Advertencia 1: Los siguientes capítulos que va a leer pueden ser temas demasiado delicados. Entre los temas que se pretenden representar en esta historia se encuentran: el aborto, el asesinato, el suicidio y la violencia (mental y física). Se recomienda discreción, y si necesita ayuda, recurra a su persona de confianza para que le brinde el apoyo necesario.
Advertencia 2: Si tienen muy idealizado el "felices para siempre" después de la boda, es posible que esta secuela no sea para ustedes. Nadie es una persona completamente buena o completamente mala; hacen lo que tienen que hacer y son víctimas de sus pasiones, deseos y errores. Si decides seguir leyendo, quizás te rompa el corazón, porque esta continuación es una "Tragedia".
Advertencia 3: Sigue siendo IchiRuki, eso no va a cambiar; así que no teman por infidelidades de parte de ellos; pero les aseguro que van a odiar a todos los demás personajes, sobre todo a Isshin y Kaien.
Los ojos del Ruiseñor
Capítulo 38: Mensajeros
Verano x492 — julio / Yoruichi, 18 años.
—
Mi muy querida Yoruichi:
Me sorprendió un poco saber que estás tan bien informada de lo que pasa a mi alrededor, pero me sorprende más que estés al tanto de mi boda cuando ni siquiera te envié una invitación; de hecho, no he tenido noticias tuyas desde que rompimos. Seguramente fue mi tía Kirio quien te contó sobre mi boda, recuerdo que te tenía mucho cariño cuando estábamos en Vayalat, y parece que aún te lo tiene.
No te invité a mi boda por una simple razón: tú y yo no somos amigos, ya no.
Las palabras de tu carta me han dejado claro que lo nuestro es solo un recuerdo tan marchito como la flor que enviaste en aquella caja. Estás molesta y lo entiendo; es mi culpa por haberte abandonado y no quedarme contigo. ¿Qué esperabas cuando me escribiste esa carta? ¿Querías una disculpa? ¿Una promesa? ¿Una confesión del profundo amor que esperas de mí y que yo no siento por ti? No me importa, no quiero una respuesta y no me interesa tenerla.
"Lo siento mi querida Yoruichi, no debería haberme escapado de ti. Debería haber sido más claro contigo con respecto a mis sentimientos."
Esa es toda la disculpa que recibirás de mí. Soy un bastardo como Kaien, y tal vez peor, y ni siquiera pretendo que no lo soy, porque sí, soy un bastardo. Éramos amigos y fuimos felices juntos mientras duró, no lo voy a negar, solo que ambos creíamos en cosas equivocadas. Tú creías que te amaría y yo creía que iba a ser el rey.
No te amaba y no seré el rey.
Al comienzo de tu carta, debajo de toda la ira en esa oración inicial, está la verdad: soy el Segundo Príncipe del reino y con ese título viene una esposa. Solo que estás mal informada, mi querida Yoruichi, no estoy "obligado a casarme", me voy a casar con ella porque quiero hacerlo.
Te confesaré un secreto mi querida Yoruichi, antes de que mi compromiso con Rukia se hiciera oficial, los miembros del consejo sugirieron que me casara contigo como una forma de "compensación" por no haber heredado la corona. Me dieron la libertad de elegir con quién casarme y yo la elegí a ella.
Rukia no es como tú, Rukia no ve un príncipe que heredará un reino, Rukia no espera que yo sienta nada por ella; Rukia simplemente llegó e iluminó mi vida de una manera que nada ni nadie había hecho antes.
Tú y yo éramos amigos, mi querida Yoruichi, y en nombre de esa amistad te sugiero que dejes de rechazar a los pretendientes que piden tu mano en matrimonio o te convertirás en la princesa más difícil de conquistar esperando algo que nunca tendrás.
Fuimos amantes, descubrimos ese mundo juntos y eso es algo que nunca podré olvidar, pero solo quedará en eso, en un recuerdo; no hay pasión remanente, no hay nada en mí que sea para ti.
Tal vez mi vida sea un infierno, pero si querías pasar el resto de tu vida a mi lado, entonces tal vez no era un infierno tan terrible; pero si mi vida se vuelve ese infierno que deseas, seguramente es porque soy un demonio. De igual manera, encontré a la pareja perfecta para ocupar un lugar en el trono infernal de mi vida.
Mi muy querida Yoruichi, gracias por enviarme esa flor blanca y recordarme el aroma que tiene tu piel por las mañanas; ahora estoy seguro de que ese olor no me afecta. Si pensabas que recordar tu aroma me haría extrañarte, déjame decirte que no funcionó. No te extraño, ni te deseo, ni nada.
Yoruichi, olvídate de mí, cásate, ten hijos o haz lo que más te guste; ódiame toda tu vida si eso te hace feliz, porque esta es la primera y última vez que te escribo.
Ichigo.
PD: Sé que sabes lo que significa la rosa negra en tu mano. Es el final, Yoruichi, el que no quisiste aceptar esa noche en Vayalat.
—
La sonrisa de Yoruichi al recibir esa carta se desvaneció al leerla, al final solo tenía una expresión de enojo que se acentuaba por sus dientes que se apretaban en un gruñido que salía desde su garganta.
Apretó la rosa negra en un puño, haciendo que las espinas del tallo se incrustaran en la palma de su mano y la sangre manchara su piel, y dejó escapar un grito lleno de ira y odio.
Arrugó la carta y la tiró al suelo, levantó la mano con la que sostenía la rosa y miró cómo su sangre manchaba el tallo de la flor seca y las espinas; Ichigo le había enviado una rosa de un color diferente cada vez que respondía una carta cuando eran niños, y ella sabía perfectamente bien que la rosa negra era el final de todo.
El final disfrazado de flor.
Yoruichi ya no era una niña aunque era la más joven de las princesas; no derramó una lágrima al leer esa carta aunque le ardían los ojos y el deseo de llorar quemaba por dentro.
Yoruichi no estaba triste, estaba enojada.
Durante años le había estado escribiendo a Ichigo, le había contado todo lo que había pasado desde que él se fue con los mercenarios y ella se había quedado sola con la reina Masaki, pero parecía que sus cartas no le habían llegado.
En ese momento ya no importaba; Ichigo tenía razón en una cosa, ese era el final, pero ella no sería la única que sufriría las acciones del pasado. Ichigo también tenía parte de la culpa y ella no dejaría que se olvidara tan fácilmente.
Verano x492 — 23 de julio
—
Su Majestad, desde mi llegada a Maranni he estado investigando el lugar y la situación en la que se encuentra la ciudad, aquí le doy un informe de lo que he descubierto.
Hubo un accidente en la ciudad, aparentemente algo explotó en las puertas principales de entrada y salida; no hay rastros de fuego, solo destrucción. Hubo muchas muertes en ese accidente, la mayoría de ellos fueron soldados; no hubo testigos pero muchos rumores que van desde que la madera estaba muy vieja hasta la ira de las Deidades. Nadie puede explicar las explosiones, nadie vio nada, solo los cuerpos de los soldados que sangraban en extrañas posiciones.
El hijo del Señor de Maranni resultó herido en esas explosiones, se dice que perseguía a un fugitivo que escapó de las mazmorras de la Gran Casa esa noche. Nadie ha visto al hijo del Señor de Maranni, creen que está muerto pero yo he visto a médicos entrar y salir de la Gran Casa durante la noche.
Dicen que aquí estuvo un príncipe extranjero, pero se ha ido antes de mi llegada y no lo he podido ver con mis propios ojos, dicen que suele venir cada pocos meses y se queda en la Gran Casa; su insignia es amarilla y negra.
—
— ¿Por qué solo les diste dos semanas libres? Es su luna de miel, ¡al menos debería durar un mes como la de Kaien! — preguntó Masaki tan pronto como entró en la oficina privada de Isshin. Él supuso que Masaki había estado hablando con Ichigo mientras él hacía las maletas para el viaje del día siguiente.
La reina estaba molesta, Isshin conocía a su esposa mejor de lo que ella podía esperar, y estaba preparado para ese reclamo; él sabía que ella no se quedaría callada sobre ese tema. Masaki era prudente al no discutir ciertos temas en presencia de alguien que no fuera Isshin, e Isshin sabía que ella nunca guardaba silencio ante lo que consideraba injusto.
El tiempo de luna de miel de Ichigo era claramente injusto para Masaki.
— Ichigo tiene que hacer el recorrido por las 13 Ciudades del reino e irá con su esposa, si es que desea hacerlo. El recorrido es largo, puede tomarlo con una extensión de su luna de miel. — Aclaró mirando a su reina, sin mostrar ninguna expresión más allá de la seriedad que tenía en ese momento.
Isshin no se levantó de su asiento, simplemente dejó a un lado el informe que había llegado de Maranni en días anteriores, y que estaba releyendo en ese momento, a la espera de que Masaki dijera algo o se fuera indignada de su oficina.
— ¡Eso es ridículo! El recorrido por la ciudad es un asunto de trabajo, no para que disfruten estando solos. — Se quejó Masaki poniendo ambas manos sobre el escritorio de Isshin en un golpe seco. — Sigues prefiriendo al...
— ¡No te atrevas a terminar esa frase, Masaki! — Advirtió Isshin con enojo. — Cuando yo muera, Kaien será el rey y es mi última palabra con respecto a ese tema. — Isshin se levantándose de su asiento para estar a la misma altura que Masaki para poder mirarla a los ojos.
Isshin conocía a su esposa, conocía su carácter y sabía que era fuerte, incluso sin usar el ankh, Masaki era fuerte; su pasado en Vayalat la respaldaba. Ella era la reina perfecta y, aunque aún seguía enamorado de su esposa, había algo que le impedía ser del todo feliz con ella, y Masaki se encargaba de recordárselo todo el tiempo.
— No si Ichigo decide hacer uso de las antiguas tradiciones. — Masaki lo amenazó. Isshin solo la miró y sonrió ante esa amenaza.
Masaki tenía poder, pero no lo suficiente como para hacerlo temblar de amenaza.
Isshin caminó un poco, rodeando su escritorio e hizo que Masaki girara sobre sus talones siguiéndolo hasta que la arrinconó entre su cuerpo y el escritorio.
Isshin no habló en ese momento, solo la miró a los ojos; estaba tan cerca de ella que podía sentir el aroma de su perfume y que a veces lo volvía loco.
— Estaré muerto cuando eso suceda, no veré ni sufriré por la muerte de nadie, además, restaurar esas tradiciones solo terminaría en una masacre. ¿Quieres ver morir a tus nietos? Ichigo puede ser fuerte, puede hacer uso del ankh que ha heredado de ti, pero Kaien es inteligente; mucho más inteligente de lo que piensas. ¿Crees que él no está consciente de eso? ¿Crees que no ha preparado sus cartas para las jugadas que Ichigo podría hacer en mi muerte? — Isshin vio a su esposa apretar los dientes, incluso enojada porque se veía hermosa. Levantó una mano para acariciar su rostro pero Masaki ladeó la cabeza evitando la caricia.
— ¿Por qué prefieres a Kaien sobre Ichigo? Ichigo es nuestro hijo. — preguntó Masaki. Era la primera vez que ella hacía esa pregunta, la mayoría de las veces eran solo afirmaciones y reclamos. Isshin bajó la mano pero no se apartó de su esposa. — ¿Amabas tanto a esa mujer? Si la amabas tanto, ¿por qué te casaste conmigo?
La mirada de Masaki al hacer esa pregunta hizo que Isshin quisiera abrazarla, pero estaba seguro de que ella lo rechazaría si lo intentaba. Había una nota de súplica en su mirada que Isshin no había visto en muchos años, pero no pudo responder las preguntas. Masaki se quedó en silencio esperando una respuesta, fue un momento largo y tenso entre ellos; uno que no habían tenido en mucho tiempo.
— Me casé contigo porque te amo. — Isshin esperó a que Masaki hablara, o se enojara, pero lo que vio en su mirada fue una decepción tan profunda que se sintió caer en un abismo.
Isshin se alejó de Masaki, esa no era la respuesta que estaba esperando, pero sería la única respuesta que le daría. No había necesidad de decir nada más, Isshin vio a Masaki dirigirse a la puerta y hacer una pausa antes de abrirla.
— Ama a Kaien, ámalo todo lo que quieras, porque es el único hijo ilegítimo que tendrás. — La puerta se abrió y se cerró.
Isshin se quedó nuevamente solo en su oficina privada con el eco de las palabras de su esposa.
Isshin lo sabía, sabía que Kaien era su único hijo ilegítimo; sabía lo que Masaki les había hecho a sus amantes. Él lo sabía y lo había permitido. Ni siquiera se sentía culpable, había tratado de lastimar a Masaki, y ella le había devuelto ese intento poniendo el corazón de sus amantes en una bandeja frente a él.
Aun así, tenía amantes; muchas amantes.
Su relación con su esposa fluctuaba entre la felicidad y el resentimiento; no estaban en paz y nunca lo estarían. Ambos habían pasado ese punto sin retorno hacía muchos años, y ya no habría nada que reparara esa relación; Isshin se preguntaba por qué Masaki seguía con él, por qué no se había divorciado como lo había intentado hacer muchos años atrás, y solo pudo llegar a una conclusión: Ichigo.
Isshin aún recordaba la vida que había soñado con Masaki cuando eran jóvenes, cuando él era el último príncipe del reino y sobre sus hombros estaba casarse y dar un heredero; habían sido buenos sueños. Habría sido una buena vida, pero sabía que había cometido muchos errores y era demasiado tarde para cambiar o reparar lo que se había hecho.
Parecía que estaba más nostálgico de lo habitual ese día, porque al quedarse solo en su oficina, recordó el día en que murió su padre y la discusión que tuvieron porque el viejo rey no quería legitimar a Kaien y hacerlo un príncipe que pudiera tener acceso a la corona.
Kaien. Kaien. Kaien.
Su único hijo con esa mujer que había conocido ese día que había salido de caza y de la que todo el mundo decía que él estaba profundamente enamorado; incluso Masaki lo dijo.
Isshin no recordaba ese sentimiento, ni siquiera recordaba haber sentido algo por esa mujer más allá de la compasión por haberla encontrado herida en el bosque; pero todos decían que estaba locamente enamorado de ella, tanto que se había negado a casarse con Masaki.
Isshin tampoco recordaba no haber querido casarse con Masaki, ella era todo lo que siempre había soñado en una mujer; Masaki era fuerte, independiente y hermosa. Masaki era un huracán en el cuerpo de una mujer; magnifico y devastador.
Masaki era perfecta a su manera.
Los años que él había pasado con la madre de Kaien parecían un recuerdo demasiado borroso, como si todo fuera un sueño del que nada podía recordarse al despertar; ni siquiera recordaba el nombre de aquella mujer, pero ella le había dado un hijo y sentía la inmensa necesidad de proteger a ese hijo.
Las leyes dictaban que debía deshacerse de Kaien, enviarlo a una granja y hacer que sus niñeras lo cuidaran, criarlo como el hijo de un Gran Señor y luego alistarlo en el ejército y enviarlo a la batalla; Isshin no pudo hacerlo, algo se lo impidió, algo más allá de su voluntad, y lo atribuyó al hecho de que vio a uno de sus hermanos muertos en Kaien.
Quería pensar que era eso, porque tenía miedo de admitir que su deseo de proteger a Kaien y darle todo, iba más allá de la voluntad humana. La pregunta que le había hecho Masaki era una constante que él se repetía continuamente: ¿por qué quería más a Kaien que a Ichigo? ¿por qué le quitó a su hijo, el hijo con la mujer que amaba, el derecho sobre la tierra que le pertenecía?
Cada vez que intentaba acercarse a Ichigo, algo siempre lo detenía, y no podía explicarlo.
Kaien fue la causa de muchos problemas con el viejo rey y con Masaki; Kaien fue una de las razones por las que Isshin envenenó a su propio padre durante meses hasta que murió.
La otra razón para matar a su propio padre fue por sus hermanos, específicamente por Ganju, su adorado hermano.
Isshin se acostó en un sofá de tres plazas en su oficina y comenzó a pensar en todo lo que había pasado, todo lo que pasaría y las palabras que Masaki le dijo cuando ella entró a la oficina. Sabía que Ichigo quería el trono; Ichigo quería ser el rey, y solo se había casado con Rukia porque tenía que seguir el protocolo del Segundo Príncipe, aunque algo no cuadraba allí.
El Ichigo que había pedido una casa para Orihime no era el mismo Ichigo que había firmado el contrato nupcial. Ichigo miraba a Rukia con la misma intensidad que un hombre enamorado miraba a una mujer, e Isshin conocía esa mirada. Era la misma mirada que tenía Ganju cuando se casó con Emiko, era la misma que él mismo tenía cuando se comprometió con Masaki, y eso lo enfureció.
Isshin estaba enojado porque Ichigo miraba a Rukia de esa manera. A Isshin le molestaba ver que su hijo estaba tan enamorado de Rukia, porque tenía miedo de que Rukia matara a Ichigo al igual que Emiko mató a Ganju. Las mujeres Kuchiki que había conocido solo traían desgracia a su familia; incluso la chica Kuchiki que se casó con su tío había traído la desgracia a su tío.
Verano x492 — 24 de julio
Yuki salió de la residencia del Señor de Maranni luciendo uno de los vestidos que Rukia le había dado, eran lindos vestidos pero estaban usados; era la forma de Rukia de decirle que incluso si se vestía como la favorita de la reina, nunca sería más que una imitación.
Yuki le demostraría a Rukia que era mejor que ella y que sería la nueva Favorita de la Reina.
Fue a la cocina del castillo cruzando el camino cerca del campo de entrenamiento; era la ruta más corta para llegar a la zona de la reina, además de que podría ver a los soldados que entrenaban en la distancia, tal vez algún Capitán o General se fijaría en ella y le hiciera todo más fácil.
Yuki era bonita y lo sabía; tenía el cabello negro y los ojos grises de los Kuchiki, incluso su piel era clara, no tan pálida como la piel de Rukia, pero su piel era hermosa y suave. No le resultaría difícil encontrar un pretendiente en la Corte de la Reina.
Cuando estaba a punto de entrar a la cocina, Yuki escuchó la voz de una mujer quejándose de que tenía miedo del castigo que Rukia le daría cuando regresara de su luna de miel. Yuki no entendía por qué le tenían miedo a Rukia; Rukia era tonta y no repartía castigos, nunca lo había hecho en Maranni y no tenía las agallas para hacerlo en ese momento.
Yuki entró a la cocina y encontró a la nueva sirvienta de Rukia junto con uno de los cocineros mirando una bandeja de galletas que parecían recién salidas del horno.
— La princesa ya debe estar muy lejos, no volverá por unas galletas. Quizás si tomamos unas cuantas… — El chico trató de tomar una de las galletas pero la criada de Rukia le dio un pequeño golpe en la mano evitando que tomara la galleta.
— No Hanataro, las galletas pertenecen a la Princesa Rukia. — La criada de Rukia movió la bandeja de galletas lejos del alcance de Hanataro y Yuki sonrió.
Rukia no se iba a enojar por algunas galletas que no llevó para el viaje, además se veían demasiado deliciosas para dejarlas desperdiciar y que se las comieran un par de sirvientes. Yuki se aclaró la garganta y la doncella de Rukia junto con Hanataro la saludaron con respeto.
— Suki… Tsuki… — empezó a decir Yuki, tampoco recordaba el nombre de la doncella de Rukia, solo lo había escuchado una vez.
— Tatsuki, señorita Yuki. — respondió la criada y Yuki asintió.
—Tatsuki, Rukia dijo que las galletas serían un regalo para mí, por eso no las llevó a su viaje. — Yuki mintió fácilmente; no podrían dudar de ella o realmente sería castigada.
Hanataro tenía razón, Rukia no iba a volver por unas estúpidas galletas y Yuki estaba segura de que a Rukia no le molestaría que ella se las comiera.
— ¿Dijo eso la princesa? — La incredulidad en la voz de Tatsuki hizo que Yuki se enojara.
— ¿Estás insinuando que miento? — Preguntó Yuki con molestia.
— No, señorita Yuki, es que la princesa dijo...
— Dame las galletas o le diré a Rukia que te castigue por no obedecer una orden que ella dio. — Amenazó Yuki y le tendió la mano a la criada para que le diera las galletas.
Tatsuki vaciló por un momento pero tomó uno de los papeles de cocina y lo colocó dentro de un recipiente, colocó cuidadosamente todas las galletas dentro y lo cubrió para proteger el contenido. Yuki se acercó a la mesa y Tatsuki le entregó las galletas; todavía estaban calientes y el aroma era increíblemente delicioso.
— Eso es mejor. — Yuki sonrió antes de salir de la cocina con su botín.
La reina había llamado a Yuki a sus habitaciones privadas para discutir su entrada a la Corte de la Reina, y Yuki estaba contenta de tener las galletas de Rukia en ese momento. Usaría los vestidos de Rukia porque eran mejores que los de ella, pero no se comportaría como ella.
Yuki decidió que sería perfecta para que la reina la mirara con buenos ojos.
Cuando Yuki entró en la habitación de la reina, la encontró junto con la princesa heredera charlando y bebiendo algo de una manera muy animada. Yuki sonrió de nuevo, estaba segura de que con las galletas de Rukia podría ganarse el favor de la reina y la princesa heredera; solo tenía que decir que había hecho ella misma las galletas y el resto sería tan fácil como respirar.
Verano x492 — 24 de julio
Nelliel se miró en el espejo, descubriendo su vientre que aún estaba plano y no había ningún rastro evidente de la vida que crecía dentro de ella.
La doctora le había hecho una prueba especial para ver si estaba embarazada y tardaría unos días en confirmarlo, pero Nelliel sabía que estaba embarazada.
Su período no había llegado el mes anterior, y ese mes, que estaba a punto de terminar, tampoco había llegado; su período nunca llegaba tarde y tampoco se había sentido del todo bien en los últimos días, eso era prueba suficiente para ella para saber que estaba embarazada.
La Kahya fue la primera en saberlo, Nelliel le había confiado a la Kahya que tenía sospechas sobre un embarazo, y la Kahya solo reforzó esa idea contándole los síntomas de un embarazo y todo lo que pasaría durante los próximos meses.
— No se lo diga a la reina, Sra. Retsu. Primero quiero estar segura antes de darle la noticia al rey. — Había dicho Nelliel ese día, completamente feliz por lo que sucedería.
La Kahya había acordado no decírselo a la reina y Nelliel sintió esa complicidad con la Kahya como si fuera su verdadera madre.
Kaien también lo sabía.
Nelliel le había confiado las sospechas de que estaba embarazada y Kaien estaba feliz; feliz como nunca antes lo había visto. Desde el día en que le confió esa sospecha, Kaien la cuidaba y se aseguraba de que ella estuviera bien.
Kaien le había advertido que no bebiera nada de lo que la reina le diera, porque su hijo sería el heredero al trono y la principal competencia de Ichigo, a los ojos de la reina, para ser el siguiente rey.
Nelliel sabía que su embarazo sería un gran evento dentro del castillo y dentro del reino, movería todas las líneas de sucesión e Ichigo estaría más lejos del trono; tanto Nelliel como Kaien sabían que Ichigo quería el trono, aunque dijo que ya era así, no se confiaban del todo.
Nada era seguro en ese momento, todo se definiría cuando el rey muriera y Nelliel todavía no quería que el rey muriera, porque podrían matar a Kaien antes de que naciera su hijo y deshacerse de ella sin importar que estuviera embarazada.
Anteriormente, el tiempo de duelo era un tiempo peligroso cuando había más de un pretendiente al trono, por eso se habían establecido las reglas que los regían en ese momento, pero nada impedía que Ichigo quisiera restaurarlas solo por tener el trono.
Todos conocían el juego al que estaban jugando, todos sabían que su vida estaba en peligro de una forma u otra, y que la única forma de estar completamente a salvo era matar a uno de los pretendientes al trono y hacer que pareciera un accidente.
En ese preciso momento, el pretendiente al trono que tenían que matar era Ichigo.
Nelliel se ajustó la ropa de dormir y se acostó en la cama después de que las sirvientas apagaran la mayoría de las velas de la habitación y se aseguraran de que una de las puertas del balcón estuviera cubierta con una cortina. La brisa del mar que subía por el acantilado era fría, pero el verano era caluroso y de esa manera mantenían la habitación fresca por la noche permitiéndole dormir plácidamente.
El sueño le llegó rápido, y Nelliel soñó con su hijo tal como lo imaginaba, pequeño y hermoso, con los ojos verdes de Kaien y el cabello negro. Caminaba hacia el templo de las Deidades con su pequeño en brazos, allí Kaien la esperaba con una sonrisa en el rostro, pero Nelliel apartó la mirada por un segundo y apareció Miyako, tan hermosa como cuando estaba viva.
Miyako estaba parada al borde del acantilado, en el mismo lugar desde donde había saltado aquél día que se quitó la vida, con el mismo vestido con el que había muerto y con las heridas en las muñecas donde había intentado suicidarse antes de saltar. Nelliel estaba asustada, quería apartar la mirada de Miyako pero no podía. Nelliel estaba caminando hacia Kaien y descubrió que sus pies la guiaban hacia el acantilado, hacia donde estaba Miyako.
De un momento a otro, su pequeño hijo estaba en los brazos de Miyako y Miyako acariciaba suavemente la cara del bebé. Nelliel sintió que el miedo y la desesperación corrían frías por sus venas, invadiéndola por completo de aquél terror puro y devastador.
— Mi pequeño príncipe. — La voz de Miyako sonó dulce y espectral, casi maternal, mientras miraba al hijo de Nelliel quien levantó una de sus manitas tratando de agarrar algo en el aire.
— Miyako, devuélveme a mi hijo. — Nelliel escuchó su propia voz, desesperada y temerosa, y extendió la mano para alcanzar a su hijo. Miyako la miró y el dulce rostro de ese espectro se convirtió en una expresión de furia.
— ¡Él es mi hijo! ¡Tú me quitaste al mío, así que yo tomaré el tuyo! — Miyako volvió a arrojarse por el acantilado, con el pequeño príncipe en sus brazos, y ambos se perdieron en la oscuridad del abismo.
Nelliel gritó.
Gritó en el sueño y gritó al despertar de esa pesadilla. Temblaba, lloraba y sentía un calambre en el vientre que iba acompañado de algo cálido que le salía entre las piernas.
Ese sentimiento se unió al sentimiento de terror que había despertado aquella pesadilla.
Una de las sirvientas que vigilaba su puerta esa noche entró a la habitación sin siquiera tocar, preguntando si estaba bien, pero Nelliel rápidamente descubrió sus piernas, encontrando una mancha oscura en las sábanas.
— ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No por favor! — Suplicó Nelliel, sintiendo cada vez más calambres en el vientre que la hacían apretar los dientes para no gritar. — ¡Llama a la doctora! ¡Llámala ahora!
Nelliel sentía los calambres en su vientre cada vez más a seguidos, era extremadamente doloroso y la desesperación y el terror crecían a medida que la mancha de sangre en la sábana se hacía más grande. Nelliel suplicó con voz temblorosa a la Madre que la protegiera y no se llevara a su hijo, pero con cada oración, un nuevo calambre la hacía gritar de dolor.
— ¡¿Dónde está la doctora?! — gritó mirando a una sirvienta, que estaba encendiendo las velas de la habitación para iluminarlo todo. Nelliel no sabía por qué la mujer tardaba tanto en llegar.
Nelliel sintió dolor y miedo, pero ya no lloraba, porque llorar era aceptar que lo que estaba pasando era real y no podía ser así; lo que estaba sucediendo debía ser solo un mal sueño dentro de un mal sueño. Cerró los ojos tratando de despertar de ese mal sueño, pero nuevamente un calambre la hizo abrirlos, sintiendo nuevamente que algo salía entre sus piernas.
La doctora llegó acompañada de un par de sirvientas más y pidió agua para lavarse las manos, le pidió a Nelliel que abriera las piernas y comenzó a hacer su trabajo. Nelliel sintió calambres cada vez más fuertes, y sintió que su cuerpo estaba tratando de sacar algo de ella, pero solo apretaba los dientes y las piernas impidiendo que el médico hiciera su trabajo.
Nelliel sintió un nuevo calambre seguido de algo que abandonó su cuerpo; ni siquiera tuvo que hacer ningún esfuerzo, su cuerpo simplemente expulsó lo que tenía que expulsar y el dolor en su vientre disminuyó. El médico empezó a decir algo en un tono de voz muy bajo, y Nelliel tuvo la impresión de que era una especie de canción o poema que no entendió hasta que vio a las doncellas hacer la señal de las Deidades sobre el corazón.
En ese momento Nelliel comenzó a llorar con la inevitable verdad sobre ella, con un dolor en el pecho que nunca pensó que se pudiera sentir; era un dolor y un vacío lo que la hacía llorar como nunca antes había llorado en su vida. Sentía que se le desgarraba el alma por dentro, porque aunque no se lo habían dicho, sabía que su hijo no iba a nacer.
— No llores, mi niña. Todo estará bien. — Nelliel no había notado cuándo había llegado la Kahya, pero ella estaba allí, sentada a su lado, acariciando su cabeza con ternura y tratando de consolarla.
La Kahya era la única madre que Nelliel había conocido, y en ese momento Nelliel se aferró a ella con todas sus fuerzas, tratando de mitigar el dolor dentro de su alma que solo parecía crecer más y más a medida que pasaba el tiempo.
Se sentía vacía, triste e infeliz; nada estaría bien.
Nada nunca volvería a estar bien.
— Lo siento mucho, alteza. — Fueron las palabras de la doctora antes de que Nelliel comenzara a llorar de nuevo, sabiendo que esta pesadilla era cierta. — Fue la voluntad de las Deidades.
La Kahya acarició con cuidado el cabello de Nelliel, con ese gesto maternal que siempre tenía con ella, y guardó silencio unos instantes antes de dar unas órdenes a las sirvientas que estaban allí. Nelliel no supo cuándo se fue la doctora, solo escuchaba sus propios sollozos y sentía las caricias de la Kahya.
"La voluntad de las Deidades".
Nelliel solo podía llorar, no podía encontrar consuelo en ese momento, solo quería llorar y dormir, y despertarse sabiendo que solo había sido un mal sueño. Nelliel quería que la Kahya le dijera que su hijo estaba dentro de ella, que crecería fuerte y sano y que sería un gran príncipe. Quería creer que todo lo que había pasado era mentira, que solo era una pesadilla muy vívida, porque todavía no podía creer que por la mañana se reía con la reina y en ese momento no podía dejar de llorar.
— Mi niña, tengo que limpiarte. — Susurró la Kahya pero no Nelliel no pudo levantarse de la cama; se sentía tan débil y poco dispuesta a moverse, que simplemente negó con la cabeza para que la Kahya no la hiciera levantarse. — Sí, tengo que limpiarte, cambiarte de ropa y cambiar las sábanas.
La voz de la Kahya sonaba dulce y maternal; Nelliel no quería levantarse, aunque sus muslos se sentían pegajosos por la sangre, pero la Kahya la convenció con dulces palabras y la hizo entrar en la bañera que las sirvientas habían logrado entrar en su habitación; ningún hombre podía entrar allí sin permiso de la reina, y menos en ese momento.
Nelliel se sentó en la bañera, el agua estaba tibia y estaba sola con la Kahya, quien la ayudó a bañarse. La Kahya le cantaba canciones muy suaves a Nelliel, las que solía cantarle cuando era niña y los truenos la asustaban. Nelliel había dejado de llorar, solo estaba sentada en silencio, mirando en algún punto de la habitación, escuchando las canciones de la Kahya a lo lejos con una sensación de vacío dentro de su pecho.
La Kahya la ayudó a vestirse con ropa suave y cómoda, la ayudó a ponerse las almohadillas de tela que absorberían la sangre que pudiera salir esa noche y la metió en la cama; las doncellas habían cambiado las sábanas en silencio antes de salir de la habitación.
— ¿Esto es una pesadilla? — preguntó Nelliel mirando a la Kahya, su corazón latía con fuerza, queriendo que la Kahya le dijera que todo era una pesadilla.
La Kahya miró a Nelliel y negó con la cabeza muy suavemente; Nelliel comenzó a llorar de nuevo, incapaz de contener más el dolor. Si la Kahya lo dijo, entonces debía ser verdad, y eso lo hizo aún más doloroso.
—
Kaien caminaba por los pasillos tan rápido que su bata ondeaba con cada paso que daba. Estaba descalzo, no había tenido tiempo de calzarse los zapatos y tenía puesta la bata de dormir porque se había dormido con ella mientras revisaba unos documentos que ya no eran importantes en ese momento.
Uno de los sirvientes le había avisado que Nelliel se había enfermado y que todos estaban muy preocupados por ella en el área de la reina. Kaien solo podía pensar en las peores situaciones posibles porque conocía a Masaki, conocía a la reina y sabía que ella podría lastimar a Nelliel y a su hijo si descubría que Nelliel estaba embarazada.
Masaki quería a Ichigo en el trono, y Kaien sabía que la reina haría todo lo que tuviera que hacer para poner a su propio hijo ahí.
— Lo siento, Alteza, no puede entrar. — Los guardias de la reina que custodiaban la entrada a esa área se movieron, impidiéndole avanzar más.
— ¡Muévase, tengo que ver a mi esposa! — Exigió molesto, pero los guardias no se movieron y alegaron que era demasiado tarde para dejar pasar a alguien.
Kaien no estaba de humor para soportar las estupideces de la guardia de la reina, así que golpeó a los soldados dejándolos tirados en el suelo, tal vez había matado a uno, pero eso no importaba. Kaien cruzó camino del jardín y subió las escaleras rápidamente, sin importarle nada, y se dirigió hacia la habitación de Nelliel; la reina estaba saliendo de la habitación.
Masaki era la última persona que Kaien quería ver en ese momento, pero allí estaba ella, en camisón y con expresión preocupada; sólo las Deidades podían creerle esa expresión que era más falsa que el amor maternal que ella decía haber profesado por él.
— ¡Kaien! — La sorpresa en la expresión de Masaki fue algo que Kaien no esperaba; seguramente ni siquiera había pensado en decirle que algo le había sucedido a Nelliel. — ¿Qué estás haciendo aquí?
Kaien tuvo que respirar profundamente antes de responder a la estúpida pregunta que le estaba haciendo la reina.
— Vine a ver a mi esposa, obviamente. — No iba a perder tiempo y palabras hablando con la reina. Se acercó a la puerta con la intención de abrirla pero Masaki lo detuvo poniendo su mano en la cerradura de la puerta. — ¿Qué? ¿Es un momento inapropiado para ver a mi esposa?
— No puedes entrar, está enferma y necesita descansar. — Aclaró la reina. Kaien notó que Masaki aún tenía la mano en la cerradura de la habitación de Nelliel impidiéndole entrar.
Kaien dejó de mirar a la puerta y no intentó volver a entrar en la habitación; aparentemente la reina no tenía intención de dejarlo entrar. A Kaien no le gustó la actitud de la reina, pero se paró frente a ella y trató de modular su propia voz antes de hablar.
— ¿Está tan enferma como Miyako? — preguntó Kaien, con una calma que era tan peligrosa como la mirada que la reina le estaba dando en ese momento. — ¿Debería preocuparme de que mi esposa intente cortarse las venas antes de tirarse por el acantilado?
La ira en el rostro de la reina y el silencio ante esas preguntas fueron toda la confirmación que Kaien necesitaba para saber que Nelliel estaba embarazada y había perdido a su hijo esa noche. Ambos guardaron silencio por un momento, mirándose como los rivales que eran, y Kaien intentó de nuevo abrir la puerta de la habitación de Nelliel; la reina lo detuvo de nuevo.
— Fuera de aquí, Nelliel necesita descansar. Tenía malestar estomacal; ella estará bien por la mañana. — Kaien no sabía por qué la reina se molestaba en mentir; tal vez ella pensaba que él era lo suficientemente estúpido como para pensar que le iba a comprar esa mentira.
— ¿Eso es lo que le dirás al rey mañana para que no se entere de que mataste a otro de sus nietos, madre? ¿No te basta con matar a las amantes del rey? — La reina levantó un dedo de advertencia para que Kaien no dijera más; Kaien la ignoró. — ¿A cuántos nietos del rey has matado con éste, madre? ¿Dos? ¿Tres?
La sorpresa en la mirada de la reina fue invaluable cuando dijo ese número; Kaien sabía que había encontrado un secreto bien guardado de la reina y que ella preferiría que permaneciera en secreto. Masaki apartó la mano de la cerradura sin apartar los ojos de él.
— Esta vez no fui yo. Lo que sucedió fue algo que nadie pudo evitar. — La reina hizo una pausa. — Y ten cuidado con lo que dices Kaien, porque es posible que encuentres verdades que no podrás soportar.
Masaki se fue de allí y Kaien ignoró esas palabras, nada de lo que saliera de la boca de la reina podía ser verdad; Kaien sabía que trataría de proteger a Ichigo con uñas y dientes, y si tenía que mentir y matar para lograrlo, lo haría. Kaien entró en la habitación de Nelliel y encontró a la Kahya sentada en la cama, acariciando suavemente la cabeza de Nelliel que estaba dormida.
La Kahya lo vio entrar y agitó la mano para que no hiciera ruido, se levantó con cuidado de la cama y se acercó a él con pasos suaves para no despertar a Nelliel.
— Necesita descansar, no se lo tomó muy bien. Estaba realmente emocionada por… por el embarazo. Ella lloró hasta quedarse dormida; por favor… — La Kahya habló y Kaien sintió que esa vieja herida se abría de nuevo.
Era ese tipo de heridas que nunca sanarían por completo.
— No se preocupe, Sra. Retsu. Solo quiero estar con ella. — Aclaró Kaien y la Kahya asintió luego de darle a Nelliel una última mirada.
— Lo siento, Kaien. Sé cuánto querías… — La Kahya empezó a hablar pero no terminó la frase; Kaien no sabía qué decir y se mantuvo en silencio. La Kahya era quién se había ocupado de los niños huérfanos del castillo.
Las palabras de la Kahya eran difíciles de responder, así que Kaien solo asintió como respuesta a ellas.
La mujer salió de la habitación dejándolo solo con Nelliel, y él se acercó a la cama despacio y en silencio. Nelliel estaba dormida y respiraba suavemente, pero tenía esa expresión de dolor y tristeza en el rostro. El cielo fuera de las ventanas estaba rosado, era el amanecer, y la luz en la habitación de Nelliel le permitió ver que había rastros de lágrimas secas en sus mejillas.
Kaien conocía el dolor de haber perdido a un hijo, y conocía la expresión de sufrimiento que tenía Nelliel en ese momento a pesar de estar dormida; había visto la misma expresión en el rostro de Miyako cuando le dijo que se había visto obligada a perder a su hijo.
Obligada. Kaien maldijo a Masaki mil veces más en ese momento.
— Mi querida Nelliel. — Susurró acariciando la cabeza de su esposa gentilmente.
Nelliel se movió un poco en su lugar pero no se despertó. Kaien se acostó junto a Nelliel en su cama y la acurrucó en sus brazos para que pudiera seguir durmiendo. Nelliel no se despertó y Kaien pudo ver una taza vacía en la mesita al lado de la cama de Nelliel, seguramente le habían dado un té para calmarla y que pudiera dormir todo lo que necesitaba.
— Lo siento mucho, mi querida Nelliel. — Susurró muy bajito y sintió que el nudo en la garganta le impedía decir más.
Kaien sentía que le ardían los ojos y se le llenaron de lágrimas. La última vez no había podido proteger a Miyako de Masaki, y esta vez tampoco había podido proteger a Nelliel. Kaien se sentía culpable y las ganas de llorar le impedían respirar normalmente.
Ese sentimiento fraternal que sentía por Nelliel había ido cambiando, quizás demasiado rápido en los últimos dos meses, quizás se había negado a verla como algo más que su amiga, pero en ese momento ya no podía verla como su amiga.
Kaien tenía miedo de amar a Nelliel, porque a la última persona que él amó había terminado muerta; no quería amar a Nelliel, no quería porque si la perdía, sentía que se iba a perder a sí mismo.
Perderla era algo que no podía soportar.
