una oración bastante complicada en la pizarra; Rukia había olvidado de leer el texto asignado para ese día.
Esa situación realmente la estaba desequilibrando.
Su padre había insistido en que comieran juntos ese día, así que cuando terminó su clase y recibió tareas extra por no haber leído el texto asignado, tomó sus cosas y se dirigió de nuevo a la habitación junto con las Favoritas.
Contempló su rostro un momento, no quería que su padre viera lo poco que estaba durmiendo ni que se preocupara por ella, no quería darle problemas en su estancia en el castillo; su padre era uno de los concejeros del rey y también tenía que mantener las apariencias, como todo en ese castillo.
Se lavó la cara, se acomodó el vestido y bajó las escaleras del castillo hasta las cocinas; caminar cerca del campo de entrenamiento era la forma más rápida de llegar a las habitaciones de su padre que tomar el camino del puente de piedra. Cuando notó de que los soldados estaban entrenando en el campo de entrenamiento, su corazón comenzó a latir con fuerza, ¿y si volvía a encontrarse con el soldado? Esa posibilidad le hizo contemplar a los soldados que se entrenaban esperando volver a verlo.
— No, seguro que está en otro lugar. — Se dijo a sí misma.
Dejó de ver a los hombres que estaban allí, ajenos a todo y solo enfocados en repeler los golpes de sus adversarios, pero no pudo, su nerviosismo y ansiedad ante esa mínima esperanza de ver al soldado la hicieron mirar de nuevo hacia el patio de entrenamiento.
Estaba tan enfocada en los soldados que estaban entrenando que el choque, con alguien que aparentemente no estaba viendo su propio camino, fue inevitable; Rukia cerró los ojos al momento del choque y sus pies tropezaron provocando que cayera sentada en el suelo golpeándose las nalgas.
— ¡Cuidado! — Escuchó que alguien gritó pero ella ya estaba en el suelo con dolor en el trasero por el golpe. — Disculpa, no le vi.
Rukia abrió los ojos y encontró frente a ella a la causa de su insomnio. Esos ojos color miel la miraban preocupados y el soldado extendió una mano para ayudarla a levantarse del suelo.
— No. Fue mi culpa, estaba mirando para otro lado. — Dijo y tomó la mano que el soldado le ofreció para levantarse.
La mano del soldado se sentía cálida, dura por el uso de la espada, pero agradable al tacto. El deseo de volver a verlo hizo que Rukia se negara, por un breve momento, a soltar su mano pero lo hizo, no quería parecer extraña. Comenzó a sacudir su vestido para ocultar el rubor en sus mejillas.
— Entonces ten más cuidado la próxima vez y mira el camino, puedes provocar un accidente. — Le advirtió el soldado, quien la miró un momento para comprobar que se encontraba bien, antes de seguir con su camino.
— ¡Espera! — Dijo Rukia en un tono más alto de lo normal. Era la segunda vez que lo veía y no iba a dejarlo ir sin saber su nombre. El soldado se detuvo y se volteó para verla con un gesto interrogante. — No quería gritar, quería preguntarte algo.
— Los príncipes regresan en unos días. — Habló molesto y le dio la espalda con la intención de irse. Eso enfureció a Rukia, él asumió que quería saber sobre ellos cuando lo último que quería era saber sobre príncipes tontos.
— No me interesan. — Esa frase hizo que el soldado se detuviera pero no se volvió a verla. Era un soldado extraño, aunque debió saberlo al ver cómo se cubría el pelo. — Quería saber tu nombre.
El soldado se giró al escuchar esa frase, había sorpresa en sus ojos y algo de incredulidad; era como si le costara creer que hubiera alguien que no preguntara por los estúpidos príncipes.
— ¿Mi nombre?
— Sí, tu nombre, me gustaría saber tu nombre, nos hemos visto mucho y al menos me gustaría saber tu nombre. — Trató de decir eso de la manera más natural posible, pero el rubor de sus mejillas se negó a desaparecer.
— Uh… Kon, mi nombre es Kon.
— ¿Kon? ¿En serio?
— Sí, puedes decirme Kon. ¿Cuál es su nombre? — Le preguntó cortésmente. Tal vez ella no le parecía tan interesante y como ese nombre no le parecía creíble, decidió hacer lo mismo.
— Kia. — Ella mintió.
— ¿Kia? ¿En serio? — Preguntó el soldado levantando una ceja con expresión divertida, como si hubiese entendido lo que ella había hecho.
— Sí, mi nombre es Kia. — Dijo con una sonrisa. Se había sonrojado y había empezado a limpiarse las manos de manera sutil en el vestido.
El soldado le devolvió una leve sonrisa en respuesta y Rukia se sonrojó más ante ese gesto. Ella miró hacia otro lado, sintió que le ardían las mejillas; esa sonrisa le hizo temblar las piernas y, por un momento, pensó que no podría estar de pie si lo miraba sonreír de nuevo.
Esa sonrisa era algo más para agregar a su lista de cosas que la hacían tener insomnio.
— Encantado de conocerte, Kia.
Rukia estaba a punto de responder cuando el soldado tomó una de sus manos y le dio un cortés beso. El corazón de Rukia latía a mil por hora, sintió que su corazón iba a salir de su pecho. ¿De qué se trataba todo esto? Rukia no supo qué decir, el rubor en sus mejillas ya era incontrolable y se sentía como la protagonista de una historia de las que le contaba su madre.
— Lo mismo… lo mismo digo. Un placer conocerte. — Habló nerviosamente. El soldado la miraba con una intensidad que la hizo sentir que podía ver el interior de su alma.
A Rukia le tomó un tiempo recuperarse de eso, incluso cuando el soldado ya se había ido y ella había continuado su camino hacia las habitaciones de su padre; sus piernas temblaban y su mano, donde había dejado ese beso, le quemaba de manera abrasadora, como si ese beso hubiera quedado grabado en su piel.
Ella era consciente de que su nombre no era Kon, no sabía por qué no le había dicho su nombre real pero no le importaba en ese momento, tampoco le había dicho su nombre real; tal vez, como ella, no quería meterse en problemas.
Caminó sin dejar de ver la mano que el soldado había besado, estaba tan distraída como antes de verlo y no se dio cuenta cuando había llegado a las habitaciones de su padre. El soldado que custodiaba la puerta la saludó e inmediatamente ella dejó de pensar en el soldado, tuvo que volver a la normalidad antes de ver a su padre.
— La reina ha hablado conmigo, me ha dicho que te dio permiso para rechazar los regalos que los príncipes podrían darte si te quieren como amante. — Dijo su padre cuando terminaron de comer y los sirvientes habían traído postre.
Rukia suspiró y asintió. Esa era una conversación que no quería tener, al menos no con su padre. Una cosa era que Yuki lo comentara y otra completamente diferente que su padre la invitara a almorzar para hablar de ello.
— ¿Podrías pedirle que me dé permiso para volver a Maranni? — Preguntó en voz baja.
— No. El servicio a la reina es un honor para las hijas de familias nobles, hacer que te vayas sería un terrible deshonor para nosotros. — La voz de su padre era áspera y seria. Rukia sabía que eso era cierto, no podía hacer que su familia cayera en desgracia.
Un pesado silencio se instaló entre ellos, Rukia sintió que toda la felicidad que el fugaz encuentro con ese soldado le había causado se había desvanecido en ese instante. Miró el pastel de crema y fresas que le sirvieron pero, aunque se veía delicioso, no quiso comérselo. Rukia sabía que esta charla no había terminado y solo esperaba que su padre continuara hablando para transmitir esa charla tan destructiva para ella.
— Perdón por sugerirlo. — Se disculpó.
Su padre dejó a un lado el postre, que tampoco había comido, y tomó una de sus manos para llamar su atención; Rukia se dio cuenta de que el gesto duro de su padre se había suavizado un poco.
— El Segundo Príncipe es el príncipe Ichigo. — Rukia ya esperaba que su padre dijera algo así, y solo asintió sin entender por qué su padre tenía una expresión tan relajada, casi aliviada. Sintió que el mundo se le venía encima y se preparó para escuchar que los Acuerdos se harían válidos y que se casaría con el Segundo Príncipe. — Todos pensamos que él sería elegido por el rey para ser el heredero de la corona, nos sorprendió bastante cuando eligió a su hijo bastardo, por lo tanto, en esta peculiar situación, no sé si el rey decide hacer válidos los Acuerdos de la Caída. La reina podía pedirle al rey que arreglara un matrimonio entre el príncipe Ichigo y alguna princesa, seguramente alguna heredera al trono, para que él pudiera convertirse en rey de algún otro reino.
Esa revelación le dio esperanza, una en la que tal vez podría regresar a Maranni y vivir una vida tranquila, sabía que eventualmente terminaría casada con algún extraño pero al menos de esa manera esperaba que tal vez tuviera la misma suerte que su hermano.
— ¡Gracias Papa! — Rukia se levantó y abrazó a su padre con fuerza, sintiéndose feliz por esa posibilidad, era pequeña, pero era una posibilidad. Su padre sonrió y le devolvió el abrazo.
— Una cosa más. En la Noche de las Almas tienes que llevar un vestido acorde a la ocasión, uno que vaya acorde a tu condición de hija del Señor de Maranni.
Rukia dejó las habitaciones de su padre mucho tiempo después, habían estado hablando de su familia y su madre, y al final su padre le entregó una carta que su madre le había enviado.
Rukia no leyó la carta en ese momento, sino que la guardó en uno de los bolsillos de su vestido y regresó a las cocinas del castillo para poder llegar más rápido a la habitación que compartía con las otras Damas de la Corte. Estaba feliz por lo que le había dicho su padre, sentía que las Deidades eran buenas con ella.
— ¡Corre! — Escuchó a alguien gritar desde la puerta de la cocina.
Rukia vio a Kon corriendo hacia ella, con varias cosas en una mano, y la otra mano extendida hacia ella. No tuvo tiempo de reaccionar, la mano de Kon tiró de ella y la hizo correr con él, en la cocina un hombre les gritaba que regresaran para poder castigarlos.
— ¿Qué esta pasando? — Preguntó ella con el aliento entrecortado, cuando ambos estaban escondidos entre los árboles del bosque cerca del acantilado.
Habían corrido sin detenerse y salieron por la Puerta del Acantilado, la que daba exactamente al bosque y al acantilado; fue un largo camino para correr. Rukia sintió que le temblaban las piernas por el cansancio, no había corrido de esa manera desde que estaba en Maranni, además su vestido se había rasgado de un lado; esos vestidos no estaban hechos para correr.
— Lo siento. — Kon jadeaba mientras se dejaba caer al suelo con la espalda apoyada en uno de los troncos de los árboles.
El acantilado estaba a pocos metros de ellos, revelando la inmensidad del mar turquesa y dejándoles sentir el viento salado en su piel. Rukia se sentó a su lado porque estaba realmente cansada y esa vista era increíble; era completamente diferente al que tenía en las ventanas de esa habitación compartida.
— Tengo un amigo en la cocina, a veces me pasa comida de contrabando pero hoy el jefe de cocina se dio cuenta y tuve que huir de allí. Te arrastré conmigo pero fue lo mejor, seguro que hubiera pensado que eras mi cómplice y allí te habría castigado.
— Ah… bueno, ahora soy tu cómplice. — Aclaró Rukia con una sonrisa antes de ver lo que él había logrado sacar de la cocina. — Bueno, si soy tu cómplice, me quedo con una parte del botín.
— ¡Oye! Yo quería la manzana. — Se quejó Kon, pero no hizo nada para quitarle la manzana que ella había tomado y mordido.
— Podemos compartirla. — Ofreció la fruta que ya estaba mordida. Kon la miró asombrado.
— No, tiene tu saliva. — Rukia sonrió y Kon se sintió ofendido por ese gesto.
— ¿Cuántos años tienes, siete?
— No importa. La manzana tiene tu saliva y ahora eres mi cómplice, así que es tuya. — Concedió y tomó un trozo de pan relleno de queso y carne.
— "Tu cómplice", parece que nos van a cortar la cabeza por haber robado comida de la cocina. — Dijo eso, eligiendo conscientemente las palabras en plural.
— Es porque no viste la expresión diabólica del chef blandiendo ese cuchillo como si fuera una espada. ¡Está loco! — Explicó Kon haciendo gestos para darle más énfasis a su explicación. Rukia se reía por la forma en que Kon explicaba el asalto a la cocina.
Ambos se quedaron un rato en silencio, comiendo algo diferente y viendo cómo el sol se acercaba al agua. Nunca había visto un atardecer así, en Maranni solo había montañas y ríos y, aunque ahora vivía junto al mar, tampoco había podido ver un atardecer así.
— Cuando era pequeño me imaginaba que mientras el sol se ponía detrás del mar, el agua hervía por el calor que provocaba el sol, a veces imaginaba que el agua sonaba como cuando pones algo caliente en el agua.
Esa confesión sorprendió a Rukia quien solo pudo volverse para ver a Kon, pero él tenía los ojos fijos en el horizonte, viendo como el sol se acercaba al agua. Kon le parecía bastante atractivo, le gustaba la forma de su mandíbula y su nariz.
— Nunca había visto el mar, hasta el día que llegué a este lugar, donde vivo solo hay montañas y ríos, y una imagen como esta es seguro que cuando regrese no se repetirá.
Rukia habló mirando al horizonte, algo dentro de ella le dijo que las palabras de Kon eran ciertas así que decidió hacer lo mismo que él, decirle algo personal.
Ambos se miraron en silencio después de esas palabras y Rukia miró hacia otro lado, justo cuando sintió que sus mejillas volvían a arder, fingiendo que buscaba algo entre los restos de comida. La intensidad de la mirada de Kon la hacía sentir demasiado acalorada.
— No podemos escondernos aquí para siempre, debemos volver a pagar por nuestra osadía de robar comida. — Kon dijo eso con una leve sonrisa en sus labios.
Rukia lo vio levantarse y extender una mano para ayudarla a levantarse. De nuevo esa sensación de calidez en el toque de él la hizo sonrojar, pero lo ocultó tanto como lo permitían los colores de la tarde.
Volvieron silenciosamente por el sendero del bosque hasta que pasaron la Puerta del Acantilado, Kon la acompañó todo el camino y se aseguró de que el jefe de cocina no estuviera cerca para que pudieran pasar sin problema alguno.
— Hasta luego, socia. — Kon se despidió de ella dándole un beso en el dorso de la mano antes de irse.
Rukia se quedó en la cocina sintiendo que su corazón latía tan fuerte que por un momento tuvo miedo de que todos los latidos de su vida terminaran ese día.
